LA VOCACIÓN EN LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS



A) Introducción
Iniciamos ahora el tratado en torno a la vocación tal y como 
aparece en los Sinópticos, dejando de lado otras muchas figuras 
veterotestamentarias que habríamos podido estudiar para mejor 
completar el cuadro trazado a lo largo de las líneas anteriores. 
El tema de la vocación en el Nuevo Testamento será profundizado 
con mayor ahinco cuando se hable de San Pablo en general, y de la 
Carta a los Hebreos en particular; nos limitamos tan sólo a examinar 
los aspectos que podríamos llamar preliminares. 
En el Nuevo Testamento la problemática de la vocación, de por sí, 
es específicamente paulina: Pablo la aplica tanto frente al hecho de 
la creación: 

«... (Dios) da vida a los muertos y llama a la existencia las cosas 
que no existen» (Rm 4,17), 

como refiriéndose a la historia de la salvación: 

«Aquellos a los que predestinó, también los llamó; y a los que 
llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los 
glorificó» (Rm 8,30) 

como si se refiere a la vocación más estrictamente cristiana:

«... el que os confirmará hasta el fin para que seáis irreprensibles 
en el día de Nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios por Quien habéis 
sido llamados a 
la comunión de su Hijo Cristo Jesús, nuestro Señor» (1 Cor 1,8-9). 

Nosotros no vamos a entrar dentro de esta problemática paulina; nos vamos a limitar a 
espigar los Sinópticos para ver los preliminares y rudimentos de la vocación. 
En los Sinópticos creemos encontrar cinco grupos de textos que emergen muy 
sobresalientes, en los cuales se afronta el tema vocacional: 

— Textos que se refieren a los Doce (ej., Mc 3,13; Mt 10,1). 
— Textos que aluden a llamadas concretas (ej., Mc 1,20). 
— Textos en los que la llamada se hace a los pecadores (ej., Mc 2,17; Lc 5,29-32; Mt 
9-10-13). 
— Textos donde el tema es la invitación al banquete de las bodas (ej., Mt 22,3-4; Lc 
14,16-17). 
— Un texto, no sinóptico, sino de los Hechos, paralelo al Evangelio de Lucas (Hech 
13,2). 

Estos cinco grupos de textos son algunos, entre los principales, que pueden interesarnos 
en nuestro trabajo. Podríamos añadir una observación que juzgo de gran interés: en San 
Juan el tema de la llamada, de la vocación, está ausente; es sustituido por el tema del 
«envio», del mandato. Un texto representativo es Jn 20,21: 

«Como Padre me ha enviado, así os envío Yo.» 

Juan concentra en este verbo «enviar», mandar, la temática que en los Sinópticos 
vemos ligada al tema de la vocación.
El método a seguir va a ser el del análisis de los textos, y particularmente de dos textos 
paralelos que se iluminan mutuamente: Mc 3,13 y Mt 10,1. e.
Son dos textos claves de los Sinópticos en lo que hace referencia a la vocación. 
Evidentemente que nos será imprescindible leerlos en el contexto y en la estructura 
dinámica del texto 


B) lnstitución de los Doce

«Después subió al monte, llamó a los que ÉI quería y vinieron a Él. Y 
designó a doce para que le acompañaran, y para enviarlos a predicar, con 
poder de expulsar demonios. Designó a estos doce: Simón, a quien 
llamó Pedro; Santiago el de Zebedeo, Juan, hermano de Santiago, a 
quienes llamó Boanerges, o sea, hijos del trueno; Andrés y Felipe; 
Bartolomé y Mateo; Tomás y Santiago, el de Alfeo; Tadeo y Simón 
el Zelote, y Judas Iscariote, el que le entregó» (/Mc/03/13-19). 

Nos serviremos de este texto, corto por cierto pero 
profundamente rico, para iluminar el fenómeno de la vocación. 
Fenómeno que Marcos resume aquí en pocos rasgos. Sin embargo, 
es importante situarlo en su contexto total y dentro de una amplia 
perspectiva. Contexto y perspectiva que podría iniciarse en el 
versículo 7 del mismo capítulo y proseguirse en el versículo 20. 
El contexto está en la multitud que sigue a Jesús; este texto de la 
institución de los Doce tiene como trasfondo una gran 
muchedumbre, la más grande, me parece, que Marcos haya 
pensado describir: 

«Jesús con sus discípulos se marchó hacia el mar; y mucha gente 
de Galilea le siguió. Una gran multitud de Judea, Jerusalén, Idumea, 
Transjordania y de la región de Tiro y Sidón, al oír las cosas que 
hacía vino hacia Él» (Mc 3,7-8). 

Nos interesa observar cómo por dos veces se repite aquí el 
término «gran muchedumbre». El escenario de la Institución de los 
Doce es, por consiguiente, una multitud de gente, un encuentro de 
gente venida de todas las regiones de los alrededores. De alguna 
manera está ya evidenciada la dimensión universal que Jesús 
quiere atribuirle a este acontecimiento de la institución de los Doce. 
A partir de una soledad y en vista de una gran multitud. 
Describamos mejor esta muchedumbre: 

«Él dijo a sus discípulos que le tuvieran preparada una barca, a 
causa de la gente para que no le atropellasen; pues curaba a 
muchos y todos los que tenían dolencias se echaban sobre El para 
tocarlo y los espíritus impuros, cuando lo veían, se postraban ante 
Él y gritaban: Tú eres el Hijo de Dios. Pero El les reprendía 
severamente para que no lo diesen a conocer» (Mc 3,9-12). 

Se caracteriza esta muchedumbre como una multitud de enfermos 
y endemoniados, de gente menesterosa, ansiosa, expectante de 
algo grande, hasta estrecharse encima de Él, casi aplastándolo y 
empujándose unos a otros. Es un contexto de una extrema carencia 
y menesterosidad, tanto humana como religiosa, que Marcos 
describe como trasfondo de la Institución de los Doce. 
La gente venida de las regiones y lugares más distantes tiene 
necesidad y ansias de encontrar a Jesús: ansias ante su mediación 
salvadora, necesidad de salvación y de gritos proclamatorios, ante 
los cuales Jesús se muestra muy cauto y reservado. Jesús no apoya 
entusiasmos que rayen en el fanatismo, antes al contrario procura 
moderarlos. 
A partir de esta inmensa necesidad de El, que reviste formas un 
tanto caóticas y angustiosas, Marcos introduce la escena de la 
Institución de los Doce, de aquellos destinados a llevar el peso de 
esa gente a la par de Jesús. 
Si todo lo descrito hasta ahora es el contexto inmediatamente 
anterior, el que introduce la elección de los colaboradores de parte 
de Jesús, los versículos 20 y 21 representan el contexto 
inmediatamente posterior: 

«Volvieron a casa y de nuevo se reunió tanta gente que no 
podían ni comer. Los suyos, al oírlo, salieron para llevárselo, pues 
se decía: "está fuera de sí".» 

Jesús no encuentra tiempo de descanso ni siquiera dentro de la 
casa. El tumulto vuelve, el entusiasmo, la esperanza y la 
expectación aumentan. 
Dos situaciones tumultuosas, agitadas; y, en el centro, la escena 
de la montaña, en la cual llama Jesús a los Apóstoles. Este es el 
cuadro que Marcos nos dibuja: 

«Después subió al monte, llamó a los que El quería, y vinieron a 
El.» 

Cada palabra tiene aquí su puesto y significado. «Subió»; el 
subir, ascender, en la perspectiva veterotestamentaria recuerda la 
acción de Moisés que sube a la montaña, o de los hombres de Dios 
que se retiran a la altura para hacer oración (y ciertamente Lucas 
unirá en este lugar el tema de la oración). 
Como Moisés, empujado por la inmensa necesidad del pueblo, 
sube a la montaña para escuchar la Palabra de Dios, así Jesús, en 
este cuadro de total necesidad humana, se retira por un momento y 
va al monte de la oración, de las grandes manifestaciones divinas. 
Para los hebreos que leían estas palabras «subió al monte», era 
evidente la alusión y el reclamo a Moisés y a los Profetas que 
subían a sus montes para escuchar la Palabra que Dios dirigía a su 
pueblo. 
La escena descrita por Marcos está imaginada en torno al lago de 
Tiberíades, en Galilea; no hay allí precisamente grandes montañas; 
más bien se trata de pequeñas colinas más o menos elevadas, y 
sobre una de ellas, quizá la más alta, Jesús llama a los Doce. La 
gente está acampada en el valle y contempla a Jesús que asciende 
solo sobre la montaña. Después le escucha pronunciar algunos 
nombres, llamar a unas personas. Algunos se van separando de 
entre aquella multitud y suben hacia Él. ¡Escena realmente 
magnífica, extraordinaria! 
Primero, sobre la montaña que representa el lugar de contacto 
sagrado con Dios, lugar de la oración, de la adoración, de la 
Revelación de la Palabra, Jesús solo; y a continuación, uno detrás 
de otro, aquellos nombres empiezan a resonar en el valle. Y al 
escuchar aquellos nombres, doce personas se levantan y se dirigen 
a donde está Jesús para unirse a El. 
El texto añade una indicación que, a primera vista, parece 
superflua y extraña: llamó así «a los que É quería». En realidad se 
trata de una precisión muy profunda. En analogía con otros pasajes 
del Nuevo Testamento, se podría traducir con mayor exactitud y 
significado esta expresión por «a los que El llevaba en su corazón», 
«aquellos que había seleccionado porque respondían a sus 
designios y a su plan». 
Y los elige «Él mismo, y no otros».

«Y ellos vinieron a Él.» 

Se encaminaron no hacia un lugar, sino a su lado, para estar 
junto a Él, cerca de su persona. Este es el significado que 
transparenta todo el texto griego. De esta manera, pues, se crea 
este grupito, bien visible a todos: Jesús y los suyos Jesús y aquellos 
a los que Él ha llamado para estar con Él 

«Constituyó a los Doce para que estuvieran con El y también para 
mandarlos a predicar y para que tuviesen el poder de expulsar los 
demonios.» 

Los exegetas y traductores no saben muy bien cómo traducir el 
epoíesen dodeka. El texto ciertamente reviste cierta dureza. 
Literalmente significa: «hizo doce». Yo soy de la opinión que de esta 
manera lo que se quiere es destacar el compromiso, la fuerza 
creativa de este gesto de Jesús; son estos contenidos difíciles para 
nosotros de traducir con palabras literales. 
El grupo de los llamados viene representado como un número 
acabado, cabal, completo, compacto, unido; un grupo con una sola 
voluntad. La gente que hasta aquel momento corría tras de Jesús 
empieza a volverse hacia este grupo. Marcos nos presenta 
plásticamente el concepto de la mediación eclesial; a través de 
aquellas doce personas, la gente acude y es conducida a Jesús.
Que las cosas suceden de esta manera nos lo afirma la expresión 
«y se quedaron con El». Podríamos preguntar: ¿Y con quién 
podrían quedarse sino con El? Aquí el texto trata de subrayar algo 
evidente que, sin dudarlo, tiene un valor relevante para el autor. 
Marcos, sin duda alguna, quiere resaltar que los Doce no son 
llamados principalmente para cumplir una misión, para hacer algo, 
sino para «estar con Jesús». 
Los Apóstoles, en otras palabras, no son llamados 
exclusivamente a repetir tales o cuales palabras y enseñanzas de 
Jesús, a aprender una doctrina, a llevar a los demás un mensaje. 
Son llamados, en primer lugar y antes que a ninguna otra cosa, 
para estar con Jesús. Los Apóstoles deben estar pendientes de lo 
que hace El, vivir intensamente con El, para después comunicarlo y 
transparentarlo; deben reproducir su presencia. Su vida y 
predicación se convierte en un continuo rebosar de Él: un signo, 
humanamente evidente, de su presencia. 
Este sentido de vocación personal es la primera vez que nos 
aparece en todo el camino de nuestro análisis y búsqueda. 
Abraham era llamado sobre todo a creer, a un confiado fiarse 
primero y después a la posesión simbólica de una tierra. Jeremías 
es llamado para edificar y destruir, para ser anuncio de Dios amor, 
transmitir un mensaje determinado. Moisés debía formar un pueblo, 
darle fisonomía y unidad. Los Doce, por el contrario, han sido 
simplemente llamados, por encima de todo, a «estar junto a El». 
Con El, que es la «buena noticia», la vida para el pueblo, la 
esperanza de los oprimidos, la posesión definitiva. 
Después de esta primera identificación vocacional genérica 
vienen las especificaciones, donde se nos manifiesta cómo los Doce 
son enviados a predicar y tienen el poder de arrojar los demonios. 
Estas dos modalidades son las propias de su doble misión: anuncio 
de la Palabra y portadores de la salvación, de la liberación del 
demonio y del mal, mediante los actos típicos de Jesús hasta este 
momento: el anuncio del Reino y la liberación del pueblo de todo 
aquello que le oprime. Ahora corresponderá este quehacer a sus 
discípulos; ellos son los continuadores de estas obras maravillosas; 
harán lo que El ha hecho y continúa haciendo; son llamados a ser 
como El. 
En los versículos 16 y 19 se da el elenco o lista de los Doce. El 
autor no pretende dar simplemente la lista de los Doce Apóstoles. A 
la luz de lo que hemos visto al hablar de otras vocaciones, donde el 
nombre tiene destacada importancia, Marcos quiere hacer resaltar 
la toma de posesión personal de sus Apóstoles por parte de Jesús. 
Dar un nombre quiere decir conocer a la persona, ser su dueño. 
Jesús mismo es ahora la única fuente de la misión y de la 
vocación. 
La vocación en el Antiguo Testamento era una relación directa 
entre Dios y el hombre; ahora tal relación se verifica solamente a 
través de Jesús, por intermedio de Jesús. 
En su contexto general éste es el pasaje de la Institución de los 
Doce. La introduce una turba de gente y una gran multitud 
menesterosa lo cierra; lo prepara una gran necesidad y termina con 
un principio de respuesta a esa necesidad. Entre estos dos 
momentos de ansiedad y de tensión se coloca este instante preciso 
de oración, de soledad y de elección hecha a la vista de todos, del 
mundo, de la gente a la cual los mismos discípulos pertenecen y a 
la cual ellos mismos serán enviados. Estos son los elementos 
destacados de Marcos en 3,13-19. 


C) Misión de los Doce
Veamos ahora algunos de los puntos especialmente señalados 
por Mateo en el episodio paralelo al de Marcos. Por razón de 
brevedad dejaremos de lado los aspectos comunes y coincidentes. 


«Reuniendo a sus doce discípulos, les dio poder de lanzar los 
espíritus inmundos y de curar toda enfermedad y toda dolencia. Los 
nombres de los Doce Apóstoles son: primero Simón, el llamado 
Pedro y Andrés, su hermano; Santiago el de Zebedeo y su hermano 
Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el recaudador; Santiago 
el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo, y Judas Iscariote, el que le 
traicionó» (/Mt/10/01-04). 

También aquí nos sirve de gran utilidad abarcar el contexto en el 
cual se entremezclan los versículos citados. Tal contexto lo llamo «la 
compasión pastoral de Jesús». Está integrado por los versículos 
inmediatamente anteriores: /Mt/09/35-38. 

«Jesús recorría todas sus ciudades y aldeas, enseñando en las 
sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda 
enfermedad y dolencia. Al ver a las gentes, sintió compasión de 
ellas porque estaban desechas y abatidas como ovejas sin pastor. 
Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha y los obreros 
pocos. Pedid al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.» 

Para Mateo, lo mismo que para Marcos, el mundo es como un 
inmenso hospital, una enormidad de menesterosos, una inquietante 
expectativa. En torno a todo esto se inserta la llamada y la misión de 
los Doce: 

«Enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino 
y curando todas las enfermedades y dolencias.» 

En este versículo está resumida la obra de Jesús, desde el 
capítulo 5 hasta aquí. El evangelista quiere hacernos percibir y 
reflexionar en toda esta actividad como un conjunto de obras de 
solidaridad, compasión, simpatía, atención para con los enfermos, 
los débiles, etc. 

«Sintió compasión de ellas (las turbas) porque estaban desechas 
y abatidas como ovejas sin pastor.» 

La escena es similar a la de Marcos. Al final de sus viajes Jesús 
está conmovido, descompuesto por la suerte en que se hallaba su 
pueblo. Podríamos preguntarnos en este lugar: los muchos rabbís 
que vivían en aquel tiempo en Galilea, estudiando y enseñando la 
Ley, ¿se habían dado cuenta de este drama? Probablemente, no; 
quizá consideraban la situación normal, como normal era su trabajo 
de leer y enseñar la Palabra de Dios, invitar a la gente a su 
cumplimiento y llamar la atención sobre la importancia del sábado. 
Al no crearse problemas de tumultos religiosos, su vida 
transcurría con toda normalidad y tranquilidad. 
Jesús, por el contrario, contempla a su pueblo en una s;tuación 
extremadamente dramática, advierte que la gente está desalentada, 
sin ilusión, dispersa, «como ovejas sin pastor». Y de sobra sabemos 
qué quiere decir el que un rebaño, una multitud se encuentre sin 
alguien que la guie, la oriente y la proteja. 
Jesús muestra aquí la misma compasión que aparecerá en otras 
dos ocasiones: en la multiplicación de los panes Jesús, de frente a 
la multitud, percibe el sentido de la tragedia que vive. El origen de la 
elección y misión de los Doce tiene sus raíces también en esta 
compasiva percepción de Jesús. 

«¡La mies es mucha y los obreros pocos! Rogad al Dueño de la 
mies que envíe obreros a su mies.» 

La imagen que este texto reproduce tiene, como la anterior, un 
reflejo de historia veterotestamentaria. En el versículo 36 las 
imágenes de la oveja perdida, sin guía, nos llevan de la mano a Ez 
34,4-6: 

«No habéis alimentado a las flacas, ni curado a las enfermas, ni 
vendado a las heridas, reunido a las descarriadas ni buscado a las 
perdidas, sino que las habéis dominado con crueldad y violencia. Y 
andan dispersas, faltas de pastor, presas de las bestias del campo, 
errantes por los montes y collados. Dispersas mis ovejas por todo el 
país sin que las busque nadie y las cuide.» 


En el versículo 37 la mies es la «imagen escatológica». Estamos 
cerca del tiempo definitivo y nadie se da cuenta de la gravedad y 
urgencia que este tiempo comporta. Por eso es necesario «rogar al 
Dueño de la mies a fin de que envíe obreros a su mies». 
¿De dónde nace la misión y la vocación neotestamentaria? El 
contexto de las mismas no es simplemente una profecía, un ejercicio 
de poder, una obra de mediación entre Dios y el pueblo, como 
habíamos visto en el Antiguo Testamento. Para Abraham, para 
Samuel, para Moisés. En el Nuevo Testamento se trata de una 
misión pastoral, de servicio a la gente, se trata de llevarle a esa 
multitud la salvación que es Cristo. 
El punto de partida, lo volvemos a repetir, es la percepción por 
parte de Jesús de la necesidad; el advertir la inmensa carencia que 
existe en lo íntimo del corazón de la gente ávida y expectante. 
Jesús, de frente a esta realidad de indigencia, enseña, en primer 
lugar, cómo es necesario confiarse al Señor Dios, el cual, como 
buen Padre, tiene la iniciativa. La vocación presbiteral 
neotestamentaria es, ante todo, participación en la compasión 
pastoral de Jesús, ayudarle en su misión de servicio a las 
necesidades más imperiosas de la gente. Necesidad antes que 
nada de salvación, y los Doce son llamados a salir al encuentro de 
esta gente necesitada con la presencia misma del Señor Salvador, 
con la disponibilidad ante la iniciativa redentora del Padre. 
Jesús llama a los Doce para hacerles participar de este poder que 
hasta ahora tenía en exclusiva y que ahora experimenta cómo es 
reclamado ardientemente por la necesidad de la gente. 
En conclusión, podemos ver cómo a través de los textos de 
Marcos y Mateo se llegan a captar algunos temas capitales de la 
vocación del Nuevo Testamento. Hemos percibido, sobre todo, el 
estrecho nexo existente entre la vocación y la persona de Jesús. 
Vocación es conocer a Jesús, reproducir sus acciones, imitar sus 
obras. Esto es precisamente lo que los presbíteros, en la Iglesia, 
deben siempre esforzarse por llevar a cabo como misión.

CARLO M. MARTINI
LA LLAMADA EN LA BIBLIA
Sociedad de Educación Atenas
Madrid 1983