JEREMÍAS: FE Y VOCACIÓN


A) Introducción
La figura del profeta Jeremías es muy fecunda y compleja en 
extremo. Mucho más compleja y variada que las figuras hasta ahora 
estudiadas. El material con que contamos, referente a Jeremías, 
resulta más amplio que el de los anteriores personajes: un libro 
entero de la Biblia y, además, salpicado de muchos pasajes 
totalmente autobiográficos. 
En nuestro análisis es la primera vez que nos encontramos de 
frente a textos autobiográficos propios; ellos si, por una parte, 
hacen más interesante la tarea, también por otra parte la dificultan a 
la hora de esquematizar o encuadrar todos los elementos en una 
síntesis breve. 
El material vocacional que encontramos en Jeremías podemos 
reducirlo esencialmente a tres clases: 

1. Narraciones biográficas en tercera persona. Por ejemplo: 

«El Señor me dijo: Vete a comprar un botijo de barro; toma 
contigo algunos de los ancianos del pueblo y de los sacerdotes; sal 
al valle de Ben-Hinon, a la entrada de la alfarería y proclama allí las 
palabras que yo te diga» (Jer 19,1-3). 

2. Confesiones directamente autobiográficas en las que Jeremías 
habla en primera persona, y que son expresiones en estilo de 
salmos y lamentaciones. Por ejemplo: 

«El Señor me avisó y lo vine a saber. Entonces, Tú, Señor, me 
descubriste sus maniobras. Yo era como un manso cordero que 
llevaban al matadero sin saber lo que estaban tramando contra mí. 
Destruyamos el árbol hasta la savia, arranquémosle de la tierra de 
los vivientes y no se mencione más su nombre. Pero Tú, Señor de 
los ejércitos, que juzgas con justicia y sondeas la conciencia y el 
corazón—haz que yo pueda ver tu venganza contra ellos—, porque 
a Ti confío mi causa» (Jer 11,18-20). 

Confesiones dramáticas, que en algunos momentos revisten 
tonos tremendamente angustiosos, rayantes en la blasfemia y la 
tentación de incredulidad. Son señal de las terribles experiencias a 
las cuales la fe y la vocación de Jeremías han estado expuestas. 

3. Oráculos que representan el modo cómo Jeremías afronta, en 
concreto, su misión. Sobresalen, por su peculiar relieve, aquellos 
que hacen referencia a la vida personal de Jeremías. Por ejemplo: 

«Tuve esta palabra del Señor: No te cases ni tengas hijos en este 
lugar. Porque así dice el Señor sobre los hijos que nazcan en este 
lugar, sobre las madres que los den a luz y los padres que los 
engendren: De mala muerte morirán; no serán llorados ni 
enterrados, sino que quedarán como estiércol sobre el suelo; 
perecerán por la espada y el hambre, y sus cadáveres serán pasto 
de las aves del cielo y de las bestias del campo» (Jer 16,1-5). 

Intentamos ahora poner de manifiesto cómo se puede sintetizar 
todo este material y unificarlo en algunos puntos significantes, 
especialmente vocacionales. 
Una primera posibilidad, que en un principio pensaba seguir, es la 
más obvia: un orden cronológico. Los exegetas han buscado en el 
libro un orden cronológico, que, en realidad, de verdad, no se 
encuentra. El libro es más bien el resultado de algunos pasos y 
elementos dispersos, que se sobreponen y tienen continuidad. 
Hacer de ellos una sucesión cronológica es muy difícil, aunque los 
exegetas lo han hecho con cierta frecuencia, y quizá sin darse 
cuenta, de una manera profunda, de la problemática vocacional que 
envuelve la vida de Jeremías. 
Mientras estaba buscando otro criterio, otra vía de «análisis» de 
todo el material, he recibido la ayuda de un libro de E. Galbiati, La 
fe en los personajes de la Biblia. En el último capítulo de este libro 
se exponen algunas conclusiones que miran a la maduración de la 
fe, desde la infancia hasta la edad adulta. Consideraciones que, 
como dice el autor, han nacido de una honda experiencia 
autobiográfica: 

«... estos años no han pasado en vano. A la experiencia un tanto 
teórica del biblista teólogo se ha añadido la propia vivencia 
personal, que en una posterior fase de la vida se ha visto con 
frecuencia envuelto en las fases evolutivas de la fe de los demás y, 
en cierto modo, responsable tanto de su crecimiento como de su 
fracaso. Han nacido así estas páginas de conclusiones, no después 
de las consideraciones un tanto teóricas de la introducción 
teológica, sino puestas al fin del libro, después de haber 
considerado en la Biblia los ejemplos concretos de fe, como 
asimismo las resistencias a la propuesta de la fe. De esta manera 
viene a establecerse un paralelismo obvio entre la fe experimentada 
en diversas épocas de la humanidad, en grados diversos de 
acercamiento a Dios, con la fe dinámicamente vivida por cualquiera 
de nosotros, desde la infancia hasta la edad adulta». 

Nos resultan muy significativas estas palabras. Yo pretendía 
hacer alusión a algo semejante, cuando al principio de estas 
lecciones decía que las fuentes a tener presentes en nuestra 
reflexión sobre la vocación en la Biblia son dos: la Biblia misma y la 
experiencia de la vida. 
Creo que de la vocación se puede decir lo mismo que de la fe. En 
este capítulo intentaremos determinar algunas de las fases 
sucesivas del crecimiento de la fe, y lo mismo podemos decir del 
desarrollo de la vocación, en cuanto está ligada a la experiencia de 
la fe.
FE/ADOLES-MADURA: Galbiati distingue entre fe receptiva de la 
primera infancia y la fe oblativa de la segunda infancia; compara 
estos dos momentos en el Antiguo Testamento, al par de las fases 
históricas del crecimiento del pueblo hebreo. Habla a continuación 
de la fe de la adolescencia y la coloca en relación con la fe de los 
apóstoles antes de la Resurrección. Finalmente, describe la fe en la 
edad madura, poniéndola en relación con la fe propia de la Iglesia 
después de la Ascensión del Señor. 
Este esquema me parece útil para poner de relieve algunos de 
los elementos típicos de la fe y de la vocación de Jeremías y para 
trazarnos de él un cuadro general. Es una tentativa todavía no 
madurada y completa, un esfuerzo por leer los textos de una 
manera especial, con una metodología particular. 


B) La fe «receptiva» de la infancia
FE/IRECEPTIVA-INFA
Galbiati trata, en primer lugar, de la fe en la primera infancia y la 
llama «receptiva», dado que en ella todo es recibido. La misma 
imagen de Dios nos viene dada a través de la imagen de los 
padres: «En ellos la imagen de Dios se descubre como el poder 
benéfico, totalmente dirigido hacia nuestras necesidades, todo él 
inclinado hacia nuestra debilidad. Es la experiencia de la paternidad 
de Dios 'Padre Omnipotente'; para el niño, la imagen del padre es la 
del ser que todo lo puede». 
Es la experiencia de una gran simplicidad y abandono, lleno de 
confianza, en la cual el hombre se siente en actitud de deberlo todo 
a Dios, de estar completamente en sus manos.
Nos resulta interesante ver cómo en Jeremías encontramos 
algunas expresiones típicas de esta experiencia de fe receptiva. 
Dios es para él, antes que nada y por encima de todo, Aquel que le 
ha dado todo. 

«Antes de formarte en el vientre de tu madre te conocí / antes 
que salieras del seno te consagré, / profeta de las naciones te 
constituí. Yo dije: ¡Ah!, Señor, mira. Yo no sé hablar que soy como 
un niño. Y el Señor me dijo: No digas soy un niño porque a todos los 
que te envíe, irás / y todo lo que te ordene, lo dirás. No tengas 
miedo de ellos porque yo estoy contigo para librarte / oráculo del 
Señor. Entonces el Señor alargó su mano, tocó mi boca y me dijo: 
Mira, yo pongo mis palabras en tu boca / en este día te constituyo / 
sobre naciones y reinos / para arrancar y deshacer / para destruir y 
derribar / para edificar y plantar» (Jer 1,5-10). 

Jeremías no puede pensar en su existencia sin pensar, a la vez, 
que antes que ella está la llamada divina. El vive la experiencia de 
una absoluta primariedad y primacía del amor divino inclinado hacia 
nosotros. Como el niño pequeño al abrirse a la vida descubre que 
sus padres le han preparado todo para él, de la misma manera la 
experiencia de fe y de la vocación de Jeremías se encuentra desde 
el principio delante de la llamada de Dios. 
En el versículo 9 citado hay casi un gesto infantil de la madre que 
amamanta a su niño, que le ofrece el modo de entrar en la 
existencia. 
Jeremías percibe, en una perspectiva de fe receptiva, su vocación 
como un don total, en medio del cual, rebosándole, Dios tiene en 
sus manos el principio y el fin. 
Galbiati señala que si la fe se bloquea en este estadio 
típicamente infantil, si la pura receptividad no viene purificada y 
clarificada, tiende a convertirse en una pasividad ingenua: Dios es 
mi Padre, El me ha llamado, por tanto todo me irá bien. Es la 
ingenuidad pasiva de quien espera todo en la vida como algo fácil, 
de color de rosa, preparado por otros. Y en esto reside la prueba 
purificadora: Jeremías pasa de la pura receptividad a la experiencia 
de que ella no le garantiza el futuro favorable ni siquiera en la 
realización de su vocación. 
Incluso ella no impide el fracaso o el resultado amargo o la 
experiencia de estar abandonado. Galbiati observa cómo todo esto 
es típico en la educación del Antiguo Testamento. 
Cuando el pueblo experimenta esta receptividad gratuita y casi se 
ilusiona inconscientemente con que todo le va a ir bien, es entonces 
cuando prueba en la amargura del fracaso que, el tener un Padre 
bueno y atento a nuestras necesidades, no significa tener una vida 
fácil y sin problemas. 
Esta es la razón de por qué a Jeremías podemos contemplarlo en 
la actitud de receptividad fácil y además experimentando también 
hasta la maldición del día de su nacimiento. Son los dos extremos 
de una misma experiencia los que aquí encontramos. 

«¡Maldito el día en que nací, / el día en que mi madre me dio a luz 
no sea bendito! ¡Maldito el hombre que dio a mi padre la noticia: / 
Un hijo varón te ha nacido / y lo llenó de alegría! ¡Que ese hombre 
quede como las ciudades / que el Señor arrasó sin piedad / que 
oiga gritos por la mañana, / el tumulto de la guerra al mediodía! Por 
qué no me hizo morir en el seno: / mi madre habría sido mi sepulcro, 
/ y yo preñez eterna en sus entrañas. ¿Para qué salí del seno? 
¡Para ver penas y tormento y acabar mis días en vergüenza! » 
(Jeremías 20,14-18). 

En Jeremías encontramos, pues, una doble experiencia: por un 
lado, la receptividad pasando a través de pruebas purificadoras, las 
cuales no pretenden apagarla o negarla, sino más bien purificarla 
de los aspectos ingenuos, con el fin de formar la personalidad del 
Profeta, la disponibilidad para aquello que Dios pide, aunque ello 
pueda llevarle a creer que está viviendo en continuo fracaso. Por 
otra parte, sin embargo, se experimenta una gran seguridad cuya 
fuerza se acrece en las pruebas. 

«Pero el Señor está conmigo / como un héroe potente / por eso 
caerán vencidos mis perseguidores, / por haber fracasado caerán 
en vergüenza total, en ignominia eterna, inolvidable» (Jer 20,11). 

Si quisiéramos citar una figura de la Iglesia con una experiencia 
semejante a la de Jeremías, creo que la vida de Santa Teresita del 
Niño Jesús nos ofrece la semejanza más completa y los puntos de 
contacto más similares. Ciertamente esta santa presenta una 
espiritualidad receptiva que se va purificando a través de las 
experiencias del abandono y la amargura del desierto, y sin 
embargo, a pesar de todo ello, en lucha abierta contra toda 
esperanza y manifestación aparente, vive un estado de confianza 
ilimitada, como la de un niño en brazos de su padre. 

C) La fe oblativa y adolescente
FE/OBLATIVA-ADOLE
La fe de un joven con un desarrollo plenamente cristiano llega 
bien pronto a percibir la posibilidad de hacer algo por Dios. Es el 
momento de los actos generosos, de sacrificar cualquier cosa 
propia en favor de cuanto es percibido como presencia de Dios en 
la propia vida. Esta realidad nos hace pasar de una primera 
experiencia de tipo receptivo a una experiencia de acción. Las 
propias actividades vienen a configurarse como algo que se hace 
por Dios y para Dios. 
En la historia de Jeremías advertimos este aspecto en aquellos 
pasos llamados deuteronomísticos, por su insistencia en la ley. 
Jeremías resalta este aspecto de amor a la ley. Ley que debe ser 
signo de bendición de parte de Dios. A este respecto es típico el 
discurso en torno al Templo que encontramos en el capítulo 7. En él 
hay un breve decálogo, una serie de compromisos concretos. No es 
sólo un abandono simple e infantil en Dios, sino también una serie 
de acciones responsables. Tales acciones se eligen principalmente 
en función de premio y castigo. Jeremías, como un adolescente, 
comienza a darse cuenta que si sacrifica, si se comporta fielmente, 
podrá lograr vivir una existencia digna de un hombre; por el 
contrario, si se deja arrastrar por las pasiones pequeñas o grandes 
que se le ofrecen no podrá construir su propia vida. 

«Si enmendáis vuestra conducta y vuestras obras, si os hacéis de 
verdad justicia unos a otros, si no oprimís al extranjero, al huérfano 
o a la viuda; si no derramáis en este lugar sangre inocente, si no 
vais en pos de otros dioses para vuestra desgracia, entonces, sí, yo 
os dejaré vivir en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres 
desde antiguo y para siempre. Pero vosotros os fiáis de palabras 
engañosas, que no sirven para nada. ¡Con que robar, matar, 
cometer adulterio, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros 
dioses que no conocéis, y luego venir a presentaros ante Mí, en 
este Templo que lleva mi nombre, y decir: Ya estamos seguros, 
para seguir haciendo todos estos horrores!» (Jer 7,5-10). 

La insistencia se centra en una reforma enérgica de la conducta 
moral, pues solamente desde ella el hombre puede esperar 
construirse el futuro, permaneciendo en posesión de los bienes que 
le han sido dados. Este aspecto importa mucho en la vida de 
Jeremías, ya que, con frecuencia, anuncia castigos por la infidelidad 
del pueblo, incapaz de cumplir con sus deberes y obligaciones. 
Hay, sin embargo, en la experiencia religiosa de cada uno, un 
doble riesgo que se presenta en este momento preciso de la 
experiencia de Dios, visto como Aquél que exige un compromiso 
responsable, sobre todo de tipo moral. 
El primer riesgo es el de construir una religión basada en la 
observancia de reglas y en el mérito de esa observancia. Una 
religión en la cual el moralismo se convierte en esencial e impide 
una profundización en la verdad. Por tanto, esta experiencia, de por 
sí importante, si se estaciona y fija, llega a ser limitativa y destruye 
su propia fuerza. Podemos llegar por este camino a la religiosidad 
del hijo mayor representado en la parábola del Hijo Pródigo; verifica 
una perfecta observancia, pero la vive de tal manera que no acierta 
a entender el corazón de su padre. 
El segundo riesgo de este moralismo, tomado como una instancia 
religiosa, es la ilusión de que el hombre construye con sus propias 
posibilidades; cree ser justo porque cumple con unas normas de 
justicia externa. Pero, dado que no puede llegar a ser totalmente 
justo, centra su justicia en torno a algunos actos, y a éstos los 
maneja con tal maestría y se vanagloria de ellos como si se tratase 
de actos que pudieran justificarle plenamente. 
Algunos hacen residir esta gloria en el culto, en la observancia 
detallada de todas las prescripciones cultuales, en el pietismo, en 
una religiosidad puramente referida a todo aquello que considera la 
«conocida práctica cristiana», olvidando todas las propias 
injusticias: sociales y políticas. 
Una religiosidad moralística, al no poder ser observada 
plenamente, ya que el hombre no puede lograr ser plenamente 
justo en todos sus detalles con solas su fuerzas, termina siempre 
por concentrarse en torno a unas pocas y rendirles culto como 
absolutas. Por esto Jeremías critica severísimamente el culto en el 
Templo, que otras veces exalta profusamente. Cuando se da cuenta 
que el pueblo pone su justicia en la mera observancia de las 
prácticas cultuales, entonces denuncia esta religiosidad como un 
bloquear el desarrollo dinámico del espíritu religioso, como un crear 
ídolos. De aquí que muchas de las páginas de Jeremías sean una 
fuerte requisitoria contra el culto y una alta denuncia de todos los 
males sociales, de todas las injusticias, las opresiones del país, con 
la intención de que el pueblo reconozca su propia injusticia delante 
de Dios. 
Es éste un momento difícil, y con frecuencia dramático, en el 
desarrollo de la conciencia personal. Uno, al comprobar su 
imposibilidad de poder llegar a la altura de las propias 
responsabilidades, o declara que ello es imposible y entonces 
abandona la práctica religiosa dirigiendo su vida según criterios y 
proyectos propios, o por el contrario, limita a algunos sectores su 
justicia y con espíritu farisaico se vanagloria de ella. Muchas 
páginas de Jeremías se pueden citar a este propósito como 
reacción a este bloqueo de la dinámica religiosa. Por ejemplo: Jer. 
7,21-23: 

«Así dice el Señor Dios de los ejércitos, Dios de Israel: ¡Echad 
más sacrificios y holocaustos y comed la carne! Que yo no dije ni 
prescribí nada a vuestros padres el día que los saqué de Egipto 
sobre sacrificios y holocaustos. La orden que les di fue ésta: 
Escuchad mi voz, que entonces yo seré vuestro Dios y vosotros 
seréis mi pueblo; y seguid fielmente el camino que os he prescrito 
para vuestra felicidad.» 

Aquí Jeremías está en el culmen de su vocación profética es 
aquel que debe ayudar al pueblo a realizar el paso de una 
religiosidad de las obras a la de un contacto personal con el Señor. 
De una religiosidad cultual a una religiosidad del corazón, en la cual 
todas las experiencias religiosas anteriores vengan asumidas y 
clarificadas por un encuentro personal con Yavé que se manifiesta 
como amor. La misión de Jeremías es proclamar a Israel, que no es 
por su justicia por lo que llegará a sobrevivir y resucitar, sino por el 
amor misericordioso de Dios. 

«... con amor eterno te he amado, por eso te guardo mi favor. / 
Te edificaré de nuevo y serás reedificada, virgen de Israel; / de 
nuevo te adornarás con panderetas y saldrás a bailar alegremente. 
De nuevo plantarás viñas en los montes de Samaria, las plantarán 
los viñadores y tendrán cosechas. Sí, día vendrá en que los 
centinelas / gritarán en la montaña de Efraim: / Andad, subamos a 
Sión, hacia el Señor nuestro Dios» (Jer 31,3-6). 

La experiencia de fe divina, en este momento, es una experiencia 
de contacto, de proximidad, de relación personal con Dios que se 
manifiesta como amor. 
El amor estaba, ciertamente, presente también al principio de la 
experiencia infantil, pero todavía no había pasado por todas las 
pruebas a través de las cuales el hombre reconoce su propia 
incapacidad personal para salvarse. 
El Jeremías de ahora parece ya evangélico, en el sentido que, 
como en el Evangelio, propone una salvación no por los propios 
méritos y por las capacidades humanas, sino por el amor de Dios. 
La observancia de la ley es importante, pero solamente al 
reconocer el amor de Dios puede expresar verdaderamente una 
nueva relación de intimidad personal con El, la Nueva Alianza. 

«La Alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos 
días—oráculo del Señor—, será así: Pondré mi Ley dentro de ellos, 
en su corazón la escribiré y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No 
tendrán ya que instruirse diciéndose unos a otros: ¡Conoced al 
Señor!, porque me conocerán todos, chicos y grandes—oráculo del 
Señor—; yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus 
pecados» (Jer 31,33-34). 

Jeremías llega al summum de su vocación al hacer pasar al 
pueblo de la experiencia del fanatismo en la observancia de la Ley a 
la promesa de un nuevo encuentro-relación personal con Dios; en 
este encuentro Dios estará en cada uno y propondrá a todos un 
corazón nuevo que les dará la capacidad de observar la Ley y de 
vivirla espontáneamente.
Pablo, más tarde, llevará a cumplimiento en el Nuevo Testamento 
el mensaje de Jeremías. El encuentro amoroso con Dios de 
Jeremías con el Dios de la Alianza se convierte en el Nuevo 
Testamento en el encuentro personal con Dios. 
La adolescencia recibe en la amistad con Dios vivo en Cristo la 
plenitud de sus posibilidades de expansión. Intuye que Dios lo es 
todo y que el hombre es como un niño en sus manos. El estadio 
adolescente se desarrolla gradualmente, así como de una manera 
gradual se ha desarrollado la experiencia de los Apóstoles, los 
cuales han ido pasando de la experiencia pre-pascual de Cristo, 
amado profundamente como amigo, como maestro, como Señor, 
como guía, a la experiencia post-pascual, en la cual han visto en 
Cristo al Señor de la Iglesia. 


D) La fe de la edad madura
FE/EDAD-MADURA
A la etapa adolescente sigue, como última experiencia, la fe de la 
edad adulta, madura. Esta vive la experiencia de Cristo no 
solamente como un hecho de presencia y amistad personal, sino 
también como una manifestación del Cristo en la comunidad, en la 
Iglesia, en la vida de la humanidad. 
Es una renovada forma de responsabilidad, en la cual, sin 
embargo, Cristo es invocado y experimentado en su transparencia 
de Resucitado. 
Esta es la experiencia final, definitiva, en la cual se asume un 
corazón amplio como la Iglesia, una capacidad de ver al Señor en 
todas las vicisitudes de la Iglesia, de la historia de la humanidad; 
tanto si en su manifestación adquieren un carácter triunfal como si 
adoptan la forma humilde del fracaso. La fe madura es la 
experiencia de Cristo en el Espíritu Santo.
Hablando de Jeremías no hemos desarrollado este punto, porque 
es típico de la manifestación neotestamentaria, es la consecuencia 
del don que Cristo ha hecho a su Iglesia. Pero también en Jeremías 
encontramos aspectos muy parecidos. Sobre todo aquellos lugares 
en los que el Profeta parece expansionarse al pasar de una 
preocupación religiosa, intimista y sentimental de la relación del 
hombre con Dios, a una preocupación—la llamaría yo— «política y 
eclesial» (términos que para un hebreo son a toda luz idénticos). 
Es el Jeremías profeta de las naciones, aquel que aparece en los 
oráculos sobre Israel o en los oráculos sobre las naciones, al 
contemplar la salvación en un cuadro comunitario. Dios es aquel 
que interviene en todos los sucesos humanos, tanto personales 
como colectivos: 

«Dice el Señor Dios de Israel: Escribe en un libro todas las 
palabras que te he dicho. Porque vienen días —oráculo del 
Señor—en que cambiaré la suerte de mi pueblo, Israel y Judá 
—oráculo del Señor—; los haré volver a la tierra que di a sus 
padres y la poseerán. Estas son las palabras que ha pronunciado el 
Señor sobre Israel y Judá» (Jer 30,2-4). 

Se hace aquí alusión a la restauración de Israel como pueblo y a 
la presencia del Señor en este pueblo restaurado. 
Por tanto, ya no se trata más de una relación individual entre el 
hombre y Dios, de cada uno con su Señor individualmente; antes, 
por el contrario, de lo que se trata es de una relación comunitaria, 
entre las diversas naciones, entre un pueblo con su Dios, bajo el 
juicio y la acción salvífica del mismo. 
Concluyendo cuanto llevamos dicho acerca de la experiencia 
personal de Jeremías, en síntesis podemos afirmar que la 
experiencia de Jeremías es un entretejido inseparable de fe y 
vocación. 
Jeremías ha ido conociendo a su Dios a medida que va 
descubriendo su misión. Ha sufrido por la ausencia de Dios al sufrir 
por el fracaso de su misión y ha reencontrado la experiencia de 
Dios-amor, al comunicar la experiencia de su propia misión. 
Es mi opinión que en Jeremías, mucho mejor que en las otras 
figuras anteriormente consideradas, está representada la íntima 
trama e inseparable trabazón que se da entre la experiencia del 
conocimiento que cada uno progresivamente hace de Dios y la 
experiencia del modo cómo esta experiencia nos viene comunicada. 
Jeremías nos revela que la experiencia vocacional de cada uno 
amplía los horizontes de la propia experiencia de fe. 
Fe y vocación se entrelazan en el hombre. Si, por una parte, la 
caída de una experiencia vocacional puede provocar una crisis de 
fe, por otra, una ampliación de esa experiencia vocacional nos lleva 
a una maduración más personal de la misma fe. 
A medida que nos acercamos poco a poco al Nuevo Testamento, 
en las figuras hasta ahora examinadas encontramos como una 
progresiva y siempre más clara fusión de los diversos aspectos que 
vienen incluidos en una vocación. La unión de todos esos aspectos 
de la personalidad es completa y llega a su perfección en la figura 
de María, la Madre del Señor. Ella vive su vocación de fe en 
estrechísima conexión con su historia vocacional. 
Es obvio, sin embargo, que la fusión, la asimilación más absoluta 
y plena la encontramos en la figura de Jesús. Jesús es el Llamado 
por excelencia, Aquel que vive su experiencia de cara a Dios en la 
más estrecha unión con su realidad de Mesías. Su fe y vocación 
son su propia vocación y fe.


CARLO M. MARTINI
LA LLAMADA EN LA BIBLIA
Sociedad de Educación Atenas
Madrid 1983. Págs. 67-90