A D V I E N T O

TEXTOS 1

 

1.

Vivir el Adviento no es tan fácil. Para muchos apenas adquiere relevancia, ni la palabra en sí y mucho menos su contenido. Apenas una suma pequeña de domingos que nos conduce a la Navidad.

Es necesario reivindicar el sentido pleno del Adviento como actitud cristiana fundamental: esperar a Dios y esperarlo en Jesùs; creer en su venida progresiva, misteriosa pero real, a nosotros, al mundo. El Adviento es ese tiempo concreto que rompe nuestra inconcreción y nuestra monotonìa para ponernos en camino de conversión, para centrar nuestra vida no en una irrealidad, sino en la realidad maravillosa de Jesús que se acerca a la vida de los hombres como nuestro Salvador.

Cada día esperábamos, a veces hasta acomodados en un sueño profundo; oíamos voces, ecos; alguien que viene, que vendrá... También nos habíamos cansado de esperar... casi siempre todos los días eran lo mismo, subía el egoísmo de los hombres y el panorama era un puro desierto de soledad. Cada día era una continua espera desde los solitarios valores de los hombres. Parecía que el cielo estaba más lejos de nosotros. Nuestra espera se había convertido en una actitud inútil.

Aunque las fiestas de la Iglesia recuerdan algo pasado, son también presente, realización viva, pues lo que ha ocurrido una vez en la historia, debe volver a ocurrir una y otra vez en la vida de los creyentes. Cada uno de nosotros debe vivir la expectación, la llegada del Señor desde su propia realización y su propia lucha para obtener con ello la Salvación.

¿Qué es eso de esperar a Alguien que viene de otra parte? ¿Qué hay más importante que encontrar en mi vida al Amigo? Un amigo es algo grande y precioso. Pero, ¿me lo puedo hacer yo mismo? Ciertamente, no. Puedo estar vigilante y receptivo, para notar cuando se me acerca una persona que puede ser importante para mí; pero tiene que venir. Venir, desde ese ámbito, inabarcable con la vista, que es la vida humana. En cualquier ocasión nos encontramos, entramos en conversación, y entonces se desarrolla esa cosa fecunda y hermosa que se llama amistad... Alguien que viene a nosotros desde la amplitud de los cielos, desde la inmensidad... hemos extendido las manos, hemos abierto las puertas... Alguien ha penetrado profundamente en nuestra vida.

Nuestra salvación descansa en una venida. Aquel que viene, no lo han podido inventar ni producir los hombres mismos; ha venido a ellos desde el misterio de la libertad de Dios. ¡Cuántas veces lo han intentado! En todos los pueblos y en todas las épocas surgen las figuras de salvadores y redentores que apenas pueden modificar la realidad humana. Por haber nacido del mundo, no pudieron llevar el mundo a la libertad; y por estar hechos de la materia de su tiempo desaparecieron.

El auténtico Redentor, Aquél a quien esperamos, ha procedido de la libertad de Dios: ha surgido en una pequeña nación, en una época que nadie podría demostrar que era la apropiada y en figura ante la cual nos invade el asombro: ¿por qué precisamente ésta? La decisión de la fe consiste en buena medida en prescindir de qué es lo correcto y apropiado, y recibir al que proviene de la libertad de Dios: "Bendito el que viene en el nombre del Señor".

Este es el comienzo de la Buena Nueva, de la Buena Noticia.

Estamos ya en el camino de la esperanza.

Esto nos dice el Adviento. Todos los años nos exhorta a considerar el prodigio de esta Venida. Pero nos recuerda también que su sentido sólo puede adquirir su plenitud si el Redentor no viene sólo para la humanidad en su conjunto, sino para cada uno de nosotros en particular: en sus alegrías y miserias, en sus convicciones, perplejidades y tentaciones, en todo lo que constituye su ser y su vida. Descubrir desde lo hondo de nuestras concien- cias que Cristo es mi Redentor y viene a mi vida, es ponerse en el camino de Adviento.

El auténtico Adviento procede del interior. Del interior del corazón creyente del hombre y, sobre todo, de la hondura del amor de Dios. Debemos preparar el camino a su Amor y descubrir formas nuevas que nos pongan en disposición de recibir "al Salvador de Dios". De nuevo volverá a tener vigencia y sentido este bello deseo y oración: "Ven, Señor Jesús".

FELIPE BORAU
DABAR 1990, 2


2. ADV/VIGILANCIA:

Más aún: viene continuamente. Que el mundo entero está entretejido con su presencia escondida. Que todo es gracia suya. Que cualquier momento puede ser decisivo. Depende de nosotros.

"Caminamos por este mundo que pasa": ¿distraídos, como aquel sacerdote y aquel levita que apenas vieron al hombre que había caído en manos de los bandoleros?, ¿o bien vigilantes, dispuestos, como el samaritano? (/Lc/10/25-37) Vivamos atentos: allí donde hay una migaja de humanidad, de dolor, de alegría, allí está el Señor. En casa, en el trabajo, en el ocio... Cada momento puede ser decisivo. Tiempo excelente, el de Adviento, para velar sobre nosotros mismos y para no dejarnos llevar por el aletarga- miento y la distracción, sino para vivir vigilantes.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1990, 2-12


3. LITURGIA/QUÉ-ES:

La liturgia es una recreación de la vida de Jesús, que, día a día, año a año, también aquí y ahora, va conformando nuestra existencia cristiana; es simple y llanamente vivir a Jesús a través de la vida sacramental de la Iglesia mediante la pedagogía sana y sabia de la liturgia, el culto y la Palabra de Dios que son acciones actuales y operantes del Dios vivo, presente en cada época y en cada hombre. Son acciones del mismo Cristo resucitado, ayer, hoy y siempre, que nos sale al encuentro cada vez que escuchamos sus palabras y rememoramos su vida cúlticamente, en la celebración de la Liturgia; el misterio, no de algo obscuro e ininteligible, sino el misterio de una presencia, de una reactualización a través de los símbolos litúrgicos.

(...) D/SILENCIO: El misterio de nuestra permanente inquietud, por acercarnos, por aproximarnos a toda la vida de Dios como el único camino de nuestra realización personal. Nunca existe el silencio de Dios. ¿Cómo puede existir el silencio de Dios, desde que El se ha hecho cercanía, humanidad nuestra para liberarnos del sueño pesadísimo, oprimente de nuestra vida terrena? Este Dios, que un día en el tiempo se hizo Navidad, una Navidad interminable que llegará hasta la Parusía, es el Buen Dios con nosotros, el que nos libera, nos da la salud desde lo más íntimo de nosotros mismos.

ADV/SENTIDO: Es preciso descubrir el sentido del Adviento en cada año de nuestra vida. El Señor viene, vuelve a venir. Ha venido a Galilea en carne mortal. Ha venido a nuestro tiempo y a nuestro mundo en la Iglesia, porque la Iglesia es el templo donde El habita, su sacrosanto cuerpo. Ha venido a cada uno de nosotros en el Bautismo.

Pero el Señor no ha venido todavía a todos los hombres ni a la totalidad de nuestra persona como bautizados. ¡Cuantos sentimientos, actitudes ante la vida, cuántos momentos, realidades y reacciones de nuestra vida no son una conformación con el Evangelio! "Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios".

Es preciso que el Señor siga viniendo. Una venida incesante que nos haga vivir permanentemente en el Hoy de Dios. Es necesaria una espera sostenida e ininterrumpida que sea como una constante cristianización de nuestra vida. Recuperar desde la espera el sentido del ser cristianos, y de realizarse como cristianos, puede ser un ejercicio necesario y una conquista de esta Navidad.

Descubrir la necesidad de una nueva venida liberadora del Señor a nosotros en la Navidad. Es el Señor que sucesiva e ininterrumpidamente en un Hoy interminable que solamente tendrá su conformación final en su última y definitiva venida nos invita a un mayor y creciente compromiso cristiano, sin desfallecer ante las dificultades.

En esta actitud de espera, convertido nuestro corazón y envuelto en una permanente actitud de búsqueda, podremos ir descubriendo con seriedad en este nuevo acontecimiento religioso que hoy se acerca a nuestra vida, que prepararse para la Venida del Señor es adquirir un más real y total compromiso con el Evangelio. La cercanía de Dios en Navidad es desde la propia posesión de Dios vivir en la verdad, la solidaridad y la fraternidad. Lo demás habrá sido otra cosa. Otra espera y otra esperanza.

FELIPE BORAU
DABAR 1988, 1


4.J/VENIDAS-TRES.

-Las tres venidas del Señor. Esta consideración sobre el triple sentido del momento decisivo se puede completar con la referencia a un tema clásico de la literatura cristiana: las tres venidas del Señor. Véase, por ejemplo, lo que dice ·Bernardo-SAN en un sermón sobre el adviento y que se lee en el oficio de lectura del miércoles de la primera semana de Adviento:

"Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, "todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron". La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder y, en la última, en gloria y majestad.

Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo".

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1981, 22


5.  /SAL/026/08s

"Di a Dios: ¡Busco tu rostro!
¡Señor, anhelo ver tu rostro!
Y ahora, Señor, mi Dios,
enseña a mi corazón
dónde y cómo encontrarte...

Deseando te buscaré,
buscando te desearé,
amando te hallaré
y hallándote te amaré".

ANSELMO-SAN, Proslogion, 1


6. J/VENIDAS.

·Bernardo-SAN habla de las tres venidas de Cristo: la encarnación, la gracia y el juicio.

"Hoy, hermanos, celebramos el comienzo del Adviento, cuyo nombre... es bastante célebre y conocido en el mundo, pero quizá no lo son tanto ni su sentido ni la razón del nombre" (Serm. Adv. 1,1:BAC 243). "Tres advenimientos suyos conocemos: el que hizo a los hombres (la encarnación), en los hombres (la inhabitación) y contra los hombres (el juicio)..." Vino verdaderamente a todos los hombres, pero no así habitó en todos ni vendrá contra todos (Ser.Adv. 3,4:BAC 254). "Se encarnó para todos, pero no todos le permitimos que inhabite en nosotros. Él tampoco vendrá más que contra los que no le hayan querido admitir. Por lo tanto, lo mejor será recibirle en nosotros para que después no haya de venir contra nosotros".

LA PALABRA DE CRISTO I
BAC 97/Pág. 50


7. ADV/AVENTURA

No hay quien pare la vida. Se va. Se nos va. Nos vamos. Tal vez esta sensación de caducidad explique por qué nos aferramos a cualquier cosa y suspiramos, por encima de todo, por un puesto, una posición en la vida, que nos garantice estabilidad y proporcione seguridad. En vano los futurólogos pronostican a medio plazo dos y hasta tres cambios de profesión durante la vida. Nos persigue el fantasma del paro, que diezma y vuelve a diezmar la población.

Queremos un puesto fijo. Pero cada vez hay menos cosas fijas. Lo evidente es el cambio y el consiguiente desbaratamiento de todas nuestras previsiones. Quizá sea ésta la explicación del decantamiento, al menos en los países desarrollados, hacia una política conservadora. Lo que interesa es que todo siga igual. Igual de mal, por supuesto, con tal de que no vaya a peor.

Este ambiente conservador, que empapa y trivializa la política hasta el desencanto, invade también otras áreas de la cultura, sobre todo la religiosa. Exorcizado el fantasma ultra y recalcitrante de Lefèbre, se conjuran todos los intentos renovadores (teología de la liberación), apostando por el continuismo, y así se vuelve la espalda a la fe, que es confianza en Dios, y se busca seguridad en lo de antes. Hay que ser prudentes. Pero se malentiende la virtud de la prudencia, que es providencia y proyección hacia el futuro, convirtiéndola en retrovisión y regresión.

Hace falta un revulsivo que nos saque de nuestras casillas y nos lance con ímpetu a la aventura de la fe. La aventura es la respuesta cristiana al adviento. Ante lo que está por ver y por venir en el horizonte de la esperanza, no caben miedos ni chantajes de seguridad. Lo único seguro ante el adviento es el éxodo, la aventura del éxodo.

Como dicen los profetas y los poetas, hay que hacer camino andando. Ir por el camino trillado es retroceder. Y eso es una actitud suicida frente a la vida y un pecado contra la fe. La fe no es seguridad, sino confianza en la promesa de Dios. Es esperanza.

EUCARISTÍA 1988, 56


8. ADV/QUÉ-ES

Empezamos el tiempo de Adviento. "El tiempo de Adviento tiene un doble carácter: es, en efecto, tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida de Dios a los hombres, y a la vez es un tiempo en que, por aquel recuerdo, las mentes se orientan hacia la expectación de la segunda venida, al fin de los tiempos. Por este doble motivo, el tiempo de Adviento aparece como un tiempo de devota y gozosa espera"

(Normae universales de Anno Liturgico et de Calendario).

Ambos aspectos se contienen en todo el tiempo de Adviento, pero hay una primera parte del Adviento en la que predomina la expectación de la segunda venida de JC y una segunda parte en la que pasa a primer término la esperanza navideña.

Los dos prefacios de Adviento lo sugieren. El primero da como tema de nuestra acción de gracias el que Cristo, cuando vino por vez primera, humilde y semejante a los hombres, nos abrió el camino de la salvación eterna, "para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria..., podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar"; el motivo del segundo es "Cristo, Señor nuestro. A quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento".

Nosotros daríamos seguramente mayor importancia al segundo aspecto, preparación de la Navidad, pero la liturgia nos hace repetir tres semanas el primero y sólo la última semana el segundo. El tiempo de Adviento es sobre todo tiempo de esperanza.

J/VENIDA/ADV:

-La venida gloriosa del Señor. El adviento no sólo es preparación para la venida; él mismo es Venida, Advenimiento. La conmemoración de la venida humilde hace esperar la gloriosa, y no sólo esperarla, sino celebrarla. Especialmente en este primer domingo, que es el gran domingo del Adviento. Por eso san Pablo ha proclamado la venida de Jesús con todos sus santos, y san Lucas nos ha hablado del Hijo del Hombre viniendo en una nube, "con gran poder y gloria".

La liturgia y especialmente la Eucaristía, hace presente todos los misterios de Cristo. No sólo los ya realizados históricamente (nacimiento, pasión, muerte, resurrección), sino el último no realizado aún: la venida gloriosa. En la profesión de fe de cada domingo decimos que "de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos". En la aclamación de después de la consagración clamamos: "¡Ven, Señor Jesús!". Después del Padrenuestro, en que hemos pedido la venida del Reino, el sacerdote añade:"...mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo". Todos nos quejamos de la superficialidad sentimental de nuestra Navidad. Hacemos el belén con ilusión y lo desmontamos con tristeza, porque no nos ha dejado huella, como las estaciones que se suceden. La Navidad será seria si el Adviento lo ha sido, y el Adviento lo será si nos tomamos en serio la venida del Señor. No con miedo, sino esperándolo como Salvador: "Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación".

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1979, 22


9. ADV/DOS-VENIDAS:

En su pleno sentido tiene dos aspectos: la primera venida de Cristo en la humildad y la última venida en toda su gloria. Ambas venidas, el acontecimiento histórico y el del futuro, las hace actuales la liturgia del Adviento. Por ello esta época lo mismo puede iniciar que poner punto final a las fiestas del año litúrgico. Los últimos domingos después de Pentecostés otean ya con ansiedad la Parusía (la venida del Señor al fin del mundo), y los domingos de Adviento que inmediatamente les siguen, vense iluminados por el resplandor que despide la realidad de la Epifanía, la primera venida de Cristo sobre la tierra. Así, el Adviento litúrgico reúne en una sola mirada la primera y la última venida de Dios, sabe darles realidad y solemnizarlas unidas de manera maravillosa e inexplicable, abre y cierra a un mismo tiempo el círculo del año santo, dando a las solemnidades religiosas del año el final deseado e imponiéndoles a su vez un nuevo comienzo. (...)

El Adviento (advenimiento) es más bien la primera y la última palabra de la liturgia del año, por razones esenciales de la liturgia misma. Es la fiesta del que ha de venir, más aún, del que viene siempre y todos los días. Pues así como todas las fases de la redención no sólo aparecen ante nosotros como sucediéndose unas a otras en el transcurso del año místico, sino que también, concentrándose por así decirlo en un solo punto, reviven cada vez que se celebra la santa misa, de la misma manera las venidas de Dios, tanto la primera como la última, se verifican en la liturgia de todos los días. Tal venida en la liturgia es el fundamento del culto, como lo es también de la redención.

Sobre el hecho capital de que Dios ha venido, esto es, ha aparecido en forma visible entre los hombres, descansa la redención que El, al aparecer visiblemente en cuerpo humano, impetró en nuestro favor sufriendo y muriendo por nosotros.

Asimismo, la redención que nos aplica actualmente la liturgia descansa sobre el poder activo de la conmemoración, en el culto, de esta venida y aparición de Dios. Porque Dios ha venido, por eso se da esta gran realidad salvífica en que vivimos: la Iglesia. Y porque Dios renueva de continuo su venida en el culto, por eso existe la liturgia salvadora de la Iglesia, de la cual su vida, es decir, nuestra vida, se alimenta y crece.

Es conmovedor el comprobar cómo ya la humanidad anterior a Cristo vivía anhelando la venida del verdadero Salvador. Los nombres litúrgicos Adviento y Parusía, Epifanía y Teofanía son palabras de origen grecorromano, y nos traen a la memoria recuerdos de la piedad antigua, especialmente de los tiempos helénicos. En aquel tiempo se celebraban en los famosos misterios cultuales las epifanías de los dioses salvadores más venerados y misericordiosos; también el culto imperial romano celebraba jubilosamente en cada nuevo emperador al Deus praesens (Theos epiphanés), al Dios que se hacía presente y aparecía en forma visible entre los hombres y saludaban su visita a tal o cual ciudad como un Adventus Domini y Epiphania, o sea, como una venida del Señor y aparición del Dios.

Esta creencia común en la posibilidad de la aparición de un Dios sobre la tierra, proporcionó a la devoción de la antigüedad decadente una posición de expectativa que la preparaba para la venida del verdadero Dios y que la hizo apresurarse a su encuentro, con su lámpara encendida, en tanto que se extinguía la antorcha de Israel. Con los nombres de "Adviento", "Parusía", "Epifanía" y otros por el estilo, ofrecía la antigüedad pagana el cuerpo de palabras más apropiadas al milagro de la verdadera manifestación de Dios entre los cristianos, y la Iglesia no vaciló en llenar estos recipientes preparados por el paganismo, al cual guiaba la providencia de Dios, con la verdad que ansiaban.

Algo de esta plenitud religiosa conserva aún la palabra "advenimiento" en nuestro modo de hablar corriente; lleva consigo algo de brillantez y fiesta, incluso a veces algo amenazador y terrible, pero siempre va ligado a una idea de triunfo. La palabra "advenimiento", bien se trate de la venida del amigo o del enemigo, expresa una exigencia. Exige que el hombre esté por aquel que llega, le obliga a apartarse de sí mismo y de sus límites y le conduce a un más alto grado de su existencia, a un perfeccionamiento de su esencia humana. Hablando en términos puramente humanos, puede aplicarse esto, sobre todo, a aquellas estremecedoras venidas que llamamos "nacimiento" y "muerte". Allí donde "viene" un niño o donde "sobreviene" la muerte de una persona, tales venidas exigen de dicha persona el máximo; la arrancan, por lo menos durante un cierto tiempo, de los límites de su ser, poniéndola en contacto con una fuerza superior: la vida, que, según el caso, le da o le quita.

Y en el campo religioso, la venida se realiza de un modo singular: es la manifestación de Dios. Esta venida determina toda la vida subsiguiente de aquel hombre a quien Dios viene. La venida de Dios no reclama a los hombres por un tiempo determinado, sino para siempre; no exige sólo parte de sus energías, sino su totalidad. ¡Cosa terrible y feliz al mismo tiempo! Es lo que el hombre más teme y lo que más busca: el despojo, la muerte de su yo y una nueva vida en Dios.

Y si esto fue una realidad para los hombres que vivían en aquel entonces, en el primer adviento de Dios, en la venida de Cristo en carne humana, lo mismo puede obrarse hoy en día en nosotros al hacer memoria, con la liturgia, de este primer adviento.

Así, es de gran importancia para nosotros, ahora que volvemos a empezar la época litúrgica de celebración del Adviento y Epifanía (venida y aparición) de Dios, que renovemos nuestros conocimientos sobre el más profundo alcance de las palabras "venida", "venida de Dios", considerando bien lo que esto exige de nosotros y cuán peligroso resulta el querer eludir tales exigencias. El hecho de no querer admitir la plenitud de Dios que viene a él para divinizar su humanidad, para el impío no significa tan sólo el permanecer siempre imperfecto como hombre; ante todo significa que arroja lejos de sí la gran revelación, la última razón de la existencia del mundo y de la vida, el amor divino, que es el único motivo para que Dios se manifieste a los hombres. Significa que obstaculiza no sólo su propia perfección, sino la mucho más importante de toda la creación, perfección que fue la razón inicial y única de la venida de Dios: la vuelta de las criaturas a Dios, su Padre.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITÚRGICO I
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 27 ss.


10.

El juicio final, que pondrá fin a la historia del mundo -creación y redención-, nos es como anticipado misteriosa y sacramentalmente en las celebraciones litúrgicas, amén de todos los demás hechos de la redención.

Ha ocurrido lo que Cristo dijo cuando se mostró por primera vez visiblemente entre los hombres: "ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera" (/Jn/12/31). La presencia de Dios es juicio; separa a enemigos y a amigos de Dios. Bajo su figura terrena -ya sea la figura humana de Cristo, ya la apariencia visible de la celebración del misterio-, éstos saben descubrir al Dios presente y son salvos: aquéllos hacen como quien no le conoce en la pobreza de su figura externa y se ven precipitados, presos de ceguedad, fuera del santo ciclo de los siempre nuevos advientos del Señor, viniendo a caer en las tinieblas de la incredulidad y del alejamiento de Dios. Así, pues, cada venida de Dios considerada como juicio es un anticipo del fin de todo, de la discriminación última que pondrá punto final al mundo.

Y así es, a modo de juicio y de fin, como la Iglesia vive, especialmente en las últimas semanas del año litúrgico, pero también hoy y en los domingos próximos, la venida de Dios. Para la Iglesia estos domingos, juntamente con la fiesta del nacimiento y manifestación de Cristo -Navidad y Epifanía-, forman el gran Adventus Domini. Verdad es que la liturgia del Adviento conmemora ante todo la encarnación de Dios, su primera venida en carne humana. Pero la humanidad de Cristo, a partir de su resurrección, está inseparablemente unida a los esplendores de su glorificación. A quien la Iglesia espera ahora es al Señor resucitado y glorioso, al Kyrios Jesús elevado a la diestra de Dios después de su pasión y resurreción, al mismo que al fin de los tiempos ha de venir como Señor en toda su majestad a juzgar al mundo.

Esto es lo que da a a la celebración del Adviento litúrgico su característica más profunda y esencial. La Iglesia espera que su Señor y Esposo Cristo venga a juzgarla como Señor del mundo. Pero este juicio está hoy aún lleno de misericordia. Al final de los tiempos, la venida del Señor aparecerá como el rayo y los impíos serán arrojados a la muerte eterna. Hoy, su venida no hace otra cosa que alumbrarnos de modo suave y vivificante, cual sol de primavera. La luz de su venida es, a una, juicio y misericordia; penetra en los corazones y los limpia de maldad. Los pecados de la impiedad y las tinieblas de la dureza de corazón se desvanecen ante el "sol de justicia" (Ml/04/02).

Por eso la Iglesia siente ansia por este juicio vivificante: "Despierta, Señor, tu poder, y ven; nos hallamos en peligro por culpa de nuestros pecados; si nos proteges, venceremos; si nos da la libertad, nos salvaremos" (Orac. primer domingo Adv.)

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITÚRGICO I
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 32 ss.


11. LA ESPERANZA SE ACTÚA DANDO EL PASO SIGUIENTE.ES SIEMPRE ACTIVA. ESPERA/ESPERANZA.LA ESPERA ES PASIVA:NADA PODEMOS HACER POR ACELERAR LA LLEGADA DE LO QUE ESPERAMOS.

Tiempo de adviento, tiempo de esperanza. La esperanza se actúa dando el paso siguiente, dice K. Barth. Y es cierto, porque vivir en esperanza es vivir activamente, colaborar de forma positiva al logro de lo que estamos esperando. Vivimos en esperanza, no en espera; la espera es pasiva; nada podemos hacer por acelerar el momento de llegada de lo que esperamos (un tren, ser recibidos por el médico...). Sin embargo, la esperanza cristiana es por sí misma el motor que acelera la llegada del Reinado de Dios.


12. SIGNO/ENC:

Esperar la Encarnación cada año supone, para el cristiano, en contacto con el misterio hecho presente para él, seguir encontrándose con los signos de la salvación: volver a encontrarse con la Iglesia, con los signos sagrados; volver a encontrar en el Cuerpo de Cristo, significado en la Iglesia y los sacramentos, a todos los hombres y al mundo, llamados a la transformación radical, que la Encarnación realiza en todas las cosas. Esperar la Encarnación es querer entrar más profundamente con Cristo en la muerte, para resucitar con él y entrar con él en el reino. De este modo, esperar la Encarnación es también esperar la vuelta de Cristo al final de los tiempos. Aceptar la ley de la encarnación es la actitud humilde en la gloria: pasar por la humilde ley de la encarnación y ser capaz de descubrir a Dios a través de los signos. Por ejemplo, celebrar la Encarnación significa para la Iglesia una renovación del sentido de lo que es: divina y humana, exigencia nueva de una adecuación siempre mayor de su aspecto humano y su calidad divina, examen de conciencia de que, como instrumento de la presencia de Cristo sobre la tierra, no es, desgraciadamente, el mismo Cristo y debe, en cada instante, intentar llegar a ser su exacto calco. También es el momento, para la Iglesia, de revisar si sus signos siguen correspondiendo suficientemente a esta ley de encarnación que es su fundamento y en la que se juega la santificación de los hombres, la gloria de Dios y la transformación del mundo.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 82


13. CV/ADV:

Todos sabemos lo que es la poda, el corte que se hace a los árboles y a las plantas para que rebroten con más fuerza. Es curiosa la imagen de algunos árboles cuyas ramas no sólo parecen, sino que son muy jóvenes, saliendo de un tronco centenario. El conjunto da la impresión de juventud, lozanía, frondosidad y hasta sus ramas son más elásticas para adaptarse a los espacios disponibles o a la fuerza del viento que parece querer romperlas pero no lo consigue, a diferencia de la dureza del viejo enramado que cruje y se desgaja por no poder adaptarse a la corriente del viento ante quien parecen inclinarse, pero no para someterse, sino para resistir mejor. (...).

Así es el Espíritu de Jesús, como la savia, que siempre corre por el interior del árbol, pero necesita nuevos brotes que renueven sus formas de presencia o hagan más lozana y frondosa su misión. El Adviento es el tiempo del cambio, de la renovación, de la conversión, en el que aparece la invitación a la poda personal y comunitaria.

J. ALEGRE ARAGÜES
DABAR 1989, 2


14. ADV/POEMA:

Hora es ya de esperanzas y de esperas
y vamos a creer en utopías.
Basta ya de sumar melancolías
y añadir fijaciones lastimeras.

Convertir el invierno en primavera
y transformar la noche en pleno día,
poner en las tristezas alegrías,
hacer del amor única bandera.

Es el tiempo gozoso del Adviento,
presagios y noticias orquestadas,
las promesas cargadas de victoria.

Nuestra tierra sintió estremecimiento,
la mujer, toda luz, embarazada,
y un Dios que va a nacer en nuestra historia.

CARITAS
VEN...
ADVIENTO Y NAVIDAD 1993.Pág. 17


15. DESEO/ADV:

«¿Para qué sirve la sed».

Siempre con sed creciente. Siempre con el cántaro a cuestas, camino del pozo. Siempre gritando, como Jesús a la hora sexta, «tengo sed».

«¿Para qué sirve la sed?», preguntaba Machado. La sed produce sufrimiento. La causa del dolor, afirma Buda, es el deseo, la sed. El hombre sufre, porque desea. El hombre moderno sufre mucho, porque desea mucho. Desea todos los objetos que se le ofrecen. Desea a las personas como si fueran objetos, y desea, a veces, a los objetos como si fueran personas. Pero no se satisface, y por eso sufre. Nada le llena. Nada puede ser su todo. El corazón del hombre no se llena con objetos. El hombre no está hecho para las cosas, sino las cosas para el hombre. Hay un momento en que las cosas le seducen y le ofuscan, pero sólo un momento. Cuando tiene las cosas entre las manos, cuando examina y desentraña las cosas, se da cuenta que están vacías.

Tampoco las personas le llenan del todo. Es verdad que las relaciones interpersonales, sobre todo cuando son movidas desde y para el amor; son enormemente gozosas y gratificantes. Pero nunca, ni en el abrazo más íntimo, puede poseerse plenamente a nadie. Perdería su encanto, porque la persona no es cosa que se posee. La persona tiene siempre algo de misterio y siempre se esconde o se aleja algo de nosotros.

-¿Nirvana?

Entonces, ¿no sería mejor quitarle esa flecha envenenada del deseo? El que ya nada desea, vive en el nirvana. También lo decían los estoicos: no quieras que los acontecimientos sucedan de acuerdo con tus deseos, sino acomoda tus deseos a como vienen los acontecimientos. Es un buen principio para conseguir la paz y la felicidad.

Pero entonces ¿para qué celebrar el Adviento? ¿Para qué sirve la esperanza? ¿Qué otra cosa podemos esperar sino el dejar de seguir esperando? ¿Y cómo se entiende el que Jesús llame dichosos a los que tienen hambre y sed de justicia? ¿Y por qué nos enseñó a esperar y pedir un mundo nuevo, el Reino de Dios en la tierra? ¿Y no era él un hombre de deseos ardientes? (cf. Lc. 22, 15). ¿No había venido a traer fuego a la tierra? ¿Y no nos enseñó a orar con gemidos inefables? (cf. Rm. 8, 26).

-Trascenderse

El hombre desea porque quiere trascenderse. El deseo va marcado en las entrañas del ser. El deseo es la ley de la superación. La semilla muere en la tierra, porque desea trascenderse en la espiga. El deseo sexual busca la trascendencia en el amor y en los hijos. Los hombres quieren llegar hasta Dios, porque su barro está modelado a su imagen y semejanza, y porque el mismo Dios los atrae con secreto poder.

Aquí está la raíz de nuestras esperanzas y nuestros Advientos. Cuando nuestros deseos están avalados por la palabra de Dios, sabemos que no serán sólo utopías, sino que algún día, con nuestro esfuerzo y la ayuda de Dios, se convertirán en realidad viva. "¿Para qué sirve la sed?". Pues para que sepas apreciar el agua, para que busques el manantial, para que puedas llegar a ser un venero de agua viva, para que sacies la sed de los demás. ¿Para qué sirve el deseo? Para eso, para que midas tu necesidad, para que valores el don que te falta, para que te prepares a recibirlo, para que busques el medio de conseguirlo, para que una vez conseguido puedas ofrecerlo a los demás.

-¿Para qué sirve el Adviento?

Para que puedas mirar hacia metas más altas, para que rompas la rutina y el aburrimiento, para que pongas color y música en la vida, para que ames más lo que te falta que lo que tienes, para que aprendas a confiar y a esperar, para que agrandes tu capacidad receptiva, para gozarte cuando llegue la Navidad.

Una sola condición: ningún deseo será transformante, ningún deseo será liberador, ningún deseo podrá convertirse en esperanza de Adviento, si no nace desde el amor y para amar, cuando la fuente secreta de todo deseo es el Espíritu creador. Si amas, todos los deseos serán pocos; si no amas, todos los deseos te sobran. Si amas, el deseo te libera; si no amas, el deseo te esclaviza. Si amas, el deseo se convierte en dicha; si no amas, el deseo es fuente de tristeza o desesperación. Si amas, el deseo prepara la Navidad; si no amas, el deseo termina en aborto. El deseo de amor engendra amor; el deseo egoísta engendra vacío. Ama y desea. Ama y espera. Entonces el Adviento y la Navidad se dan la mano.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Págs. 31 ss.


16. PO/M/ADV:

«Cuando venga mi Hijo, 
me callaré.
Si él es la Palabra 
yo ¿qué?...

Belén está ya cerca, 
casi se ve.
Se acaba la tarea 
que comencé.

Porque cuando en mis brazos 
nacido esté, 
el "hágase" que dije 
repetiré.

Y ya no diré nada.
Ya ¿para qué?

Si él es la Palabra me callaré».

JL. M. DESCALZO


17.

Tu Adviento debe orientarse y programarse así:

--Ora. Repite apasionadamente, como la esposa, el «Ven, Señor Jesús», o el «Venga a nosotros tu Reino»; levanta tus manos suplicantes y tu corazón en vela. Tu solo no puedes adelantar ni la llegada del Reino ni la venida del Señor. Suplica: Ven. Ora también meditando a los profetas, los que cultivaron la esperanza del pueblo. Céntrate en las grandes figuras de Adviento, como Juan el Bautista, el que tanto sabía de preparaciones y llegadas. Y, sobre todo, no dejes de fijarte en María, la que culmina todas las esperanzas de los hombres.

--Vigila. «Estad en vela». Se nos cierran muchas veces los ojos por el sueño o el embotamiento. Por eso nos resbala la vida, desconocemos los signos y se nos escapa el misterio. Puede que venga el Señor y no nos enteremos. Vivimos demasiado superficial y distraídamente, y así no hay posibilidad de Adviento. Vivimos buscando el placer, la diversión y el descanso, y así la vigilancia se duerme. Vivimos más del presente que de la promesa, y así la esperanza se muere.

Pues «ya es hora de espabilarse». Debemos vivir en tensión, «como en pleno día». Hay que ser lúcidos y conscientes. «Daos cuenta del momento en que vivís». Procurad interpretar los signos de los tiempos.

--Trabaja. Pon tus manos, tu corazón y tus talentos al servicio del Reino. «Nos sacaste del desierto con el alba y nos dijiste: levantad la ciudad». Quiere decir que has de luchar por la justicia, que debes construir la paz, que debes esforzarte en el cambio de estructuras, que debes hacer triunfar la caridad. El Reino de Dios no baja del cielo espectacularmente. Dios quiere valerse de nosotros para hacerlo realidad.

Y trabaja también en ti mismo, en tu propia renovación, para combatir tus negatividades, para llenarte de ideales y compromisos. 

--Confía. Con un talante escéptico o resentido, o amargo y pesimista, nada se puede construir. Confía. Primero en ti mismo y en tus capacidades. Tienes tus valores y carismas. Los talentos concedidos no deben ser enterrados.

Pero no confíes sólo en ti. Confía, sobre todo, en la fuerza que viene de lo alto. Para Dios todo es posible. Confía, porque el Espíritu, la Fuerza de Dios, se te ha comunicado. Confía, porque el príncipe de este mundo ya está vencido y la salvación ya está en marcha. 

--Ama. Al reino del amor sólo se llega desde el amor, amando. Al Rey del amor sólo se le puede recibir con amor, amando. La civilización del amor sólo se puede construir en el amor, amando. Amando se adelanta el cumplimiento de las promesas, como fue el caso de María. Amando se encuentra antes al que se busca. Amando llega más pronto el que se espera. El amor, en definitiva, es la preparación mejor, el camino más recto, para llegar a Belén y celebrar la Navidad.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Págs. 31 s.