DE LA VOCACIÓN BAUTISMAL A LA VOCACIÓN PRESBITERAL
I. LA PALABRA DE Dios
1. ¿Por qué empezar por la Palabra de Dios?
2. La Palabra de Dios en cuanto palabra
3. La Palabra de Dios como realidad
4. La Palabra en su resonancia y dinamismo
II. LAS LLAMADAS EN LA HISTORIA BÍBLICA DE LA SALVACIÓN
1. Problemas en torno a la naturaleza de la vocación
a) Altibajos de una llamada
b) De dónde es llamado Abraham
c) ¿Quién llama a Abraham?
d) ¿Para qué es llamado Abraham?
e) Especificidad de la vocación de Abraham
2. Moisés: los diversos tiempos de una vocación ...
a) La figura de Moisés
b) Educación de Moisés
c) Generosidad y desilusión de Moisés
d) Descubrimiento de la propia vocación ......
3. Moisés: el siervo de Dios
a) A qué es llamado Moisés
b) La vocación cristiana como llamada al servicio
4. Samuel: la conciencia de un pueblo
a) Introducción
b) Los momentos de la boda de Samuel
c) Elementos de la vocación de Samuel .
5. Jeremias: fe y vocación
a) Introducción
b) La fe «receptiva» de la infancia
c) La fe oblativa y adolescente
d) La fe de la edad madura
6. La vocación en los Evangelios Sinópticos
a) Introducción
b) Institución de los Doce
c) Misión de los Doce
7. Las llamadas en el itinerario cristiano de salvación
a) Introducción
b) Los Evangelios como manual de iniciación cristiana.
c) Los ministerios en la maduración cristiana
d) Las estructuras de la vocación cristiana
* * * * *
Oh, Dios Omnipotente
y fuente de toda dignidad,
que repartes las jerarquías y distribuyes las responsabilidades.
Te rogamos que te hagas presente entre nosotros.
De Ti recibe su perfección el Universo;
Tú conservas en su ser todas las cosas.
A través de tus obras, ordenadas con Sabiduría,
la Humanidad crece y se perfecciona.
De Ti, como su Origen, han surgido los grados del Sacerdocio
y los servicios de los Levitas,
instituidos con unos ritos prefigurativos:
De este modo, has establecido Pontífices Supremos
que guien a los pueblos;
pero además has elegido otros hombres,
en diverso grado y jerarquía,
para colaboradores de su ministerio.
En el desierto comunicaste el espíritu de Moisés
a otros setenta y dos varones, llenos de Sabiduría,
a fin de que con su ayuda él pudiera,
más fácilmente, atender a su pueblo
ya muy numeroso.
Derramaste sobre los hijos de Aarón,
la abundancia de la misma gracia concedida a su padre,
para que fueran sacerdotes dignos de ofrecer
sacrificios de salvación
y asegurar la continuidad del culto.
Con el mismo designio providencial,
diste a los Apóstoles de tu Hijo,
algunos colaboradores, maestros en la fe,
que les ayudasen a extender su Evangelio al mundo entero.
Por eso te pedimos, Señor:
Concede a nuestra fragilidad la misma ayuda.
Cuanto más débil es nuestra condición
tanto más necesitamos de ella...
(Del Ritual de la Ordenación Presbiterial)
* * * * *
INTRODUCCION
Siempre experimento una gran dificultad al tratar el tema
vocacional. Por esta razón siento cierta reticencia a hablaros de él,
plenamente consciente de lo arduo que es lograr, en una visión
panorámica del mismo, algo coherente y suficientemente claro.
Me permito dar a estas charlas un título que espero se irá
revelando y clarificando a lo largo de las mismas: De la vocación
bautismal a la vocación presbiterial.
Empezaré, pues, manifestando las dificultades que surgen al
tratar el tema de la vocación, al menos las que yo encuentro. Estas
son, principalmente, dos:
a) La vocación es un hecho muy personal. En quien la vive, sobre
todo cuando madura a través de experiencias diversas y graduales,
aparece como algo que forma parte integrante de uno mismo. Y es
precisamente este carácter suyo de intimidad el que lo hace, por su
misma naturaleza, refractario al análisis.
Nos cuesta bastante identificar racionalmente los elementos
integrantes y constitutivos de nuestro ser. Porque somos nosotros y
basta. No necesitamos demasiadas razones de por qué nosotros
somos nosotros mismos. La vocación, al ser un discernimiento en
torno a lo que somos y a por qué lo somos, entra en el círculo del
misterio y es inasible. Lógicamente experimentamos un cierto
rechazo a querer definirla a base de una exposición pública,
razonable, coherente. La vocación está llena de factores
espontáneos, personales, injustificables muchas veces desde un
punto de vista racional. Factores que determinan la persona. Y
nuestra persona es lo que somos. La vocación, cuando se la vive
personalmente, la experimentamos como parte integrante de esta
identidad personal y por eso es difícil analizarla y describirla. Esto lo
percibimos de manera evidente cada vez que intentamos, en un
caso dudoso, definir si una persona determinada «tiene o no
vocación». No es fácil responder. Con frecuencia, personas con
mucha experiencia, después de grandes dificultades, apenas si se
atreven en algunos casos a expresar un juicio. Se opera con
realidades que ni se ven ni se tocan; es la misma persona la que
está en cuestión, y la persona, si algo es, es una identidad
incomunicable, intransferible, y la vocación pertenece a esta
realidad personal. Cuando uno habla de ello, cuando trata de
establecer una explicación lógica o un razonamiento, se tiene la
impresión de reducir y trivializar la cuestión. Esta es la razón de la
inquietud que también yo experimento al tratar de este tema.
b) La segunda dificultad, íntimamente unida a la anterior es la que
yo defino como «analogía de las vocaciones». De alguna manera
todas las vocaciones son diversas. Cada uno es un caso, una
historia, un suceso único. Cuando de estos sucesos, que son las
personas, quiere hacerse un sistema, una teoría, corremos el riesgo
de generalizar experiencias muy personales y singulares. Más aún,
nos es fácil vernos atados a esquemas determinados e
imposibilitados de alcanzar un verdadero conocimiento de lo
singular y concreto; podemos llegar a la incapacidad de comprender
ésta o aquélla situación, ésta o aquélla persona, obsesionados por
encuadrar todo en una serie de conceptos sistemáticos;
preocupados por querer captar lo que es la aventura singularísima
de cada cual con Dios de nuestra propia vocación.
Desearía poneros en guardia ante este espíritu de
sistematización.
Esta analogía de las vocaciones la encontramos también en las
vocaciones llamadas bíblicas. A pesar de que en la Biblia se trata de
narraciones, típicas de vocaciones (Abraham, Moisés, Isaías,
Samuel, Jeremías, María, el mismo Jesús en cuanto Hijo, los
Apóstoles, etc.), también aquí, si se pretendiera tratarlas en
términos de sistema, buscando las constantes para construir a
continuación un cuadro rígido, caeríamos en el peligro de pasar por
alto los variados contextos en que estas vocaciones se
desenvuelven y realizan. Incluso, si estudiásemos la vocación de
Abraham o Moisés, no podríamos estar seguros de haber
comprendido la situación particular de la vocación que yo, o
cualquier otro, vivimos en la Iglesia de hoy.
Todo esto será preciso que nosotros lo tengamos en cuenta a lo
largo de nuestra charla. De aquí el carácter de imprevisto y de
provisionalidad de cuanto digamos. En todo caso, debemos
recordar que todas estas realidades deben ser verificadas en la
vida y por la vida; de otro modo quedarían solamente esquemas
que cerrarían nuestros ojos a la libertad de Dios con cada uno de
nosotros, con la Iglesia de hoy y con la del futuro.
Una vez dicho esto y tomadas estas precauciones, intentemos
ahora exponer algo sobre las fuentes y método a seguir.
Naturalmente la fuente será una sola: La Sagrada Escritura. Nos
esforzaremos por leer el fenómeno de la vocación en la Biblia. Sin
embargo, debemos tener presentes, además, los Comentarios de
los Padres y los estudios bíblicos en torno al tema; de manera
especial procuraremos establecer la relación constante entre la
Escritura y la experiencia personal o eclesial. Prescindir de ello es
caer fácilmente en una pura sistematización de datos escriturísticos.
¿Qué método seguir? Todavía nos es incierto y provisional; por
tanto susceptible de cambio y corrección a lo largo de nuestro
camino y a medida que avancen las reflexiones que hagamos. Una
premisa fundamental podemos establecer ya: todo cuanto hace
referencia a la vocación debe estar encuadrado en el tema más
amplio y comprensivo de la Palabra de Dios. La vocación es una
determinada expresión de la Palabra de Dios.
En un segundo tiempo hablaremos de «las llamadas» en la
historia bíblica de la salvación. De tales llamadas examinaré más las
más destacadas. Así podremos entender mejor cómo la Palabra de
Dios se va haciendo para algunos llamada, vocación. Y aquí surge
el problema: ¿Para algunos nada más? ¿Para cuántos? ¿Para
todos? Mediante la lectura de los textos bíblicos acerca de la
historia de la salvación deseamos afrontar todas estas cuestiones.
Un tercer momento nos llevará a ver: «la llamada de Dios en el
itinerario cristiano de la salvación». En el itinerario del hombre
llamado a la salvación y que va, por grados sucesivos, desde el
Bautismo hasta llegar a la maduración cristiana, queremos resaltar
cómo se manifiesta y qué lugar ocupa el fenómeno de la vocación.
Realizando una síntesis, las etapas a recorrer son, por tanto, las
siguientes:
1. La Palabra de Dios.
2. Las diversas llamadas en la historia bíblica de la salvación.
3. Las llamadas de Dios en el actual itinerario cristiano hacia la
salvación.
* * * * *
I
LA PALABRA DE DIOS
A) ¿Por qué empezar por la Palabra de Dios?
Sencillamente, porque vocación significa invitación, llamada, y la
llamada es una de las funciones de la palabra. La vocación está
inserta en el fenómeno general de la Palabra de Dios; por tanto se
le pueden atribuir aspectos, momentos, características propias de la
Palabra de Dios. De ahí que nuestro punto de referencia sea
principalmente la Constitución del Concilio que empieza
precisamente con la expresión Dei Verbum.
Digamos entonces algo de la Palabra de Dios en cuanto palabra.
B) La Palabra de Dios en cuanto palabra
PD/QUE-ES: Mucho se ha escrito sobre este tema, sobre todo a
partir de la fenomenología de la palabra. Ella nos muestra la palabra
en sus capacidades expresivas fundamentales: el yo, comunicación
de la primera persona, la palabra como comunicación, como parte
de mi mismo. El tú, la palabra como apelación. Y la tercera persona,
la palabra como información.
La Palabra de Dios es comunicación, manifestación, revelación de
lo que es, de cuanto quiere decirnos de si mismo. La palabra
humana es comunicación de cuanto el hombre es y de cuanto el
hombre ansia o espera. Yo mismo, al hablar con vosotros,
instintivamente, implícitamente revelo algo de mi. Aun no aludiendo
directamente a mi persona, por el simple hecho de hablar, doy a
entender muchas cosas de mí mismo; tan cierto es esto que
cualquier oyente puede, por lo que hablo, hacerse una idea lógica,
bastante completa, de mí que estoy hablando. Todo esto sucede
porque es imposible hablar sin comunicar algo de sí mismo.
Naturalmente, hay algunas palabras, como las de primera persona,
que son especialmente comunicativas. Cuando Jesús dice: «Yo soy
la vid verdadera» (Jn 15,1), «Yo soy el pan vivo bajado del cielo»
(Jn 6,51), «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), etc., se
autocomunica, se revela a sí mismo. La primera función de la
Palabra de Dios, en cuanto palabra, es, por consiguiente, el
difundirse, el revelarse de Dios.
La segunda función de la palabra es su fuerza apelativa y
creadora, despertadora de energías de vida; el tú, la palabra
imperativa. Aquella por la cual Dios no sólo comunica algo de sí, lo
cual ya hemos dicho que está implícito en toda palabra, sino que
pide algo a alguien, llama, manda, promete, juzga. Como dice San
Pablo, Dios «llama a la existencia a las cosas que no existen» (Rm
4,17).
Para esta palabra es válido, sobre todo, el principio de la eficacia.
La palabra humana, en su aspecto imperativo, ya lleva consigo los
resultados, tanto si se trata de leyes como simplemente de la
palabra de un juez que tiene poder. Lo mismo puede decirse de la
palabra revolucionaria que conquista, que suscita la energía y el
entusiasmo de una masa. Con mayor razón la Palabra de Dios tiene
carácter creador, es Palabra eficaz. Ella crea lo que dice, hace lo
que exige, estimula de manera eficaz aquello a que invita.
Tenemos, finalmente, la Palabra de Dios como mensaje,
proclamación de la realidad. Este aspecto informativo está presente
en la palabra humana como noticia, historia, narración de un
suceso. También la Biblia, que es Palabra de Dios, historia,
proclamación de la gesta de Dios, está constituida por noticias, es
Palabra informativa. Pero se trata de una información que es, a su
vez, mensaje de Dios salvador, mensaje de salvación.
PD/ASPECTOS-FMS: Podemos agrupar los aspectos
fundamentales de la palabra, según este sencillo análisis, en:
Palabra-comunicación, Palabra-creadora, Palabra- mensaje.
La vocación se sitúa principalmente en el segundo de estos
aspectos: o lo que es lo mismo, en la Palabra como llamada, como
creación, como Palabra que estimula, que invita indicando un
camino a seguir; como Palabra dirigida a un tú.
Notemos ya aquí una cosa que repetiremos en seguida, al hablar
de la Palabra como realidad, aun correspondiendo al segundo de
los aspectos, es decir, al tú; es, sin embargo, también
autocomunicación y también mensaje. Por consiguiente, los tres
aspectos deben estar siempre presentes. En tanto se puede
entender a Dios que llama a una persona, en cuanto en la misma
llamada Dios mismo comunica algo de sí y propone un mensaje de
salvación.
Este es, por tanto, el ámbito más amplio en el que un hombre
puede comprender que Dios le llama. Más aún, si le llama por su
nombre, como en la vocación de Moisés, y le indica un camino,
manifestándole a la vez una específica predilección, todo ello va
incluido en el cuadro general de la Palabra como comunicación y
como mensaje.
C) La Palabra de Dios como realidad
Tratamos ahora del aspecto más sustancial, más concreto, es
decir: de la Palabra de Dios no sólo en su fenomenología más
general de palabra en primera, segunda o tercera persona, sino de
la Palabra de Dios en su realidad, tal como se manifiesta. En
seguida advertimos que la Biblia, la Tradición bíblica y patrística,
nos presenta el término «Palabra de Dios» como un término
profundamente análogo. Para entender bien esta analogía nos
facilitará el camino comparar dos lugares del Nuevo Testamento:
«En el principio existía el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo
era Dios» (Jn 1,1); «Que la Palabra de Dios habite en vosotros
profusamente; enseñándoos y exhortándoos mutuamente en toda
sabiduría y cantando a Dios con corazón agradecido, himnos y
cánticos espirituales» (Col 3,16). Estamos frente a dos usos del
término «Palabra de Dios» que evidentemente muestran una
analogía. «La Palabra de Dios habite en vosotros.» «La Palabra
estaba con Dios, la Palabra era Dios » Entre estos dos momentos
de la Palabra está todo el itinerario y todos los diversos significados
de la palabra bíblica. De la palabra que es El Verbo a la Palabra
que habita en la Iglesia y de la cual, de alguna manera, nosotros
somos expresión porque procuramos hacerla habitar en nosotros.
¿Cuáles son, entonces, los significados fundamentales que la
Palabra de Dios asume en los diversos planos de la realidad? Me
parece que debemos, siguiendo a San Juan, enfocarlo todo desde
la perspectiva de esta intuición: «En el principio existía el Verbo, el
Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios.» En efecto, que Dios
diga, que se diga, que sea Palabra, es el hecho en el que se basa,
en realidad, todo el hablar de Dios. También la palabra como
llamada, como vocación, tiene aquí, en última instancia, su último
punto de referencia. Como también todo cuanto se puede decir del
hablar de Dios en la historia general o del hablar de Dios en la vida
individual de cada uno. En otras palabras, el Verbo de Dios es el
fundamento de la comunicabilidad de Dios mismo, la raíz de todo
nuestro conocimiento y de toda nuestra posibilidad de conocer las
palabras de Dios.
Por eso el primer significado de la Palabra de Dios en la Biblia y
en la Tradición es la Palabra como Verbo, como la misma Vida
íntima de Dios.
J/PD: De aquí se deriva un segundo significado: la Palabra de
Dios es Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne, manifestación
histórica y concreta. Este es el sentido más profundo y global de
Palabra de Dios. No sólo lo que dice Jesús, sino también su vida, su
presencia, su predicación, su muerte y resurrección es
manifestación de Dios, autocomunicación de Dios, mensaje de Dios.
Jesús, Verbo encarnado, es la palabra histórica de Dios por
excelencia, aquella a que hace referencia toda otra palabra, todo
aquello que nosotros podemos decir de Dios. Es evidente, pues,
que no podemos referirnos al Verbo que está en Dios si no es a
través del Verbo que habita entre nosotros, Jesucristo.
Jesucristo es también la clave para comprender la vocación. Si
existe una vocación es por referencia a El. No es posible sentirse
llamado por Dios, descubrir la propia vocación sin una relación real
con la Palabra de Dios por excelencia, la cual incluye dentro de sí
todas las otras palabras de Dios. Jesús es, con toda plenitud, la
Gran Palabra de llamada para el mundo. Aquél que contiene todo el
plano de salvación para la humanidad, al cual, por tanto, deben
hacer referencia todos nuestros proyectos. El es el lugar y ámbito
de nuestras elecciones. Toda opción vocacional adviene en el
interior de una historia de relación con Jesucristo. De otro modo no
sería opción vocacional en relación a la Palabra de Dios, sino que
se convertiría en simple búsqueda personal ajustándose a
circunstancias concretas e inmediatas.
Si consideramos estos dos aspectos o significados como los
fundamentales, vemos también que en la Biblia está presente un
tercero: es el que, a primera vista, se aplica más comúnmente en la
Escritura a la Palabra de Dios. Son las palabras pronunciadas por
los Apóstoles y los Profetas. Si vosotros buscáis comprobar en las
Concordancias a dónde se recurre en la Biblia para encontrar el
término «Palabra de Dios», las más de las veces se refiere a
palabras pronunciadas por algún profeta. Las palabras de los
Apóstoles y de los Profetas revelan, sin duda, el plan de Dios; son
autocomunicaciones de Dios, su mensaje para el hombre, una
proclamación del plan de salvación, una advertencia para el hombre
y para el pueblo.
Además de estos tres significados aún podríamos descubrir un
cuarto que es muy común, sobre todo en la tradición eclesiástica. Es
el conjunto de la Biblia; Palabra de Dios no primaria, puesto que la
prioridad, según hemos dicho antes, corresponde al Verbo, y luego
la palabra de los Apóstoles y de los Profetas, y, en relación con
ellos, están los cronistas y los sabios; es decir, todas las palabras
que, puestas por escrito, forman el conjunto de libros que
conocemos con la denominación de Biblia.
A pesar de todo lo dicho, no podemos detenernos aquí. La
Palabra de Dios ya en el Nuevo Testamento tiene una acepción
mucho más amplia, más extensa. Nos encontramos con que el
término Palabra de Dios se aplica a una realidad, distinta de las
palabras de los Profetas, de Jesucristo o de los Apóstoles,
entendidos en su carácter de mensajeros cualificados. En el Nuevo
Testamento, Palabra de Dios es también la predicación cristiana, la
palabra a través de la cual en la Iglesia se anuncia, se proclama o
se venera y se responde al misterio de Dios. Esta expresión tiene,
por tanto, acepciones muy diversas. Por ejemplo: cuando en los
Hechos 19,10 se cita este término, se dice que durante dos años
Pablo predicó en Efeso, «resultando así que todos los habitantes de
Asia, tanto judíos como gentiles, oyeron la palabra de Dios».
Claramente se ve que la palabra de Dios en este caso se refiere a
la predicación cristiana en cuanto reproduce y actualiza la Palabra
de Cristo y de los Apóstoles; es, por tanto, comunicación de Dios,
anuncio de su designio divino, promesa, exhortación. Todas estas
diversas formas asume la Palabra de Dios en el ámbito de la Iglesia.
Lo mismo aparece en la 1 Tes 2,13: «Por lo cual no cesamos de
dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios que os
predicamos la abrazasteis no como palabra de hombre, sino como lo
que es en realidad, la palabra de Dios, la cual sigue operando en
vosotros, los creyentes.» Las palabras de la predicación tienen,
pues, una eficacia creadora, típica de la palabra de Dios. Aquí
tenemos todo el inmenso campo, en el cual nos movemos, de la
Palabra de Dios en la Iglesia. No simplemente en cuanto palabras
de la Biblia posibles de numerar y catalogar, sino más bien en
cuanto abarcan cuanto a partir de la Biblia y de la Tradición se
verifica en la Iglesia.
Toda esta diversidad corresponde al fenómeno de la Palabra de
Dios, de la cual dice San Pablo «que habite en vosotros con toda su
abundancia», y debe ser ciertamente nuestro espacio vital. Nosotros
no nos alimentamos solamente de la lectura de la Escritura, sino
que vivimos de este escucharla, proclamarla y hacerla oración,
liturgia. En todas estas actividades resuena continuamente en
nosotros la Palabra, es decir, la comunicación divina.
D) La Palabra en su resonancia y dinamismo
Para percibir mejor aún cuán amplio y vasto, cuán importante es
el fenómeno de la Palabra de Dios en la Iglesia, vamos a especificar
algunos de los niveles de su resonancia y repercusion.
En primer lugar hay una resonancia de la Palabra a nivel de
Magisterio, el Papa, los Concilios, los Obispos, la predicación de las
verdades a nivel oficial y magisterial.
Hay después un nivel litúrgico-sacramental; en los Sacramentos la
Palabra viene repetida, reafirmada con fórmulas bíblicas y
eclesiales.
También se da una resonancia a nivel homilético-catequético; es
toda la variada y activa proclamación y extensión de la Palabra en
las diversas formas eclesiales, incluso en las más simples. Todas
ellas pueden y deben considerarse parte del fenómeno de la
Palabra de Dios.
PD/SEMILLA-EN-COR: Y, finalmente, encontramos un último
nivel, pero por último no menos importante para nuestro tema de la
vocación, y es aquel nivel que llamamos «de asimilación personal».
La Palabra de Dios no resuena tan sólo en la Biblia y en la Iglesia.
También en cada uno de nosotros despierta ecos particulares, y
aquí encontramos nosotros un punto de partida para un análisis
más íntimo y personal de la vocación.
La Palabra de Dios nos toca, nos alcanza; es una semilla
depositada en nuestro corazón. No solamente está sembrada la
Palabra de Dios en el campo de la Iglesia en general, sino que se
encuentra esparcida en el corazón de cada uno. También nuestro
corazón es lugar apropiado de resonancia para la Palabra de Dios.
No se trata, naturalmente, de una palabra separada de la liturgia,
del sacramento, del magisterio o de la Escritura, pero sí se trata de
un lugar muy propio de manifestarse.
C/PD-VOCACIONES: Una consecuencia de enorme importancia
para la vocación podemos sacar de aquí, a saber: que el hecho
vocacional, por lo común, se desarrolla y crece en un clima o
espacio en el cual la Palabra de Dios pueda expresarse y encontrar
eco. No basta un simple atractivo natural y personal, un cierto gusto,
cualquier inclinación particular. Es preciso que todo ello, con toda la
importancia que merece y tiene y que, en algún sentido, es
fundamental, se nutra y se amplíe a todas las resonancias de la
Palabra de Dios en la Iglesia. Por eso tiene una gran importancia
para toda comunidad cristiana el tratar de ser lugar de verdadera
resonancia de la Palabra de Dios. De otra manera, no puede ser
suscitadora de vocaciones. Es totalmente imposible que en una
comunidad maduren decisiones vocacionales si no se vive todo este
ritmo de resonancias a la Palabra de Dios en sus más variadas
formas. La liturgia, la lectura de la Escritura, la oración, permiten a
la Palabra de Dios dirigirse personalmente a cada uno, encontrar el
ambiente, la situación, el lugar de reconocimiento de la misma.
Y esta importancia es grande no sólo al nacer una vocación, sino
también a lo largo de su trayectoria de maduración y perseverancia.
Resulta difícil a una vocación perseverar cuando no encuentra un
ambiente en el cual la Palabra de Dios resuene, cuando no hay una
comunidad que la haga activa, dinámica y eficaz. Ya podemos ver,
pues, la gran importancia que todo esto tiene, incluso para un
acertado discernimiento de las vocaciones y para el crecimiento de
quienes ya han respondido a la llamada, pero que pueden en
cualquier momento llegar a una paralización y esterilidad si no se
verifica este dinamismo de la Palabra en la comunidad a la que
pertenece.
A propósito de la Palabra de Dios, siempre es necesario tener en
cuenta su dinamismo especial, porque de no respetarlo se corre el
riesgo de ahogar la esencia de la misma Palabra. Esta dinámica la
deducimos, por ejemplo, del Sermón de la Montaña, donde se nos
dice que quien escucha la Palabra y no la lleva a la práctica se
parece a un hombre necio. Algo parecido podemos leer en Lucas:
«Más bien dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la
practican» (Lc 11,28).
La Palabra de Dios no es simplemente una resonancia o eco; si
nosotros la consideráramos así, sin más, en este su «aspecto
interno», la Palabra de Dios, y lo mismo puede decirse de la
vocación, iría debilitándose poco a poco, y con el pasar del tiempo
se disgregaría hasta convertirse en pura palabrería. Porque
también la Sagrada Escritura puede convertirse en palabrería, si
nos limitamos a repetirla de memoria indefinidamente, pero sin que
llegue a significar absolutamente nada. Y todo ello porque es propio
de la Palabra de Dios el ser una palabra que no tiene una total
comprensión en sí misma, sino en la dinámica que ella promueve.
Dinámica que es, por lo común, de discernimiento, de elección, de
decisión.
La Palabra de Dios, tanto si va dirigida a todo un pueblo como a
un solo individuo, exige necesariamente un discernimiento: ¿qué
debo hacer? Exige una elección, ¿qué me propongo hacer?;
reclama una decisión concreta en la cual se acoge la Palabra en
cuanto tal, como fuerza creadora, interpelante.
Cierto que la Palabra de Dios es omnipotente; con mucha
frecuencia nosotros la predicamos, la leemos, la proclamamos, la
meditamos, oramos con ella..., pero después no llegamos a los
compromisos determinados. Entonces la Palabra de Dios se ve
ahogada y, lo que es peor, se convierte en pura hipocresía,
precisamente porque la bloqueamos en su ritmo espontáneo y
propio, consistente en despertar un conocimiento, una opción, un
compromiso.
Todo cuanto hemos dicho hasta ahora no son más que simples
indicaciones un tanto genéricas; muy útiles, sin embargo, para tener
un punto de partida al cual hacer referencia a lo largo de nuestras
reflexiones. Más aún, todo cuanto vamos a decir en torno a la
vocación deberá estar siempre referido a esta concepción general
de la Palabra de Dios, de su fenomenología, de su realidad, de sus
niveles de resonancia y de su dinámica particular.
Si tuviéramos necesidad de expresar qué es lo más importante en
este tema de la Palabra de Dios, cuál es el punto de vista
englobante que resume todo, la llave de todo lo demás, yo tendría
que decir que se trata de aquella «cualidad» de la Palabra que
llamamos Evangelio. Este es para mí el punto focal en el que
convergen todos los elementos dispersos de que hemos hablado.
La Palabra de Dios tiene una cualidad específica, particular; es una
«buena noticia» o, como nos dicen las parábolas del Evangelio, algo
parecido a un tesoro escondido en el campo o una perla de
inestimable valor.
Me parece, pues, poder resumir cuanto venimos diciendo en ese
elemento unificante y decisivo llamado Evangelio. Podemos
considerar al mismo Jesús, las palabras del Nuevo Testamento y
nuestra propia vocación como Evangelio. La vocación es «buena
noticia», es «evangelio» apertura de horizontes que Dios, en su
Hijo, ofrece al hombre; y no se trata de imposición, deber o miedo.
Todo lo que vamos a decir deberá tomar como medida este
«metro». ¿Cuál es el evangelio para Abraham, para Moisés, para
nosotros, para mí y en mi propia vida? ¿Cómo lograr que mi
vocación sea evangelio, invitación a nuevos horizontes, una realidad
que dilata mi espíritu, que me puede rebosar de alegría?
* * * * *
II
LAS LLAMADAS EN LA HISTORIA BIBLICA
DE LA SALVACION
«Uno sólo es el cuerpo y uno el espíritu, como también una es la
esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una fe, un
Bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, obra en
todo y habita en todos...
... Y también ÉI constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a
otros evangelistas o bien pastores y doctores, organizando así a los
santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de
Cristo» (Ef 4,4-6.11-12).
ORACION:
Te pedimos, oh Señor,
poder conocer los dones que, en Cristo,
Tú has hecho a tu Iglesia,
para que cada uno de nosotros,
al conocer la propia vocación
y ayudando a los demás a reconocerla,
podamos todos unidos
edificar el Cuerpo de tu Hijo
que vive y reina en tu Iglesia
por los siglos de los siglos.
Amén.
CARLO
M. MARTINI
LA LLAMADA EN LA BIBLIA
Sociedad de Educación Atenas
Madrid 1983. Págs. 11-43