CATENA AUREA - SANTO TOMÁS DE AQUINO |
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17-19 - 20-22 - 25-26 - 27-28 - 29-30 - 31-32 - 33-37 - 38- 42 - 43-48 |
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01-03 |
Y viendo Jesús a las turbas subió a un monte, y después de haberse sentado, se llegaron sus discípulos. Y abriendo su boca, los enseñaba, diciendo: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". (vv. 1-3)
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
Todo artífice según su profesión, se
alegra viendo las oportunidades para obrar: un carpintero, cuando ve
un árbol bueno, desea cortarlo para emplearlo en obras de su oficio; y
el sacerdote, cuando ve una iglesia llena, se alegra en su interior y
se siente movido a enseñar. Así el Señor, viendo la muchedumbre se
sintió movido a predicar. Por ello dice: "Viendo Jesús las turbas
subió a un monte".
San Agustín,
de consensu evangelistarum, 2,19
Aquí parece que quiso evitar el verse
envuelto por la muchedumbre y por ello subió al monte para hablar a
solas a sus discípulos.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,1
En esto de predicar sobre un monte y en la
soledad, y no en la ciudad ni en el foro, nos enseñó a no hacer nada
por ostentación y a separarnos del tumulto, principalmente cuando
conviene dialogar de cosas importantes.
Remigio
Debe saberse que Jesús tuvo tres sitios de
refugio: la barca, el monte y el desierto, a los cuales se retiraba
cuando se veía acosado por la muchedumbre.
San Jerónimo,
in Matthaeum, 5
Creen algunos hermanos sencillos que
nuestro Señor enseñó lo que sigue en el monte de los olivos, lo que de
ningún modo es verdad. Tanto por los antecedentes y los consiguientes
se demuestra el lugar, que creemos sea el Tabor o algún monte elevado.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
Subió, pues, a un monte, primeramente para
cumplir la profecía de Isaías que dice: "Sube tú sobre un monte" (
Is 40,9); después para manifestar que el que
enseña la Palabra de Dios, lo mismo que el que la oye, deben
constituirse en cumbre de virtudes. Ninguno puede estar en el valle y
hablar a la vez desde el monte. Si estás sobre la tierra hablas de las
cosas terrenas, pero si estuvieras en el cielo hablarías de las cosas
celestiales. O de otro modo, subió al monte para manifestar que todo
el que quiera conocer los misterios de la verdad debe subir al monte
de la Iglesia, de quien el profeta dice: "El monte del Señor es un
monte rico" ( Sal 67,16).
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Subió a un monte porque colocado en la
cumbre de la majestad del Padre dio los preceptos celestiales de la
vida.
San Agustín,
de sermone Domini, 1,1
O subió al monte para significar que eran
menores los preceptos divinos que fueron dados por Dios por medio de
sus profetas al pueblo de los judíos, a quien convenía advertir por
medio del temor, y que se dispensaron mayores gracias por medio del
Hijo de Dios, cuyo pueblo era conveniente librar por medio de la
caridad.
Prosigue: "Y después
de haberse sentado se llegaron a El sus discípulos".
San Jerónimo
Por lo tanto, no habla de pie sino
sentado, porque no podían entenderlo si hubiese estado rodeado de su
inmensa majestad.
San Agustín,
de sermone Domini, 1,1
Cuando uno se sienta para enseñar
demuestra la dignidad de maestro. Se acercaron sus discípulos para
que, oyendo sus divinas palabras, estuvieran más cerca de su cuerpo
los que se acercaban con el espíritu por medio del cumplimiento de los
preceptos divinos.
Rábano
Hablando en sentido místico, el acto de
sentarse del Salvador representa su Encarnación, porque si Dios no se
hubiese encarnado, el género humano no hubiese podido subir hasta El.
San Agustín,
de consensu evangelistarum, 2,19
Llama la atención que San Mateo diga que
este sermón tuvo lugar en el monte y estando sentado el Señor. San
Lucas dice que lo predicó en un sitio campestre y de pie. En esto se
manifiesta que San Mateo habla de un sermón y San Lucas de otro. ¿Qué
importa el que Cristo repitiese alguna cosa que ya había dicho antes o
hacer otra vez lo que ya había hecho? Aunque esto hubiese sucedido en
alguna parte determinada del monte, se sabe que Jesucristo estuvo
antes con sus discípulos cuando eligió doce de ellos. Después bajó, no
del monte, sino de la misma cumbre del monte, a un lugar campestre,
esto es, a alguna llanura del mismo monte en donde pudiesen caber
muchos. Allí estuvo de pie hasta que la gente se reunió a su
alrededor, y después, habiéndose sentado colocó cerca de sí a sus
discípulos y en esta disposición dirigió la palabra lo mismo a sus
discípulos que a la demás gente, pronunciando aquel sermón que
refieren San Mateo y San Lucas con diversa forma pero igual en el
fondo.
San Gregorio,
Moralia, 1,4
Como Jesús había de expresar preceptos
sublimes en el monte, se dice como introducción: "Y abriendo su boca
los enseñaba", El, que poco tiempo antes había abierto la boca de los
profetas.
Remigio
Donde se lea que Jesús abrió la boca,
entiéndase que es que va a decir grandes cosas.
San Agustín,
de sermone Domini, 1,1
Dice: "Abriendo su boca", para que esta
misma detención advierta lo largo que ha de ser el sermón que se ha de
pronunciar.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,1
Dice esto el evangelista para que sepas
que enseñaba su verdad, unas veces abriendo su boca, y otras con la
voz de sus obras.
San Agustín,
de sermone Domini, 1,1
Si alguno medita de una manera piadosa y
conveniente, encontrará en este sermón cuanto se refiere a las buenas
costumbres y al modo perfecto de vivir cristianamente. Por ello
concluye así el sermón: "Todo aquel que oye estas mis palabras y hace
cuanto le digo, le compararé con un hombres sabio" (
Mt 7,24).
San Agustín,
de civitate Dei, 19,1
Ninguna causa hay para el filosofar más
que el fin bueno; por otra parte lo que hace a uno bienaventurado eso
es un fin bueno. Por esto comienza por la beatitud diciendo:
"Bienaventurados los pobres de espíritu".
San Agustín,
de sermone Domini, 1,1
La presunción del espíritu representa el
orgullo y la soberbia. Se dice vulgarmente que los soberbios tienen un
espíritu grande y con toda propiedad, porque el espíritu se llama
viento. ¿Quién ignora que a los soberbios se les llama inflados como
si estuvieran llenos de viento? Por lo cual, aquí se entienden por
pobres de espíritu los humildes que temen a Dios, esto es, los que no
tienen espíritu que hincha.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,1-2
Aquí llama espíritu a la altivez y el
orgullo. Cuando uno se humilla obligado por la necesidad no tiene
mérito, por lo cual llama bienaventurados a aquellos que se humillan
voluntariamente. Empieza cortando de raíz la soberbia y empieza así
porque la soberbia fue la raíz y la fuente del mal en el mundo. Contra
ella pone la humildad como un firme cimiento, porque una vez colocada
ésta debajo, todas las demás virtudes se edificarán con solidez; pero
si ésta no sirve de base, se destruye cuanto se levante por bueno que
sea.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
Por ello dice claramente: "Bienaventurados
los pobres de espíritu" para manifestar así que son mendigos los que
siempre escuchan a Dios. En el texto griego dice: Bienaventurados los
mendigos y los pobres. Hay muchos que son humildes por naturaleza, no
por la fe, porque no imploran la ayuda de Dios. Pero sólo son
verdaderamente humildes los que lo son según la fe.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,1
O pobres de espíritu se pueden llamar
también a los temerosos, a quienes tiemblan ante los juicios de Dios,
como el mismo Dios lo dice por boca de Isaías. ¿Qué más hay que
simplemente humildes? Pues humilde, aquí es ciertamente el sencillo,
pero también el muy rico.
San Agustín,
de sermone Domini, 1,2
Los soberbios apetecen los cosas de la
tierra pero de los humildes es el Reino de los Cielos.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
Así como todos los vicios conducen al
infierno, especialmente la soberbia, así todas las virtudes conducen
al cielo, especialmente la humildad, porque es muy natural que sea
ensalzado el que se humilla.
San Jerónimo
Bienaventurados los pobres de espíritu,
esto es, los que por obra del Espíritu Santo se hacen pobres
voluntariamente.
San Ambrosio,
de officiis, 1,16
Aquí empieza la bienaventuranza en el
juicio de Dios, donde es considerada la postración humana.
Glosa
A los pobres se ofrecen oportunamente en
la vida presente las riquezas del cielo.
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04 |
"Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra". (v. 4)
San Ambrosio,
in Lucam, 5,54
Cuando me contentase con la simplicidad y
me alejase del mal, me quedara aún el moderar mis costumbres. ¿De qué
me aprovecharía carecer de los bienes de la tierra si no fuese manso?
Con todo acierto continúa: "Bienaventurados los mansos".
San Agustín,
de sermone Domini, 1,2
Mansos son aquellos que ceden a las
exigencias injustas, no resisten el mal y vencen las malas acciones
con las buenas.
San Ambrosio,
in Lucam 5,54
Calma tu afecto para que no te enojes, y
si alguna vez te alteras, no peques. Es muy laudable el moderar la
alteración con la reflexión y no es una virtud menor dominar la ira
que nunca airarse; porque cuando comúnmente esto es más manejable, lo
otro es más valorado.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 2
Pelean los que no son mansos y se disputan
las cosas temporales, pero siempre serán bienaventurados los humildes,
porque ellos heredarán una tierra de donde nadie los podrá arrojar.
Aquella tierra de la que se dice en el salmo: "Mi riqueza está en la
tierra de los vivos" ( Sal 140,6). Esto
significa cierta estabilidad de la eterna herencia, donde el alma
descansa por el buen afecto como en su propio lugar. Así como el
cuerpo descansa en la tierra y de allí saca su alimento, la misma es
el descanso y la vida de los santos.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
Pero la tierra aquí, como algunos dicen,
todo el tiempo que se conserve en este estado es tierra de muertos
porque está sujeta a la vanidad. Cuando queda libre de la corrupción
entonces se convierte en tierra de vivos para que la hereden los
mortales. He leído otro expositor que dice que la tierra, de este modo
considerada, es como un cielo en el cual habrán de habitar los santos
y se llama tierra de vivos. Esto puede considerarse como un cielo
inferior puesto que se considera el cielo de arriba como superior.
Otros dicen que nuestro cuerpo es tierra, y todo el tiempo que está
sujeto a la muerte se llama tierra de muertos. Pero cuando está
conforme con la gloria del cuerpo de Cristo se llama tierra de vivos.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
El Señor ofrece a los mansos la posesión
de la tierra, esto es, de su cuerpo, aquel que El mismo tomó. Y como
por la mansedumbre de nuestro corazón habita Jesucristo en nosotros,
cuando esto sucede, también quedamos adornados con la gloria de su
cuerpo.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom 15,3
O de otro modo, Jesucristo mezcló aquí las
cosas sensibles con las promesas espirituales. Puesto que se considera
que quien es manso pierde todas sus cosas, le promete lo contrario
diciendo: "Que poseerá sus cosas con perseverancia todo aquel que no
sea soberbio; el que es de otro modo, pierde muchas veces su alma y la
herencia paternal". Por lo que el profeta había dicho: "Los mansos
heredarán la tierra" ( Sal 36) y formó su
sermón con las palabras acostumbradas.
Glosa
Los mansos, que se poseyeron a sí mismos,
poseerán la herencia del Padre en la vida futura. Y más es poseer que
tener, puesto que muchas cosas que tenemos las perdemos al instante.
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05 |
"Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados". (v. 5)
San Ambrosio,
in Lucam, 5,55
Cuando hagas esto, para que seas pobre y
manso acuérdate que eres pecador y llora tus pecados. Por eso sigue:
"Bienaventurados los que lloran". Con toda propiedad se aplica la
tercera bienaventuranza al que llora sus pecados porque la Trinidad es
quien perdona los pecados.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Se llaman llorantes, no los que se
entristecen llorando la orfandad o las afrentas u otros daños, sino
los que lloran sus pecados.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
Y los que lloran sus pecados pueden
llamarse en realidad bienaventurados, pero a medias. Más
bienaventurados son aquellos que lloran los pecados ajenos, tales
conviene que sean todos los maestros.
San Jerónimo
El luto del que se trata aquí no es por
los muertos según la ley común de la naturaleza, sino por los que han
muerto a causa del pecado y los vicios. Así lloró Samuel a Saúl (
1Sam 16), y San Pablo a aquellos que después
de sus actos de impureza necesitaban arrepentirse (
2Cor 12,21).
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
El consuelo de los que lloran será el luto
y los que lloran sus pecados se consolarán cuando obtengan el perdón.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,3
Y aun cuando sea suficiente disfrutar de
su perdón, no termina la retribución en el perdón de los pecados, sino
que los hace partícipes de muchos consuelos tanto para la vida
presente como para la futura. El Señor da siempre retribuciones
mayores que los trabajos.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
Y los que lloran los pecados ajenos
también serán consolados, puesto que cuando conozcan en la otra vida
la gran bondad de Dios, de cuyas manos nadie les podrá ya arrebatar, y
comprendan que los que se perdieron no eran de Dios, se alegrarán de
aquellos que habiendo dejado la aflicción han sido constituidos en
herederos de la gloria.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 2
El luto es la tristeza que ocasiona la
pérdida de personas queridas. Los convertidos a Dios pierden todo lo
más querido que tienen en este mundo. No se gozan en aquellas cosas en
que antes se alegraban y hasta que no posean el amor de la cosas
eternas son heridos por alguna tristeza. Se consolarán en el Espíritu
Santo, el cual con toda propiedad se llama Paráclito, lo que quiere
decir consolador, porque enriquece con la eterna alegría a los que
pierden la alegría temporal. Por lo tanto dice: "Puesto que ellos
serán consolados".
Glosa
Por el luto se entiende también dos clases
de compunción, a saber, por las miserias de esta vida y por el deseo
de las cosas celestiales. Por esta causa la hija de Calef pidió el
rocío del cielo y de la tierra. Esta clase de luto no la tiene sino el
pobre y el manso, el cual como no ama al mundo porque lo considera
pobre, apetece el cielo. Por esto se ofrece oportunamente a los que
lloran el consuelo, para que el que se entristece en la vida presente
goce en la vida futura. Es mayor la retribución del que llora que la
del pobre y el manso. Más vale gozar en el Reino que tener y poseer.
Tenemos muchas cosas a costa de dolores y las poseemos.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,3
Obsérvese que propuso esta bienaventuranza
con cierta intención. Y por ello no dijo: "Los que se entristecen"
sino "los que lloran". Nos enseñó así la sabiduría más perfecta. Pues
si los que lloran a los hijos u otros individuos que han perdido, por
todo el tiempo de su dolor no desean la riqueza ni la gloria, ni se
consumen por la envidia, ni se conmueven por las ofensas, ni son
presas de alguna otra pasión, mucho más deben observar estas cosas los
que lloran sus pecados, pues llorarlos cosa digna es.
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06 |
"Bienaventurados los
que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos". (v.
6)
San Ambrosio,
in Lucam, 5,56
Después de llorar mis pecados empiezo a
tener hambre y sed de justicia. Un enfermo cuando padece mucho no
tiene hambre. Por ello sigue: "Bienaventurados los que tienen hambre y
sed de justicia".
San Jerónimo
No nos es suficiente el querer la justicia
si no tenemos hambre de justicia. De modo que nunca nos consideremos
bastante justificados con este ejemplo, sino que entendamos que
siempre debemos tener hambre de las obras de justicia.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
Toda obra buena que no hacen los hombres
con un fin bueno es desagradable delante de Dios. Tiene hambre de
justicia el que desea obrar según la justicia de Dios. Tiene sed de
justicia el que desea adquirir su ciencia.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom 15,4
Llama a la justicia, ya universal ya
particular, contraria a la avaricia. Como más adelante hablará de la
misericordia, nos dice antes cómo debemos compadecernos, no del robo
ni de la avaricia. En esto, atribuye también a la justicia lo que es
propio de la avaricia, a saber, el tener hambre y el tener sed.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Ofrece la bienaventuranza a los que tienen
hambre y sed de justicia, manifestando que el perfecto conocimiento de
Dios es el que constituye la avidez de los santos que no puede
saciarse hasta que no habiten en el cielo. Y esto es lo que se expresa
con aquellas palabras "porque ellos serán hartos".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
Con la prodigalidad del premio de Dios,
porque siempre son mayores los premios de Dios que los deseos de los
santos.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 2
Serán también saciados en la vida presente
de aquella comida de quien dice el Señor: "Mi comida es el hacer la
voluntad de mi Padre" ( Jn 4,34), la cual es
la justicia, y aquella agua, de la que todo el que bebiere: "se hará
en él una fuente de agua que saltará hasta la vida eterna" (
Jn 4,14).
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,4
Nuevamente instituyó un premio sensible:
mientras que conseguir muchas riquezas es considerado avaricia, dice
en este caso lo contrario, y más bien se vale de ello para la
justicia: pues quien ama la justicia, posee todo con la mayor
seguridad.
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07 |
"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". (v. 7)
Glosa
La justicia y la misericordia están tan
unidas que la una sostiene a la otra. La justicia sin misericordia es
crueldad y la misericordia sin justicia es disipación. Por ello
después de la justicia habla de la misericordia diciendo:
"Bienaventurados los misericordiosos".
Remigio
Se llama misericordioso el que tiene su
corazón ocupado por la misericordia porque considera la desgracia de
otro como propia y se duele del mal de otro como si fuera suyo.
San Jerónimo
Pero misericordia se entiende aquí no sólo
la que se practica por medio de limosnas, sino la producida por el
pecado del hermano, ayudándose así unos a otros a llevar la carga.
San Agustín,
de sermone Domini, 1,2
Llama misericordiosos a los que socorren
en las miserias porque así se les ofrece librarles de la miseria. Y
por ello sigue: "Porque ellos alcanzarán misericordia".
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Tanto se complace Dios en nuestra bondad
para con todos, que ofrece su misericordia sólo a los que son
misericordiosos.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,4
Parece que la recompensa es igual pero en
realidad es mucho mayor. La misericordia humana no puede compararse
con la misericordia divina.
Glosa
Con razón, pues, se ofrece la misericordia
a los misericordiosos para que reciban más de lo que han merecido. Y
así como tiene más el que recibe más de lo que puede saciarle, que
aquel que tiene solamente lo necesario para la saciedad, así es mayor
la gloria de los misericordiosos que la de los precedentes.
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08 |
"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". (v. 8)
San Ambrosio, in Lucam,
5,57
El que dispensa la misericordia la pierde si no se compadece con un corazón limpio, porque si busca la jactancia pierde todo el fruto. Por ello sigue: "Bienaventurados los limpios de corazón."
Glosa
Con toda oportunidad se coloca en el sexto
lugar la limpieza de corazón, porque en el sexto día fue cuando el
hombre fue creado a imagen de Dios, la cual se había oscurecido en el
hombre por la culpa y se restaura por la gracia en los limpios de
corazón. Con razón, pues, esta bienaventuranza se coloca aquí después
de las otras, porque si aquéllas no preceden, el corazón limpio no
puede subsistir en el hombre.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,4
Aquí llama limpios a aquellos que poseen
una virtud universal y desconocen la malicia alguna, o a aquellos que
viven en la templanza o moderación, tan necesaria para poder ver a
Dios, según aquella sentencia del Apóstol: "Estad en paz con todos, y
tened santidad, sin la cual ninguno verá a Dios" (
Heb 12,14). Dado que muchos se compadecen en verdad, pero
haciendo cosas impropias, mostrando que no es suficiente lo primero, a
saber, compadecerse, añadió esto de la limpieza.
San Jerónimo
Como Dios es limpio sólo puede conocerse
por el que es limpio de corazón. No puede ser templo de Dios el que no
está completamente limpio, y esto es lo que se expresa cuando dice:
"Porque ellos verán a Dios".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
El que obra y piensa en todo según la
justicia, ve a Dios con su mente, porque la justicia es imagen de
Dios. En efecto, Dios es justicia. Debe saberse, por lo tanto, que si
alguno se aleja de las malas obras y practica las buenas ve a Dios
según esto, poco o mucho, por poco tiempo o para siempre, según la
posibilidad humana. En la vida futura, pues, los limpios de corazón
verán a Dios cara a cara, no en espejo o enigma como aquí lo ven.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 2
Son necios todos aquellos que desean ver a
Dios con los ojos exteriores, cuando sólo puede verse con el corazón,
según está escrito en el libro de la Sabiduría: "Buscadlo por medio de
la sencillez del corazón" ( Sab 1,1). Lo
mismo es corazón sencillo que corazón limpio.
San Agustín,
de civitate Dei, 22, 29
Si los ojos, aun los mismos espirituales
en el cuerpo espiritual, podrán ver tanto cuanto pueden éstos que
ahora tenemos, sin duda alguna por medio de ellos no podremos ver a
Dios.
San Agustín,
de Trinitate. 1, 8
Esta manera de ver es un premio de la fe
por la cual se limpian los corazones. Como está escrito: "Limpiando
con la fe los corazones de ellos" ( Hch
15,9). Esto se prueba principalmente por aquella sentencia:
"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios".
San Agustin,
de Genesi ad litteram, 12, 25
Ninguno que vea a Dios vive en esta vida,
en la cual se vive de una manera mortal y en estos sentidos
corporales. Por lo que si alguno no ha salido de esta vida por medio
de la muerte, o si no está totalmente separado del cuerpo, o si no
vive enajenado de los sentidos corporales, no conocerá el premio, como
dice el Apóstol, ( 2Cor 12,2) si se encuentra
en el cuerpo o fuera del cuerpo, no puede ser conducido a aquella
visión de Dios.
Glosa
Mayor premio tendrán éstos que los
primeros, así como en la corte de un rey están más elevados los que le
ven la cara que aquellos que sólo comen de sus tesoros.
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09 |
"Bienaventurados los pacíficos, porque se llamarán hijos de Dios". (v. 9) San Ambrosio, in Lucam, 5,58
Cuando tengas toda tu alma limpia de toda
culpa, procura que no nazcan disensiones ni disputas por tu culpa.
Empieza por tener paz en ti mismo y así podrás ofrecer la paz a los
demás. Y de ahí prosigue: "Bienaventurados los pacíficos".
San Agustín,
de civitate Dei, 19, 13
Es la paz la tranquilidad del orden y el
orden es la disposición por medio de la cual se concede a cada uno su
lugar, según que sean iguales o desiguales. Así como no hay alguno que
no quiera alegrarse, tampoco hay ninguno que no quiera tener paz, como
sucede cuando aquellos que quieren la guerra no buscan otra cosa que
encontrar la gloriosa paz batallando.
San Jerónimo
Los pacíficos se llaman bienaventurados,
porque primero tienen paz en su corazón y después procuran inculcarla
en los hermanos en conflicto. ¿De qué te aprovechará el que otros
estén en paz si en tu alma subsisten las guerras de todos los vicios?
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 2
Son pacíficos en sí mismos aquéllos que,
teniendo en paz todos los movimientos de su alma y sujetos a la razón,
tienen dominadas las concupiscencias de la carne y se constituyen en
Reino de Dios. En ellos, todas las cosas están tan ordenadas, que lo
que hay en el hombre de mejor y más excelente domina a las demás
aspiraciones rebeldes, que también tienen los animales. Y esto mismo
que se distingue en el hombre (esto es, la inteligencia y la razón) se
sujeta a lo superior, que es la misma verdad, el Hijo de Dios. Y no
puede mandar a los inferiores quien no está subordinado a los
superiores. Esta es la paz que se da en la tierra a los hombres de
buena voluntad.
San Agustín,
in libro retractationum. 1, 19
Y no puede suceder en esta vida que le
acontezca a alguno el que no sienta esa ley de los miembros que se
opone en todo a la ley de la inteligencia. Esto es lo que hacen los
pacíficos sujetando las concupiscencias de la carne para poder venir
alguna vez a conseguir la paz completa.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
Se llaman pacíficos para otros, no sólo
los que reconcilian los enemigos por medio de la paz sino también
aquellos que olvidando las malas acciones aman la paz. Aquella paz es
bienaventurada, la que subsiste en el corazón y no solamente en las
palabras. Los que aman la paz son los hijos de la paz.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
La bienaventuranza de los pacíficos es el
premio de su adopción. Y por ello se dice: "Porque serán llamados
hijos de Dios". El padre de todos es solamente Dios, y no se puede
entrar a formar parte de su familia si no vivimos en paz mutuamente
por medio de la caridad fraterna.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,4
Se llaman pacíficos los que no pelean ni
se aborrecen mutuamente, sino que reúnen a los litigantes, éstos se
llaman con propiedad hijos de Dios. Esta es la misión del Unigénito:
reunir las cosas separadas y establecer la paz entre los que pelean
contra sí mismos.
San Agustín,
de sermone Domini,. 1, 2
La perfección está en la paz, donde no hay
aversión. Se llaman pacíficos los hijos de Dios, porque nada se
encuentra en ellos que se oponga a Dios, pues también los hijos deben
parecerse a sus padres.
Glosa
Tienen una gran dignidad los pacíficos,
así como el que se llama hijo del rey es el más alto en el palacio
real. Esta bienaventuranza se coloca en el último lugar porque
antiguamente el día sábado era el día de verdadero descanso y de
verdadera paz, después de pasados los siete días anteriores.
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10 |
"Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos". (v. 10)
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,4
Una vez explicada la bienaventuranza de
los pacíficos, para que alguno no crea que es bueno buscar siempre la
paz para sí, añade: "Bienaventurados los que padecen persecución por
la justicia". Esto es, por los valores, por la defensa de otro o por
la religiosidad. Acostumbra ponerse la palabra justicia cuando se
trata de cualquier virtud del alma.
San Agustín,
de sermone Domini,. 1, 2
Una vez establecida y firmada
interiormente la paz, aquel que ha de sufrir cualquier clase de
persecuciones exteriores, de cualquier manera que sea atribulado
exteriormente, dará mayor gloria a Dios.
San Jerónimo
Terminantemente añade: "Por la justicia".
Muchos sufren persecución por sus culpas, pero éstos no son justos. A
la vez téngase en cuenta que la octava bienaventuranza concluye con el
martirio.
Pseudo-Crosóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
No dijo, pues: "Bienaventurados los que
padecen persecución de los gentiles", para que no creas que sólo es
bienaventurado el que padece persecución por no adorar los ídolos. Y
por lo tanto el que sufre persecución de los herejes por no abandonar
la verdad, es bienaventurado puesto que padece por la justicia.
Además, si alguno de los poderosos, aun los que parecen cristianos, te
persiguiese cuando le reprendas por sus pecados, si éste te persigue
serás bienaventurado con San Juan Bautista. Si bien es verdad que los
profetas fueron mártires, aun cuando fueron muertos por los suyos, no
dudes que todo aquél que padece algo por la causa de Dios, aun cuando
sea por los suyos, obtiene el premio del martirio. Por esto no
especifica la Escritura las personas de los perseguidores, sino
solamente la causa de la persecución, para que no te fijes en quién es
el que te persigue, sino por qué te persigue.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Así cuenta en la última bienaventuranza a
todos aquéllos que sufren todas las cosas por Jesucristo (quien se
llama justicia), se reserva el Reino de los Cielos a éstos, porque en
el desprecio de las cosas del mundo son verdaderos pobres de espíritu.
Por ello dice: "Porque de ellos es el reino de los cielos".
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 3
La octava bienaventuranza vuelve sobre la
primera, porque la manifiesta y prueba consumada y perfecta. Así en la
primera y en la octava es donde se nombra el Reino de los Cielos.
Siete bienaventuranzas son las que perfeccionan, porque la octava
clarifica y demuestra lo más perfecto, para que por estos grados se
perfeccionen los demás, como se ofrecen en el principio.
San Ambrosio,
in Lucam, 5,61
El primer Reino de los Cielos se ofrece a
los santos en la disolución de su cuerpo y el segundo consiste en
estar con Cristo después de la resurrección. Después de la
resurrección empezarás a poseer la tierra, cuando hayas sido librado
de la muerte, y en esta misma posesión encontrarás tu consuelo. El
gozo sigue a la consolación y al gozo sigue la divina misericordia. El
Señor llama a aquel de quien se apiada y éste, llamado así, ve al que
lo llama. Y el que ve a Dios es recibido en el derecho de la divina
generación. Finalmente, como hijo de Dios disfruta de las riquezas del
Reino de los Cielos. Aquél, pues, empieza y éste queda satisfecho.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,5
No te admires, pues, si en cada una de
estas bienaventuranzas no oyes la palabra reino, porque cuando dice
"serán consolados", "alcanzarán misericordia" y otras cosas por el
estilo, está insinuando de una manera oculta, el Reino de los Cielos.
Esto es para que ya no esperes cosa alguna sensible, ni tampoco se
considere como bienaventurado aquel que es coronado con las cosas que
proceden de esta vida.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 4
Debemos fijarnos atentamente en el número
de estas sentencias. En estos siete grados conviene observar la obra
septiforme del Espíritu Santo que describe Isaías (
Is 11). Pero aquél empieza por lo más alto y éste por lo más
bajo, porque allí se enseña que el Hijo de Dios habrá de bajar a lo
más humilde, y aquí que el hombre, de lo más bajo habrá de elevarse
hasta unirse con Dios. En estas cosas lo primero es el temor, que
conviene a los hombres humildes, de quienes se dice: "Bienaventurados
los pobres de espíritu", esto es, no los que saben las cosas elevadas,
sino los que temen. La segunda es la piedad, que conviene a los
mansos, porque el que busca piadosamente, honra, no reprende, no
resiste, lo cual es hacerse manso. La tercera es la ciencia, que
conviene a los que lloran, los que aprendieron por qué males han sido
oprimidos, siendo así que pedían los bienes. La cuarta es la
fortaleza, que conviene a los que tienen hambre y sed, porque deseando
la alegría sufren por los verdaderos bienes, deseando separarse de los
bienes terrenos. La quinta es el consejo y conviene a los
misericordiosos, porque es el único remedio para librarse de tantos
males, perdonar a unos y dar a otros. La sexta es el entendimiento y
conviene a los limpios de corazón, los cuales, una vez limpio el ojo,
pueden ver lo que el ojo no vio. La séptima es la sabiduría, que
conviene a los pacíficos, en los cuales ninguna disposición es
rebelde, sino que obedece al espíritu. Un solo premio que es el Reino
de los Cielos se designa de varias maneras. En el primero (como
convención), está colocado el Reino de los Cielos, que es el principio
de la sabiduría perfecta. Como si dijera: "El principio de la
sabiduría es el temor de Dios" ( Sal 110,10).
A los mansos, se concede la herencia del reino de los cielos como
testamento de un padre hacia los que le buscan con piedad. A los que
lloran se les ofrece el consuelo como conociendo lo que han perdido, y
en qué cosas han tomado parte. A los que tienen hambre se les ofrece
la saciedad, como premio que alienta a trabajar por la eterna
salvación. A los misericordiosos se les ofrece misericordia, porque
usan del mejor consejo para que se les ofrezca lo que ellos ofrecen. A
los limpios de corazón la facultad de ver a Dios como a los que tienen
ojo limpio para entender las cosas eternas. Y a los pacíficos se les
concede la semejanza de Dios. Todas estas cosas pueden cumplirse en
esta vida, así como sabemos que se cumplieron con los Apóstoles,
porque lo que se ofrece después de esta vida no puede explicarse con
palabras.
|
11-12 |
"Bienaventurados sois cuando os maldijeren y os persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros, mintiendo por mi causa. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón muy grande es en los cielos, pues así también persiguieron a los profetas, que fueron antes que vosotros". (vv. 11-12)
Rábano
Dirigía Jesús principalmente las
anteriores sentencias. Empieza a hablar impulsando a los presentes,
prediciéndoles las persecuciones que habían de sufrir por su nombre y
diciendo: "Bienaventurados sois cuando os maldijeren los hombres y os
persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros".
San Agustín,
de sermone Domini,. 1, 5
Conviene aclarar la importancia de lo que
dice: "cuando os maldigan y digan todo mal", porque maldecir es decir
lo malo. Pero otra cosa es la maledicencia, ya sea dicha con afrenta
en presencia de aquel que se maldice, o bien cuando se hiere la fama
de aquel que está ausente. Perseguir es como obligar por la fuerza o
tender emboscadas por la violencia.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Mattheus, hom. 9
Si, pues, es verdad que el que ofrece una
copa de agua no pierde su premio, también lo es que el que sufre la
injuria de una palabra leve no quedará privado del premio. Para que un
maldecido sea bienaventurado, deben ocurrir dos cosas: que sea
maldecido con mentira y por causa de Dios. De otro modo, si faltase
una de estas cosas, no obtendrá el premio de la bienaventuranza. Y por
ello dice: "Mintiendo por mí".
San Agustín,
de sermone Domini,. 1, 5
Lo cual considero añadido por aquellos que
quieren gloriarse de las persecuciones y de la fama de sus malas
obras. Por ello dicen que Cristo les pertenece porque se habla mal de
ellos. En cambio, cuando se habla bien, se conoce desde luego el error
de aquéllos. Y si alguna vez se jactan de cosas falsas no puede
decirse que sufren estas cosas por Cristo.
San Gregorio,
homiliae in Hiezechihelem prophetam, 9
¿Qué importa que los hombres nos deshonren
si nuestra conciencia sola nos defiende? Sin embargo, así como no
debemos instigar intencionadamente las lenguas de los que maldicen
para que no perezcan, así debemos sufrir con ánimo tranquilo las que
son instigadas por su propia malicia, para que nuestro mérito crezca.
Por ello se dice aquí: "Gozaos y alegraos porque vuestro galardón es
muy grande en el Reino de los Cielos".
Glosa
Gozaos con la inteligencia y alegraos con
el cuerpo, porque vuestro premio no sólo es grande como el de otros,
sino abundante en los cielos.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 5
No me refiero aquí a las partes superiores
de este mundo visible a las que llamamos cielos, porque nuestro
galardón no debe encontrarse en las cosas visibles, sino en los cielos
espirituales donde habita la justicia sempiterna. Experimentan ya este
premio los que gozan de bienes espirituales, pero se habrá de
perfeccionar cuando concluya esta vida mortal.
San Jerónimo
Debemos gozarnos y alegrarnos porque se
nos prepara un premio en el Reino de los Cielos, el cual no podrán
conseguir los que siguen en la vanagloria.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Mattheus, hom. 9
Cuanto más se alegra uno con las alabanzas
de los hombres, tanto más se entristece con los vituperios; pero el
que codicia la gloria de los cielos no teme los oprobios en la tierra.
San Gregorio,
homiliae in Hiezechihelem prophetam, 9
Alguna vez, sin embargo, debemos refrenar
a los maledicientes, no sea que mientras dicen cosas malas de
nosotros, corrompan los corazones de aquellos inocentes que debían
oírnos para obrar el bien.
Glosa
No sólo con el premio, sino también con el
ejemplo exhorta Jesús a sus discípulos a tener paciencia, cuando
añade: "Pues así también persiguieron a los Profetas que fueron antes
que vosotros".
Remigio
El hombre atribulado recibe un buen
consuelo cuando recuerda los sufrimientos de otros, de quienes recibe
un ejemplo de paciencia, como si dijese: "Acordaos que vosotros sois
discípulos de Aquel de quien ya lo fueron los Profetas".
San Juan Crisóstomo,
in Matthaeum, hom, 15,5
Del mismo modo manifiesta la igualdad de
su dignidad con la del Padre, como si dijese: "Así como persiguieron a
aquéllos por mi Padre, así también os perseguirán a vosotros por mí".
Cuando dice "los Profetas que fueron antes que vosotros", en esto
indica que los Apóstoles han sido hechos profetas.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 5
Puso aquí la persecución de modo genérico,
tanto en la maledicencia cuanto en la laceración de la buena fama.
|
13 |
"Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué se salará? No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada por los hombres". (v. 13)
San Juan Crisóstomo,
in Matthaeum, hom. 15,6
Cuando Jesús había dado a sus discípulos
preceptos sublimes, para que no dijesen: "¿cómo podremos cumplirlos?"
los calma con alabanzas, diciéndoles: "Vosotros sois la sal de la
tierra". Demuestra así que les añade esto por necesidad, como si les
dijese: "No os envío por vuestra vida, ni por una nación, sino por
todo el mundo. Y si al herir el corazón humano, éste os injuria,
alegraos". Ese es el efecto de la sal, morder lo que es de naturaleza
laxo y lo reduce. Por ello, la maldición de otros no os dañará, sino
que será testigo de vuestra virtud.
San Hilario in Matthaeum,
4
Debemos ver aquí cuán apropiado es lo que
se dice, cuando se compara el oficio de los Apóstoles con la
naturaleza de la sal. Esta se aplica a todos los usos de los hombres,
puesto que cuando se esparce sobre los cuerpos, les introduce la
incorrupción y los hace aptos para percibir un buen sabor en los
sentidos. Los Apóstoles son los predicadores de las cosas celestiales
y son como los saladores de la eternidad. Con toda razón, pues, se les
llama sal de la tierra, porque por la virtud de su predicación
preservan los cuerpos salándolos para la eternidad.
Remigio
La sal también cambia de naturaleza por
medio del agua, el ardor del sol y la violencia del viento. Así los
varones apostólicos, por el agua del bautismo, por el ardor del amor y
por el soplo del Espíritu Santo se transforman en una naturaleza
espiritual. La sabiduría celestial, predicada por los Apóstoles,
purifica las obras materiales, quita el mal olor y podredumbre de la
mala conversación y el gusano de los malos pensamientos, a quien se
refiere el profeta cuando dice: "El gusano de ellos no muere" (
Is 66,24).
Remigio
Los Apóstoles son sal de la tierra, esto
es, de los hombres terrenos, que amando la tierra, se llaman tierra.
San Jerónimo
Los Apóstoles se llaman también sal de la
tierra porque por ellos se condimenta el género humano.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Mattheus, hom 10
Cuando un sabio está adornado de todas las
virtudes mencionadas, entonces se le considera como una sal perfecta y
todo el pueblo se condimenta de él viéndolo y oyéndolo.
Remigio
Debe saberse que no se ofrecía a Dios
ningún sacrificio en el Antiguo Testamento ( Lev
2) si primero no se condimentaba con sal, porque ninguno puede ofrecer
un sacrificio que sea agradable a Dios si no se lo ofrece con el sabor
de la sabiduría celestial.
San Hilarioin Matthaeum.
4
Pero como el hombre está sujeto a la
conversión, por eso nos advierte que los Apóstoles, llamados sal de la
tierra, persisten en la virtud de potestad que les ha sido dada,
añadiendo: "Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?"
San Jerónimo
Esto es, si el doctor se equivoca, ¿por
qué otro doctor será enmendado?
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 6
Y si vosotros, por quienes deben ser
condimentados los pueblos, perdiéreis el Reino de los Cielos por miedo
de las persecuciones temporales, ¿qué harán los hombres que debieron
ser libres del error por vosotros? También dice "si la sal se
desvaneciese", manifestando que deben considerarse como necios todos
aquellos que, siguiendo la abundancia o temiendo la escasez de los
bienes temporales, pierden los eternos, que no pueden ser dados ni
arrebatados por los hombres.
San Hilario in Matthaeum,
4
Si los maestros se vuelven necios, nada
salan, y aun ellos mismos, habiendo perdido el sentido del saber
recibido, no pueden vivificar lo corrompido, quedan inútiles. Por ello
sigue: "No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada por
los hombres".
San Jerónimo
El ejemplo está tomado de la agricultura.
La sal es necesaria para condimento de las comidas y para secar las
carnes, pero no tiene otro uso. Ciertamente leemos en las Escrituras (
Jue 9,45) que algunas ciudades sembradas de
sal por los vencedores, quedaron inutilizadas para que en ellas no
pudiese brotar germen alguno.
Glosa
Después que aquellos que son cabezas de
otros faltan, no aprovechan para nada, sino para ser arrojados de su
oficio de enseñar.
San Hilario in Matthaeum,
4
Separados de los oficios de la Iglesia,
sean pisoteados por todos los que pasen.
San Agustín,
de sermone Domini,, 1, 6
No es pisado por los hombres el que sufre
persecuciones, sino aquel que se acobarda temiendo la persecución. No
puede ser pisado sino el que está debajo, y no puede decirse que está
debajo aquel que, aun cuando sufre muchas cosas en su cuerpo mientras
dura esta vida, tiene su corazón fijo en el cielo.
|
14-16 |
"Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad que está puesta sobre un monte no se puede esconder. Ni encienden una antorcha y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. A este modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos". (vv. 14-16)
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Así como los maestros, por su buena
predicación, son sal con la cual el pueblo se condimenta, así por la
palabra de su doctrina son luz, con la que iluminan a los ignorantes.
Primero se debe vivir bien y luego enseñar. Por lo tanto, después de
llamar a los Apóstoles sal, los llama también luz, diciendo: "Vosotros
sois la luz del mundo". La sal en su propio estado sostiene las cosas
para que no se pudran, pero la luz conduce al perfeccionamiento
ilustrando. Por lo cual los Apóstoles fueron llamados primero sal, a
causa de los judíos y de los cristianos, por quienes Dios es conocido
y a quienes éstos conservan en el conocimiento; y segundo luz, a causa
de los gentiles, a quienes conducen a la luz de la verdadera ciencia.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 6
Conviene, pues, comprender aquí por mundo,
no al cielo y la tierra, sino a los hombres que están en el mundo, o a
los que aman al mundo, para iluminar a los que los Apóstoles fueran
enviados.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Es propio de la naturaleza de la luz el
alumbrar por cualquier parte que se la lleve y que introducida en las
casas mate las tinieblas, quedando sola la luz. Por lo tanto, el
mundo, sin el conocimiento de Dios, estaba oscurecido con las
tinieblas de la ignorancia. Mas por medio de los Apóstoles se le
comunicó la luz de la verdadera ciencia, y así brilla el conocimiento
de Dios y por cualquier parte que caminen, de su pobre humanidad brota
la luz que disipa las tinieblas.
Remigio
Así como el sol dirige sus rayos, así el
Señor, que es sol de justicia, dirigió sus Apóstoles para desterrar
las tinieblas del género humano.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,7
Comprende cuán grandes son las cosas que
les promete, cuando aquéllos, que eran desconocidos en su propio país,
adquirieron tanta fama, que llegó ésta en poco tiempo hasta los
confines de la tierra: ni las persecuciones que les había predicho
pudieron ocultarlos, sino que más bien los hizo mucho más famosos.
San Jerónimo
Para que los apóstoles no se escondan por
el miedo, sino que se presenten con toda libertad, les enseña la
confianza en los resultados de su predicación, diciéndoles en seguida:
"No puede esconderse una ciudad que está puesta sobre un monte".
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 12
Por estas palabras les enseña también a
cuidar con solicitud de su propia vida, como que ésta había de estar
mirada constantemente por todos, así como la ciudad que está colocada
sobre un monte, o como la luz que está luciendo sobre un candelero.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Esta ciudad es la iglesia de los santos,
de la que se dice: "Cosas admirables se han dicho de ti, ciudad de
Dios" ( Sal 86,3). Sus ciudadanos son todos
los fieles, de quienes el Apóstol dice a los Efesios: "Vosotros sois
los conciudadanos de los santos" ( Ef 2,19).
Esta ciudad, pues, está colocada sobre el monte, de quien dice Daniel:
"La piedra arrancada sin esfuerzo de manos, se convirtió en un gran
monte" ( Dn 2,34).
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 6
Está colocada esta ciudad sobre un monte,
esto es, sobre la gran justicia de Dios que representa ese monte, en
el cual juzga el Señor.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
No puede, pues, esconderse una ciudad
colocada sobre un monte. Aun cuando ella quiera, el monte que la tiene
sobre sí, la hace visible a todos. Así los Apóstoles y los sacerdotes,
que han sido establecidos en Cristo no pueden esconderse, aun cuando
quieran, porque Jesucristo los manifiesta.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Llama ciudad a la carne que tomó, porque
en ella, por la naturaleza del cuerpo que ha tomado, se contiene
cierta congregación del género humano. Y nosotros, por la unión con su
carne, resultamos los habitantes de esta ciudad. No puede esconderse,
pues, porque colocada en la altura de la elevación de Dios, se ofrece
a la contemplación de todos por medio de la admiración de sus obras.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Jesucristo demuestra con otra comparación
por qué manifiesta a sus santos y no permite que se escondan, cuando
dice: "No encienden una antorcha y la ponen debajo de un celemín, sino
sobre el candelero".
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,7
O por esto que dijo: "No puede esconderse
una ciudad", demostró su virtud. En esto que añade: "No encienden la
luz", nos induce a la libre predicación, como si dijese: "Yo, en
verdad, he encendido la luz, y a vosotros corresponde tenerla
encendida, no sólo por vosotros y por otros que serán iluminados, sino
también por la gloria de Dios".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
La antorcha es la palabra divina, de la
cual se dice en el salmo (118,5): "Tu palabra es la antorcha que guía
mis pasos". Los que encienden la antorcha son el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 6
¿Qué pensamos que significa lo que se ha
dicho: "Y la ponen debajo del celemín"? ¿Que la ocultación de la
antorcha se entienda como si dijese: Ninguno enciende la antorcha para
ocultarla? ¿O significa algo más el celemín, como si poner la antorcha
debajo de él fuese preferir las comodidades del cuerpo a la
predicación de la verdad? Coloca, pues, la antorcha debajo del celemín
todo aquel que oscurece y cubre la luz de la buena doctrina con las
comodidades temporales. El celemín es muy buena figura de los bienes
temporales, ya porque es una medida, y cada uno recibirá la
retribución según el bien que hizo en el cuerpo, ya porque los bienes
temporales que se hacen con el cuerpo tienen cierta medida de días,
que significa el celemín. Mas las cosas eternas y espirituales no
tienen tal limitación. Coloca la antorcha sobre el candelabro aquel
que sujeta su cuerpo al ministerio de la palabra, para que la
predicación de la verdad sea primero y las atenciones del cuerpo
vengan después. La doctrina resplandece más cuando el cuerpo está
reducido a la esclavitud en los momentos en que, por medio de las
buenas obras y demás actos visibles, se da buen ejemplo a los demás.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
El celemín puede significar también los
hombres mundanos, porque así como éste es vacío por la parte de arriba
y cerrado por debajo, así todos los amantes del mundo son insensatos
para las cosas espirituales y sabios en las terrenas. Y por lo tanto,
son como un celemín que tiene escondida la palabra divina, cuando por
alguna causa terrena no se atreven a hacer pública la palabra de Dios
ni a predicar las verdades de la fe. El candelero es la Iglesia y todo
sacerdote que anuncia la palabra de Dios.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
El Señor comparó a la sinagoga con el
celemín que, recibiendo en su interior los frutos, los contenía en
cierta medida de su limitada observancia.
San Ambrosio Super Lucam,
Super his verbis
Por lo tanto, ninguno limite su fe a la
medida de la ley, sino que se ciña a lo que enseña la Iglesia, en la
cual brillan los siete dones del Espíritu Santo.
Beda
O bien es el mismo Jesucristo quien
enciende la antorcha, el cual ha llenado con la llama de su divinidad
la lámpara de tierra de nuestra naturaleza humana. No ha querido
esconderla a los creyentes ni colocarla debajo del celemín, esto es,
sujetarla a la medida de la ley ni limitarla a los términos de una
sola nación. Llama candelero a la Iglesia, sobre la que ha colocado la
antorcha, porque ha fijado en nuestras frentes la fe en su
encarnación.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
O bien, la antorcha de Cristo se coloca
sobre el candelero, esto es, suspendida en la cruz por la pasión, cuya
antorcha había de producir una luz eterna a todos los que habitasen en
la Iglesia. Y por lo tanto, dice: "Para que alumbre a todos los que
están en la casa".
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 6
Si alguno entiende por esta casa a la
Iglesia, no hay en ello absurdo. Puede que esta casa sea el mundo, por
lo que dice más arriba: "Vosotros sois la luz del mundo".
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Con esta luz enseña a los Apóstoles a
resplandecer para que, de la admiración de sus obras resulte grande
alabanza al Señor. De donde se sigue: "De tal modo ha de brillar
vuestra luz delante de los hombres que vean nuestras buenas obras".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Esto es, cuando enseñéis iluminad de tal
modo que, no sólo oigan vuestras palabras, sino que vean también
vuestras buenas obras, con el objeto de que aquellos a quienes
iluminéis con la palabra como luz, los condimentéis con el ejemplo,
como sal. Dan gloria a Dios aquellos maestros que enseñan y obran
bien, porque las disposiciones del Señor se manifiestan en las
costumbres de sus ministros. Por ello sigue: "Y den gloria a vuestro
Padre que está en los cielos".
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 7
Si tan sólo hubiese dicho: "para que vean
vuestras buenas obras", hubiese constituido su fin el ser vistos
siendo alabados por los hombres, lo cual buscan los hipócritas; sino
que añade: "y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" para
que, por lo mismo que el hombre con las buenas obras agrada a los
hombres, no constituyendo en eso su fin sino en dar alabanza a Dios,
por lo tanto agrade a los hombres de modo que en ello sea glorificado
Dios.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
No porque convenga buscar la gloria que
dan los hombres (puesto que todo debe hacerse en honor de Dios), sino
que, disimulando nuestra obra a aquellos entre quienes vivimos, brille
para Dios.
|
17-19 |
"No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas; no he venido a destruirlos, sino a darles cumplimiento. Porque en verdad os digo que el cielo y la tierra no pasarán, sin que se cumpla todo el contenido de la ley hasta una jota o un ápice. Por lo cual quien quebrantare uno de estos mandamientos muy pequeños y enseñare así a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas quien hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos". (vv. 17-19)
Glosa
Después que exhortó a los que le oían para
que se preparasen a sufrir todas las cosas por la justicia y no
escondiesen lo que habían de recibir, sino que aprendiesen con la
misma benevolencia con que habían de enseñar a los demás, empezó
enseñándoles todo lo que debían enseñar. Como si preguntaran: ¿Qué es
esto que no quieres que se oculte, por lo que nos mandas sufrir todas
las cosas? ¿Acaso habrás de decir alguna cosa fuera de lo que está
consignado en la ley? Por lo tanto dice: "No penséis que he venido a
destruir la ley o los profetas".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Dice esto por dos razones. Primero para
invitar a sus discípulos a la imitación de su ejemplo con estas
palabras, con el fin de que así como El cumplía toda ley, así también
ellos procurasen cumplirla. Finalmente, había de suceder que los
judíos le iban a calumniar como infractor de la ley. Por ello
satisface a la calumnia antes de incurrir en ella.
Remigio
Para que no apareciese que Jesús había
venido con el objeto sólo de predicar la ley -como los profetas habían
hecho-, dijo dos cosas: Niega que hubiese venido a quebrantar la ley y
asegura que ha venido a cumplirla. Por ello añade: "No he venido a
destruir la ley, sino a cumplirla".
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 8
Esta sentencia tiene dos sentidos. En
efecto, cumplir la ley, o es añadir algo a lo que tiene de menos, o
cumplir lo que tiene.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 16,2
Jesucristo llevó a su plenitud a los
profetas cumpliendo todas las cosas que éstos habían dicho de El.
Primero, la ley, no quebrantando ninguna prescripción legal. Segundo,
justificando por la fe lo que la ley no podía hacer por medio de la
letra.
San Agustín,
contra Faustum, 19, 7
Finalmente, porque aun los que estaban
constituidos en esta vida bajo la influencia de la gracia, encontraban
grande dificultad en cumplir lo que estaba escrito en la ley: "No
desearás" ( Ex 20,17). Cristo, constituido en
sacerdote, nos alcanza el perdón por el sacrificio de su carne,
cumpliendo también la ley para que lo que no podamos cumplir por
nuestra debilidad, se cumpla por la perfección de Cristo, de cuya
cabeza fuimos constituidos miembros. Y en el capítulo veintidos añade:
Pienso que estas palabras: "No he venido a destruir la ley, sino a
cumplirla" ( Ex 22-23), deben entenderse de
aquellas adiciones que pertenecen a la exposición de las antiguas
sentencias o a la vida en conformidad con ellas ( Mt
5). Así es como el Señor nos enseña que hasta el deseo inicuo de hacer
daño al hermano pertenece al género de homicidio. Quiso el Señor más
bien que nosotros no jurando no nos separásemos de la verdad, a que,
jurando lo verdadero nos acercásemos al falso juramento (
Mt 17,1). Y vosotros, ¡oh maniqueos! ¿Por qué
no recibís la ley y los profetas cuando Jesucristo asegura que no
había venido a abrogarlos sino a cumplirlos? A esto responde el hereje
Fausto: ¿Quién asegura que Jesús ha dicho esto? Mateo. ¿Cómo, pues, lo
que San Juan no dice, que estuvo en el monte, lo escribe San Mateo (
Mt 17), quien siguió a Jesús después que bajó
del monte? A esto responde San Agustín. Si ninguno dice verdad de
Cristo, más que aquel que lo vio o que lo oyó, hoy ninguno diría
verdad tratándose de El. ¿Por qué no pudo San Mateo oír de boca de San
Juan ( Jn 21) cosas verdaderas de Cristo,
cuando nosotros, nacidos después de tanto tiempo, podemos hablar cosas
verdaderas de Cristo tomándolas del libro de San Juan? Por otra parte,
no sólo el Evangelio de San Mateo, sino que también el de San Lucas y
San Marcos tienen igual autoridad. A esto puede añadirse que aun el
mismo Jesucristo pudo contar a San Mateo lo que había hecho antes de
llamarlo. Decid claramente que no creéis en el Evangelio. Los que no
creéis del Evangelio más que lo que queréis, creéis en vosotros más
que en el Evangelio.
Añade Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 17, 4
Probemos que San Mateo no escribió esto,
sino que lo escribió otro, no sé quién, pero en nombre suyo. ¿Qué
dice, pues? Pasando Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el
despacho de impuestos. ¿Y quién, escribiendo de sí mismo, dirá: vio a
un hombre, y no más bien, me vio a mí? A lo cual contesta San Agustín:
San Mateo escribió de sí como si hablara de otro, como San Juan hizo
lo mismo diciendo: "Habiéndose vuelto San Pedro, vio a otro discípulo,
a quien Jesús amaba". Se ve, pues, que ésta fue la costumbre de
aquellos escritores cuando contaban las cosas que sucedían.
Insiste Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 17,2
¿Por qué dice también en el mismo sermón,
que no se creyese que había venido a destruir la ley, dando más bien a
entender con eso que la destruía realmente? Pues de otro modo nunca
los judíos hubieran sospechado tal cosa. A lo cual contesta San
Agustín: esto es muy pobre, pues no negamos que para los judíos que no
entendían, Cristo fuese un destructor de la ley y los profetas.
Otra vez Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 17,2
¿Para qué esto cuando la ley y los
profetas no necesitan cumplimiento, puesto que se dice en el
Deuteronomio: "Observarás estos preceptos que te ordeno, y no añadirás
nada a ellos, ni disminuirás?" ( Dt 12,32). A
lo que contesta San Agustín:
San Agustín,
contra Faustum, 17,6
No entiende Fausto lo que quiere decir
cumplir la ley, cuando cree que esto debe entenderse de la adición de
palabras. La plenitud de la ley es la caridad, la que concedió nuestro
Señor enviando a los fieles el Espíritu Santo. Se cumple, pues, la
ley, o cuando se practica lo que manda, o cuando se manifiestan las
cosas que están profetizadas.
Sigue Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 18,1
Cuando confesamos que Jesucristo ha
formado el Nuevo Testamento, ¿qué otra cosa decimos sino que a la vez
había destruido el Antiguo? A lo cual contesta San Agustín:
San Agustín,
contra Faustum, 18,4
En el Antiguo Testamento estaba
prefigurado cuanto había de suceder. Sus figuras habían de ser
suprimidas por las mismas obras que Jesucristo practicaba, con el
objeto de que la ley y los profetas se cumpliesen, toda vez que en
ellas está escrito, que habría de formarse un Nuevo Testamento.
Añade Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 18, 2
Si Jesucristo dijo esto, o lo dijo
significando otra cosa, o -lo que no es de creer- lo dijo mintiendo, o
en absoluto no lo dijo -pero que Jesucristo mintiese nadie puede
asegurarlo- y que por esto dijese otra cosa, o en realidad que no
dijese nada; me persuado, pues, contra la necesidad de este capítulo,
y la fe de los maniqueos me confirma en ello, de que las cosas que en
un principio se leen como escritas respecto del Salvador, no todas
pueden creerse. Hay mucha cizaña que cierto sembrador colocó en casi
todas las escrituras, como divagando en perjuicio de la buena semilla.
A lo cual contesta San Agustín:
San Agustín,
contra Faustum, 18,7
el maniqueo ha enseñado una perversidad
impía para que aceptes del Evangelio, lo que tu herejía no te impida
que aceptes, sin embargo para que lo que te impida aceptar no lo
aceptes. Nosotros, según nos enseña el Apóstol en la carta primera a
los de Galacia (1,9), guardamos una piadosa prudencia, y por ello
anatematizamos a todo aquel que nos enseñe algo contrario a lo que de
los Apóstoles hemos recibido. Nuestro Señor nos dice también por San
Mateo que debemos entender por cizaña, no el que se mezclen algunas
falsedades en las verdaderas escrituras -como tú interpretas- sino los
hombres que son hijos del espíritu maligno.
Añade Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 18, 3
Cuando un judío te arguya porque no
observas los preceptos de la ley y de los profetas, que Jesucristo
dijo no había venido a abrogar sino a cumplir, te verás obligado a
confesarte, o como subyugado a la falsa superstición, o a decir que el
capítulo es falso, o a negar que tú seas verdadero discípulo de
Cristo. A lo que contesta San Agustín:
San Agustín,
contra Faustum, 18,7
Los católicos nada tienen que temer de ese
capítulo -como si no cumpliesen la ley y los profetas-, porque tienen
la caridad de Dios y del prójimo, preceptos en los cuales están
resumidos toda la ley y los profetas. Y todo lo que allí está
profetizado por los acontecimientos, las ceremonias y las palabras
figuradas lo reconocen cumplido en Jesucristo y en la Iglesia. De
donde se deduce que ni estamos sometidos a la superstición, ni negamos
la veracidad de este capítulo, ni que somos discípulos de Cristo.
San Agustín,
contra Faustum, 19,16
El que dice que: si Jesucristo no hubiese
abrogado la ley y los profetas, aquellos sacramentos de la ley y de
los profetas hubiesen continuado celebrándose entre los cristianos,
éste puede también decir que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley
y los profetas, aún subsistiría anunciado que habría de nacer, padecer
y resucitar. Pero más bien que abrogarlos, los ha cumplido, puesto que
ya no se promete que nacerá, padecerá y resucitará. Porque aquellas
profecías se referían a una persona que ya existió, anunciándose que
ya ha nacido, padecido y resucitado. Estos misterios son admitidos por
los cristianos y podemos decir que estas profecías ya se han
realizado. Se comprende, desde luego, cuán grande sea el error en que
viven todos aquellos que creen que, cuando se han mudado las señales y
los sacramentos han resultado nuevas las cosas que entre los profetas
se anunciaron como futuras y el Evangelio prueba que ya se han
cumplido.
Sigue Fausto:
San Agustín,
contra Faustum, 19,1
Debe averiguarse si Jesucristo dijo esto y
por qué lo dijo. Si lo dijo con el objeto de no despertar el furor de
los judíos que, viendo sus cosas santas confundidas por Jesucristo, no
creían oportuno oírle; o bien para persuadirnos a que aceptásemos el
yugo de la ley, nosotros que debíamos creer entre los gentiles.
San Agustín,
contra Faustum, 19, 2
Si no fue éste el motivo que le impulsó a
hablar así, debe ser el que ya he dicho, y ni en ello ha mentido. Hay
tres clases de leyes: una de los hebreos, que San Pablo en su carta a
los romanos apellida de pecado y de muerte; otra de los gentiles, a la
cual llama natural, diciendo a los romanos: "Los gentiles practican
naturalmente lo que manda la ley" ( Rom
2,14); y otra de verdad, acerca de la cual dijo también a los romanos:
"La ley es espíritu de vida", etc ( Rom 8,2).
Igualmente los profetas: los hay de los judíos, muy conocidos; de los
gentiles, de quienes dice San Pablo a Tito: "Uno de sus profetas ha
dicho"; y de la verdad, de quienes dice Jesucristo por medio de San
Mateo: "Os envío profetas y sabios" ( Mt
23,24). (l. 19, c. 3) Y en verdad, si hubiese manifestado las
observancias de los hebreos respecto de su cumplimiento, no hubiese
resultado la duda acerca de que había dicho esto refiriéndose a la ley
de los judíos y de los profetas. En ello sólo refiere los preceptos
más antiguos -esto es, no matarás, no fornicarás-, que en otro tiempo
fueron promulgados por Enoc y Set y los demás judíos, ¿a quién no
parece que esto lo dijo El refiriéndose a la ley y a los profetas? En
lo que parece que mencionó ciertas cosas de los judíos, las arrancó
casi de raíz, mandando lo contrario, como es esto que dice: "Ojo por
ojo, diente por diente" ( Ex 21,24). A lo que
dice San Agustín:
San Agustín,
contra Faustum, 19,7
Manifiesto es, qué ley y qué profetas no
vino Cristo a derogar sino a cumplir la misma ley que promulgó Moisés.
Jesucristo no cumplió solamente, como dice Fausto, los preceptos
trasmitidos por los justos antiguos, antes de la ley de Moisés, ni
derogó los que eran propios de la ley de los judíos (19,17), como
éste: "No matarás" ( Ex 20,13). Nosotros,
pues, decimos que estas cosas estuvieron bien mandadas en su tiempo y
que ahora no han sido aprobadas por Jesucristo, sino cumplidas como se
expresa en los demás preceptos. Tampoco entienden esto los que
continúan viviendo en aquella perversidad para obligar a los gentiles
a judaizar, como son los herejes que se llaman nazarenos.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Para que no se crea que todas las cosas
que habían de suceder desde el principio hasta el fin, no eran antes
conocidas por Dios, fueron vaticinadas en la ley de una manera
mística. Por ello dice: No puede suceder que pasen el cielo y la
tierra, hasta que todas las cosas que han sido vaticinadas en la ley
se cumplan en realidad y esto es lo que dice: "En verdad os digo, que
hasta que no pasen el cielo y la tierra, ni una jota, ni un ápice
perecerán de cuanto está mandado en la ley, mientras todas estas cosas
no se verifiquen".
Remigio
La palabra amén
es un modismo hebreo y en latín quiere decir verdaderamente,
fielmente, así sea. Por dos razones usa Jesucristo de esta palabra. Ya
por la dureza de aquellos que eran tardos para creer, ya por los que
habían creído, con el objeto de que comprendiesen mejor las palabras
que siguen.
San Hilario in Matthaeum,
4
Por esto que dice: "Hasta que no pasen el
cielo y la tierra", manifiesta que éstos, a pesar de su grandeza -como
nosotros creemos-, habrán de desaparecer.
Remigio
Subsistirán esencialmente, pero se
renovarán.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 8
Por estas palabras que añade: "Una jota o
un ápice no perecerá de la ley", no debe entenderse otra cosa más que
una expresión terminante de la perfección que se demuestra por medio
de las Sagradas Letras, entre las cuales la jota es la menor de todas
porque consta de un solo trazo, y el ápice es el punto que se pone
sobre la jota. Con estas palabras manifiesta que en la ley hasta las
cosas más pequeñas pueden invitarnos al cumplimiento de ella.
Rábano
Con intención puso la jota griega y no el
ioth hebreo, porque la jota en el griego es la décima letra, y el
número diez expresa el decálogo cuyo ápice y perfección es el
Evangelio.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Si el hombre ingenuo se avergüenza cuando
se le descubre en alguna mentira y el hombre sabio cuando no cumple su
palabra, ¿cómo las palabras divinas podrán subsistir sin un fin y
carecer de cumplimiento? De donde concluye: "El que quebrantare uno de
estos mandamientos más pequeños y enseñare así a los hombres, será
considerado como pequeño en el Reino de los Cielos". Creo que el mismo
Dios responde claramente esto, mostrando cuáles son los mandamientos
más pequeños, diciendo: "Si alguno quebrantare uno de estos
mandamientos más pequeños", esto es, de la manera que habré de decir.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.16,3-4
No dijo, pues, esto refiriéndose a las
leyes antiguas, sino a las que El había de dar, a las cuales llama
pequeñas, aun cuando sean grandes. Así como muchas veces había hablado
de sí con humildad, también ahora habla humildemente de sus preceptos.
O de otro modo:
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Los mandatos de Moisés son fáciles de
ejecutar: no matarás, no adulterarás. La misma magnitud de estos
crímenes hace rechazar el deseo de cometerlos. Por lo tanto, en la
remuneración son pequeños pero en el pecado son grandes. Los
mandamientos de Cristo -esto es, no te enfurezcas, no tengas deseos-,
en la ejecución son difíciles, pero en el premio son grandes, aun
cuando sean pequeños en el pecado. Por lo tanto, Jesucristo dictó
estos mandamientos: "No te enfurezcas, no desees". Luego aquellos que
cometen pecados leves son los más pequeños en el Reino de Dios. Esto
es, el que se enfurezca y no cometa pecado grande, puede considerarse
como libre de la pena -esto es, de la eterna condenación-, pero
tampoco puede estar en la gloria que consiguen aquellos que cumplen
aun estos preceptos más pequeños.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 8
O de otro modo: aquellos preceptos que
están en la ley se llaman pequeños, pero aquéllos que Jesucristo había
de dictar eran grandes. Los menores mandamientos se significan por una
jota o por un ápice. Aquel, pues, que los viola y enseña a otros a
quebrantarlos, se llamará pequeño en el Reino de los Cielos. Y acaso
tampoco pueda entrar en el Reino de los Cielos, porque allí no pueden
entrar sino los grandes.
Glosa
Quebrantar es no hacer lo que rectamente
entiende uno que debe hacer, o no entender lo que ha dañado, o
disminuir la integridad de la adición hecha por Jesucristo.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.16,4
Cuando oigas pequeño en el Reino de los
Cielos, debes creer que en ello no se significa otra cosa que el
suplicio y el infierno. Reino suele llamarse no sólo la utilidad del
Reino, sino el tiempo de su resurrección y la venida de Jesucristo.
San Gregorio,
homiliae in Evangelia. 12
También debe entenderse por Reino de los
Cielos la Iglesia, en la que el sabio que quebranta un mandamiento se
llama pequeño, porque aquél cuya vida no es buena no puede esperar
otra cosa que el menosprecio de su predicación.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
O llama pequeños los sucesos de la pasión
y muerte del Señor, la que si alguno no confiesa -considerándola
vergonzosa- será pequeño -esto es, el último y casi nulo-, pero al que
la confiesa se le promete la gloria de una gran vocación en el cielo.
De donde sigue: "El que hiciere, pues, y enseñare, se llamará grande
en el Reino de los Cielos".
San Jerónimo
Reprende en esto a los fariseos que
despreciando los mandatos del Señor, daban la preferencia a sus
propias tradiciones, porque no les aprovecha la doctrina que enseñan
al pueblo si prescinden de lo más pequeño que está mandado en la ley.
Podemos entender esto de otra manera, creyendo que la instrucción del
que enseña, aun cuando incurra en un defecto pequeño, le hace caer del
punto más elevado; y no le aprovecha enseñar la justicia, que él mismo
destruye, aun con la culpa más leve. La bienaventuranza es perfecta
cuando se ejecuta lo que se predica.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 8
O de otro modo: el que quebrantare
aquellas cosas pequeñas (a saber, los preceptos de la ley) y enseñare
así a los demás, será llamado pequeño; pero el que practica la ley aún
en lo más insignificante y enseña así a los demás, no debe
considerarse como grande, sino no tan pequeño como aquél que la
quebranta, pues para que sea grande debe practicar y enseñar lo que
Jesucristo enseña.
|
20-22 |
"Porque os digo en verdad, que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás: pues el que matare, reo será en el juicio. Mas yo os digo, que todo aquél que se enoja con su hermano, reo será en el juicio. Y quien dijere a su hermano raca, reo será en el concilio. Y quien dijere insensato, reo será en el infierno". (vv. 20-22)
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Con tan magnífico exordio empezó a
plenificar la obra de la ley antigua y a anunciar a sus Apóstoles que
no les será posible la entrada en el Reino de los Cielos si no
aventajan a los fariseos en justicia. Esto es lo que manifiesta cuando
dice: "Porque os digo, que si vuestra justicia no fuere mayor", etc.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.16,4
Llama justicia aquí a la virtud universal.
Entiéndase en esto el aumento de la gracia. A sus discípulos los
consideraba todavía como ignorantes, pero quiere que sean mejores que
los maestros en el Antiguo Testamento. No llamó inicuos a los escribas
y a los fariseos porque no negó que tenían justicia. Considera también
que con estas cosas confirma el Antiguo Testamento delante de sus
Apóstoles, comparándolo con el Nuevo, resultando el más y el menos
dentro del mismo género. La justicia de los escribas y los fariseos
son los mandamientos de Moisés. Los cumplimientos de aquellos mandatos
son los preceptos de Jesucristo. Esto es, pues, lo que dice: Si
alguno, además de los preceptos de la ley, no cumple estos preceptos
míos, que ellos consideraban como pequeños, no entrará en el Reino de
los Cielos; puesto que aquellos preceptos libran de la pena (debida a
los transgresores de la ley), mas no llevan al Reino de los Cielos,
pero éstos libran de la pena y llevan al cielo. Siendo una misma cosa
quebrantar los preceptos pequeños y no cumplirlos, ¿por qué dice
arriba, del que los quebranta, que se llamará pequeño en el reino de
Dios, y ahora dice del que no los cumple, que no entrará en el Reino
de los Cielos? Pero entiende que ser pequeño en el Reino, es lo mismo
que no entrar en él y que estar en el Reino no es reinar con Cristo,
sino vivir en el pueblo de Cristo. Como si dijese del que no cumple
que estará entre los cristianos, pero que será un cristiano pequeño, y
que el que entra en el Reino, participa del Reino con Jesucristo. Por
lo tanto, éste que no entra en el Reino de los Cielos, no tendrá
gloria con Jesucristo. Sin embargo, estará en el Reino de los Cielos,
esto es, en el número de aquéllos sobre quienes reina Jesucristo, que
es el rey de los cielos.
San Agustín,
de civitate Dei, 20,9
O como dice en otro lugar: "Si vuestra
justicia no fuese mayor que la de los escribas y de los fariseos",
esto es, de aquéllos que no practican lo que enseñan porque de ellos
ya ha dicho San Mateo: "Dicen y no hacen" ( Mt
23,3). Como si dijese: si no abundase vuestra justicia de modo que no
quebrantéis, sino más bien hagáis lo que enseñáis, no entraréis en el
Reino de los Cielos. Antes se entendía el Reino de los Cielos donde
están ambos: el que no practica lo que enseña y el que lo practica,
pero el primero se llama pequeño y el segundo grande, por lo que se
entiende como Reino de los Cielos a la Iglesia presente. Aquí, se
entiende el Reino de los Cielos donde entra aquel que cumpla la ley.
Esta es la Iglesia tal y como será en la otra vida.
San Agustín, contra Faustum, 19, 30
Este nombre de Reino de los Cielos, que
con tanto interés nombra nuestro Señor, no sé si alguno lo habrá
encontrado escrito en los libros del Antiguo Testamento. Propiamente
hablando pertenece a la revelación del Nuevo Testamento, porque se
reservaba nombrarlo a los labios de Aquel a quien prefiguraba el
Antiguo Testamento para regir y gobernar a sus siervos. Este fin, al
cual deben referirse los preceptos, estaba oculto en el Antiguo
Testamento, aunque ajustados a él vivían los santos que veían su
revelación futura.
Glosa
O esto que dice: "si no abundare", debe
referirse a la inteligencia de los escribas y fariseos, no al
contenido del Antiguo Testamento.
San Agustín,
contra Faustum, 19, 28
Casi todo lo que el Señor aconsejó o mandó
precedido de estas palabras ( Mt 19,23): "Yo,
pues, os digo", se encuentra en aquellos libros antiguos. Pero como no
comprendían que el homicidio era otra cosa más que la destrucción de
un cuerpo humano, el Señor les manifestó que todo movimiento malo que
pueda contribuir a hacer daño al prójimo, debe considerarse como
homicidio. Por esto añade: "Oísteis que fue dicho a los antiguos: 'No
matarás".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Queriendo Jesucristo manifestar que el
mismo Dios que habló en la ley es el que ahora manda en la gracia,
pone a la cabeza de sus preceptos aquel que en la ley antigua se ponía
el primero; esto es, antes de los prohibitivos contra el prójimo.
San Agustín,
de civitate Dei, 1, 21
El precepto: "No matarás", no expresa,
como opinan los maniqueos, la prohibición de arrancar una caña o matar
un animal sin razón, puesto que por ordenación justísima del Creador,
su vida y su muerte están sometidas a nuestras necesidades. Por ello
debemos entender, que todo lo dicho se refiere al hombre: No matarás a
otro, ni tampoco a ti, pues el que se mata, no hace otra cosa que
matar a un hombre. De ningún modo obraron contra este mandamiento los
que por orden de Dios hicieron la guerra. Ni tampoco cometen crimen
aquellos que, ejerciendo la autoridad legítima, castigan a los
criminales por razones justas. A Abraham, no solamente no se le
consideró como culpable de crueldad, sino que más bien se le alaba con
el nombre de piadoso, cuando quiso matar a su hijo por obedecer a
Dios. Se exceptúan aquí aquellos a quienes Dios manda matar por
mandamiento expreso, o por cumplir con la ley, o por librar a otra
persona. No mata aquél que obedece al que manda, como aquellos que
prestan su ayuda al que ejerce la justicia; tampoco debe considerarse
como homicida a Sansón, que sucumbió bajo las ruinas con todos sus
enemigos, porque el mismo Espíritu que por medio de él hacía milagros,
había sido quien le había dado esta orden, aunque de una manera
oculta.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 16,5
Por esto que dice: "Se ha dicho a los
antiguos", manifiesta que hacía ya mucho tiempo que conocían este
precepto. Dice esto, pues, para mover a los oyentes tardos a preceptos
más altos. Así como si un maestro dice a su alumno perezoso animándolo
al estudio: "has pasado mucho tiempo en deletrear". Por eso añade:
"Mas yo os digo, que todo aquel que se enoje con su hermano, obligado
será a juicio". En lo que debemos comprender la potestad del
legislador. Ninguno de los antiguos había hablado así, sino de esta
manera: "Esto dice el Señor". Porque aquéllos, como siervos,
anunciaban las cosas que eran del Señor, pero éste, como Hijo, anuncia
las cosas que son de su Padre y suyas a la vez; aquéllos predicaban a
sus compañeros de servidumbre y éste dictaba leyes a sus subordinados.
San Agustín,
de civitate Dei, 9,4
Dos son los pareceres de los filósofos
acerca de las pasiones del alma. Los estoicos creen que las pasiones
son impropias del hombre sabio; pero los peripatéticos creen que los
hombres sabios pueden tener pasiones, pero moderadas y sujetas a la
razón, sí como cuando se ejerce la misericordia de modo que se
conserve la justicia
San Agustín,
de civitate Dei, 4,5
En la doctrina cristiana no se indaga
principalmente si un alma piadosa puede encolerizarse o entristecerse
sino el origen de donde proceden esas impresiones.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
El que se encolerice sin causa, será
culpable. Pues si la ira no existiera, ni la doctrina aprovecharía, ni
los tribunales estarían constituidos, ni los crímenes se castigarían.
Así, el que no se enfurece cuando hay causa para ello, peca. La
paciencia imprudente fomenta los vicios, aumenta la negligencia e
invita a obrar el mal, no sólo a los malos sino también a los buenos.
San Jerónimo
En algunos códices se añade: "Sin causa".
Sin embargo, en las cosas verdaderas no hay duda y la cólera se
prohíbe totalmente. Si se nos manda rogar por los que nos persiguen (
Mt 5,44), queda suprimida toda ocasión de
enfurecerse. No debemos incomodarnos sin causa, porque la ira del
hombre no opera la justicia de Dios ( Stgo
1,20).
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Sin embargo, la ira con causa no es ira,
sino juicio, pues la cólera propiamente dicha es la alteración de una
pasión. El que se enfada con causa, su ira no es de pasión, y por lo
tanto juzga, no se irrita.
San Agustín,
In libro retractationum, 1, 19
También debemos fijarnos en lo que
significa enfurecerse con su hermano, puesto que no se enfurece con su
hermano aquel que se enfurece por la culpa de su hermano. El que se
enfurece con su hermano y no con su pecado, se enfurece sin causa.
San Agustín,
de civitate Dei, 14, 9
Nadie que tenga su juicio cabal, podrá
decir que se enfurece aquel que se incomoda con su hermano para que se
corrija. Estos movimientos, que provienen del amor del bien y de la
santa caridad, no pueden llamarse vicios, puesto que están en armonía
con la recta razón.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Yo creo que Jesucristo no habla aquí de la
ira carnal, sino de la ira espiritual. La carne no puede obedecer sin
conturbarse. Cuando el hombre se enfurece y no quiere hacer aquello
que la ira le impulsa, su carne se enfurece, pero su alma queda en
paz.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 9
Así, pues, en este primer mandamiento se
trata de una cosa sola: la ira. En el segundo se trata de dos: la ira
y la voz que la expresa, como se dice en estos términos: "Y el que
dijere a su hermano raca, obligado será en el
concilio". Algunos han querido tomar del griego la significación de
esta palabra, creyendo que la palabra raca
quiere decir andrajoso, puesto que en griego la palabra
racos quiere decir andrajoso. Es más probable
que sea una voz sin significado alguno, pero manifestando la
alteración de un alma indignada. Los gramáticos llaman a estas voces
interjecciones, como cuando se dice por uno que padece: "¡Ay!"
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.16,7
También la palabra raca
puede ser una palabra de desprecio o de ultraje, como cuando nosotros
decimos, o a los criados, o a los que son más jóvenes que nosotros:
"Marcha tú, dile tú". Y así, los que conocen la lengua siríaca, ponen
la palabra raca en lugar de tú. El Señor,
pues, quiso arrancar hasta los defectos más pequeños, y por ello nos
manda que nos respetemos mutuamente.
San Jerónimo
O bien raca es
una palabra hebrea y quiere decir vano o hueco, a quien no podemos
llamar con la injuria vulgar, sin cerebro. Y con intención añade: "El
que dijere a su hermano": nuestro hermano, pues, no puede ser otro que
aquel que tiene un mismo padre que nosotros.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
No es propio llamar hombre vacío a aquel
que tiene en sí al Espíritu Santo.
San Agustín,
de sermone Domini, 1,9
En tercer lugar, se significan tres cosas:
la ira, la voz que significa la ira y la expresión del vituperio. Por
ello sigue: "Y quien dijere insensato, quedará sujeto al fuego del
infierno". Hay gradación en estos pecados. Primero, cuando uno se
enfurece y retiene el movimiento concebido en el corazón y si esfuerza
la voz sin significación precisa, pero que por su fuerza es signo de
la emoción, hay un grado más que en la cólera que calla. Pero aun es
más si expresa una palabra ciertamente injuriosa.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Así como ninguno que tiene el Espíritu
Santo puede llamarse vacío, así ninguno que conoce a Jesucristo puede
llamarse fatuo. Pero si la palabra raca
significa vacío en cuanto al sentido de la palabra, lo mismo quiere
decir fatuo que raca. Se diferencia, sin
embargo, en cuanto al fin que se propone el que dice esta palabra.
Raca era una palabra vulgar entre los judíos,
la cual pronunciaban, no por ira ni por odio, sino por algún
movimiento vano. La decían, pues, más bien como para expresar
confianza que injuria. Pero si no se dice por causa de rabia, ¿qué
clase de pecado es? Porque se dice con el deseo de disputa, no de
edificación; si, pues, no debemos decir aun las buenas palabras sino
para edificar a los demás, ¿cuánto más aquello que en sí ya es malo
por naturaleza?
San Agustín,
de sermone Domini, 1,9
Fijémonos ahora en las tres clases de
pena: el juicio, el Sanedrín y el fuego eterno, grados con los cuales
subimos de lo más leve a lo más grave; pues en el juicio aun hay lugar
a defenderse. Al Sanedrín pertenece la pronunciación de la sentencia,
cuando los jueces convienen entre sí en la clase de castigo que haya
de aplicarse, y en el fuego eterno ya se expresa claramente la
condenación y la pena del culpable. De donde se ve cuán grande es la
diferencia que hay entre la justicia de Jesucristo y la de los
fariseos. Entre éstos la muerte de otro hace reo de juicio, y Aquél lo
hace reo de juicio por la ira, de cuyas tres cosas ésta es la más
leve.
Rábano
El Señor llama aquí infierno al tormento
del infierno, cuyo nombre creen que lo tomó de un valle consagrado a
los ídolos, y que está cerca de Jerusalén, lleno en otro tiempo de
cadáveres, que, según leemos en el libro de los Reyes, Josías profanó.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 16,8
Es la primera vez que pronuncia el nombre
de infierno después que antes había hablado del Reino de los Cielos,
manifestando que El nos da éste por su amor, el otro por nuestra
desidia. A muchos les parece demasiado fuerte eso de padecer por una
sola palabra una pena tan grande, por lo que algunos dicen: "Que esto
se expresa de una manera hiperbólica". Pero me temo que, interpretando
mal estas palabras, suframos allí el último suplicio. No creas que
esto es duro, porque la mayor parte de las penas y de los pecados
proceden de las palabras. Las palabras insignificantes inducen muchas
veces al homicidio y han destruido ciudades enteras. No consideres
como cosa pequeña el llamar a tu hermano necio,
puesto que le quitas la prudencia y el entendimiento, por los cuales
somos hombres y nos diferenciamos de los animales
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
O será reo del Sanedrín, esto es, no
pertenecerá al concilio de aquéllos que se reunieron contra
Jesucristo, como interpretan los Apóstoles en sus cánones.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
O bien el que trata como vacío al que está
lleno del Espíritu Santo, se hace reo ante el concilio de los santos,
como si hubiere de pagar la ofensa hecha al Espíritu Santo, con la
reprensión de jueces santos.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 9
Alguno me preguntará: ¿con qué suplicio
más grave se castiga el homicidio, si la injuria ya se castiga con el
fuego del infierno? Obliga a comprender que hay varios infiernos.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.16
El juicio y el Sanedrín son penas que se
padecen en esta vida, y el fuego del infierno es la pena que se padece
en la otra; por ello pone el juicio de la ira, para manifestar que no
es posible que el hombre viva absolutamente sin pasiones, pero que le
es posible enfrentarlas y por lo tanto, no la fijó una pena
determinada, para que no apareciese que la prohibía totalmente. El
Sanedrín lo cita ahora como juicio de los judíos, para que no se crea
que innova en todo.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 9
En estas tres sentencias debe observarse
que hay palabras que se sobreentienden, exceptuada la primera, que
tiene todas las palabras: "El que se enfurece, dijo, contra su
hermano" (sin causa, según algunos); en la segunda, cuando dice: "Pero
el que dijese a su hermano raca " (se
entiende sin causa), y en la tercera, cuando dice: "Pero el que dijese
fatuo", da a entender dos cosas: a su hermano y sin causa. Y esto es
con lo que se defiende aquel dicho del Apóstol, que llama necios a los
de Galacia, a quienes también denomina hermanos. No hace, pues, esto
sin causa.
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23-24 |
"Por tanto, si fueses a ofrecer tu ofrenda al altar y allí te acordares que tu hermano tiene alguna cosa contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano, y entonces ven a ofrecer tu ofrenda". (vv. 23-24)
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 10
Si no es lícito enfurecerse contra su
hermano ni decirle raca ni necio, mucho menos debemos tener ninguna
animadversión que pueda degenerar en odio, y por esto añade: "Por
tanto, si fueres a ofrecer tu ofrenda al altar y allí recordares que
tu hermano tiene alguna cosa contra ti".
San Jerónimo
No dijo si tú tienes algo contra tu
hermano, sino si tu hermano tiene algo contra ti, como imponiéndote
con más dureza la necesidad de reconciliarte.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 10
Entonces él tiene algo contra nosotros, si
le hemos ofendido en algo; pero nosotros tenemos algo en contra de él,
si él nos ha ofendido, en cuyo caso no es necesario procurar su
reconciliación. No pedirás el perdón a aquel que te hace alguna
ofensa, sino que lo que haces es perdonarlo. Como deseas que Dios te
perdone, perdona tú también a tu hermano.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Pero si aquél te ofendiere y fueses el
primero en pedirle el perdón, adquirirás un gran mérito.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 16,9
Pero si alguno no procura reconciliarse
con él por amor al prójimo, lo induce a esto para que sus buenos
oficios no queden incompletos, especialmente si se verifican en un
lugar sagrado. Por esto añade: "Deja allí tu ofrenda delante del altar
y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano".
San Gregorio,
hom 1
El Señor no quiere recibir el sacrificio
de los que están enemistados. De aquí podéis conocer cuán grande sea
el mal de la enemistad, por lo cual se rechaza aun aquello, en virtud
de lo cual se perdona la culpa.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Ve aquí la gran misericordia de Dios, que
da preferencia a las utilidades de los hombres sobre su honor, más
bien quiere la unión de los fieles que sus ofrendas. Cuando los
hombres fieles tienen alguna disensión entre sí, no recibe ninguna
ofrenda de ellos, ni oye ninguna de sus oraciones, mientras dura la
enemistad. Ninguno, pues, puede ser amigo fiel de dos que son enemigos
entre sí, y por ello, Dios no quiere ser amigo de los fieles mientras
sean enemigos entre sí. Y nosotros no guardamos la fe a Dios si amamos
a sus enemigos y aborrecemos a sus amigos. Aquel que ofende primero,
debe ser el que pida la reconciliación. Has ofendido con el
pensamiento, debes reconciliarte por medio del pensamiento; has
ofendido con palabras, con palabras debes reconciliarte; has ofendido
con obras, con obras debes reconciliarte. Todo pecado, del mismo modo
que se comete, debe hacerse por él penitencia.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Una vez obtenida la paz humana manda
volver a la divina, para pasar de la caridad de los hombres a la de
Dios, y por ello sigue: "Y entonces ven a ofrecer tu ofrenda".
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 10
Si lo que aquí se dice se toma al pie de
la letra, acaso crea alguno que esto conviene hacerlo así, no puede
dilatarse la reconciliación por mucho tiempo si el hermano está
presente, puesto que se nos manda dejar la ofrenda delante del altar;
mas si está ausente y (lo que puede suceder también) al otro lado del
mar, es un absurdo el creer que debe dejar su ofrenda delante del
altar y recorrer las tierras y los mares antes de ofrecerla al Señor.
Por ello se nos manda recogernos en el interior y pensar
espiritualmente, para que pueda entenderse aquello que se dice, sin
incurrir en absurdos. Por altar debemos entender, espiritualmente
hablando, la fe. La ofrenda que ofrecemos al Señor, ya sea por medio
de la enseñanza, ya por medio de la oración, o ya por cualquier otro
concepto, no puede ser aceptable delante de Dios si no va adornada con
la fe. Si, pues, hemos ofendido a nuestro hermano en alguna cosa,
debemos ir a reconciliarnos con él, no con los pies del cuerpo, sino
con los movimientos del alma, prostrándonos ante el hermano con
afectos de humildad, en presencia de Aquel a quien vamos a ofrecer. Y
así, como si estuviese presente, podremos calmarlo, no con ánimo
afectado, sino pidiéndole perdón y al volver, esto es, renovando la
intención de lo que habíamos empezado a hacer, ofreceremos nuestra
ofrenda.
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25-26 |
"Acomódate luego con tu contrario mientras que estás con él en el camino, no sea que tu contrario te entregue al juez y el juez te entregue al ministro, y seas echado en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante". (vv. 25-26)
San Hilario,
in Matthaeum, 4
El Señor quiere que no pasemos ningún
tiempo sin acudir a El, con la intención de perdonar. Por ello nos
mandó reconciliarnos con nuestro enemigo en el camino de la vida, no
sea que al tiempo de la muerte nos vayamos sin terminar la paz
comenzada. Por ello dice: "Acomódate luego con tu contrario mientras
que estás con él en el camino, no sea que tu contrario te entregue al
juez".
San Jerónimo
Como no tenemos en los códices latinos la
palabra consentiens, en los griegos se ha
escrito eunoon, que quiere decir benigno o
benévolo.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 11
Si pensamos quién sea nuestro contrario,
con quien se nos manda ser benévolos, deberemos creer que es, o el
diablo, o el hombre, o la carne, o Dios, o su ley. El diablo no me
parece que sea aquel con quien se nos manda ser benévolos o estar en
amistad. Donde hay benevolencia allí hay amistad, y nadie puede
mandarnos que tengamos amistad con el diablo. Ni tampoco conviene
estar conforme con él, puesto que hemos renunciado a su trato y le
hemos declarado la guerra. Ni tampoco debemos consentir con él, porque
el haber estado conformes con él alguna vez, ha hecho que caigamos en
tantas miserias.
San Jerónimo
Algunos dicen que manda el Salvador que
seamos benévolos con el demonio para que no le hagamos sufrir por
culpa nuestra, porque hay quien dice que debe ser atormentado por
nosotros cuando consentimos en sus tentaciones. Otros dicen, con más
precaución, que nosotros en el bautismo hacemos una especie de pacto
con el demonio, renunciando a él; pero si respetamos este pacto, nos
hacemos benévolos y conformes con nuestro enemigo, y no seremos
encerrados en la cárcel
San Agustín,
de sermone Domini, 1,11
No veo cómo interpretar esto: nosotros
somos entregados por el hombre al juez, cuando comprendo que
Jesucristo es el juez ante cuyo tribunal todos habremos de
presentarnos, según dice el Apóstol. ¿Cómo habrá de ser entregado a un
juez aquel que, como nosotros, habrá de comparecer también ante el
juez Supremo? Y también si alguno daña a otro hombre matándolo, no
tendrá tiempo de reconciliarse con él en el camino, esto es, en esta
vida, ni podrá obtener el perdón por la penitencia. Tampoco comprendo
cómo se nos podría estar mandando estar acordes con la carne, en cuyas
supersticiones, si consentimos, nos hacemos más pecadores. Los que la
someten a la servidumbre, no están de acuerdo con ella, sino que la
obligan a que se someta.
San Jerónimo
¿Cómo puede meterse la carne en la cárcel,
si no está de acuerdo con el alma, siendo así que el alma y el cuerpo
han de ser aprisionados juntamente, y el cuerpo no puede hacer nada si
el alma no le obliga?
San Agustín,
de sermone Domini, 1,11
Acaso lo que se nos manda es estar unidos
a Dios, de quien nos hemos separado pecando, y que desde entonces
resulta nuestro adversario resistiéndonos, según estas palabras: "Dios
resiste a los soberbios". Todo aquél, pues, que no se reconciliare con
Dios en esta vida por medio de la muerte de su Hijo, será entregado
por El al juez, esto es, al Hijo, a quien el Padre ha dado todo
juicio. ¿Mas cómo puede decirse rectamente que el hombre se halla en
el camino con Dios, sino porque Dios está en todas partes? Y si no se
quiere decir que Dios, presente en todas partes, esté con los impíos,
así como no decimos que los ciegos estén con la luz que los baña. Sólo
resta aquí que comprendamos como adversario al precepto de Dios,
opuesto a los que quieren pecar, y que nos ha sido dado en esta vida
para que nos dirija en el camino. Una vez conocido, debemos asentir a
él prontamente (leyendo, oyendo, asintiendo a su autoridad suprema),
no aborreciéndole, porque es opuesto a nuestros pecados, sino amándolo
porque nos corrige. No desechándolo por oscuro, sino orando para
comprenderlo.
San Jerónimo
Mas, de los antecedentes aparece que Dios
nos exhorta a la caridad fraterna, puesto que dice más arriba: "Ve a
reconciliarte con tu hermano".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Se apresura el Señor a reconciliarnos con
nuestros hermanos en esta vida, sabiendo cuán peligroso es que un
enemigo muera sin reconciliarse. Si, siendo enemigos, os presenta la
muerte ante el juez, éste os entregará a Cristo, el cual os convencerá
de reos en su juicio. Os entregará al juez, por más que antes os haya
suplicado la reconciliación. Pues el que ruega antes al enemigo, lo
hace reo delante de Dios.
San Hilario in Matthaeum,
4
O bien vuestro adversario os entregará al
juez, porque vuestra ira, que permanece sobre él, es la prueba de
vuestra enemistad.
San Agustín,
de sermone Domini, 1,11
Entiendo que ese juez es Cristo, porque
"el Padre dio todo juicio al Hijo" ( Mt
4,11). Por ese ministro entiendo el ángel: "Y los Angeles, dice, le
servirán". Y, en efecto, creemos que vendrá a juzgar con sus ángeles,
por lo cual añade: "El juez te entregará al ministro".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
O al ministro, esto es, al ángel cruel de
las penas, el cual os sepultará en la cárcel de fuego, y así es como
sigue: "Y serás metido en la cárcel".
San Agustín,
de sermone Domini, 1,11
Entiendo por cárcel las penas de las
tinieblas, y para que ninguno desprecie esta cárcel, añade: "En verdad
te digo que no saldrás de esa cárcel hasta que no pagues el último
cuadrante".
San Jerónimo
Cuadrante es una
moneda que vale dos minutas, lo cual equivale a decir: no saldrás de
la cárcel mientras no hayas expiado hasta los pecados más pequeños.
San Agustín,
de sermone Domini, 1,11
Esta expresión se pone aquí para
significar que nada se deja sin castigo. Así como decimos de una cosa,
exigida con rigor, que se la ha exprimido hasta lo último. O se
significan, con el nombre de novísimo
cuadrante, los pecados terrenos, puesto que
la tierra es el cuarto ( novísimo o último)
de los elementos. La palabra pagar significa
la pena eterna, y la manera de expresarse hasta
que, debe tomarse en el mismo sentido que
esta otra frase: "Siéntate a mi derecha hasta
que ponga a tus enemigos bajo tus pies" (
Sal 109,1). Es claro que su reino no
terminará cuando someta a sus enemigos y así debe entenderse aquí: "No
saldrás de ahí hasta que no pagues el último
cuadrante", como si dijera que nunca saldrá de allí, porque pagará
siempre el último cuadrante mientras duren las penas eternas, debidas
a los pecados de su vida.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Si haces las paces en esta vida, puedes
recibir la remisión aun de las faltas más graves. Pero una vez
condenado y metido en la cárcel, no sólo te exigirán suplicios por los
pecados graves, sino también de una palabra ociosa, lo que puede
entenderse por cuadrante.
San Hilario in Matthaeum,
hom. can
Como la caridad cubre multitud de pecados,
pagaremos hasta el último cuadrante, si con el precio de ella no
redimimos nuestros pecados.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
También se pueden llamar cárceles a las
angustias de este mundo, las cuales permite Dios muchas veces a los
que pecan.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 16,11
O se trata aquí de los jueces de este
mundo, del camino que conduce a este juicio y de esta cárcel. Esto
para fijarnos en las cosas de la eternidad por medio de las temporales
que tenemos a la vista y que de ordinario nos mueven más. En este
sentido dice San Pablo: "Si obrares mal, teme la potestad; pues no sin
causa lleva ceñida la espada" ( Rom 13,4).
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27-28 |
"Oísteis que se dijo a los antiguos: No adulterarás. Y yo os digo que todo aquel que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón con ella". (vv. 27-28)
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.17,1
Después que el Señor terminó el primer
mandamiento a saber: "No matarás", procede con orden a hablar del
segundo. Oísteis que fue dicho a los antiguos: "No adulterarás".
San Agustín,
sermones, 9,3
Esto es, no irás a buscar otra mujer que
la tuya. Si exiges de tu mujer esto, ¿no querrás pagarle del mismo
modo cuando debes darle ejemplo con tus virtudes? Es muy necio el que
el hombre diga que esto no se puede hacer. Lo que hace la mujer, ¿no
podrá hacerlo el hombre? No quieras decir: No tengo mujer y por lo
tanto voy a buscar a una mujer pública y por ello no quebranto este
precepto, puesto que dice: "No adulterarás". Ya has conocido lo que
vales, el precio que Cristo pagó por ti: ya sabes qué comes y qué
bebes, y también a quién comes y a quién bebes. Sepárate, pues, de las
fornicaciones. Cuando corrompes la imagen de Dios (que eres tú), por
las fornicaciones y por las complacencias carnales, el mismo Dios
también (que sabe lo que te es útil), te manda esto para que no se
destruya su templo, que tú has empezado a ser.
San Agustín,
contra Faustum,19, 23
Pero como los fariseos creían que el sólo
trato corporal e ilícito con una mujer se llamaba adulterio, el Señor
les manifestó que tal concupiscencia no era otra cosa, diciéndoles:
"Pues yo os digo que todo aquél que pusiese los ojos en una mujer para
codiciarla, ya cometió adulterio con ella". Lo que la ley manda es:
"No desearás la mujer de tu prójimo" ( Ex
20,17), esto les parecía a los judíos que debía entenderse sólo de la
acción de quitar la mujer a otro y no del trato carnal.
San Jerónimo
Entre la pasión y el deseo hay la
diferencia de que la pasión se considera como vicio, y el deseo aun
cuando tiene la misma culpa del vicio, sin embargo, no se considera
como crimen. Luego aquel que viese una mujer y observase que su alma
se perturba, éste debe considerarse como herido por el deseo. Si
consintiese, pasa del deseo a la pasión, y para éste, no sólo hay
voluntad de pecar, sino también ocasión. Todo aquél que viese una
mujer con ánimo de pecar con ella (esto es, si la mira de tal modo que
la desee y se prepare para obrar el mal), éste ya puede decirse con
verdad que ha pecado en su corazón.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 12
Tres circunstancias concurren para que se
cometa un pecado: la sugestión, la complacencia y el consentimiento.
La sugestión se verifica por medio de la memoria, esto es, por los
sentidos del cuerpo, en cuyo goce, si alguno se deleita, ha incurrido
en delectación ilícita, que debe refrenar. Si ha habido
consentimiento, entonces hay pecado completo. La complacencia, sin
embargo, antes del consentimiento, o es nula o muy leve. Consentir con
ella es pecado cuando es ilícita; pero si se lleva a la práctica,
parece que entonces se sacia y se apaga la concupiscencia. Después,
cuando la sugestión se repite, la complacencia es mayor, más no lo es
tanto como aquella que viene a constituir un hábito, que difícilmente
se puede vencer.
San Gregorio,
Moralia, 21, 2
Todo aquel que mira exteriormente de una
manera incauta, generalmente incurre en la delectación de pecado, y
obligado por los deseos, empieza a querer lo que antes no quiso. Es
muy grande la fuerza con que la carne obliga a caer, y, una vez
obligada por medio de los ojos, se forma el deseo en el corazón, que
apenas puede ya extinguirse con la ayuda de una gran batalla. Debemos,
pues, vigilarnos, porque no debe verse aquello que no es lícito
desear. Para que la inteligencia pueda conservarse libre de todo mal
pensamiento, deben apartarse los ojos de toda mirada lasciva, porque
son como los ladrones que nos arrastran a la culpa.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 17,2
Si quieres con frecuencia fijar los ojos
en las caras hermosas, serás atrapado por completo, aunque acaso
puedas contenerte por dos o tres veces, porque esto no está fuera de
la humana naturaleza. Pero el que una vez enciende la llama en su
corazón (después de vista una mujer), aun cuando no vea sus formas,
retiene en sí el recuerdo de las acciones torpes, de cuya
representación muchas veces pasa a la obra. Pero si alguna,
adornándose demasiado, atrae los ojos de los hombres hacia sí, aun
cuando no haga pecar a ninguno, ella padecerá el fuego eterno, porque
forma el veneno, aun cuando no encuentre ninguno que lo beba. Lo que
dice a los hombres, esto mismo dice a las mujeres, lo que se dice a la
cabeza, también se dice al cuerpo.
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29-30 |
"Y si tu ojo derecho te sirve de escándalo, sácalo y échalo de ti. Porque te conviene perder uno de tus miembros antes que todo tu cuerpo sea arrojado al fuego del infierno. Y si tu mano derecha te sirve de escándalo, córtala y échala de ti, porque te conviene perder uno de tus miembros antes que todo tu cuerpo vaya al fuego del infierno". (vv. 29-30) Glosa
Después que Jesucristo enseñó a evitar el
pecado de la lujuria, porque no sólo debe evitarse este pecado en sí,
sino que también deben evitarse las ocasiones de los pecados, nos dice
que no sólo en la práctica, sino también en el corazón, conviene
evitar las ocasiones de los pecados, diciendo: "Si tu ojo derecho te
escandaliza".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Si según el profeta (
Sal 37,4), no hay nada que no esté herido por el pecado en
nuestra carne, debemos cortarnos cuantos miembros tenemos para que la
pena de éstos pague la malicia de la carne. Pero veamos si así puede
entenderse del ojo corporal y de la mano.
Así como todo hombre, cuando se convierte
a Dios, está muerto al pecado, así el ojo, cuando deja de mirar mal,
se separa del pecado, pero ni aun así está conforme. Si el ojo derecho
te escandaliza, ¿el izquierdo qué hace? ¿Acaso contradice al derecho
para que se conserve inocente?
San Jerónimo
En el ojo derecho, y en la mano derecha,
se insinúa el afecto a los hermanos, la mujer, los hijos, los
parientes y amigos, los cuales, si alguna vez resulta que nos son
impedimento para conocer la verdad, debemos separarlos de nosotros.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 13
Del mismo modo que se entiende la
contemplación en el ojo, así debe entenderse con toda propiedad la
acción en la mano. Por ojo entendemos un amigo muy querido. Y esto
suele decirse por aquellos que quieren expresar su cariño, diciendo:
"Lo quiero como a las niñas de mis ojos". Conviene entender aquí por
ojo un amigo consejero, porque el ojo nos enseña el camino. En cuanto
a lo que se añade, el ojo derecho, acaso vale para aumentar la fuerza
del cariño. Siempre temen los hombres mucho más el perder el ojo
derecho. Por lo mismo que es ojo derecho se entiende que es su
consejero respecto de las cosas divinas. El ojo izquierdo es el
consejero de las cosas mundanas. Y así éste es el sentir: "Cualquiera
que sea la cosa que tú quieras, como si fuera tu ojo derecho, si te
escandaliza (esto es, si te sirve de impedimento para conseguir la
vida eterna), arrójalo y sepáralo de ti". Acerca del izquierdo, cuando
te escandalice, es inútil el decir que tampoco debes perdonarlo. La
mano derecha se considera como un auxiliar estimado para las buenas
obras, y la izquierda como un auxiliar de las cosas necesarias para
esta vida y para el cuerpo.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
O de otro modo: nuestro Señor Jesucristo
quiere que nos preservemos no sólo del peligro de pecar, sino que
también las personas cercanas a nosotros, eviten el hacer algo malo.
Como si teniendo tú algún amigo, le consideras como tu ojo derecho, y
cuando cuida de tus cosas le consideras como tu propia mano; mas si
supieras que hacía alguna cosa mala, lo arrojarías lejos de ti, porque
te escandaliza; pues no sólo daremos cuenta de nuestros pecados, sino
también de los de nuestros prójimos que podamos evitar.
San Hilario in Matthaeum,
4
Hay un grado de inocencia que llega a ser
muy elevado: se nos aconseja no sólo carecer de nuestros propios
vicios, sino también de no incurrir en ellos exteriormente.
San Jerónimo
O de otro modo: Como antes había hablado
de la concupiscencia de la mujer, llamó ahora pensamiento y sensación
al ojo que se fija en diversas cosas. Por la mano derecha y por las
demás partes del cuerpo se designan los principios de la voluntad y
del afecto.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Este ojo de carne es el espejo del ojo
interior. El cuerpo tiene su sentido, que es el ojo izquierdo, y el
apetito es la mano izquierda. Las acciones del alma se llaman
derechas, porque el alma ha sido creada con el libre albedrío y bajo
la ley de la justicia, para que vea y obre bien. El cuerpo no tiene
libre albedrío, está bajo la ley del pecado y se le llama mano
izquierda. No manda nuestro Señor cortar el sentido o el apetito de la
carne. Podemos contener el deseo de la carne con tal que no hagamos lo
que la carne desea; mas no podemos arrancarla para que no desee.
Cuando a propósito queremos una cosa mala y pensamos en ella, entonces
el sentido derecho y la voluntad derecha nos escandalizan, y por lo
tanto se nos manda cortar estas cosas, lo cual podemos hacer por medio
del libre albedrío. O de otro modo: toda cosa buena que nos
escandaliza, o a cualquier otro, debe ser separada de aquellos a
quienes escandaliza. Así como si yo visito alguna mujer por causa de
la fe, este motivo es bueno y se llama ojo derecho; pero si
visitándola con frecuencia caigo en deseo de ella, o si los que lo ven
se escandalizan, entonces mi ojo derecho me escandaliza, y lo que es
bueno sirve de escándalo. El ojo derecho es una mirada con buen fin,
esto es, una buena intención. La mano derecha es una buena voluntad.
Glosa
Tu ojo derecho es también la vida
contemplativa, que escandaliza cuando caes en desidia o en arrogancia,
o cuando no podemos por debilidad nuestra contemplar las cosas santas.
La mano derecha es una buena obra, o la vida activa, la cual
escandaliza cuando se desordena con la frecuencia de las cosas
mundanas y el tedio de la ocupación. Si alguno no adelanta en la vida
contemplativa, no descuide la activa y así no agostará en el ocio la
dulzura de la vida interior.
Remigio
Nuestro Señor Jesucristo manifiesta por
qué debe arrojarse el ojo derecho y cuándo debe cortarse la mano
derecha, cuando dice: "Porque te conviene perder uno de tus miembros,
etc".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Como somos los unos miembros de los otros,
mejor es que nos salvemos sin uno de estos miembros, que queriendo
conservarlos, ellos y nosotros perezcamos. O mejor es que nos salvemos
sin un respeto o sin una obra buena, que no hacer toda las obras
buenas, pereciendo con ellas.
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31-32 |
"También fue dicho: Cualquiera que repudiare su mujer, déle carta de repudio. Mas yo os digo que el que repudiare a su mujer, a no ser por causa de fornicación, la hace ser adúltera. Y el que tomare la repudiada, adultera". (vv. 31-32)
Glosa
Había enseñado el Señor antes, que no debe
desearse la mujer del prójimo. Ahora enseña, como consecuencia, que no
debe dejarse la propia, diciendo: "También fue dicho a los antiguos:
cualquiera que repudiase a su mujer, déle carta de repudio".
San Jerónimo
Más abajo nuestro Salvador explica mejor
este pasaje, esto es, que Moisés mandó dar el acta de divorcio por la
dureza de corazón de los maridos, no concediendo el divorcio, sino
impidiendo el homicidio.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Cuando Moisés sacó a los hijos de Israel
de Egipto, por su descendencia eran israelitas, pero por sus
costumbres eran egipcios. De aquí, que habían aprendido, en las
costumbres de los gentiles, que el marido aborreciese a su mujer, y
como no se le permitía dejarla, estaba dispuesto a matarla o
mortificarla constantemente. Por eso Moisés mandó dar el acta de
divorcio, no porque era bueno, sino porque era el remedio de un mal
mayor.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Pero nuestro Señor, conciliando la equidad
para con todos, mandó que ella principalmente sea la que procure la
paz del matrimonio. Y por esto añade: "Pero yo os digo que todo el que
repudia a su mujer", etc.
San Agustín,
contra Faustum,19, 26
Lo que aquí manda el Señor de no despedir
a la mujer, no es contrario a lo que manda la ley, como decía el
maniqueo, ni tampoco dice esto la ley: "El que quiera dimita a su
mujer" (a lo cual sería contrario no despedirla), sino que como no
quería que la mujer fuese repudiada por el marido, puso ese obstáculo
del acta, que podía detener a un espíritu precipitado. Entonces, sobre
todo, que entre los hebreos (como dicen) sólo los escribas tenían el
privilegio de escribir en su idioma, porque tenían una sabiduría
superior. La ley mandaba que viniesen a éstos todos aquellos a quienes
mandó dar el acta de divorcio si despedían a su mujer. Estos escribas
procuraban persuadir a los consortes, de una manera pacífica, a que
tuviesen concordia entre sí y no escribían el acta sino cuando no
acogían su consejo y se perdía toda esperanza de conciliación. Así
como, pues, no cumplió la ley primordial por esta adición de palabras,
tampoco destruyó la de Moisés oponiéndole una contraria (como el
maniqueo decía), sino que de tal modo recomendó todo el contenido de
la ley de los hebreos, que todo lo que hablase además de su persona
valiese, o para buscar mejor aclaración (si algo oscuro se encontraba
en ella) o que aprovechase para cumplirla mejor.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 14
El que buscó medio de detener el divorcio,
manifestó claramente que no quería la disensión ni aun entre los
hombres más endurecidos. El Señor para confirmar esto mismo, esto es,
que no se repudie fácilmente, exceptúa sólo la causa de fornicación,
diciendo: "A no ser por causa de fornicación". Manda, pues, que se
sufran todas las demás molestias, si acaso existieren, llevándolas con
paciencia en beneficio de la paz conyugal.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Si debemos llevar con paciencia las malas
acciones de los extraños, puesto que dice el Apóstol: "Llevad
mutuamente vuestras cargas" ( Gál 6,2),
¿cuánto más las molestias de las mujeres? El hombre cristiano no sólo
no debe pecar, sino que también debe evitar a otros la ocasión de
obrar mal. De lo contrario, la culpa de otro vendría a constituir un
pecado de éste, puesto que había sido la causa de que se cometiese el
crimen. El que despidiendo pues, a su mujer, dio ocasión a adulterios,
que ella adultere con otro, y otro con ella, éste sería condenado por
causa de este adulterio. Por ello dice que el que repudia a su mujer,
la obliga a que adultere.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 14
También dice más adelante que adultera
aquel hombre que se case con la repudiada por otro, aun cuando sea por
medio del acta de divorcio. Y por esto añade: "Y el que tomase la
repudiada, comete adulterio".
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.17,4
Y no puede decirse que su propio marido la
ha repudiado, puesto que ésta, aun después de repudiada, continúa
siendo mujer del que la repudió.
San Agustín,
de sermone Domini, 1,14
El Apóstol señala los límites de este
precepto, diciendo que debe observarse por todo el tiempo que viva el
marido, pero muerto éste se le concede licencia a la mujer para
casarse. Y si no se le concede permiso para casarse con otro, mientras
vive el marido, de quien se ha separado, mucho menos le es permitido
cometer pecados ilícitos o estupros con cualquier otro. El que sin
despedir a su mujer, vive con ella, no carnal sino espiritualmente, no
va contra este precepto, pues los matrimonios de aquellos que viven en
continencia por mutuo consentimiento, son más felices. Aquí nace una
cuestión: siendo así que nuestro Señor permite repudiar a la mujer por
causa de fornicación, conviene saber qué clase de fornicación sea
ésta. Si debemos creer que esta fornicación se refiere a aquellos que
cometen estupros, o si, como dicen las escrituras, que suelen llamar
fornicación a todo pecado ilícito ( 1Cor 7),
como es la idolatría, la avaricia, o cualquier otra transgresión de la
ley, cometida por concupiscencia ilícita. Pero si es permitido, según
el Apóstol, el repudiar a la mujer infiel, aun cuando sería mejor no
repudiarla, sin embargo, no es lícito, según el precepto del Señor, el
que se repudie a la mujer, sino por causa de fornicación. La
infidelidad es una fornicación. Y si la infidelidad es también
fornicación, y la idolatría infidelidad, y la avaricia idolatría, no
debe dudarse que la avaricia es también fornicación. Y en este caso
¿quién podrá separar fácilmente cualquier concupiscencia ilícita de la
fornicación, si la avaricia es fornicación también?
San Agustín,
in libro retractationum, 1, 19
No quiero, sin embargo, creer que esta
cuestión suscitada por nosotros en asunto tan difícil, satisfaga al
lector. No todo pecado puede llamarse fornicación espiritual, ni
tampoco Dios castiga a todo el que peca, puesto que todos los días oye
a sus santos, que dicen: "Perdónanos nuestras deudas" (
Mt 6,12). Sin embargo, pierde a todo el que
se hace reo de fornicación respecto de El. ¿Es lícito el divorcio por
una fornicación de esta clase? Oscura es la cuestión, pero no hay duda
ninguna respecto de la fornicación que profana el cuerpo.
San Agustín,
de diuersis quaestionibus octoginta tribus, q. ultima
Si alguno dice que el Señor sólo considera
la fornicación como causa suficiente para repudiar a la mujer, aquella
fornicación que se comete por medio de concubinato ilícito, puede
decirse que el Señor se refería a uno y a otro fiel, diciendo que a
ninguno es lícito separarse del otro a no ser por causa de
fornicación.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 16
No se trata aquí solamente de repudiar a
la mujer adúltera. El que la despide lo hace, no sólo porque ella
cometía la fornicación, sino porque era causa de fornicación para él
mismo; la repudiaría por causa de fornicación no sólo de ella sino
también suya; de ella, porque fornica, y suya, para que no fornique.
San Agustín,
de fide et operibus, 16
Con igual razón, la repudiará, si ella
dice a su marido: "No continuaré siendo mujer tuya, si no me
enriqueces con el robo", o si se deleitase con alguna otra cualidad
criminal que notase en su marido. Entonces, aquel a quien la mujer
dice cualquier cosa de éstas, si es un verdadero penitente, cortará
aquel miembro que la escandaliza.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 16
Ninguna cosa hay más fea que dejar a la
mujer por causa de fornicación, cuando el marido puede convencerse de
que también él es fornicador. Entonces sucede aquí lo que dice San
Pablo a los fieles de Roma: "Te condenas a ti mismo en aquello que
juzgas a otro" ( Rom 2,1). Y en cuanto a lo
que dice Jesucristo: "Y el que tomare la repudiada comete adulterio",
puede comprenderse que así como adultera el que se casa con ella, así
también peca aquella con quien se casó. Se manda por el Apóstol que
ella siga sin casarse o que se reconcilie con su marido, pero si se
separa de su marido, dijo el Apóstol que siguiera sin casarse. Mucho
interesa saber si es ella la que repudia o si es la repudiada. Si es
ella la que se separa de su marido y se casa con otro, parece que se
separa de su primer marido por el deseo de contraer nuevo matrimonio
(lo cual debe considerarse como un pensamiento de adulterio), pero si
es ella repudiada por el marido no puede averiguarse ciertamente cómo
se explica que, verificándose la unión por mutuo consentimiento, uno
de ellos sea el que adultere y no el otro. A esto debe añadirse que si
adultera aquel que se casa con otra que ha sido repudiada por su
marido, ella es la que le hace adúltero, lo que prohíbe el Señor aquí.
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33-37 |
"Además oísteis que fue dicho a los antiguos: No perjurarás; mas cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo, que de ningún modo juréis: ni por el cielo, porque es el trono de Dios: ni por la tierra, porque es la peana de sus pies: ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey: ni jures por tu cabeza, porque no puedes hacer un cabello blanco o negro. Mas vuestro hablar sea, sí, sí, no, no. Porque lo que excede de esto, de mal procede". (vv. 33-37)
Glosa
Nuestro Señor había enseñado antes que no
debe hacerse injuria alguna a nuestro prójimo, prohibiendo la ira como
el homicidio, la concupiscencia como el adulterio, y el abandono de la
mujer como el acta del divorcio. Ahora, como consecuencia, enseña que
debe evitarse toda injuria contra el Señor, puesto que prohíbe como
malo, no sólo el perjurio, sino también el juramento como ocasión de
algún mal. Y por ello dice: "Además oísteis que fue dicho a los
antiguos: No perjurarás". Se dice en el Levítico: "No perjurarás en mi
nombre" ( Lv 19,12) y para que las creaturas
no se hiciesen dioses a su gusto, mandó que todo juramento se atribuya
a Dios, y no se haga por las creaturas. De donde añade: "Dedicarás tus
juramentos al Señor; esto es, si sucediese el que jurases, jurarás por
el Creador, y no por la criatura". De donde se dice en el
Deuteronomio: "Temerás al Señor tu Dios, y jurarás por su nombre" (
Dt 6,13).
San Jerónimo
Esto fue concedido entonces a los hombres
en la ley, como a niños, porque así como ofrecían víctimas al Señor,
para que no las inmolasen a los ídolos, así también se les permitía
jurar por Dios. No porque hiciesen con esto alguna cosa buena, sino
porque sería mejor ofrecer esto al Señor que a los demonios.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 12
No jura ninguno frecuentemente sin
incurrir alguna vez en juramento falso. Así como aquel que tiene
costumbre de hablar mucho, algunas veces habla cosas inoportunas.
San Agustín,
contra Faustum 19, 23
Como el jurar en falso es un pecado grave
y ninguno está más lejos de incurrir en él que aquel que no acostumbra
a jurar, aun cuando sea con verdad, quiso más el Señor que, no
jurando, no nos separásemos de la verdad, que, jurando lo verdadero,
nos expusiésemos al juramento falso. Por esto añade: "Pero yo os digo
que de ningún modo juréis".
San Agustín,
de sermone Domini,. 1, 17
En esto confirma la justicia de los
fariseos, que es no jurar en falso. No puede ser perjuro el que no
jura. Pero como jura todo aquel que trae a Dios por testigo, debe
examinarse si aparece que el Apóstol dijo algo contra este precepto,
porque él juró muchas veces de este modo, cuando dice a los Gálatas:
"Lo que os escribo, lo escribo delante de Dios, quien sabe que no
miento" ( Gál 1,20). Y escribiendo a los
Romanos: "El Señor me sirve de testigo, a quien sirvo en mi espíritu"
( Rom 1,9). Puede que alguno diga que sólo
está prohibido el juramento, en el cual se dice algo por cuya virtud
se jura, y que éste: "El Señor me sirve de testigo", no es juramento,
sino que sería preciso decir: "Por Dios". Es ridículo creer esto así,
pero también es menester saber que el Apóstol juró de esta manera,
diciendo a los fieles de Corinto: "Hermanos, todos los días muero por
vuestra gloria" ( 1Cor 15,31). Lo que para
que nadie crea que suena como si dijese: "Vuestra gloria me hace morir
todos los días", las versiones griegas creen que lo que está escrito
no puede decirse por otro que por el que jura.
San Agustín,
de mendacio, 15
Pero no pudiendo entender muchas veces el
sentido de las palabras, en las acciones de los santos comprendemos
muchas veces cómo deba entenderse lo que fácilmente puede traducirse
en otro sentido, cuando no puede confirmarse con ejemplos. El Apóstol
juró en sus cartas, y así manifiesta cómo debe entenderse lo que el
Señor dijo: "Os digo, pues, que no juréis en absoluto", no sea que,
jurando, vengáis a adquirir el hábito de jurar, porque de la facilidad
de jurar se pasa a la costumbre, y de la costumbre al falso juramento.
Así es que no se halla que jurase sino escribiendo, en cuya acción la
consideración es más distinguida y no tiene lengua que se precipite.
Sin embargo, el Señor dice en absoluto que no se debe jurar. No
concedió, pues, esa licencia a los que escribiesen. Como no es lícito
decir que San Pablo es reo de un precepto quebrantado, especialmente
en sus cartas escritas para la salvación de los hombres, preciso es
comprender que aquel adverbio, de ningún modo,
está puesto para que, cuanto te sea posible no lo desees, o como si
fuese un bien con cierta delectación, no apetezcamos el juramento.
San Agustín,
contra Faustum 19, 23
En las Escrituras, como hay mayor
detenimiento, se encuentra que el Apóstol jura en algunos sitios, para
que no haya quien crea que se peca jurando con verdad, y además para
que comprenda mejor que los corazones de la humana fragilidad pueden
conservarse libres de pecado no jurando y preservándose del perjurio.
San Jerónimo
Ultimamente considera que el Salvador no
prohibió jurar por Dios, sino por el cielo y la tierra, por Jerusalén
y por tu cabeza. Se conoce que los judíos tuvieron siempre la pésima
costumbre de jurar por los elementos. El que jura, o venera o ama a
aquél por quien jura. Los judíos, pues, jurando por los ángeles, y por
la ciudad de Jerusalén, y por el templo, y por los elementos,
tributaban a estas creaturas los honores de Dios, estando mandado en
la ley que no juremos sino por Dios nuestro Señor.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 17
O por lo mismo se añade: "Ni por el
cielo", etcétera, porque los judíos no creían que estaban obligados
por el juramento cuando juraban por estas cosas, como si dijese:
"Cuando juras por el cielo y por la tierra no creas que por ello dejas
de estar obligado al Señor en todo lo que has jurado, porque te
convencerás de que has jurado por El, cuando consideres que su trono
es el cielo y su escabel la tierra". Lo cual no se dice aquí como si
Dios tuviese miembros colocados en el cielo y en la tierra (como
cuando nosotros nos sentamos), sino que aquel asiento de Dios
representa el juicio de Dios. Y como tiene una gran parte de su gloria
en el universo material de este mundo, se dice que está en el cielo,
porque allí se ve de una manera más evidente la fuerza divina de su
excelente hermosura. Se dice que tiene la tierra por escabel, porque
hace llegar sus órdenes hasta los más pequeños sitios de todos los
confines del mundo ( 1Cor 2,15). Hablando
espiritualmente, designa con el nombre de cielo a todas las almas
santas, y de tierra al pecador, porque el hombre espiritual juzga
todas las cosas. Se ha dicho, pues, a la parte pecadora: "Eres tierra
y a la tierra irás" ( Gén 3,19). Y el que
quiso permanecer en la ley, se colocó bajo la ley, y por lo tanto,
oportunamente dice que la tierra "es escabel de sus pies". Prosigue:
"Ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey". Lo cual es mejor
que decir "Mi ciudad", comprendiéndose que esto es lo que dijo. Y como
El mismo es Dios, debe jurar por Dios aquel que jura por Jerusalén.
Prosigue: "Ni jurarás por tu cabeza". ¿Qué es lo que puede
corresponder a cualquiera con más propiedad que su propia cabeza? Pero
¿cómo diremos que es nuestra, cuando no tenemos poder para hacer que
un cabello blanco se vuelva negro? Por ello dice: "No puedes hacer un
cabello blanco ni uno negro". Luego cualquiera que jura por su cabeza,
parece que ha jurado por Dios, y lo mismo se entiende respecto de lo
demás.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 17,5
Observad que ensalza Cristo los elementos
de este mundo, no por su propia naturaleza, sino por la relación que
tienen con Dios, para quitar toda ocasión de idolatría.
Rábano
El que prohibió jurar, nos enseñó cómo
debe hablarse, diciendo: "Mas vuestro hablar sea, sí, sí; no, no".
Esto es, para lo que es, basta decir es, y para lo que no es, basta
decir no es. Puede que aquí se diga dos veces es, es, no, no, para
significar que lo que afirmas con la boca debes probarlo con las obras
y lo que niegas con las palabras no lo confirmes con las obras.
San Hilario in Matthaeum,
4
O de otro modo: no es necesario jurar a
los que viven en la sencillez de la fe, porque para ellos lo que es
verdad lo es, y lo que no es verdad no lo es, y por esto las palabras
y las obras de ellos siempre son verdaderas.
San Jerónimo
La verdad evangélica no necesita de
juramentos puesto que toda palabra fiel es un juramento.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 17
El que cree que no debe jurarse en
obsequio de las cosas buenas, sino en el de las necesarias, modérese
cuanto pueda para que no jure sino cuando haya verdadera necesidad.
Como cuando vea que hay hombres malos para creer lo que es necesario
creer y que no creen si no se asegura por medio de juramentos. Esto es
bueno y apetecible lo que aquí se dice: "Mas vuestro hablar sea sí,
sí, no, no. Lo que pasa de ahí procede del mal". Esto es, si te ves
obligado a jurar, sabe que esto proviene de la necesidad, que nace de
la maldad de aquellos a quienes deseas persuadir de algo, cuya
necesidad se llama también maldad, y por ello no dijo: "Lo que excede
de esto es un mal" (tú no haces nada malo, puesto que empleas bien el
juramento para que persuadas a otro de lo que quieres persuadirle para
su utilidad), pero el mal viene de aquél, por cuya debilidad te ves
precisado a jurar.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 17,6
Proviene de lo malo, esto es, de la
debilidad de aquellos a quienes la ley permite jurar. Así Jesucristo
no dice que la antigua ley es del demonio, sino que de la imperfección
antigua conduce a la nueva, más abundante.
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38-42 |
"Habéis oído que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Mas yo os digo que no resistáis al mal: antes, si alguno te hiriere en la mejilla derecha, preséntale también la otra; y a aquel que quiera ponerte pleito y tomarte la túnica, déjale también la capa; y al que te precisare a ir cargado mil pasos, ve con él dos mil más: da al que te pidiere; y al que quiera pedirte prestado, no le vuelvas la espalda". (vv. 38-42)
Glosa
Como antes había enseñado el Señor que no
debe hacerse injuria al prójimo ni irreverencia a Dios, ahora, como
consecuencia, enseña cómo debe portarse el cristiano con los que le
hacen alguna injuria. Por ello dice: "Habéis oído que fue dicho: ojo
por ojo y diente por diente".
San Agustín contra
Faustum, 19, 25
Esto se ha mandado, en verdad, para
refrenar las furias de los odios que suelen nacer mutuamente y para
moderar los ánimos alterados. ¿Quién se contenta fácilmente con una
reparación equivalente a la injuria? ¿No vemos muchas veces que los
hombres, ofendidos levemente, intentan matar, tienen sed de sangre y
no se sacian de hacer daño a sus enemigos? A este hombre, deseoso de
venganza inmoderada e injusta, la ley, estableciendo un modo justo de
obrar, le impone la pena del Talión. Esto es, que reciba el mismo
castigo que pueda equivaler a la injusticia que cometió. Lo cual no
fomenta el furor, sino que le establece sus límites. No para que se
vuelva a emprender lo que ya estaba olvidado, sino para que no se
extienda más aquello que empezó a arder. Se impuso este resarcimiento
justo a aquel que sufrió la injuria. Lo que se debe, aunque es
generoso perdonarlo, se puede reclamar con justicia. Y así, cuando
falte aquél que inmoderadamente quiere ser vengado, no faltará el que
justamente apetece la vindicación. Está más exento de pecado aquel que
no proyecta vengarse bajo ningún concepto, y por eso añade: "Mas yo os
digo que no resistáis al mal". Podía yo también decir así: se dijo a
los antiguos: "No te vengarás injustamente", pero yo os digo: "No os
venguéis", lo cual es el cumplimiento de la ley. Por esas palabras se
puede entender una adición a la ley hecha por Jesucristo. Es más
natural pensar que afiance la ley, esto es, que prohiba en absoluto la
venganza para de ese modo estar más ciertos de no pasar de los límites
de la venganza, no vengándonos.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
La ley no podía subsistir sin este
precepto, porque si, según el mandato de la ley, debemos volver a
todos mal por mal, todos nos volveríamos malos ya que abundan los
perseguidores. Si, según el precepto de Jesucristo, no ponemos
oposición a lo malo, y si los malos no se calman, los buenos
continuarán siendo buenos.
San Jerónimo
Nuestro Señor, quitando la ocasión, evita
las causas de los pecados. Con la ley se enmienda la culpa, pero aquí
se evitan los pecados en sus principios.
Glosa
También puede decirse que nuestro Señor
dijo esto, añadiendo algo a la justicia de la ley antigua.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 19
La justicia de los fariseos, que consiste
en no traspasar los límites de la venganza, es una justicia inferior.
Es principio de la paz, pero la paz perfecta quita toda venganza desde
su principio. Así entre lo primero, que es un exceso de la ley (que
consiste en devolver más mal que se ha recibido) y la perfección que
el Señor manda a sus discípulos (que consiste en no devolver mal por
mal), hay un término medio: devolver sólo el mal que se ha recibido,
por lo cual se ha de pasar de la suma discordia a la suma concordia.
El que causa primero el mal, éste es el que se separa principalmente
de la justicia. El que no ofende a nadie al principio pero después de
ofendido lesiona más, se separa algún tanto de la suma iniquidad. Y el
que devuelve cuanto ha recibido ya concede algo. Es muy justo que el
que ofendió primero sea más lesionado. Nuestro Señor Jesucristo que
había venido a cumplir la ley, perfeccionó esta justicia empezada, no
severa, sino misericordiosa. Nos enseñó que deben conocerse los dos
grados que existen entre la justicia antigua y la nueva. Porque hay
quien no devuelve tanto, sino menos, y de aquí procede el que no se
recompense en manera alguna, lo cual parece poco al Señor, si no estás
preparado para hacer aún más. Por lo que no dice, no devolver mal por
mal, sino no resistir contra lo malo, para que de este modo, no sólo
no devuelvas el mal que se te ha hecho, sino que además no te resistas
a que se te cause otro mal. Esto es precisamente lo que se expone de
una manera bien clara cuando se dice: "Pero si alguno te hiriere en la
mejilla derecha, preséntale también la otra". Que esto pertenece a la
verdadera misericordia, lo sienten especialmente aquellos que sirven a
los que aman mucho, o a los niños, o a los frenéticos, que tanto
padecen con frecuencia, y que, si el bien de los pacientes lo exige,
se prestan aún a sufrir más. Enseña, pues, el Señor, como médico de
las almas, el que sus discípulos procuren ante todo la salvación de
aquéllos, para cuyo bien eran enviados, y que sufriesen con ánimo
tranquilo todas sus debilidades. Toda iniquidad, pues, nace de la
imbecilidad de alma, porque nada hay más inocente que una persona
perfeccionada en la virtud.
San Agustín,
de mendacio, 15
Todas las cosas verificadas por los santos
en el Nuevo Testamento sirven para ejemplificar los preceptos que se
dan en las Sagradas Escrituras, como cuando leemos en el Evangelio de
San Lucas ( Lc 6,29): "Has recibido una
bofetada, prepara la otra mejilla". Ningún otro ejemplo más excelente
de paciencia encontramos que el de nuestro Señor. Cuando El recibió la
bofetada, si bien no dijo aquí tienes la otra, sino que dijo, según
San Juan ( Jn 18,23): "Si he hablado mal, da
testimonio de lo malo; pero si he hablado bien, ¿por qué me hieres?",
manifiesta que debe ofrecerse aquella disposición en el corazón.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 19
Nuestro Señor estuvo preparado, no sólo a
permitir que le hiriesen en la otra mejilla por la salvación de todos,
sino a ser crucificado en todo su cuerpo. Puede preguntarse qué es lo
que entiende por mejilla derecha. Siendo la cara aquello por lo cual
somos conocidos, ser herido en la cara, según el Apóstol, equivale a
ser despreciado y desdeñado. Pero como la cara no puede decirse que
sea derecha ni izquierda, y como la nobleza puede ser una respecto a
Dios y otra respecto al mundo, así se distinguen la mejilla derecha de
la izquierda, a fin de que cualquier discípulo de Cristo que sea
despreciado por ser cristiano, esté preparado a muchos más desprecios
si es que tiene honores de este mundo. Todas las cosas en las que
sufrimos alguna contrariedad, se dividen en dos clases. Una de ellas
es lo que no puede restituirse, y otra lo que sí puede restituirse. En
aquello que no puede restituirse está el consuelo de la venganza.
Pero, ¿de qué aprovecha el que una vez herido, vuelvas tú a herir?
¿Acaso puede restituirse el daño que se recibe en el cuerpo? Pero el
alma orgullosa desea tales reparos.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
¿Acaso cuando tú te vengas de otro, evitas
el que él te vuelva a herir? Antes por el contrario, le instigas para
que te hiera, porque la ira no se reforma con la ira, sino que más
bien se enciende.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 20
De aquí que el Señor enseña que mejor debe
sufrirse la debilidad de otro, que calmar la propia con el castigo
ajeno. Sin embargo, aquí no se prohíbe aquella conducta que puede
aprovechar para corregir a otros. Con todo, ella pertenece a la
caridad, y no impide aquel propósito en que cada uno está preparado
para recibir muchas cosas de aquel a quien quiere corregir. Se
requiere, sin embargo, que a aquel que castigue, se le haya concedido
poder en el orden de las cosas, y que castigue sólo en aquella forma
con que un padre castiga a un hijo pequeño, a quien no puede
aborrecer. Algunos hombres santos han castigado algunas veces con la
muerte ciertos pecados, con el objeto de que sirviese de escarmiento a
los que viven y sirviese de castigo a aquellos a quienes imponían la
pena de muerte. No para que la misma muerte les dañase, sino para que
no creciese el pecado si vivían. De aquí es que Elías mató a muchos,
de quien habiendo aprendido sus discípulos, el Señor reprendió en
ellos, no el ejemplo del profeta sino la ignorancia en el modo de
castigar, advirtiendo que ellos no deseaban el castigo por el deseo de
corregir, sino por el odio. Pero después que les enseñó a amar al
prójimo, infundiéndoles el Espíritu Santo, no faltaron tales
venganzas. Con las palabras de San Pedro, Ananías y su mujer cayeron
sin sentido ( Hch 5), y San Pablo Apóstol
entregó un hombre a Satanás para perdición de la carne (
1Cor 5). Y por esto ciertos hombres,
ignorando con qué fin lo hicieron, se levantan contra las venganzas
corporales que se encuentran en el Antiguo Testamento.
San Agustín,
epístolas, 185,5
¿Quién, estando cuerdo, dice a los reyes:
"No os importa que uno quiera ser religioso o sacrílego"? ¿Puede
decírseles también: "No os importa que en vuestro reino sea uno púdico
o impúdico"? Mucho mejor es enseñar a los hombres a adorar a Dios, que
obligarlos con la pena. No obstante, a muchos aprovechó (lo que
probamos por la experiencia), sufrir primero el dolor y el temor para
después enseñar a otros, o lo que es lo mismo, que practicaran lo que
ya habían aprendido por las palabras. Así como son mejores aquellos a
quienes mueve el amor, así hay muchos a quienes corrige el temor.
Aprendan en el Apóstol San Pablo que Jesucristo primero padeció y
después enseñó.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 20
Comprendan los cristianos que en esta
clase de injurias que buscan repararse con el castigo, los cristianos
observarán tal moderación que una vez recibida la injuria, no nazca el
odio, y el alma esté preparada para sufrir mayores cosas. Ni
desprecien la corrección, de la cual pueden servirse, o bien por medio
del consejo, o por medio de la autoridad.
San Jerónimo
Según algunos intérpretes místicos, una
vez herida nuestra mejilla derecha, no se nos manda presentar la
izquierda, sino la otra: esto es, la otra derecha, el justo no tiene
mejilla izquierda. Si un hereje nos hiere en alguna disputa, y
quisiere herir nuestra fe, que representa la derecha, ofrézcasele otro
testimonio de las Sagradas Escrituras.
San Agustín,
de sermone Domini, 20
Hay otro género de injurias, que en
absoluto pueden restituirse, el cual tiene dos especies: una que
pertenece al dinero y la otra a las obras. De la primera de estas dos
especies, dice el Salvador: "Y aquél que quiera ponerte a pleito y
quitarte la túnica, déjale también la capa". Luego, así como bajo la
forma de una bofetada en la mejilla derecha, representa todas las
injurias que no pueden repararse sin castigo, así bajo la del vestido,
coloca las que pueden serlo sin castigo. Y todo esto también se
entiende que está mandado con toda oportunidad, como preparación del
alma y no como ostentación de la buena obra. Y lo que se dice del
vestido debe hacerse respecto de las demás cosas, que al menos
temporalmente llamamos nuestras. Si se nos dice esto respecto de las
más necesarias, ¿cuánto más convendrá despreciar las cosas superfluas?
Y esto es lo que el mismo Jesucristo significa cuando dice: "Y a aquel
que quiera ponerte pleito". Todas estas cosas se entiende respecto de
cuanto en el juicio pueda disputarse respecto de nosotros. Pero acerca
de si esto debe entenderse respecto de los siervos, hay sus opiniones.
No debe el cristiano tener un criado en la misma forma que tiene un
caballo. Aun cuando pueda suceder que se venda el caballo en más
precio que el siervo. Pero si el siervo es tratado mejor por ti que
por aquel que desea llevárselo, no sé quién se atreverá a decir que
debes despreciarlo como al vestido.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Es indigno que un fiel comparezca en
juicio ante un juez infiel. Y si el fiel es seglar, y aquel que
debiera tenerte veneración por la dignidad de la fe, te juzga por la
necesidad de la causa, perderás la dignidad de cristiano por las cosas
del mundo. Además, todo juicio irrita el corazón y subleva las
pasiones. Y si te ves atacado con fraude y dinero, e imitas ese
ejemplo, te apartas de tu primer consejo.
San Agustín,
Enchiridion, 78
Por ello el Señor prohíbe que sus fieles
tomen parte en juicio alguno por cosas mundanas. Sin embargo, como el
Apóstol permite que tales juicios se terminen en la Iglesia entre
hermanos (siendo también los jueces hermanos) y lo prohíbe
terminantemente fuera de la Iglesia ( 1Cor
6), en ello se manifiesta que esto sólo se concede a los débiles, por
condescendencia.
San Gregorio Magno,
Moralia, 31, 13
Sin embargo, mientras en algunos casos
debemos tolerar que nos roben las cosas temporales, en otros,
guardando la caridad, debemos impedirlo, no sólo por nuestro interés,
sino también para evitar que los ladrones se pierdan. Más debemos
temer por los ladrones, que sentir la pérdida de las cosas terrenas.
Cuando se pierde la paz del corazón respecto del prójimo por una cosa
terrena, se evidencia que amamos al prójimo menos que a las cosas.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 20
La tercera clase de estas injurias, que
pertenece a las obras, es un compuesto de las dos primeras, y es
susceptible de reparación con venganza y sin venganza. Pues el que
fuerza a un hombre y lo obliga a ayudarlo en lo malo contra la
voluntad de aquél, puede expiar su maldad y abonar lo que se obró por
él. En esta clase de injurias enseña el Señor al alma cristiana a que
sea muy sufrida y preparada a padecer mucho más. Y por esto añade: "Y
el que te precisare a ir cargado mil pasos, ve con él otros dos mil
más". Y en esto nos indica que no debemos hacerlo tanto con los pies,
cuanto estar preparados para hacerlo con el alma.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.18,3
Angariar, pues,
significa traer injustamente hacia sí y maltratar sin razón.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 19
En este sentido debe entenderse lo que
está escrito: "Ve con él otros dos mil pasos más", como queriendo
nuestro Señor con ellos completar el número tres, con cuyo número se
significa la perfección; para que siempre tenga presente, el que así
obra, que cumple perfectamente lo justo. Por lo que explicó este
precepto con tres ejemplos, y en este tercero, que es simple, añadió
dos, para que se completase el tercero. O quiso expresar con eso que
en sus preceptos se sube de lo tolerable a lo más difícil. Así es que
primero manda presentar la otra mejilla, cuando fuese herida la
derecha, a fin de que estés preparado a tolerar menos de lo que ya has
sufrido. Después, al que quiere quitar la túnica, manda que se le
entregue también la capa, o el vestido, según otra versión, lo cual
parece ser lo mismo o no mucho más. En tercer lugar, dice que a los
mil pasos deben añadirse otros dos mil, lo cual completa el doble.
Pero como es poco no hacer daño a otro, si no se agrega algún
beneficio, añade: "Da al que te pidiere".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Las riquezas no son nuestras sino de Dios.
Dios quiso que nosotros fuésemos los dispensadores de sus riquezas, no
los dueños.
San Jerónimo
Pero si interpretamos esto como
refiriéndose a las limosnas, esto no puede decirse respecto de muchos
pobres, porque aun los ricos, si dieren constantemente, no podrían dar
siempre.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 20
Dice, pues: "Da a todo el que pida", pero
no todas las cosas al que pida, indicando que debe darse lo que se
pueda justa y buenamente. ¿Qué se diría si alguno pidiese dinero con
el que se propusiera oprimir a un inocente? ¿Qué se diría si pidiese
un estupro? Debe darse, pues, lo que no puede hacer daño ni a ti ni a
otro. Cuando niegues lo que se te pide, debes indicar la razón para
que se vaya satisfecho, y alguna vez, mejor es corregir que dar al que
pide injustamente.
San Agustín,
ad vinventium, epístola 93,2
Tiene más utilidad quitar el pan al que
tiene hambre si desprecia la justicia, seguro de que no le faltará la
comida, que dividir el pan del hambriento si es que terminará seducido
por la fuerza de la injusticia.
San Jerónimo
Puede entenderse esto también del dinero
de la doctrina que nunca falta, sino que cuanto más se da, tanto más
se duplica.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 20
En cuanto a aquello que dice: "Y al que te
quiera pedir prestado no vuelvas la espalda", debe referirse al alma;
pues Dios ama al que da con gusto ( 2Cor
9,7). Así es que realmente el que da presta, aunque el que recibe no
pueda pagar, porque Dios devuelve en mayor cantidad lo que han dado
los caritativos. Si no se quiere considerar como prestamista sino
aquel que recibe intereses, debe entenderse que Dios comprendió estas
dos maneras de prestar: porque o damos, o prestamos al que nos lo ha
de devolver, y en ambos casos debemos aplicarnos esta exhortación: "No
le vuelvas la espalda"; esto es, no quites la voluntad por lo mismo,
como si Dios no hubiese de pagar cuando el hombre no paga. Cuando
hagas esto por obedecer a Dios, ten entendido que no lo haces
infructuosamente.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Luego Jesucristo nos manda dar prestado,
pero no con usura porque el que da así, no da sino que roba, desata un
vínculo y liga con muchos, no da por la justicia de Dios sino por
propia ganancia. El dinero que se obtiene por medio de la usura es
parecido a la mordedura de un áspid. Así como el veneno del áspid
corrompe todos los miembros de una manera oculta, así la usura
convierte todos los bienes en deudas.
San Agustín,
ad Marcellinum, epístola 138,2
Objetan algunos que esta doctrina de
Cristo es contraria a las costumbres de los pueblos. Ellos dicen,
¿quién permitirá que algo le sea quitado por un enemigo? ¿O no se
rebelará contra los saqueos a que el derecho de la guerra ha sometido
las provincias romanas? A lo cual se responde: estos preceptos de
paciencia deben retenerse siempre en el fondo del corazón como
preparación del alma, y la benevolencia, que nos inclina a no dar mal
por mal, debe tener un asiento permanente en la voluntad. Deben
hacerse muchos beneficios, aun a aquellos que no los quieran recibir,
con una energía llena de dulzura, que los someta; y por esto, cuando
los gobiernos de la tierra cumplen con los preceptos divinos, las
mismas guerras tienen su bondad, y su objeto no es otro que favorecer
a los vencidos con el pacto social de la piedad y de la justicia.
Ultimamente se vence a quien le asista la licencia del mal, porque no
hay nada más infeliz que la felicidad de los que pecan, con la cual se
alimenta la impunidad penal y la mala voluntad se robustece como
enemigo interior.
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43-48 |
"Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os aborrecen. Y rogad por los que os persiguen y os calumnian: Para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos. El cual hace nacer su sol sobre buenos y malos: y llueve sobre justos y pecadores. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludarais solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen esto mismo los gentiles? Sed, pues, perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto". (vv. 43-48)
Glosa
Había enseñado el Señor antes, que no
debemos ofrecer resistencia al que nos hace alguna injuria, sino que
debemos estar preparados para dispensarle muchos beneficios; pero
ahora enseña que deben dispensarse afectos de caridad y obras de
benevolencia a los que nos ofenden con cualquier injuria. Y así como
lo primero es el complemento de la ley de justicia, así esto último es
el complemento de la ley de la caridad, que, según el Apóstol, es la
plenitud de la ley. Por eso dice el Señor: "Oísteis que se ha dicho:
"Amarás a tu prójimo".
San Agustín,
de doctrina christiana, 1, 30
El Señor no exceptuó hombre alguno para
amar al prójimo, demostrándolo en la parábola del que se encontró
medio muerto, llamando prójimo al que fue misericordioso para con él,
para que comprendiésemos que prójimo es todo aquel a quien se debe
prestar socorro si lo necesita. Y que a ninguno debe negarse este
auxilio, ¿quién lo duda, diciendo el Señor: "Haced bien a los que os
aborrecen"?
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 21
Se comprende que había cierto grado de
caridad en la justicia de los fariseos y la que pertenecía a la ley
antigua, porque hay quienes aborrecen aun a aquellos que los aman.
Sube, pues, un grado más aquel que ama al prójimo, aunque aborrezca a
su enemigo. Para designar esto se añade: "Y aborrecerás a tu enemigo".
Frase que no es un precepto, sino una condescendencia con la
debilidad.
San Agustín,
contra Faustum,19, 24
Yo pregunto ahora a los maniqueos el por
qué debe considerarse como propio de la ley de Moisés lo que solamente
fue dicho para los antiguos: "Aborrecerás a tu enemigo". ¿Acaso San
Pablo no dijo que algunos hombres eran aborrecibles para Dios? Debe
también preguntarse cómo se entiende que con el ejemplo de Dios (para
quien dijo San Pablo que algunos hombres eran aborrecibles) deben
odiarse los enemigos, y que además con el ejemplo de Dios, que hace
salir su sol sobre los buenos y sobre los malos y que enseña a amar a
los enemigos. Esta regla debe entenderse en este sentido: que
aborrezcamos al enemigo por lo malo que en él pueda encontrarse (esto
es, la iniquidad), y que amemos al amigo por lo que en él se encuentra
de bueno (esto es, la racionalidad de una criatura racional). Oído,
pero no comprendido, lo que se había dicho a los antiguos:
"Aborrecerás a tu enemigo", eran conducidos los hombres al
aborrecimiento del hombre, cuando no debieron aborrecer sino su vicio.
A éstos, pues, corrige el Señor, cuando añade: "Yo os digo: Amad a
vuestros enemigos". Como que ya había dicho (5,17): "No he venido a
quebrantar la ley, sino a cumplirla". Mandando también que amemos a
los enemigos nos obliga a comprender cómo podemos a un mismo hombre,
ya aborrecerlo por la culpa, y ya amarlo por naturaleza.
Glosa
Pero debe tenerse en cuenta que en todo el
discurso de la ley no estaba escrito: "Tendrás odio a tu enemigo",
sino que esto se dice en cuanto a una tradición de los escribas, a
quienes les pareció que esto debía añadirse porque el Señor mandó a
los hijos de Israel que persiguiesen a sus enemigos, (
Lev 26) y borrasen a Amalec de la faz de la
tierra ( Ex 17).
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Como aquello que se ha dicho: "No
desearás", no se ha dicho respecto a la carne, sino al alma. Así en
este lugar la carne no puede amar a su enemigo pero el alma sí puede
amarle, porque el amor o el odio carnal se encuentra en los sentidos y
los del alma en el entendimiento. Cuando, pues, somos dañados por
alguno, y aun cuando sentimos odio, sin embargo, no queremos ponerlo
en ejecución. Conozcamos que nuestra carne aborrece al enemigo, pero
que nuestra alma lo quiere.
San Gregorio Magno,
Moralia 22, 11
Guardamos verdaderamente el amor al
enemigo, cuando ni su felicidad nos abate ni su ruina nos alegra. No
se ama a aquel a quien no se quiere ver mejor, y el que se alegra de
la ruina de otro, lo persigue en la fortuna con sus malos deseos.
Suele muchas veces suceder, que, aun cuando no se pierda la caridad,
la ruina del enemigo nos alegre y su exaltación nos entristezca, aun
cuando no estemos manchados con la culpa de la envidia. Como sucede
cuando, cayendo él, creemos que algunos podrán levantarse
perfectamente, y que, progresando puede oprimir a muchos injustamente.
Pero respecto a esto debe procederse con mucha discreción para no
dejarnos llevar de nuestros propios resentimientos, bajo el pretexto
falaz de la utilidad ajena. Conviene pensar también, qué es lo que
debemos a la ruina del pecador y a la justicia del que castiga, pues
cuando el Todopoderoso castiga a un perverso, debemos alegrarnos de la
justicia del juez y compadecernos de la miseria del que perece.
Glosa
Los enemigos de la Iglesia, la combaten de
tres modos: con el odio, las palabras y la mortificación de su cuerpo.
La Iglesia, por el contrario los ama, y por eso sigue: "Amad a
vuestros enemigos". Hace bien, y por lo tanto añade: "Haced bien a los
que os aborrecen". Ora, por lo cual prosigue: "Y rogad por los que os
persiguen y os calumnian".
San Jerónimo
Muchos, midiendo los preceptos de Dios con
su debilidad y no con la gracia o fuerza de los santos, dicen que son
imposibles las cosas preceptuadas, y que basta para la virtud no
aborrecer a los enemigos, porque, el amarlos, es más de lo que puede
soportar la naturaleza humana. Pero debe tenerse en cuenta que
Jesucristo no manda cosas imposibles, sino perfectas. Como lo que hizo
David con Saúl y Absalón, también lo que hizo el mártir San Esteban,
quien rogó por los que le apedrearon y ( Hch
7) San Pablo, que quiso ser anatematizado en lugar de sus
perseguidores ( Rom 9). Esto nos enseñó el
Señor, y lo hizo también diciendo: "Padre, perdónalos" (
Lev 23,24).
San Agustín,
Enchiridion, 73
Pero estas cosas son propias únicamente de
los hijos perfectos de Dios. Es a donde debe tender todo fiel y
dirigir a este fin su alma, rogando a Dios y luchando consigo mismo.
Sin embargo, este bien tan grande no pertenece a tantos como creemos
oír cuando se dice en la oración: "Perdónanos nuestras deudas, como
nosotros perdonamos a nuestros deudores" ( Mt
6,12).
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 21
Aquí nace una cuestión, puesto que
mientras que se nos exhorta por el precepto del Señor a rogar por los
enemigos, otros textos de la Sagrada Escritura parece que lo
contrarían, porque en los profetas se encuentran muchas imprecaciones
respecto de los enemigos. Como aquel texto que dice: "Queden sus hijos
huérfanos" ( Sal 108,9). Pero debe tenerse en
cuenta que los profetas suelen predecir las cosas futuras en forma de
imprecación. Mas estas palabras de San Juan son todavía más expresivas
( 1Jn 1,5-16): "Hay un pecado que lleva a la
muerte; a nadie digo que ore por él". Por lo anterior, demuestra
claramente que hay algunos hermanos por quienes no se nos manda orar,
diciendo: "Si alguno sabe que peca su hermano, etc." Siendo así que el
Señor nos manda rogar también por los que nos persiguen. Y esta
cuestión no puede resolverse si no confesamos que hay algunos pecados
en nuestros hermanos que son más graves que la persecución de los
enemigos, pues San Esteban ruega por aquellos que lo apedrean, porque
todavía no habían creído en Jesucristo ( Hch
7). Y el Apóstol San Pablo no ruega por Alejandro, porque era hermano
y había pecado por envidia combatiendo la fraternidad (
2Tim 4,14). Sin embargo, debemos confesar que
no orar por alguno, no es orar contra él. ¿Pero qué diremos de
aquéllos, contra quienes sabemos que han orado los santos, no para su
enmienda, porque esa oración la habían hecho ya antes, sino para su
última condenación? No queremos hablar de la oración que hace el
profeta contra el que ha de entregar a su maestro (porque aquella
predicción de las cosas futuras no fue un deseo de condenación), sino
de la oración que los santos mártires hacen en el Apocalipsis para
pedir venganza de su sangre ( Ap 6,10). Pues
bien, esta oración no debe admirarnos, porque ¿quién osará afirmar que
se dirigía contra los mismos perseguidores, y no contra el reino del
pecado? Nadie. La venganza de los mártires es sincera y está llena de
justicia y de misericordia, puesto que pedían que se destruyese el
imperio del pecado, que en su reinado tantas cosas habían sufrido. Se
destruye el imperio del pecado, parte con la enmienda de los hombres y
parte con la condenación de los que perseveran en el pecado. ¿No te
parece que San Pablo vengó en sí mismo a San Esteban, cuando dice:
"Castigo a mi cuerpo y lo reduzco a la servidumbre"? (
1Cor 9,27)
San Agustín,
de quaestionibus novi et veteri testamentorum, g. 68
También puede entenderse esto diciendo que
las almas de los mártires, pidiendo ser vengados, obran como la sangre
de Abel que clamaba desde la tierra, no por la voz sino por la razón (
Gén 4). Así como se dice que una obra alaba
al artífice que la ha hecho por lo mismo que agrada al que la ve. Por
lo demás los santos no son tan impacientes que urjan se haga cuanto
antes lo que habrá de acontecer en el tiempo prefijado.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 18,4
Considera cuántos grados sube, y en qué
estado de virtud nos coloca. El primer grado consiste en no empezar
injuriando; el segundo, no vengarse en una cosa igual; el tercero, no
hacer al que ultraja daño alguno; el cuarto, exponerse asimismo a
tolerar las malas acciones; el quinto, conceder más (o al menos
prestarse a cosas peores) lo que apetece a aquel que hizo el mal; el
sexto, no tener odio a aquel que no obra bien; el séptimo, amarlo; el
octavo, hacerle bien; y el noveno, orar por él. Y como este precepto
es grande, añade un gran premio, esto es, ser semejantes al mismo
Dios. Y por ello dice: "Para que seáis hijos de vuestro Padre que está
en los cielos".
San Jerónimo
Si alguno, cumpliendo con los preceptos de
Dios, se hace hijo de Dios, no podrá decirse que se hace hijo por
naturaleza (éste de quien se habla), sino por su voluntad.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 23
Según esta regla, debe entenderse lo que
aquí se dice por las palabras de San Juan: "Les dio potestad para
convertirse en hijos de Dios" ( Jn 1,12): Uno
sólo es hijo de Dios por naturaleza, pero nosotros nos hacemos hijos
de Dios por el poder que hemos recibido, en cuanto cumplimos las cosas
que El nos manda. Y además, no dice: "Haced estas cosas, porque sois
hijos", sino: "Haced estas cosas, para que seáis hijos". Cuando nos
llama para esto, nos da su propio ejemplo, diciéndonos: "El que hace
salir su sol sobre los buenos y sobre los malos y llueve sobre los
justos y sobre los injustos".
Por la palabra sol
puede entenderse, no precisamente éste que vemos, sino aquel de quien
se dice por Malaquías: "Para vosotros que teméis el nombre del Señor
saldrá el sol de justicia" ( Mal 4,2), y por
lluvia el riego de la divina gracia, porque
Jesucristo apareció para los buenos y para los malos, y a todos
evangelizó.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
O bien es en el bautismo y en el
sacramento del Espíritu donde da el sol y la lluvia.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 23
También puede entenderse este sol visible
y esta lluvia con la que nacen los frutos, porque los malvados se
lamentan en el libro de la Sabiduría: "El sol no ha nacido para
nosotros" ( Sab 5,6), y de la lluvia
espiritual se dice por Isaías: "Mandaré a mis nubes que no lluevan
sobre la tierra" ( Is 5,6). Pero ya se
entienda lo uno, ya lo otro, es obra de la bondad de Dios que se nos
manda imitar. No dice solamente: "Que hace salir el sol", sino que
añade: "El suyo", esto es, el que El hizo, para enseñarnos a qué
generosidad nos obliga su precepto, puesto que no hemos creado
nuestros dones sino que los recibimos todos de su magnanimidad.
San Agustín,
ad Vincentium, epístola 93,2
Pero así como alabamos estos dones suyos,
así también debemos pensar en las correcciones que impondrá a los que
El ama. Porque no todo el que perdona es amigo; más vale amar con
severidad, que engañar con dulzura.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Con toda intención dijo: "No sobre los
justos, sino sobre los justos y los injustos", porque Dios concede
todos sus dones, no por los hombres, sino por los santos. Así como
cuando reprende, lo hace por los pecadores; pero en los beneficios no
separa a los pecadores de los justos, para que no desesperen. Ni
tampoco distingue a los justos de los pecadores en los males, para que
no se gloríen, especialmente cuando los bienes no aprovechan a los
malos, quienes, viviendo mal, los reciben para perjuicio suyo. Y los
males tampoco perjudican a los buenos, sino que más bien les
aprovechan para adquirir mayor mérito.
San Agustín,
de civitate Dei, 1, 8
El bueno no se enorgullece con los bienes
temporales ni se aflige por los males, pero el malo es castigado por
las desgracias de este mundo, porque se corrompe con la felicidad
temporal. Por esta razón Jesucristo quiso que estos bienes o males
temporales fuesen comunes a unos y a otros, para que ni apetecieren
con avidez los bienes que deben considerarse como males, ni se eviten
torpemente los males con que hasta los buenos son afligidos.
Glosa
Amar al que nos ama es propio de la
naturaleza humana, pero amar al enemigo es propio de la caridad. Por
ello sigue: "Si amáis a aquellos que os aman, ¿qué premio recibiréis?"
(esto es en el cielo), como si dijese: "Ningún premio" (
Mt 6,12): de esto, pues, se dice: "Ya habéis
recibido vuestro premio". Sin embargo, conviene hacer estas cosas y no
omitir aquéllas.
Rábano
Si los pecadores quieren amar a los que
los aman por naturaleza, con mayor razón, debéis recibir en el seno
del más grande amor, aun a aquellos que no os aman, y de aquí sigue:
"¿No hacen esto también los publicanos?" esto es, los que cobran
impuestos o los que se dedican a los negocios públicos en el mundo o a
las ganancias.
Glosa
Pero si solamente rogáis por aquellos que
están unidos con vosotros por alguna afinidad, ¿qué tiene de
particular el bien que vosotros dispensáis respecto del de los
infieles? De donde sigue: "Y si saludáis a vuestros hermanos
solamente, ¿qué cosa de particular hacéis?" El saludo es cierta
especie de oración. ¿No hacen esto también los gentiles?
Rábano
Esto es, los gentiles, (porque
ethnicos en griego quiere decir
gente en latín), quienes son tales cuales
fueron engendrados, a saber, bajo el pecado.
Remigio
Como la perfección del amor no puede ir
más allá del amor de los enemigos, por ello, después que nuestro Señor
mandó amar a nuestros enemigos, añadió: "Sed perfectos vosotros como
es perfecto vuestro Padre celestial". El es perfecto porque es
omnipotente y el hombre lo será ayudado por el mismo Omnipotente. La
palabra como expresa alguna vez en las
Sagradas Escrituras la igualdad y la verdad, como en este pasaje (
Jn 1,17): "Estaré contigo como he estado con
Moisés". Otras veces significa una semejanza, como aquí.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Así como los hijos carnales se parecen a
sus padres en algún signo del cuerpo, así los hijos espirituales se
parecen a Dios en la santidad.
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