CRISTOLOGIA

 

INDICE  SISTEMATICO

I.-  INTRODUCCION.

II.-  CRISTOLOGIA BIBLICA:

      2.1.-  La espera del Salvador (A.T.).

      2.2.-  La cristología en el Nuevo Testamento.

III.-  CRISTOLOGIA  HISTORICO-DOGMATICA:

        3.1.- La formulación del dogma cristológico.

        3.2.- La teología cristológica.

IV.-  CRISTOLOGIA SISTEMÁTICA:

       4.1.- La cristología fundamental.

       4.2.- Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios.

       4.3.- La salvación, obra de Cristo.

V.-  DIVERSAS CUESTIONES  CRISTOLOGICAS:

       5.1.- La encarnación del Hijo de Dios.

       5.2.- El conocimiento humano de Cristo.

       5.3.- La voluntad humana y el sufrimiento de Cristo.

       5.4.- La santidad de Jesús.

       5.5.- La unión hipostática.

       5.6.- Profundización en el conocimiento de Jesús.


 

                        I.-  INTRODUCCION  GENERAL.

 

                        Jesucristo es el centro, la culminación y la realización plena del plan de Dios.

                        Pero ¿ conocemos verdaderamente a Cristo?. Podemos conocer su vida y su personalidad aplicando la inteligencia iluminada por la fe, reflexionando sobre todo lo que ha dicho y enseñado, llegando a una visión teológica del misterio de su persona y de su obra salvífica. Esto es lo que nos proponemos a continuación, "hacer cristología", esto es, conocer a Jesucristo.

                        A ello se ha dedicado la Iglesia desde sus orígenes, los Padres de la antigüedad, los teólogos de todos los tiempos y culturas y los místicos. A veces también hubo interpretaciones insuficientes o errores que la Iglesia condenó con el fin de reconducir la reflexión y conocimiento verdadero de Cristo.

                        A nosotros nos toca ahora profundizar, conocer, vivir y testimoniar a Jesucristo. Guiados por la enseñanza bíblica, la voz de la Tradición, nuestra experiencia de vida con Cristo guiada por el Espíritu será posible llegar al conocimiento de Jesucristo que constituye el fin último de todo estudio teológico.

                        Nuestro método será "teológico": "creer para comprender", clave de todo conocimiento teológico y "comprender para creer", esfuerzo necesario para beneficio de nuestra fe y vida cristiana.

                        El presente trabajo, dividido en cuatro bloques, aborda: la llamada cristología bíblica (partiendo de la espera del Mesías en el Antiguo Testamento, los datos del Nuevo Testamento nos mostraron la génesis de toda reflexión cristológica); desarrollo del dogma cristológico (haciendo eco de los principales concilios, así como de las herejías, sus autores y los principales defensores de la verdad sobre Cristo); la cristología sistemática a la que se une la soteriología (la afirmación básica de que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, así como su obrar salvífico a favor del hombre y de todos los hombres será el centro y el núcleo desarrollado); y finalmente una exposición de diversos temas relacionados con Cristo (que se ofrece como propuesta ordenada y orgánica de las principales afirmaciones de la reflexión teológica sobre la santidad, libertad, conocimiento y la unión hipostática de el Señor Jesús).

                        Finalmente concluir con la afirmación de que el camino para conocer a Cristo no concluye con el estudio de este texto, casi podríamos decir que se reinicia. Así pués, con el deseo de recorrerlo con docilidad por el Espíritu, nos encaminamos a abordarlo.

 

                        II.- CRISTOLOGIA  BIBLICA.

 

                        2.1.- LA ESPERA  DEL  SALVADOR  (A.T.).

 

                        El Salvador esperado por Israel tiene un nombre: es el Mesías, el que está consagrado para realizar el plan que Dios ha proyectado desde siempre para la salvación de la humanidad. Sus distintivos le serán revelados progresivamente al pueblo elegido a través de las vicisitudes históricas y de las intervenciones proféticas, mediante un proceso que irá poco a poco perfilando un mesías que es rey, profeta y sacerdote, siervo paciente, y que presentará rasgos cada vez más marcadamente trascendentes. A esta revelación progresiva responde por parte del pueblo de Israel la espera ininterrumpida e impaciente del liberador enviado por Dios. El mesianismo es, pues, una dimensión constitutiva de Jesús.

                        En el discurso salvífico hay una continuidad, que abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento y que no es posible desatender. Las profecías abarcan un periodo amplísimo que va de la monarquía davídica a los tiempos de Jesús, y ofrece numerosos anuncios relativos al futuro salvador o a la futura salvación.

                        Por todo ello, abordaremos un cuadro global de las representaciones mesiánicas destacando los filones centrales y mostrando sus conexiones recíprocas. Así estudiaremos los principales testimonios concernientes al mesianismo real, profético, sacerdotal y apocalíptico.

 

                        a)El mesías rey.

 

-         Evolución del concepto.

El mesianismo bíblico tiene un considerable desarrollo que se remonta incluso a la época precedente a la institución monárquica, pues se habla también de mesianismo preisraelítico o patriarcal. Sin embargo, es a partir del siglo X, con la monarquía davídica cuando el fenómeno profético adquiere contornos suficientemente precisos. En este período el mesías, el que realizará las promesas divinas trayendo justicia, paz y salvación a Israel, es presentado como un rey extraordinario descendiente de la estirpe de David.

Al principio el título es referido al rey, visto como el consagrado por el Señor para realizar la alianza y transmitir las bendiciones divinas. Pero luego el rey es simplemente la figura del futuro mesías.

Así pues, inicialmente la promesa de un mesías enviado por Dios para salvar a su pueblo se expresa con categorías reales. El primer anuncio en este sentido es el del profeta Natán (2Sam.7,11-16), en que Dios promete a David un reino duradero a cuyo frente estará un descendiente suyo. Al rey se le reconoce el papel de lugarteniente de Dios, según lo indican el título de siervo, y sobre todo el rito de la unción real, que parece tener un carácter religioso y que hace del rey el garante de la alianza.

-         Los  salmos.

                       El eco de la espera de un mesías rey se escucha claramente en algunos salmos reales (Sal. 88,20-38; Sal. 2,7 yss.; Sal. 110, 1-3) en que se hace referencia a una misión especial confiada al rey mesías pero sin definir sus contornos; en los textos recordados sólo se habla de la instauración de un reino que durará para siempre; y en otra parte se dice que será un reino de justicia y de paz (Sal. 71, 5-7.16-17).

-         Isaías.

                       El contenido de esta misión y la figura del rey mesías destacarán con mayor claridad comenzando por las profecías de Isaías.

                        El primer indicio de la nueva orientación se encuentra en la profecía del Enmanuel (Is.7,14 s). En ella se anuncia el repudio de la casa de David, pero prometiendo a la vez el nacimiento de un niño con el que estará Dios. La misión de este misterioso personaje la describirá el profeta reiteradamente.

-         Jeremías.

                       En él el tema mesiánico reviste una función poco importante, no obstante contiene una sección muy interesante (Jer. 21,11-23). Se trata de un discurso de consolación directamente dirigido a los exiliados de Babilonia, en el que se promete una salvación que, en la perspectiva profética, funde el horizonte escatológico y el de una restauración política (Jer. 23, 5 y ss.). La atención parece dirigirse aquí a un rey mesiánico ideal, que aparecerá en los últimos tiempos y será portador de paz y bienestar.

-         Ezequiel.

                       Este carácter marcadamente escatológico se encuentra también en el rey mesías anunciado por Ezequiel. Se lo presenta como un pastor ideal que cuidará de las ovejas de Israel. (Ez. 34. 23 y ss.). Se trata de un texto decisivo en el que el profeta habla de un rey ideal futuro, pero que es un "representante" de Dios, que es en realidad el verdadero soberano.

-         Zacarías.

                       El mesianismo real alcanza su vértice al final del período postexílico, comenzando por los anuncios del profeta Zacarías (Zac. 9,9 ss.). En este texto posterior al final de la dinastía davídica, la espera aparece ahora enteramente centrada en un mesías rey escatológico, que será santo, traerá la salvación y será humilde.

                        Se trata de una de las más puras profecías mesiánicas, no sólo por la falta de referencia política, sino además porque el anuncio salvífico es universalista, y porque en ella se descubren acentos que anticipan los cantos del siervo de Yahvé.

 

                        b) El mesías, profeta, siervo y paciente.

                       

                        Profeta es el que habla en nombre de Dios, siendo numerosas las figuras del Antiguo Testamento en relación con la misión profética, que los presenta como hombres de Dios, coherentes hasta el heroísmo en el cumplimiento de su misión. Tal figura es empleada por Dios para representar al futuro mesías, cuando la del rey esté desgastada y resulte inexpresiva.

                        Esta nueva apertura mesiánica se halla presente en el Deuteroisaías, sobre todo en los cuatro poemas del siervo de Yahvé, si bien se la encuentra aunque apenas aludida, en profetas como Jeremías y Ezequiel, los cuales durante el destierro se solidarizaron con los israelitas afrontando sacrificios y sufrimientos. La figura del mesías que destaca en los cantos de Isaías, es la del profeta que acepta sufrir y morir por su pueblo. Es la imagen "más pura y más clara" de todo el Antiguo Testamento.

-         El primer canto describe la investidura del siervo de Yahvé (Is. 42, 1-4).

-         El segundo canto es la historia de la vocación del siervo paciente (Is. 49, 1-6).

-         El tercero presenta la inmensa confianza en Dios (Is. 50, 4-9).

-         El cuarto canto presenta la imagen del mesías paciente (Is. 52, 13-53,12).

                       La identificación histórica del siervo es hoy objeto de polémica. Si bien, en un análisis individual, la referencia a un mesías paciente definitivo parece indiscutible, bien porque los rasgos recordados no se realizaron -todos juntos- ni en personajes históricos de la época ni en el pueblo de Israel, bien porque la Iglesia ha reconocido en el siervo paciente la prefiguración de Jesús.

 

                        c) El mesías sacerdote.

 

                       El tema del mesías sacerdote está poco subrayado en el Antiguo Testamento. Esta representación refleja una situación particular creada después del destierro. Tras un breve periodo en el que Israel tuvo dos jefes, uno de estirpe regia y otro de estirpe sacerdotal. En este contexto, el mesías escatológico es esperado de la descendencia de Aarón.

                        En realidad, el mesías sacerdote que el Antiguo Testamento recuerda con mayor insistencia, rompe los esquemas tradicionales: no desciende de Aarón, sino que es según el orden de Melquisedec (Sal. 110,4), el rey sacerdote mencionado por el Génesis antes que el mismo Aarón (Gen. 14, 18).La novedad de este mesías sacerdote se desprende también de las características del culto que se celebrará en Jerusalén, que es descrito a grandes rasgos en las visiones proféticas. Se trata de un culto que exigirá una gran pureza interior, estará desvinculado del culto de entonces, tendrá carácter universalista y cósmico y comprenderá la ofrenda de un nuevo sacrificio.

 

                        d) El mesianismo apocalíptico.

      

                       El mesianismo apocalíptico, iniciado a comienzos del siglo II a. C.. cuando la fe judía se ve amenazada, como ocurrió con la persecución de Antioco IV Epífanes. En este período se desarrolla la literatura de tipo apocalíptico, que proclama el próximo advenimiento de Dios para juzgar a los imperios humanos y eliminarlos, intentando así infundir esperanza en la victoria definitiva del Señor. A esta literatura pertenece también el Libro de Daniel en el que se hace mención del mesías apocalíptico.

                        En el mesías se recapitula "el reino de los santos del Altísimo" (Dan. 7, 18.22.25.27). Por tanto, el hijo del hombre, o sea, el mesías, es presentado en definitiva como un ser trascendente de origen celeste.

Así lo han interpretado la tradición apocalíptica y el mismo Jesús, que se identificó con él en presencia de Caifás y del sanedrín en el momento culminante de su ministerio (Mc. 14, 61 ss).

 

e) Observaciones finales.

 

El cuadro del desarrollo del mesianismo es en su conjunto aceptable, aunque por el carácter algo provisional de varias interpretaciones se advierte claramente que la investigación de estos textos sigue abierta. En buena medida cabe suplir estas lagunas de la investigación histórica considerando las promesas mesiánicas a la luz de su cumplimiento en Jesucristo.

Se pasa pues, de la imagen del mesías rey a la del mesías como siervo paciente y a la del mesías del hombre, respetando una continuidad fundamental. El mesianismo realizado por Jesús es algo original, pero que reviste los rasgos más puros de la tradición veterotestamentaria. Jesús dio la preferencia a la figura mesiánica del siervo descrito por Isaías, a la que permaneció fiel durante todo su existencia, hasta la cruz, porque vió en la humillación y en el sufrimiento el único camino eficaz para dar la salvación a los hombres.

 

2.2.- LA CRISTOLOGIA EN EL NUEVO TESTAMENTO.

 

Centramos aquí la atención en la enseñanza oral y escrita de la Iglesia apostólica, o sea en la cristología vista a nivel tradicional y redaccional, considerando así los testimonios cristológicos de la Iglesia primitiva, comenzando por los más antiguos para pasar luego a los sinópticos, los de Pablo y de Juan.

 

a)      La cristología más antigua.

 

                       El anuncio de la salvación traída por Jesús se inicia en el ambiente palestino. De ese modo no ha llegado a nosotros ningún testimonio directo, ya que todas las fuentes neotestamentarias se elaboraron en un ambiente cultural helenístico. No obstante, en esas fuentes es posible todavía percibir el eco de la predicación más antigua, recogido en algunas formulaciones de fe que se remontan con toda probabilidad a los comienzos. Concretamente se trata de "cristalizaciones" de la predicación primitiva, cuyo objeto es primordialmente la muerte y resurrección de Jesús.

 

-         Kerygma.

                       La primera referencia a este respecto son los discursos referidos en el Libro de los Hechos, que anuncian sobre todo la resurrección y glorificación de Jesús de Nazaret. Es paradigmático el discurso de Pedro en pentecostés. Al Jesús que fue condenado a muerte, Dios lo ha resucitado (He. 2, 32-36) y lo ha proclamado Señor, o sea partícipe de la omnipotencia divina, y Mesías, consagrado para una misión salvífica (He. 2, 33); por tanto es Dios y salvador del hombre. Cristología y soteriología forman aquí una unidad inseparable.

                        El hombre Jesús se transforma en el salvador del hombre.

                        A la predicación más antigua pertenece igualmente el texto de 1Cor 15, 1-7. En él recuerda Pablo lo que con anterioridad ya ha anunciado, y que él mismo ha "recibido", a saber: la muerte de Jesús por "nuestros pecados", su sepultura y resurrección, hechos acaecidos todos ellos "según las Escrituras". También este es un texto cristológico de sumo valor, cuya autenticidad puede estimarse indiscutida.

 

-         Homologías.

 

                       Las homologías o fórmulas de exclamación con las que se proclamaba la fe en Jesucristo, se encuentran entre los testimonios cristológicos más arcaicos. Algunas aclamaciones proclaman que Jesús es el Señor, y hasta el único Señor, e igualmente, que es el Mesías, el Cristo. Otras en cambio, aplican a Jesús el título de Hijo de Dios, título que la Iglesia primitiva interpreta en sentido propio.

 

-         Confesiones de fe.

        

                      Preludio de los símbolos más amplios de los siglos sucesivos. Entre estas confesiones de fe revisten suma importancia las que intentan expresar la identidad de Cristo, que es hombre y Dios.

 

-         Himnos cristológicos.

    

                       Que muy probablemente  provienen de la liturgia de la Iglesia primitiva. Y que intentan celebrar el drama divino del Redentor, que baja del cielo para redimir a los hombres y vencer a las potencias cósmicas hostiles después de haber sido exaltado a la gloria. En general se distinguen por la solemnidad del estilo, por una introducción que a menudo les precede, y por el pronombre relativo "el cual", referido a Cristo, sin nexo directo con la introducción misma.

                        Su enseñanza puede resumirse básicamente en los siguientes términos: El Salvador es uno con Dios e igual a él; es mediador de la creación y de la redención; baja del cielo para vivir entre los hombres, despojándose de su poder; muere en un acto de obediencia a Dios, siendo resucitado; realiza la reconciliación de los hombres y del cosmos con el mismo Dios; finalmente es exaltado y colocado a la derecha de Dios.

                        Tal es la cristología de los comienzos.

                       

 

 

 

b)      Estadio palestino y helenístico.

 

                       Desde los orígenes, la fe de la Iglesia profesa en la predicación y en el culto la presencia de un salvador que es el mesías, su muerte y su resurrección por los pecados de los hombres, así como su unidad con Dios. Profundizar la comprensión de este núcleo revelado a fin de expresarlo mejor y hacerlo más accesible fue la tarea a la que se entregó la Iglesia del siglo I, valiéndose para ello de aquellas categorías contemporáneas que parecían más idóneas.

 

                        I/ Ambito palestino.

                         En el ámbito palestino son tres los títulos principales que la comunidad atribuyó a Jesús para designar su dignidad mesiánica y divina.  Así "Maran(a)" que significa Señor. Título que se encuentra en el original arameo, también en el Nuevo Testamento (1Cor 16, 22; Ap. 22, 20), en un contexto manifiestamente litúrgico.

                        Jesús es calificado también como "Bar Nasha", el Hijo del hombre, que debe venir para el juicio final. Título que arranca del mismo Jesús (Mt.26, 64 par.), que tiene un doble significado en su aspecto celeste y terrestre, resultando así un modo de expresar en el ambiente palestino el misterio de Cristo, que es Dios y hombre; el mismo sujeto desarrolla un ministerio terrestre a favor de los pecadores, y tiene el poder de juzgar a los hombres con autoridad divina.

                        Por último, el tercer título, el de Mesías, que según es sabido, en el ámbito palestino significaba "ungido" (Christós), y que designaba justamente por lo general al rey de Israel.

 

                        Ii/ Ambito helenístico.

                       Los títulos recién expresados de Señor, Hijo del hombre, y Mesías, tenían un diverso valor para un judío y para el que provenía del paganismo. En el mundo helenístico las categorías bíblicas eran desconocidas; su atención iba más dirigida a la dimensión ontológica de la salvación que a la funcional. Salvación que se consideraba abierta a todos los hombres y obra de un ser celeste enviado a liberar al alma humana de la cárcel de la materia.

                        Sin embargo, esta especie de gnosis ante litteram no ofreció los contenidos a la fe cristológica, como estimaban Bultmann y su escuela.

                        Los textos en los que se inspiró fueron sobre todo sapienciales, en los que se presentó a Jesús como la sabiduría, el Logos del Padre hecho persona.

 

c)      El Cristo de los Sinópticos.

 

-         Marcos.

                       El evangelio de Marcos, que es el primero en orden cronológico. Ante todo, en él Jesús es designado como el Cristo (Mc. 1,1.14), el mesías esperado por Israel. Además es llamado con frecuencia el Hijo del hombre. En cuanto tal, es el que vendrá con poder para el juicio final (Mc. 8, 38); pero frecuentemente este título remite también a la existencia terrena de Jesús, sobre todo al misterio pascual (Mc. 2, 10,28).

                        Sin embargo en Marcos, el título más importante es el de Hijo de Dios que aparece en diversos textos como el encabezamiento del evangelio, el de la lucha de los demonios, el de la transfiguración, y el de la crucifixión. Siendo así que las relaciones de Jesús con Dios entran, según Marcos, en el plano de una filiación propia y única de la que Jesús es plenamente consciente.

                        Característica de Marcos universalmente conocida es el llamado "secreto mesiánico", o sea, el misterio de la identidad mesiánica y divina de Jesús. Que sólo se pone plenamente de manifiesto a los discípulos después de la muerte y la resurrección, que son el centro final de atracción de todo el evangelio. Con lo que Marcos relaciona la cristología con la soteriología.

 

-         Mateo.

                       En el evangelio de Mateo, la cristología se presenta más articulada, además fuertemente marcada por la experiencia de la comunidad cristiana en la que maduró, ya que es de origen judío. Y presenta aspectos nuevos de la personalidad de Jesús, como son el verle como nuevo legislador y sabiduría de Dios; como el mesías , que es mas grande que el templo, pero descendiente de Abraham y de David; como el que cumple las escrituras.

                        Sin embargo, se encuentran también los rasgos comunes a la tradición apostólica en la que se inspira Mateo. Y así Jesús es el Señor, es el Mesías, el Cristo, el Hijo de David, el Hijo del hombre. Pero estos títulos son insuficientes para definir por sí solos la personalidad de Jesús; por eso añade Mateo el de Hijo del Dios vivo (Mt. 16,16), o bien Señor (Mt. 15,22; 20,30). Finalmente Jesús es designado como el Hijo que tiene una relación única con el Padre. Si bien, en este evangelio falta la intención de definir la personalidad de Jesús en el plano ontológico, ya que la presentación que de él se hace en el mismo, corresponde más a categorías bíblicas.

 

-         Lucas.

                       La enseñanza de Lucas recoge la mayoría de los contenidos que hemos visto en Mateo. Siendo sus rasgos característicos los derivados de la consideración que hace de la existencia de Jesús en el marco de la historia de salvación. Apareciendo Cristo como la culminación de la espera veterotestamentaria, pero también como el principio del nuevo periodo de la historia salvífica, que a través de la predicación apostólica abarca a todos los pueblos. En particular, la historia salvífica se explica toda ella a partir de la resurrección gloriosa de Jesús; sólo el encuentro con el Resucitado aclara el sentido de las Escrituras (Lc. 25,45) y da principio a la misión.

                        Naturalmente Lucas también emplea los títulos tradicionales asociándolos entre sí. Subrayando especialmente la bondad de Jesús; Lucas se complace en insistir en su misericordia con los pecadores, le gusta contar escenas de perdón y subraya la ternura de Jesús con los pobres y los humildes. Jesús es imagen del Padre, de un Padre infinita e inesperadamente misericordioso.

 

d)      La cristología de Pablo.

                

                       En la reflexión cristológica de Pablo entran diversos elementos, los principales son: la revelación que Jesús le hizo personalmente (Gal.1,12), la aportación de la tradición eclesial, la experiencia de predicador y fundador de comunidades cristianas y, además, su experiencia en la cárcel. En su cristología se da una profundización homogénea, que  a través de tres movimientos, pasa de la enseñanza soteriológica de la Iglesia primitiva, centrada toda ella en el acontecimiento pascual y en la parusía a la participación del creyente en la vida misma del Resucitado mediante la justificación , para llegar finalmente a la reflexión sobre el misterio de la persona de Jesús. En cuanto a las cartas pastorales, siguen presentando a Jesús en la perspectiva soteriológica como único salvador del hombre.

                        Así Jesucristo es presentado como preexistente junto al Padre: es de naturaleza divina, igual a Dios: a pesar de ello, se despojó de esta dignidad y se hizo hombre, adoptando la condición de siervo y obedeciendo hasta la muerte, por lo cual Dios lo resucitó y le proclamó Señor (Flp. 2,6-11). Este Cristo es además imagen del Dios invisible, engendrado antes que toda criatura.

                        En cuanto a los títulos cristológicos recordamos lo más importantes y que más se repiten. Pablo se dirige a Jesús llamándole Cristo, también Señor, y le reconoce un "nombre por encima de todo nombre" (Flp. 2,9-11); e  Hijo de Dios.

                        Finalmente señalar que en cuanto al valor de los títulos de Señor y de Hijo de Dios, no sólo significan la filiación eterna (preexistencia) de Jesús, sino también indirectamente su divinidad. En particular, el título de Señor coloca a Jesús en la intimidad inaccesible de la subsistencia divina; si puede preexistir respecto a las criaturas, es porque está siempre junto al Padre.

 

e)      Jesucristo en los escritos de Juan.

 

                       La cristología de Juan constituye la cima del desarrollo doctrinal del Nuevo Testamento. A pesar de su originalidad, está en continuidad con la de Pablo y con la de los sinópticos. Además, aquí más que en ningún sitio, la cristología está vinculada a la soteriología, según se desprende del mismo prólogo del evangelio y, de modo sintético, de su conclusión (Jn. 20,31).

                        En particular, del prólogo se sigue que el Logos, la Palabra de Dios, designa a Cristo salvador tal como por Dios Padre fue previsto en el Hijo en el origen de los tiempos, y que realizó el plan divino. Este plan se lleva a cabo plenamente en Cristo; él es el mediador único y definitivo, gracias al cual existe la creación, se da la vida, y la luz de la verdad brilla en el mundo. El es el salvador de los gentiles (Jn. 1,1-9), y también de Israel (Jn. 1,14-18). Y todo ello se debe al hecho de ser él el Hijo único, presente desde siempre en el seno del Padre.

                        Juan aplica a Jesús muchos títulos, que toma de la tradición histórica: títulos que lo califican con referencia a su condición humana ( maestro) y a la gloriosa de resucitado (Señor); títulos que Jesús acepta con reservas (mesías, profeta y rey), por entenderlos mal sus contemporáneos; títulos que manifiestan su dignidad divina (Hijo de Dios, Hijo del hombre, Hijo unigénito, Salvador, Logos y Dios).

                        Otro contexto importante en el que destaca la identidad de Jesús son los relatos de los milagros. En Juan los milagros son signos que, desde la vida pública a su muerte y resurrección, revelan progresivamente la presencia en Jesús de la gloria de Dios y su misión de salvador del hombre. Siendo el punto culminante de la autorrevelación de Jesús el discurso de la última cena.