MARTES DE LA SEMANA 10ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- 2Co 1, 18-22

1-1.

Ver DOMINGO 07B


1-2.

Las relaciones de Pablo con los discípulos de Corinto no siempre fueron tranquilas. En el año 57 se produce una especial crisis en Corinto y se reclama la presencia de Pablo (2 Cor 1, 23-2, 1).

Pero para no dar la impresión de "gobernar su fe" (v. 24), Pablo renunció a ese viaje, con lo que se ganó inmediatamente el reproche de "no tener palabra" (vv. 17-18).

Pablo responde en unos cuantos versículos a esa acusación de duplicidad recordando que es ministro de un Cristo que no es más que "sí" (vv. 19-20) y termina su demostración con una breve fórmula trinitaria (vv. 21-22).

a) En Cristo, en efecto, no se encuentra ningún rastro de duplicidad: ha dicho sí a su Padre sin la menor reserva (v. 19) y esa obediencia ha permitido a Dios cumplir sus promesas y ser El también fiel (v. 20a); ha permitido igualmente a los hombres que están unidos a Cristo responder sí, a su vez, al Padre (v. 20b), practicando así la sinceridad.

Pablo, ministro que proclama a ese Cristo y cristiano que vive de ese Cristo, no abriga tampoco duplicidad en su corazón cuando se compromete y empeña su palabra. Y, así también, todo cristiano dice sí a los hombres y ese sí es como el eco del de Dios.

b) Los vv. 21-22 constituyen una fórmula trinitaria. Al Padre le corresponde la unción y el sello; al Espíritu, el don de las arras de la gloria; al Hijo, el afianzamiento de la fe. Este reparto de misiones es más literario que doctrinal. El sello y la unción designan, probablemente, el bautismo; las arras son el Espíritu mismo, considerado por San Pablo como prenda de la vida eterna futura; el afianzamiento procurado por Cristo es la participación de su sí en la obediencia que es garantía del cumplimiento de las promesas.

La mentalidad moderna manifiesta una sed de sinceridad como nunca: la psicología y la sociología desenmascaran falsas verdades consideradas hasta ahora como tabúes, el arte tiende a la mayor sencillez y rechaza toda clase de florituras hasta hacerse abstracto, la opinión pública condena menos la falta o el error que la no autenticidad o la hipocresía de un personaje o de un sistema y aun cuando esas diferentes exigencias de sinceridad no sean negadas en la Iglesia, ésta se adapta afortunadamente a la mentalidad moderna no sacrificando la sinceridad a la verdad.

Sin embargo, ¿no es precisamente eso lo que hemos hecho muchas veces elaborando una casuística que conseguía decir lo contrario de la ley acudiendo a distinciones sutiles o a restricciones mentales, absolutizando posiciones o definiciones que no eran más que el reflejo de condiciones históricas pasajeras? Si el mundo moderno tuviera que hacer un nuevo catálogo de las virtudes, está claro que colocaría a la sinceridad, entre las virtudes llamadas "cardinales". Ahora bien, la Iglesia, con su autoritarismo obliga a muchos de sus miembros a adoptar actitudes oportunistas, o a refugiarse en el secreto. Estas actitudes no pueden considerarse como una respuesta a las exigencias modernas y evangélicas.

El Concilio Vaticano II ha desmontado una serie de instituciones eclesiales que obstaculizaban la sinceridad de la conciencia; pero la reforma no tendrá efectividad si cada individuo no se reforma a sí mismo y aprende a educar su conciencia y después a obedecerla abiertamente y sin desmayos.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 35


1-3.

He ahí un ejemplo concreto del género de prueba que Pablo tenía que superar. La comunidad de Corinto estaba en plena ebullición, con grupos de cristianos, opuestos los unos a los otros sobre cuestiones graves que la primera Epístola a los Corintios trataba de resolver. Pero debieron de continuar las querellas e incluso los adversarios de Pablo habían lanzado contra él unas acusaciones que le obligaron a defenderse.

-Hermanos, tomo por testigo la fidelidad de Dios: la palabra que os dirigimos no es "sí" y "no" a la vez.

Debieron de acusar a Pablo de ser "mudable", de no saber tomar partido. Contestando a las preguntas que le hacía la Comunidad, debió de matizar de tal manera para no herir a nadie que ahora se le reprocha ser un indeciso que no sabe lo que quiere.

Sucede a menudo que el hombre "conciliador" se encuentra dividido en su afán de querer conciliar puntos de vista y personas opuestas.

Pero Pablo se defiende. Su única fidelidad no es a los partidos humanos sino a Dios. Se apoya en Dios: "tan verdadero como Dios es fiel" he tratado de ser sincero con vosotros. El mundo moderno va descubriendo las leyes de la comunicación entre las personas. Nada hay más difícil que «comunicarse». Muchas divisiones e incomprensiones provienen del «lenguaje». Las palabras no tienen el mismo sentido para todos. Se hiere sin quererlo.

¡Señor, ayuda a los hombres a comprenderse! Ayúdame a que mi lenguaje sea «sí» y "no", claro y neto.

-El Hijo de Dios, Jesucristo, que os hemos anunciado nunca ha sido a la vez "sí" y "no".

Siempre ha sido un "sí".

Esta definición de ti, Señor, que hoy descubro, me encanta. Cristo es un "sí". Sí, es decir, "lo positivo"; "la claridad", «la simplicidad», "la franqueza". "la acogida", "la aquiescencia", «la disponibilidad». Sí es la palabra del matrimonio, del amor, del consentimiento del otro.

Sí, es el símbolo de un «ser que no está vuelto en sí mismo» sino «que se vuelve hacia el otro».

Sí es una "respuesta". Hay que ser dos para que exista un sí, en correspondencia a la secreta espera del otro. De esta manera el «sí» termina y satisface una espera. Jesús es «aquel-que-ha-dicho-siempre-sí-a-Dios». Que sea yo también un «sí».

-Todas las promesas hechas por Dios han tenido su «sí» en Jesucristo.

Jesucristo es el «sí» de Dios. En Jesús, Dios ha dicho «sí» al hombre. Es también una especie de matrimonio, una alianza. ¡Qué misterio! Dios se ha comprometido conmigo, como el esposo se compromete con su esposa.

Ahora bien, Dios es fiel. Y ¡yo lo soy tan poco!

-Es también por Cristo que decimos "amén" a Dios, nuestro "sí" para su gloria.

El término «amén» en hebreo es el equivalente a nuestro «sí» .

En las liturgias de la misa trataré de pronunciarlo pensando en lo que digo. Decir «sí» a Dios. Y en mi vida cotidiana lo pronunciaré mejor por los actos de cada día.

"Es por Cristo que decimos "sí" a Dios." Ciertamente, «por mí mismo» sería incapaz de ello.

-Dios nos marcó con su sello -nos ha consagrado- y, en avance a sus dones nos ha dado: al Espíritu Santo que habita en nosotros.

Pablo partió de una discusión en la que se defendía de los ataques contra su propia persona: pero lo vemos ahora elevado a los más altos misterios. ¡La inhabitación del Espíritu en el corazón del hombre! Pablo era un hombre consciente de llevar a Dios consigo.

Señor, ¿es esto verdad? Y es sólo un «a cuenta», un «primer avance», ¡un comienzo de lo que será un día total y definitivo! ¡Gracias!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 118 s.


2.- 1R 17, 7-16 

2-1.

Ver DOMINGO 32B LECTURA 1ª /1R/17/10-16


2-2.

-Al cabo de los días se secó el torrente...

¡Y era ciertamente allí donde el Señor le mandó que fuera! Elías había ido al desierto, junto al torrente, por orden de Dios. Verdaderamente, Señor, a veces das la impresión de dejar abandonados a tus fieles. Y en el sufrimiento y la duda nos preguntamos: «¿por qué dejas a tu profeta Elías en el dolor?»

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has «abandonado»? decía Jesús en la cruz.

-Vete a Sarepta, en el territorio de Sidón, a casa de una mujer viuda...

Efectivamente, el profeta recibe ahora la orden de ir a un territorio pagano. Y aunque no ha sido escuchado por el rey Ajab, jefe oficial de un sector del pueblo de Dios, será ahora atendido por esa pagana de buena voluntad, en el país de Sidón.

Esta página nos anuncia ya las admirables actitudes de san Pablo abriendo el acceso del Reino a todas las naciones.

Elías, en misión, dirige la Palabra de Dios a los pobres de más allá de las fronteras del judaísmo.

Jesús también subrayará esa dimensión universal, hablando con admiración de esa «viuda de Sarepta» en el momento mismo en que era rechazado por sus propios compatriotas de Nazaret (Lucas 4, 16-30) ¿Cuál es la apertura misionera de mi vida? ¿Cuál es mi actitud profunda frente a los paganos, los marginados de toda especie, los que no son muy fieles, los que no están muy «en línea»? Dios ama a los paganos.

¿Y yo?

-No tengo pan... Tan sólo me queda un puñado de harina... y un poco de aceite.

Dios envía al pobre Elías... hambriento y sediento a otra pobre hambrienta y sedienta...

El diálogo entre Elías y la viuda de Sarepta es realmente trágico. Sequía, hambre.

Acabadas todas las reservas.

Sólo queda unos gramos de harina.

-No temas... Da lo que tienes.

Elías necesita tener mucha fe en Dios para atreverse a pedir a esa pobre que le dé lo poco que le queda. La viuda necesita también tener mucha fe para arriesgarlo todo sobre esta Palabra que le ha sido dicha por el profeta.

¿Presto yo suficiente atención a las promesas de Dios? Todavía HOY, es solamente el amor -¡da lo que tienes!- lo que puede hallar soluciones a las inmensas miserias, a la inmensa hambre del conjunto del mundo.

¿Qué voy a dar yo, HOY? ¿Qué es lo que el Señor me pide sacrificar, como lo pidió a esa mujer?

-No se acabó la harina en la jarra, ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra que el Señor había dicho por boca de Elías.

Concédenos, Señor, que tengamos puesta en Ti toda nuestra confianza.

¿A quién iríamos? Hoy quiero ponerme en tus manos.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 118 s.


3.- Mt 5, 13-16

3-1.

Ver DOMINGO 05A


3-2. CR/SAL-LUZ

Este Evangelio es uno de los pasajes más estructurados de Mateo.

Comprende sucesivamente los temas de la sal, de la luz y de la ciudad. Es muy importante precisar lo que Mateo ha tomado de la tradición oral y lo que procede de su propio trabajo de redacción para descifrar el o los mensajes de esta lectura.

a) El logión de Cristo sobre la sal ha sido entendido de tres maneras diferentes y colocado en tres contextos diversos por los sinópticos. Mc 9, 50 ha conservado la fórmula primitiva en la que la sentencia sobre la sal, ensamblada a las demás sentencias por medio de las palabras-nexo sal y fuego, se incrusta en un conjunto de orientación escatológica.

De sentencia que era, el logión se convierte en una parábola en Lc 14, 34-35, en donde sirve para convencer, lo mismo que la parábola del rey que emprende una guerra, de que, en el Reino, hay que ir hasta el fondo, sin desalentarse.

En Marcos y en Lucas la sal designa, pues, la nueva religión y las exigencias que implica.

En Mateo, por el contrario, la sentencia se convierte en una alegoría misionera. Incorpora una introducción peculiar suya ("vosotros sois la sal...") y la sal representa a los discípulos.

Ser la sal de la tierra es ser su elemento más precioso: sin la sal, la tierra no tiene ya razón de ser; con la sal, por el contrario, si sigue siendo sal, la tierra puede proseguir su vocación y su historia. La Iglesia que no es ya fiel a sí misma no sólo se pierde, sino que deja al mundo sin salvador.

b) La sentencia sobre la luz (vv. 14-16) ha sido profundamente reelaborada por Mateo y en el mismo sentido alegórico que la sal.

En efecto, en Mc 4, 21, la luz sacada de debajo del celemín para iluminar todo alrededor designa la enseñanza de Jesús, progresivamente descubierto y comprendido. Pero Mateo le da una interpretación alegórica y moralizante: añade de su cosecha el v. 14a ("vosotros sois...") para establecer el paralelismo con la sal, añade igualmente la imagen de la ciudad elevada (v. 14b) y concluye con una aplicación moral: cada discípulo es luz en la medida en que sus acciones se convierten en signos de Dios para el mundo. El testimonio cristiano está, pues, dotado de visibilidad y responde a una exigencia misionera: no se santifica uno de manera puramente interior: no se encuentra uno dispersado en el mundo hasta el punto de perderse en él en la conformidad total con ese mundo o de olvidar el testimonio de la trascendencia.

Las imágenes de la sal de la tierra y de la luz del mundo interesan directamente a la eclesiología. La Iglesia puede ser considerada, en efecto, como luz para los hombres, puesto que es el cuerpo de ese Cristo que ha revelado a la humanidad el sentido último de su razón de ser: la vida con Dios. Los cristianos estaban convencidos antiguamente de ello y los resultados culturales y educativos conseguidos por la Iglesia en los países impulsados por ella hacia el desarrollo y la ilustración les fortalecía en esa convicción. Pero he ahí que la influencia cultural de la Iglesia está cediendo hoy ante la del Estado, que su autoridad es puesta en entredicho y que la inmensa mayoría de los hombres prescinden de la luz que pretende ofrecerles.

Comienza a surgir una nueva raza de cristianos que ya no se aferran incondicionalmente a las convenciones, dentro de las que se ejercía hasta ahora la moral y la religión; unos cristianos que se saben amenazados en su fe y que no cesan de encontrar nuevas respuestas a unas preguntas permanentemente renovadas. Se preguntan sobre lo que pueden significar para ellos la "luz" y la "sal de la tierra.

Pues bien: la única manera de ser luz en la humanidad actual consiste precisamente en despojarse de toda seguridad, en aceptar no saber de Dios otra cosa sino que es fiel a sí mismo y a su amor y que es Dios incluso precisamente porque puede negársele.

El cristiano se convertirá en luz y sal el día en que se quede libre de todas esas "verdades", el día en que dé pruebas de su lealtad total en la búsqueda de Dios y acepte el recibir y el escuchar, el perdonar y el compartir.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 38


3-3.

-Vosotros sois la sal de la tierra.

La sal es cosa buena. Sin sal, la comida es sosa, sin sabor.

Jesús acaba de exponernos el tipo de hombre que El desea, el de las bienaventuranzas: un hombre "contento" de ser pobre, no violento, sino misericordioso, sincero y puro, perseguido, artesano de la paz. ¡Se trata de un tipo de hombre de muy alta exigencia y perfección! Si sois así, sigue diciendo Jesús, seréis entonces la sal de la tierra, seréis en verdad la fuerza sabrosa y tonificante de esta humanidad que corre constantemente el riesgo de debilitarse en la banalidad. Las gentes que han orientado toda su vida hacia el Reino de Dios son las que salvan a la humanidad...

Las gentes que se alegran en las persecuciones son una fuerza irremplazable en el seno de la humanidad... La sal aumenta el sabor.

¿Qué es lo que crece y se desarrolla a mi alrededor? ¿La bondad, el amor. el sabor de Dios? o quizá ¿la amargura, la mezquindad... Ia banalidad?

-Si la sal se pone sosa, ¿con qué se salará? Ya no sirve más que para tirarla a la calle y que la pise la gente.

Responsabilidad de los discípulos de Jesús.

Dar "sabor" al mundo.

Decididamente, Señor. no eres un predicador que halaga los instintos de facilidad de tu público. ¡Eres exigente! Hay aquí una advertencia: la vocación puede debilitarse, perder su vigor... la llamada de Dios en nosotros puede perderse en el desabrimiento... después de un tiempo de generosidad y de empuje. La Fe puede zozobrar. Se nos ha advertido. Entonces no valemos para nada.

Un cristiano inútil que "no sirve para nada".

Es el que ha perdido el sabor de Dios. Ser¦ "echado fuera", como el invitado al banquete que no llevaba puesto su traje de fiesta (Mt 22, 12), como el mal servidor que enterró su talento -su millón- (Mt 25. 30).

"El evangelio es sal. Algunos cristianos lo han hecho azúcar" (·Claudel-PAUL).

-Vosotros sois la Luz del Mundo.

Segunda parábola con el mismo sentido de la primera... pero, ¡en mayor grado! ¡Ser el "sol" del mundo! Sin él no hay color, ni belleza, ni actividad vital.

"Sal de la tierra." "Luz del mundo" (cosmos en griego).

La mirada de Jesús abarca un amplio horizonte. Propone a sus discípulos una perspectiva vasta como el mundo. Al lado de esto ¡cuán estrechos son nuestros puntos de vista! A mi alrededor ¿emana una luz resplandeciente y radiante? San Juan nos relata una palabra equivalente de Jesús: "YO soy la luz del mundo." Los discípulos no son "luz" más que por reflejo, en la medida en que son transparentes y penetrados de la luz de Jesús.

¿Qué oración me sugiere esto?

-No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte: ni se enciende un candil para meterlo debajo del perol, sino para ponerlo en el candelero y que alumbre a todos los de la casa.

Jesús subraya la potencia, la virulencia de la luz; no se la puede destruir, ni resistir a su irradiación. ¡Sería absurdo encender una vela para esconderla debajo de un recipiente! El discípulo, el hombre de las bienaventuranzas es un hombre irradiante.

-Así alumbre también vuestra luz a los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del cielo.

El adjetivo "vuestro" me remite a "mi" vida cotidiana.

En esta frase de Jesús no se trata de ideas ni de verdades doctrinales. Lo que el mundo espera de los discípulos de Jesús son actos: la luz de la que habla Jesús, es una "vida"... "lo que hacéis, hacedlo bien". Y todo esto de un modo habitual, para Dios y para la gloria del Padre.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 10 s.


3-4.

1. (Año I) 2 Corintios 1,18-22

a) Algunos de Corinto acusan a Pablo de que no ha sabido cumplir su promesa de ir a verles. Le tachan de ligero, voluble, de ir cambiando según le conviene.

No sabemos el motivo por el cual no llegó a realizar esa visita que se ve que les había prometido. Pero lo que le duele a él es que, con ocasión de ese episodio sin importancia, se esté desprestigiando su persona, su ministerio y, por tanto, su mensaje. Por eso se defiende, no por las criticas personales, sino porque quiere que no se ponga en duda su evangelio.

Afirma su lealtad. Pero, sobre todo, se remonta hasta Dios mismo, que es la fidelidad en persona. Dios si que es leal a su palabra. La afirmación central es que en Cristo se encuentran el «sí» de Dios a la humanidad y el «sí» o el «amén» de la humanidad a Dios: «en Cristo Jesús todo se ha convertido en un sí: en él, todas las promesas han recibido un sí y por él podemos responder amén a Dios».

b) En esa historia del «sí» mutuo entre Dios y la humanidad entramos nosotros.

Ante todo, reconocemos agradecidos el «sí» que nos ha dicho Dios enviándonos a su Hijo como salvador y al Espíritu como vida y fuerza. El Apocalipsis le da este nombre a Cristo Jesús: «así habla el Amén». Y Pablo llama hoy al Espíritu «sello» y «garantía». De verdad Dios nos dice continuamente su «sí».

Pero, a la vez, nosotros le tenemos que decir a ese Dios Trino, día tras día, nuestro «sí» particular. No sólo el día del Bautismo, por boca de nuestros padres y padrinos, sino nosotros mismos, a lo largo de la vida. Por eso, cada año, en la Vigilia Pascual, personalizamos el compromiso del Bautismo con las renuncias y la profesión de fe, del mismo modo que el «sí» del matrimonio o de la profesión religiosa se concreta a lo largo de los días y los años.

Nuestra vida ¿es un «si» o un «no», tanto en nuestra relación con Dios como con el prójimo? ¿o vamos cambiando según nos conviene? Vivir en el «sí» es acoger la palabra de Dios, serle fieles y, al mismo tiempo, amar y abrirse a los demás.

Podemos rezar con el salmo nuestra confianza en la fidelidad de Dios: «vuélvete a mí y ten misericordia, como es tu norma con los que aman tu nombre», a la vez que manifestamos nuestro compromiso de respuesta afirmativa: «enséñame tus leyes... tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma».

1. (Año II) 1 Reyes 17,7-16

a) La sequía afecta también al profeta Elías. Y será una mujer pobre, extranjera, la viuda de Sarepta, cerca de Sidón, en el Líbano, quien le ayudará.

Es admirable la fe de esa buena mujer. Se fía de Dios y pone lo poco que tiene a disposición de su profeta. Con razón la alaba Jesús, en su primera homilía en Nazaret (Lc 4,26), provocando, por cierto, las iras de sus paisanos, porque alababa la fe de una pagana.

Dios la premia: «la orza de harina y la alcuza de aceite no se agotarán hasta que vuelva la lluvia».

b) Cuando nosotros pasamos momentos malos, cuando sufrimos alguna clase de sequía en nuestra vida y no experimentamos la cercanía de Dios, ¿seguimos teniendo confianza, o tendemos a un fácil desánimo?

El salmo nos enseña a tener confianza: «el Señor me escuchará cuando lo invoque... tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino».

Y cuando vemos a otros en la misma situación, ¿les ayudamos, sabemos compartir con ellos los pocos bienes o ánimos que nos quedan? Como aquí, en el caso de Elías, y luego, en la parábola del buen samaritano, ¿será verdad que los extranjeros son más generosos que los del pueblo de Dios, a la hora de atender al necesitado?

Dios no se dejará ganar en generosidad, si somos como esa buena mujer que, desde su pobreza, y fiándose de Dios, lo da todo: si somos capaces de correr la aventura de dar lo último que poseemos.

2. Mateo 5,13-16

a) Después de las bienaventuranzas, Jesús empieza su desarrollo sobre el estilo de vida que quiere de sus discípulos. Hoy emplea tres comparaciones para hacerles entender qué papel les toca jugar en medio de la sociedad.

Deben ser como la sal. La sal condimenta y da gusto a la comida (si no nos la ha prohibido el médico). Sirve para evitar la corrupción de los alimentos (lo que ahora hacen las cámaras frigoríficas). Y también es símbolo de la sabiduría.

Deben ser como la luz., que alumbre el camino, que responda a las preguntas y las dudas, que disipe la oscuridad de tantos que padecen ceguera o se mueven en la oscuridad.

Deben ser como una ciudad puesta en lo alto de la colina, que guíe a los que andan buscando camino por el descampado, que ofrezca un punto de referencia para la noche y cobijo para los viajeros. Una ciudad como Jerusalén que ya desde lejos, alegra a los peregrinos con su vista.

b) Va por nosotros. Hoy y aquí. Nuestra fe, y la vida que Dios nos comunica, no deben quedar en nosotros mismos: deben, de alguna manera, repercutir en bien de los demás.

Se nos dice que debemos ser sal en el mundo, que sepamos dar gusto y sentido a la vida. Que contagiemos sabiduría, o sea, el gusto de Dios y, a la vez, el sabor humano, sinónimo de esperanza, de amabilidad y de humor. Que seamos personas que contagian felicidad y visión optimista de la vida (en otra ocasión dijo Jesús: «tened sal en vosotros y tened paz unos con otros», Mc 9,50). Como la sal, debemos también preservar de la corrupción, siendo una voz profética de denuncia, si hace falta, en medio de la sociedad (se nos invita a ser sal, no azúcar).

Se nos pide que seamos luz para los demás. El que dijo que era la Luz verdadera, con mayúscula, aquí nos dice a sus seguidores que seamos luz, con minúscula. Que, iluminados por él, seamos iluminadores de los demás. Todos sabemos qué clase de cegueras y penumbras y oscuridades reinan en este mundo, y también dentro de nuestros mismos ambientes familiares o religiosos. Quién más quién menos, todos necesitamos a alguien que encienda una luz a nuestro lado para no tropezar ni caminar a tientas. El día de nuestro Bautismo se encendió una vela del Cirio pascual de Cristo. Cada año, en la Vigilia Pascual, tomamos esa vela encendida en la mano. Es la luz que debe brillar en nuestra vida de cristianos, la luz del testimonio, de la palabra oportuna, de la entrega generosa. No se nos ha dicho que seamos lumbreras, sino luz. No se espera de nosotros que deslumbremos, sino que alumbremos. Hay personas que lucen mucho e iluminan poco.

Se nos dice, finalmente, que seamos como una ciudad puesta en lo alto de un monte, como punto de referencia que guía y ofrece cobijo. Esto lo aplica la Plegaria Eucarística II de la Reconciliación a la comunidad eclesial: «la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz»; y la Plegaria V b: «que tu Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando». Pero también se pide eso mismo de las familias y las comunidades cristianas. Qué hermoso el testimonio de aquellas casas que están siempre abiertas, disponibles, para niños y mayores, parientes o vecinos. Cada vez no les darán de cenar, pero sí, caras acogedoras y una mano tendida.

¿Somos de verdad sal que da sabor en medio de un mundo soso, luz que alumbra el camino a los que andan a oscuras, ciudad que ofrece casa y refugio a los que se encuentran perdidos?

«En Cristo todas las promesas han recibido un sí» (1ª lectura I)

«Ni la orza de harina se vació ni la alcuza de aceite se agotó» (1ª lectura ll)

«Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro» (salmo II)

«Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 15-19


3-5.

Primera lectura : 1 de Reyes 17, 7-16 La orza de harina no se vació, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.

Salmo responsorial : 4, 2-3.4-5.7-8 Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro.

Evangelio : Mateo 5, 13-16 Ustedes son la luz del mundo.

En esta perícopa Jesús se refiere directamente a la calidad humana que debe tener el discípulo y cuáles deben ser sus compromisos de cara a lo que lleva consigo el adherirse a una propuesta como la que Jesús hace, que no está diseñada para la búsqueda de intereses personales, sino para entregar la vida por amor. Esto seguramente acarreará persecuciones y otros inconvenientes, pero el testimonio individual debe ser ejemplo de transparencia e incorruptibilidad.

Todo el que se sienta seguidor de Jesús, debe tener claro, tan pronto decida adherirse a su proyecto, que la entrega por la causa del amor a todos y especialmente a los pobres debe ser constante. Su convencimiento debe ser tal, que la presencia de Dios en él sea capaz de extinguir toda duda o temor. Con el término "sal de la tierra" Jesús está invitando al grupo de sus seguidores a ser fieles al proyecto del Padre, asumiendo con entrega total la misión de la animación de la justicia, para lograr ser sabor evangélico en un mundo dominado por el pecado, para que la humanidad vuelva a creer que Dios tiene un plan de Vida para todos.

El mensaje para la comunidad de creyentes es esa especie de llamado que se hace a ser "sal de la tierra" por lo dicho anteriormente, y "luz del mundo", lo cual significa que la calidad de su testimonio debe ser tal que pueda ser palpado, criticado, revisado para que pueda ser mejorado; incluso ser motivo de persecución. Ser "luz del mundo" es mostrarse, no temer al dar la vida por el oprimido aunque seamos vilipendiados. Aquí la luz es sinónimo de lo que sirve para iluminar y que por eso no se puede esconder y debe permanecer en un punto donde pueda alcanzar a todos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6.

2 Cor 1, 18-22: Nosotros somos testigos

Sal 118, 129-133.135

Mt 5, 13-16: Ustedes son la luz del mundo

De nuevo Jesús dice: "Ustedes son la sal y la luz del mundo", aplicando estos dichos a los discípulos. Las palabras de Jesús recuerdan a sus seguidores, perseguidos y calumniados, su tarea misionera en el mundo que muchas veces puede correr el peligro de perder su fuerza (la sal) y ocultar su vigor (la luz).

Con relación a todo el discurso, estos dichos sirven de introducción al extenso pasaje que sigue, donde Jesús les da instrucciones a los discípulos acerca de cómo han de convertirse en sal de la tierra y luz del mundo y cuáles son las obras buenas que sirven para glorificar a Dios.

Los discípulos han de ser sal y luz. La sal condimenta, purifica y conserva los alimentos; su contraposición es degradarse, volverse sosa, perder su fuerza. Con relación a los discípulos, el símil de la sal se refiere a la sabiduría, la predicación y la disposición para el sacrificio. La comparación "sal de la tierra" indica lo que se le exige al discípulo: la sal no es para sí misma, sino que esta en función de lo que ella puede generar, ser condimento y sabor. Del mismo modo los discípulos no existen para sí mismos, sino para los demás. El discípulo no puede perder el contenido y horizonte de su misión, que es el anuncio de la buena noticia del Reino de Dios. Por tanto el peso de la comparación de Jesús termina en la amenaza de ser arrojada y de ser pisoteada si no cumple con su misión.

La luz ilumina, da claridad, en contraposición con la oscuridad y las tinieblas. La comparación con la luz adquiere todo su contenido y significación cuando el evangelista propone el símil de la ciudad sobre el monte, visiblemente situada. En esto se corresponde con la lámpara colocada en lo alto y no debajo del celemín. El sentido de la comparación "luz del mundo" adquiere un gran contenido: el testimonio de los discípulos de Jesús como portadores de un anuncio salvador para los hombres. De esta manera, la misión de los discípulos se corresponde con la misión de su maestro. Así, la comunidad, que es la luz del mundo, debe hacer brillar esta luz; de lo contrario, es algo tan absurdo como la lámpara de aceite debajo del celemín, porque la verdadera luz, el evangelio, debe resplandecer como la luz sobre el candelero que alumbra a todos en la casa.

Los discípulos, es decir, los cristianos, somos la luz del mundo cuando hacemos brillar con nuestras obras el mensaje del evangelio; cuando concretamos en nuestra vida el contenido de las bienaventuranzas; cuando construimos con los empobrecidos de la tierra espacios nuevos que permitan vivir en la justicia y en la igualdad; cuando hagamos realidad la propuesta de Jesús de vivir en la acción a partir de las buenas obras.

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3-7. CLARETIANOS

Hace unos meses, un hermano mío, de viaje por Egipto, entrevistó a un monje copto. Una de las preguntas que le hizo fue esta: “¿Qué diría usted a un cristiano que vive en una sociedad postmoderna y postcristiana?”. El monje se limitó a responder: “Vosotros sois la luz del mundo”.

Aquí, en las palabras "Vosotros sois la luz del mundo", se contiene todo un programa de vida. No se trata de que hagamos más cosas o mejores que los demás. No se trata de conquistar a nadie. El desafío es más simple y profundo: reflejar la luz a través de un rostro encendido en la Luz que es Cristo (Yo soy la luz). El objetivo de ser luz lo expresa bien Jesús: Que den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Solemos hablar de un “rostro encendido”, de una mirada “iluminada”. ¿Qué es lo que produce este milagro? ¡El contacto con la luz! Moisés, al bajar del Sinaí, mostraba un rostro resplandeciente. El pueblo vio “algo” en él.

Sólo ilumina quien está en contacto con la Luz. Hemos ensayado casi todo en el campo de la evangelización. A veces, nos sentimos frustrados ante la falta de respuesta. Nuestra ansiedad nos lleva a imaginar continuamente caminos nuevos (si bien algunos dicen que hemos aflojado bastante en creatividad), pero, ¿es este el camino? Jesús no nos ha pedido que estemos todo el día con la lengua fuera, sino que encendamos nuestro pequeño cirio en el gran cirio que es Él y que creamos en el poder iluminador de la luz. No es fácil que nuestro “hombre viejo” entienda estas cosas.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-8. DOMINICOS

Encendamos luces de verdad
Iniciemos la celebración de un nuevo día, nueva luz, nueva liturgia, nuevo amor, nueva esperanza..., repitiendo estos versículos de la Biblia: Señor, haz brillar tu rostro sobre nosotros, enséñanos tus leyes (Sal.118).Vosotros, dice Jesús, sois sal de la tierra y luz del mundo. Que la sal no se vuelva sosa (Ev. Mt)

Luego, poniendo ante nuestros ojos la segunda carta de san Pablo a los corintios, percibamos lo que nos desea y enseña: Nos desea “la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo”. Y nos enseña que “Dios que es Padre de misericordia y Dios del consuelo, y que nos aliente en todas nuestras luchas”.

Finalmente, imbuidos de esos nobles sentimientos, supliquemos que cada uno de nosotros podamos participar en las luchas de los demás “repartiendo con ellos el ánimo que recibimos de Dios”(1, 1-4).

Así es como haremos realidad el mandato de Jesús: sed sal de la tierra y luz del mundo, pues esa es vuestra vocación de hijos del Reino.

Gozo y misión en la Palabra
Segunda carta de san Pablo a los corintios 1, 18-22:
“Repartamos con los otros el ánimo que recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, también rebosa nuestro ánimo, gracias a Cristo... Nos dais firmes motivos de esperanza, pues sabemos que si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo... Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él nos ha ungido, él nos ha sellado, él ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu”

Cuanto se nos da, sea material o espiritual, es para nuestro bien y el de nuestros hermanos: gozos, sufrimientos, esperanzas. Dios nos quiere a todos unidos, solidarios, mano con mano. Y quien más anima esa comunión es el Santo Espíritu que mora en nosotros. Esto es pura teología. Vivámosla en profundidad.

Evangelio según san Mateo 5, 13-16:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero... Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.

El mismo pensamiento o clave de lectura anterior se aplica también aquí. Si somos y recibimos luz, es para ver nosotros e iluminar a los demás; para vivir según la recta conciencia captando el mensaje de Dios, el mensaje de los hermanos, el mensaje de la razón. En el fondo, todo es un mismo mensaje de luz en y de Dios.

Momento de Reflexión
Dios nos ha ungido a todos con unción sagrada.  
Detengámonos primeramente en el mensaje de Pablo a los corintios, y a nosotros. El suyo es un mensaje de comunión: Dios nos ha ungido a todos como algo sagrado suyo; nos ha sellado con la sangre redentora de Cristo; nos ha otorgado el mismo Espíritu por el que clamamos ¡Abba!, Padre.

Dios nos ha diseñado y querido para que compartamos comunión en el amor, vocación, bendición, gracia, solidaridad, cumplimiento de los designios divinos. Contribuyendo a esa comunión, todos nos comprometemos y colaboramos en la vida del Reino. De ahí arrancará nuestro espíritu evangelizador, renovador del mundo.

Sal de la tierra, luz del mundo.
Estas dos imágenes y comparaciones que Jesús utiliza con frecuencia expresan el modo concreto como hemos de vivir la vocación en comunión.

Nuestra vida en el mundo, según el Evangelio, es sal y luz, porque sus efectos deben ser parecidos a la acción benefactora de salvaguardar los alimentos, frenar la corrupción, denunciar la presencia de seres malignos, iluminar las mentes o conciencias y animar la salvación en el camino de la fidelidad a Dios y a los hombres.

Si hoy, a pesar de la gracia del Señor, de la voz de sus profetas, del testimonio de los santos y hombres de bien, el mundo prefiere seguir caminos de pecado, preguntémonos: ¿qué no sucedería si faltaran denuncias proféticas, llamadas a la cordura, testimonios de entrega en servicio de amor a los más necesitados?

ORACIÓN.
Señor Jesús, a pesar de nuestra debilidad, no estamos de acuerdo con el mundo de pecado en que vivimos salpicados de injusticias, hambres, odios, guerras, marginaciones.

Ayúdanos con tu gracia a iluminar las conciencias para que todos acabemos encontrando en ti la salvación, y para que cada uno sepamos llevar a los demás el fruto de los dones que de ti hemos recibido y que nuestras manos cultivaron con amor. Amén.


3-9.

Los inmensos desafíos de la realidad hunden frecuentemente a la comunidad en la desesperanza y el desaliento. Muchas veces es tentada a la renuncia de sus ideales y de sacrificarlos en el altar de un pretendido realismo. El Evangelio de hoy quiere recuperar la finalidad de la comunidad de los discípulos de Jesús y de ayudarla a rechazar la tentación de admitir el pensamiento dominante que proclama a los cuatro vientos el fin de las utopías.

Para ello las palabras de Jesús obligan a la comunidad a asumir una tarea que alcanza horizontes universales.

De esta forma se coloca a la comunidad en relación la tierra y al mundo y su función se compara con dos imágenes que tienen como finalidad el hacer comprender su fuerza transformadora en una realidad que trasciende sus límites.

Según la primera imagen, la comunidad es como la sal. Elemento fundamental para el sabor del alimento humano, está llamada a alcanzar los ámbitos más familiares de la vida de los seres humanos. Pero para ello se requiere la fidelidad a su naturaleza. La pérdida de su condición es a la vez pérdida de su valor: "no sirve más que para ser arrojada y pisada por las personas".

La segunda imagen, más desarrollada, sitúa la existencia cristiana por medio de la imagen de la luz. La luz es fuente de revelación de los objetos que gracias a ellas adquieren contornos definidos para la visión. Después de afirmar de nuevo el ámbito universal de su actuación: "ustedes son la luz del mundo", se presentan las condiciones para su eficacia. La situación de la altura impide el ocultamiento de una ciudad y la finalidad de la luz hace que deba encontrar una ubicación conforme a esa finalidad. Destinada a iluminar toda la existencia, para realizar su intento de alcanzar a todos los que están en la casa, debe estar situada en lugar manifiesto.

Pero el sentido más profundo de las imágenes radica en su significación. La comunidad está llamada a la realización de obras con un alcance universal y que, en su visibilidad, impliquen una profunda transformación de la realidad.

La sal y la luz producen esa profunda transformación en los objetos con los que entran en contacto. Y la capacidad de realizar una transformación de ese tipo se exige a los integrantes de cada comunidad cristiana. La realidad, en el presente, no agota sus posibilidades en cuanto no está colocada integralmente en el ámbito divino.

El cristiano por tanto, debe situarla en ese espacio salvífico y para ello se requiere una actuación adecuada a esa finalidad. Se exige de cada seguidor de Jesús "buenas obras" que den la posibilidad de reconocer el paso de Dios en la historia humana.

Todos los seres humanos deben ser capaces de reconocer la presencia divina y esa capacidad sólo puede brotar de un compromiso radical con la causa de Dios por parte de cada uno de los miembros de la realidad comunitaria.

En un tiempo de desaliento y de pérdida de ideales, las palabras de Jesús tienen como finalidad la recreación de la esperanza y la tensión por el Reino. De esa forma, volviendo a sus orígenes, la comunidad vuelve a revalorizar su actuación en el mundo, actuando en consecuencia

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-10. 2001

COMENTARIO 1

v. 13: Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se pone sosa, ¿con qué se salará? Ya no sirve más que para tirarla a la calle y que la pisotee la gente.

. La sal, que asegura la incorruptibilidad, se usaba en los pactos como símbolo de su firmeza y permanencia. En particular, todo sacrificio debía ser salado, como señal de la permanencia de la alianza (Lv 2,13; cf. Nm 18,19: «una alianza de sal es perenne»; 2 Cr 13,5: «El Señor... con pacto de sal concedió a David y a sus descendientes el trono de Israel para siempre»). «La tierra» significa la humanidad que la habita. Según este dicho de Jesús, los discípulos son la sal que asegura la alianza de Dios con la huma­nidad; es decir: de su fidelidad al programa de Jesús depende que exista la alianza, y que se lleve a cabo la obra liberadora prometi­da. Si la sal pierde su sabor, con nada puede recuperarlo; si los que se llaman discípulos de Jesús, y tienen delante su ejemplo, no le son fieles, no hay donde buscar remedio. Esos discípulos son cosa inútil, han de ser desechados, arrojados fuera, y merecen el desprecio de los hombres, a cuya liberación debían haber cooperado.

v.v. 14-16: Vosotros sois la luz e mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte; 15ni se en­ciende una lámpara para meterla debajo del perol, sino para ponerla en el candelero y que brille para todos los de la casa. 16Empiece así a brillar vuestra luz ante los hom­bres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del cielo.

«La luz» es la gloria o esplendor de Dios mismo, que, según Is 60,1-3, había de refulgir y brillar sobre Jerusalén. La in­terpretación de Is 60,3 aplicaba la frase a Israel; también a la Ley y al templo (cf. Is 2,2) y a la ciudad de Jerusalén (cf. Is 60,19), siem­pre como reflejo de la presencia de Dios en ellos. Esta presencia radiante y perceptible se ha de verificar en adelante en los discí­pulos; ellos son el Israel desde donde refulge Dios, la nueva Jeru­salén donde él habita. Esa luz ha de ser percibida: la comunidad cristiana no puede esconderse ni vivir encerrada en sí misma. La gloria de Dios ya no se manifiesta en el texto de la Ley ni en el local de un templo, sino en el modo de obrar de los que siguen a Jesús. «Vuestra luz» son las obras en favor de los hombres, des­critas en 5,7.8.9, en las que resplandece Dios: la ayuda, la sinceri­dad y el trabajo por la paz, es decir, la constitución de una socie­dad nueva. Al nombrar a Dios como Padre de los discípulos, Mt alude a la calidad de hijos de que éstos gozan por su actividad, que continúa la del Padre (5,9). Así, «los hombres» glorificarán al Padre, es decir, conocerán al único verdadero Dios.

Estos dos dichos de Jesús confirman la creación del Israel me­siánico: los discípulos son los garantes de la alianza y en la comu­nidad resplandece la gloria de Dios. Es la comunidad de los que han elegido ser pobres (5,1), se mantienen fieles a este compromi­so (5,10), ejercen las obras propias de los hijos de Dios (5,7-9) y dan así ocasión a la liberación de la humanidad (5,4-6). Es la presencia del reinado de Dios en la tierra (5,3.10).


COMENTARIO 2

Los discípulos han de ser sal y luz. La sal condimenta, purifica y conserva los alimentos; su contraposición es degradarse, volverse sosa, perder su fuerza. Con relación a los discípulos, el símil de la sal se refiere a la sabiduría, la predicación y la disposición para el sacrificio. La comparación "sal de la tierra" indica lo que se le exige al discípulo: la sal no es para sí misma, sino que está en función de lo que ella puede generar: ser condimento y sabor. Del mismo modo, los discípulos no existen para sí mismos, sino para los demás. El discípulo no puede perder el contenido y horizonte de su misión, que es el anuncio de la buena noticia del Reino de Dios. Por tanto, el peso de la comparación de Jesús termina en la amenaza de ser arrojada y de ser pisoteada si no cumple con su misión.

La luz ilumina, da claridad, en contraposición con la oscuridad y las tinieblas. La comparación con la luz adquiere todo su contenido y significación cuando el evangelista propone el símil de la ciudad sobre el monte, visiblemente situada. En esto se corresponde con la lámpara colocada en lo alto y no debajo del celemín. Así, la comunidad, que es la luz del mundo, debe hacer brillar esta luz; de lo contrario, es algo tan absurdo como la lámpara de aceite debajo del celemín, porque la verdadera luz, el evangelio, debe resplandecer como la luz sobre el candelero que alumbra a todos en la casa.

Los discípulos, es decir, los cristianos, somos la luz del mundo cuando hacemos brillar con nuestras obras el mensaje del Evangelio; cuando concretamos en nuestra vida el contenido de las bienaventuranzas; cuando construimos con los empobrecidos de la tierra espacios nuevos que permitan vivir en la justicia y en la igualdad; cuando hagamos realidad la propuesta de Jesús de vivir en la acción a partir de las buenas obras.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-11. 2002

Los inmensos desafíos de la realidad hunden frecuentemente a la comunidad en la desesperanza y el desaliento. Muchas veces es tentada a la renuncia de sus ideales y de sacrificarlos en el altar de un pretendido realismo. El Evangelio de hoy quiere recuperar la finalidad de la comunidad de los discípulos de Jesús y de ayudarla a rechazar la tentación de admitir el pensamiento dominante que proclama a los cuatro vientos el fin de las utopías.

Para ello las palabras de Jesús obligan a la comunidad a asumir una tarea que alcanza horizontes universales.

De esta forma se coloca a la comunidad en relación la tierra y al mundo y su función se compara con dos imágenes que tienen como finalidad el hacer comprender su fuerza transformadora en una realidad que trasciende sus límites.

Según la primera imagen, la comunidad es como la sal. Elemento fundamental para el sabor del alimento humano, está llamada a alcanzar los ámbitos más familiares de la vida de los seres humanos. Pero para ello se requiere la fidelidad a su naturaleza. La pérdida de su condición es a la vez pérdida de su valor: “no sirve más que para ser arrojada y pisada por las personas”.

La segunda imagen, más desarrollada, sitúa la existencia cristiana por medio de la imagen de la luz. La luz es fuente de revelación de los objetos que gracias a ellas adquieren contornos definidos para la visión. Después de afirmar de nuevo el ámbito universal de su actuación: “ustedes son la luz del mundo”, se presentan las condiciones para su eficacia. La situación de la altura impide el ocultamiento de una ciudad y la finalidad de la luz hace que deba encontrar una ubicación conforme a esa finalidad. Destinada a iluminar toda la existencia, para realizar su intento de alcanzar a todos los que están en la casa, debe estar situada en lugar manifiesto.

Pero el sentido más profundo de las imágenes radica en su significación. La comunidad está llamada a la realización de obras con un alcance universal y que, en su visibilidad, impliquen una profunda transformación de la realidad.

La sal y la luz producen esa profunda transformación en los objetos con los que entran en contacto. Y la capacidad de realizar una transformación de ese tipo se exige a los integrantes de cada comunidad cristiana. La realidad, en el presente, no agota sus posibilidades en cuanto no está colocada integralmente en el ámbito divino.

El cristiano por tanto, debe situarla en ese espacio salvífico y para ello se requiere una actuación adecuada a esa finalidad. Se exige de cada seguidor de Jesús “buenas obras” que den la posibilidad de reconocer el paso de Dios en la historia humana.

Todos los seres humanos deben ser capaces de reconocer la presencia divina y esa capacidad sólo puede brotar de un compromiso radical con la causa de Dios por parte de cada uno de los miembros de la realidad comunitaria.

En un tiempo de desaliento y de pérdida de ideales, las palabras de Jesús tienen como finalidad la recreación de la esperanza y la tensión por el Reino. De esa forma, volviendo a sus orígenes, la comunidad vuelve a revalorizar su actuación en el mundo, actuando en consecuencia.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-12.  Martes 10 de junio de 2003

2 Cor 1, 18-22: En Jesús todo se ha convertido en un “sí”
Salmo: 118, 129-133.135
Mt 5, 13-16: : Ustedes son la sal de la tierra

Me llega un correo electrónico con este texto: “Si pudiésemos reducir la población de la Tierra a una pequeña aldea de cien habitantes, manteniendo las proporciones, sería algo como esto: de las cien personas, ochenta vivirían en condiciones infrahumanas, setenta serían incapaces de leer, cincuenta sufrirían de malnutrición, una persona estaría a punto de nacer y otra a punto de morir. Sólo una tendría educación universitaria. En esta aldea una persona tendría un ordenador.” Al analizar nuestro mundo desde esta perspectiva tan comprimida se hace más urgente que nunca la necesidad de que todos los creyentes se unan a los no creyentes para convertirse en sal y luz de este mundo donde se acumula tanta oscuridad, miseria, pobreza, malnutrición, ignorancia y muerte.

Ustedes son la sal de la tierra, nos dice Jesús. Debido a sus propiedades para conservar los alimentos y sazonarlos, la sal era considerada en la antigüedad como portadora de fuerza vital. Según una tradición de la antigua Siria, los seres humanos aprendieron de los dioses el uso de la sal. La sal no sólo conserva los alimentos y sirve para sazonarlos, sino que tiene también un papel purificador. En Roma existía la costumbre de poner un poco de sal en los labios del recién nacido para proteger su vida de los peligros que la amenazaban (rito que se ha transmitido en el bautismo cristiano). En el Antiguo Testamento la sal está unida a la idea de una fuerza que conserva la vida y otorga estabilidad, llegando a convertirse en símbolo de la inviolabilidad de la alianza con Dios y de su fidelidad inquebrantable. La sal, que hace que los alimentos no se corrompan, se usaba en los pactos como símbolo de su firmeza y permanencia. Todo sacrificio que se ofrecía a Dios era salado previamente (Lv 2,13; cf. Nm 18,19). Al decir Jesús que los discípulos son la sal de la tierra, está afirmando que son ellos los que aseguran, dan permanencia, actualizan y hacen realidad el pacto que Jesús hizo con Dios por la liberación de la humanidad oprimida, la inmensa mayoría de los habitantes de la tierra, el 80 por ciento que vive en condiciones infrahumanas.

Ustedes son la luz del mundo. Es tan importante la luz para los humanos que sinónimas de “nacer” son las expresiones “dar a luz”, “alumbrar, “ver la luz”. Los mitos del Antiguo Oriente hablan con frecuencia de la lucha del héroe de la luz contra el de las tinieblas, cuya derrota hace posible la creación del mundo. En el Génesis Dios creó, en primer lugar, la luz, y esta acción fue acompañada de un comentario positivo: “Y vio Dios que era buena”. Podemos decir que Dios se recreó a sí mismo. El salmo 104,2, refiriéndose a Dios, dice: “La luz te envuelve como un manto”. Por eso, en la Biblia, la luz es el esplendor de Dios mismo que había de brillar sobre Jerusalén y que, a partir de Jesús, ha de brillar en los discípulos como reflejo de un Dios que ama a todos sin exclusión de ninguno. Los seguidores de Jesús son luz que se manifiesta en obras de ayuda, misericordia y amor hacia una humanidad que ha sido cegada y transplantada a un reino de muerte, donde “si pudiésemos reducir la población de la Tierra a una pequeña aldea de 100 habitantes, seis solamente poseerían el 59% de la riqueza de toda la aldea” y donde “si tienes comida en la nevera, ropa en el armario, un techo sobre tu cabeza y un lugar donde dormir, eres más rico que el 75% de la población mundial. y si, además, guardas dinero en el banco, en tu cartera y tienes algunas monedas en el cajón... ya estás entre el 8% más rico de este mundo”. Sólo es luz –símbolo también de generosidad- quien renuncia al dinero para cambiar esta situación de injusticia en la que vive sumergida la mayoría de los habitantes del planeta. “Empiece así a brillar la luz de ustedes ante los seres humanos; que vean el bien que hacen ustedes y glorifiquen a su Padre del cielo”.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-13. ACI DIGITAL 2003

13. En las dos figuras de la sal y de la luz, nos inculca el Señor el deber de preservarnos de la corrupción y dar buen ejemplo.

16. Así brille: alguien señalaba la dulzura que esconden estas palabras si las miramos como un voto amistoso para que nuestro apostolado de fruto iluminando a todos (cf. Juan 15, 16) para gloria del Padre (Juan 15, 8). Y si es un voto de Jesús ya podemos darlo por realizado con sólo adherirnos a él, deseando que toda la gloria sea para el Padre y nada para nosotros ni para hombre alguno.


3-14. 2004. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

1 Re 17,7-16: No faltó aceite en la vasija, ni aceite en la jarra.
Sal 4: Respóndeme cuando te invoco, oh Dios mi Salvador.
Mt 5,13-16: Ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo.


La primera lectura (1 Re 17,10-16) narra el encuentro entre una pobre viuda de Sarepta, una ciudad de la región pagana de Fenicia, y el profeta Elías, que ha sido enviado hasta aquel lugar por Dios. Desde hacía algún tiempo toda la zona costera de Fenicia e Israel estaba siendo azotada por una terrible sequía que había sumido a la población en una terrible pobreza. La zona de Fenicia era pagana. Sus habitantes adoraban a Baal, el dios cananeo de la fertilidad, de quien esperaban la lluvia y los frutos de la tierra. Y es precisamente a esa tierra adonde el Señor envía al profeta Elías, que estaba siendo perseguido por el rey Ajab a causa de su lucha contra la difusión del baalismo en Israel. Baal, la divinidad extranjera que el rey Ajab y la reina Jezabel habían implantado en Israel, había seducido a muchos pues era presentado por sus seguidores como el dios que daba el agua a los campos y la fertilidad a la tierra.

La viuda que acoge a Elías es pobre, solamente tiene lo necesario para sobrevivir ella y su hijo: un puñado de harina en una vasija y un poco de aceite en una jarra. Elías también es pobre, forastero y fugitivo, sólo posee un mandato del Señor y la seguridad de la palabra de Dios. El profeta que obedece a Dios y la pobre viuda que, a pesar de no ser del pueblo de Israel, se fía de la palabra del profeta y da todo lo que tiene, representan a todas las personas que viven con fe sencilla la tragedia de su tiempo.

Ambos, la viuda y el profeta, abiertos a Dios y con un corazón generoso, “tuvieron comida para él, para ella y para toda su familia durante mucho tiempo” (1Re 17,15). Yahvéh muestra así que es el único capaz de sostener la vida de sus adoradores, porque es el Señor de la naturaleza y el Dios de la vida; las divinidades fenicias, en cambio, demuestran que son incapaces de producir la lluvia y de nutrir a sus habitantes. El profeta perseguido es salvado de la muerte por la generosa sencillez de una pobre viuda pagana, que también sobrevive gracias a la acción providente de Dios en favor de los que se fían de él: “no faltó harina en la vasija ni aceite en la jarra, según la palabra que el Señor pronunció por medio del profeta Elías” (v. 16).

En el evangelio Jesús exhorta a sus discípulos a ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”. Los hombres y mujeres que acogen el evangelio del Reino y viven según el espíritu de las bienaventuranzas son un fermento de nueva humanidad.

La “sal” hace que los alimentos adquieran sabor (Job 6,6) y era utilizada también para conservarlos en buen estado. En algunos textos bíblicos, la sal había llegado a significar el valor permanente de un contrato. Se hablaba, por ejemplo, de “alianza de sal” o “sellada con sal” (Num 18,19). Existía un dicho de Jesús que hacía referencia a la sal, tal como lo demuestra Lc 14,34 y Mc 9,50. Mateo interpreta esa palabra del Señor para afirmar que el creyente debe conservar y hacer que aparezca sazonada y apetitosa la realidad de cada día delante de los seres humanos, a través de la fidelidad a la alianza con Dios y la vivencia radical de las bienaventuranzas.

La “luz” hace que la realidad pueda ser percibida y que los seres humanos puedan orientarse y caminar sin tropezar. La luz es la primera obra de la creación, la criatura primogénita de Dios (Gn 1,3). Es imagen de la vida y de la salvación que viene de Dios (Sal 36,10), es como el vestido de Dios, expresión de su dignidad y de su poder salvador (Sal 104,1-2). La luz revela el misterio de Dios en forma particular: “Dios es luz, y no hay en él oscuridad alguna” (1Jn 1,5). Y Jesús dirá en el evangelio de Juan: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas” (Jn 8,12). Para Mateo cada creyente y cada comunidad de fe es luz para el mundo, signo y sacramento de la luz y la vida de Dios.

La sal, que comunica, da sabor y conserva los alimentos, se puede sin embargo desvirtuar: “Vosotros sois la sal de la tierra: si la sal pierde el gusto, ¿con qué la sazonarán? Sólo sirve para tirarla y para que la pise la gente” (Mt 5,13). La luz alumbra a todos, pero se puede esconder: “No se enciende un candil para taparlo con una vasija de barro; sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa” (Mt 5,15). Así ha de ser la comunidad cristiana: “Brille así vuestra luz delante de los seres humanos de modo que, al ver sus buenas obras, den gloria al Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

La Buena Nueva del Reino no puede quedar escondida por temor a ser perseguidos (Mt 5,11-12) o por flojedad de los discípulos, sino que debe hacerse presente en la vida de las personas y en las estructuras de la sociedad a través del testimonio de vida de los creyentes: “Brille así vuestra luz delante de los seres humanos de modo que, al ver sus buenas obras, den gloria al Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

La comunidad cristiana está llamada a hacer “buenas obras”, es decir, a vivir en forma activa y responsable el espíritu de las bienaventuranzas, no por vanidad o por solapado fariseísmo, sino para “dar gloria al Padre que está en los cielos”, es decir, para mostrar el poder y la bondad de Dios que actúan en la vida de las personas que se abandonan a él con confianza.


3-15. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos:

Se cuenta que, con motivo de la independencia de la India, Mahatma Gandhy cursó una invitación al último gobernador británico para que participase en los festejos. El hecho se hizo público, y muchos reprocharon al gran líder de la paz este gesto que les parecía servil. La respuesta de “Alma Grande” fue sencilla: “de nada nos servirá la independencia política si nos queda odio o resentimiento en el corazón”.

Las enigmáticas palabras de Jesús acerca del pago de tributos a Roma creo que no han encontrado hasta el presente una interpretación plena y convincente; dejan la impresión de ser una evasiva, de que Jesús no quiso comprometerse demasiado en ese asunto (aunque luego, tergiversado, fue utilizado contra él en el proceso; cf. Lc 23,2). Y, muy probablemente, no es que no le interesase el detalle; el pagar más o menos, el estar sometidos a Roma o libres de tal vasallaje, afectaba a la dignidad y realización humana de los judíos del momento, ante lo cual -no cabe discusión- Jesús no era indiferente.

En todo caso, en relación con esta escena algo tenemos claro; forma parte de las más desagradables que a Jesús le tocó vivir: enfrentarse a quienes le planteaban preguntas capciosas y a quienes tenían una visión chata de lo que él entendía por una humanidad verdaderamente redimida y libre. En sus palabras y acciones, Jesús no cedió jamás a chantajes y presiones. Y su predicación sobre el Reino de Dios no excluía ciertamente los aspecto económico-políticos de la vida cotidiana, pero siempre intentó conjurar el peligro de que alguien redujese la presencia del Reino a tener que pagar cuatro dracmas menos. La libertad interior, la sencillez de quien se abre a algo nuevo sin poner a prueba al heraldo, la superación del estrecho nacionalismo religioso -político, y la victoria sobre posibles resentimientos eran, sin duda, el marco en que la independencia político-económica podría resultar humanizante. Una vez más, los interlocutores se encontraron con que Jesús, en lo referente a crecimiento humano, va siempre más allá: la pregunta quedó desbordada por la respuesta.

Y, de paso, Jesús invitó a distinguir entre lo secular y lo religioso, dándonos una lección de secularidad siempre válida: hay responsabilidades estrictamente humanas, “asuntos del césar”, que nadie puede escamotear esperando que Dios actúe directamente y en solitario. El creyente está emplazado a trabajar por ese mundo nuevo “en que habite la justicia”.

Severiano Blanco cmf
(severianoblanco@yahoo.es)


3-16. DOMINICOS 2004

La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Segunda carta de san Pedro :
“Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a cuantos por la justicia de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo, les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como a nosotros. Crezca vuestra gracia y paz por el conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor...Poned todo empeño en añadir a vuestra fe la honradez, a la honradez el conocimiento, al conocimiento el dominio propio, al dominio propio la paciencia, a la paciencia la religiosidad sincera, a religiosidad el aprecio fraterno, al aprecio fraterno el amor”.

“Si las cosas de este mundo se desmoronan, vuestra conducta sea muy santa y religiosa, mientras esperáis y apresuráis la venida del día de Dios... Vivid en paz con Dios, limpios e irreprochables ante él, considerando como salvación la paciencia de nuestro Señor... Manteneos en guardia, no sea que os arrastre el error de los malvados y se derrumbe vuestra fortaleza...”

Evangelio según san Marcos 12, 13-17:
“En aquel tiempo, fueron enviados ciertos fariseos y partidarios de Herodes a que tratasen de cazar a Jesús en alguna palabra. Cuando los enviados llegaron, le dijeron: Maestro, sabemos que eres sincero y que no te dejas influir por nadie, pues no miras la condición de las personas sino que enseñas con verdad el camino de Dios; dinos: ¿estamos obligados a pagar tributo al César o no? ¿Lo pagamos o no lo pagamos? ...

Les dijo: Dadme una moneda: ¿de quién es esta imagen e inscripción? Le respondieron: Del César... Pues dad al César lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios. Esta respuesta les dejó asombrados”



Reflexión para este día
Quien juega con Dios pierde la partida. Eso es lo que viene a decirnos san Pedro al ponernos en guardia. Nos apremia el deber y la delicadeza de mantener limpia nuestra conciencia. Poco somos, pero nuestro valor se acrece en manos de Dios.

Esta doctrina concuerda plenamente con la moral y espiritualidad cristiana. La prudencia nos dice que quien juega con fuego acaba quemándose, y que es fuego ceder al ardor de las pasiones, perdiendo facultades para dominarlas. Prevengamos, pues, la angustia de vernos envueltos en la noche del mal, y avivemos la lucha por superarnos. Seamos siempre gratos a Dios y fieles a nuestra misma conciencia moral. Y esa conciencia moral hemos de aplicarla en todos los campos: vida personal privada, vida familiar, vida social. A la dignidad de la persona le corresponde alta calidad en sus actos responsables siempre, con capacidad para arrepentirse y corregirse de sus debilidades y miserias frecuentes.


3-17.

Comentario: Rev. D. Francesc Perarnau i Cañellas (Girona, España)

«Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo»

Hoy, san Mateo nos recuerda aquellas palabras en las que Jesús habla de la misión de los cristianos: ser sal y luz del mundo. La sal, por un lado, es este condimento necesario que da gusto a los alimentos: sin sal, ¡qué poco valen los platos! Por otro lado, a lo largo de los siglos la sal ha sido un elemento fundamental para la conservación de los alimentos por su poder de evitar la corrupción. Jesús nos dice: —Debéis ser sal en vuestro mundo, y como la sal, dar gusto y evitar la corrupción.

En nuestro tiempo, muchos han perdido el sentido de su vida y dicen que no vale la pena; que está llena de disgustos, dificultades y sufrimientos; que pasa muy deprisa y que tiene como perspectiva final —y bien triste— la muerte.

«Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5,13). El cristiano ha de dar el gusto: mostrar con la alegría y el optimismo sereno de quien se sabe hijo de Dios, que todo en esta vida es camino de santidad; que dificultades, sufrimientos y dolores nos ayudan a purificarnos; y que al final nos espera la vida de la Gloria, la felicidad eterna.

Y, también como la sal, el discípulo de Cristo ha de preservar de la corrupción: donde se encuentran cristianos de fe viva, no puede haber injusticia, violencia, abusos hacia los débiles... Todo lo contrario, ha de resplandecer la virtud de la caridad con toda la fuerza: la preocupación por los otros, la solidaridad, la generosidad...

Y, así, el cristiano es luz del mundo (cf. Mt 5,14). El cristiano es esta antorcha que, con el ejemplo de su vida, lleva la luz de la verdad a todos los rincones del mundo, mostrando el camino de la salvación... Allá donde antes sólo había tinieblas, incertidumbres y dudas, nace la claridad, la certeza y la seguridad.


3-18.

Reflexión

Ya en otras ocasiones he comentado cómo el cristiano se NOTA. Es decir, no puede pasar desapercibido de la misma manera que la ciudad construida en un cerro no puede esconderse. Nuestra manera de pensar, de vestir, de actuar, de vivir, nos descubre inmediatamente. Basta con convivir unas horas con una persona cristiana para darse cuenta de la realidad que está en su vida. Si esto no sucede así, lo más seguro es que no estemos siendo luz, que nuestra vida no sea real, o al menos, totalmente cristiana. Por otro lado, es curioso que cuando alguno empieza a dejar que Jesús se transparente en su vida, a pesar de las persecuciones, Dios lo pone siempre en un lugar más alto, para que sea un verdadero modelo de la vida en Abundancia que Dios mismo nos ofrece. Nuestra Iglesia necesita de tu vida de santidad, de tu testimonio. No escondas a Jesús, déjalo obrar en tu vida para que se note.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-19.

Misión de los discípulos en la tierra

Fuente: Catholic.net
Autor: Xavier Caballero

Reflexión

La gente que ama mucho sonríe fácilmente, porque la sonrisa es, ante todo, una gran fidelidad a sí mismo. Y atención porque se habla de sonrisa y no de risa. “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20, 35).

Esos a quienes llamamos santos lograron la nota más alta en su vida porque se dedicaron a servir. Porque se entregaron sin límites a sus hermanos. La alegría del cristiano es una alegría verdadera, profunda que está llamada a ser sal de la tierra. No puede quedarse oculta. Siendo lo que es, debe calar y debe motivarnos a transmitirla, a darla a conocer a los demás. Está felicidad se halla en el encuentro personal con Cristo. Sí, antes de salir a predicar, los santos se encontraron con Jesús. Por ello, tan sólo les bastaba una sonrisa para trasmitir a Dios, lo irradiaban, estaban rebosantes de Él.

Cuentan que un día, san Francisco de Asís le pidió a uno de los frailes cofundadores que se preparara para salir a predicar con él. Salieron y estuvieron caminando y dando vueltas por todo Asís, durante una hora y media. En un cierto momento, el fraile que lo acompañaba le preguntó a san Francisco: “Padre Francisco, usted me dijo que saldríamos a predicar. Hasta ahora, sólo hemos caminado y recorrido todo el pueblo”. San Francisco le respondió: “Hermano, llevamos una hora y media de predicación. No hay mejor predicación que la sonrisa y el testimonio de una vida auténticamente cristiana”.

Ojalá que también nosotros prediquemos el mensaje de la felicidad, de la sonrisa, de la plenitud cristiana. Que seamos sal y luz para nuestros familiares y amigos. Quien verdaderamente se ha encontrado con Jesús no puede callar, no puede encerrarse en sí mismo, debe compartirlo con todo el mundo.


20.

Somos la luz del mundo. No nos debe quedar la menor duda de eso y como luz debemos brillar. No con luz propia, sino la luz que por medio de nosotros refleja a Cristo Jesús.

Muchas veces está en nuestra mente la creencia de que debemos brillar con luz propia, o mejor dicho, creemos que brillamos con luz propia, olvidándonos que si no fuera por la gracia del Espíritu Santo en
nosotros fuera, como dice San Pablo, “campana que resuena”, pero que no invita a la congregación. Leer este pasaje del evangelio de hoy debe siempre llevarnos a la reflexión sobre la luz que proyectamos las demás personas que están a nuestro alrededor.

En un tiempo de crisis tan fuerte como la que vive nuestro país, qué luz estoy reflejando. Es luz que irradia esperanza, confianza en un porvenir centrado en Dios, en el cuál, como el profeta Elías sabemos que no se agotará el aceite y la harina; o es más bien una luz tenue que siembra desesperanza a nuestro alrededor.

Señor saca de mí todo aquello que no me deja irradiar tu luz.

Dios nos bendice,

Miosotis


21. DOMINICOS 2004

Harina y aceite de amor no se consumen

Dichoso el pobre que desde la pobreza comprende al necesitado.
Dichosa la viuda que reparte cuanto tiene, que es muy poco.
Dichosos los corazones generosos que son felices compartiendo.

Seguimos en la liturgia de la palabra sorprendidos y admirados por la forma en que Dios nos deja hacer las cosas, buenas o malas, cargando nosotros con la responsabilidad.

Elías continúa, por ahora, escondido. Aunque es alimentado por unos cuervos, decae por momentos. Hasta el agua del cauce se le seca. Tan debilitado estaba su cuerpo que, para no sucumbir del todo, hubo de peregrinar hacia Sarepta de Fenicia, donde una pobre viuda le confortaría compartiendo su pobreza.

Elías es luz y sal de la tierra, según el lenguaje evangélico, pero esto sólo podemos entenderlo desde la atalaya de la fe y de la esperanza. Sólo ellas nos permiten vislumbrar –entre nieblas- un futuro feliz, pues nos colocan sobre la torre que se alza sobre base granítica de sufrimiento perseverante y fiel.



La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Primer libro de los Reyes 17, 7-16:
“Pasados los días, se secó el torrente donde se había escondido Elías, porque no había llovido en la región. Entonces el Señor dirigió esta palabra a Elías: Anda, vete a Sarepta de Fenicia a vivir allí; yo mandaré a una viuda que te dé la comida.

Elías se puso en camino... y al llegar a la puerta de la ciudad encontró a una viuda que recogía leña, y le suplicó: por favor, tráeme un poco de agua..., y tráeme también en la mano un trozo de pan.

Ella respondió:... Me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza... Voy a hacer un poco de pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.

Elías le añadió...: no temas... Así dice el Señor :’La orza de harina no se vaciará y la alcuza de aceite no se agotará..’. Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, comieron él, ella y su hijo y ni la orza se vació ni la alcuza se agotó...’

Evangelio según san Mateo 5,13-16:
“En aquellos días dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.

Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte, ni se enciende una vela para meterla debajo del celemín...

Alumbre vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”



Reflexión para este día
Orza de harina y alcuza de aceite, luz de los pueblos y sal de la tierra.
Esas palabras son bellas expresiones de lo que es vida en el Espíritu. Cuando la sensibilidad de las personas es tanta que al ver la necesidad de los demás se olvidan de sí mismas, y se arriesgan por ellas, es que han alcanzado la cumbre de la perfección. Están muy cerca del Señor en el amor y en la cruz.

Esos signos de grandeza evangélica y humana tienen el valor de la harina y aceite compartidos, y por sí mismos contribuyen a iluminar al mundo y a salvar los gérmenes de vida santa que haya en los hombres.

El profeta Elías –perseguido y pobre- pudo ser enviado (con previsión humana) a una casa y refugio de israelitas ‘poderosos’, donde el pan fuera abundante y tierno. Pero allí probablemente no hubiera sido bien acogido, por tres motivos:

- porque los dueños interpretarían su presencia como peligrosa políticamente,

- porque su pobreza y persecución denunciarían por sí mismas las injusticias,

- y porque el pan que le dieran estaría cocido con poco amor.


¡Bienaventurados los pobres que acogen a otros pobres con amor!


22. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos, paz y bien.

Vaya semana llevamos. Ayer, las Bienaventuranzas, y hoy ser sal y luz. Como que no tuviéramos bastantes cosas en las que pensar, para además, preocuparnos de ser saleros y lámparas...

Sin embargo, ¿no es verdad que al mundo la falta luz? ¿No es verdad que parece que todo está como soso? Lo queramos o no, tenemos una gran responsabilidad. Se trata de vivir conforme a la esperanza que se nos ha prometido. Sabemos que estamos llamados a ser felices, y que podemos ser felices, en medio de los problemas. Si vivimos así, nadie podrá apagar nuestra luz. Cuando alguien se esfuerza por ser bueno y hacer el bien, al final se convierte en fuente de luz. Se convierte en sal de la tierra.

Y otra cosa más. Me parece importante recordar para qué debemos ser luz del mundo y sal de la tierra. No para que digan Qué buenos son los cristianos, sino para que, al ver nuestras buenas obras, los hombres den gloria a Dios. Y recuerda que Dios es humilde:

Dios es humilde
-Soy lo más importante -dijo el fuego-; sin mí, todos morirían de frío.
-Lo siento -intervino el agua-, pero lo más importante soy yo; sin mí todos morirían de sed.
-No lo diréis en serio -replicó el aire- ¿o es que pretendéis compararos conmigo? Sin mí todos morirían asfixiados; más aún, ni siquiera podrían nacer.
Entonces vieron que Dios pasaba en silencio por aquel lugar.
Y desde aquel momento, ni el agua, ni el fuego ni el aire han vuelto a pronunciar una palabra.

Vuestro hermano en la fe,
Alejandro J. Carbajo Olea, C.M.F.
(alejandrocarbajo@wanadoo.es)


23. 2004

LECTURAS: 1RE 17, 7-16; SAL 4; MT 5, 13-16

1Re. 17, 7-16. Cuando alguien se pone en un grave peligro, incluso con gran riesgo para su vida, decimos que se metió, por sí mismo, en la boca del lobo. Sidón era la tierra de Jezabel, esposa de Ajab. Ella había inducido al rey a adorar a Baal, pues ese era su dios, el dios de su patria. A causa de esa idolatría el Dios de Israel había enviado una gran sequía sobre los suyos. Elías había salido, conforme a la orden de Dios, para refugiarse cerca de un torrente. Pero ahora recibe la orden de ir hacia Sidón. Ahí vivirá al refugio de una viuda pobre, la cual llegará a reconocer al Dios de Israel como el verdadero Dios, y a Elías como verdadero profeta de Dios. Con esto el Señor nos está indicando que no podemos despreciar a nuestro prójimo, que no podemos huir de aquellos que han tomado por caminos equivocados. El pecado, que ha dominado y enceguecido a muchos corazones, debe ser vencido con la Victoria de Cristo, de la cual nosotros somos portadores. No podemos proclamar el Evangelio solo a quienes consideramos gente buena por no querer contaminarnos con el trato de los pecadores. Dios quiere que su Iglesia, al igual que su propio Hijo, baje hasta el fondo de la maldad en que muchos se han hundido para rescatarlos, aún a costa de la entrega de nuestra propia vida.

Sal. 4. Dios es para nosotros un Padre lleno de amor, de ternura y de misericordia. Él está siempre junto a nosotros no para castigarnos. Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Él está dispuesto siempre a velar por los suyos y a librarlos de todo mal. Si alguien se aleja de Él, él mismo se hace responsable de su propia perdición. Por eso, sabiendo que somos pecadores, y que tal vez muchas veces nos hemos alejado del Señor, con un corazón humilde volvamos al Él, que es rico en misericordia para con todos aquellos que lo invocan y lo buscan con sinceridad. Hagamos la prueba, y veremos qué bueno es el Señor.

Mt. 5, 13-16. Quienes hemos unido nuestra vida a Cristo hemos recibido el "Sabor" que nos viene de Él. Quien entre en contacto con la Iglesia de Cristo sabrá de su amor, de su entrega, de su cercanía, de su perdón, de su misericordia, de su Vida eterna. Hemos sido formados por Dios del costado abierto de su Hijo para que le demos un nuevo rumbo a la historia. Pero si perdemos el sabor de Cristo, si en lugar de que los demás encuentren en nosotros la Verdad y la Vida sólo encuentran destrucción, muerte y desprecio, por muy eruditos que sean nuestros discursos sobre Cristo sólo serviremos de burla para los demás y no serviremos sino para ser expulsados de la Casa del Padre par ser pisoteados, eternamente humillados por vivir como los hipócritas. Por eso, la Vida que Dios ha infundido en nosotros es como una luz, que el mismo Dios ha encendido en nosotros. No podemos ocultarla bajo nuestras cobardías. El Señor nos quiere testigos suyos. Testigos de la Verdad y de su Vida de la que nos ha hecho partícipes.

En la Eucaristía el Señor no sólo ilumina nuestra vida, sino que hace que nosotros también seamos convertidos en fuego que ilumine al mundo y el camino de la humanidad hacia su plena realización en Cristo. La Iglesia es Luz que hace brillar el Rostro resplandeciente de su Señor a través de la historia. Pero esta Luz no es algo propio de la humanidad, sino un Don que Dios nos hace por medio de su Hijo. Quienes creemos en Él no podemos empañar esa luz con nuestros pecados. El Señor quiere que su Iglesia sea un signo claro de su amor, de su bondad y de su misericordia. Y para ello entregó su vida por nosotros. Celebrar la Eucaristía y participar de ella significa todo un compromiso para trabajar en orden a hacer llegar la Vida de Dios y su Espíritu, hasta el último rincón de la tierra, como la Buena Noticia del Amor de Dios que se nos ha comunicado por medio de Cristo Jesús. Esa Vida divina debe dar frutos de buenas obras en nosotros. Quienes disfruten de esos frutos, quienes sean objeto de nuestro amor, de nuestro trabajo por la paz y la justicia, de nuestra misericordia, de nuestra generosidad, estarán experimentando a Dios desde nosotros y lo glorificarán a Él, pues no buscamos nuestra gloria, sino la de Aquel que es el único autor de todo bien. Habiendo, pues recibido, el Don de Dios, no lo ocultemos. No guardemos únicamente para nosotros la santidad de vida que Dios nos ha concedido. Seamos portadores de ese regalo que el Señor quiere hacer llegar a todos.

El Señor no quiere que su Iglesia sea una comunidad de cobardes. Él no le ha pedido a su Padre que nos saque del mundo, sino que nos preserve del mal, pues, siendo de Dios, permanecemos en el mundo como testigos del amor y de la verdad. Con la valentía y la fuerza que nos viene del Espíritu de Dios, que hemos recibido, debemos abrir los ojos ante tantas miserias y pecados que han atrapado a buena parte de la sociedad. Junto con el Papa Juan Pablo II reflexionamos que no sólo se nos ha perdido una de las 100 ovejas del rebaño, sino una gran parte del mismo. Con el corazón de Cristo hemos de llegar hasta los lugares más riesgosos y peligrosos en busca de quienes se dispersaron en un día de nubarrones y oscuridad. El Señor quiere que vayamos totalmente definidos a favor de la Verdad, de la Vida y del Amor que proceden de Dios hacia nosotros. Que vayamos como luz, dispuestos a iluminar y a no dejarnos apagar en la misión que se nos ha confiado. Muchos habrá que querrán comprarnos para sí y silenciar la voz de profeta que le corresponde a la Iglesia. Tratemos de no hacerle el juego al mal ni a los poderosos de este mundo. Aprendamos a cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado, dispuestos a correr todos los riesgos que nos vengan por creer en Cristo Jesús.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber convertirnos en auténticos testigos del amor de Dios en el mundo, de tal forma seamos una verdadera Iglesia profética por cumplir y vivir todo lo que nosotros decimos acerca del Dios amor, y que, por tanto, no sólo lo anunciamos con nuestros labios. Amén.

www.homiliacatolica.com


24. 06 de Febrero

416. Ser luz con el ejemplo

QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A

I. El Señor nos dice hoy a cada uno: Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo. La sal da sabor a los alimentos, preserva de la corrupción y era un símbolo de la sabiduría divina. La luz es la primera obra de Dios en la creación (Génesis 1, 1-5), y es símbolo del mismo Señor, del Cielo y de la Vida. Las tinieblas, por el contrario, significan la muerte, el infierno, el desorden y el mal. Los hombres, cuando viven según su fe, con su comportamiento irreprochable y sencillo, brillan como luceros en el mundo (Filipenses 2, 15), en medio del trabajo y de sus quehaceres, en su vida corriente. En cambio, ¡cómo se nota cuando el cristiano no actúa en la familia, en la sociedad, en la vida pública de los pueblos! Para que el cristiano sea sal y luz, es necesario el ejemplo de una vida recta, la limpieza de conducta, y el ejercicio de las virtudes humanas y cristianas. El buen ejemplo ha de ir por delante.

II. Frente a esa marea de materialismo y de sensualidad que ahoga a los hombres, el Señor “quiere que de nuestras almas salga otra oleada –blanca y poderosa, como la diestra del Señor-, que anegue con su pureza, la podredumbre de todo materialismo y neutralice la corrupción, que ha inundado el orbe: A eso vienen –y a más- los hijos de Dios” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja). Transformaremos de verdad el mundo –comenzando por ese mundo quizá pequeño en el que se lleva a cabo nuestra actividad y en el que se despiertan nuestras ilusiones, si somos competentes y honrados en el trabajo profesional; en la familia, si le dedicamos el tiempo que necesita: si nos ven alegres, también en las contradicciones y en el dolor; si somos cordiales, leales, sencillos, optimistas: los demás se sentirán atraídos a la vida que muestran nuestras acciones. El ejemplo prepara la tierra en la que fructificará la palabra. No olvidemos que para que los demás vean a Cristo en nuestro comportamiento es necesario seguir muy de cerca al Maestro.

III. Las obras de misericordia darán al cristiano la posibilidad de manifestar la caridad de su corazón: amar a los demás como nos ama el Señor. Otro aspecto importante, en el que los cristianos hemos de ser esa sal y luz de las que nos habla Cristo, es la templanza y la sobriedad. Estas virtudes manifiestan el señorío de los hijos de Dios, utilizando los bienes “según las necesidades y deberes, con la moderación del que los usa, y no del que los valora demasiado y se ve arrastrado por ellos” (SAN AGUSTÍN, Sobre las costumbres de la Iglesia católica) Le pedimos hoy a la Virgen que sepamos ser luz que estemos siempre encendidos en el amor para reflejar con claridad el rostro amable de Cristo.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-25. La luz y la sal

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio Córdova

Reflexión

Hace apenas dos domingos reflexionábamos en el valor y en el sentido de la luz. Y terminábamos nuestra breve reflexión con la autoproclamación del mismo Jesucristo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12).

Lucas nos cuenta que, cuando nació Jesús en Belén, se apareció un ejército celestial a un grupo de pastores para darles la buena nueva y la gloria del Señor los envolvió con su luz (Lc 2, 9). Y el anciano Simeón, cuando ve entrar a María y a José al templo para presentar el Niño al Señor, lo toma en brazos y lo llama “luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 32).

San Juan, por su parte, nos dice que en Cristo, “estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron” (Jn 1, 4). Y, un poco más adelante: “Él era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció” (Jn 1, 9-10).

Aparece aquí nuevamente el tema de la luz y de las tinieblas, del que hablamos hace dos semanas. San Juan trata repetidamente de esta realidad en su evangelio y en sus cartas. Efectivamente, Cristo mismo se definió “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6); y afirmó que “el que crea en Él, no perecerá, sino tendrá la vida eterna... El que cree en Él, no es juzgado, pero el que no cree en Él ya está juzgado porque no creyó en el nombre del Unigénito Hijo de Dios. Y el juicio consiste en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3, 16.18-19).

La luz es la fe, el amor y la vida de cara a la verdad. Las tinieblas son la incredulidad, la hipocresía, la mentira, el odio, el no abrir el corazón ni aceptar a Cristo. El mismo Juan resume así todo el objetivo de su evangelio: “Estas cosas (semeia) fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 31). Éste es como el núcleo central y el “leitmotiv” de su mensaje.

Pero no basta con que Jesús sea la luz del mundo. Él quiere que también nosotros, cada cristiano, sea también luz del mundo: “Vosotros sois la luz del mundo; vosotros sois la sal de la tierra” (Mt 5, 13-14).

Y enseguida nos explica este apoftegma: “Si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada sirve ya, sino para tirarla y que la pisen los hombres”. Está claro que la sal es para salar y para dar sazón a la comida. En nuestra sociedad consumista, la sal es un ingrediente que carece prácticamente de valor porque nos hemos acostumbrado a tenerla. Y, además, es muy fácil conseguirla y cuesta poco. Pero si, por enfermedad o por algún otro motivo, nos vemos privados temporalmente de ella, nos damos cuenta de cuán necesaria es en la vida.

Pero no sólo. Hoy en día contamos con refrigeradores, neveras y conservantes. En el tiempo de Jesús nada de esto existía. La sal era usada también para conservar los alimentos –sobre todo las carnes y el pescado— y era un elemento indispensable para que no se descompusieran.

Cuando el Señor nos dice que los cristianos debemos ser sal de la tierra, nos está diciendo que tenemos que dar sabor y sazón al alimento; pero también que debemos servir como conservantes para que el mundo no se pudra en su pecado y en sus vicios. Tenemos que ser como la levadura en la masa, o como el alma en el cuerpo. A este propósito, existe un bello texto espiritual de la época de los Padres, llamado “Carta a Diogneto”, que habla sobre la misión de los cristianos en el mundo. Dice así: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos; ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte; siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida; y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble.

Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan esas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se les condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida.

Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, pero abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados con la muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen; y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.

Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros el cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo.

El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos porque se oponen a sus placeres.

El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado del que no les es lícito desertar” (Carta a Diogneto, cap. 5-6).

Esto significa ser sal de la tierra. Esto significa ser luz del mundo. Ojalá que cada uno de los cristianos estemos a la altura de esta noble y excelsa misión para que, con nuestro testimonio y nuestra vida santa, hagamos que este mundo viva de un modo más humano y cada día más cerca de Dios.


3-26. Fray Nelson Martes 7 de Junio de 2005
Temas de las lecturas: Jesucristo no fue primero «sí» y luego «no». Todo en el es un si> * Ustedes son la luz del mundo.

1. Fieles con la fidelidad de Dios
1.1 La relación de Pablo con la comunidad de Corinto fue bastante compleja y cargada de tensiones y desilusiones, así como también de algunas sorpresas gratas y amables esperanzas.

1.2 Por eso nos extraña que la comunicación epistolar entre el apóstol fundador de esta iglesia de Corinto y la comunidad por él fundada resultara también compleja y llena de situaciones que comprendemos bien en sus líneas generales pero cuyos detalles a veces se nos escapan.

1.3 Cuando el apóstol habla, por ejemplo, del consuelo de Dios o cuando dice, como hemos escuchado en el texto de hoy: "nuestras palabras no son hoy sí y mañana no", seguramente está aludiendo a reproches, indirectas o murmuraciones que ciertamente dificultaron su labor apostólica y le propinaron más de una amargura o disgusto.

1.4 Es bueno conservar esta escala "real" al recordar las condiciones en que nació el cristianismo, para no idealizar a seres humanos que, como nosotros, vivieron sus propias dificultades y produjeron sus propias decepciones. A veces sucede, en efecto, que cuando hablamos de "los primeros cristianos" dejamos volar una especie de romanticismo espiritual que no ayuda a comprender cuál es el verdadero lugar de la fidelidad y de la gracia de Dios en la vida de ellos y en nuestra propia vida.

1.5 En el breve pasaje de hoy en la primera lectura, por ejemplo, Pablo desea mostrar el fundamento de su propio testimonio apostólico en la indubitable fidelidad de Dios. En Cristo se han cumplido "todas las promesas"; en él halla cimiento nuestra esperanza; en él es posible también para nosotros encontrar una fuente, una razón y una base para ser fieles.

2. La Sal de la tierra, la Luz del mundo
2.1 Jesús nos regala en el evangelio de hoy dos comparaciones fantásticas en su fecundidad y de inmenso éxito en la predicación cristiana. ¿Quién no ha oído, quién no recuerda las palabras que, otra vez hoy, nos llegan como el lamento de un profeta o la esperanza de un poema?

2.2 Ahora bien, Jesús no habla de la sal, sin más, ni de la luz, sin más. Habla, más que de dos cosas, de dos situaciones que quiere que sus discípulos eviten. No es una comparación abstracta entre dos realidades terrenas y esa realidad de gracia que es ser discípulo del Señor; más bien es una imagen viva, una imagen en movimiento, de dos situaciones que los discípulos necesitan aprender a superar o evitar.

2.3 No nos quedemos entonces con la "sal" y la "luz"; si vamos a dar nombre a las cosas, el tema es "sal desabrida" y "luz ocultada". Los adjetivos calificativos son importantes; son realmente básicos aquí, si queremos comprender el verdadero alcance de la enseñanza de Nuestro Señor: sal "desabrida" y luz "ocultada".

2.4 Estos calificativos corresponden a sendos riesgos o tentaciones. Es fácil contentarse con ser "sal" sin percatarse de que hace rato se ha perdido el sabor. Es fácil y tentador deleitarse en el resplandor de la propia "luz" sin caer cuenta de que ya no alumbramos realmente a nadie. Frente a estas posibilidades que nos seducen en silencio se levanta la voz del profeta de Nazareth, porque no quiere que durmamos porque se apagó nuestra luz o se disolvió nuestro sabor.