MOISÉS:
LOS DIVERSOS TIEMPOS DE UNA VOCACIÓN
A) La figura de Moisés
El material en torno a la figura y a la historia de Moisés es amplio
y abundante. A los textos del Antiguo Testamento, ya de por sí
bastante numerosos, habría que añadir aquellos del Nuevo
Testamento que nos hablan de Moisés. Sobre todo: Hebreos
11,23-29 y, en particular, Hechos 7,20-40.
Los acontecimientos tratados son muy diversos para poder ser
captados y meditados desde una sola visión de conjunto, como
hemos hecho con Abraham. Por eso vamos a elegir un fragmento
sobre el cual concentrarnos de manera especial.
Este fragmento supone ya una interpretación de la vida de Moisés
y no pertenece al Antiguo Testamento sino al Nuevo. Me refiero a
/Hch/07/20-40. En él se trata de la síntesis de la vida de Moisés,
inserta en el discurso de Esteban. En esta peroración se nos
propone una síntesis de la Historia de la Salvación, a partir del
«Dios de la gloria» que se apareció a Abraham, a Isaac, a Jacob, a
los doce patriarcas y, finalmente, en Egipto se apareció a Moisés.
Y leeremos este fragmento de los Hechos, no según todas las
interpretaciones posibles, sino según una clave única de lectura.
Esta clave la tomaremos de un comentario rabínico a Deuteronomio
34,7: «Moisés tenía ciento veinte años cuando murió. No se habían
apagado sus ojos ni se había debilitado su vigor.»
El comentario rabínico dice así:
«Moisés fue uno de los cuatro que vivieron ciento veinte años.
Ellos son: Hillel, Rabban Jochanam Ben Sakkai, Rabbi Akibá.
Moisés pasó cuarenta años en Egipto, pasó cuarenta años en
Madían y por cuarenta años sirvió a Israel.
Hillel viene de Babilonia a los cuarenta años, sirvió a los sabios
durante cuarenta años y durante cuarenta años sirvió a Israel.
Rabban Jochanam Ben Sakkai se ocupó de asuntos mundanos
durante cuarenta años, sirvió a los sabios por cuarenta años y a lo
largo de cuarenta años sirvió a Israel.
Rabbi Akibá aprendió la Torá a los cuarenta años, sirvió durante
cuarenta años a los sabios y sirvió también a Israel durante
cuarenta años.»
VOCA/EVUN-PROGRESIVA: En este dicho rabínico encontramos
ya la siguiente intuición: se dan tres etapas diferenciadamente
distintas en la vida de Moisés. Y esta misma división en tres
momentos sucesivos la hallamos de nuevo sorprendentemente en la
síntesis de la vida de Moisés tal como nos la ofrece Hechos 7,20-40.
La clave de lectura que proponemos acerca de este pasaje se
podría expresar con el siguiente título: «Moisés, ¿una vocación por
etapas?» El punto de vista particular que pretendemos individualizar
en la historia de Moisés es, ni más ni menos, que la «evolución
progresiva de la vocación».
La vocación, la llamada, por su naturaleza, parece que debería
ser la Palabra de Dios dirigida a un hombre y dicha toda entera, de
golpe, con plena claridad. Sin embargo, hay personas, instituciones,
acontecimientos en los cuales esta palabra se perfila con claridad
sólo de modo progresivo, después de un largo camino. Moisés es,
sin duda, el prototipo de una vocación de este estilo. Sólo después
de muchas experiencias llega por fin a comprender qué es lo que
quiere Dios de él, cuál es el objetivo de su llamada. A diferencia de
Abraham, que desde el principio, como ya hemos visto, tiene claro
el objetivo de su llamada, aunque de una manera vaga y genérica y
casi sin contenido específico (un pueblo, una tierra y una Palabra
de la que fiarse), las cosas con Moisés suceden de un modo
totalmente distinto. En su situación descubrimos tres etapas
claramente sucesivas, en las cuales él comete equivocaciones y
tiene experiencias de las que debe volver atrás, hasta que
gradualmente va comprendiendo cuál es su verdadera vocación.
Los sabios de Israel han intuido, a su manera, este aspecto al
indicarnos la coincidencia de que los cuatro grandes doctores del
judaísmo sólo en el tercer período de su vida sirvieron de verdad a
Israel. Primero hicieron otras cosas, con toda seguridad muy
importantes, pero solamente en un determinado momento llegaron
al verdadero servicio de Israel, realizaron su vocación auténtica.
Leamos desde esta perspectiva, ahora, Hechos 7,20-40.
Podemos dividir fácilmente este texto en tres partes: la primera
comprende los versículos 20-22 y podemos llamarla la «educación
de Moisés». La segunda parte abarca desde el versículo 23 al 29 y
podemos calificarla con el título «Generosidad y desilusión de
Moisés». En fin, la tercera parte, que abraza los versículos 30-40,
podemos denominarla «Descubrimiento de la propia vocación».
B) Educación de Moisés: vv. 20-22
«En este momento nació Moisés que fue grato a Dios. Criado
durante tres meses en la casa de su padre, fue expuesto, pero la
hija del Faraón lo sacó y lo crió como hijo suyo. Moisés fue instruido
en toda la sabiduría egipcia, y era poderoso en palabras y obras.»
¿Cuál es la característica de esta primera fase de la vida de
Moisés, de sus primeros cuarenta años de experiencia? Una
formación refinada. «Pudo instruirse en toda la sabiduría de los
egipcios.» Esta frase recogida en los Hechos no aparece en el
Antiguo Testamento; es fruto de una mirada retrospectiva, de una
interpretación en torno a los acontecimientos de Moisés.
Como sabemos muy bien, no había sabiduría más fascinante que
la de Egipto. Moisés es preparado en esta sabiduría. Epaideúthe
dice el texto griego para indicar explícitamente una educación
razonada y perfecta en toda aquella ciencia de la vida y del cosmos
que los egipcios habían acumulado a través de milenios.
Moisés, salvado de las aguas por intervención providencial de
Dios, educado del mejor modo posible, entra en poder pleno de sus
posibilidades. Nos dice el texto: «era poderoso en palabra y obras».
Es la misma expresión que encontramos en Lucas 24,19, para
calificar la gran Maestría y Poder de Jesús. Y los mismos poderes
vienen luego atribuidos a los llamados por Jesús en su seguimiento.
Desde el punto de vista externo nada le falta a Moisés. Sin
embargo, no realiza ni proyecta nada nuevo para su pueblo. En él
todavía no se ha despertado la chispa de la preocupación por la
vida. Podríamos decir que Moisés se nos presenta como el hombre
que vive de métodos y sueños. De alguna manera, se nos describe
aquello que puede muy bien suceder en un período de formación;
se aprenden métodos, técnicas de oración, de diálogo, de
apostolado. Sin embargo, el contacto inmediato y real con la vida no
se ha verificado todavía. Se trata de puras posibilidades adquiridas,
que fácilmente quedan estancadas y que se pueden desviar y
desperdiciar.
El aspecto positivo de esta etapa formativa lo compone el
enriquecimiento con tantas posibilidades; es la adquisición plena de
los medios expresivos, de comunicación y de acción que requiere la
vida de sociedad.
La desventaja de esta situación inicial, por otra parte, radica en la
carencia de contacto con la realidad tal como es. Una falta de
impacto preciso con cuanto nos rodea. En este caso, el riesgo
posible consiste en que una persona, con tanta riqueza de métodos,
elabore fantásticamente e imagine modos de trabajo, éxitos,
sucesos, dificultades, que después en la realidad no se dan.
Además, la relación con los otros puede venir concebida según
esquemas que uno mismo ha elaborado y construido.
El gran riesgo de este momento formativo es, en resumidas
cuentas, el de no llegar al contacto con las personas, sino con
aquello que se piensa de las personas. No entrar en contacto con
las situaciones reales, sino con lo que uno imagina de tales
realidades y situaciones. Este aspecto imaginativo puede
presionarnos de tal modo que nosotros no lleguemos, en
consecuencia, a una percepción y a un contacto reales con aquello
que somos nosotros mismos, sino más bien con la imagen que
tenemos de nosotros mismos.
Moisés vive, como todos nosotros, este momento formativo en el
cual, junto con los métodos y técnicas de acción que se adquieren,
está también presente el aspecto imaginativo e irreal de cuanto nos
rodea.
C) Generosidad y desilusión de Moisés: vv. 23-29
«Al cumplir cuarenta años se propuso visitar a sus hermanos, los
hijos de Israel. Viendo a uno maltratado, le defendió y vengó
matando al egipcio. El creía que sus hermanos comprenderían que
Dios les daba la salvación por medio de él, pero ellos no
comprendieron. Al día siguiente sorprendió a unos riñendo y trató
de conciliarlos: Sois hermanos—les dijo—, ¿por qué os maltratáis?
Pero el que maltrataba a su prójimo le rechazó, diciendo: ¿Quién te
ha hecho jefe y juez sobre nosotros? ¿Es que quieres matarme
como mataste ayer al egipcio? Moisés huyó y se fue a vivir al país
de Madián donde tuvo dos hijos.»
Al principio del segundo período de su vida, Moisés desea
contactar con la realidad y no se contenta ni conforma con lo que le
han enseñado acerca de ella. «Se propuso visitar a sus hermanos.»
Inmediatamente se da cuenta que entre la realidad y la
imaginación o la idea que él se ha hecho de la misma, la diferencia
es bien notable. Es la diferencia entre la idea que se ha formado de
cómo deberían responder a su conducta y la respuesta efectiva que
recibe.
Su entusiasmo se desvanece en seguida, su coraje se viene a
tierra, sus proyectos están destruidos. Moisés siente el desafío de
una realidad totalmente diversa a como la imaginaba. «Y huyó de
allí.» No se arriesga a afrontar los sucesos reales o a soportar un
fracaso inmediato; se siente incapaz de reconocer la realidad que le
rodea, se automargina. Por esto, huye.
Estamos en el momento preciso del desafío y la sorpresa que la
vida depara a Moisés. Su vocación, unida a un momento de prueba,
él no ha sabido vencerla. Lo que esperaba de sus métodos, de sus
técnicas, no se ha visto realizado; más bien ha sucedido todo lo
contrario. Todos sus sacrificios y esfuerzos son ridiculizados por
aquellos precisamente a quien él defendía arriesgando su vida.
EMIGRANTE/NO-HUMANO: Moisés huye con palabras que
reflejan su amargura. «Emigró a las tierras de Madián.» Para la
Biblia, habitar una tierra extranjera, quiere decir dejar de vivir como
ser humano. Para los pueblos semitas un ser humano tiene vida
solamente cuando está en comunión con los suyos. Fuera de la
familia, de los amigos, uno no es nadie; nadie se esfuerza en
defenderlo, todos quieren aprovecharse de él; casi ni tiene derecho
a la existencia.
Moisés huye a Madián, donde le nacen dos hijos. La anotación
acerca de los dos hijos no está en el Antiguo Testamento. Yo la
interpreto de la siguiente manera: Moisés escapa de su tierra, del
escenario natural de sus sueños, retirándose a la vida privada.
Quizá en su interior piensa: «Creía estar preparado para una misión
de cara a los demás; ahora es mejor que piense en mí, en mi
tranquilidad, en formar una familia y consolarme en ella.» Moisés se
sumerge en su vida privada y parece haber renegado de su
vocación. Ha cortado con los problemas de los demás, de su
pueblo; ahora piensa en sus problemas personales con el deseo de
encontrar su paz y bienestar personal.
D) Descubrimiento de la propia vocación: vv. 30-40
«Al cabo de cuarenta años, se le apareció en el desierto del
monte Sinaí un ángel en llama de zarza ardiendo. Moisés se
maravilló de esta aparición; y, al tratar de verla más de cerca, se
oyó la voz del Señor: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob. Tembloroso, Moisés no se atrevía a
mirar. El Señor le dijo: Quitate el calzado de tus pies, porque el
lugar en que estás es tierra santa. Tengo bien vista la opresión de
mi pueblo en Egipto, y he oído sus gemidos y he bajado a liberarlos.
Y ahora ven, que te voy a mandar a Egipto. A ese Moisés, a quien
negaron diciendo: ¿Quién te ha hecho jefe y juez?, a ése, Dios le
envió como jefe y salvador por medio del ángel que se le apareció
en la zarza. El los sacó, obrando señales y prodigios en Egipto, en
el mar Rojo y en el desierto durante cuarenta años. El es el Moisés
que dijo a los israelitas: Dios os suscitará de entre vuestros
hermanos un profeta como yo. El es el que cuando la asamblea en
el desierto estaba, a la vez que con nuestros padres, con el ángel
que le hablaba en el monte Sinaí; el que escribió palabras de vida
para transmitírnoslas; al que no quisieron obedecer nuestros
padres, sino que le rechazaron y, volviendo en su corazón a Egipto,
dijeron a Aarón: Haznos dioses que nos precedan; porque ese
Moisés que nos sacó de Egipto, no sabemos qué ha sido de él.»
Moisés ha permanecido consumiéndose en el destierro durante
muchísimo tiempo, a través de cuarenta años, terribles cuarenta
largos años. Le ha costado aceptar mucho cuanto le ha sucedido.
Podemos de alguna manera adentrarnos en él e identificarnos
con él; imaginarlo mientras pastorea a través del desierto, durante
sus noches insomnes preguntándose qué pecado había cometido
para ser así rechazado por el rey y tratado de esa manera. Y, sobre
todo, por qué su pueblo no lo ha aceptado, no le ha hecho caso.
A este respecto, es muy interesante una nota de Gregorio Niseno
en su Vida de Moisés, que me parece oportuno destacar.
En el primer capítulo de su obra se pregunta qué ha hecho
Moisés durante estos cuarenta años. Gregorio Niseno responde
que Moisés, en vez de aturdirse con muchas actividades—por
ejemplo, podía haber elegido el comercio y haberlo desarrollado
con gran provecho personal, olvidando así más fácilmente cuanto le
había sucedido en Egipto—, elige, por el contrario, una ocupación
solitaria y retirada. Moisés es considerado como el hombre que, aun
siendo un fugitivo, no teme preguntarse día a día por la razón de
sus sufrimientos; de preguntarse por qué le ha sucedido todo eso y
quién es el responsable.
En esta su penitencia, Moisés gradualmente se va purificando,
entrando cada vez más en una actitud de vigilancia y espera. Pero
Moisés se purifica, sobre todo, de la confianza ciega en sus propios
métodos, en sus propias técnicas, en todo lo que él por su cuenta
ha proyectado. Empieza a comprender que no basta decir una
palabra a los otros para que éstos le sigan; guiar a los demás es
extremadamente complejo, comporta tener bien en cuenta no sólo lo
que yo pienso que son los otros, sino principalmente aquello que los
otros son en realidad. Surge así en Moisés una visión más simple,
pero totalmente nueva de la realidad.
Para entender mejor la situación de Moisés, podemos compararla
con situaciones análogas del Antiguo Testamento. Por ejemplo, con
1 Re 18,4 ss.; se nos presenta aquí a Elías cumpliendo un acto de
extraordinario coraje. El solo desafía a los quinientos profetas de
Baal, y, sobre el monte Carmelo, hace una demostración de su total
y absoluta adhesión a Yavé. También Elías es un hombre que
alcanza la plenitud de su fuerza y valor, por la donación de sí
mismo, por su fidelidad a Dios. Sin embargo, poco después, en el
capítulo 19, Elías aparece como lleno de temor y huye ante las
amenazas de Acab:
«Elías sintió miedo y huyó para salvar su vida. Al llegar a
Berseba, de Judá, dejó allí a su criado. El se adentra por el desierto
un día de camino y se sentó bajo una retama, y, deseándose la
muerte, decía: ¡Basta, Señor! Quítame la vida, que no soy mejor
que mis padres.» (/1R/19/03-04)
VOCA/FRACASO-PRUEBA: Es también el caso de un hombre
abatido, por tierra, cansado de una realidad que no sabe cómo
afrontar. Dios prueba de una manera terrible estas vocaciones
privilegiadas haciéndolas atravesar el amargo camino del fracaso.
En este período de expiación Moisés descubre que nada puede
hacer con sus solas fuerzas. Y al hacer este descubrimiento es
cuando, por fin, está preparado para recibir de una manera más
precisa la llamada y la misión de parte de Yavé.
El «Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob» lo llama entonces por
su nombre y lo envía a Egipto para salvar a su pueblo de la
opresión. Estas palabras para Moisés son totalmente reveladoras.
En su amargura creía que el lugar donde se encontraba, el
desierto, era su exilio, el sitio de su marginación, donde nadie se
acordaba de él. Y he aquí, por el contrario, que, en este lugar
mismo, resuena ahora su nombre. Hay alguien que lo conoce. Este
lugar, maldito para él hasta ahora, es desde este momento tierra
santa. En toda la aventura de Moisés se está dando una total
transformación. Las cosas que él considera obvias no lo son; todo
es totalmente distinto a como pensaba.
Moisés, por fin, se da cuenta de que es un hombre útil, que ha
equivocado el camino, simplemente; que no ha calculado bien. Y es
precisamente en ese momento cuando escucha que le dicen: «Vé,
yo te envío.»
Moisés hasta ahora pensaba y actuaba como si él fuese el único
responsable de Israel, como si en exclusiva le correspondiese le
preocupación por su pueblo, como si solamente él pudiese
comprender a sus hermanos y los sufrimientos que padecían. Por el
contrario, ahora se da cuenta de que no es él quien ha visto las
penalidades de su pueblo, sino que más bien es Dios el que ha
visto al pueblo sumergido en el dolor. Moisés descubre algo que es
fundamental en toda vocación divina: la llamada es iniciativa
exclusiva de Dios.
Descubre ahora, después de un largo período de orgullo
personal, de desilusión y de amargura, que la iniciativa de salvación
tiene su origen en Dios; que no es él quien debe preocuparse por el
pueblo, sino que es Dios, en primer lugar, quien tiene en su corazón
a sus hijos. Moisés es sólo el instrumento de las preocupaciones y
de las prisas de Dios; de la realización de su plan de salvación.
De esta manera la Biblia nos hace ver con cuánta fatiga Moisés
llega a entender cuál es su puesto justo en la misión divina. Ha sido
necesario atravesar por la amargura de la desilusión para alcanzar
la intuición de Yavé como Dios de la salvación. Que de El es la
iniciativa; y de que toda la salvación que puedan aportar los
llamados por El viene en segundo término y dependiendo siempre
de Quien lleva la iniciativa.
Me parece oportuno empalmar aquí con aquella que llamábamos
«la evolución progresiva de la vocación». Esta evolución, bien
entendida, no mira al objeto de la vocación, sino que mira más bien
a la toma de conciencia de tal objeto. Bien o mal, el objeto de la
vocación en Moisés está claro desde el principio; el pueblo debe ser
librado de su esclavitud. Lo que ya no está tan claro es qué significa
todo ello desde el punto de vista de la iniciativa divina.
¿Es una actividad personal de Moisés donde él se convierte en
eje y centro de acciones y atenciones, o más bien se trata de una
actividad de Dios en la que Moisés desempeña un papel de
instrumento providencial privilegiado? Solamente en esta segunda
alternativa estamos frente a una vocación divina, tal como la Biblia
la entiende.
A mí me parece claro que Moisés representa, en la economía de
la historia de la salvación, el ejemplo más evidente de esta verdad
fundamental. No somos nosotros los llamados a actuar e innovar; es
sobre todo la iniciativa divina la encargada de penetrar con todo su
ser y transformar cuanto sucede y sucederá en nosotros y en los
demás.
Como conclusión de estas breves consideraciones,
preguntémonos ahora si también en la vida de la Iglesia hay figuras
que, sólo de una manera gradual y progresiva, alcanzan la
comprensión clara de su vocación. A mí me parece que sí las hay.
Si nosotros observamos a través de la historia de la Iglesia las
diversas figuras que han ejercido la función de suscitar nuevas
energías, nuevos grupos de compromiso, la mayoría de las veces
nos encontramos con que estas figuras han pasado por una
experiencia similar de progresiva explicitación de su vocación.
En Ignacio de Loyola, por ejemplo, se da una búsqueda larga,
muy larga, que, después de la conversión, le lleva a descubrir y
comprender qué es lo que debe hacer. En un principio pensó irse a
Jerusalén, a predicar a los turcos y morir mártir; después, poco a
poco, descubre que la voluntad de Dios le conduce por otro camino.
Tampoco aquí se da una revelación inmediata, sino una percepción
gradual de lo revelado.
San Camilo de Lelis y otros destacados fundadores pasaron por
diversas experiencias sucesivas, e incluso configuradas de muy
diversa manera.
El mismo San Benito recorre y pasa por varias experiencias
negativas, saborea el fracaso, se siente despreciado y tiene que
huir.
En estas grandes figuras de la Iglesia, hasta parece que podemos
descubrir cómo se da una constante: un progresivo descubrimiento
y conocimiento de la llamada divina. Se debe, sin embargo, tener
siempre en cuenta y bien presente que lo esencial de la llamada
divina, es decir, de toda vocación, no está en que necesariamente
se den estas tentativas sucesivas. Lo esencial es que se llegue lo
más pronto posible a la comprensión de la primacía que
corresponde a la iniciativa divina.
Otra pregunta que podemos hacernos es la siguiente: ¿qué es
realmente Moisés?
Es esencialmente un servidor del pueblo. Esta particularidad no
aparecía en Abraham, el cual era un individuo solitario, aunque
haya dado origen a toda una estirpe.
La experiencia vocacional de Moisés nos muestra la profunda
identificación que se da en un llamado con las personas que el
Señor le pone cercanas. Este hecho corresponde al culmen del
diálogo entre Dios y Moisés, en el cual este último se opone a ser
separado del destino de todo su pueblo. Dios, ciertamente, le
propone salvarse él dejando hundirse a su pueblo. Moisés no
acepta. Se ha identificado de tal manera con los suyos, que los
representa, vive su propio destino y sus mismas expectativas.
Referido a esto, encontramos algunos pasajes del Exodo que
pueden darnos alguna luz:
«Por el camino, donde Moisés pasaba la noche, el Señor se
presentó donde él y amenazaba matarle. Entonces Séfora, tomando
un pedernal afilado, cortó el prepucio de su hijo y lo arrojó a sus
pies diciendo: Esposo de sangre eres para mí» (/Ex/04/24-26).
Este es un pasaje oscuro y difícil de interpretar; es la
desesperación de muchos exegetas.
A primera vista parecería significar el rito de la circuncisión. En
realidad se trata de algo muy distinto. Andrey Neher nos da otra
interpretación mucho más convincente. Moisés obedece el mandato
de Dios, pero un poco a la ligera. Se dirige a Egipto como si se
tratase de una empresa fácil, que no alteraba su vida y que podía
cumplirse en perfecta compatibilidad con su vida cotidiana,
tranquila. Dios le sale al encuentro y le hace entender que no va a
ser así, ni mucho menos; que esta empresa le va a comprometer
hasta el riesgo de la propia vida.
La misión aceptada comporta un riesgo tal, que atrapa a toda la
persona y no puede ser acogida sino con temor y temblor.
MOISES: EL SIERVO DE DIOS
A) A qué es llamado Moisés
Retomemos la figura de Moisés y preguntémonos para qué, en
definitiva, ha sido llamado, considerando todas sus peripecias como
una vocación, es decir, desde el punto de vista de la realidad a la
que se llama. Con Abraham una pregunta semejante nos llevaba a
una respuesta genérica: no era llamado a hacer algo concreto,
alguna cosa especial, a construir algo con sus manos; se le pedía
simplemente confiarse a Dios. Para Moisés es algo diverso.
Lo primero que se nos ocurre pensar es que Moisés es llamado
para librar a su pueblo de la esclavitud de Egipto.
«Anda, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor, el Dios de
vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me
ha aparecido y me ha dicho: Os he visitado y he visto lo que se os
hace en Egipto. He determinado sacaros de la aflicción de Egipto a
la tierra de los cananeos, jeteos, amorreos, fereceos, jeveos y
jebuseos: tierra que mana leche y miel. Ellos escucharán tu voz.
Entonces irás tú con los ancianos de Israel al rey de Egipto y le
diréis: El Señor, el Dios de los hebreos, se nos ha aparecido; deja,
pues, que vayamos a tres días de camino por el desierto para
ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios. Bien sé Yo que el rey de
Egipto no os dejará ir, a no ser obligado por una mano poderosa.
Pero yo extenderé mi mano y castigaré a Egipto con todos los
prodigios que haré allí en medio; después de lo cual os dejará salir»
(Ex 3,16-20).
Si reflexionamos con cierta profundidad en el pasaje nos daremos
cuenta que no todo es tan simple como parece. Los grandes
espíritus que han estudiado a fondo la experiencia de Moisés no la
han resumido de esta manera, como un sacar de Egipto al pueblo.
Por el contrario; la misma Biblia incluso nos presenta la vocación de
Moisés bajo otro aspecto. Así, pues, cuando en algunos lugares de
la Biblia viene evocada la hazaña de la salida de Egipto, ésta no es
atribuida a Moisés. Es Dios quien ha librado y ha hecho salir de
Egipto a su pueblo.
«Al que Egipto hirió en sus primogénitos
porque es eterno su amor;
y de allí sacó a Israel,
porque es eterno su amor;
con mano fuerte y tenso brazo
porque es eterno su amor.
Al que el mar Rojo partió en dos,
porque es eterno su amor;
y por en medio a Israel hizo pasar,
porque es eterno su amor...» (Sal 136,10-14).
«Moisés subió junto a Dios y el Señor le llamó desde la montaña:
Así hablarás a la casa de Jacob—le dijo—; así dirás a los hijos de
Israel: Ya habéis visto lo que hice yo con los egipcios y cómo a
vosotros os he llevado sobre alas de águilas y os he traído hacia
mí» (Ex. 19,3-41.
Incluso la fiesta de Pascua, en su ritual, no menciona casi nunca
la figura de Moisés; es simplemente la acción de Dios la que
aparece como centro de todo.
¿Cómo podemos entonces resumir la misión de Moisés, y cuál es
el objeto de su vocación? Soy de la opinión que Gregorio Niseno lo
ha percibido claramente, en su Vida de Moisés, cuando nos dice
que Moisés ha estado llamado a servir, que ha hecho una sola
cosa: ha servido.
Gregorio Niseno comenta Dt 34,5:
«Moisés, siervo del Señor, murió en aquel lugar, en el país de
Moab, de acuerdo con la orden del Señor».
y se pregunta por qué precisamente ahora, en este momento
culminante, se le llama «siervo del Señor». Y dice:
«De esta manera alcanzamos a saber que ha sido considerado
digno, por sus acciones, de ser llamado siervo de Dios, el título de
mayor honor. Y nos demuestra cómo ha sido ensalzado más allá de
cuanto se considera en el mundo.
Nadie, por cierto, puede servir a Dios, si no se remonta y eleva
más allá de todo cuanto es el mundo.
Al término de su vida, establecido por Dios, lo llama la Escritura
con el nombre de muerte, pero se trata de una muerte viviente,
puesto que a ella no le acompañó sepultura ni se levantó ningún
monumento fúnebre, ni se pareció a la muerte que hace cerrar los
ojos para siempre y altera las facciones del rostro.
De aquí tenemos que deducir y aprender que el único fin de la
vida es poder llegar a merecer, a través de nuestras obras, el título
de siervos de Dios.
Cuando tú hayas dominado a tus enemigos: el Egipcio, el
Amalecita, el Idumeo, el Madianita; hayas atravesado el mar y te
hayas visto iluminado por la nube y dulcificado por el madero;
cuando hayas bebido el agua que mana de la piedra, hayas
gustado el alimento que desciende de lo alto y con pureza e
inocencia estés presto a subir al monte y allá arriba escuches las
trompetas del misterio divino; y después de haberte acercado a
Dios en la espesa oscuridad de la fe, te sean revelados los
misterios del tabernáculo y la dignidad del sacerdocio, cuando
hayas preparado tu corazón, como hace el escultor con la piedra, a
fin de que Dios pueda grabarte sus palabras, cuando hayas
destruido el ídolo de oro, eliminando de tu vida la pasión de la
avaricia y te hayas adentrado tan alto que la magia de Balaan no
pueda alcanzarte (hablar de magia debe de entenderse, los
diversos engaños de la vida a través de los cuales los hombres,
como enloquecidos por el filtro de Circe, pierden su carácter natural
y asumen la forma de animales); cuando hayas probado todo esto y
en ti haya florecido la vara del sacerdocio (aquella que no recibe
ningún jugo de la tierra de donde extraer su capacidad de florecer,
sino que ella misma produce el fruto propio de almendra, amargo y
áspero en su exterior, pero dulce y riquísimo en su interior); cuando
hayas eliminado todo aquello que se opone a tu dignidad, lo
sepultes como ocurrió a Datán o lo destruyas con el fuego como le
sucedió a Koré, entonces llegará el fin.
Al hablar de fin, yo entiendo aquella realidad a la vista de la cual
se obra. El fin de los trabajos del campo es, en este sentido, la
recogida de las cosechas. El fin de la construcción de una casa es
habitarla, el fin del comercio es la riqueza que alcanza. El fin de los
esfuerzos de un atleta es conseguir la corona del premio.
Del mismo modo, el fin de la vida espiritual es llegar a ser
llamados servidores del Señor».
Esta es también la interpretación de los rabinos que ya hemos
visto anteriormente.
«Moisés pasó cuarenta años en Egipto, durante cuarenta años
vivió en Madián y por cuarenta años sirvió a Israel.»
Partiendo de esta intuición de Gregorio Niseno podemos todavía
preguntarnos por el contenido del servicio de Moisés.
Si releemos el Exodo a la luz de este servicio, nos encontramos
con las diversas formas de diaconía cristiana, de los varios servicios
a que es llamado el cristiano. Se nos presentan los diversos
servicios que Moisés ha prestado a su pueblo.
Cuando Dios lo llama desde la zarza, quizá Moisés ha podido
imaginar que iba a caminar al frente de su pueblo, a la cabeza como
un faraón, mostrándoles el camino, exhortando y gobernando con la
arrogancia de un general. La verdad es que sus servicios serán
bastante más humildes y sencillos.
Su primer servicio en el orden lógico y cronológico es aquel que
denominaremos «del pan y del agua».
En el capítulo 15 del Exodo encontramos el cántico de victoria
para el Señor que «tan admirablemente se cubrió de gloria—caballo
y caballero precipitó en el mar—». Un poco más adelante, en el
mismo capítulo, en los versículos 22-24, se lee:
«Moisés hizo partir a Israel del mar Rojo. Salieron hacia el
desierto del Sur y caminaron tres días sin encontrar agua. Llegaron
a Mará, pero no pudieron beber sus aguas porque eran amargas.
Por eso se le dio el nombre de 'Mará'. Entonces el pueblo se puso a
murmurar contra Moisés: ¿Qué vamos a beber?»
Para Moisés comienzan ahora los problemas concretos y, bajando
de su pedestal de gran caudillo, se convierte en el proveedor de
agua para su pueblo. Se preocupa de cubrir las necesidades más
inmediatas de su gente.
Si el capítulo 15 nos describe a Moisés totalmente atrapado por
el problema del agua, el 16 nos lo presenta preocupado por el
problema del pan y de la carne:
«En el desierto toda la comunidad de los israelitas murmuró
contra Moisés y Aarón. ¡Ojalá hubiéramos muerto por mano del
Señor en Egipto—les decían—cuando nos sentábamos junto a las
ollas de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Pero vosotros nos
habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a toda
esta muchedumbre» (Ex 16,2-3).
Moisés debe procurar para su pueblo respuestas concretas a las
necesidades inmediatas. Esto, quizá, suponga una desilusión para
Moisés; pero necesitaba descubrir que no se puede guiar a un
pueblo sin tener en cuenta sus necesidades. Moisés se está
formando en la dura escuela de la realidad. Comprende que la
gente, antes de tener necesidades maravillosas, tiene necesidades
mucho más elementales.
El segundo servicio de Moisés, en el orden lógico y cronológico,
es aquel que llamamos «el servicio de la responsabilidad». Para
aclarar la naturaleza propia de este servicio haré referencia al texto
un tanto global y de conjunto de Dt 1-12:
«¡Pero cómo puedo yo solo soportar vuestro peso, vuestras
cargas y litigios!»
Moisés experimenta la dificultad de llevar las cargas de sus
hermanos, el peso de los otros, sus defectos, dificultades, sus
diarias desilusiones. Al aprender a cargar con estos pesos
comprende también que debe dejarse ayudar por los demás. La
experiencia diaconal de Moisés consiste propiamente en aprender y
comprender que servir es, sobre todo y en primer lugar, percibir las
necesidades de los otros, aceptar a los otros tal cual son.
Hay un tercer tipo de servicio que va más allá todavía que el
anterior de la responsabilidad. Lo podemos llamar «servicio de la
consolación». Moisés no es solamente quien sabe soportar los
pesos y cargas de los otros, equilibrar las situaciones. Es también el
hombre que transmite coraje, que consuela, que anima. Significativo
a este respecto es el fragmento de Ex 14,13-14:
«No temáis—dijo Moisés al pueblo—; manteneos firmes y veréis la
victoria que hoy os dará el Señor, porque a estos egipcios que
ahora veis, ya nunca los volveréis a ver. El Señor combatirá por
vosotros sin que vosotros hagáis nada.»
Y es interesante ver, por el versículo siguiente, que el mismo
Moisés, proclamador de estas palabras, estaba lleno de miedo él
mismo. Tampoco él sabe qué debe hacer y, sin embargo, tiene la
capacidad de ayudar a los otros, de animar a su gente. Su vocación
de servicio se cualifica cada vez mejor como atención a las
necesidades más profundas de su gente. Y una de estas
necesidades es la de ser estimulados, guiados, iluminados,
empujados hacia adelante.
Además de este servicio de consolación, descubrimos otro grado
superior de servicio, que a mí me parece característico y
cualificante de la vocación de Moisés, de su experiencia como
llamado. Es el «servicio de la oración y de la intercesión».
ORA/INTERCESION: Moisés es considerado por la tradición
rabínica como el gran intercesor en favor de su pueblo. Episodio
clásico, resalta en la lucha contra los amalecitas descrito en
/Ex/17/11; en el versículo 11 leemos :
«Y resulta que cuando Moisés tenía el brazo levantado, ganaba
Israel y, cuando lo bajaba, ganaba Amalek.»
Moisés supera su cansancio y, con sus manos alzadas, consigue
la victoria para Israel.
Otro ejemplo lo encontramos en el capítulo 32 del Exodo,
versículos 31-32, donde Moisés con todo derecho acude en favor
de su pueblo, aun cuando corre el riesgo de atraerse desgracias:
/Ex/32/31-32
«Moisés se volvió al Señor y dijo: ¡Ay! Este pueblo ha cometido
un gran pecado; se ha hecho un dios de oro. ¡Si Tú quisieras, a
pesar de todo, perdonar su pecado!... (...) Si no bórrame del libro
que has escrito.»
Moisés de tal manera se ha identificado con su pueblo que no
quiere ser salvado si no es con él, no quiere que se establezca
ninguna distinción entre él y su pueblo.
Este servicio de intercesión, que viene recordado también en
muchos escritos judaicos posteriores, desemboca en un último
servicio, considerado por nosotros como el más elevado, aunque
suponiendo el anterior. Es el servicio por el que se califica
definitivamente a Moisés: «El servicio de la Palabra.»
Moisés es, sobre todo, aquel que lleva al pueblo la Palabra de
Dios.
«Moisés subió junto a Dios y el Señor lo llamó desde la montaña:
Así hablarás a la casa de Jacob—le dijo—, así dirás a los hijos de
Israel...» (Ex 19,3).
Es el servidor eminente de la Palabra de Dios delante de su
pueblo.
Estos son algunos de los aspectos del servicio de Moisés. Hemos
intentado sintetizarlos y reunirlos, dentro de lo que nos permite su
complejidad y organicidad. Moisés no es un iluso que se imagina un
pueblo sin problemas, tensiones ni dificultades. Es un hombre que
sabe perseverar en la oración delante de Dios y en favor de su
pueblo, aun en los momentos más difíciles. Todos estos aspectos
caracterizan la diaconía de Moisés. Un hombre que puede llegar a
ser llamado «el siervo de Dios», porque ha pasado a través de
todos los sucesivos grados de servicio, hasta el más alto y supremo:
«servidor de la Palabra de Dios».
B) La vocación cristiana como llamada al servicio
VOCA-CR/SERVICIO: Teniendo presente todo cuanto
anteriormente hemos visto acerca de Moisés, podemos afirmar que
la vida cristiana, la existencia pascual, la vida según el Evangelio,
viene caracterizada como una vida que se gasta en favor de los
hermanos. Es una llamada al servicio y reviste estas cualidades: es
llamada total y al servicio del hombre todo.
Es total, en cuanto compromete toda la personalidad. El servicio
cristiano, en su acepción bautismal, no es simplemente un servicio
profesional, aunque se puedan realizar actividades de este tipo; es
servicio de toda la persona, entrega de sí mismo a los hermanos.
Esto está muy claro en la vivencia de Moisés. A él no le quedaban
tiempos libres, ni había momentos en los que pudiera
desentenderse de su pueblo. Aparece totalmente inserto, de
manera irrevocable en los acontecimientos de su pueblo. Tanto que
cuando se aleja para orar, al volver encuentra que las cosas van
mal. Su presencia está verdaderamente unida con la vocación de
todo el pueblo. Es un servicio total.
CR/SERVICIO: Pero se trata también de un servicio a todo el
hombre. Es decir: ayuda a todas las necesidades de la gente. El
debe proveer un poco de todo; interesarse por todas las
necesidades que su pueblo va experimentando en el caminar a
través del desierto.
La existencia diaconal del cristiano no puede, por tanto, limitarse
a uno u otro tipo de servicio. No es solamente servicio de la Palabra
o de la oración, o de la consolación. El servicio lo abarca todo.
Ciertamente, Moisés es una figura colosal, un ejemplo extraordinario
que ha vivido intensamente todas estas diaconías. En nuestra
experiencia aparecerá una u otra más destacada, pero la existencia
cristiana, en cuanto tal, no puede ignorar ninguna de las
necesidades humanas. Precisamente porque por su propia
naturaleza, en el Bautismo, el hombre en su totalidad está destinado
al servicio de todo el hombre.
Una vez determinado esto, podemos definir la existencia cristiana
como una existencia diaconal, en la cual se reconocen grados
diversos, momentos sucesivos, etapas de formación. Distinguiría
dos tipos de gradación: el primero, una escala en la formación a la
diaconía; el segundo, una sucesión, o mejor graduación, en el
ejercicio mismo de la diaconía.
Para todo esto, no voy a referirme ya a los episodios de Moisés,
insuficientes para estas determinaciones, sino más bien a textos
similares del Nuevo Testamento. En particular, a la experiencia
diaconal que aparece, en su conjunto, en San Lucas. Su evangelio
puede ser leído, en su totalidad, desde el punto de vista de esta
formación progresiva que Jesús realiza con sus apóstoles, hasta
transformarlos en auténticos servidores. El los prepara para ser
servidores de la Palabra, y por esto les hace experimentar
gradualmente toda una serie de diaconías.
/Lc-EV/FORMA-SEVORS: En esquema, el Evangelio de Lucas
podemos considerarlo como dividido en dos principales secciones:
la primera va desde el capítulo 4 al capítulo 9. La segunda abarca
desde el 10 hasta el 18.
Veamos qué es lo que sucede desde el punto de vista de
formación para el servicio en los capítulos 4 al 9. Nos encontramos
ante doce milagros de Jesús, divididos en varios momentos
sucesivos, y ante una serie de parábolas y discursos.
La característica global, tanto de los milagros como de las
palabras de Jesús, consiste en que son gestos y palabras,
realizados para educar al cristiano en la compasión, en la
sensibilidad ante las dificultades del prójimo, en la solidaridad con el
sufrimiento de los demás. En estos primeros capítulos encontramos
una imagen de Jesús, sumamente humano, comprensivo, solidario
con la necesidad de los otros, con la enfermedad, las dificultades, el
sufrimiento, la pobreza. Encontramos una formación diaconal
encaminada ante todo a la maduración de una profunda
humanidad, en el sentido más amplio del término. Y en esta parte
del Evangelio de Lucas se encuentran las palabras más populares
de Jesús. Aquellas que todo hombre, incluso no cristiano,
leyéndolas se ve inmediatamente arrastrado a suscribirlas y
aceptarlas. Esta primera formación a la humanidad la consideraría
yo como la parte más universal y simple del Evangelio de Lucas.
Las cosas cambian o, mejor diremos, se ahondan y específican,
en los capítulos 10 hasta el 18. Son los capítulos formados, en su
gran parte, por el así llamado «itinerario lucano». Algunos puntos
de esta segunda parte del evangelio lucano se pueden captar y
percibir incluso en una lectura superficial. Disminuyen los milagros
de Jesús y aumentan sus discursos, sus enseñanzas. Palabras que
van dirigidas, principalmente, a sus discípulos. Jesús se dedica a la
formación de su pequeño rebañito; mientras que en la primera parte
se dirigía a todos indistintamente.
En esta formación de su pequeño grupo de discípulos insiste
Jesús sobre algunos puntos que ahora son repetidos con una
dureza como para quitar el aliento. Son palabras cortantes, muy
difíciles. Cuando estaban todavía los 52 Domingos con sus
Evangelios, en el Leccionario preconciliar, no se leían nunca. Y de
ahí que la gente normalmente no los conociera; pero ahora que han
sido leídas, estas palabras golpean a las almas. Son palabras que
nos hacen sentir la fuerza y la exigencia de la predicación de Jesús.
En el conjunto, la primera fase hace hincapié en la caridad, en la
compasión, en el perdón, y, por tanto, eran más fáciles de ser
acogidas, aceptadas. En la segunda parte, por el contrario, la
insistencia recae sobre todo en la renuncia total:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a
su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, y hasta su propia
vida, no puede ser discípulo mío. El que no carga con su cruz y
viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (/Lc/14/26-27).
Es necesario renunciar a todo y abandonarse sin reservas en
manos del Padre celestial; dejar toda preocupación y sumergirse
amorosamente en El. Y así «como el Hijo debe ser crucificado», del
mismo modo es necesario saber morir a sí mismo y llevar la propia
cruz.
Aparece aquí cómo se trata de educar en el mismo sentido de
abandono que Cristo tiene frente a su Padre. Abandono que debe
convertirse en la experiencia profunda del cristiano comprometido
en el servicio a los demás. No sólo en el servicio de las necesidades
más urgentes e inmediatas, sino también en el servicio de la
Palabra, con todas las consecuencias y exigencias que acarrea
consigo.
Si tenemos presente, como fondo general de la formación del
cristiano a la diaconía, todo cuanto hemos dicho hasta ahora,
podemos distinguir, en consecuencia, dos estadios fundamentales.
El primero, es la educación para la humanidad; el segundo, para la
rigurosa exigencia del Evangelio hasta el total abandono en Dios.
Estos dos aspectos son dos momentos sucesivos y también
cronológicamente distintos, en la experiencia de cada uno. Se
necesita un cierto grado de maduración para llegar a
comprenderlos. La cruz debe aceptarse conscientemente sólo
cuando se toma plena conciencia de sí mismo.
Hay otros dos momentos específicos de la existencia diaconal del
cristiano. Momentos que vamos a aclarar haciendo referencia
nuevamente a la experiencia de Moisés, y luego, sobre todo, a la
experiencia evangélica.
Tenemos el momento del servicio cristiano como servicio «a partir
de la fe». Son todas aquellas diaconías hechas en favor de
nuestros hermanos por una razón de compromiso bautismal, el cual
nos lleva a colocarnos voluntariamente al servicio de los demás. Ahí
están: el servicio al enfermo, al marginado, al abandonado, a
aquellos que tienen necesidad de ser visitados, consolados, a
aquellos que están en las cárceles, etc. Todas las formas de
servicio que, partiendo de una visión de fe, llevan al cristiano a
ponerse al servicio de los demás. Os recordamos aquellas
diaconías de Moisés que hemos nombrado antes, sobre todo
aquellas del pan y del agua. Son los servicios en torno a las
necesidades más inmediatas del hombre.
FE/DIACONIA: A través de la formación que el cristiano recibe
para estos servicios, nace en los cristianos una segunda capacidad,
un segundo nivel diaconal. Ya no solamente las diaconías que
nacen de la fe; se trata más bien de la misma «diaconía de la fe».
Son todos aquellos servicios en los cuales no se le da al hermano
algo puramente natural: una ayuda, un regalo, un consuelo, una
medicina; sino que se transmite la Palabra evangélica.
Este es el servicio más difícil. Supone, por una parte, un gran
conocimiento del corazón humano y de las diversas necesidades del
hombre en su realidad más profunda, en sus expectativas.
En este tipo de servicio hay grandes posibilidades de ser
rechazado, de no ser acogido ni bien mirado. Es más fácil aceptar
un servicio inmediato, que no compromete demasiado a quien lo
recibe, que un servicio de la Palabra, que compromete al que lo
recibe a responder y convertirse.
Este servicio requiere una madurez mucho mayor. Exije lo que
Lucas requería en la segunda parte de su Evangelio: el abandono
incondicional en manos de Dios.
Todo ello está relacionado con los otros estudios que hemos visto
en la experiencia de Moisés: el servicio de la consolación y el de la
oración y la Palabra. Son estas diaconías específicamente
evangélicas las que sirven de fundamento al servicio ministerial.
Exigen, es cierto, mayor responsabilidad.
De ordinario, estas diaconías no pueden ejercerse como
corresponde por quienes no se han ejercitado antes en las otras
diaconías. En aquellas que decimos que son más evidentes, más
inmediatas, más fascinantes para la gente y sobre todo para los
jóvenes.
Es fácil convencer a los jóvenes para ir a visitar enfermos; es más
difícil educarlos para una vida de Iglesia, para transmitir la Palabra
de Dios. Este servicio de madurez diaconal no se inventa o
improvisa; es fruto de una larga y progresiva ejercitación.
CARLO
M. MARTINI
LA LLAMADA EN LA BIBLIA
Sociedad de Educación Atenas
Madrid 1983. Págs. 44-66