SAMUEL: LA CONCIENCIA DE UN PUEBLO
A) Introducción
Al intentar leer la experiencia espiritual de Samuel como
vocacional, nos encontramos con dificultades similares a las
anteriores. Resulta difícil una tentativa de síntesis en una figura
como ésta, bajo categorías de vocación. No porque no las haya,
sino porque éstas vienen expresadas de maneras muy diferentes a
las que comúnmente conocemos y entre las cuales nos movemos.
De hecho, estamos acostumbrados a mostrar concretamente la
figura de Samuel, relacionándola siempre con el tema vocacional. Al
pensar en Samuel, en seguida hacemos referencia al capítulo 3 del
libro primero, en el cual se nos cuenta la llamada que tiene del
Señor durante la noche:
«Vino el Señor, se acercó y le llamó como las otras veces:
¡Samuel, Samuel! Habla, que tu sierro escucha —respondió
Samuel...—» (1 Sam 3,10).
En efecto: tenemos aquí un cuadro típico de la llamada. Tres
veces se repite el nombre de aquel a quien Yavé quiere confiarle
una misión particular. En esta llamada hay, por tanto, toda la
intimidad, el conocimiento del nombre, la interpelación personal.
Sin embargo, esta escena no basta para agotar la importancia de
la figura de Samuel. Lo que viene a continuación del versículo
citado no nos da en realidad una descripción de la vocación, sino
que se trata más bien de un oráculo:
«... y el Señor le dijo: Voy a hacer en Israel una cosa tan grande
que sacudirá los oídos del que lo oiga. Aquel día haré venir sobre
Helí todo lo que he dicho contra su casa, desde el principio hasta el
fin. Ya le he declarado que voy a castigar a su casa para siempre,
porque él sabía que sus hijos ultrajaban a Dios y no les corrigió. Por
eso, juro a la casa de Helí que la culpa de la casa de Helí no podrá
expiarse nunca, ni con sacrificios ni con ofrendas.»
Con toda verdad, si nos detenemos en estos fragmentos y nos
fijamos sólo en ellos tendremos ciertamente, por una parte, una
escena de llamada. Pero, por otra parte, tendremos un simple
oráculo encomendado a un niño. Oráculo que él debe transmitir, y
nada más.
La figura de Samuel, sin embargo, es mucho más significativa y
rica desde la perspectiva vocacional total.
El problema que se nos plantea entonces es cómo resumir, en
pocas líneas, algunos de los variados significados de la persona de
Samuel y de los problemas que ella nos presenta en nuestra
búsqueda en torno a las figuras vocacionales de la Biblia.
Me ha parecido bien partir de la siguiente división: antes que
nada subrayaré algunos textos entre los capítulos 1 al 15 del libro
primero de Samuel, los cuales constituyen el material global de esta
experiencia. Estos capítulos son un conglomerado de diversas
tradiciones y tratan además de otras muchas cosas.
Por eso creemos preferible elegir en estos capítulos cuatro
instantes o momentos fundamentales que puedan colocar delante
de nuestros ojos la figura completa de Samuel. El momento de la
preparación (1 Sam 1-2); el momento de la llamada (1 Sam 3);
luego un tercer momento al que podemos calificar como la primera
fase de la actividad de Samuel (Samuel caudillo y jefe o juez) (1
Sam 7); finalmente, lo que llamaremos segunda fase, o sea, fase de
transición y decadencia (1 Sam 11,12-15).
B) Los momentos de la vida de Samuel
La preparación
Samuel es uno de los pocos personajes bíblicos del que se nos
cuenta el nacimiento y la infancia. Otros personajes destacados de
los que también se nos cuenta de manera privilegiada las
circunstancias de su nacimiento e infancia son: Isaac y Moisés, en el
Antiguo Testamento; Juan el Bautista y Jesús, en el Nuevo.
En los dos primeros capítulos del libro primero de Samuel se
subraya con énfasis cómo Samuel es un don de Dios. Es,
ciertamente, un fruto de la oración, viene a alegrar la vida de Elcana
y Ana a través de una especial providencia de Dios. Samuel, por
tanto, es ya desde su primera infancia consagrado a Dios. La madre
lo presenta y hace voto de él al Señor:
«... y presentaron al niño a Helí. Ana le dijo: Atiende, señor; tan
cierto como tú vives, yo soy aquella mujer que estuvo aquí, cerca de
ti, orando al Señor. Yo le pedía este niño y el Señor me lo ha
concedido. Ahora, yo se lo doy al Señor todos los días de su vida;
es donado al Señor» (/1S/01/25-28).
Para el profeta tenemos entonces señalada una especial
dedicación a Dios desde su nacimiento y desde su primera
educación.
La llamada
El niño Samuel, en el templo, escucha la voz de Dios. Es
característica propia de esta llamada la Palabra de Dios, poco
frecuente en el Antiguo Testamento con estos rasgos de inmediatez
e intimidad con que le es dirigida a Samuel. Sobre todo resalta la
proximidad de la intervención de Dios que se elige, entre otros
muchos niños, a éste y a él le confía sus oráculos, su mensaje.
Pero dentro de este episodio está la elección, a todas vistas
trascendental, que Dios hace de este niño para una misión
profética. Por eso la narración, inmediatamente después de haber
relatado lo que ha sucedido en la noche, añade a continuación:
«Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba
acreditado como profeta del Señor» (1 Sam 3,20).
Samuel, caudillo y jefe
Samuel no es un caudillo en el sentido de un gran jefe que dirige
ejércitos. Es más bien aquel que reagrupa a Israel, le da valor, lo
lleva a tomar conciencia de su unidad. Crea, por así decirlo, las
premisas para una reacción política y nacional.
Es el hombre que compendia y resume la conciencia de la
elección del pueblo hecha por Yavé y la lleva hasta sus últimas
consecuencias. Todo esto, que estaba latente en Israel y era vivido
de una manera oscura por el pueblo, Samuel lo saca a plena luz.
Es un hombre en el cual el pueblo se encuentra a sí mismo
comprende lo mejor de sí mismo, intenta la vocación de libertad y de
dignidad a la cual ha sido convocado por Dios junto al Sinaí. La
vocación de Samuel comprende todo esto. Es un caudillo en el
sentido más hondo que puede llegar a tener esta palabra.
Es también un juez; es quien administra la justicia en medio de las
dificultades de Israel. El texto fundamental para comprender esto lo
tenemos en 1 Samuel 7,9-17:
«Samuel tomó un cordero lechal y lo ofreció entero en holocausto
al Señor; clamó Samuel por Israel y el Señor le escuchó. Mientras
Samuel ofrecía el holocausto los filisteos se acercaron para atacar a
Israel, pero aquel día tronó el Señor con gran aparato ante los
filisteos, cundió el pánico entre ellos, y fueron derrotados por Israel.
Los israelitas, saliendo de Masfa, persiguieron a los filisteos y los
batieron hasta más abajo de Betorón. Entonces Samuel levantó una
piedra entre Masfa y Jesana, y la llamó Eben Ezer, diciendo Hasta
aquí nos ha socorrido el Señor. Así humillados, los filisteos no
volvieron a invadir el territorio de Israel y la mano del Señor pesó
sobre ellos durante toda la vida de Samuel. Fueron devueltas a
Israel las ciudades que les habían quitado los filisteos desde Acarón
hasta Gal, e Israel libró su territorio del poder de los filisteos.
También hubo paz entre Israel y los amorreos. Samuel fue juez en
Israel durante toda su vida. Cada año hacía un recorrido por Betel,
Gálgala y Masfa y en todos estos sitios juzgaba a Israel. Después
volvía a Rama, donde tenía su casa, y allí juzgaba a Israel. También
construyó allí un altar al Señor.»
En estos versículos encontramos resumidos los dos aspectos de
la figura de Samuel: caudillo y juez del pueblo. Y se nos manifiesta
toda la complejidad y riqueza de una figura tan relevante, cosas que
ya habíamos notado en Moisés. Moisés era también el hombre que
con su súplica mediaba en favor de su pueblo. Y este tema lo
volvemos a encontrar en Samuel.
«Al enterarse los israelitas, tuvieron miedo ante los filisteos, y
dijeron a Samuel: No dejes de clamar por nosotros al Señor, nuestro
Dios, para que Él nos salve de los filisteos» (1 Sam 7,81.
En el versículo 17 del mismo capítulo parece que se dé por
terminada la vocación de Samuel. Junto a su ser de juez, aquel que
con toda verdad representa la unidad nacional, se añade el sentido
de la justicia que debe reinar entre aquellos que están ligados por
un mismo pacto.
Decadencia de Samuel
Samuel es a la vez el hombre que marca la transición de la época
de los Jueces a la época de la Monarquía. Si nosotros le
hubiésemos preguntado a Samuel, en aquellos tiempos en que
recorría los grandes santuarios de Betel, Gálgala o Masfa, si lo que
pretendía era dar un rey al pueblo, sin duda y con toda claridad nos
hubiera respondido que no. No veía de esta manera la unidad de
Israel. Más bien la concebía como una unidad religiosa y de
fraternidad. Han sido las circunstancias las que le han conducido a
ser el hombre de la transición, el que ungirá con justicia a dos
reyes: Saúl, primero, y luego a David.
Y se constituye en hombre de la transición a través de un gran
sufrimiento. Por su parte, existe el deseo de resistir al pueblo en sus
anhelos de tener rey, y, presionado a hacerlo, propone a Saúl, se
inclina por él; pero llegado a un cierto momento se da cuenta que
su candidato no funciona, que sus esperanzas se han visto
frustradas.
Tenemos, pues, a este profeta cuya vida transcurre entre la
exaltación y la amargura. El mundo cambia totalmente a sus ojos; la
visión tribal de la justicia entre hermanos se transforma en una
perspectiva de unidad monárquica; el candidato ungido por él, y al
que creía como algo definitivo, debe ser destituido por él mismo. Su
desilusión y amargura son enormes.
«Entonces el Señor dirigió esta palabra a Samuel: Me pesa haber
hecho a Saúl rey de Israel, porque se ha apartado de Mí y no ha ha
cumplido mis órdenes. Samuel se entristeció y estuvo toda la noche
clamando al Señor» (1 Sam 15,10).
Aquí tenemos resumido todo el drama de Samuel: ve la caída de
su ungido y con ello la decadencia de todo cuanto creía era su
misión suprema, ante la cual ha sacrificado todo, a sí mismo y su
prestigio.
Samuel se ve decayendo y todavía se arriesga una vez más a
hacer surgir un nuevo candidato a la unción real: David.
Samuel no desaparece de la escena gloriosamente; al contrario,
lo hace de una manera lenta, viene a menos cada vez y se esfuma.
La narración que en un momento lo ha colocado en el primer plano,
después del capítulo 7, ya deja de considerarlo como primera
figura. Es una persona que, en la práctica, reaparece
periódicamente, y del cual se dice o bien que se está distanciando
del rey, o bien que es llamado para arreglar las situaciones
equivocadas.
Es el elemento que podríamos llamar más dramático de la lenta
caída de Samuel. Después que ha anunciado a Helí que sería
rechazado porque sus hijos eran injustos, ve que tampoco sus
propios hijos son aceptados por Israel porque ha obrado el mal.
Samuel es una figura que, una vez realizada la obra que Dios le
encomienda, desaparece noble pero dolorosamente. La suya no es
una hazaña en constante progreso, sino una serie de altibajos en
los cuales aparece como un hombre abandonado al quehacer de
Dios. Entregado a una obra cuya total importancia Samuel no puede
ver de momento, pero a la cual se adapta por más que ella no
colme sus expectativas y le hiera en sus sentimientos más hondos y
queridos.
Todavía tenemos un fragmento o pasaje que nos conviene leer
bien para destacar con claridad esta nobleza y esta libertad del
ánimo de Samuel:
«Samuel dijo a Israel: Yo he atendido a todo lo que me decíais y
he puesto sobre vosotros un rey. Así que ahí tenéis al rey que
marchará delante de vosotros. Yo soy ya viejo, encanecido, y mis
hijos están entre vosotros. He marchado ante vosotros desde mi
juventud hasta hoy. Aquí me tenéis: acusadme ante el Señor y ante
su ungido: ¿he robado a alguien un buey o un asno?, ¿he oprimido
o perjudicado a alguien?, ¿he recibido de alguien un regalo para
hacer la vista gorda? Acusadme, que yo os responderé. 'No nos has
perjudicado ni oprimido, ni has recibido nada de
nadie'—respondieron—; y él les dijo: Testigo es el Señor contra
vosotros y testigo su ungido en este día de que no encontráis nada
malo en mi mano. 'Testigo' —respondieron—» (1 Sam 12,1-5).
Samuel es el hombre que ha servido con absoluto desinterés al
plan de Dios y, en cambio, recibe bien poca cosa. Ni siquiera un
éxito personal durable porque el heredero permanente será David.
El es simplemente el que indica el camino a Israel, pero no el que lo
lleva de la mano hacia su destino futuro. Su acción es la típica de
una vocación inserta de lleno en la complejidad de la historia de la
salvación, en la cual el hombre cumple los designios de Dios,
apareciendo y desapareciendo con su acción a merced de esos
mismos designios. En muchos aspectos su figura es una figura
preparatoria, pero no por eso menos significativa.
Para terminar el examen de los diversos pasos señalamos ahora
el pasaje de 1 Sam 11,12-15:
«El pueblo dijo a Samuel: ¿Quién es el que decia que Saúl iba a
reinar sobre nosotros? Entréganos a esos hombres para matarlos.
Pero Saúl dijo: Hoy no se castigará a nadie con la muerte, porque
hoy ha salvado el Señor a Israel. Y Samuel dijo al pueblo: Venid,
vamos a Gálgala a renovar allí la monarquía. Fueron todos a
Gálgala y proclamaron rey a Saúl ante el Señor; inmolaron victimas
pacíficas ante el Señor, y Saúl, y todos los hombres de Israel
hicieron gran fiesta.»
En este pasaje es donde se nos indica la transición de una
solidaridad tribal a una monarquía. Esta transición nos hace ver
cuánto ha pagado Samuel con su persona. Ha tenido que vencer la
resistencia de una parte del pueblo para poder llevar a cabo la
elección de Saúl; por esto mismo, el rechazo de Saúl será más
ardientemente doloroso.
C) Elementos de la vocación de Samuel
Trataremos ahora de seleccionar los aspectos y peculiaridades
vocacionales más específicas, típicas de esta vocación excepcional,
y trataremos de elegir la linea a seguir.
¿Cuándo se inicia la llamada de Samuel?
Para Samuel le llega la llamada desde el seno de la familia, a
partir de la oración de su madre. Este es un elemento muy
interesante que no será igualmente subrayado en otras llamadas.
Por ejemplo, no sabemos si los apóstoles de Jesús han tenido o no
una familia que les haya preparado en un clima de deseo de Dios,
de oración y de ofrecimiento. Para algunas vocaciones es
determinante una situación familiar de oración y entrega al Señor.
La madre de Samuel, por una parte, desea ardientemente este
hijo; por otra, está totalmente dispuesta a ofrecerlo. He aquí dos
elementos frecuentemente juntos en la historia de muchas
vocaciones individuales.
Esta llamada nos hace destacar la preparación remota de la
vocación en la cual Dios desea insertar su propio modo de obrar. Y
es también una llamada que va haciéndose más clara para Samuel
de una manera progresiva. En la escena nocturna del templo,
Samuel percibe sólo a la tercera vez que se trata de la palabra de
Dios. A lo largo de su vida esto se repetirá otras muchas veces, de
distintas maneras. En la vocación de Samuel se da una gradualidad
de manifestaciones de la voluntad de Dios acerca de su pueblo
Israel; voluntad que Samuel tiene que ir interpretando y encarnando
en si mismo.
¿Quién llama a Samuel?
Samuel se siente llamado por el mismo Dios. No es el ambiente,
no son las situaciones. Es la Palabra de Dios la que lo llama.
En toda la historia de Samuel la iniciativa de Dios está siempre
destacada en primera linea.
¿Para qué lo llama Dios?
Es la pregunta más difícil de contestar. Ya hemos dicho que la
visión del capítulo 3 no responde más que de una manera parcial a
esta pregunta. En aquel momento concreto Samuel es requerido
simplemente para transmitir un oráculo de Dios. Podemos, sin
embargo, hacernos una idea más clara de esto, «para qué es
llamado», viendo y considerando un poco toda su vida. Se siente
llamado a algo que él comprende y siente profundamente. Sobre
todo, y principalmente, a congregar al pueblo y hacer de él una
unidad.
Samuel es un instrumento de unidad para su pueblo. Esto nos
parece fundamental para comprender cualquier vocación
presbiteral. Ella es siempre un instrumento unificante, de estímulo,
de activación del deseo de unidad y de fraternidad del pueblo de
Dios.
Samuel es llamado a reunir a su pueblo a través de la acción
directa (administración de la justicia), o también a través de la
acción de súplica y oración. Además de una llamada a estas cosas
claras y evidentes, es también llamado a otras no tan claras y que él
quizá nunca se había imaginado: es elegido para ser instrumento de
transición de una época a otra, a ungir a dos reyes; todo ello le
viene requerido por las circunstancias.
En síntesis, podemos añadir que Samuel es el hombre
completamente entregado a interpretar la voluntad de Dios para el
pueblo. Toda su acción consiste en un esfuerzo por entender qué
quiere Dios, para hacérselo saber y sentir al pueblo. Este es
también un elemento de mucha importancia para todo tipo de
vocación en la cual se presente la dialéctica: «¿vocación para uno o
vocación para todos?».
Evidentemente todos, en tiempos de Samuel, eran llamados en
Israel a tomar conciencia de su unidad, de su dignidad y fraternidad.
Sin embargo, sólo Samuel encarna esta conciencia de Israel frente
a Dios. Su misión es para todos; todos se reconocen en él, se dan
cuenta de que él cumple y llena la llamada fielmente sin buscar
nada para su interés personal. La gran alabanza que el pueblo le
hace es la de no haberse buscado nunca a sí mismo, el haber
estado siempre entregado al bien de todos.
Estos elementos sociales son muy dignos de destacar a la hora
de definir un particular valor de la vocación divina. Es una vocación
donde Dios manifiesta a un grupo su voluntad; en la cual el grupo
se reconoce. Pero esta manifestación llega a través de un individuo
singular. Esta dialéctica entre grupo e individuo continúa en el
Nuevo Testamento; es la dialéctica de Dios.
Todos son llamados, todos son objeto de una vocación a la
fraternidad, a la unidad, a la filiación divina; pero el Señor se sirve
de algunos hombres para que, encarnando esta conciencia de
manera más viva, sean los transmisores de la misma y en ellos se
puedan reconocer los demás y tomar conciencia de la misma con
toda claridad. Mirando a Samuel, cada una de las tribus de Israel
tomaba conciencia de la urgencia de salir del propio encasillamiento
y egoísmo tribal para unirse a los demás.
¿Qué figuras eclesiales podemos encontrar semejantes a
Samuel?
A lo largo de la Historia de la Iglesia, creo que las figuras más
próximas a la de Samuel son las de aquellos grandes Papas que, en
momentos de transición o de dificultades especiales, han
representado el sentido de la unidad en la Iglesia, de la necesidad
de esa unidad, por ejemplo: San León Magno, San Gregorio Magno.
La figura más representativa de la época moderna, desde tal
punto de vista, parece ser Juan XXIII. El ha constituido realmente un
punto de referencia para la conciencia cristiana general, un modelo
de vida evangélica y de búsqueda de la voluntad de Dios, de
abandono en su Providencia. Modelo en el cual se han mirado y
reconocido numerosas personas.
Los ejemplos se podrían multiplicar a nivel de sectores, regiones
o instituciones, si pudiéramos tomar en consideración todas
aquellas personas concretas que han sabido interpretar la
conciencia de un grupo y llevarla a su plenitud, o que se han
convertido en signos manifiestos donde otros hombres han podido reconocerse.
CARLO
M. MARTINI
LA LLAMADA EN LA BIBLIA
Sociedad de Educación Atenas
Madrid 1983