A D V I E N T O
TEXTOS 3
29. EXPECTACIÓN
"Todo el mundo sabe lo que es arrastrar los pies, durante kilómetros, alargando ávidamente la vista hacia una luz que representa de alguna forma el hogar. ¡Qué difícil resulta en esta situación apreciar las distancias! En plena oscuridad, podrá haber un par de kilómetros hasta el lugar de nuestro destino, o sólo unos cuantos cientos de metros; no podemos saberlo. Eso les ocurría a los Profetas hebreos, cuando miraban hacia adelante, en espera de la redención de su Pueblo. No podían decir con aproximación de cien años ni de quinientos, cuándo habría de venir la liberación. Sólo sabían que en alguna ocasión la raza de David retoñaría de nuevo, que en alguna época encontraría una llave que abriría la puerta de su cárcel, que en algún momento la luz que sólo se divisaba entonces como un débil punto en el horizonte se ensancharía, al fin, hasta ser un día perfecto. Esta actitud de expectación la Iglesia desea que sea alentada en nosotros, sus hijos, de un modo permanente.
Considera como una parte esencial de nuestra labor cristiana que sigamos aún mirando al futuro, aunque va a hacer ya dos mil años desde que el primer día de Navidad vino y se fue, y tenemos que seguir mirando al futuro". (·KNOX-R.Tiempos y Fiestas del Año Litúrgico, Madrid 1964, págs. 14-15).
Con estas palabras, tan sugerentes, describe un autor algunos de los sentimientos de la Iglesia en Adviento. Y no es casualidad que, en su ejemplo, emplee términos (luz, cárcel, avidez, expectación, retoño, ...) que también aparecen en las fórmulas de las Preces de Adviento. En efecto, los conceptos de esperanza y expectación -y las figuras que se relacionan con ellos- son, obviamente, muy frecuentes en Adviento. En concreto, los verbos 'spero' y 'exspecto' se citan, en el conjunto de las Preces, en 10 ocasiones diferentes.)
30. ADV/POEMA
Vendrá.
Lo canta la liturgia
a las primeras luces moradas de Adviento.
Vendrá.
No solo para hundir el andamiaje de los siglos
que ha de ceder ante los muros
definitivos de la eternidad,
sino para nacer de nuevo
en el recuerdo de la noche friolera de Belén
y en el tal vez no menos friolero
portal de las conciencias.
Vendrá.
Más no todos exultan al inefable anuncio.
Los que aman su venida se aprestan a salir
a lo largo de las rutas litúrgicas
rebosantes las manos de las más bellas alabanzas.
M.
Melendres
Breviario lírico
31. «VENGA TU REINO»
¿En qué esperamos propiamente nosotros en el adviento? ¿Esperamos la primera venida de Cristo? Pero ella está detrás de nosotros. ¿Su segunda venida? Nosotros la tememos y no la deseamos ¿Esperamos la navidad? El esperar en una fiesta se ha convertido de un proceso religioso en algo comercial, lo cual luego puede convertirse en cualquier otra cosa. Así, por lo que parece, el cristiano no espera en nada; que la esperanza cristiana es una palabra vacía y que precisamente por eso sigue la ley del vacío de dejarse llenar por otras esperanzas.
¿Pero no tenemos realmente nada en qué esperar? ¿No es la fe cristiana realmente aquel absurdo «esperar a Godot», al que nunca llega, tal como trató de desenmascararlo brevemente la obra de Samuel Beckett? ¿Está realmente la primera venida de Cristo «detrás de nosotros»? ¿O no viven continentes completos y no vivimos nosotros mismos en el fondo «antes del nacimiento de Cristo»? ¿No sigue pernoctando él en el establo, mientras que nosotros, que vivimos en casas, lo ignoramos o preferimos ignorarlo, porque no teníamos un lugar para él? Hay hombres que viven todavía antes de Cristo: con ellos no se ha hecho todavía encontradizo Dios, el cual no cura nuestros sufrimientos alejándolos, sino compadeciéndolos; el cual elimina la injusticia del mundo siendo él mismo víctima de esa injusticia. Hay hombres que viven después de Cristo, los cuales le han visto y han pasado de largo. ¿Pero no es más venturoso vivir «antes» que «después» de Cristo? ¿Pero puede su primera venida estar simplemente «detrás de nosotros»? ¿No permanece ella, en un sentido muy profundo, siempre «antes» que nosotros? ¿No debemos nosotros en realidad ir tras ella a lo largo de nuestra vida y no nos debería ayudar el adviento a permanecer en ese camino? Así podríamos advertir poco a poco que la esperanza en la primera y en la segunda venida de Jesucristo en el fondo es una sola y misma cosa. Ambas no significan, en último término, otra cosa que el entrar en la dinámica interior de la oración: «venga tu reino».
Cuando la «primera venida» de Jesús haya llegado a todos, entonces precisamente ésta será su «segunda venida». Cuando todos hayan entrado en el establo, entonces ese establo se convertirá en el lugar de su gloria. En el establo es donde se divide el mundo. El Niño con el que se topa es el juicio o la salvación.
¿Pero qué ocurre con la navidad, con la fiesta, con la liturgia de la iglesia? ¿Podemos alegrarnos? Sí; podemos alegrarnos: La fiesta significa que nosotros comenzamos nuestro año, no partiendo de los astros, sino de los hombres que lo han humanizado, de los hombres en cuya historia ha entrado Dios. La fiesta no sólo nos hace participar en el ritmo de la historia, sino también en el sufrimiento y en la alegría de los hombres anteriores a nosotros, en el misterio de Dios que se insertó en su historia. En esto se apoya su aspecto liberador, su suntuosidad, su alegría. El mundo vive de que en él hay alegría y de que ella no se apaga en el consumo, en el disfrute, en la lúgubre seriedad de las ideologías.
La verdadera alegría es un regalo a la comunidad, que Dios conoce como a los suyos. ¿Y no debemos nosotros prepararnos también de una forma nueva para ello?
JOSEPH
RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs.
64 s.
32. Adviento: humildad y fertilidad
El Adviento nos lleva de la mano hasta la Navidad. San Lucas nos dice que sólo se anuncia el nacimiento de Jesús a los humildes de corazón; en Adviento deberíamos profundizar en nuestra humildad si queremos celebrar la Navidad.
La palabra humildad viene de humus, tierra. Ser humilde significa aceptar la parte terrenal que todos tenemos; significa descender, buscar y encontrar todo lo que somos, aceptándonos tal y como somos. Desde luego que resulta muy desagradable y duro remover la basura que tenemos escondida en lo más hondo de nuestro corazón. Al igual que la tierra abonada se hace fértil, así cuando nuestro corazón se hace humilde es capaz de amar en abundancia. Si el estiércol se deja escondido en una bolsa, produce un olor nauseabundo. Sólo cuando se saca a la luz y se mezcla con la tierra, desaparece al poco tiempo junto con su mal olor, quedando la tierra enriquecida y preparada para dar fruto.
Sólo si sacamos a la luz de nuestra conciencia todo lo escondido de nuestro corazón y nos aceptamos tal y como somos, dejaremos de padecer los malos sentimientos que producen nuestras miserias, porque éstas desaparecerán. Nunca llegaré a ser caritativo si no soy capaz de reconocer toda la tacañería que se esconde en mi corazón, y nunca seré comprensivo si no admito mi dureza interior. Porque la humildad no consiste en ir encorvados por la calle, ni en menospreciarnos, sino en reconocernos tal cual somos: terrenales, con nuestras virtudes y nuestros defectos.
Gracias a Dios, todos somos humanos y, por tanto, imperfectos. Eso nadie lo cambiará: es imposible alcanzar la perfección, pero sí podemos trabajar para que seamos más felices nosotros y los que nos rodean. Aprovechemos el Adviento para dar un buen repaso a nuestro interior. Hagámonos humildes y tendremos la gran felicidad de vivir plenamente la Navidad.
Julián de Cos