JEREMÍAS: FE Y VOCACIÓN
A) Introducción
La figura del profeta Jeremías es muy fecunda y compleja en
extremo. Mucho más compleja y variada que las figuras hasta ahora
estudiadas. El material con que contamos, referente a Jeremías,
resulta más amplio que el de los anteriores personajes: un libro
entero de la Biblia y, además, salpicado de muchos pasajes
totalmente autobiográficos.
En nuestro análisis es la primera vez que nos encontramos de
frente a textos autobiográficos propios; ellos si, por una parte,
hacen más interesante la tarea, también por otra parte la dificultan a
la hora de esquematizar o encuadrar todos los elementos en una
síntesis breve.
El material vocacional que encontramos en Jeremías podemos
reducirlo esencialmente a tres clases:
1. Narraciones biográficas en tercera persona. Por ejemplo:
«El Señor me dijo: Vete a comprar un botijo de barro; toma
contigo algunos de los ancianos del pueblo y de los sacerdotes; sal
al valle de Ben-Hinon, a la entrada de la alfarería y proclama allí las
palabras que yo te diga» (Jer 19,1-3).
2. Confesiones directamente autobiográficas en las que Jeremías
habla en primera persona, y que son expresiones en estilo de
salmos y lamentaciones. Por ejemplo:
«El Señor me avisó y lo vine a saber. Entonces, Tú, Señor, me
descubriste sus maniobras. Yo era como un manso cordero que
llevaban al matadero sin saber lo que estaban tramando contra mí.
Destruyamos el árbol hasta la savia, arranquémosle de la tierra de
los vivientes y no se mencione más su nombre. Pero Tú, Señor de
los ejércitos, que juzgas con justicia y sondeas la conciencia y el
corazón—haz que yo pueda ver tu venganza contra ellos—, porque
a Ti confío mi causa» (Jer 11,18-20).
Confesiones dramáticas, que en algunos momentos revisten
tonos tremendamente angustiosos, rayantes en la blasfemia y la
tentación de incredulidad. Son señal de las terribles experiencias a
las cuales la fe y la vocación de Jeremías han estado expuestas.
3. Oráculos que representan el modo cómo Jeremías afronta, en
concreto, su misión. Sobresalen, por su peculiar relieve, aquellos
que hacen referencia a la vida personal de Jeremías. Por ejemplo:
«Tuve esta palabra del Señor: No te cases ni tengas hijos en este
lugar. Porque así dice el Señor sobre los hijos que nazcan en este
lugar, sobre las madres que los den a luz y los padres que los
engendren: De mala muerte morirán; no serán llorados ni
enterrados, sino que quedarán como estiércol sobre el suelo;
perecerán por la espada y el hambre, y sus cadáveres serán pasto
de las aves del cielo y de las bestias del campo» (Jer 16,1-5).
Intentamos ahora poner de manifiesto cómo se puede sintetizar
todo este material y unificarlo en algunos puntos significantes,
especialmente vocacionales.
Una primera posibilidad, que en un principio pensaba seguir, es la
más obvia: un orden cronológico. Los exegetas han buscado en el
libro un orden cronológico, que, en realidad, de verdad, no se
encuentra. El libro es más bien el resultado de algunos pasos y
elementos dispersos, que se sobreponen y tienen continuidad.
Hacer de ellos una sucesión cronológica es muy difícil, aunque los
exegetas lo han hecho con cierta frecuencia, y quizá sin darse
cuenta, de una manera profunda, de la problemática vocacional que
envuelve la vida de Jeremías.
Mientras estaba buscando otro criterio, otra vía de «análisis» de
todo el material, he recibido la ayuda de un libro de E. Galbiati, La
fe en los personajes de la Biblia. En el último capítulo de este libro
se exponen algunas conclusiones que miran a la maduración de la
fe, desde la infancia hasta la edad adulta. Consideraciones que,
como dice el autor, han nacido de una honda experiencia
autobiográfica:
«... estos años no han pasado en vano. A la experiencia un tanto
teórica del biblista teólogo se ha añadido la propia vivencia
personal, que en una posterior fase de la vida se ha visto con
frecuencia envuelto en las fases evolutivas de la fe de los demás y,
en cierto modo, responsable tanto de su crecimiento como de su
fracaso. Han nacido así estas páginas de conclusiones, no después
de las consideraciones un tanto teóricas de la introducción
teológica, sino puestas al fin del libro, después de haber
considerado en la Biblia los ejemplos concretos de fe, como
asimismo las resistencias a la propuesta de la fe. De esta manera
viene a establecerse un paralelismo obvio entre la fe experimentada
en diversas épocas de la humanidad, en grados diversos de
acercamiento a Dios, con la fe dinámicamente vivida por cualquiera
de nosotros, desde la infancia hasta la edad adulta».
Nos resultan muy significativas estas palabras. Yo pretendía
hacer alusión a algo semejante, cuando al principio de estas
lecciones decía que las fuentes a tener presentes en nuestra
reflexión sobre la vocación en la Biblia son dos: la Biblia misma y la
experiencia de la vida.
Creo que de la vocación se puede decir lo mismo que de la fe. En
este capítulo intentaremos determinar algunas de las fases
sucesivas del crecimiento de la fe, y lo mismo podemos decir del
desarrollo de la vocación, en cuanto está ligada a la experiencia de
la fe.
FE/ADOLES-MADURA: Galbiati distingue entre fe receptiva de la
primera infancia y la fe oblativa de la segunda infancia; compara
estos dos momentos en el Antiguo Testamento, al par de las fases
históricas del crecimiento del pueblo hebreo. Habla a continuación
de la fe de la adolescencia y la coloca en relación con la fe de los
apóstoles antes de la Resurrección. Finalmente, describe la fe en la
edad madura, poniéndola en relación con la fe propia de la Iglesia
después de la Ascensión del Señor.
Este esquema me parece útil para poner de relieve algunos de
los elementos típicos de la fe y de la vocación de Jeremías y para
trazarnos de él un cuadro general. Es una tentativa todavía no
madurada y completa, un esfuerzo por leer los textos de una
manera especial, con una metodología particular.
B) La fe «receptiva» de la infancia
FE/IRECEPTIVA-INFA
Galbiati trata, en primer lugar, de la fe en la primera infancia y la
llama «receptiva», dado que en ella todo es recibido. La misma
imagen de Dios nos viene dada a través de la imagen de los
padres: «En ellos la imagen de Dios se descubre como el poder
benéfico, totalmente dirigido hacia nuestras necesidades, todo él
inclinado hacia nuestra debilidad. Es la experiencia de la paternidad
de Dios 'Padre Omnipotente'; para el niño, la imagen del padre es la
del ser que todo lo puede».
Es la experiencia de una gran simplicidad y abandono, lleno de
confianza, en la cual el hombre se siente en actitud de deberlo todo
a Dios, de estar completamente en sus manos.
Nos resulta interesante ver cómo en Jeremías encontramos
algunas expresiones típicas de esta experiencia de fe receptiva.
Dios es para él, antes que nada y por encima de todo, Aquel que le
ha dado todo.
«Antes de formarte en el vientre de tu madre te conocí / antes
que salieras del seno te consagré, / profeta de las naciones te
constituí. Yo dije: ¡Ah!, Señor, mira. Yo no sé hablar que soy como
un niño. Y el Señor me dijo: No digas soy un niño porque a todos los
que te envíe, irás / y todo lo que te ordene, lo dirás. No tengas
miedo de ellos porque yo estoy contigo para librarte / oráculo del
Señor. Entonces el Señor alargó su mano, tocó mi boca y me dijo:
Mira, yo pongo mis palabras en tu boca / en este día te constituyo /
sobre naciones y reinos / para arrancar y deshacer / para destruir y
derribar / para edificar y plantar» (Jer 1,5-10).
Jeremías no puede pensar en su existencia sin pensar, a la vez,
que antes que ella está la llamada divina. El vive la experiencia de
una absoluta primariedad y primacía del amor divino inclinado hacia
nosotros. Como el niño pequeño al abrirse a la vida descubre que
sus padres le han preparado todo para él, de la misma manera la
experiencia de fe y de la vocación de Jeremías se encuentra desde
el principio delante de la llamada de Dios.
En el versículo 9 citado hay casi un gesto infantil de la madre que
amamanta a su niño, que le ofrece el modo de entrar en la
existencia.
Jeremías percibe, en una perspectiva de fe receptiva, su vocación
como un don total, en medio del cual, rebosándole, Dios tiene en
sus manos el principio y el fin.
Galbiati señala que si la fe se bloquea en este estadio
típicamente infantil, si la pura receptividad no viene purificada y
clarificada, tiende a convertirse en una pasividad ingenua: Dios es
mi Padre, El me ha llamado, por tanto todo me irá bien. Es la
ingenuidad pasiva de quien espera todo en la vida como algo fácil,
de color de rosa, preparado por otros. Y en esto reside la prueba
purificadora: Jeremías pasa de la pura receptividad a la experiencia
de que ella no le garantiza el futuro favorable ni siquiera en la
realización de su vocación.
Incluso ella no impide el fracaso o el resultado amargo o la
experiencia de estar abandonado. Galbiati observa cómo todo esto
es típico en la educación del Antiguo Testamento.
Cuando el pueblo experimenta esta receptividad gratuita y casi se
ilusiona inconscientemente con que todo le va a ir bien, es entonces
cuando prueba en la amargura del fracaso que, el tener un Padre
bueno y atento a nuestras necesidades, no significa tener una vida
fácil y sin problemas.
Esta es la razón de por qué a Jeremías podemos contemplarlo en
la actitud de receptividad fácil y además experimentando también
hasta la maldición del día de su nacimiento. Son los dos extremos
de una misma experiencia los que aquí encontramos.
«¡Maldito el día en que nací, / el día en que mi madre me dio a luz
no sea bendito! ¡Maldito el hombre que dio a mi padre la noticia: /
Un hijo varón te ha nacido / y lo llenó de alegría! ¡Que ese hombre
quede como las ciudades / que el Señor arrasó sin piedad / que
oiga gritos por la mañana, / el tumulto de la guerra al mediodía! Por
qué no me hizo morir en el seno: / mi madre habría sido mi sepulcro,
/ y yo preñez eterna en sus entrañas. ¿Para qué salí del seno?
¡Para ver penas y tormento y acabar mis días en vergüenza! »
(Jeremías 20,14-18).
En Jeremías encontramos, pues, una doble experiencia: por un
lado, la receptividad pasando a través de pruebas purificadoras, las
cuales no pretenden apagarla o negarla, sino más bien purificarla
de los aspectos ingenuos, con el fin de formar la personalidad del
Profeta, la disponibilidad para aquello que Dios pide, aunque ello
pueda llevarle a creer que está viviendo en continuo fracaso. Por
otra parte, sin embargo, se experimenta una gran seguridad cuya
fuerza se acrece en las pruebas.
«Pero el Señor está conmigo / como un héroe potente / por eso
caerán vencidos mis perseguidores, / por haber fracasado caerán
en vergüenza total, en ignominia eterna, inolvidable» (Jer 20,11).
Si quisiéramos citar una figura de la Iglesia con una experiencia
semejante a la de Jeremías, creo que la vida de Santa Teresita del
Niño Jesús nos ofrece la semejanza más completa y los puntos de
contacto más similares. Ciertamente esta santa presenta una
espiritualidad receptiva que se va purificando a través de las
experiencias del abandono y la amargura del desierto, y sin
embargo, a pesar de todo ello, en lucha abierta contra toda
esperanza y manifestación aparente, vive un estado de confianza
ilimitada, como la de un niño en brazos de su padre.
C) La fe oblativa y adolescente
FE/OBLATIVA-ADOLE
La fe de un joven con un desarrollo plenamente cristiano llega
bien pronto a percibir la posibilidad de hacer algo por Dios. Es el
momento de los actos generosos, de sacrificar cualquier cosa
propia en favor de cuanto es percibido como presencia de Dios en
la propia vida. Esta realidad nos hace pasar de una primera
experiencia de tipo receptivo a una experiencia de acción. Las
propias actividades vienen a configurarse como algo que se hace
por Dios y para Dios.
En la historia de Jeremías advertimos este aspecto en aquellos
pasos llamados deuteronomísticos, por su insistencia en la ley.
Jeremías resalta este aspecto de amor a la ley. Ley que debe ser
signo de bendición de parte de Dios. A este respecto es típico el
discurso en torno al Templo que encontramos en el capítulo 7. En él
hay un breve decálogo, una serie de compromisos concretos. No es
sólo un abandono simple e infantil en Dios, sino también una serie
de acciones responsables. Tales acciones se eligen principalmente
en función de premio y castigo. Jeremías, como un adolescente,
comienza a darse cuenta que si sacrifica, si se comporta fielmente,
podrá lograr vivir una existencia digna de un hombre; por el
contrario, si se deja arrastrar por las pasiones pequeñas o grandes
que se le ofrecen no podrá construir su propia vida.
«Si enmendáis vuestra conducta y vuestras obras, si os hacéis de
verdad justicia unos a otros, si no oprimís al extranjero, al huérfano
o a la viuda; si no derramáis en este lugar sangre inocente, si no
vais en pos de otros dioses para vuestra desgracia, entonces, sí, yo
os dejaré vivir en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres
desde antiguo y para siempre. Pero vosotros os fiáis de palabras
engañosas, que no sirven para nada. ¡Con que robar, matar,
cometer adulterio, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros
dioses que no conocéis, y luego venir a presentaros ante Mí, en
este Templo que lleva mi nombre, y decir: Ya estamos seguros,
para seguir haciendo todos estos horrores!» (Jer 7,5-10).
La insistencia se centra en una reforma enérgica de la conducta
moral, pues solamente desde ella el hombre puede esperar
construirse el futuro, permaneciendo en posesión de los bienes que
le han sido dados. Este aspecto importa mucho en la vida de
Jeremías, ya que, con frecuencia, anuncia castigos por la infidelidad
del pueblo, incapaz de cumplir con sus deberes y obligaciones.
Hay, sin embargo, en la experiencia religiosa de cada uno, un
doble riesgo que se presenta en este momento preciso de la
experiencia de Dios, visto como Aquél que exige un compromiso
responsable, sobre todo de tipo moral.
El primer riesgo es el de construir una religión basada en la
observancia de reglas y en el mérito de esa observancia. Una
religión en la cual el moralismo se convierte en esencial e impide
una profundización en la verdad. Por tanto, esta experiencia, de por
sí importante, si se estaciona y fija, llega a ser limitativa y destruye
su propia fuerza. Podemos llegar por este camino a la religiosidad
del hijo mayor representado en la parábola del Hijo Pródigo; verifica
una perfecta observancia, pero la vive de tal manera que no acierta
a entender el corazón de su padre.
El segundo riesgo de este moralismo, tomado como una instancia
religiosa, es la ilusión de que el hombre construye con sus propias
posibilidades; cree ser justo porque cumple con unas normas de
justicia externa. Pero, dado que no puede llegar a ser totalmente
justo, centra su justicia en torno a algunos actos, y a éstos los
maneja con tal maestría y se vanagloria de ellos como si se tratase
de actos que pudieran justificarle plenamente.
Algunos hacen residir esta gloria en el culto, en la observancia
detallada de todas las prescripciones cultuales, en el pietismo, en
una religiosidad puramente referida a todo aquello que considera la
«conocida práctica cristiana», olvidando todas las propias
injusticias: sociales y políticas.
Una religiosidad moralística, al no poder ser observada
plenamente, ya que el hombre no puede lograr ser plenamente
justo en todos sus detalles con solas su fuerzas, termina siempre
por concentrarse en torno a unas pocas y rendirles culto como
absolutas. Por esto Jeremías critica severísimamente el culto en el
Templo, que otras veces exalta profusamente. Cuando se da cuenta
que el pueblo pone su justicia en la mera observancia de las
prácticas cultuales, entonces denuncia esta religiosidad como un
bloquear el desarrollo dinámico del espíritu religioso, como un crear
ídolos. De aquí que muchas de las páginas de Jeremías sean una
fuerte requisitoria contra el culto y una alta denuncia de todos los
males sociales, de todas las injusticias, las opresiones del país, con
la intención de que el pueblo reconozca su propia injusticia delante
de Dios.
Es éste un momento difícil, y con frecuencia dramático, en el
desarrollo de la conciencia personal. Uno, al comprobar su
imposibilidad de poder llegar a la altura de las propias
responsabilidades, o declara que ello es imposible y entonces
abandona la práctica religiosa dirigiendo su vida según criterios y
proyectos propios, o por el contrario, limita a algunos sectores su
justicia y con espíritu farisaico se vanagloria de ella. Muchas
páginas de Jeremías se pueden citar a este propósito como
reacción a este bloqueo de la dinámica religiosa. Por ejemplo: Jer.
7,21-23:
«Así dice el Señor Dios de los ejércitos, Dios de Israel: ¡Echad
más sacrificios y holocaustos y comed la carne! Que yo no dije ni
prescribí nada a vuestros padres el día que los saqué de Egipto
sobre sacrificios y holocaustos. La orden que les di fue ésta:
Escuchad mi voz, que entonces yo seré vuestro Dios y vosotros
seréis mi pueblo; y seguid fielmente el camino que os he prescrito
para vuestra felicidad.»
Aquí Jeremías está en el culmen de su vocación profética es
aquel que debe ayudar al pueblo a realizar el paso de una
religiosidad de las obras a la de un contacto personal con el Señor.
De una religiosidad cultual a una religiosidad del corazón, en la cual
todas las experiencias religiosas anteriores vengan asumidas y
clarificadas por un encuentro personal con Yavé que se manifiesta
como amor. La misión de Jeremías es proclamar a Israel, que no es
por su justicia por lo que llegará a sobrevivir y resucitar, sino por el
amor misericordioso de Dios.
«... con amor eterno te he amado, por eso te guardo mi favor. /
Te edificaré de nuevo y serás reedificada, virgen de Israel; / de
nuevo te adornarás con panderetas y saldrás a bailar alegremente.
De nuevo plantarás viñas en los montes de Samaria, las plantarán
los viñadores y tendrán cosechas. Sí, día vendrá en que los
centinelas / gritarán en la montaña de Efraim: / Andad, subamos a
Sión, hacia el Señor nuestro Dios» (Jer 31,3-6).
La experiencia de fe divina, en este momento, es una experiencia
de contacto, de proximidad, de relación personal con Dios que se
manifiesta como amor.
El amor estaba, ciertamente, presente también al principio de la
experiencia infantil, pero todavía no había pasado por todas las
pruebas a través de las cuales el hombre reconoce su propia
incapacidad personal para salvarse.
El Jeremías de ahora parece ya evangélico, en el sentido que,
como en el Evangelio, propone una salvación no por los propios
méritos y por las capacidades humanas, sino por el amor de Dios.
La observancia de la ley es importante, pero solamente al
reconocer el amor de Dios puede expresar verdaderamente una
nueva relación de intimidad personal con El, la Nueva Alianza.
«La Alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos
días—oráculo del Señor—, será así: Pondré mi Ley dentro de ellos,
en su corazón la escribiré y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No
tendrán ya que instruirse diciéndose unos a otros: ¡Conoced al
Señor!, porque me conocerán todos, chicos y grandes—oráculo del
Señor—; yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus
pecados» (Jer 31,33-34).
Jeremías llega al summum de su vocación al hacer pasar al
pueblo de la experiencia del fanatismo en la observancia de la Ley a
la promesa de un nuevo encuentro-relación personal con Dios; en
este encuentro Dios estará en cada uno y propondrá a todos un
corazón nuevo que les dará la capacidad de observar la Ley y de
vivirla espontáneamente.
Pablo, más tarde, llevará a cumplimiento en el Nuevo Testamento
el mensaje de Jeremías. El encuentro amoroso con Dios de
Jeremías con el Dios de la Alianza se convierte en el Nuevo
Testamento en el encuentro personal con Dios.
La adolescencia recibe en la amistad con Dios vivo en Cristo la
plenitud de sus posibilidades de expansión. Intuye que Dios lo es
todo y que el hombre es como un niño en sus manos. El estadio
adolescente se desarrolla gradualmente, así como de una manera
gradual se ha desarrollado la experiencia de los Apóstoles, los
cuales han ido pasando de la experiencia pre-pascual de Cristo,
amado profundamente como amigo, como maestro, como Señor,
como guía, a la experiencia post-pascual, en la cual han visto en
Cristo al Señor de la Iglesia.
D) La fe de la edad madura
FE/EDAD-MADURA
A la etapa adolescente sigue, como última experiencia, la fe de la
edad adulta, madura. Esta vive la experiencia de Cristo no
solamente como un hecho de presencia y amistad personal, sino
también como una manifestación del Cristo en la comunidad, en la
Iglesia, en la vida de la humanidad.
Es una renovada forma de responsabilidad, en la cual, sin
embargo, Cristo es invocado y experimentado en su transparencia
de Resucitado.
Esta es la experiencia final, definitiva, en la cual se asume un
corazón amplio como la Iglesia, una capacidad de ver al Señor en
todas las vicisitudes de la Iglesia, de la historia de la humanidad;
tanto si en su manifestación adquieren un carácter triunfal como si
adoptan la forma humilde del fracaso. La fe madura es la
experiencia de Cristo en el Espíritu Santo.
Hablando de Jeremías no hemos desarrollado este punto, porque
es típico de la manifestación neotestamentaria, es la consecuencia
del don que Cristo ha hecho a su Iglesia. Pero también en Jeremías
encontramos aspectos muy parecidos. Sobre todo aquellos lugares
en los que el Profeta parece expansionarse al pasar de una
preocupación religiosa, intimista y sentimental de la relación del
hombre con Dios, a una preocupación—la llamaría yo— «política y
eclesial» (términos que para un hebreo son a toda luz idénticos).
Es el Jeremías profeta de las naciones, aquel que aparece en los
oráculos sobre Israel o en los oráculos sobre las naciones, al
contemplar la salvación en un cuadro comunitario. Dios es aquel
que interviene en todos los sucesos humanos, tanto personales
como colectivos:
«Dice el Señor Dios de Israel: Escribe en un libro todas las
palabras que te he dicho. Porque vienen días —oráculo del
Señor—en que cambiaré la suerte de mi pueblo, Israel y Judá
—oráculo del Señor—; los haré volver a la tierra que di a sus
padres y la poseerán. Estas son las palabras que ha pronunciado el
Señor sobre Israel y Judá» (Jer 30,2-4).
Se hace aquí alusión a la restauración de Israel como pueblo y a
la presencia del Señor en este pueblo restaurado.
Por tanto, ya no se trata más de una relación individual entre el
hombre y Dios, de cada uno con su Señor individualmente; antes,
por el contrario, de lo que se trata es de una relación comunitaria,
entre las diversas naciones, entre un pueblo con su Dios, bajo el
juicio y la acción salvífica del mismo.
Concluyendo cuanto llevamos dicho acerca de la experiencia
personal de Jeremías, en síntesis podemos afirmar que la
experiencia de Jeremías es un entretejido inseparable de fe y
vocación.
Jeremías ha ido conociendo a su Dios a medida que va
descubriendo su misión. Ha sufrido por la ausencia de Dios al sufrir
por el fracaso de su misión y ha reencontrado la experiencia de
Dios-amor, al comunicar la experiencia de su propia misión.
Es mi opinión que en Jeremías, mucho mejor que en las otras
figuras anteriormente consideradas, está representada la íntima
trama e inseparable trabazón que se da entre la experiencia del
conocimiento que cada uno progresivamente hace de Dios y la
experiencia del modo cómo esta experiencia nos viene comunicada.
Jeremías nos revela que la experiencia vocacional de cada uno
amplía los horizontes de la propia experiencia de fe.
Fe y vocación se entrelazan en el hombre. Si, por una parte, la
caída de una experiencia vocacional puede provocar una crisis de
fe, por otra, una ampliación de esa experiencia vocacional nos lleva
a una maduración más personal de la misma fe.
A medida que nos acercamos poco a poco al Nuevo Testamento,
en las figuras hasta ahora examinadas encontramos como una
progresiva y siempre más clara fusión de los diversos aspectos que
vienen incluidos en una vocación. La unión de todos esos aspectos
de la personalidad es completa y llega a su perfección en la figura
de María, la Madre del Señor. Ella vive su vocación de fe en
estrechísima conexión con su historia vocacional.
Es obvio, sin embargo, que la fusión, la asimilación más absoluta
y plena la encontramos en la figura de Jesús. Jesús es el Llamado
por excelencia, Aquel que vive su experiencia de cara a Dios en la
más estrecha unión con su realidad de Mesías. Su fe y vocación
son su propia vocación y fe.
CARLO M. MARTINI
LA LLAMADA EN LA BIBLIA
Sociedad de Educación Atenas
Madrid 1983. Págs. 67-90