DOM COLUMBA MARMION, O.S.B.
Jesucristo,
vida del alma
Indice
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numeración de este Indice hace referencia a las páginas de la edición
impresa)
Dom
Columba Marmion (1858-1923), 3.
Presentación,
6.
PRIMERA
PARTE
Economía
del plan divino
1. Plan divino de nuestra predestinación
adoptiva en Jesucristo
-Importancia para la vida espiritual del
conocimiento del plan divino, 9. -1. Idea general de este plan: la
santidad a que Dios nos llama por la adopción sobrenatural es una participación
el la vida revelada por Jesucristo, 10. -2. Dios quiere hacernos partícipes
de su propia vida para hacernos santos y colmarnos de felicidad: en qué
consiste la «santidad de Dios», 13. -3. La santidad en la Trinidad:
plenitud de la vida a que Dios nos destina, 15. -4. Realización de este
decreto por la adopción divina mediante la gracia: carácter sobrenatural de la
vida espiritual, 18. -5. El plan divino desvaratado por el pecado,
restablecido por la Encarnación, 20. -6. Universalidad de la adopción
divina: amor inefable que manifiesta, 23. -7. Fin primordial del plan de
Dios: la gloria de Jesucristo y de su Padre en la unidad del Espíritu Santo,
25.
2. Jesucristo, modelo único de toda
perfección. Causa exemplaris
-Fecundidad y aspectos diversos del misterio de
Cristo, 28. -1. Necesidad de conocer a Dios, para unirse a El: Dios se
revela a nosotros en su Hijo Jesús: «Quien le ve, ve a su Padre», 31. -2.
Cristo, nuestro modelo en su persona: Dios perfecto; Hombre perfecto; la gracia,
signo fundamental de semejanza con Cristo, considerado en su condición de Hijo
de Dios, 33. -3. Cristo nuestro modelo en sus obras y virtudes, 36. -4.
Nuestra imitación de Cristo se realiza: a) por la gracia b) por esa disposición
fundamental de dirigirlo todo a la gloria de su Padre.
«Christianus
alter Christus», 39.
-Cristo, por sus satisfacciones, nos merece la
gracia de la filiación divina, 42. -1. Imposibilidad para el linaje
humano, descendiente de Adán pecador, de reconquistar la herencia eterna; sólo
un Dios hecho hombre puede dar una satisfacción plena y suficiente, 43. -2.
Jesús salvador; valor infinito de todos los actos del Verbo Encarnado. Sin
embargo de ello, de hecho, la Redención no se opera sino por el Sacrificio de
la Cruz, 45. -3. Cristo merece, no sólamente para sí, sino para
nosotros. Este mérito tiene su fundamento en la gracia de Cristo, constituído
Cabeza del género humano; en la libertad soberana y el amor inefable con que
Cristo arrostró su Pasión por todos los hombres, 47. -4. Eficacia
infinita de las satisfacciones y de los méritos de Cristo; confianza ilimitada
que de ellos dimana, 50. -5. Ahora, Cristo sin cesar aboga junto al Padre
en favor nuestro. Cómo glorificamos a Dios al hacer valer nuestros derechos a
las satisfacciones de su Hijo, 52.
4. Jesucristo, causa eficiente de toda
gracia. Causa efficiens
-1. Durante la existencia terrena de
Jesucristo, su humanidad era, como instrumento del Verbo, fuente de gracia y de
vida, 58. -2. Cómo obra Cristo después de Ascensión. Medios oficiales:
los sacramentos producen la gracia por sí mismos, pero en virtud de los méritos
de Cristo, 60. -3. Universalidad de los sacramentos; se extienden a toda
nuestra vida sobrenatural; confianza ilimitada que debemos tener en estas
fuentes auténticas, 64. -4. Poder de santificación de la humanidad de
Jesús fuera de los sacramentos, por el contacto espiritual de la fe.
Importancia capital de esta verdad, 67.
5. La Iglesia, cuerpo místico de Jesucristo
-El misterio de la Iglesia, inseparable del
misterio de Cristo. Los dos no forman más que uno, 72. -1. La Iglesia,
sociedad fundada sobre los apóstoles: depositaria de la doctrina y de la
autoridad de Jesús, dispensadora de los sacramentos, continuadora de su obra de
religión. No se va a Cristo sino por la Iglesia, 73. -2. Verdad que pone
de relieve el carácter particular de la visibilidad de la Iglesia: Dios quiere
gobernarnos por los hombres: importancia de esta economía sobrenatural,
resultante de la Encarnación. Por ella se glorifica a Jesús y se ejercita
nuestra fe.- Nuestros deberes con la Iglesia, 76. -3. La Iglesia, cuerpo
místico; Cristo es la cabeza, porque tiene toda primacía. Profundidad de esta
unión; formamos parte de Cristo, todos una cosa en Cristo. Permanecer unidos a
Jesús y entre nosotros mismos por la caridad, 79.
6. El Espíritu Santo, espíritu de Jesús
-La doctrina sobre el Espíritu Santo completa
la explicación del plan divino: importancia capital de este asunto, 85. -1.
El Espíritu Santo en la Trinidad: procede del Padre y del Hijo por amor, se le
atribuye la santificación, porque ésta es obra de amor, de perfeccionamiento y
de unión, 87. -2. Operaciones del Espíritu Santo en Cristo: Jesús es
concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; gracia santificante, virtudes y
dones conferidos por el Espíritu Santo al alma de Cristo; la actividad humana
de Cristo dirigida por el Espíritu Santo, 90. -3. Operaciones del Espíritu
Santo en la Iglesia; el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, 94. -4. Acción
del Espíritu Santo en las almas donde mora, 96. -5. Doctrina de los
dones del Espíritu Santo, 99. -6. Nuestra devoción al Espíritu Santo:
invocarle y ser fieles a sus inspiraciones, 103.
SEGUNDA
PARTE
Fundamento
y doble aspecto de la vida cristiana
1. La fe en Jesucristo, fundamento de la
vida cristiana
-La fe, primera disposición del alma, y
cimiento de la vida sobrenatural, 107. -1. Cristo exige la fe como
condición previa de la unión con él, 110. -2. Naturaleza de la fe:
asentimiento al testimonio de Dios proclamando que Jesús es su Hijo, 112. -3.
La fe en la divinidad de Jesucristo es el fundamento de nuestra vida interior;
el Cristianismo es la aceptación de la divinidad de Cristo en la Encarnación,
114. -4. Ejercicio de la virtud de la fe; fecundidad de la vida interior
basada en la fe, 117. -5. Por qué debemos tener fe viva, sobre todo en
el valor infinito de los méritos de Cristo. Cómo la fe es fuente de gozo, 120.
2. El Bautismo, sacramento de adopción y de
iniciación, muerte y vida
-El Bautismo, primero de todos los Sacramentos,
124. -1. Sacramento de adopción divina, 125. -2. Sacramento de
iniciación cristiana; simbolismo y gracia del Bautismo explicados por San
Pablo, 128. -3. Cómo la existencia de Cristo encierra el doble aspecto
de «muerte» y de «vida», que reproduce en nosotros el Bautismo, 131. -4.
Toda la vida cristiana no es más que el desarrollo práctico de la doble gracia
inicial conferida en el Bautismo; «muerte al pecado» y «vida para DIos».
Sentimientos que debe despertar en nosotros el recuerdo del Bautismo: gratitud,
alegría y confianza, 133.
II-A
parte
La
muerte para el pecado
-La muerte para el pecado, fruto primero de la
gracia bautismal, primer aspecto de la vida cristiana, 139. -1. El pecado
mortal, desprecio en la práctica de los derechos y perfecciones de Dios; causa
de los padecimientos de Cristo, 140. -2. El pecado mortal destruye la
gracia, principio de la vida sobrenatural, 144. -3. Expone el alma a la
privación eterna de Dios, 145. -4. Peligro de las faltas veniales, 148.
-5. Vencer la tentación con la vigilancia, la oración y la confianza en
Jesucristo, 151.
4. El sacramento y la virtud de la
penitencia
-1. Cómo, por el perdón de los
pecados, manifiesta Dios su misericordia, 154. -2. El sacramento de la
penitencia; sus elementos: la contrición, su particular eficacia en el
sacramento; la declaración de los pecados constituye un homenaje a la humanidad
de Cristo; la satisfacción no tiene valor si no es unida a la expiación de Jesús,
156. -3. La virtud de la penitencia es necesaria para mantener en
nosotros los frutos del sacramento; naturaleza de esta virtud, 162. -4.
Su objeto: restablecer el orden y hacernos semejantes a Jesús crucificado.
Principio general y diversas aplicaciones de su ejercicio, 164. -5. Cómo
en Cristo hallamos consuelo y cómo unidos a los suyos adquieren valor nuestros
actos de renunciación, 166. -6. Conforme al espíritu de la Iglesia es
preciso contectar los actos de la virtud de la penitencia con el sacramento,
169.
II-B
parte
La
vida para Dios
-El Cristianismo, religión de vida, 174. -1.
Carácter fundamental de nuestras obras: la verdad; obras conformes a nuestra
naturaleza de seres racionales: armonía de la gracia y de la naturaleza en
conformidad con nuestra individualidad y especialización, 175. -2.
Realizar nuestras obras en la caridad, en estado de gracia; necesidad y
fecundidad de la gracia para la vida sobrenatural, 179. -3. Maravillosa
variedad de los frutos de la gracia en las almas; la raíz de que procede es sin
embargo para todos la misma, 183.
6. Nuestro progreso sobrenatural en
Jesucristo
-La vida sobrenatural está sujeta a una ley de
progreso, 187. -1. Aparte de los sacramentos, la vida sobrenatural se
perfecciona con el ejercicio de las virtudes, 189. -2. Las virtudes
teologales. Naturaleza de esas virtudes; son características de la cualidad de
hijo de Dios, 191. -3. Por qué debe ser dada la preeminencia a la
caridad, 193. -4. Necesidad de las virtudes morales adquiridad e infusas,
196. -5. Las virtudes morales salvaguardan la caridad, la cual a su vez
las preside y las perfecciona, 198. -6. Aspirar a la caridad perfecta por
la pureza de intención, 200. -7. La caridad puede informar todas las
acciones humanas; sublimidad y sencillez de la vida cristiana, 202. -8.
Fruto de la caridad y de las virtudes que ella rige: hacernos crecer en Cristo,
para completar su cuerpo místico, 205. -9. El progreso sobrenatural
puede ser continuo hasta la muerte: «donec occurramur omnes... in mensuram ætatis
plenitudinis Christi», 206.
-La Eucaristía, fuente de vida divina, 210. -1.
La Eucaristía considerada como sacrificio; trascendencia del sacerdocio de
Cristo, 212. -2. Naturaleza del sacrificio; cómo los sacrificios
antiguos no eran más que figuras; la inmolación del Calvario, única realidad,
valor infinito de esta oblación, 213. -3. Se reproduce y renueva por el
sacrificio de la Misa, 216. -4. Frutos inagotables del sacrificio del
altar; homenaje de perfecta adoración, sacrificio de propiciación plenaria; única
acción de gracias digna de Dios; sacrificio de poderosa impetración, 218. -5.
Intima participación en la oblación del altar por nuestra unión con Cristo,
Pontífice y víctima, 222.
-La Comunión eucarística es el medio más
eficaz para mantener en nosotros la vida sobrenatural, 227. -1. La Comunión
es el convite en que Cristo se da como pan de vida, 228. -2. Por la
Comunión, Jesucristo mora dentro de nosotros y nosotros dentro de él, 229. -3.
Diferencia entre los efectos del sustento corporal y los frutos de la manducación
eucarística; cómo Cristo nos transforma en El; influencia que en el cuerpo
ejerce este maravilloso alimento, 231. -4. La preparación es necesaria
para asimilarse los frutos de la Comunión, 234. -5. Disposiciones
remotas: absoluta donación de uno mismo a Jesucristo: orientar todas nuestras
acciones en orden a la Comunión, 236. -6. Disposiciones próximas: fe,
confianza y amor; cómo premia el Señor tales disposiciones: la Comunión
constituye la más alta participación de la divina filiación de Jesucristo.
Diversidad de «fórmulas» y disposiciones interiores en la preparación
inmediata, 239. -7. Acción de gracias después de la Comunión: «Mea
omnia tua sunt et tua mea», 244.
-La alabanza divina es parte esencial de la
misión santificadora que Cristo confía a la Iglesia, 247. -1. El Verbo
Eterno, cántico divino; la Encarnación asocia el género humano a este cántico,
248. -2. La Iglesia encargada de organizar, guiada por el Espíritu
Santo, el culto público de su Esposo; empleo que en él se hace de los Salmos;
cómo esos cánticos inspirados ensalzan las perfecciones divinas, expresan
nuestras necesidades, y nos hablan de Cristo, 250. -3. Gran poder de
intercesión de esa alabanza en labios de la Esposa, 253. -4. Cuantiosos
frutos de santificación; la oración de la Iglesia, manantial de luz, nos hace
participar de los sentimientos del alma de Cristo, 255. -5. También nos
hace partícipes de sus misterios: senda segura e infalible para asemejarnos a
Jesús, 256. -6. Por qué y cómo la Iglesia honra y celebra a los
santos, 260.
-Importancia de la oración: la vida de oración
es transformante, 262. -1. Naturaleza de la oración: conversación del
hijo de Dios con su Padre celestial bajo la influencia del Espíritu Santo, 264.
-2. Dos factores afectarán a los términos de esta conversación: primer
factor: la medida de la gracia de Cristo; suma discreción que debe observarse a
este propósito; doctrina de los principales maestros de la vida espiritual; el
método no es el mismo que la oración, 268. -3. Segundo elemento: estado
del alma. Las distintas fases de la vida de perfección caracterizan, de una
manera general, los diversos grados de la vida de oración. Trabajo discursivo
de los principios, 271. -4. De cuanta importancia sea en la vía
iluminativa la contemplación de los misterios de Cristo: el estado de oración,
272. -5. La oración de fe; la oración extraordinaria, 276. -6.
Disposiciones indispensables para hacer fructuosa la oración; pureza de corazón,
recogimiento del espíritu, abandono, humildad y reverencia, 277. -7. Sólo
la unión con Cristo por la fe puede hacer fecunda la vida de oración; alegría
que produce en el alma, 279.
11. Amaos los unos a los otros
-1. La caridad fraterna,
mandamiento nuevo y signo distintivo de las almas que pertenecen a Cristo. Por
qué el amor para con el prójimo es la manifestación del amor para con Dios,
282. -2. Principio de esa economía; extensión de la Encarnación; no
hay más que un solo Cristo; no puede nadie separarse del cuerpo místico sin
separarse del mismo Cristo, 288. -3. Ejercicios y formas diversas de la
caridad; su modelo a de ser la de Cristo, siguiendo las exhortaciones de San
Pablo: «ut sint consummati in unum», 290.
12. La Madre del Verbo encarnado
-Lugar que ocupa la devoción a María en
nuestra vida espiritual; el discípulo de Cristo debe, como Jesús, ser hijo de
María, 295. -1. Lo que María ha dado a Jesús. Por su «fiat», la
Virgen aceptó dar al Verbo una naturaleza humana; es la Madre de Cristo; en
virtud de esto, entra esencialmente en el misterio vital del Cristianismo, 297.
-2. Lo que Jesús a dado a su Madre. La escogió entre todas las mujeres;
la ha amado y obedecido; la ha asociado de una manera muy íntima a sus
misterios, principalmente al de la Redención, 299. -4. Fecundidad que
reporta al alma la devoción a María. María inseparable de Jesús en el plan
divino; su crédito todopoderoso; su gracia de maternidad espiritual. Pidamos a
María «que forme a Jesús» en nosotros, 305.
-La herencia del cielo, término final de
nuestra predestinación adoptiva, 310. -1. La bienaventuranza eterna
consiste en la visón de Dios cara a cara, en el amor inmutable y en la alegría
perfecta, 312. -2. Los cuerpos de los justos han de participar, después
de la resurrección, de esa bienaventuranza; gloria de esa resurrección ya
realizada en Cristo, cabeza de su cuerpo místico, 316. -3. El grado de
nuestra bienaventuranza determinado ya aquí en la tierra según la medida de
nuestra gracia; cómo San Pablo exhorta a los fieles a progresar en el ejercicio
de la vida sobrenatual «hasta el día de Cristo», 318.
Dom Columba Marmion
(1858-1923)
Hijo de Irlanda
José Marmion nació el 1 de abril de 1858 en
la Isla de los Santos, en un ambiente impregnado de fe cristiana. Su padre era
irlandés, y su madre francesa. De esta doble ascendencia parte su naturaleza
rica y compleja: muy sensible, exuberante, lleno de jovialidad, pero
impresionable; corazón confiado, generoso, comprensivo, tenía el sentido y el
gusto de la bondad; inteligencia clara y penetrante, gozaba de la fe
inquebrantable de sus padres. En la medida en que Dios le había dotado, así
también tendría sus destinos sobre él.
Sacerdote
Hacia el fin de sus estudios secundarios en el
Belvedere College, dirigido por los Padres Jesuitas, se siente llamado al
sacerdocio. A pesar de sentir fuertemente la aspereza del sacrificio, se da a
Dios con alegría y sin reserva. Recibe la formación sacerdotal en el Seminario
de Clonliffe, cerca de Dublín, y luego en Roma, donde termina brillantemente
sus estudios teológicos. Es ordenado sacerdote en el Colegio Irlandés el 16 de
junio de 1881. Reintegrado a su país, ejerce durante algunos años el
ministerio pastoral en su diócesis y enseña filosofía en Clonliffe.
Dondequiera que va se aprecia vivamente su celo ardiente y su abnegación a toda
prueba.
Monje benedictino
Pero Dios le quería en otra parte. Como
tantos otros antiguos monjes de su raza, el presbítero José Marmion dejó su
amada patria. Recibe el hábito monástico y el nuevo nombre irlandés de
Columba, en la abadía de Maredsous (Bélgica). Monje ya, lo será totalmente
durante toda su vida.
En la vida religiosa se distinguió por una
constante fidelidad a la gracia, una intensa piedad y una admirable solicitud
por adquirir la perfecta obediencia. El día de su profesión solemne, escribió
en su diario íntimo: «Abandono todas las cosas, todas mis inclinaciones, aún
las más santas, dejando enteramente la elección de mis ocupaciones a la
obediencia, sacrificando mis gustos y tomando solemnemente la resolución de
emplear todo el resto de mi vida, si la obediencia me lo ordena, en las acciones
que carecen de gusto para mí y por las que puedo sentir una gran repugnancia».
En 1899 fue enviado a la nueva abadía de Mont-César,
en Lovaina; permaneció allí diez años en calidad de prior y profesor de
teología de los monjes jóvenes, predicando al mismo tiempo muchos retiros a
sacerdotes y a casas religiosas. Entonces es cuando llega a su madurez, en la
oración y el ministerio de las almas, su doctrina espiritual tan humana, tan
luminosa, tan equilibrada, centrada en Jesucristo y la misericordiosa bondad del
Padre celestial: doctrina vivida antes de ser predicada, y predicada para ser
vivida. Apóstol lleno de celo, divulga con largueza su palabra tanto entre sus
hermanos como en el exterior: en Bélgica, en Francia, en Irlanda y en
Inglaterra. En Lovaina encuentra a Mons. Mercier, más tarde Cardenal, que le
honró desde entonces con su fiel amistad y le escogió como confesor. La
elocuencia de este gran monje, espontánea, simple, cordial, llena de humor y de
bondad, brotando de un corazón ardiente por Cristo y sus miembros, arrebataba y
elevaba los corazones. El Cardenal Mercier escribía un día de Dom Marmion: «Hace
tocar a Dios».
Abad de Maredsous
Elegido el 29 de septiembre de 1909 para la
silla abacial de su Monasterio de profesión, Dom Columba lo gobernó hasta su
piadosa muerte, el 30 de enero de 1923. Verdadero padre de sus monjes, fue ante
todo para ellos un guía de vida interior y doctor de los misterios de Cristo.
De salud frágil y de temperamento delicado, sintió vivamente las múltiples
pruebas de estos trece años de abadiado que fueron teatro de la guerra de
1914-1918. Gustaba afirmar animosamente: «Trato de ir con una sonrisa al
encuentro de todo lo que me contraría».
El hombre de Dios
He aquí algunos pensamientos suyos, proyección
de su vida profunda en Cristo: «Creo en el amor del Padre, y deseo que
en retorno, vea mi amor por El en Jesucristo». «Siento cada vez más
que no puedo nada sino en Dios. Amo esta pobreza, y me apoyo sin temor en
la bondad de nuestro Padre Celestial...» «Encuentro a Cristo por todo y en
todo... Soy tan pobre, tan miserable en mí mismo y tan rico
en El; a El toda la gloria para siempre». «Como todos los días en el altar a
Jesucristo, para tener la gracia de dejarme comer también cada día por las
almas. Ojalá Cristo sea glorificado en mi destrucción, como lo ha sido por su
sacrificio».
Irradiación espiritual
Dios que le había dotado tan ricamente de
cualidades naturales, de luces y gracias no quiso que su influencia espiritual
se limitara a aquellos a quienes pudiera llegar su palabra. Sus conferencias
publicadas a partir del 1917, traducidas a más de diez lenguas, conocieron en
seguida a través del mundo un éxito inmenso que ha continuado desde entonces.
Así ha podido él revelar a los cristianos la auténtica e integral
espiritualidad de la Iglesia que se centra en el Señor Jesús y en sus
misterios de salvación. Buenos jueces no han dudado en reconocer en él un
maestro de la vida interior y un doctor de la adopción divina. El Papa
Benedicto XV que utilizaba personalmente sus libros, declaró en el curso de una
audiencia al mismo Dom Marmion, mostrándole sobre el estante de sus libros
familiares, Jesucristo, vida del alma... «Habéis escrito un hermoso
libro». Y dirigiéndose un día a Mons. Szepticky, arzobispo de Lemberg, le
dijo: «Leed esto, es la pura doctrina de la Iglesia». Pío XII, para celebrar
el centenario del nacimiento de Dom Marmion, escribía en 1958 en una carta: «Las
obras publicadas de este gran hijo de san Benito, tan notables por la justeza de
la doctrina, la claridad de su estilo, la profundidad y riqueza del pensamiento,
han sido una preciosísima aportación al tesoro de los escritos espirituales de
la Iglesia».
Hacia la beatificación
Este carisma de influencia larga y profunda
que acompaña a la doctrina de Dom Marmion, la impresión viva que dejó en
numerosos testigos de su vida, que proclaman haber encontrado en él un hombre
de Dios, «un santo que era un hombre» (según la feliz expresión de un
sacerdote oyente de su predicación); numerosos favores espirituales y
temporales recibidos por su intercesión, todo esto parecía evidenciar un
designio especial de Dios. En consecuencia, de todos los ámbitos del mundo y de
todos los ambientes sociales, se ha elevado un llamamiento al juicio oficial de
la Iglesia sobre esta reputación de santidad.
Su excelencia Mons. Charue, obispo de Namur,
quiso aceptar la misión de instruir la causa de Dom Columba Marmion. Así, los
procesos diocesanos para la beatificación del Siervo de Dios comenzaron en
Namur el 7 de febrero de 1957, y terminaron en Maredsous el 20 de diciembre de
1961. Actualmente la Causa se halla bajo el juicio de la Santa Sede.
Dígnese el Espíritu Santo, el Espíritu de
adopción de los hijos de Dios en Jesucristo, cuyo misterio vivió el Siervo de
Dios tan intensamente y del cual habló en forma tan espléndida, manifestar
claramente con milagros su valiosa intercesión cerca del Padre de las
Misericordias.
Presentación
de esta edición
En el árbol único de la Teología cristiana
la Teología Espiritual ha sido la rama última en nacer, sintetizando así
en sí misma, en orden a la vida espiritual, todos los demás conocimientos dogmáticos
o morales, litúrgicos, canónicos o históricos. En efecto, el papa Benedicto
XV, en 1919, expresaba en una carta a la universidad Gregoriana su alegría por
la creación de una cátedra «dedicada a procurar una más profunda formación
religiosa del clero mediante el estudio científico y práctico de las
principales cuestiones concernientes a la perfección cristiana». El
estudio científico de la teología espiritual podría así «corregir aquel
ascetismo vago y sentimental o aquel erróneo misticismo» en el que fácilmente
derivan quienes no conocen suficientemente «los verdaderos principios de la
vida espiritual». La espiritualidad cristiana, por tanto, debe ser estudiada
como una «ciencia teológica», y concretamente «bajo la orientación y guía
segura del Aquinate, quien, como en las demás disciplinas sagradas, también en
ésta se manifiesta como el gran Doctor y gran Santo».
Poco después Pío XI, en la encíclica Studiorum
duce (1923), daba rango académico a este mismo planteamiento de la Teología
espiritual, encomendándola también a la orientación de Santo Tomás de
Aquino. Y a lo largo de nuestro siglo el Magisterio apostólico ha vuelto a
insistir en ocasiones importantes en la necesidad de arraigar siempre la Teología,
también por supuesto la Teología espiritual, en sus raíces bíblicas y
tradicionales, tomando precisamente como maestro a Santo Tomás. En cuanto a la
concreta orientación tomista de la teología católica recordaremos que
ha sido impulsada, por ejemplo, por el Concilio Vaticano II (OT 16, GE 10), por
la Sagrada Congregación para la Educación Católica (instrucción de 1976
sobre La formación teológica en los Seminarios, n.48) o por el mismo Código
de Derecho Canónico de 1983 (c.252).
Pues bien, los escritos de Dom Columba Marmion
realizan maravillosamente estos ideales de la Iglesia acerca de la teología
espiritual. Por eso escapan en buena medida a la erosión del tiempo, y guardan
hoy una admirable lozanía. Se trata de obras que están siempre iluminadas por
el esplendor de la sabiduría bíblica y patrística, litúrgica y conciliar, y
que de Santo Tomás reciben fórmulas tan profundas como bellas y precisas.
Merecía, pues, la pena reeditar estos escritos, ya que, por otra parte, son
gratamente asequibles a cualquier lector que tenga un mínimo de formación
personal.
La presente edición de Jesucristo, vida del
alma ha sido amablemente autorizada por el actual abad de Maredsous, P.
Nicolas Dayez. En vistas a una futura biblioteca informatizada, hemos preferido
incluir en el mismo texto las citas bíblicas, y también otras notas de pie de
página, señalando éstas entre corchetes [...]. Por lo que se refiere a los
textos originales latinos, que Dom Marmion reproducía casi siempre al citar los
textos bíblicos o litúrgicos, o los Concilios, Padres y Doctores, nosotros los
hemos transcrito sólamente en aquellos pasajes que nos han parecido más
elegantes o significativos.
FUNDACIÓN GRATIS DATE