TIEMPO DE ADVIENTO

 

LUNES DE LA SEMANA SEGUNDA

 

1.- Is 35. 1-10

1-1.

VER ADVIENTO 03A Y DOMINGO 23B


1-2.

Durante esta segunda semana de Adviento, leeremos unos pasajes de la segunda parte del libro de Isaías. Su autor es otro escritor sagrado, profeta también, denominado «el segundo Isaías», y que sin duda fue discípulo del primero.

Su época no es menos dramática de la que vivió su predecesor: efectivamente nos encontramos en pleno exilio...

Jerusalén, como Samaria, ha sido destruida... el Templo profanado y arruinado por los ejércitos enemigos... y todos los judíos aptos para trabajar han sido deportados a Babilonia donde están condenados a duros trabajos forzados... y aquí, en ese contexto, el profeta medita, por adelantado, sobre el «retorno a la tierra santa». Esta segunda parte de Isaías se llamó a menudo «el libro de la consolación». Dirigiéndose a cautivos y a desgraciados es una vigorosa predicación de esperanza: ¡vendrá un tiempo de felicidad total, cuando Dios salvará a su pueblo! El autor es también poeta, sus versos están llenos de imágenes.

-¡Que el desierto y el sequedal se alegren, que la estepa exulte y florezca, que la cubran las flores de los campos!

Acumulación de imágenes de alegría: el desierto florecerá.

Dios lo promete a unos exilados. En mi estado de pecador se me repite una promesa parecida... Gracias, Señor. En medio de un mundo difícil y duro, espero, Señor, ese día en que el desierto florecerá.

-Fortaleced las manos fatigadas, afianzad las rodillas vacilantes, decid a los que se azoran: «¡Animo, no temáis...!»

Cumple tu promesa, Señor. ¡Danos firmeza, fortaleza, valentía! Te ruego, Señor, por todos los que están «desanimados» y te nombro a los que conozco en ese estado.

-Mirad que viene vuestro Dios... y os salvará.

¡Ven, Señor!

En esta vida, donde esperamos tu advenimiento...

«Esperamos tu venida...»

Las nuevas plegarias eucarísticas nos han restituido ese aspecto importante de nuestra Fe, que fue tan viva en la Iglesia primitiva pero demasiado olvidado durante siglos.

-Dios es el que viene

-a) Cada uno de los sacramentos es un signo sensible de ello: en la eucaristía esto es lo esencial; Jesús viene a nosotros y está en nosotros. Pero esto es también verdad en cada sacramento. Oro partiendo de mi vivencia de cada sacramento:

reconciliación como encuentro con Jesús...
matrimonio, como encuentro con Jesús...
bautismo, como comunión a la vida de «hijo de Dios» de Jesús.

-b) Pero, no sólo los sacramentos son una «venida» de Jesús. Mi vida cotidiana, mi apostolado, mis compromisos, mis trabajos de cada día, mis esfuerzos en mi vida moral... son también un modo de hacer que Jesús «venga» al mundo. Es preciso que, en la oración, dé ese sentido a mi vida.

-Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos... Entonces saltará el cojo como ciervo y la boca del mudo lanzará gritos de alegría...

Los cautivos rescatados llegarán a Jerusalén entre aclamaciones de júbilo... Una dicha sin fin iluminará sus rostros... Alegría y gozo les acompañarán, dolor y tristeza huirán para siempre...

El evangelio nos repite que esas cosas se produjeron por la bendición de Jesús. Pero, Señor, realízalas más todavía.

En este tiempo de Adviento y con todo el poder de mi deseo, te digo: «haz que salten los cojos... danos tu salvación... suprime el mal... como Tú has prometido».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 20 s.


1-3. Bienaventurado Guerric d’Igny (hacia 1080-1157) abad cisterciense. Cuarto sermón sobre el Adviento, SC 166, p. 135

“Se alegrarán el desierto y el yermo, la estepa se regocijará y florecerá” (Is 35,1)

“Una voz grita: Preparad en el desierto un camino al Señor” (Is 40,3) Hermanos, nos conviene, ante todo, meditar sobre la gracia de la soledad, sobre el bienaventurado desierto que, desde los inicios de la salvación ha sido consagrado como remanso de paz para los santos. Realmente, el desierto ha sido santificado para nosotros por la voz del profeta, por la voz de aquel que gritaba en el desierto, que allí predicaba y bautizaba con un bautismo de penitencia. Antes que él, ya los grandes profetas habían tomada la soledad por su amiga que consideraban como colaboradora del Espíritu Santo. Con todo, el desierto contiene una gracia incomparablemente mayor desde el momento en que Jesús se dirigió hacia él y sucedió a Juan en este lugar. (cf Mt 4,1)

A su vez, Jesús, antes de predicar a los pecadores quiso prepararles un lugar en dónde recibirlos. Se fue al desierto para consagrar una vida nueva en este lugar, renovado por su presencia... no tanto para él mismo como para aquellos que, después de él, habitarían en el desierto. Entonces, si tú te has establecido en el desierto, quédate allí, espera allí al que te salvará de la pusilanimidad de espíritu y de la tempestad..... El Señor que sació a aquel gentío que le seguía al desierto, te salvará a ti que le has seguido, con mayores prodigios aún. (Mc 6,34ss)...

Y cuando te parecerá que él te ha abandonado para siempre, vendrá a consolarte diciendo: “Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando me seguías por el desierto...”(Jr 2,2) El Señor hará de tu desierto un paraíso de deleites y tú proclamarás, con el profeta, que “le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón” (Is 35,2)... Entonces, de tu alma, colmada de felicidad, brotará un himno de alabanza: “Que den gracias al Señor por su amor, por las maravillas que hace con los hombres! Porque sació a los sedientos, y colmó de bienes a los hambrientos.” (Sl 107,8-9)


2.- Lc 5, 17-26

2-1.

VER PARALELO DOMINGO 07B


2-2.

1. Sigue el profeta con su mensaje de alegría y sus imágenes poéticas, para describir lo que Dios quiere hacer en el futuro mesiánico.

Las imágenes las toma a veces de la vida campestre: el yermo se convierte en vergel, brotan aguas en el desierto, hay caminos seguros sin miedo a los animales salvajes. Y otras, de la vida humana: manos débiles que reciben vigor, rodillas vacilantes que se afianzan, cobardes que recobran el valor, el pueblo que encuentra el camino de retorno desde el destierro y lo sigue con alegría, cantando alabanzas festivas. Es un nuevo éxodo de liberación, como cuando salieron de Egipto.

Todo son planes de salvación: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos» (salmo). Ya no caben penas ni aflicción. Curará a los ciegos y a los sordos, a los mudos y a los cojos. Y a todos les enseñará el camino de la verdadera felicidad. La caravana del pueblo liberado la guiará el mismo Dios en persona.

De nuevo nos quedamos perplejos ante un cuadro tan idílico. Es como un poema gozoso del retorno al Paraíso, con una mezcla de fiesta cósmica y humana. Dios ha perdonado a su pueblo, le libra de todas sus tribulaciones y le vuelve a prometer todos los bienes que nuestros primeros padres malograron al principio de la historia.

2. El sentido que tiene esta página, al ser proclamada hoy entre nosotros, nos lo aclara el pasaje evangélico que escuchamos: en Cristo Jesús tenemos de nuevo todos los bienes que habíamos perdido por el pecado del primer Adán.

Él es el médico de toda enfermedad, el agua que fecunda nuestra tierra, la luz de los que ansiaban ver, la valentía de los que se sentían acobardados.

Jesús, el que salva, el que cura, el que perdona. Como en la escena de hoy: vio la fe de aquellas personas, acogió con amabilidad al paralítico, le curó de su mal y le perdonó sus pecados, con escándalo de algunos de los presentes.

Le dio más de lo que pedía: no sólo le curó de la parálisis, sino que le dio la salud interior. Lo que ofrece él es la liberación integral de la persona.

Resulta así que lo que prometía Isaías se quedó corto. Jesús hizo realidad lo que parecía utopía, superó nuestros deseos y la gente exclamaba: «hoy hemos visto cosas admirables». Cristo es el que guía la nueva y continuada marcha del pueblo: el que dijo «Yo soy el camino, la verdad y la vida».

3. a) Cuántas rodillas vacilantes y manos temblorosas hay también hoy. Tal vez las nuestras. Cuántas personas sienten miedo, o se encuentran desorientadas. Tal vez nosotros mismos.

El mensaje del Adviento es hoy, y lo será hasta el final de los tiempos, el mismo: «levantad la cabeza, ya viene la liberación», «cobrad ánimos, no tengáis miedo», «te son perdonados tus pecados», «levántate y anda». Cristo Jesús nos quiere curar a cada uno de nosotros, y ayudarnos a salir de nuestra situación, sea cual sea, para que pasemos a una existencia viva y animosa.

Aunque una y otra vez hayamos vuelto a caer y a ser débiles.

b) El sacramento de la Reconciliación, que en este tiempo de preparación a la gracia de la Navidad tiene un sentido privilegiado, es el que Cristo ha pensado para que, por medio del ministerio de su Iglesia, nos alcance una vez más el perdón y la vida renovada. La reconciliación es también cambio y éxodo. Nuestra vida tiene siempre algo de éxodo: salida de un lugar y marcha hacia alguna tierra prometida, hacia metas de mayor calidad humana y espiritual. Es una liberación total la que Dios nos ofrece, de vuelta de los destierros a los que nos hayan llevado nuestras propias debilidades.

c) Pero el evangelio de hoy nos invita también a adoptar una actitud activa en nuestra vida: ayudar a los demás a que se encuentren con Jesús. Son muchos los que, a veces sin saberlo, están buscando la curación, que viven en la ignorancia, en la duda o en la soledad, y están paralíticos. Gente que, tal vez, ya no esperan nada en esta vida. O porque creen tenerlo ya todo, en su autosuficiencia. O porque están desengañados.

¿Somos de los que se prestan gustosos a llevar al enfermo en su camilla, a ayudarle, a dedicarle tiempo? Es el lenguaje que todos entienden mejor. Si nos ven dispuestos a ayudar, saliendo de nuestro horario y de nuestra comodidad, facilitaremos en gran manera el encuentro de otros con Cristo, les ayudaremos a comprender que el Adviento no es un aniversario, sino un acontecimiento nuevo cada vez. No seremos nosotros los que les curemos o les salvemos: pero les habremos llevado un poco más a la cercanía de Cristo, el Médico.

Si también nosotros, como Jesús, que se sintió movido por el poder del Señor a curar, ayudamos a los demás y les atendemos, les echamos una mano, y si es el caso les perdonamos, contribuiremos a que éste sea para ellos un tiempo de esperanza y de fiesta.

d) Cuando el sacerdote nos invita a la comunión, nos presenta a Jesús como «el Cordero que quita el pecado del mundo». Esta palabra va dirigida a nosotros hoy y aquí. Cada Eucaristía es Adviento y Navidad, si somos capaces de buscar y pedir la salvación que sólo puede venir de Dios. Cada Eucaristía nos quiere curar de parálisis y miedos, y movernos a caminar con un sentido más esperanzado por la vida. Porque nos ofrece nada menos que al mismo Cristo Jesús, el Señor Resucitado, hecho alimento de vida eterna.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 34-36


2-3.

Is 35, 1-10: Los desiertos convertidos en fértiles campos

Lc 5, 17-26: Curación del paralítico bajado por el techo

El paralítico estaba totalmente postrado. Su limitación no le permitía desempeñarse como cualquier otro ser humano. Esta limitación que de por sí era oprobiosa, aumentaba más con la marginalidad a que era sometido por la mentalidad vigente en aquella cultura. Como enfermo estaba totalmente desplazado de la comunidad humana. Se consideraba, en general, que la enfermedad provenía del pecado. Si un ser humano enfermaba, se pensaba que, necesariamente, era un pecador. Cuanto más grave su enfermedad, tanto mayor era el pecado que se suponía habría cometido. Si no hubiera sido él, la familia o algún antepasado.

Los sacerdotes, escribas y los fanáticos religiosos guardaban celosamente los prejuicios de la cultura como normas absolutas e inalterables. Sometían a la población a un régimen de ideas que los ataba a la estructura ideológica del sacralismo y el perfeccionismo legal. En ese esquema, el enfermo no tenía alternativa. Era expulsado de la comunidad y ya no era reconocido prácticamente como ser humano.

Jesús rompe ese esquema y propone una visión amplia, generosa, tierna. El ser humano, cualquiera que sea, tiene un valor tan grande que las normas y los prejuicios tienen que modificarse para que la persona sea el centro de la vida. La fe de un pueblo, tiene que partir de que el Dios de la Vida está en medio de ellos para hacerlos crecer en dignidad, justicia y solidaridad. La fe en Dios, por tanto, no se puede utilizar para marginar y recriminar a nadie.

Este orden de convicciones, este credo vital y liberador, es el que Jesús aplica en la discusión con los fanáticos religiosos. El ser humano, no importa qué dignidad y cargo ocupe, no está en el mundo para reprimir a sus hermanos y someterlos a la servidumbre de las costumbres. "¿Quién puede perdonar los pecados sino Dios?" La función del ser humano, del Hijo del Hombre, es liberar a la humanidad atormentada y darle posibilidades de comenzar aquí y ahora el camino de redención. "Te lo ordeno, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa". Por eso la persona postrada por la enfermedad y oprimida por los prejuicios religiosos y legales es liberada definitivamente. El paralítico se pone en pie y recupera su dignidad humana. Ahora, es capaz de seguir por sus propios medios el camino que elige y no está sometido ya a lo que los demás decidan por él.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-4.

Is 35,1-10: Por ese camino regresarán los liberados por el Señor...

Lc 5,17-26: Curación de un paralítico ayudado por unos amigos; Jesús cura al paralítico perdonando sus pecados.

Es frecuente ver en nuestro Continente la gran cantidad de cristianos que se entusiasman con las demostraciones de milagros y curaciones. Parecería que el dolor es tan grande que se confía ciegamente en una intervención mágica de Dios que ayude a cambiar ciertas situaciones, en especial las enfermedades. Estos grupos muchas veces son motivados y estimulados por líderes inescrupulosos que utilizan los sentimientos del pueblo y los llevan hacia una religiosidad desencarnada, espiritualista y aislada de la realidad. Se propicia de esta manera una religiosidad del milagro fácil, inmediato, y destinado a una salvación individual.

No hay dudas de que textos como el del evangelio de este día pueden proporcionar terreno para tales interpretaciones.

Sin embargo, en ningún momento Jesús se presentó como alguien que venía a su pueblo para liberar a individuos de sus propios males. Es necesario, por tanto, leer los relatos de los milagros desde el plan de salvación de Dios, que quiere la felicidad y la libertad del pueblo, y de cada individuo en particular.

Las promesas de Dios que recibimos del libro de Isaías también apuntan hacia una era en la cual los ciegos verán, los sordos oirán, los paralíticos saltarán, etc. Pero no se trata de comprender la profecía hacia un cumplimiento literal, desde una lectura fundamentalista. No hay duda de que esperamos una era de liberación, ¿pero eso incluye la necesidad de la existencia de los milagros?, ¿son los milagros en sí mismos lo que anunciaba Isaías?, ¿o más bien esos milagros son signos de una realidad más amplia, más general, más totalizante?

La creencia de que los milagros están a la orden del día, o más bien, hasta tienen día y hora (hay grupos que anuncian que en sus reuniones de tal día y tal hora "se ven milagros y prodigios"), puede provocar un desprendimiento del compromiso con la realidad y alimentar una religiosidad individualista.

Leamos atentamente a Isaías. Vemos en él la esperanza de que los liberados vuelvan cantando la alegría de la liberación de su cautiverio, la esperanza de un cambio de cualquier tipo de mal (enfermedades, opresiones, pecado), en definitiva, la esperanza de un cambio de situación popular, es decir, PARA TODOS.

Es necesario alimentar la espiritualidad y religiosidad de nuestro pueblo desde el convencimiento de que es posible el milagro de la comunidad, de la salvación comunitaria, de la liberación de todos, de la fuerza que tiene la comunidad para salir de la enfermedad de la parálisis o de la ceguera ante las necesidades del resto, o de la mudez en la predicación, o de la sordera ante los reclamos de los pobres.

Esperamos, sin duda este milagro mucho más que los milagros individuales y fanáticos. Esperamos la alegría de una comunidad liberada y sanada.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-5.  2001

COMENTARIO 1

EL «HOMO ERECTUS», CONDICION DEL HOMBRE LIBRE

El episodio siguiente nos presenta de nuevo a Jesús enseñan­do «uno de aquellos días» (esto demuestra que esta escena y la anterior son paradigmáticas). Ahora, sin embargo, Jesús no en­seña ya él solo. Han confluido de todas las «aldeas» (sinónimo de lugares dominados por una ideología avasalladora) de todo el país judío y sobre todo de la capital los fariseos y maestros de la Ley para contrarrestar la enseñanza liberadora de Jesús con sus enseñanzas legalistas.

Lucas, empero, después de contraponer ambas enseñanzas (lit. «en tanto estaba él enseñando, también estaban sentados [en actitud magisterial] los fariseos y maestros de la Ley llegados de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén»), pone a Dios como valedor de la enseñanza que imparte Jesús: «La fuerza del Señor estaba con él para curar» (5,17).

Los focos («y mirad») de la escena se concentran ahora sobre unos individuos que llevan en un catre a un hombre que estaba paralizado (5,18). La «casa» donde Jesús enseña, abarrotada de gente, es la casa de Israel, que cierra el paso, por el exclusivismo judío, a la entrada de los paganos. Pero los hombres libres no se inmutan. Abren una brecha en la azotea y descuelgan al para­lítico, situándolo en el centro de la escena, al lado de Jesús (5,19). El, viendo la fe que tenían, se dirige al paralítico: «Hombre, tus pecados quedan perdonados» (5,20). La fe en Jesús de los hom­bres libres hace posible que el hombre inmovilizado por su pasado recupere la condición de hombre libre.

Los representantes de la Ley se alarman ante la actitud libe­radora de Jesús, sin fronteras raciales ni religiosas, y lo tildan de blasfemo (5,21a). «¿Quién puede perdonar pecados -refunfu­ñan- más que Dios solo?» (5,21b). Es el principio que «religa» al hombre con Dios... y que fundamenta su posición privilegiada de representantes de Dios.

Jesús invierte el principio sacrosanto. Después de dejar bien claro que la postración del hombre está en relación directa con su pasado de injusticia (5,23), formula un principio revoluciona­rio: «Pues para que veáis que el Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados... -le dijo al paralítico: "A ti te hablo: ponte en pie, carga con tu catrecillo y vete a tu casa » (5,24). Es el primer paso de la teología perenne de la liberación del hombre. Tampoco en esta ocasión integra Jesús al hombre en el grupo de discípulos (lo manda a su casa). Será la comunidad de discípulos la que recibirá el encargo de llevar esta buena noticia hasta los confines de la tierra (Hch 1,8).

COMENTARIO 2

La lectura del evangelio de Lucas nos presenta una escena digna de Isaías: a Jesús enseñando en medio de fariseos y severos doctores de la ley venidos de todas partes del país. Dice el evangelista que una fuerza divina impulsaba a Jesús a realizar curaciones. Luego nos narra la conocida curación del paralítico traído en su camilla, que no puede ser llevado ante Jesús por la multitud que llena la casa y que entonces es descolgado a través del techo en donde se practica un agujero. La enfermedad, la muerte, cualquier clase de mal que sobrevenga al ser humano son considerados en la Biblia como consecuencia del pecado. Por eso Jesús, para escándalo de los especialistas en la ley, presentes en el lugar, perdona al paralítico sus pecados, antes de curarlo. Porque son peores las parálisis del corazón y del espíritu que las de los miembros corporales. Peor no ser capaz de amar y de servir que no poder caminar, y porque a veces no nos podemos mover por falta de generosidad, por orgullo y egoísmo. Es cierto que sólo Dios puede perdonar los pecados, pero Jesús afirma que el misterioso Hijo del Hombre que él representa, que es él mismo, tiene también ese poder, y para confirmarlo y comprobarlo ordena al paralítico levantarse, echarse al hombro la camilla de sus dolores y pecados y volver por su propio pie a su casa. ¡Oh maravilla! El paralítico se va glorificando a Dios, los presentes también glorifican a Dios llenos de asombro. ¿Tal vez también los fariseos y los doctores de la ley?

Así se cumplen en Jesús las profecías de Isaías: los cojos brincan, los ciegos ven, los sordos oyen. La tierra se renueva en su presencia, el desierto se convierte en vergel, regresan los deportados por las potencias opresoras. Todo esto sucede, y sucederá plenamente, cuando vivimos su evangelio, seguimos su enseñanza, cumplimos sus mandatos que son mandatos de amar y de servir, de perdonar y compartir. ¿Cómo no prepararnos cuidadosamente para celebrar su nacimiento ya próximo en esta Navidad? ¿Cómo no reconocer nuestros pecados y pedir perdón por ellos, sabiendo que perdonados seremos capaces de obrar maravillas, de caminar gozosos al encuentro de los hermanos para construir junto con ellos una sociedad más justa, pacífica y fraterna?

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-6.

Jesús, perdonas al paralítico por la fe de sus amigos: Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. ¡Qué gran lección! Muchas veces tengo la tentación de decir: yo ya lo hago bien; los demás que hagan lo que quieran. Pero no es así como se comportaron los amigos del paralítico.

El paralítico no abre la boca hasta que lo curas. No parecía muy convencido. No debió ser fácil para sus amigos conseguir que viniera. Y, una vez allí, era imposible meterlo dentro, donde estabas Tú; pero tampoco se rinden ante este obstáculo. Si hay que romper el techo, se rompe.

Jesús, no es difícil hacer la comparación con algunos amigos míos que no se mueven nada, sobrenaturalmente hablando, como si estuvieran paralíticos de espíritu. ¿Qué puedo hacer? Hay muchos obstáculos que dificultan el ponértelos delante de Ti para que les puedas perdonar y curar. Hay que romper muchos techos, esquemas, excusas.

El secreto está en ser, primero yo, mejor cristiano. Ni siquiera seria necesario exponer la doctrina si nuestra vida fuese tan radiante, ni sería necesario recurrir a las palabras si nuestras obras dieran tal testimonio. Ya no habría ningún pagano, si nos comportáramos como verdaderos cristianos.

Es preciso que seas «hombre de Dios», hombre de vida interior, hombre de oración y de sacrificio. Tu apostolado debe ser una superabundancia de tu vida «para adentro»

Jesús, hacer apostolado no es convencer. Tú haces el milagro al ver la fe de los amigos que traían al enfermo. Igualmente moverás a mis amigos a llevar una vida más cristiana, a confesarse, si ves mi fe, mi oración y mortificación por aquel amigo y por aquel otro.

Y la fuerza del Señor le impulsaba a curar. Jesús, estás deseoso de curar a mucha gente. Pero sólo curaste a aquél que tenía unos amigos con mucha fe, con mucha vida interior. Ayúdame a ser serio en mi vida interior, en mi oración y mortificación, en mi estudio o trabajo, pues de mi santidad depende también la santidad de otros.

Hoy hemos visto cosas maravillosas. Jesús, ¡cuántas cosas maravillosas dependen de que yo sea un hombre de Dios! Dame fortaleza, dame fe; no me dejes que me conforme con ser simplemente bueno. He de ser santo, con una santidad «apostólica». De esta manera no me detendré ante las dificultades que encuentre en mi camino de apóstol, y te pondré a mucha gente frente a Ti, aunque haya que romper techos, aunque haya que cambiar el mundo.


2-7. encuentra.com 2003

Apostolado de la confesión

Lunes de la Segunda Semana de Adviento

I. El Mesías está muy cerca de nosotros, y en estos días de Adviento nos preparamos para recibirle de una manera nueva cuando llegue la Navidad. Todos los días nos encontramos amigos, colegas y parientes, desorientados en lo más esencial de su existencia. Se sienten incapacitados para ir hasta el Señor, y andan como paralíticos por la vida porque han perdido la esperanza. Nosotros hemos de guiarlos hasta la cueva de Belén; allí encontrarán el sentido de sus vidas. En muchos casos, acercar a nuestros amigos a Cristo es llevarles a que reciban el sacramento de la Penitencia, uno de los mayores bienes que Cristo ha dejado a su Iglesia. Pocas ayudas tan grandes, quizá ninguna, podemos prestarles como la de facilitarles que se acerquen a la Confesión. ¡Que alegría cada vez que acercamos a un amigo al sacramento de la misericordia divina! Esta misma alegría es compartida en el Cielo (Lucas 15, 7)

II. En el Evangelio de la Misa nos dicen que Jesús llegó a Cafarnaún e inmediatamente cuatro amigos le llevan a un paralítico; pero no pudieron llegar hasta Jesús por causa del gentío (Marcos 2, 1-13). Entonces levantaron la techumbre por el sitio donde se encontraba el Señor, descolgaron la camilla, y la dejaron en medio, delante de Jesús (Lucas 5, 19). El apostolado, y de modo singular el de la Confesión, es algo parecido: poner a las personas delante de Jesús; a pesar de las dificultades que esto pueda llevar consigo. Dejaron al amigo delante de Jesús. Después el Señor hizo el resto; Él es quien hace realmente lo importante. Lo principal era el encuentro entre Jesús y el amigo. ¡Qué gran lección para el apostolado!

III. La mirada purísima de Jesús le penetraba hasta el fondo de su alma con honda misericordia: Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.

Experimentó una gran alegría. Ya poco le importaba su parálisis. Su alma estaba limpia y había encontrado a Jesús. El Señor quiere dejar bien sentado que Él es el Único que puede perdonar los pecados, porque es Dios. Y lo demuestra con la curación completa de este hombre. Este poder lo transmite a su Iglesia en la persona de los Apóstoles. Los sacerdotes ejercitan el poder del perdón de los pecados no en virtud propia, sino en nombre de Cristo, como instrumentos en manos del Señor. Él espera a nuestros amigos. Nuestra Madre Refugio de los Pecadores, tendrá compasión de ellos y de nosotros.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-8. La misión de ser camino

Autor: P. Cipriano Sánchez

Adviento es la época en que la Iglesia nos prepara, en una forma muy particular, para la venida del Señor. Y esta preparación, que supone un tiempo de mayor oración e introspección dentro del corazón, se debe convertir también en una serie de cuestionamientos respecto al modo en el que nos estamos acercando a la Navidad, que en definitiva, es el misterio de la manifestación del Señor, el misterio por el cual Dios se muestra al mundo.

Es importante que todos nos atrevamos a cuestionarnos el modo en el que cada uno está viviendo esta manifestación de Dios. Si estamos aceptando o no la manifestación del Señor; si estamos condicionando o no la manifestación del Señor; si estamos manipulando o no la manifestación del Señor.

Todo este tema nos tendría que llevar a preguntarnos, en primer lugar, ¿cómo me llega a mí esta manifestación? Y en segundo lugar —y quizá esta pregunta es mucho más importante— ¿cómo me convierto en transmisor de esta manifestación de Dios? Porque no podemos olvidar que a todos y a cada uno de nosotros nos corresponde ser precursores del Señor.

El Evangelio de San Lucas nos narra un pasaje en el que Jesucristo cura a un paralítico. Un hombre, vamos a decirlo así, que estaba espiritualmente atado, un hombre sin esperanzas. Ese paralítico, en cierto sentido, somos todos los seres humanos. Porque todos, de alguna forma o de otra, tenemos esta parálisis; de un modo u otro estamos atorados en nuestra existencia. Todos tenemos algo por lo que nuestra vida no acaba de caminar.

Jesús está dispuesto a curarnos; Él es la esperanza que nos va a sanar. Sin embargo, para que pueda realizarse esta esperanza, hace falta un precursor. Es decir, hace falta alguien que prepare el camino para que el alma paralítica pueda encontrarse con el Señor. Y ese alguien que prepara el camino, en el caso del Evangelio, son las personas que se dan cuenta que no se puede pasar, y tienen que hacer el esfuerzo por subir al tejado, quitar las tejas, bajar al enfermo y ponerlo delante de Cristo.

En este pasaje vemos de forma muy clara que el milagro no se podría haber realizado sin estas personas. Sin embargo, cuántas veces nos olvidamos de que los milagros de Dios, que a lo mejor no van a ser el sanar un cuerpo paralítico, sino sanar un alma paralítica, necesitan de precursores.

Generalmente el camino del Señor no se prepara solo. La mayoría de los caminos de Dios necesitan de precursores. Nosotros somos los precursores. Cada uno de nosotros tiene que tener corazón de precursor que, en primer lugar, acepte esta misión y acepte que va a ser el que logre que Cristo llegue a otros corazones. Y, en segundo lugar, un corazón de precursor que pone todos los medios necesarios para que esta misión se realice, porque de nada sirven los títulos si no los hacemos vida, si no los bajamos a la práctica, si no los ponemos en movimiento. De nada sirve que nos demos cuenta de las necesidades de los hombres. Tampoco sirve de nada que nos demos cuenta de que, además, las podemos arreglar. De poco sirven las palabras si no las bajamos a los hechos.

Cuánta gente hay en el mundo que viven nada más de palabras; viven hablando de la importancia que tiene el hacer cosas, sin atreverse a realizarlas. Cuántas veces, es a cada uno de nosotros, a los que se nos olvida que más que decir, al precursor le toca hacer, le toca preparar el camino. Y cuántas veces, también, se nos olvida que el primer camino que tenemos que preparar para que llegue el Señor no es el camino ajeno, sino el propio camino.

¡Qué responsabilidad tan grande y tan seria es el hecho de que pudiéramos no ser camino suficientemente llano para que pueda pasar el Señor! Por eso, en este Adviento, cada uno de nosotros, con mucha tranquilidad y con gran exigencia, tiene que cuestionarse sobre el modo en que está siendo precursor. Es decir, si está corriendo delante de Cristo, si está preparando el camino del Señor.

Por otra parte, el Profeta Isaías, con la imagen de una calzada ancha que se llamará Camino Santo, nos narra cómo va a ser el momento en el que el Mesías esté presente en el mundo: "Los impuros no la transitarán, ni los necios vagarán por ella, no habrá por ahí leones, ni se acercarán las fieras. Por ella caminarán los redimidos, volverán a casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo coronados de perpetua alegría”.

Obviamente el camino del que habla el profeta Isaías es un camino espiritual. Y ese camino espiritual no es simplemente una buena intención, sino que, en cierto sentido, cada uno de nosotros es ese camino espiritual, porque cada uno de nosotros es tanto el camino a través del cual tiene que pasar Dios para llegar a los hombres, como también el camino a través del cual llegan los hombres a Dios. Todos los cristianos tenemos la misión de ser este Camino Santo. Es decir, debemos ser precursores, ir delante del Señor anunciando a los hombres que tienen una esperanza

¿Cómo vamos a ser precursores si no tenemos al Señor en nuestro corazón? ¿Cómo puedo revelar a los hombres que tienen una esperanza, si a lo mejor yo soy el primero que carece de ella? ¿Cómo les voy a asegurar a los demás que Cristo va a solucionar sus problemas, si yo no me esfuerzo por poner en Cristo los míos para que Él me los solucione?

Si yo quiero que Cristo pase a través de mí a los hombres, y los hombres lleguen a través de mí a Jesucristo, necesito ser este Camino Santo. Y aunque podríamos reflexionar mucho sobre el simbolismo en torno a este Camino Santo, uno de los puntos más importantes es el hecho de que nos tenemos que dar cuenta de que no lo pueden recorrer los impuros. Es decir, no puede circular por él todo aquello que nos aparta de Dios. Por lo tanto, una de las principales tareas como precursor es quitar todo lo que no debe transitar por mi camino.

Cuántas veces esta impureza puede ser las faltas de caridad, y cuántos impuros de este estilo pueden encontrarse en mi camino. O cuánto de esta impureza puede ser mi pereza, mi flojera, mi comodidad que camina tranquilamente por mi vida de arriba abajo y de abajo arriba, e impide que mi camino sea un Camino Santo. Cuántas veces estos impuros pueden ser la reticencia para hacer el bien a los demás, o la falta de urgencia para aprovechar mejor el tiempo y no perderlo en tantas cosas nimias e insustanciales en las que con frecuencia lo usamos.

La Escritura nos habla de que los necios tampoco podrán ir por el Camino Santo. Es decir, no podrán caminar por él aquellos que no captan lo que el Señor quiere. Y cuántas veces podríamos estar permitiendo que por el camino de nuestra vida estén pasando muchas situaciones en las que no queremos captar lo que el Señor quiere, muchas situaciones en las que no poseemos la sabiduría de Dios. Cuántas situaciones sin sabiduría de Dios hay en nuestra vida. Cuántas veces ante una dificultad, ante una prueba, nuestro modo de comportarnos demuestra que la sabiduría de Dios no está presente.

Ser precursores no es simplemente hablar; ser precursores reclama, en primer lugar, permitir que Cristo pase a través de nuestro corazón. Yo les invito a que con mucha sinceridad, cada uno se haga las siguientes preguntas: ¿De qué modo soy precursor? ¿Qué tan limpio precursor soy? ¿Estoy permitiendo que el Señor pase a través de mí hacia los hombres? ¿Estoy permitiendo, por mi modo de vida, que los hombres puedan llegar a Dios?

En el fondo, esto es el Adviento. El Adviento no son adornos, no son figuritas, no son flores, no son árboles de Navidad, no son dulces. El Adviento es ser capaces de que el Señor venga a nuestra casa y, como precursores, poder ayudar a que los demás se preparen para que también llegue a la suya.


2-9. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Is 35,1-10 Los ojos de los ciegos se despegarán y los oídos de los sordos se abrirán
Sal 84 Ya llega nuestro Dios, viene en persona a salvarnos
Lc 5,17-26 “Hoy hemos visto algo increíble”

Inmediatamente después de las maldiciones contra Edom que ocupan todo el capítulo 34 de Isaías, viene todo este capítulo de bendiciones a favor de Jerusalén, un canto que los especialistas ponen en relación con el Deutero Isaías. Recordemos que el libro de Isaías tiene al menos tres “manos”; es decir, no se trata de un solo autor, sino de tres, aunque algunos detectan cuatro.

Las bendiciones y tiempo de bonanza que anuncia el profeta se insertan en un tiempo de desesperanza y angustia. Las amarguras de la opresión y el mal causado por los babilonios serán cambiadas por tiempos mejores. Es muy importante anotar que en todos estos cantos y poemas que nos presenta la liturgia para este tiempo de Adviento, el gozo, la alegría, la época nueva, involucra a toda la creación. Es decir, no se trata de tiempos nuevos y mejores sólo para los humanos, sino que esa transformación o esa bendición, también incluye a la naturaleza. Es la mentalidad isaiana que intenta rescatar aquella armonía descrita en el Génesis al inicio de la creación.

De nuevo el tema de la salvación que vendrá es descrito con signos tangibles y actuales. Nótese cómo la salvación esperada se hará realidad aún en cambios físicos: los ciegos verán, las orejas de los sordos se abrirán. Con esto se nos indica que el evento de la salvación no es algo que tengamos que diferir al día de nuestra muerte, cuando nos encontraremos con el Juez Universal, libro de cuentas en mano para hacer balance de nuestras obras y dictarnos la sentencia: “salvado” o “condenado”. Esta concepción tan corriente a partir de una cierta época entre los cristianos, no tiene ningún fundamento bíblico. Las imágenes de lo que la revelación nos va mostrando como salvación se van viendo cada vez más claras a lo largo del Antiguo Testamento, y más concretamente en Isaías.

En el Nuevo Testamento queda de una vez confirmada y realizada la expectativa salvífica. “Al cumplirse la plenitud de los tiempos Dios envía a su único hijo para salvarnos” ( ). Y esa es la misión específica y concreta del Hijo, anunciar y realizar la promesa de salvación. En sentido estricto Jesús no “promete” la salvación, la realiza, la hace posible y real, la otorga él en persona.

Para el judío, la salvación parte de un hecho importante, y es el perdón de los pecados. Y ese perdón sólo podía otorgarlo Dios; por eso la dificultad de los escribas, fariseos y doctores de la Ley que hoy nos presenta el evangelio entre los que escuchan a Jesús. Ya ellos están desconcertados por las enseñanzas del Maestro, y tal vez por eso van escucharlo. El primer escándalo es ver cómo Jesús va sanando a muchos de sus males; pero el impacto más fuerte viene precisamente a raíz del anuncio de Jesús de perdonar los pecados al paralítico.

El evangelio de hoy nos muestra una escena en la que Jesús enseña. Se encuentra lejos de Jerusalén, sin embargo lo escuchan representantes de esa ciudad. Mientras enseña, le ponen delante un paralítico para que lo cure. La escena no busca enfatizar tanto el poder milagroso de Jesús, sino más bien otros aspectos que casi siempre ignoramos o quedan ocultos si nos detenemos sólo en el poder taumatúrgico del Maestro. Veamos cuanta riqueza contiene el pasaje por encima del Jesús milagrero que a veces se nos resalta:

* Jesús enseña no sólo con palabras, sino también con signos. La enseñanza de Jesús enmarcada en estos dos ejes, palabra-signo, realiza las expectativas veterotestamentarias del cumplimiento de las promesas de Dios.

* Jesús no ejerce su ministerio a espaldas del Israel “oficial”, la presencia en este pasaje de personalidades provenientes del centro del judaísmo nos da a entender que Jesús se dirige a “toda la casa de Isarel”.

* La actitud del Israel oficial es siempre de rechazo y escándalo.

* La acción de Jesús está en plena línea con el plan del Padre. Si la primera actitud de Dios es siempre el perdón, ese es también el punto de partida de Jesús.

* El aspecto concreto que quiere subrayar Lucas en este pasaje es la fe de los que escuchan a Jesús. La predicación suscita la adhesión y la fe, y con estos elementos viene el don de la salvación otorgado por Jesús y aceptado por el creyente.

Para este tiempo de adviento que estamos viviendo, es de desear que volvamos a centrar nuestra atención en el tema de la salvación. Esta es una de las preocupaciones más graves que manifiestan nuestros fieles. ¿Cómo respondemos nosotros a esas inquietudes? ¿Continuamos “torturando” nuestros creyentes con ideas medievales sobre el juicio último de Dios, o les abrimos la mente y el entendimiento para que ya, desde ahora, empiecen a saborear ese don precioso otorgado por Jesús, y el cual tenemos que ayudar a hacerlo real y concreto en nuestro diario vivir? Volver a celebrar la Navidad es volver a contemplar el recorrido histórico de Jesús en este empeño de hacer real la salvación de Dios.


2-10. Fray Nelson Lunes 6 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: Dios mismo viene a salvarnos * Hoy hemos visto maravillas.

Más información.

1. Dios en persona viene a salvar
1.1 He aquí que Dios en persona viene y rescata a su pueblo. La noticia no puede ser mayor en su contenido y en su carga de esperanza. Vamos a ver la gloria de Dios, vamos a presenciar su formidable poder y a ver en acción su justicia.

1.2 Para los judíos este texto significaba algo muy concreto: el tiempo del destierro acabará, y las tierras áridas del camino que nos llevó a Babilonia ahora tendrán que presenciar la hermosa caravana de los rescatados. La "gloria de Dios" no era otra cosa que ese noble espectáculo en que brillaba con la elocuencia de los hechos quién era y es el Dios verdadero.

1.3 De allí podemos tomar enseñanza nosotros. Nosotros somos la gloria de Dios; nosotros somos la expresión visible de su poder; nosotros somos la señal de su compasión y de la hondura de su ciencia. Nuestra existencia redimida es un canto al que nos redimió, y por donde vayan nuestros pasos resonará el ritmo del corazón que nos amó hasta el extremo.

2. Cristo hace visible a Dios
2.1 La expresión conmovida y conmovedora de la multitud en el evangelio de hoy hace eco maravilloso de lo anunciado por el profeta. "Hoy hemos visto cosas extraordinarias" (Lc 5,26). La salud del paralítico engendra este grito de admiración. El paralítico sanado es "gloria" de Dios, y el lugar donde esa sanación ha sucedido, esto es, la palabra y el corazón de Cristo, son la fuente reveladora de esa gloria.

2.2 El profeta decía: Dios en persona viene a salvarnos, y eso es lo que experimenta el paralítico. Cristo, pues, es el Dios que viene, y así de hecho le llama el Apocalipsis. Mientras que la bestia que allí se describe es la que "era y ya no es" (Ap 17,8.11), Cristo es "el que era, que es y que ha de venir" (Ap 1,4.8: 4,8). Es el que estuvo, está y estará.

2.3 No debemos, sin embargo, leer esa expresión como una fórmula metafísica o como una circunlocución poética. "El que estuvo, el que está, el que vendrá" es una descripción no tanto del ser sino del obrar revelador de Cristo. No es una alusión sencillamente a su eternidad sino una alabanza de su actuar que nos revela la gloria de Dios, como sucedió con el paralítico.

3. En la Eucaristía
3.1 ¿Cómo es Cristo en la Eucaristía? Una visión verdadera pero demasiado escueta sólo afirma que "él está". Y eso es cierto, desde luego, pero no es todo. En la Eucaristía él es también el Dios que estuvo y el Dios que vendrá. No comulgamos solamente con la "presencia" de Cristo, sino también con su "ausencia", pues él no tiene sólo "presente" sino también "pasado", porque estuvo; y futuro, porque vendrá.

3.2 La "ausencia" de Cristo en la Eucaristía es tan importante como su presencia, porque él, en cuanto ausente se sitúa más allá de lo que pueden atrapar nuestros pensamientos o pueden pretender nuestros deseos. Frente a toda manipulación, Cristo es el que saluda nuestro día desde la majestad de su Día.


2-11.

Comentario: Rev. D. Joan Carles Montserrat i Pulido (Sabadell-Barcelona, España)

«Hombre, tus pecados te quedan perdonados»

Hoy, el Señor enseña y cura a la vez. Hoy vemos al Señor que enseñaba a los que se consideraban muy sabios en aquellos tiempos: los fariseos y los maestros de la ley. A veces, nosotros podemos pensar que por el siglo en que vivimos o por los estudios que hemos hecho, poco nos queda para aprender. Esta lógica no sobrenatural nos lleva frecuentemente a querer hacer que los caminos de Dios sean los nuestros y no al revés.

En la actitud de quienes quieren la curación de su amigo vemos los esfuerzos humanos para conseguir lo que realmente quieren. Lo que querían era algo muy bueno: que el enfermo pudiera andar. Pero no es suficiente con esto. Nuestro Señor quiere hacer con nosotros una sanación completa. Y por eso comienza con lo que Él ha venido a realizar en este mundo, lo que su santo nombre significa: Salvar al hombre de sus pecados.

La fuente más profunda de mis males son siempre mis pecados: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados» (Lc 5,20). Muy frecuentemente, nuestra oración o nuestro interés es puramente material, pero el Señor sabe lo que nos conviene más. Como en aquellos tiempos, los consultorios de los médicos están llenos de enfermos. Pero como aquellos hombres, tenemos el riesgo de no ir con tanta diligencia al lugar donde realmente nos restablecemos plenamente: al encuentro con el Señor al Sacramento de la Penitencia.

Punto fundamental en todo tiempo para el creyente es el encuentro sincero con Jesucristo misericordioso. Él, rico en misericordia, nos recuerda especialmente hoy que en este Adviento no podemos descuidar el necesario perdón que Él da a manos llenas. Y, si es preciso, echemos los impedimentos —el tejado— que nos impiden verle. Yo también necesito retirar las tejas de mis prejuicios, de mis comodidades, de mis ocupaciones, de las desconfianzas, que son un obstáculo para “mirar de tejas arriba”.


2-12.

Reflexión:



Is. 35, 1-10. Llega el momento en que los desterrados ha de retornar a la Tierra que Dios había prometido a sus antiguos padres, y de la que habían sido expulsados a causa de sus culpas. Todos han de regocijarse en el Señor, pues Él jamás ha dejado de amarlos. Deben cobrar ánimo pues hay que reconstruir no sólo la ciudad, sino el Templo de Dios. Pero antes que nada es necesario reconstruir el corazón y llenarlo de esperanza para ponerse en camino y poner manos a la obra. Los que creemos en Cristo, a pesar de que muchas veces hayamos sido dominados por el pecado y la muerte; a pesar de que nuestra concupiscencia pudiera habernos arrastrado por caminos de maldad; y aun cuando hayamos estado lejos del amor a Dios y al prójimo, no hemos de perder de vista que el Señor sale a nuestro encuentro, buscándonos amorosamente como el Pastor busca a la oveja descarriada, para ofrecernos el perdón y la oportunidad de una vida renovada en Él. A nosotros corresponde abrir nuestro corazón para aceptar esta oportunidad de gracia que Él nos ofrece. Vivamos con una nueva esperanza, revestidos de Cristo, para que en adelante no sólo busquemos nuestro bien, nuestra justificación y nuestra santificación, sino el bien y la salvación de toda la humanidad. A la Iglesia de Cristo corresponde continuar con la obra de salvación levantado los ánimos caídos, reconstruyendo el corazón de toda la humanidad para que, juntos, hagamos realidad, ya desde ahora, el Reino de Dios entre nosotros.

Sal. 85 (84). Nos acercamos al Señor para escuchar su Palabra. Pero no podemos estar ante Él como discípulos distraídos, sino atentos a sus enseñanzas para ponerlas en práctica. El Señor quiere justificarnos. A nosotros corresponde seguir sus caminos amorosa y fielmente. Día a día nos vamos acercando a nuestra salvación eterna. Pero no podemos esperar que esa salvación suceda de un modo mágico en nosotros; es necesario ponernos en camino para que constantemente se vaya haciendo realidad en nosotros, de tal forma que podamos presentarnos ante los demás como personas más llenas de amor, más justas y más solidarias con los que sufren. Sólo así, transformados a imagen y semejanza de Cristo, podremos ser un signo de su amor salvador en medio de nuestros hermanos. Jesús es el Camino que se ha abierto para conducirnos a la plena unión con Dios, nuestro Padre. Sigamos sus pisadas, tomando nuestra cruz de cada día.

Lc. 5, 17-26. Hoy hemos visto maravillas: el Señor se ha convertido en nuestro Salvador y nos ha redimido del pecado y de la muerte. Él nos ha abierto las puertas de la salvación. El Señor no sólo ha venido a socorrernos en nuestras pobrezas, no sólo ha venido a curarnos de nuestras enfermedades. Él ha venido para liberarnos de la esclavitud al pecado y a la muerte, y a conducirnos, como Hijos, a la Casa Paterna. Y no sólo hemos de conocer nosotros a Dios y disfrutar de la salvación que Él nos ofrece en Cristo Jesús. Los que hemos sido beneficiados de los dones de Dios hemos de ser los primeros en preocuparnos del bien y de la salvación de los demás, trabajando intensamente y utilizando todos los medios a nuestro alcance para conducirlos a la presencia del Señor, de tal forma que también ellos encuentren en Él el perdón de sus pecados y la vida eterna. El Señor quiere que su Iglesia se convierta en un signo de salvación para el mundo entero. Vivamos conforme a la confianza que el Señor ha depositado en nosotros.

El Señor nos invita en este día a participar del Sacramento de Salvación, mediante el cual Él nos comunica su Vida. Él ha entregado su vida por nosotros para el perdón de nuestros pecados. Mediante este Memorial de su muerte y resurrección nosotros somos hechos partícipes de la Redención que Él ofrece a toda la humanidad. Hoy nos reunimos en su presencia no sólo para contemplar sus maravillas, sino para ser los primeros en ser beneficiados por ellas, de tal manera que quede atrás todo aquello que nos impida caminar como testigos de su amor. Unidos a Cristo hemos de cobrar ánimo para que no sólo nuestra vida, sino la humanidad entera sea hecha una criatura nueva en Cristo Jesús. Dios ha tenido misericordia de nosotros. Dejemos que realmente su perdón y su salvación se hagan realidad en nosotros para que, convertidos en testigos suyos, vayamos a trabajar, fortalecidos por su Gracia y por la presencia de su Espíritu Santo en nosotros, para que a todos llegue la salvación, la justicia y la paz.

Nuestra fe en Cristo nos ha de hacer volver la mirada hacia todos aquellos que viven deteriorados por las injusticias, por la enfermedad, por el pecado. No podemos decirnos a nosotros mismos: ¿Acaso soy yo guardián de mi hermano? El Señor nos quiere fraternalmente unidos por el amor. Y ese amor nos ha de llevar a preocuparnos del bien de nuestro prójimo, de tal forma que jamás pasemos de largo ante Él cuando le veamos esclavizado por algún pecado, o tratado injustamente, o dominado por la enfermedad. La Iglesia no puede conformarse con darle culto al Señor, ni con sólo anunciar su Santo Nombre a los demás. La Iglesia debe convertirse en la cercanía amorosa de Dios para todos aquellos que necesitan de una mano que se les tienda para ayudarles a superar sus diversos males. Al final el Señor sólo reconocerá en nosotros el amor que le hayamos tenido a Él a través de nuestro prójimo. Vivamos, pues, nuestra fe en obras de amor, que nos hagan no sólo llamarnos, sino manifestarnos como hijos de Dios.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de trabajar constantemente para que la salvación llegue a todos, aún a aquellos que, alejados de Dios, parecieran como un desierto sin aliento ni esperanza, pero que, puesto que para Dios nada hay imposible, Él quiere que también ellos lleguen a ser sus hijos. Amén.

Homiliacatolica.com


2-13. 06 de Diciembre

214. Apostolado de la confesión

Lunes de la Segunda Semana de Adviento

I. El Mesías está muy cerca de nosotros, y en estos días de Adviento nos preparamos para recibirle de una manera nueva cuando llegue la Navidad. Todos los días nos encontramos amigos, colegas y parientes, desorientados en lo más esencial de su existencia. Se sienten incapacitados para ir hasta el Señor, y andan como paralíticos por la vida porque han perdido la esperanza. Nosotros hemos de guiarlos hasta la cueva de Belén; allí encontrarán el sentido de sus vidas. En muchos casos, acercar a nuestros amigos a Cristo es llevarles a que reciban el sacramento de la Penitencia, uno de los mayores bienes que Cristo ha dejado a su Iglesia. Pocas ayudas tan grandes, quizá ninguna, podemos prestarles como la de facilitarles que se acerquen a la Confesión. ¡Que alegría cada vez que acercamos a un amigo al sacramento de la misericordia divina! Esta misma alegría es compartida en el Cielo (Lucas 15, 7)

II. En el Evangelio de la Misa nos dicen que Jesús llegó a Cafarnaún e inmediatamente cuatro amigos le llevan a un paralítico; pero no pudieron llegar hasta Jesús por causa del gentío (Marcos 2, 1-13). Entonces levantaron la techumbre por el sitio donde se encontraba el Señor, descolgaron la camilla, y la dejaron en medio, delante de Jesús (Lucas 5, 19). El apostolado, y de modo singular el de la Confesión, es algo parecido: poner a las personas delante de Jesús; a pesar de las dificultades que esto pueda llevar consigo. Dejaron al amigo delante de Jesús. Después el Señor hizo el resto; Él es quien hace realmente lo importante. Lo principal era el encuentro entre Jesús y el amigo. ¡Qué gran lección para el apostolado!

III. La mirada purísima de Jesús le penetraba hasta el fondo de su alma con honda misericordia: Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.
Experimentó una gran alegría. Ya poco le importaba su parálisis. Su alma estaba limpia y había encontrado a Jesús. El Señor quiere dejar bien sentado que Él es el Único que puede perdonar los pecados, porque es Dios. Y lo demuestra con la curación completa de este hombre. Este poder lo transmite a su Iglesia en la persona de los Apóstoles. Los sacerdotes ejercitan el poder del perdón de los pecados no en virtud propia, sino en nombre de Cristo, como instrumentos en manos del Señor. Él espera a nuestros amigos. Nuestra Madre Refugio de los Pecadores, tendrá compasión de ellos y de nosotros.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-14.

Reflexión

La obra maravillosa del Padre es habernos perdonado… pues esto ha abierto para nosotros las puertas del cielo. ¿Qué cosa podrá ser más grande que esto? Absolutamente nada. El paralítico, en cuanto oyó las palabras de Jesús con las cuales le perdonaba sus pecados, lo supo: Lo había ganado todo. Jesús va más allá y como un signo de lo que le perdón significa, lo levanta de su camilla y lo invita a caminar. Que bueno sería que nosotros también en este Adviento escucháramos, por boca del Sacerdote: “tus pecados te son perdonados”. Y que una vez perdonados, escucháramos la voz de Cristo que, igual que al paralítico nos invita a no quedarnos ahí donde estamos, sino que nos pongamos en marcha… que nos levantemos de nuestra miseria y, siguiendo su camino, nos convirtamos en discípulos y testigos de su amor. Busca, pues en estos días la absolución sacramental y prepárate para celebrar la victoria de la luz de Dios sobre las tinieblas del pecado.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-15. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Segunda semana de Adviento que comparto con vosotros a modo de lectio divina. La Palabra en estos días adquiere un mayor protagonismo. Por ello, lo primero, invoco al Espíritu; lo segundo, escudriño la Palabra; lo tercero, oración.

1. Espíritu del Señor esperado por todos los siglos, ven a iluminar mi mente para que mi corazón guste tu Palabra y pueda preparar la llegada de Jesús en esta Navidad.

2. Is. 35,1-10: El desierto y el yermo se regocijarán... florecerá como flor de narciso.

Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán... Han brotado aguas en el desierto... lo cruzará una calzada: la Vía Sacra... por la que caminarán los redimidos, y volverán por ella los rescatados del Señor...
Pena y aflicción se alejarán.

Lucas 5,17-26: El poder del Señor impulsaba a Jesús a curar. Una camilla, un paralítico... No encontraron por dónde introducirlo a causa del gentío. Lo descolgaron por el techo...Viendo Jesús la fe que tenían, dijo: Hombre, tus pecados están perdonados. ¿Qué pensáis en vuestro interior? El Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados: Ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa... y el paralítico tomó la camilla donde estaba tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios. Todos quedaron asombrados y daban gloria a Dios, diciendo llenos de temor:
Hoy hemos visto cosas admirables.

3. Padre, hay desierto y yermo en mi vida que necesitan tu alegría. Tú me has regalado el don de la vida, de la salud y un montón de posibilidades para madurar como hijo tuyo y vivo como sin fundamento, porque olvido fácilmente alabarte, reverenciarte y servirte. Y mientras tanto, en la tierra que tú me diste no florece como flor el narciso sino el cardo de la queja. Esta mañana, miro al cielo para ver Tu gloria, la belleza de nuestro Dios. Tú eres bello en bondad y misericordia cuando recuerdo mi pasado y lo presente ante Ti. Fortalece estas manos débiles y estas rodillas vacilantes en las que se apoya la vida de tu siervo. Grito en mi cobardía de corazón: tengo miedo. Y oigo tu susurro: sé fuerte, no temas. Que se despeguen mis ojos y se me abran los oídos para ver y oír, en lo que llamo desierto, el brote de aguas turbulentas. Mira, Padre, que quiero caminar por la Via Sacra por la que caminan los redimidos, y volver por ella a tu casa descolgado en tus techos, como rescatado del Señor. Aleja de mí la pena y la aflicción.

Que la jornada de descanso de la Constitución nos ayude a renovar nuestra apuesta por la Convivencia evangélica en todos los pueblos de España.

Vuestro hermano en la fe:
Miguel A. Niño de la Fuente, cmf.
cmfmiguel@yahoo.es


16.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

En la entrada decimos jubilosos con los profetas: «escuchad, pueblos, la palabra del Señor; anunciadla en las islas remotas: mirad a nuestro Salvador que viene; no temáis» (Jer 31,10; Is 33,4). En la oración colecta (Rótulus de Rávena), pedimos al Señor que suban a su presencia nuestras plegarias y que colme en sus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la Encarnación de su Hijo. En la comunión pedimos al Señor que venga, que nos visite con su paz, para que nos alegremos en su presencia de todo corazón (Sal 103,4-5).

Isaías 35,1-10: Dios viene en persona y os salvará. El profeta manifiesta el gozo por la restauración de Judá, signo y realización histórica de la salvación. Es obra personal de Yavé. En ella revela su poder, sus caminos, su misericordia. Cristo, perdonando el pecado y curando a los enfermos se nos presenta como el auténtico Salvador y Redentor. La salvación del hombre consiste en su transformación. Pero el hombre es incapaz de transformarse por sí solo. Intenta, obtiene algo, aspira a ello con sinceridad y con sufrimiento: pero la desproporción del hombre frente a la propia salvación es radical.

Solo Dios puede salvar, transformar. Dios solo es invocado y esperado. Cuando «viene» todo cambia en el hombre. Nace un hombre «nuevo» y muere lo que era «viejo». Lo importante es que el hombre invoque y espere en Dios, haciendose disponible a su palabra y a su gracia con ánimo, sin temor. Lo que el profeta Isaías dice recurriendo a imágenes tan brillantes es precisamente esto: Allá donde llega Dios, cambia la realidad: la vida en lugar de la muerte, el bien en lugar del mal, la alegría en lugar del llanto. Un amor práctico y desinteresado: he ahí el signo del Reino de Dios en medio de los hombres.

En Cristo ha aparecido verdaderamente el reino de Dios sobre la tierra. Él es la misma personificación del amor que salva y ayuda, que se entrega a los pobres, que se humilla hasta los enfermos y los cura, que no retrocede hasta los mismos leprosos y que domina a la muerte. Así viene Él constantemente a nosotros. Él es a quien esperamos, a quien necesitamos. Él nos basta. Él solo. En Él todo lo tenemos: el Camino, la Verdad y la Vida.

Salmo 84: «Dios nos anuncia la paz y la salvación, que están ya cerca». Este mensaje lo escucharon los deportados de Babilonia, que ya habían expiado en el sufrimiento su infidelidad. Dios lo repite en cuantos se convierten a Él de corazón. Por eso seguimos cantando nosotros ese Salmo: Nuestro Dios viene y nos salvará. «Voy a escuchar lo que dice el Señor: Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos. La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante Él, la salvación seguirá sus pasos».

Lucas 5,17-26: Hoy hemos visto cosas admirables. El hecho de la curación del paralítico en Cafarnaún se emplea normalmente en un sentido apologético. Es un texto clásico para mostrar la realidad mesiánica de Cristo; su misma divinidad; la conciencia que tenía de ella. La argumentación de Cristo es clara y eficaz.

Pero además del argumento apologético se descubre también el significado salvífico. En Cristo Dios pone su poder a disposición de la incapacidad del hombre. Nada se sustrae a la eficacia de su acción divina. Cuerpo y alma, salud física y salud espiritual, pecados y enfermedades, todo se pliega a su querer. El hombre no puede salvarse por sí solo. Puede y debe encontrarse con Dios, que viene a Él en Cristo. Le debe encontrar con fe y confianza, superando las dificultades, incluso aquella de la muchedumbre que se interpone entre Él y Dios.

Pero es Dios quien salva. Y salva por amor y con amor. El infinito poder de Cristo es el poder del Amor infinito. No hay salvación sin amor. Cristo se inclina sobre las miserias humanas del cuerpo y, sobre todo, del alma. La salvación en sentido cristiano está en el amor de Dios y del prójimo, en adorar y servir por amor.

La cumbre teológica del relato evangélico de hoy la encontramos en las palabras: «¿quién puede perdonar los pecados sino Dios solo?» El milagro fue el sello de las palabras. El poder de la Iglesia se apoya en Cristo. Los pecadores encuentran a Jesús en su Iglesia, en el sacramento de la penitencia. Los saciados por sí mismos lo rechazan. Creen no necesitarlo.