PROBLEMAS EN TORNO A LA NATURALEZA DE LA VOCACIÓN
Antes de hablar de la vocación de Abraham deseo poner una
premisa de tipo metodológico, recordando cuanto ya hemos dicho
del carácter escurridizo y difícil que revela querer sistematizar en un
todo el tema vocacional, tanto en la Sagrada Escritura como en la
vida cristiana. Destacábamos las dificultades de una tal
sistematización por tratarse de un hecho íntimamente personal y
fundado en el análisis. Tanto en la Escritura como en la Iglesia nos
aparece con las más variadas formas, y de ahí, resulta imposible
concentrarlas conjuntamente en el molde de un cuadro esquemático
y rígido.
El camino más fácil de acercamiento a la realidad vocacional es el
camino histórico. Dado que el fenómeno de las vocaciones está
desde siempre presente en la Iglesia, en la historia de la salvación,
en nuestra propia historia, y que precisamente por eso nos
ocupamos de él, nos es asequible el poder trazar una historia del
fenómeno mismo.
Esta vía histórica nos permite tomar algunos ejemplos, tipos y
modelos, examinarlos no sólo en lo que tienen de común, sino
también en su especificidad, en lo que tienen de diferenciación.
Idealmente esta historia debería ofrecer un rasgo de continuidad.
Después de examinar las vicisitudes de Abraham, Moisés, Jeremías,
Pablo, etc., esta historia debería continuarse en Ignacio de
Antioquía, San Agustín, San Bernardo, Santo Tomás de Aquino,
San Ignacio de Loyola..., etc., hasta llegar a las biografías más
recientes.
Sólo de esta manera podemos lograr un cierto análisis histórico
que nos permita hacer resaltar la coherencia, las constantes y la
diversidad. Si nosotros limitamos y reducimos nuestra tarea a hacer
solamente un análisis de la llamada en el cuadro bíblico de la
salvación, es como una invitación a posteriores análisis de parte
vuestra. Análisis que podemos hacer cuantas veces se nos
presente el material vocacional. Y dado que el material vocacional
más inmediato somos nosotros mismos, la autobiografía resulta el
primer método de análisis y de investigación.
A todo el material histórico que recogemos en esta segunda parte
de nuestras charlas le vamos a aplicar un método que
denominaremos «método de los opuestos» o de los contrarios. La
idea de esta tentativa de aproximación la tomamos de un libro de
Romano Guardini; se trata de un libro de su juventud, reimpreso
después de la guerra con el título La oposición polar. En él se
intenta responder a la pregunta ¿cómo se reconoce el singular
concreto, es decir, la singularidad típica de una experiencia? El
autor pretende hacer el paso del conocimiento general al
conocimiento del ser viviente individual, concreto, en sus
manifestaciones históricas. Un análisis sumamente luminoso nos
sugiere cómo esta toma de conciencia de la complejidad del viviente
concreto es el único camino por el que podemos llegar al
conocimiento del singular, de la persona en su propia individualidad.
Tal conocimiento surge de una clara oposición entre los extremos
que se hallan en tensión en toda situación vivida. Solamente por
medio de la percepción de estas oposiciones polares, que
mutuamente se condicionan, que coexisten precisamente en su
diversidad y oposición, es posible llegar a una valoración que no
sea unilateral y esquemática, sino viva, de la persona y de la
situación histórica concreta, característica de todo ser viviente. Por
esta razón he llegado a preguntarme si en el hecho vocacional
existen algunas «oposiciones polares» que podamos llamar de tipo
fundamental, es decir, que se van repitiendo constantemente y que
siempre se encuentran presentes.
Para comprender cada una de las figuras concretas objeto de
nuestro estudio, he dado una respuesta a la pregunta planteada,
respuesta que ahora os propongo con carácter de provisionalidad.
Mi mayor alegría será que podáis vosotros profundizarla: bien sea
clarificándola o bien refutándola. Estoy plenamente convencido, por
mi parte, que se plantean algunas cuestiones de oposiciones
polares y que se presentan cada vez que el tema vocacional de
alguna manera es elaborado dentro de la teología de la Iglesia. Con
mucha simplicidad me limito a exponer algunas de las más
relevantes de estas oposiciones, las cuales, en todo caso, debemos
tener presentes al analizar el singular concreto, cualquier caso
particular.
1. La primera oposición que encontramos es la que se da entre
singularidad y universalidad. La vocación ¿es un hecho para pocos
y, en última instancia, para uno solo, o más bien para muchos y, en
última instancia, para todos? ¿Es un hecho universal, hasta el punto
que se pueda decir de todo hombre que tiene una vocación
específica en la historia de la salvación, o más bien, las vocaciones
son, sobre todo, casos singulares que se convierten en típicos, pero
que en su singularidad tienen un valor distinto del que tiene el
hecho vocacional en la experiencia común?
2. La segunda de las oposiciones típicas de todo hecho
vocacional la podemos expresar de la siguiente manera: ¿La
vocación es para un tiempo determinado o para siempre? La
realidad vocacional ¿está ciertamente ligada por su naturaleza a un
evento determinado que luego puede prolongarse o retomarse? O
más bien ¿se trata de algo con carácter tendencialmente definitivo,
es decir, que abraza a una persona y la sitúa de cara a un destino
irreversible? De esta oposición se siguen consecuencias muy
importantes, tanto en la práctica como en la teoría, de cara al modo
de enfocar las vocaciones. Es algo que siempre deberá estar
presente al determinar las características de las «llamadas»
bíblicas.
3. La tercera oposición la expresaremos de este modo: ¿Se trata
de una dedicación a un objetivo concreto y preciso, o más bien de
una dedicación genérica y amplia? La llamada divina ¿tiene
realmente un cometido específico, concretizado en una tarea que
viene precisada en todos sus detalles, o tiene como característica
reclamar la dedicación global de la persona, sin concretizar nada?
4. La cuarta oposición, de notables consecuencias prácticas a lo
largo de la historia tanto de la Iglesia como de la teología, se ha
manifestado en posturas a favor de cada uno de los términos
polares y es la siguiente: ¿ Invitación-Obligación?
Estos son algunos de los interrogantes antinómicos que se nos
presentan y que surgen siempre cuando tratamos de las
vocaciones: ¿para uno o para muchos?; ¿para pocos o para
muchos?; ¿para un tiempo concreto o para siempre?; ¿para una
finalidad determinada o para una dedicación general?; ¿se trata de
una invitación simplemente o de una verdadera obligación?
Sintetizando un poco más estas cuatro oposiciones en una de
carácter más trascendental, por expresarla en términos filosóficos,
quizá nos convenga volver de nuevo a los dos aspectos que se
oponen en el doble carácter del ser de la Palabra divina. Palabra
entendida como interpelación-llamada, y palabra como
conversación-predicación. La llamada es inmediata, singular,
situación y suceso concreto. El diálogo es articulado, prolongado,
sistematizable. Tenemos aquí los dos aspectos que en su
enfrentamiento producen aquellas tensiones ordinarias del
fenómeno vocacional tal como se presenta en las situaciones de
nuestra vida y, a mi parecer, en la historia de la salvación.
En todo caso, debemos tener bien presente que, al hablar de
oposición, no significa tener que elegir entre uno y otro de los
términos opuestos. Significa, de algún modo, más bien no preferir
ninguno de ellos, es decir, elegir la tensión entre los opuestos. La
tensión creativa que está presente tanto en la simultánea afirmación
de la llamada como del razonamiento, de la singularidad como de la
universalidad, de la determinación como de la indeterminación...,
etc.
Sin embargo, necesitamos, en cada caso, concretar con mucho
cuidado cuáles son los aspectos predominantes y cómo se integran
los opuestos en el carácter predominante.
El método adoptado, precisamente por su limitación, nos permite
no reducir a demasiado simple y sistemático lo que, como la vida, es
hondamente complejo y rico; nos da la oportunidad de no encerrar
el hecho vocacional en ciertos esquemas demasiado rígidos, ya que
de ese modo nos convertirían en infieles a la vida y a la Sagrada
Escritura. Al hablar de vocación, por lo común y con facilidad,
elegimos la lectura preferente de un aspecto y no de otro; por esta
razón no afrontamos verdaderamente muchas veces toda la
complejidad de la historia que la Biblia nos presenta.
A) Abraham: altibajos de una llamada
ABRAHAN/VOCACION
Entremos ahora a examinar los sucesos de la vida de Abraham,
como llamada. Subrayo este titulo porque, como diremos más
adelante, la experiencia de Abraham podría ser estudiada desde
puntos de vista muy diversos. Al elegir considerarla como llamada
nos colocamos en una óptica particular, optamos por una lectura
determinada del ciclo de Abraham.
Las fuentes para esta determinada interpretación en torno a la
experiencia de Abraham entendida como «llamada» son
principalmente las bíblicas. Constituye una fuente privilegiada, en
primer lugar, antes que ninguna otra, el ciclo mismo de Abraham, es
decir: Libro del Génesis 11,27 (desde la primera mención de la
paternidad de Terach, que engendra a Abraham, hasta el cap.
25,11, muerte de Abraham). Estos doce capitulos forman lo que se
ha dado en llamar ciclo de Abraham. Podriamos dividirlo
posteriormente en una serie de episodios entrelazados, una docena
casi de sucesos y de historias relativas a su vida, recogidas de
determinadas fuentes por los exegetas: fuentes yahvistas, elohistas
y sacerdotales. Todas éstas, aun teniendo origenes evidentemente
diversos, pueden ser tomadas en conjunto y formar el ciclo de
Abraham, unificado tal como está en la Biblia, como un mensaje
unitario. Y así es como lo vamos a leer e interpretar.
Como cristianos es obvio que no podemos considerar esta
historia de Abraham prescindiendo de otras fuentes también bíblicas
que giran en torno al mismo tema. Estas son principalmente fuentes
neotestamentarias. El Antiguo Testamento no hace referencia, con
frecuencia, a la aventura de Abraham.
Si se exceptúa la expresión «El Dios de Abraham », no
encontramos (prescindiendo de los libros sapienciales tardíos)
referencias de valor global en torno a la vocación de Abraham.
Referencias de valor que encontramos, sin embargo, en el Nuevo
Testamento, sobre todo en la Carta a los Romanos, cap. 4; en la
Carta a los Gálatas, cap. 3, y en la Carta a los Hebreos, cap. 11. La
lectura que os propongo entonces acerca de la experiencia de
Abraham tendrá, por tanto, como fuentes estos dos ejes
fundamentales: el ciclo propio del Génesis por una parte y, por otra,
estas tres interpretaciones dadas por el Nuevo Testamento a la vida
de Abraham.
Si se tratara de una exposición más amplia—lo que nos alargaría
demasiado—nos sería imprescindible tener presentes igualmente
las fuentes rabínicas en torno de Abraham, lo cual haremos al
menos en parte. Su vida y experiencias han sido repensadas por
toda la tradición judaica, con aportaciones y reflexiones
enormemente enriquecedoras para nosotros, aunque no tengan
tanta fuerza de base histórica. Y son enriquecedoras porque son
fruto de cuanto el Pueblo de Dios, el Pueblo de la Promesa ha dicho
acerca de Abraham, remontándose en él a su cabeza y raíz; todo
cuanto se ha imaginado acerca de su particular destino. Son
tentativas por sintonizar con lo que Abraham ha vivido y con lo que
su vida ha significado como alternativa de un hombre ante su Dios,
y de un hombre que representa a todo un pueblo.
Y todavía más: a las fuentes rabínicas deberíamos también añadir
las fuentes patrísticas, en cuanto los Padres también han
repensado todo el episodio de Abraham. No podemos hacerlo, es
cierto. Sin embargo, cuanto voy a deciros no se limita a la simple
exégesis de los textos del Génesis, sino que intento colocar todo
ello en la lectura que la Iglesia ha hecho y hace de esta vida
extraordinaria.
¿Cómo vamos a hacer, pues, esta lectura? He pensado que
podemos realizarlo de la siguiente manera: no vamos a leer, uno a
uno, cada episodio con su correspondiente exégesis, ni mucho
menos. Nos limitaremos a leer uno o varios fragmentos típicos.
Haremos primero un trabajo introductorio considerando la vida de
Abraham en su conjunto, a través de aquellos episodios que la
engloban; a continuación plantearemos algunas cuestiones a estos
textos y a este ciclo. Lógicamente que estas cuestiones tendrán
como punto de partida nuestra particular óptica elegido: la
experiencia de Abraham vista como Llamada.
La primera cuestión que planteamos a los textos tiene un carácter
introductorio y preliminar; en los sucesos en torno a Abraham de Gn
11,27 a 25,11, ¿se trata verdaderamente de una llamada?
Con mucha frecuencia se habla de la llamada de Abraham. Pero
¿dónde está la llamada en estos textos? ¿Nos presentan ellos
realmente la vida de Abraham como llamada o se trata de una
reflexión nuestra sobre los textos mismos?
El Nuevo Testamento, de ordinario, nos presenta todo lo sucedido
a Abraham no precisamente bajo la categoría específica de llamada.
Para calificar el ciclo de Abraham utiliza otras categorías. Una de
ellas es, por ejemplo, la de juramento o promesa:
«Así hace EI misericordia a nuestros padres, así se acuerda de su
santa alianza, del juramento que hizo a nuestro padre Abraham...»
(Lc 1,72-73).
«Como se iba acercando el tiempo de la promesa que Dios había
jurado a Abraham, el pueblo aumentó y se multiplicó en Egipto»
(Hech 7,17).
«Ahora bien, las promesas fueron hechas a Abraham y a su
descendencia...» (Gál 3,16).
Estos tres textos destacan con toda claridad la iniciativa de Dios
en la experiencia de Abraham. Dios es el que jura y el que promete.
Otra categoría tenemos presente en Hechos 7,2:
«El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham
cuando estaba en Mesopotamia, antes de vivir en Jarán. . . »
Aquí se pone de relieve la manifestación que Dios hace de sí
mismo.
Tenemos otra categoría, típica del Nuevo Testamento, al leer los
acontecimientos de Abraham; es la de la fe:
«Como está escrito: creyó a Dios y le fue contado como justicia.
Entended, pues, que los que viven de la fe ésos son los hijos de
Abraham» (Gál. 3,6-7).
Y en Hebreos 11,7-9, por el contrario, lo que se nos destaca son
las tentaciones que están presentes en la vida de Abraham:
«Por la fe, Abraham, sometido a prueba, ofreció en sacrificio a
Isaac, y era su único hijo a quien inmolaba, el que había recibido las
promesas, aquél de quien se había dicho: De Isaac te nacerá una
descendencia. Y es que pensaba que Dios es capaz de resucitar a
los muertos. Por eso lo recobró en figura.»
Estas son algunas de las categorías a través de las cuales el
Nuevo Testamento interpreta los acontecimientos de Abraham. Sin
embargo, encontramos un versículo muy importante que nos
permite interpretar también estos sucesos desde el punto de vista
de la llamada. Lo encontramos en Hebreos 11,8:
«Por la fe, Abraham, obediente a la llamada divina, salió hacia
una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber a dónde
iba.»
Abraham aparece aquí como el llamado por Dios, llamado a
obedecer y a partir hacia el lugar que recibirá como herencia pero
que no conoce. El autor de la Carta a los Hebreos ha resumido en
este versículo todo lo que le sucede a Abraham como consecuencia
de una llamada.
En Hebreos 11,8 tenemos, pues, un texto fundamental.
Ciertamente en el Antiguo Testamento la actividad de Abraham no
está de ordinario considerada bajo el signo de la llamada. El verbo
llamar no aparece nunca en todo el ciclo de Abraham para indicar
una acción de Dios en torno a él. El uso del verbo «llamar», para
indicar la vocación, inicia su aparición en los Cánticos del Siervo de
Yavé.
«Yo, el Señor, te he llamado en la justicia, te he tomado de la
mano» (Is 42,6).
Es aquí precisamente donde empieza en la Biblia el tema
vocacional, con este versículo concreto como referencia. Por el
contrario, en toda la historia de Abraham jamás se nos dice «Dios
llamó a Abraham»; simplemente encontramos «Dios dijo a
Abraham». Porque toda esta situación está bajo el signo de la
Palabra de Dios.
De esta manera empieza el Génesis 12,1:
«El Señor dijo a Abraham. . . »
Si queremos entonces entrar en la vida de Abraham y verla como
llamada no nos queda más remedio que referirnos al tema de la
Palabra de Dios como categoría fundamental en la cual se sitúa la
vocación.
Entre los diversos significados de la Palabra, ya habíamos visto
que uno de ellos era el imperativo, suscitador de energías,
interpelante. Este significado es el que conduce toda la historia de
Abraham, y debemos notar, aunque sea de pasada, que es el
mismo modo de hablar con que se abre la Biblia:
«Y dijo Dios: Haya luz...» (Gén 1,3).
Los textos fundamentales para comprender el ciclo de Abraham
como Palabra de Dios dirigida a Abraham son, además de Gén
12,1, los siguientes: Gn 15,1 y Gn 17,1.
B) De donde es llamado Abraham
«Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre. . . »
(Gn 12-1).
Aquí se enumeran tres cosas: el país, la patria, la casa paterna.
Tres realidades: una geográfica, otra cultural y una última del lugar
del cual Abraham es sacado. Abraham viene llamado desde el fondo
de su identidad. La vocación lo toma en todo lo que es. La Palabra
de Dios se manifiesta por lo tanto como totalizante, absoluta. No
reclama este aspecto o el otro, por separado, de la vida de
Abraham; pretende la totalidad de la vida vivida hasta ahora y de la
cual es llamado a salir.
Hay, por otra parte, un aspecto significativo, y es que la situación
en que se encuentra Abraham, familia, país, grupo, no le ofrece
perspectivas ni esperanzas concretas. Leemos:
«Sara era estéril y no tenía hijos» (Gn 11,30).
Además de esto, con toda probabilidad, Abraham no tiene ni
siquiera una tierra propiamente suya. Esta impresión nos dan los
versículos de Gn 12,5 y 11,31. Su situación, pues, de la cual es
llamado, es por tanto muy personal, es su propia identidad. Por otra
parte, no le caben esperanzas humanas concretas. Abraham no
tiene ni una tierra ni un hijo. Tiene cosas, pero no tiene una
perspectiva esperanzadora real. Dios interviene en su vida tanto en
lo que tiene como en lo que no tiene. Mientras le exige renunciar a
lo que tiene, le presenta como contraoferta lo que no posee, lo que
no puede esperar. La intervención de Dios lo abarca en los dos
planos contemplados simultáneamente. Abraham no sólo abandona,
sino que se encamina hacia una esperanza que humanamente no le
cabe tener.
C) ¿Quién llama a Abraham?
Aquí nos encontramos frente a la sorpresa y originalidad de la
primera vocación. Abraham es el tipo, el ejemplo de la vocación de
partida. Todas las demás vocaciones, por consiguiente, deben tener
en ella su punto de referencia.
«Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abraham y el Dios de
Isaac» (Gn 28,13).
Dios, hablando a Jacob, le recordará lo que ya ha realizado con
Abraham. Lo mismo sucederá luego con Moisés: «Yo soy el Dios de
Abraham, de Isaac, de Jacob.» Todas las llamadas posteriores son
obra de Aquel que puede hacer referencia a lo que ya ha hecho
antes, a lo realizado con algunos anteriormente. En Abraham, por el
contrario, el principio es absoluto. No hay un Dios que se defina
como «Aquel que ha hecho cosas similares»; se trata del inicio de
una nueva relación. Tenemos, pues, aquí una característica que es
única, extraordinaria, que no se podrá repetir más tarde más que de
un modo parcial. Abraham es el hombre que, en su identidad, se
siente alcanzado por Dios, sin más apelativos ni calificativos, para
comenzar una historia.
Por supuesto que en la experiencia de Abraham debe haber
algún precedente; de alguna manera hemos de pensar que algún
antecedente, alguna relación, algún conocimiento religioso había.
¿Era pagano? ¿Un politeísta? ¿O había tenido una crisis religiosa y
creía en un cierto Dios creador de todas las cosas? Sea cual sea
este tipo de precedente religioso, su relación histórica y
extraordinaria con Dios se manifiesta como un comienzo totalmente
absoluto. He aquí por qué, repito, la suya no puede ser una
vocación típica para las siguientes vocaciones, sino de una manera
parcial y análoga.
D) ¿Para qué es llamado Abraham?
«El Señor dijo a Abraham: Sal de tu tierra, de tu parentela y de la
casa de tu padre y vete al país que yo te indicaré. Yo haré de ti un
gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre, que será una
bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te
maldigan. Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra»
(/Gn/12/01-03).
Abraham se siente llamado a cosas que también son concretas en
sí, pero sobre todo a cosas que se caracterizan por ser sumamente
genéricas. Se le llama a ser un gran pueblo y a tener una tierra.
Pueblo y tierra son los dos términos que veremos repetirse con más
frecuencia en toda la tradición bíblica. Se trata de las realidades
objetivas en las cuales se concretiza la llamada y que especifican la
misma llamada de Abraham.
La particularización y concretización de aquello a que es llamado
Abraham dejan amplio espacio a la indeterminación y tienen un
carácter algo vago. ¿De qué tierra se trata? ¿De qué pueblo?
¿Cómo puede ser posible todo ello para un hombre sin hijos?
Esta concretización, al mismo tiempo indefinida, imprevisible,
improbable y que, en el orden subjetivo de la llamada, exige de
Abraham creer ciegamente, confiarse, es una de las características
que posteriormente toda la Biblia le va a atribuir a él.
Vemos que Abraham es llamado a dos cosas: de una manera
específica, a un pueblo y una tierra. Pero en el orden subjetivo
como persona, es llamado a confiarse, es llamado a esperar. Todo
el cielo lo destaca y se caracteriza por esto. El, aun no viendo
verificable la promesa o, todo lo más, viéndolo de una manera
lejana, continuamente moviéndose en el tiempo (puesto que la tierra
no se veía, el hijo no nacía, cuando nace es un hijo único y frágil,
expuesto a todos los peligros), a pesar de ello, Abraham cree y se
fía plenamente.
A continuación de estos aspectos descriptivos de la vocación de
Abraham, tratemos ahora de retomar algunas de las características
generales de esta historia, es decir, aquello que vemos caracterizar
la vocación de Abraham respecto a todas las demás narraciones
acerca de la vocación.
E) Especificidad de la vocación de Abraham
La vocación de Abraham, ya lo hemos dicho, es de todo punto
singularísima, dirigida a una persona particular. Sin embargo, esta
persona, aun siendo llamada en su singularidad, es puesta al frente
de una multitud de otras personas, de frente a un pueblo. Más aún,
de frente al mundo entero.
Esto aparece claro desde las primeras palabras de Dios:
«Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra» (Gn 12,3).
Este singular diálogo divino está dirigido exclusivamente a
Abraham. Y, sin embargo, Abraham es llamado «para muchos», a
saber, para un pueblo, para todo el mundo. Ya desde el principio
este suceso vocacional señala la relación que se da siempre en
toda vocación, entre singularidad y universalidad.
Dios no dice: «Como te he llamado a ti llamaré a otros»; sino que
dice: «Tú eres el llamado para una multitud, para todos.» De
cualquier manera que se mire se establece una relación entre esta
llamada del individuo y toda la humanidad. Ciertamente este
pensamiento aparece como muy entrañable en la estructura del
ciclo yavista y elohísta, los cuales de por sí componen un pequeño
pueblo, mas teniendo conciencia de que esta llamada se realiza en
razón de un beneficio universal.
FE/ABRAHAN ABRAHAN/FE: La segunda característica que yo
advierto en el ciclo de Abraham, interpretado bajo la categoría de
vocación, es lo que llamaría el «carácter genérico» de esta llamada.
Si en definitiva nos preguntamos qué es lo que debe hacer
Abraham, nos vemos obligados a responder que, en el fondo, no
debe hacer nada. Todo este ciclo nos presenta a un hombre que
viaja de un lado para otro; de cuando en cuando levanta un altar,
invoca el nombre de Dios, y luego pasa a otro lugar. No se tiene una
impresión clara de lo que Dios quiere en concreto. Le pide caminar
y esperar. El carácter indefinido y genérico de esta vocación
aparece además de un modo totalmente paradójico. Para mejor
comprenderla pensemos por contraste en la vocación de Moisés. Lo
que hace Moisés está clarísimo: el tiene una misión concreta. Debe
sacar al pueblo hebreo de Egipto, llevarlo por el desierto y hacer, de
unos grupos dispersos, un pueblo bien estructurado. Moisés, una
vez pasado el mar Rojo, a los pies del Sinaí puede decir: «He
cumplido una parte de mi trabajo.» Cosa que nunca podrá decir
Abraham. Por esta razón, toda la tradición neotestamentaria ve en
él la encarnación de la fe. No hacer una cosa concreta, una tarea
determinada, sino fiarse de. Y, con toda certeza, éste es un aspecto
de la vocación divina.
La tercera característica, que resulta más difícil de definir, puesto
que no está expresamente propuesta por los textos, pero que nace
del cuestionamiento nuestro establecido, se podría enunciar así: la
vocación de Abraham, entendida como llamada, ¿es una invitación
o una obligación?
Para clarificar algo más la pregunta, hagámosla de otra manera.
¿Qué hubiera pasado si Abraham no se hubiera puesto en
movimiento? ¿Si hubiera permanecido en Jarán con sus
posesiones, con su familia y todo lo suyo? Seguramente para
Abraham no hubieran sucedido cosas muy diferentes; hubiera
continuado con su actividad, su modo de vivir, y así como no había
hecho nada de especial en la tierra de Palestina mientras estaba en
ella, tampoco habría hecho cosas especiales durante su tiempo de
permanencia en Mesopotamia.
Ahora bien, desde el punto de vista de la historia de la salvación,
¿qué es lo que no hubiera sucedido? Evidentemente, no se hubiera
iniciado la creación de un pueblo, la posesión de una tierra.
Abraham hubiera muerto en la soledad, hubiera concluido su vida,
con todos los honores desde el punto de vista humano quizá, pero
sin continuidad. Es decir, se hubiese jugado el futuro. Porque esto
es lo que está en juego para Abraham: su futuro.
Dios no hace descender amenazas y castigos sobre Abraham si
éste no parte, pero está claro, en todo el contexto de los sucesos,
que él proyecta su porvenir: ¿un pueblo, una tierra, o, por el
contrario, la soledad y esterilidad?
Notemos que hay textos en los cuales el carácter perentorio,
obligatorio de la Palabra de Dios es muy taxativo. Por ejemplo, los
textos del Sinaí: «Elige la vida o la muerte...» «Si haces esto tendrás
bendición..., si esto otro maldición», etc. Este aspecto está
completamente ausente del acontecimiento de Abraham. Como
subfondo nosotros vemos aquí una invitación que pretende
responsabilizar a Abraham de su futuro y del futuro de su pueblo.
No se trata, es cierto, de un mandamiento, de un precepto, de una
ley del Sinaí, sino de una Palabra de Dios, que le propone un
porvenir, le compromete y liga al destino de otras personas.
Hay, finalmente, otro aspecto que caracteriza todo el episodio de
Abraham, y es el aspecto de ruptura con el pasado. Nos podemos
preguntar: ¿podía Abraham volverse atrás o eso era ya imposible?
Tampoco encontramos en los textos respuestas para esta pregunta.
Sin embargo, podemos deducirla encuadrándola en la historia de la
salvación pasada y presente.
Históricamente, si Abraham se hubiera vuelto atrás, no hubiera
pasado nada. ¡Tantas veces se veía cómo una tribu o un grupo
nómada volvía a su punto de partida! Sin embargo, aparece
claramente que la idea de volver al pasado, en el episodio de
Abraham, está manifiestamente excluida desde el principio. Ya
desde su comienzo, la vocación de Abraham se ve concebida como
una tensión hacia el futuro, hacia el pueblo y la tierra, con una
separación radical de la historia anterior.
Veremos que en otras historias y vocaciones las cosas no son
así. Hay profetas para los cuales la vuelta al estado anterior parece
posible y normal. Los mismos apóstoles efectuaron un retorno a su
situación anterior cuando fueron llamados junto al lago de Galilea y
volvieron luego a sus faenas primitivas.
En Abraham, por el contrario, se da una desaparición total de
cuanto ha hecho o vivido en el pasado, antes de ser llamado. No
puede volver atrás. Los sucesos le empujan, le llevan hacia cosas
nuevas y jamás a la repetición del pasado, hacia el punto de
partida.
Estas cuatro características son algunas de las más importantes
que podemos destacar en la vocación de Abraham, tal como la
historia nos la presenta en la Sagrada Escritura.
Quisiera terminar con algunas preguntas:
1. ¿Hay algunas figuras de la Iglesia, a lo largo de su historia, que
se acerquen de manera especial, en su estructura, a una situación
similar a la de Abraham?
Debemos buscar principalmente en aquellos tipos o personajes
en los que aparece destacadamente el aspecto de soledad, de
ruptura con el pasado, de peregrinaje vagabundo, sin un proyecto
fijo, definitivo. Pienso, por ejemplo, en Charles de Foucauld. Una
figura que me parece representar las tensiones que hemos
encontrado como típicas de Abraham.
2. ¿Se dan casos en la vida eclesial o en nuestras experiencias
en los cuales aparezcan características similares a las de la
situación de Abraham?
Yo, por ejemplo, pienso en la historia de Abraham, siempre que
me encuentro con vocaciones muy solitarias, muy singulares ante
las cuales se tiene la impresión de hallarse frente a un
individualismo exagerado, excesivo. Con frecuencia, es cierto, ese
individualismo es fruto de la ilusión.
Creo, sin embargo, que precisamente apoyados en las
particularidades de esta experiencia de Abraham, no podemos
negarle a Dios la posibilidad de suscitar vocaciones singulares,
especiales, nuevas y diversas, que no encajan en ningún cuadro
común conocido y experimentado, y que dan la impresión de ser
únicas y aisladas. Esto no quiere decir que toda vocación singular
sea divina. Más bien tengo la impresión personal que allí, donde
surge una singularidad, puede darse mucho de ilusión, fantasía,
búsqueda de algo que no es precisamente la Palabra de Dios, sino
más bien una propia necesidad inconsciente. A pesar de todo, este
ejemplo bíblico no muestra que debemos estar abiertos para poder
reconocer incluso la posibilidad de vocaciones solitarias, en las que
el aspecto comunitario aparece sólo en un segundo tiempo.
Habitualmente, la experiencia vocacional está siempre
estrechamente vinculada a una comunidad y se vive en ella.
Abraham es, por razón y fuerza de las circunstancias, un caso limite
y extremo, dado que es una vocación inicial. No nace en ninguna
comunidad ya existente; antes bien, sale de una comunidad para
buscar y descubrir una realidad completamente nueva.
CARLO M.
MARTINI
LA LLAMADA EN LA BIBLIA
Sociedad de Educación
Atenas
Madrid 1983. Págs. 11-43