barra-01.gif (5597 bytes)

H O M I L Í A S 

barra-01.gif (5597 bytes)

DOMINGO VI DE PASCUA
CICLO C

PARA VER LA IMAGEN AMPLIADA HAGA CLIC SOBRE LA MISMA

 

MORADA-D/CR INHABITACIÓN:

LA MORADA DE DIOS

Hay una escena famosa y clásica de los psiquíatras. Es la de preguntar por una cosa y que el paciente o el cliente responda con lo que aquella cosa le sugiere. Si a los cristianos nos dijesen: ¿morada de Dios?, para que respondiéramos sobre lo que tal pregunta nos sugería, es muy posible que en un porcentaje altísimo contestáramos: Templo. Y, sin embargo, el evangelio de hoy responde a esa pregunta de modo totalmente distinto. Para el evangelio de hoy la morada de Dios es el propio cristiano. A él, al cristiano, dice Jesús que vendrá con su Padre para morar en él. Para que esta realidad insospechada se dé, Cristo pone un presupuesto: que el cristiano lo ame y guarde su palabra.

Es propio del mensaje de Cristo inaugurar un modo nuevo de relación del hombre con Dios. A la idea antigua del Dios lejano, Señor sobre todo, que se presenta con el rayo, el trueno o el fuego, sucede la imagen de un Dios-Padre, cercano al hombre en el que ya no ven a un esclavo sino a un hijo querido cuya cercanía busca con extraordinario interés. Y de la misma manera que a la persona que amamos la tenemos presente, más aún, dentro de nosotros mismos y la vemos sólo con cerrar los ojos y vivimos con ella, así Dios quiere que lo busquemos en la intimidad de nuestro ser y lo encontraremos allí dibujado y presente.

Porque es ahí, en el interior del ser, en ese hondón donde se libran las batallas calladas y a veces sangrientas que nadie más que nosotros conoce, donde Dios quiere reinar. Es dentro de nosotros mismos, en ese interior de donde salen (lo dijo El en el Evangelio) los pensamientos, los sanos o dañinos, en donde fluyen las intenciones y los impulsos, en donde se fraguan los deseos, en donde se ganan o se pierden las auténticas batallas de la vida, ahí es donde El quiere estar presente y donde quiere reflejarse.

Dios vendrá a morar dentro de nosotros mismos para transformarnos paulatinamente en El para darnos su estilo, para que tengamos sus rasgos, para que podamos enseñarlo al mundo, si somos capaces de amarlo y guardar sus palabras. Exigencia que, dicho sea de paso, no tiene nada de particular porque es así como actuamos en la vida corrientemente con aquéllos a los que amamos. Es amor el gesto, el regalo, el detalle, ciertamente; pero es amor la intimidad, la identificación con aquél a quien amamos, el parecido que alcanzamos con él porque llegamos a pensar como él, a hablar como él, a ser, poco a poco, un poco aquella otra persona que "mora" ciertamente en el fondo de nuestro corazón.

Cuando amamos de verdad, "guardamos" las palabras de la persona amada, complacemos sus gustos, nos anticipamos a sus deseos. Y todo ello con gran naturalidad, sin esfuerzo, porque, al hacerlo, al propio tiempo que complacemos al otro estamos alcanzando la propia felicidad.

Cristo pide otro tanto a los cristianos. En estos domingos después de Pascua, en los que ya el resplandor de la resurrección ha podido alejarse, viene hoy a dejar claro, de un modo terminante, que la vida del cristiano en la tierra es una maravilla si es capaz de guardar fielmente sus palabras, porque esa vida será, ni más ni menos, que la morada de Dios, o lo que es lo mismo, la morada de la alegría, de la vida, de la paz, de la serenidad. Lo dice El seguidamente: no tembléis ni os acobardáis sino, por el contrario, recibid la paz.

Si eso fuera así, si el cristiano fuera capaz de recorrer el mundo siendo una muestra sencilla de serenidad y de paz, de ausencia de miedo y de cobardía, no podría hacer un mejor servicio a este mundo nuestro tan lleno de inquietud, de temor y de ausencia de paz. A este mundo nuestro amenazado no sólo por la guerra atómica o por cualquier otra guerra, sino por el desencanto, el desaliento, la frustración, la indolencia, este mundo nuestro en donde los niños empiezan a aburrirse y los jóvenes pasan de las cosas que todavía no han saboreado, y en donde todos, todos, suspiramos por la paz.

Morada de Dios igual a cristiano. Presupuesto para que esta ecuación se dé; amar a Cristo y guardar sus palabras. En este Sexto Domingo de Pascua deberíamos formular un deseo (como lo formulábamos de pequeños cuando se producía un silencio o aparecía una estrella fugaz) y el deseo podría ser éste: que el pueblo cristiano pudiera vivir sincera y profundamente la promesa que hoy hace Cristo; que el pueblo cristiano estuviera integrado por hombres y mujeres capaces de acoger en su intimidad la grandeza incontenible de Dios.

DABAR 1983, 27

bluenoisebar.jpg (2621 bytes)