MOISÉS: LOS DIVERSOS TIEMPOS DE UNA VOCACIÓN

A) La figura de Moisés
El material en torno a la figura y a la historia de Moisés es amplio 
y abundante. A los textos del Antiguo Testamento, ya de por sí 
bastante numerosos, habría que añadir aquellos del Nuevo 
Testamento que nos hablan de Moisés. Sobre todo: Hebreos 
11,23-29 y, en particular, Hechos 7,20-40. 
Los acontecimientos tratados son muy diversos para poder ser 
captados y meditados desde una sola visión de conjunto, como 
hemos hecho con Abraham. Por eso vamos a elegir un fragmento 
sobre el cual concentrarnos de manera especial. 
Este fragmento supone ya una interpretación de la vida de Moisés 
y no pertenece al Antiguo Testamento sino al Nuevo. Me refiero a 
/Hch/07/20-40. En él se trata de la síntesis de la vida de Moisés, 
inserta en el discurso de Esteban. En esta peroración se nos 
propone una síntesis de la Historia de la Salvación, a partir del 
«Dios de la gloria» que se apareció a Abraham, a Isaac, a Jacob, a 
los doce patriarcas y, finalmente, en Egipto se apareció a Moisés. 
Y leeremos este fragmento de los Hechos, no según todas las 
interpretaciones posibles, sino según una clave única de lectura. 
Esta clave la tomaremos de un comentario rabínico a Deuteronomio 
34,7: «Moisés tenía ciento veinte años cuando murió. No se habían 
apagado sus ojos ni se había debilitado su vigor.» 
El comentario rabínico dice así: 

«Moisés fue uno de los cuatro que vivieron ciento veinte años. 
Ellos son: Hillel, Rabban Jochanam Ben Sakkai, Rabbi Akibá. 
Moisés pasó cuarenta años en Egipto, pasó cuarenta años en 
Madían y por cuarenta años sirvió a Israel. 
Hillel viene de Babilonia a los cuarenta años, sirvió a los sabios 
durante cuarenta años y durante cuarenta años sirvió a Israel. 
Rabban Jochanam Ben Sakkai se ocupó de asuntos mundanos 
durante cuarenta años, sirvió a los sabios por cuarenta años y a lo 
largo de cuarenta años sirvió a Israel. 
Rabbi Akibá aprendió la Torá a los cuarenta años, sirvió durante 
cuarenta años a los sabios y sirvió también a Israel durante 
cuarenta años.» 

VOCA/EVUN-PROGRESIVA: En este dicho rabínico encontramos 
ya la siguiente intuición: se dan tres etapas diferenciadamente 
distintas en la vida de Moisés. Y esta misma división en tres 
momentos sucesivos la hallamos de nuevo sorprendentemente en la 
síntesis de la vida de Moisés tal como nos la ofrece Hechos 7,20-40. 

La clave de lectura que proponemos acerca de este pasaje se 
podría expresar con el siguiente título: «Moisés, ¿una vocación por 
etapas?» El punto de vista particular que pretendemos individualizar 
en la historia de Moisés es, ni más ni menos, que la «evolución 
progresiva de la vocación». 
La vocación, la llamada, por su naturaleza, parece que debería 
ser la Palabra de Dios dirigida a un hombre y dicha toda entera, de 
golpe, con plena claridad. Sin embargo, hay personas, instituciones, 
acontecimientos en los cuales esta palabra se perfila con claridad 
sólo de modo progresivo, después de un largo camino. Moisés es, 
sin duda, el prototipo de una vocación de este estilo. Sólo después 
de muchas experiencias llega por fin a comprender qué es lo que 
quiere Dios de él, cuál es el objetivo de su llamada. A diferencia de 
Abraham, que desde el principio, como ya hemos visto, tiene claro 
el objetivo de su llamada, aunque de una manera vaga y genérica y 
casi sin contenido específico (un pueblo, una tierra y una Palabra 
de la que fiarse), las cosas con Moisés suceden de un modo 
totalmente distinto. En su situación descubrimos tres etapas 
claramente sucesivas, en las cuales él comete equivocaciones y 
tiene experiencias de las que debe volver atrás, hasta que 
gradualmente va comprendiendo cuál es su verdadera vocación. 
Los sabios de Israel han intuido, a su manera, este aspecto al 
indicarnos la coincidencia de que los cuatro grandes doctores del 
judaísmo sólo en el tercer período de su vida sirvieron de verdad a 
Israel. Primero hicieron otras cosas, con toda seguridad muy 
importantes, pero solamente en un determinado momento llegaron 
al verdadero servicio de Israel, realizaron su vocación auténtica. 
Leamos desde esta perspectiva, ahora, Hechos 7,20-40. 
Podemos dividir fácilmente este texto en tres partes: la primera 
comprende los versículos 20-22 y podemos llamarla la «educación 
de Moisés». La segunda parte abarca desde el versículo 23 al 29 y 
podemos calificarla con el título «Generosidad y desilusión de 
Moisés». En fin, la tercera parte, que abraza los versículos 30-40, 
podemos denominarla «Descubrimiento de la propia vocación». 


B) Educación de Moisés: vv. 20-22

«En este momento nació Moisés que fue grato a Dios. Criado 
durante tres meses en la casa de su padre, fue expuesto, pero la 
hija del Faraón lo sacó y lo crió como hijo suyo. Moisés fue instruido 
en toda la sabiduría egipcia, y era poderoso en palabras y obras.» 

¿Cuál es la característica de esta primera fase de la vida de 
Moisés, de sus primeros cuarenta años de experiencia? Una 
formación refinada. «Pudo instruirse en toda la sabiduría de los 
egipcios.» Esta frase recogida en los Hechos no aparece en el 
Antiguo Testamento; es fruto de una mirada retrospectiva, de una 
interpretación en torno a los acontecimientos de Moisés. 
Como sabemos muy bien, no había sabiduría más fascinante que 
la de Egipto. Moisés es preparado en esta sabiduría. Epaideúthe 
dice el texto griego para indicar explícitamente una educación 
razonada y perfecta en toda aquella ciencia de la vida y del cosmos 
que los egipcios habían acumulado a través de milenios. 
Moisés, salvado de las aguas por intervención providencial de 
Dios, educado del mejor modo posible, entra en poder pleno de sus 
posibilidades. Nos dice el texto: «era poderoso en palabra y obras». 
Es la misma expresión que encontramos en Lucas 24,19, para 
calificar la gran Maestría y Poder de Jesús. Y los mismos poderes 
vienen luego atribuidos a los llamados por Jesús en su seguimiento. 

Desde el punto de vista externo nada le falta a Moisés. Sin 
embargo, no realiza ni proyecta nada nuevo para su pueblo. En él 
todavía no se ha despertado la chispa de la preocupación por la 
vida. Podríamos decir que Moisés se nos presenta como el hombre 
que vive de métodos y sueños. De alguna manera, se nos describe 
aquello que puede muy bien suceder en un período de formación; 
se aprenden métodos, técnicas de oración, de diálogo, de 
apostolado. Sin embargo, el contacto inmediato y real con la vida no 
se ha verificado todavía. Se trata de puras posibilidades adquiridas, 
que fácilmente quedan estancadas y que se pueden desviar y 
desperdiciar. 
El aspecto positivo de esta etapa formativa lo compone el 
enriquecimiento con tantas posibilidades; es la adquisición plena de 
los medios expresivos, de comunicación y de acción que requiere la 
vida de sociedad. 
La desventaja de esta situación inicial, por otra parte, radica en la 
carencia de contacto con la realidad tal como es. Una falta de 
impacto preciso con cuanto nos rodea. En este caso, el riesgo 
posible consiste en que una persona, con tanta riqueza de métodos, 
elabore fantásticamente e imagine modos de trabajo, éxitos, 
sucesos, dificultades, que después en la realidad no se dan. 
Además, la relación con los otros puede venir concebida según 
esquemas que uno mismo ha elaborado y construido. 
El gran riesgo de este momento formativo es, en resumidas 
cuentas, el de no llegar al contacto con las personas, sino con 
aquello que se piensa de las personas. No entrar en contacto con 
las situaciones reales, sino con lo que uno imagina de tales 
realidades y situaciones. Este aspecto imaginativo puede 
presionarnos de tal modo que nosotros no lleguemos, en 
consecuencia, a una percepción y a un contacto reales con aquello 
que somos nosotros mismos, sino más bien con la imagen que 
tenemos de nosotros mismos. 
Moisés vive, como todos nosotros, este momento formativo en el 
cual, junto con los métodos y técnicas de acción que se adquieren, 
está también presente el aspecto imaginativo e irreal de cuanto nos 
rodea. 


C) Generosidad y desilusión de Moisés: vv. 23-29

«Al cumplir cuarenta años se propuso visitar a sus hermanos, los 
hijos de Israel. Viendo a uno maltratado, le defendió y vengó 
matando al egipcio. El creía que sus hermanos comprenderían que 
Dios les daba la salvación por medio de él, pero ellos no 
comprendieron. Al día siguiente sorprendió a unos riñendo y trató 
de conciliarlos: Sois hermanos—les dijo—, ¿por qué os maltratáis? 
Pero el que maltrataba a su prójimo le rechazó, diciendo: ¿Quién te 
ha hecho jefe y juez sobre nosotros? ¿Es que quieres matarme 
como mataste ayer al egipcio? Moisés huyó y se fue a vivir al país 
de Madián donde tuvo dos hijos.» 

Al principio del segundo período de su vida, Moisés desea 
contactar con la realidad y no se contenta ni conforma con lo que le 
han enseñado acerca de ella. «Se propuso visitar a sus hermanos.» 

Inmediatamente se da cuenta que entre la realidad y la 
imaginación o la idea que él se ha hecho de la misma, la diferencia 
es bien notable. Es la diferencia entre la idea que se ha formado de 
cómo deberían responder a su conducta y la respuesta efectiva que 
recibe. 
Su entusiasmo se desvanece en seguida, su coraje se viene a 
tierra, sus proyectos están destruidos. Moisés siente el desafío de 
una realidad totalmente diversa a como la imaginaba. «Y huyó de 
allí.» No se arriesga a afrontar los sucesos reales o a soportar un 
fracaso inmediato; se siente incapaz de reconocer la realidad que le 
rodea, se automargina. Por esto, huye. 
Estamos en el momento preciso del desafío y la sorpresa que la 
vida depara a Moisés. Su vocación, unida a un momento de prueba, 
él no ha sabido vencerla. Lo que esperaba de sus métodos, de sus 
técnicas, no se ha visto realizado; más bien ha sucedido todo lo 
contrario. Todos sus sacrificios y esfuerzos son ridiculizados por 
aquellos precisamente a quien él defendía arriesgando su vida. 
EMIGRANTE/NO-HUMANO: Moisés huye con palabras que 
reflejan su amargura. «Emigró a las tierras de Madián.» Para la 
Biblia, habitar una tierra extranjera, quiere decir dejar de vivir como 
ser humano. Para los pueblos semitas un ser humano tiene vida 
solamente cuando está en comunión con los suyos. Fuera de la 
familia, de los amigos, uno no es nadie; nadie se esfuerza en 
defenderlo, todos quieren aprovecharse de él; casi ni tiene derecho 
a la existencia. 
Moisés huye a Madián, donde le nacen dos hijos. La anotación 
acerca de los dos hijos no está en el Antiguo Testamento. Yo la 
interpreto de la siguiente manera: Moisés escapa de su tierra, del 
escenario natural de sus sueños, retirándose a la vida privada. 
Quizá en su interior piensa: «Creía estar preparado para una misión 
de cara a los demás; ahora es mejor que piense en mí, en mi 
tranquilidad, en formar una familia y consolarme en ella.» Moisés se 
sumerge en su vida privada y parece haber renegado de su 
vocación. Ha cortado con los problemas de los demás, de su 
pueblo; ahora piensa en sus problemas personales con el deseo de 
encontrar su paz y bienestar personal. 


D) Descubrimiento de la propia vocación: vv. 30-40
«Al cabo de cuarenta años, se le apareció en el desierto del 
monte Sinaí un ángel en llama de zarza ardiendo. Moisés se 
maravilló de esta aparición; y, al tratar de verla más de cerca, se 
oyó la voz del Señor: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de 
Abraham, de Isaac y de Jacob. Tembloroso, Moisés no se atrevía a 
mirar. El Señor le dijo: Quitate el calzado de tus pies, porque el 
lugar en que estás es tierra santa. Tengo bien vista la opresión de 
mi pueblo en Egipto, y he oído sus gemidos y he bajado a liberarlos. 
Y ahora ven, que te voy a mandar a Egipto. A ese Moisés, a quien 
negaron diciendo: ¿Quién te ha hecho jefe y juez?, a ése, Dios le 
envió como jefe y salvador por medio del ángel que se le apareció 
en la zarza. El los sacó, obrando señales y prodigios en Egipto, en 
el mar Rojo y en el desierto durante cuarenta años. El es el Moisés 
que dijo a los israelitas: Dios os suscitará de entre vuestros 
hermanos un profeta como yo. El es el que cuando la asamblea en 
el desierto estaba, a la vez que con nuestros padres, con el ángel 
que le hablaba en el monte Sinaí; el que escribió palabras de vida 
para transmitírnoslas; al que no quisieron obedecer nuestros 
padres, sino que le rechazaron y, volviendo en su corazón a Egipto, 
dijeron a Aarón: Haznos dioses que nos precedan; porque ese 
Moisés que nos sacó de Egipto, no sabemos qué ha sido de él.» 

Moisés ha permanecido consumiéndose en el destierro durante 
muchísimo tiempo, a través de cuarenta años, terribles cuarenta 
largos años. Le ha costado aceptar mucho cuanto le ha sucedido. 
Podemos de alguna manera adentrarnos en él e identificarnos 
con él; imaginarlo mientras pastorea a través del desierto, durante 
sus noches insomnes preguntándose qué pecado había cometido 
para ser así rechazado por el rey y tratado de esa manera. Y, sobre 
todo, por qué su pueblo no lo ha aceptado, no le ha hecho caso. 
A este respecto, es muy interesante una nota de Gregorio Niseno 
en su Vida de Moisés, que me parece oportuno destacar. 
En el primer capítulo de su obra se pregunta qué ha hecho 
Moisés durante estos cuarenta años. Gregorio Niseno responde 
que Moisés, en vez de aturdirse con muchas actividades—por 
ejemplo, podía haber elegido el comercio y haberlo desarrollado 
con gran provecho personal, olvidando así más fácilmente cuanto le 
había sucedido en Egipto—, elige, por el contrario, una ocupación 
solitaria y retirada. Moisés es considerado como el hombre que, aun 
siendo un fugitivo, no teme preguntarse día a día por la razón de 
sus sufrimientos; de preguntarse por qué le ha sucedido todo eso y 
quién es el responsable. 
En esta su penitencia, Moisés gradualmente se va purificando, 
entrando cada vez más en una actitud de vigilancia y espera. Pero 
Moisés se purifica, sobre todo, de la confianza ciega en sus propios 
métodos, en sus propias técnicas, en todo lo que él por su cuenta 
ha proyectado. Empieza a comprender que no basta decir una 
palabra a los otros para que éstos le sigan; guiar a los demás es 
extremadamente complejo, comporta tener bien en cuenta no sólo lo 
que yo pienso que son los otros, sino principalmente aquello que los 
otros son en realidad. Surge así en Moisés una visión más simple, 
pero totalmente nueva de la realidad. 
Para entender mejor la situación de Moisés, podemos compararla 
con situaciones análogas del Antiguo Testamento. Por ejemplo, con 
1 Re 18,4 ss.; se nos presenta aquí a Elías cumpliendo un acto de 
extraordinario coraje. El solo desafía a los quinientos profetas de 
Baal, y, sobre el monte Carmelo, hace una demostración de su total 
y absoluta adhesión a Yavé. También Elías es un hombre que 
alcanza la plenitud de su fuerza y valor, por la donación de sí 
mismo, por su fidelidad a Dios. Sin embargo, poco después, en el 
capítulo 19, Elías aparece como lleno de temor y huye ante las 
amenazas de Acab: 

«Elías sintió miedo y huyó para salvar su vida. Al llegar a 
Berseba, de Judá, dejó allí a su criado. El se adentra por el desierto 
un día de camino y se sentó bajo una retama, y, deseándose la 
muerte, decía: ¡Basta, Señor! Quítame la vida, que no soy mejor 
que mis padres.» (/1R/19/03-04) 

VOCA/FRACASO-PRUEBA: Es también el caso de un hombre 
abatido, por tierra, cansado de una realidad que no sabe cómo 
afrontar. Dios prueba de una manera terrible estas vocaciones 
privilegiadas haciéndolas atravesar el amargo camino del fracaso. 
En este período de expiación Moisés descubre que nada puede 
hacer con sus solas fuerzas. Y al hacer este descubrimiento es 
cuando, por fin, está preparado para recibir de una manera más 
precisa la llamada y la misión de parte de Yavé. 
El «Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob» lo llama entonces por 
su nombre y lo envía a Egipto para salvar a su pueblo de la 
opresión. Estas palabras para Moisés son totalmente reveladoras. 
En su amargura creía que el lugar donde se encontraba, el 
desierto, era su exilio, el sitio de su marginación, donde nadie se 
acordaba de él. Y he aquí, por el contrario, que, en este lugar 
mismo, resuena ahora su nombre. Hay alguien que lo conoce. Este 
lugar, maldito para él hasta ahora, es desde este momento tierra 
santa. En toda la aventura de Moisés se está dando una total 
transformación. Las cosas que él considera obvias no lo son; todo 
es totalmente distinto a como pensaba. 
Moisés, por fin, se da cuenta de que es un hombre útil, que ha 
equivocado el camino, simplemente; que no ha calculado bien. Y es 
precisamente en ese momento cuando escucha que le dicen: «Vé, 
yo te envío.» 
Moisés hasta ahora pensaba y actuaba como si él fuese el único 
responsable de Israel, como si en exclusiva le correspondiese le 
preocupación por su pueblo, como si solamente él pudiese 
comprender a sus hermanos y los sufrimientos que padecían. Por el 
contrario, ahora se da cuenta de que no es él quien ha visto las 
penalidades de su pueblo, sino que más bien es Dios el que ha 
visto al pueblo sumergido en el dolor. Moisés descubre algo que es 
fundamental en toda vocación divina: la llamada es iniciativa 
exclusiva de Dios. 
Descubre ahora, después de un largo período de orgullo 
personal, de desilusión y de amargura, que la iniciativa de salvación 
tiene su origen en Dios; que no es él quien debe preocuparse por el 
pueblo, sino que es Dios, en primer lugar, quien tiene en su corazón 
a sus hijos. Moisés es sólo el instrumento de las preocupaciones y 
de las prisas de Dios; de la realización de su plan de salvación. 
De esta manera la Biblia nos hace ver con cuánta fatiga Moisés 
llega a entender cuál es su puesto justo en la misión divina. Ha sido 
necesario atravesar por la amargura de la desilusión para alcanzar 
la intuición de Yavé como Dios de la salvación. Que de El es la 
iniciativa; y de que toda la salvación que puedan aportar los 
llamados por El viene en segundo término y dependiendo siempre 
de Quien lleva la iniciativa. 
Me parece oportuno empalmar aquí con aquella que llamábamos 
«la evolución progresiva de la vocación». Esta evolución, bien 
entendida, no mira al objeto de la vocación, sino que mira más bien 
a la toma de conciencia de tal objeto. Bien o mal, el objeto de la 
vocación en Moisés está claro desde el principio; el pueblo debe ser 
librado de su esclavitud. Lo que ya no está tan claro es qué significa 
todo ello desde el punto de vista de la iniciativa divina. 
¿Es una actividad personal de Moisés donde él se convierte en 
eje y centro de acciones y atenciones, o más bien se trata de una 
actividad de Dios en la que Moisés desempeña un papel de 
instrumento providencial privilegiado? Solamente en esta segunda 
alternativa estamos frente a una vocación divina, tal como la Biblia 
la entiende. 
A mí me parece claro que Moisés representa, en la economía de 
la historia de la salvación, el ejemplo más evidente de esta verdad 
fundamental. No somos nosotros los llamados a actuar e innovar; es 
sobre todo la iniciativa divina la encargada de penetrar con todo su 
ser y transformar cuanto sucede y sucederá en nosotros y en los 
demás. 
Como conclusión de estas breves consideraciones, 
preguntémonos ahora si también en la vida de la Iglesia hay figuras 
que, sólo de una manera gradual y progresiva, alcanzan la 
comprensión clara de su vocación. A mí me parece que sí las hay. 
Si nosotros observamos a través de la historia de la Iglesia las 
diversas figuras que han ejercido la función de suscitar nuevas 
energías, nuevos grupos de compromiso, la mayoría de las veces 
nos encontramos con que estas figuras han pasado por una 
experiencia similar de progresiva explicitación de su vocación. 
En Ignacio de Loyola, por ejemplo, se da una búsqueda larga, 
muy larga, que, después de la conversión, le lleva a descubrir y 
comprender qué es lo que debe hacer. En un principio pensó irse a 
Jerusalén, a predicar a los turcos y morir mártir; después, poco a 
poco, descubre que la voluntad de Dios le conduce por otro camino. 
Tampoco aquí se da una revelación inmediata, sino una percepción 
gradual de lo revelado. 
San Camilo de Lelis y otros destacados fundadores pasaron por 
diversas experiencias sucesivas, e incluso configuradas de muy 
diversa manera.
El mismo San Benito recorre y pasa por varias experiencias 
negativas, saborea el fracaso, se siente despreciado y tiene que 
huir. 
En estas grandes figuras de la Iglesia, hasta parece que podemos 
descubrir cómo se da una constante: un progresivo descubrimiento 
y conocimiento de la llamada divina. Se debe, sin embargo, tener 
siempre en cuenta y bien presente que lo esencial de la llamada 
divina, es decir, de toda vocación, no está en que necesariamente 
se den estas tentativas sucesivas. Lo esencial es que se llegue lo 
más pronto posible a la comprensión de la primacía que 
corresponde a la iniciativa divina. 
Otra pregunta que podemos hacernos es la siguiente: ¿qué es 
realmente Moisés? 
Es esencialmente un servidor del pueblo. Esta particularidad no 
aparecía en Abraham, el cual era un individuo solitario, aunque 
haya dado origen a toda una estirpe. 
La experiencia vocacional de Moisés nos muestra la profunda 
identificación que se da en un llamado con las personas que el 
Señor le pone cercanas. Este hecho corresponde al culmen del 
diálogo entre Dios y Moisés, en el cual este último se opone a ser 
separado del destino de todo su pueblo. Dios, ciertamente, le 
propone salvarse él dejando hundirse a su pueblo. Moisés no 
acepta. Se ha identificado de tal manera con los suyos, que los 
representa, vive su propio destino y sus mismas expectativas. 
Referido a esto, encontramos algunos pasajes del Exodo que 
pueden darnos alguna luz: 
«Por el camino, donde Moisés pasaba la noche, el Señor se 
presentó donde él y amenazaba matarle. Entonces Séfora, tomando 
un pedernal afilado, cortó el prepucio de su hijo y lo arrojó a sus 
pies diciendo: Esposo de sangre eres para mí» (/Ex/04/24-26). 

Este es un pasaje oscuro y difícil de interpretar; es la 
desesperación de muchos exegetas. 
A primera vista parecería significar el rito de la circuncisión. En 
realidad se trata de algo muy distinto. Andrey Neher nos da otra 
interpretación mucho más convincente. Moisés obedece el mandato 
de Dios, pero un poco a la ligera. Se dirige a Egipto como si se 
tratase de una empresa fácil, que no alteraba su vida y que podía 
cumplirse en perfecta compatibilidad con su vida cotidiana, 
tranquila. Dios le sale al encuentro y le hace entender que no va a 
ser así, ni mucho menos; que esta empresa le va a comprometer 
hasta el riesgo de la propia vida. 
La misión aceptada comporta un riesgo tal, que atrapa a toda la 
persona y no puede ser acogida sino con temor y temblor. 


MOISES: EL SIERVO DE DIOS

A) A qué es llamado Moisés
Retomemos la figura de Moisés y preguntémonos para qué, en 
definitiva, ha sido llamado, considerando todas sus peripecias como 
una vocación, es decir, desde el punto de vista de la realidad a la 
que se llama. Con Abraham una pregunta semejante nos llevaba a 
una respuesta genérica: no era llamado a hacer algo concreto, 
alguna cosa especial, a construir algo con sus manos; se le pedía 
simplemente confiarse a Dios. Para Moisés es algo diverso. 
Lo primero que se nos ocurre pensar es que Moisés es llamado 
para librar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. 

«Anda, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor, el Dios de 
vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me 
ha aparecido y me ha dicho: Os he visitado y he visto lo que se os 
hace en Egipto. He determinado sacaros de la aflicción de Egipto a 
la tierra de los cananeos, jeteos, amorreos, fereceos, jeveos y 
jebuseos: tierra que mana leche y miel. Ellos escucharán tu voz. 
Entonces irás tú con los ancianos de Israel al rey de Egipto y le 
diréis: El Señor, el Dios de los hebreos, se nos ha aparecido; deja, 
pues, que vayamos a tres días de camino por el desierto para 
ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios. Bien sé Yo que el rey de 
Egipto no os dejará ir, a no ser obligado por una mano poderosa. 
Pero yo extenderé mi mano y castigaré a Egipto con todos los 
prodigios que haré allí en medio; después de lo cual os dejará salir» 
(Ex 3,16-20). 

Si reflexionamos con cierta profundidad en el pasaje nos daremos 
cuenta que no todo es tan simple como parece. Los grandes 
espíritus que han estudiado a fondo la experiencia de Moisés no la 
han resumido de esta manera, como un sacar de Egipto al pueblo. 
Por el contrario; la misma Biblia incluso nos presenta la vocación de 
Moisés bajo otro aspecto. Así, pues, cuando en algunos lugares de 
la Biblia viene evocada la hazaña de la salida de Egipto, ésta no es 
atribuida a Moisés. Es Dios quien ha librado y ha hecho salir de 
Egipto a su pueblo. 

«Al que Egipto hirió en sus primogénitos 
porque es eterno su amor; 
y de allí sacó a Israel, 
porque es eterno su amor; 
con mano fuerte y tenso brazo 
porque es eterno su amor. 
Al que el mar Rojo partió en dos, 
porque es eterno su amor; 
y por en medio a Israel hizo pasar, 
porque es eterno su amor...» (Sal 136,10-14). 

«Moisés subió junto a Dios y el Señor le llamó desde la montaña: 
Así hablarás a la casa de Jacob—le dijo—; así dirás a los hijos de 
Israel: Ya habéis visto lo que hice yo con los egipcios y cómo a 
vosotros os he llevado sobre alas de águilas y os he traído hacia 
mí» (Ex. 19,3-41. 

Incluso la fiesta de Pascua, en su ritual, no menciona casi nunca 
la figura de Moisés; es simplemente la acción de Dios la que 
aparece como centro de todo. 
¿Cómo podemos entonces resumir la misión de Moisés, y cuál es 
el objeto de su vocación? Soy de la opinión que Gregorio Niseno lo 
ha percibido claramente, en su Vida de Moisés, cuando nos dice 
que Moisés ha estado llamado a servir, que ha hecho una sola 
cosa: ha servido. 
Gregorio Niseno comenta Dt 34,5: 

«Moisés, siervo del Señor, murió en aquel lugar, en el país de 
Moab, de acuerdo con la orden del Señor». 

y se pregunta por qué precisamente ahora, en este momento 
culminante, se le llama «siervo del Señor». Y dice: 

«De esta manera alcanzamos a saber que ha sido considerado 
digno, por sus acciones, de ser llamado siervo de Dios, el título de 
mayor honor. Y nos demuestra cómo ha sido ensalzado más allá de 
cuanto se considera en el mundo. 
Nadie, por cierto, puede servir a Dios, si no se remonta y eleva 
más allá de todo cuanto es el mundo. 
Al término de su vida, establecido por Dios, lo llama la Escritura 
con el nombre de muerte, pero se trata de una muerte viviente, 
puesto que a ella no le acompañó sepultura ni se levantó ningún 
monumento fúnebre, ni se pareció a la muerte que hace cerrar los 
ojos para siempre y altera las facciones del rostro. 
De aquí tenemos que deducir y aprender que el único fin de la 
vida es poder llegar a merecer, a través de nuestras obras, el título 
de siervos de Dios. 
Cuando tú hayas dominado a tus enemigos: el Egipcio, el 
Amalecita, el Idumeo, el Madianita; hayas atravesado el mar y te 
hayas visto iluminado por la nube y dulcificado por el madero; 
cuando hayas bebido el agua que mana de la piedra, hayas 
gustado el alimento que desciende de lo alto y con pureza e 
inocencia estés presto a subir al monte y allá arriba escuches las 
trompetas del misterio divino; y después de haberte acercado a 
Dios en la espesa oscuridad de la fe, te sean revelados los 
misterios del tabernáculo y la dignidad del sacerdocio, cuando 
hayas preparado tu corazón, como hace el escultor con la piedra, a 
fin de que Dios pueda grabarte sus palabras, cuando hayas 
destruido el ídolo de oro, eliminando de tu vida la pasión de la 
avaricia y te hayas adentrado tan alto que la magia de Balaan no 
pueda alcanzarte (hablar de magia debe de entenderse, los 
diversos engaños de la vida a través de los cuales los hombres, 
como enloquecidos por el filtro de Circe, pierden su carácter natural 
y asumen la forma de animales); cuando hayas probado todo esto y 
en ti haya florecido la vara del sacerdocio (aquella que no recibe 
ningún jugo de la tierra de donde extraer su capacidad de florecer, 
sino que ella misma produce el fruto propio de almendra, amargo y 
áspero en su exterior, pero dulce y riquísimo en su interior); cuando 
hayas eliminado todo aquello que se opone a tu dignidad, lo 
sepultes como ocurrió a Datán o lo destruyas con el fuego como le 
sucedió a Koré, entonces llegará el fin. 
Al hablar de fin, yo entiendo aquella realidad a la vista de la cual 
se obra. El fin de los trabajos del campo es, en este sentido, la 
recogida de las cosechas. El fin de la construcción de una casa es 
habitarla, el fin del comercio es la riqueza que alcanza. El fin de los 
esfuerzos de un atleta es conseguir la corona del premio. 
Del mismo modo, el fin de la vida espiritual es llegar a ser 
llamados servidores del Señor». 

Esta es también la interpretación de los rabinos que ya hemos 
visto anteriormente. 

«Moisés pasó cuarenta años en Egipto, durante cuarenta años 
vivió en Madián y por cuarenta años sirvió a Israel.» 

Partiendo de esta intuición de Gregorio Niseno podemos todavía 
preguntarnos por el contenido del servicio de Moisés. 
Si releemos el Exodo a la luz de este servicio, nos encontramos 
con las diversas formas de diaconía cristiana, de los varios servicios 
a que es llamado el cristiano. Se nos presentan los diversos 
servicios que Moisés ha prestado a su pueblo. 
Cuando Dios lo llama desde la zarza, quizá Moisés ha podido 
imaginar que iba a caminar al frente de su pueblo, a la cabeza como 
un faraón, mostrándoles el camino, exhortando y gobernando con la 
arrogancia de un general. La verdad es que sus servicios serán 
bastante más humildes y sencillos. 
Su primer servicio en el orden lógico y cronológico es aquel que 
denominaremos «del pan y del agua». 
En el capítulo 15 del Exodo encontramos el cántico de victoria 
para el Señor que «tan admirablemente se cubrió de gloria—caballo 
y caballero precipitó en el mar—». Un poco más adelante, en el 
mismo capítulo, en los versículos 22-24, se lee: 

«Moisés hizo partir a Israel del mar Rojo. Salieron hacia el 
desierto del Sur y caminaron tres días sin encontrar agua. Llegaron 
a Mará, pero no pudieron beber sus aguas porque eran amargas. 
Por eso se le dio el nombre de 'Mará'. Entonces el pueblo se puso a 
murmurar contra Moisés: ¿Qué vamos a beber?» 

Para Moisés comienzan ahora los problemas concretos y, bajando 
de su pedestal de gran caudillo, se convierte en el proveedor de 
agua para su pueblo. Se preocupa de cubrir las necesidades más 
inmediatas de su gente. 
Si el capítulo 15 nos describe a Moisés totalmente atrapado por 
el problema del agua, el 16 nos lo presenta preocupado por el 
problema del pan y de la carne: 

«En el desierto toda la comunidad de los israelitas murmuró 
contra Moisés y Aarón. ¡Ojalá hubiéramos muerto por mano del 
Señor en Egipto—les decían—cuando nos sentábamos junto a las 
ollas de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Pero vosotros nos 
habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a toda 
esta muchedumbre» (Ex 16,2-3). 

Moisés debe procurar para su pueblo respuestas concretas a las 
necesidades inmediatas. Esto, quizá, suponga una desilusión para 
Moisés; pero necesitaba descubrir que no se puede guiar a un 
pueblo sin tener en cuenta sus necesidades. Moisés se está 
formando en la dura escuela de la realidad. Comprende que la 
gente, antes de tener necesidades maravillosas, tiene necesidades 
mucho más elementales. 
El segundo servicio de Moisés, en el orden lógico y cronológico, 
es aquel que llamamos «el servicio de la responsabilidad». Para 
aclarar la naturaleza propia de este servicio haré referencia al texto 
un tanto global y de conjunto de Dt 1-12: 

«¡Pero cómo puedo yo solo soportar vuestro peso, vuestras 
cargas y litigios!» 

Moisés experimenta la dificultad de llevar las cargas de sus 
hermanos, el peso de los otros, sus defectos, dificultades, sus 
diarias desilusiones. Al aprender a cargar con estos pesos 
comprende también que debe dejarse ayudar por los demás. La 
experiencia diaconal de Moisés consiste propiamente en aprender y 
comprender que servir es, sobre todo y en primer lugar, percibir las 
necesidades de los otros, aceptar a los otros tal cual son. 
Hay un tercer tipo de servicio que va más allá todavía que el 
anterior de la responsabilidad. Lo podemos llamar «servicio de la 
consolación». Moisés no es solamente quien sabe soportar los 
pesos y cargas de los otros, equilibrar las situaciones. Es también el 
hombre que transmite coraje, que consuela, que anima. Significativo 
a este respecto es el fragmento de Ex 14,13-14: 

«No temáis—dijo Moisés al pueblo—; manteneos firmes y veréis la 
victoria que hoy os dará el Señor, porque a estos egipcios que 
ahora veis, ya nunca los volveréis a ver. El Señor combatirá por 
vosotros sin que vosotros hagáis nada.» 

Y es interesante ver, por el versículo siguiente, que el mismo 
Moisés, proclamador de estas palabras, estaba lleno de miedo él 
mismo. Tampoco él sabe qué debe hacer y, sin embargo, tiene la 
capacidad de ayudar a los otros, de animar a su gente. Su vocación 
de servicio se cualifica cada vez mejor como atención a las 
necesidades más profundas de su gente. Y una de estas 
necesidades es la de ser estimulados, guiados, iluminados, 
empujados hacia adelante. 
Además de este servicio de consolación, descubrimos otro grado 
superior de servicio, que a mí me parece característico y 
cualificante de la vocación de Moisés, de su experiencia como 
llamado. Es el «servicio de la oración y de la intercesión». 
ORA/INTERCESION: Moisés es considerado por la tradición 
rabínica como el gran intercesor en favor de su pueblo. Episodio 
clásico, resalta en la lucha contra los amalecitas descrito en 
/Ex/17/11; en el versículo 11 leemos : 

«Y resulta que cuando Moisés tenía el brazo levantado, ganaba 
Israel y, cuando lo bajaba, ganaba Amalek.» 

Moisés supera su cansancio y, con sus manos alzadas, consigue 
la victoria para Israel. 
Otro ejemplo lo encontramos en el capítulo 32 del Exodo, 
versículos 31-32, donde Moisés con todo derecho acude en favor 
de su pueblo, aun cuando corre el riesgo de atraerse desgracias: 
/Ex/32/31-32

«Moisés se volvió al Señor y dijo: ¡Ay! Este pueblo ha cometido 
un gran pecado; se ha hecho un dios de oro. ¡Si Tú quisieras, a 
pesar de todo, perdonar su pecado!... (...) Si no bórrame del libro 
que has escrito.» 

Moisés de tal manera se ha identificado con su pueblo que no 
quiere ser salvado si no es con él, no quiere que se establezca 
ninguna distinción entre él y su pueblo. 
Este servicio de intercesión, que viene recordado también en 
muchos escritos judaicos posteriores, desemboca en un último 
servicio, considerado por nosotros como el más elevado, aunque 
suponiendo el anterior. Es el servicio por el que se califica 
definitivamente a Moisés: «El servicio de la Palabra.» 
Moisés es, sobre todo, aquel que lleva al pueblo la Palabra de 
Dios. 

«Moisés subió junto a Dios y el Señor lo llamó desde la montaña: 
Así hablarás a la casa de Jacob—le dijo—, así dirás a los hijos de 
Israel...» (Ex 19,3). 

Es el servidor eminente de la Palabra de Dios delante de su 
pueblo. 
Estos son algunos de los aspectos del servicio de Moisés. Hemos 
intentado sintetizarlos y reunirlos, dentro de lo que nos permite su 
complejidad y organicidad. Moisés no es un iluso que se imagina un 
pueblo sin problemas, tensiones ni dificultades. Es un hombre que 
sabe perseverar en la oración delante de Dios y en favor de su 
pueblo, aun en los momentos más difíciles. Todos estos aspectos 
caracterizan la diaconía de Moisés. Un hombre que puede llegar a 
ser llamado «el siervo de Dios», porque ha pasado a través de 
todos los sucesivos grados de servicio, hasta el más alto y supremo: 
«servidor de la Palabra de Dios». 


B) La vocación cristiana como llamada al servicio
VOCA-CR/SERVICIO: Teniendo presente todo cuanto 
anteriormente hemos visto acerca de Moisés, podemos afirmar que 
la vida cristiana, la existencia pascual, la vida según el Evangelio, 
viene caracterizada como una vida que se gasta en favor de los 
hermanos. Es una llamada al servicio y reviste estas cualidades: es 
llamada total y al servicio del hombre todo. 
Es total, en cuanto compromete toda la personalidad. El servicio 
cristiano, en su acepción bautismal, no es simplemente un servicio 
profesional, aunque se puedan realizar actividades de este tipo; es 
servicio de toda la persona, entrega de sí mismo a los hermanos. 
Esto está muy claro en la vivencia de Moisés. A él no le quedaban 
tiempos libres, ni había momentos en los que pudiera 
desentenderse de su pueblo. Aparece totalmente inserto, de 
manera irrevocable en los acontecimientos de su pueblo. Tanto que 
cuando se aleja para orar, al volver encuentra que las cosas van 
mal. Su presencia está verdaderamente unida con la vocación de 
todo el pueblo. Es un servicio total. 
CR/SERVICIO: Pero se trata también de un servicio a todo el 
hombre. Es decir: ayuda a todas las necesidades de la gente. El 
debe proveer un poco de todo; interesarse por todas las 
necesidades que su pueblo va experimentando en el caminar a 
través del desierto. 
La existencia diaconal del cristiano no puede, por tanto, limitarse 
a uno u otro tipo de servicio. No es solamente servicio de la Palabra 
o de la oración, o de la consolación. El servicio lo abarca todo. 
Ciertamente, Moisés es una figura colosal, un ejemplo extraordinario 
que ha vivido intensamente todas estas diaconías. En nuestra 
experiencia aparecerá una u otra más destacada, pero la existencia 
cristiana, en cuanto tal, no puede ignorar ninguna de las 
necesidades humanas. Precisamente porque por su propia 
naturaleza, en el Bautismo, el hombre en su totalidad está destinado 
al servicio de todo el hombre. 
Una vez determinado esto, podemos definir la existencia cristiana 
como una existencia diaconal, en la cual se reconocen grados 
diversos, momentos sucesivos, etapas de formación. Distinguiría 
dos tipos de gradación: el primero, una escala en la formación a la 
diaconía; el segundo, una sucesión, o mejor graduación, en el 
ejercicio mismo de la diaconía. 
Para todo esto, no voy a referirme ya a los episodios de Moisés, 
insuficientes para estas determinaciones, sino más bien a textos 
similares del Nuevo Testamento. En particular, a la experiencia 
diaconal que aparece, en su conjunto, en San Lucas. Su evangelio 
puede ser leído, en su totalidad, desde el punto de vista de esta 
formación progresiva que Jesús realiza con sus apóstoles, hasta 
transformarlos en auténticos servidores. El los prepara para ser 
servidores de la Palabra, y por esto les hace experimentar 
gradualmente toda una serie de diaconías. 
/Lc-EV/FORMA-SEVORS: En esquema, el Evangelio de Lucas 
podemos considerarlo como dividido en dos principales secciones: 
la primera va desde el capítulo 4 al capítulo 9. La segunda abarca 
desde el 10 hasta el 18. 
Veamos qué es lo que sucede desde el punto de vista de 
formación para el servicio en los capítulos 4 al 9. Nos encontramos 
ante doce milagros de Jesús, divididos en varios momentos 
sucesivos, y ante una serie de parábolas y discursos. 
La característica global, tanto de los milagros como de las 
palabras de Jesús, consiste en que son gestos y palabras, 
realizados para educar al cristiano en la compasión, en la 
sensibilidad ante las dificultades del prójimo, en la solidaridad con el 
sufrimiento de los demás. En estos primeros capítulos encontramos 
una imagen de Jesús, sumamente humano, comprensivo, solidario 
con la necesidad de los otros, con la enfermedad, las dificultades, el 
sufrimiento, la pobreza. Encontramos una formación diaconal 
encaminada ante todo a la maduración de una profunda 
humanidad, en el sentido más amplio del término. Y en esta parte 
del Evangelio de Lucas se encuentran las palabras más populares 
de Jesús. Aquellas que todo hombre, incluso no cristiano, 
leyéndolas se ve inmediatamente arrastrado a suscribirlas y 
aceptarlas. Esta primera formación a la humanidad la consideraría 
yo como la parte más universal y simple del Evangelio de Lucas. 
Las cosas cambian o, mejor diremos, se ahondan y específican, 
en los capítulos 10 hasta el 18. Son los capítulos formados, en su 
gran parte, por el así llamado «itinerario lucano». Algunos puntos 
de esta segunda parte del evangelio lucano se pueden captar y 
percibir incluso en una lectura superficial. Disminuyen los milagros 
de Jesús y aumentan sus discursos, sus enseñanzas. Palabras que 
van dirigidas, principalmente, a sus discípulos. Jesús se dedica a la 
formación de su pequeño rebañito; mientras que en la primera parte 
se dirigía a todos indistintamente. 
En esta formación de su pequeño grupo de discípulos insiste 
Jesús sobre algunos puntos que ahora son repetidos con una 
dureza como para quitar el aliento. Son palabras cortantes, muy 
difíciles. Cuando estaban todavía los 52 Domingos con sus 
Evangelios, en el Leccionario preconciliar, no se leían nunca. Y de 
ahí que la gente normalmente no los conociera; pero ahora que han 
sido leídas, estas palabras golpean a las almas. Son palabras que 
nos hacen sentir la fuerza y la exigencia de la predicación de Jesús. 

En el conjunto, la primera fase hace hincapié en la caridad, en la 
compasión, en el perdón, y, por tanto, eran más fáciles de ser 
acogidas, aceptadas. En la segunda parte, por el contrario, la 
insistencia recae sobre todo en la renuncia total: 

«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a 
su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, y hasta su propia 
vida, no puede ser discípulo mío. El que no carga con su cruz y 
viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (/Lc/14/26-27). 

Es necesario renunciar a todo y abandonarse sin reservas en 
manos del Padre celestial; dejar toda preocupación y sumergirse 
amorosamente en El. Y así «como el Hijo debe ser crucificado», del 
mismo modo es necesario saber morir a sí mismo y llevar la propia 
cruz. 
Aparece aquí cómo se trata de educar en el mismo sentido de 
abandono que Cristo tiene frente a su Padre. Abandono que debe 
convertirse en la experiencia profunda del cristiano comprometido 
en el servicio a los demás. No sólo en el servicio de las necesidades 
más urgentes e inmediatas, sino también en el servicio de la 
Palabra, con todas las consecuencias y exigencias que acarrea 
consigo. 
Si tenemos presente, como fondo general de la formación del 
cristiano a la diaconía, todo cuanto hemos dicho hasta ahora, 
podemos distinguir, en consecuencia, dos estadios fundamentales. 
El primero, es la educación para la humanidad; el segundo, para la 
rigurosa exigencia del Evangelio hasta el total abandono en Dios. 
Estos dos aspectos son dos momentos sucesivos y también 
cronológicamente distintos, en la experiencia de cada uno. Se 
necesita un cierto grado de maduración para llegar a 
comprenderlos. La cruz debe aceptarse conscientemente sólo 
cuando se toma plena conciencia de sí mismo. 
Hay otros dos momentos específicos de la existencia diaconal del 
cristiano. Momentos que vamos a aclarar haciendo referencia 
nuevamente a la experiencia de Moisés, y luego, sobre todo, a la 
experiencia evangélica. 
Tenemos el momento del servicio cristiano como servicio «a partir 
de la fe». Son todas aquellas diaconías hechas en favor de 
nuestros hermanos por una razón de compromiso bautismal, el cual 
nos lleva a colocarnos voluntariamente al servicio de los demás. Ahí 
están: el servicio al enfermo, al marginado, al abandonado, a 
aquellos que tienen necesidad de ser visitados, consolados, a 
aquellos que están en las cárceles, etc. Todas las formas de 
servicio que, partiendo de una visión de fe, llevan al cristiano a 
ponerse al servicio de los demás. Os recordamos aquellas 
diaconías de Moisés que hemos nombrado antes, sobre todo 
aquellas del pan y del agua. Son los servicios en torno a las 
necesidades más inmediatas del hombre. 
FE/DIACONIA: A través de la formación que el cristiano recibe 
para estos servicios, nace en los cristianos una segunda capacidad, 
un segundo nivel diaconal. Ya no solamente las diaconías que 
nacen de la fe; se trata más bien de la misma «diaconía de la fe». 
Son todos aquellos servicios en los cuales no se le da al hermano 
algo puramente natural: una ayuda, un regalo, un consuelo, una 
medicina; sino que se transmite la Palabra evangélica. 
Este es el servicio más difícil. Supone, por una parte, un gran 
conocimiento del corazón humano y de las diversas necesidades del 
hombre en su realidad más profunda, en sus expectativas. 
En este tipo de servicio hay grandes posibilidades de ser 
rechazado, de no ser acogido ni bien mirado. Es más fácil aceptar 
un servicio inmediato, que no compromete demasiado a quien lo 
recibe, que un servicio de la Palabra, que compromete al que lo 
recibe a responder y convertirse. 
Este servicio requiere una madurez mucho mayor. Exije lo que 
Lucas requería en la segunda parte de su Evangelio: el abandono 
incondicional en manos de Dios. 
Todo ello está relacionado con los otros estudios que hemos visto 
en la experiencia de Moisés: el servicio de la consolación y el de la 
oración y la Palabra. Son estas diaconías específicamente 
evangélicas las que sirven de fundamento al servicio ministerial. 
Exigen, es cierto, mayor responsabilidad. 
De ordinario, estas diaconías no pueden ejercerse como 
corresponde por quienes no se han ejercitado antes en las otras 
diaconías. En aquellas que decimos que son más evidentes, más 
inmediatas, más fascinantes para la gente y sobre todo para los 
jóvenes. 
Es fácil convencer a los jóvenes para ir a visitar enfermos; es más 
difícil educarlos para una vida de Iglesia, para transmitir la Palabra 
de Dios. Este servicio de madurez diaconal no se inventa o 
improvisa; es fruto de una larga y progresiva ejercitación. 

CARLO M. MARTINI
LA LLAMADA EN LA BIBLIA
Sociedad de Educación Atenas
Madrid 1983. Págs. 44-66