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1.
El tema de este domingo es de alegria y gozo en la perspectiva de una realidad salvífica esperada, pero ya "misteriosamente" presente. En este clima se mueve la primera lectura y el salmo responsorial. La segunda lectura es una invitación a la alegría y el evangelio nos presenta el motivo o fundamento de la misma: la venida del Señor. Presencia real y operante aunque pocos sabrán apreciarla y tomar conciencia de que "en medio de vosotros está uno que no conocéis". La misión del Bautista es dar testimonio del Mesías que viene.
P.
FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1984/24
La alegría es uno de los principales temas de las Escrituras; se le encuentra por todas partes en el A. y en el N.T. El mensaje de la Biblia es profundamente optimista: Dios quiere la felicidad de los hombres; su éxito, su expansión, los quiere colmados de abundancia y de plenitud. La alegría traduce, en el hombre, la conciencia de una realización ya efectiva o todavía por venir.
El mundo actual apenas conoce esta alegría integral, que supone una profunda unificación del ser en la línea de su existencia según Dios. Hay algunas alegrías propias del hombre moderno, por ejemplo, la que procura la transformación de la naturaleza. Pero estas alegrías quedan reservadas a unos pocos e incluso, generalmente, son dudosas. La mayor parte de los hombres buscan la alegría en la evasión, el sueño y el placer, y aceptan una vida cotidiana sin relieve y sin sentido. Las más de las veces el hombre se encuentra destrozado en todos los sentidos, y muy pocos son los que llegan a unir los múltiples hilos de existencia concreta.
Los cristianos deben saber que la Buena Nueva de la Salvación es un mensaje de alegría. En un mundo rico en posibilidades, pero, al mismo tiempo, sometido a contradicciones y tenido como absurdo por algunos, deben comunicar a los que se encuentran a su alrededor la alegría que ellos viven: una alegría extraordinariamente realista y que expresa su certeza, basada en la victoria de Cristo, de que el futuro de la humanidad se irá construyendo a través de dificultades y contradicciones aparentes. El mundo no es absurdo, ya que Dios lo ama, y el principio vital de su éxito se nos ha dado una vez por todas en JC. (...) La alegría adquiere mayor profundidad a medida que deja de estar ligada a la posesión de un bien. Yahvé reserva la verdadera alegría a los que se hacen pobres ante Él y lo esperan todo de su Dios y de la fidelidad a su Ley. Nada puede entonces empañar esta alegría: ni la angustia, ni el sufrimiento que, al contrario, pueden fomentarla. La alegría de Yahvé es la fuerza de aquellos que le buscan. (...) Además, esta alegría tiene su fuente en el mismo Mesías: Jesús ofrece una alegría que es la suya y que ha engendrado en Él la entrega total de Sí y la obediencia perfecta al Padre; pero sólo reciben esta alegría aquellos que, a su vez, observan el mandamiento nuevo del amor sin límites. "Si observáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como Yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os digo esto para que mi alegría esté en vosotros y para que vuestra alegría sea perfecta" (Jn 15, 10-11).
La alegría del Evangelio es una alegría que viene de lo Alto, pero que, al mismo tiempo, debe surgir de un corazón de hombre: es una alegría divino-humana. Jesús es el iniciador definitivo de esta alegría: esta alegría es pascual, ya que está, necesariamente, ligada al acto último por el que Jesús expresa su obediencia al Padre dando su vida por todos los hombres. (...) La alegría que experimentan los cristianos se traduce espontáneamente en acción de gracias, ya que la salvación por la que se alegran es, en primer lugar y ante todo, un don. Esta dimensión de su alegría es completamente esencial: los cristianos saben que el triunfo definitivo de la aventura humana depende radicalmente de la misericordia obsequiosa de Dios Padre. "En esto consiste su amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos ha amado a nosotros..." (/1Jn/04/10). El Magnificat de la Virgen María expresa maravillosamente la tonalidad fundamental de la alegría cristiana. (...) La alegría en el sufrimiento -que puede llegar hasta el martirio- es el signo por excelencia de la autenticidad cristiana. Esta alegría en manera alguna está dictada por ningún fanatismo; sólo ella hace palpable un secreto cumplimiento; manifiesta que, en la experiencia, el camino real de la cruz conduce a la única vida que puede colmar al hombre. La alegría en el sufrimiento no es una alegría espontánea: sólo puede engendrarla una obediencia al Padre cada vez más perfecta. Esta alegría expresa la absoluta certeza de que este camino de obediencia perfecta completa verdaderamente al hombre. De esta manera, lo importante para el cristiano no es estar con frecuencia con alegría, sino el ser siempre alegre. La alegría cristiana debe ser una alegría constante; en esta constancia es donde radica su especificidad. (...)
-La alegría de la participación eucarística.
La celebración eucarística constituye uno de los terrenos privilegiados en que debe comunicarse y experimentarse, de alguna manera, la verdadera alegría. La ambición que persigue la Iglesia al reunir a sus fieles en torno a las dos mesas de la Palabra y del Pan es hacerles vivir por anticipado la salvación propia del Reino y la fraternidad sin límites que lleva consigo. En este sentido, la participación eucarística es objetivamente fuente de alegría.
Pero ni qué decir tiene que la celebración eucarística no es automáticamente ese terreno privilegiado. Para que lo sea, es preciso, en primer lugar, que la misa sea una verdadera celebración: los cristianos reunidos deben verse en ella como penetrados por lo más profundo de ellos mismos, lo cual supone especialmente que la Palabra proclamada se incorpore, efectivamente, en la vida y las responsabilidades de los que la reciben. Es preciso, además, que la propia reunión simbolice el proyecto de catolicidad de la Iglesia: los cristianos convocados para la celebración deben poner de manifiesto que, dentro de su diversidad, están constituidos hermanos mediante la gracia de Cristo que sobrepasa los muros de separación entre los hombres. Este punto es muy importante: una celebración eucarística, si no tiene en cuenta el punto anterior, puede que no produzca más que la alegría simplemente humana de un contacto entre hombres que son ya hermanos por afinidad de razas, de medio social o de intereses comunes; en este caso la celebración sólo serviría para consagrar una proximidad previa recargándola después de un peso de afectividad profunda. Tal celebración puede preparar la experiencia de la hermandad propia del Reino; pero no puede uno quedarse ahí, y los pastores deben aprovechar todas las ocasiones para abrir sus comunidades eucarísticas a las riquezas de la diversidad humana. ¡La alegría fraguada en el sufrimiento será, tal vez, menos espontánea, pero cuánto más verdadera!
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág.
117ss.
3.
Los dos puntos clásicos del tercer domingo de Adviento son la afirmación de la presencia de los tiempos mesiánicos y la exhortación a la alegría que proviene de esta certeza. Por lo que al primer punto se refiere, debe tenerse en cuenta el sentido profundo de la misión de Juan Bta, tal como aparece en el evangelio de este domingo. Existe un proverbio -no sé si árabe o chino- que dice: "Si alguien te señala el cielo, no te quedes mirando el dedo". Esto es precisamente lo que Juan Bta quiso decir a sus contemporáneos que le preguntaban quién era él y cuál era su misión. Juan los desengaña de una vez por todas, afirmando con toda claridad que él no era el Mesías, ni Elías, ni el Profeta que esperaban. "Yo soy -les dice- la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor". Les viene a decir, por tanto, que no se fijen en él, sino solamente en Aquel otro que él, como dedo índice, les está señalando.
La actitud de Juan Bta es la única que corresponde a los cristianos, tanto individualmente como formando la comunidad de la Iglesia. Su misión consiste únicamente en testificar o indicar la presencia de Xto en el mundo, procurando que su testimonio y su indicación sean tan transparentes que los hombres no tropiecen en ella sino que descubran el rostro de Jesús. Más aún: el testimonio de los cristianos no se refiere a un Cristo que tuviese que imponerse desde fuera, sino al Cristo que ya está misteriosamente presente desde siempre entre los hombres. Exactamente como decía Juan Bta a los que le escuchaban; "en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí". La Iglesia ha olvidado algunas veces esta característica esencial de su misión y, en lugar de querer pasar desapercibida, ha hecho todo lo posible por constituirse el centro de la atención del mundo, hablando continuamente de sus propios derechos y exigiendo privilegios y prerrogativas. Con frecuencia ha dado la impresión de que se predicaba a sí misma, en lugar de predicar únicamente a Xto.
Es necesario que recupere la actitud de Juan Bta y se convenza definitivamente de que no es un fin en sí misma, sino solamente un índice que señala hacia Cristo.
J.
LLOPIS
MISA DOMINICAL 1981/23
4.
Obligado a precisar su identidad, Juan se define como "voz". El, simplemente, es una voz. "Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor".
La cosa, hoy, no nos impresiona demasiado. Existen muchas voces que "gritan" en nuestros parajes, en las plazas del mercado y en los mítines, por las calles, desde las columnas de los periódicos, en los micrófonos más concurridos y más ensordecedores. Voces que entran en las casas a través de la pequeña pantalla de la televisión. Voces que obligan a comprar aquel producto, a no dejarse escapar aquella ocasión, a moverse en contra de alguien o de algo, a adoptar aquellos slogans, a indignarse, a entusiarmarse, a votar, a firmar, a protestar, a aceptar ciertas mentiras "garantizadas", a diferencia de las del adversario... Retumban las voces de la ganancia, del éxito, del ocio, de la violencia, del confort, del placer, de la astucia, del cálculo...
La voz de Juan es única, insólita: "Allanad el camino del señor". Como advirtiéndonos que nuestros caminos más pisoteados nos impiden estar presentes a la hora de la cita decisiva. Para advertirnos que el Señor llega por otra parte. Quizás el "testimonio" típico del cristiano es precisamente éste: ser, en medio del estrépito, una voz "diversa". Que tiene el coraje, quiero decir, la ingenuidad, de denunciar la "no transitabilidad" de ciertos caminos, aunque muy frecuentados, en relación a la salvación.
Decir que nuestras carreras afanosas resultan vanas respecto a la única búsqueda digna del hombre. Aclarar que, en el camino de la avidez, del egoísmo, de la "teatralidad", del engaño, es imposible, no sólo improbable, encontrar a Dios.
Y no importa que esta voz resuene en el desierto de la indiferencia, de la hostilidad preconcebida, del sarcasmo más vulgar. La verdad ha sido dicha, aquellas denuncias se han hecho, independientemente de la acogida que tengan.
PROFETA/TESTIGO: Profeta no es uno que se plantee el problema de si su predicación va a tener éxito o no, si vale la pena hablar o es mejor preocuparse de los hechos (e intereses) propios.
El testigo auténtico sabe que aquella palabra, impopular, inactual, no puede reservársela. Se le ha confiado para que la "grite", no para que la ahorre en el cálculo de las conveniencias.
No es cosa suya valorar si su voz solitaria cambia algo. Más allá de los resultados verificables, se modifica un equilibrio, trastrueca un orden, por el hecho mismo de que se ha pronunciado la palabra que da testimonio de la luz. Los hombres pueden continuar tomándose en serio las voces del circo, de la vanidad, de las modas. Pero es importante que alguien advierta que el camino que hay que preparar es otro.
El testigo tiene que responder, no de los resultados obtenidos, sino de la fidelidad al mensaje.
ALESSANDRO
PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág.
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