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EL PAPA EN TIERRA SANTA



«LA VISITA DEL PAPA RELAJARA LA TENSION EN ORIENTE MEDIO»

Habla Maurice Bormans, del Instituto Pontificio de Estudios Islámicos

ROMA, 22 mar (ZENIT.org).- «La acogida de Jordania me ha parecido muy calurosa, abierta y comprensiva. Hay que reconocer que el mundo árabe tiene todas las de ganar y muy poco que perder con esta visita de Juan Pablo II a Tierra Santa. Los palestinos, los jordanos, los libaneses, los sirios y los egipcios esperan que esta peregrinación sirva para dar un empuje decisivo a la conclusión del proceso de paz». Lo afirma en declaraciones concedidas a «Zenit» el catedrático Maurice Bormans, rector del Instituto Pontificio de Estudios Árabes e Islámicos y experto de fama internacional en asuntos árabes.

«Por parte de Israel, se dan buenas disposiciones --continúa diciendo el padre Bormans--, a pesar de que los grupos fundamentalistas hacen presión. Creo que la estancia del Santo Padre en Jerusalén debería relajar la tensión y despejar incomprensiones».

--Zenit: ¿Cuáles son los problemas que complican el diálogo interreligioso?

-- Maurice Bormans: El diálogo interreligioso con los musulmanes y con los judíos siempre tiene una dimensión política. Esto es un hecho. No es nada fácil aclarar hasta qué punto esta dimensión política debe ser asumida o separada del diálogo que el Santo Padre y los demás representantes cristianos quieren promover.

--Zenit: Este viaje parece que está cerrando un proyecto que ha llevado al Papa a visitar Marruecos, Túnez, el Líbano y Egipto. Ahora ha llegado a Jordania, Palestina e Israel...

-- Bormans: Es verdad que este viaje a Tierra Santa quiere coronar un proyecto de una nueva colaboración entre los creyentes de las religiones que debería llenar de alegría y satisfacción al Papa. Se trata de un punto de llegada, pero no final. Con su propuesta global de apertura de relaciones entre las religiones, el Santo Padre ha tratado de visitar siempre todos los países, pues no excluye a ningún pueblo. En calidad de jefe de la comunidad católica mundial, el pontífice pretende promover relaciones que no sólo promuevan la convivencia pacífica, sino que lleven a una colaboración profunda al servicio de los derechos del hombre. El Papa pide la colaboración de todos los pueblos y de las comunidades religiosas para testimoniar a Dios en el mundo moderno y para afirmar la dignidad del hombre y la defensa de sus derechos a todos los niveles personales, familiares, sociales y culturales.

--Zenit: Una de las consecuencias de la falta del diálogo en Oriente Medio es el éxodo de los cristianos de Tierra Santa. Al negárseles todo tipo de perspectivas, se ven obligados a emigrar, en especial los más jóvenes.

-- Maurice Bormans: Paralelamente al proceso de paz y de diálogo que se ha llevado adelante en estos años, existen grupos de fundamentalistas judíos y musulmanes que se muestran arrogantes con los cristianos de la región. Es una realidad que les hará sufrir todavía. Las cartas escritas por los patriarcas cristianos recuerdan y subrayan estas dificultades y los peligros que de ellas se derivan. Naturalmente la emigración de cristianos y musulmanes de Oriente Medio hacia Estados Unidos, Australia, y Europa occidental es un hecho de hace ya algunos años y depende de numerosos factores. Pero es verdad que, en la situación actual, es muy difícil para los cristianos sobrevivir como minoría.

--Zenit: Pero es que, además, los cristianos están divididos entre sí.

-- Maurice Bormans: Uno de los aspectos más importantes del viaje del Santo Padre es la invitación que hace a las comunidades cristianas a continuar por el camino ecuménico para encontrar la comunión y la colaboración. Este llamamiento debería reforzar una tendencia que ya tiene lugar en estos momentos. Desde hace algunos años, el Consejo Ecuménico de las Iglesias de Oriente Medio se ha convertido en el Consejo de Oriente Medio de la Iglesia, con cuatro co-presidentes. Esto está permitiendo una colaboración mayor entre las Iglesias de Calcedonia, las Ortodoxas, las de la Reforma y la Católica (esta última con todos sus ritos). Incluso se han redactado cartas comunes dirigidas a todas las comunidades cristianas de Oriente Medio. Por este motivo, el Papa se encontrará en Jerusalén con el patriarca ortodoxo que tiene un primado entre todos jefes de las Iglesias cristianas en la Iglesia Madre. Se trata de gestos de apertura ecuménica. Juan Pablo II abre los brazos. Ahora les toca a todos corresponder en lo que les sea posible.


 

JUAN PABLO II: EL MUNDO NO PUEDE OLVIDAR EL HOLOCAUSTO

Barak, emocionado, reconoce el papel de Juan Pablo II en el nuevo diálogo

JERUSALEN, 23 mar (ZENIT.org).- La peregrinación de Juan Pablo II por Tierra Santa quiere ser también un momento especialmente intenso de encuentro con el mundo judío. El momento cumbre de este encuentro tuvo lugar esta mañana, cuando el pontífice visitó a los dos rabinos jefes de Israel y Yad Vashem, el memorial del Holocausto en Jerusalén.

Al amanecer, la prensa judía invocaba una intervención decidida del Papa, pues muchos hebreos del mundo --escribía-- no saben lo que ha hecho y dicho Juan Pablo II sobre el Holocausto. Y el Papa no decepcionó a los medios de comunicación. Rindió homenaje a los seis millones de judíos asesinados durante el nazismo, un homenaje que estuvo caracterizado por un silencio preñado de emoción, roto por el canto de un rabino que elevó una oración de lamento al Señor.

Después de haber encendido la llama perenne que recuerda el extermino de los hebreos ante las inscripciones de los 21 campos de concentración y ante la urna que contiene las cenizas de hebreos que murieron en hornos crematorios en Auschwitz, el Papa renovó la petición de perdón por las responsabilidades cristianos durante el Holocausto: «Como obispo de Roma y Sucesor del apóstol Pedro, aseguro al pueblo judío que la Iglesia católica, motivada por la ley evangélica de la verdad y del amor y no por consideraciones políticas se siente profundamente entristecida por el odio, los actos de persecución y las manifestaciones de antisemitismo contra los judíos por parte de los cristianos en todo tiempo y lugar. La Iglesia rechaza cualquier forma de racismo que considera una negación de la imagen del Creador intrínseca a cada ser humano».

Antes de leer el discurso, de pie, con evidentes muestras de emoción, el Papa había escuchado la lectura de la carta de una judía polaca deportada a Asuchwitz, que confiaba su hijo a una amiga católica. El pequeño sería más tarde asesinado en el mismo campo de concentración. El Papa se encontró también con algunos judíos polacos superviviente de los campos de concentración. Entre ellos, se encontraba su amigo de infancia, Jerzy Kluger, y Edith Zirer, la mujer judía originaria de su mismo pueblo natal, Wadowice, que, según ella testimonia, le debe la vida a Karol Wojtyla.

Liberada en enero de 1945, abandonó el campo de Skarzysko-Kaienna totalmente debilitada por la tuberculosis y por otros sufrimientos que prácticamente la impedían moverse. Un joven seminarista, Karol Wojtyla, que la encontró, le ofreció algo de pan y una taza de te. Después, se la llevó a hombros durante tres kilómetros, desde el campo de concentración hasta la estación de ferrocarriles, donde la muchacha pudo unirse a otros supervivientes. Tras pasar por un orfanato de Cracovia y por un sanatorio francés, en 1951, emigró a Israel, donde se casó.

Por su parte Kluger, el niño con quien escuchaba los cuentos de su padre el mismo Papa, tras la segunda guerra mundial emigró a Roma. Volvió a encontrarse con Karol, «Lolek», como él le llama, a inicios de los años sesenta, en tiempos del Concilio Vaticano II. Los periódicos subrayaron una de las intervenciones de monseñor Wojtyla y, de este modo, Kluger se dio cuenta de que aquel joven obispo era el mismo amigo con el que iba a la escuela y jugaba al fútbol. Cuando fue construida una sinagoga en Wadowice siendo ya Papa, Juan Pablo II escribió una carta y pidió a su amigo Jerzy que la leyera en su nombre a la asamblea.

«En este lugar de la memoria --dijo con emoción el Papa en el memorial del Holocausto-- la mente, el corazón y el alma sienten una gran necesidad de silencio. Silencio en el que recordar. Silencio en el que intentar dar sentido a los recuerdos que regresan con impetuosidad. Silencio porque no existen palabras lo bastante fuertes para deplorar la terrible tragedia del Holocausto. Yo mismo tengo recuerdos personales de todo lo que pasó cuando los nazis ocuparon Polonia durante la guerra. Recuerdo a mis amigos y vecinos judíos, algunos de los cuales han muerto, mientras otros han sobrevivido».

Y con voz firmeza, afirmó: «He venido a Yad Vashem para rendir homenaje a los millones de judíos que, privados de todo, en particular de su dignidad humana, fueron asesinados en el Holocausto».

A continuación explicó los motivos por los que la humanidad no puede olvidar la Shoah hebrea. «Queremos recordar pero por un motivo, esto es para asegurar que nunca jamás prevalecerá el mal, como sucedió para los millones de víctimas inocentes del nazismo. ¿Cómo pudo el hombre despreciar tanto al hombre? Porque había llegado al extremo de despreciar a Dios. Sólo una ideología sin Dios podía programar y llevar a cabo el exterminio de un pueblo entero».

«Judíos y cristianos comparten un patrimonio espiritual inmenso que procede de la revelación de Dios mismo --recordó el Santo Padre--. Nuestras enseñanzas religiosas y nuestras experiencias espirituales nos exigen que derrotemos el mal con el bien. Recordamos pero sin deseo alguno de venganza ni como incentivo del odio. Para nosotros recordar significa rezar por la paz y por la justicia».

El Papa concluyó pidiendo que «nuestro dolor por la tragedia sufrida por el pueblo judío en el siglo XX lleve a una relación nueva entre cristianos y judíos. Construyamos un futuro nuevo en el que no haya más sentimientos anti-judíos entre los cristianos ni anti-cristianos entre los judíos, sino por el contrario, el respeto recíproco que se pide a aquellos que adoran al único Creador y Señor y miran a Abraham como el padre común en la fe».

Al discurso del Papa, le respondió el primer ministro Ehud Barak, quien aseguró al Papa su «compromiso absoluto» para garantizar los derechos y la libertad de culto de todas las confesiones presentes en Tierra Santa y para «mantener a Jerusalén unida, abierta y libre, como nunca lo ha sido hasta ahora». El primer ministro saludó al Papa en nombre de todos los ciudadanos de Israel: judíos, cristianos, musulmanes, y drusos.

Barak citó las palabras con las que el Papa se suele referir al Holocausto, «la larga noche de la Shoah» y se estremeció ante el drama que sufrió el pueblo judío y sus propios familiares (sus abuelos murieron en Dachau) durante el nazismo. «Parecía que no podía haber espacio para la esperanza en Dios o en el mundo», constató. Pero acto seguido recordó a estos «gentiles justos», como son llamados en Israel, que «en secreto arriesgaron la vida para salvar la vida de los demás. Sus nombres están escritos en los muros en torno a Yad Vashem, estarán impresos siempre en nuestro corazón».

Entre estos justos, Barak coloca a Juan Pablo II: «Usted ha hecho más que nadie para aplicar el histórico cambio de la Iglesia hacia el pueblo hebreo, cambio iniciado con el buen Papa Juan XXIII». En este sentido, a visita del pontífice al memorial del Holocausto, según el primer ministro, es «el culmen de este histórico viaje de curación».


 

EL PAPA PIDE A LOS RABINOS RECONOCER LA CONDENA CATOLICA DEL ANTISEMITISMO

Asegura que ha hecho todo lo posible para que se superen los prejuicios

JERUSALEN, 23 mar (ZENIT.org).- Con un apretón de manos, concluyó el encuentro que tuvo lugar esta mañana entre Juan Pablo II y los dos rabinos jefes de Jerusalén, Meir Israel Lau y Mordechai Bakshi-Doron, quienes representan respectivamente las dos ramas del hebraísmo, los asquenazíes --provenientes de Europa central y oriental-- y los sefardíes --provenientes de Europa occidental, en buena parte de origen español--.

Al final del encuentro, los líderes religiosos judíos regalaron al Papa una antigua copia del Antiguo Testamento, conocido como «Biblia de Jerusalén». El rabino Lau leyó en voz alta la dedicatoria de claro lenguaje bíblico: «Bendito seas al llegar y bendito seas al partir».

El encuentro que duró casi media hora, tuvo lugar en la sede del Gran Rabinato de Jerusalén, después de que el Papa hubiera celebrado la Eucaristía en el Cenáculo. Acompañaban al Papa algunos cardenales de la Curia romana y el patriarca latino de Jerusalén, monseñor Michel Sabbah.

Al dirigirse a los rabinos, Juan Pablo II dijo que ha hecho todo lo posible para «superar los prejuicios y garantizar un reconocimiento cada vez mayor y pleno del patrimonio espiritual que comparten los judíos y los cristianos». En este sentido repitió lo que ya dijo en la histórica visita que hizo a la sinagoga de Roma en 1986: «los cristianos reconocemos que la herencia religiosa hebrea es intrínseca a nuestra fe: "sois nuestros hermanos mayores"».

Ahora bien, el obispo de Roma pidió también que «el pueblo hebreo reconozca que la Iglesia condena totalmente el antisemitismo y toda forma de racismo, pues atenta radicalmente contra los principios del cristianismo. Tenemos que cooperar para edificar un futuro en el que no haya más anti-judaísmo entre los cristianos y anti-cristianismo entre los hebreos».

Y concluyó: «Tenemos mucho en común. Juntos podemos hacer mucho por la paz, por la justicia y por un mundo más fraterno y humano».

Después del encuentro privado con los rabinos, el Papa saludó al resto de los jefes religiosos judíos. «Sigue habiendo entre nosotros diferencias tecnológicas e ideológicas --dijo Mordechai Bakshi-Doron--, pero nos encontramos ante un desafío común, el de la globalización y el de la "tecnologización"».

A continuación el Papa fue en coche al palacio presidencial en el que fue recibido por Ezer Weizman. Entre los diplomáticos presentes, se encontraba la viuda de Isaac Rabin, Lea. En el encuentro, Juan Pablo II subrayó la nueva era de reconciliación y paz que se da en las relaciones entre judíos y cristianos.


 

UN PAPA CELEBRA MISA POR PRIMERA VEZ EN EL CENACULO

Juan Pablo II emocionado en el lugar de la Última Cena

JERUSALEN, 23 mar (ZENIT.org).- Por primera vez en la historia, un obispo de Roma repitió a primeras horas de la mañana, en privado, el gesto de la fracción del pan en la sala superior del Cenáculo, el mismo lugar en el que antes de la Pasión, Cristo celebró la Última Cena con los doce apóstoles e instituyó la Eucaristía.

Ha sido una celebración histórica, pues a Pablo VI, en 1964, no se le permitió celebrar Misa en este lugar. Antes de la celebración, Juan Pablo II explicó su significado con estas palabras: «He deseado ardientemente visitar como peregrino este lugar santo para celebrar la Eucaristía aquí, donde el Señor, en la noche en que se entregó voluntariamente a la pasión, instituyó el sacerdocio ministerial y nos dejó su cuerpo y su sangre en memoria de su muerte gloriosa».

En la homilía de la concelebración en la que también participaron los líderes católicos de Tierra Santa y los cardenales y prelados que le acompañan en su peregrinación, el Santo Padre explicó que hoy, «en cierto sentido, Pedro y los apóstoles, en la persona de sus sucesores, han regresado al Cenáculo para profesar la fe perenne de la Iglesia: Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo volverá"».

La presencia sacramental de Cristo en la Eucaristía es la mayor riqueza de la Iglesia, añadió el Papa visiblemente conmovido. La Eucaristía es quien la edifica, pues «las manos que partieron el pan para los discípulos durante la Última Cena se abrirían después en la cruz para reunir a todo pueblo en torno a Él, en el Reino eterno del Padre».

«Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo volverá: este es el misterio de la fe que proclamamos en cada celebración eucarística --aclaró--. Jesucristo, el sacerdote de la nueva y eterna Alianza, redimió al mundo con su propia sangre; resucitado de entre los muertos, fue a prepararnos un lugar en la casa del Padre. En el Espíritu que nos ha hecho hijos amados de Dios en la unidad del Cuerpo de Cristo, esperamos su regreso con gozosa esperanza».

Al final de la Eucaristía, el Papa firmó la tradicional Carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo de este año, aquí, en el Cenáculo, donde la vocación de todo presbítero encuentra su razón de ser. «¿Qué mejor oportunidad para este año santo?», se preguntó el Papa.

Con motivo de esta histórica visita del Papa a Tierra Santa, el Estado de Israel ha prometido que restituirá el Cenáculo a la Santa Sede. Desde 1967, es propiedad del gobierno israelí, quien lo ha confiado al Ministerio de Culto. El edificio, considerado como la primera sede de la Iglesia naciente, es también meta de peregrinación de los judíos, pues consideran que aquí se encuentra la sepultura de David, aunque no existe ningún testimonio arqueológico que lo demuestre. De hecho, la sala en que Jesús lavó los pies a los discípulos, hoy día es una sinagoga. En el pasado, fue utilizado también como lugar de culto musulmán. El claustro que lleva al segundo piso, el del Cenáculo, es ahora un Museo del Holocausto y una Escuela Rabínica. Ahora el gobierno israelí se muestra disponible para cederlo a los católicos a cambio de iglesia de Santa María Blanca de Toledo, una sinagoga que fue transformada en lugar de culto católico. Los franciscanos que custodian los santos lugares habían sido expulsados de aquí por el régimen otomano en 1551. Desde entonces, durante siglos, trataron de recuperarlo, recurriendo incluso a las instancias internacionales.


 

EL PAPA SE ENCONTRARA MAÑANA CON LOS JOVENES

Miles de chicos y chicas le esperan en el Monte de las Bienaventuranzas

JERUSALEN, 23 mar (ZENIT.org).- Mañana por la mañana Juan Pablo II visitará Korazim para presidir la Misa dedicada a los jóvenes en el Monte de las Bienaventuranzas, desde el que Jesús anunció la nueva Ley del Evangelio.

El encuentro ha sido bien preparado. Será el más numeroso de toda esta peregrinación pontificia a Tierra Santa. Esta noche, los jóvenes se reunían en la parroquias de la Iglesia local católica representada en sus diferentes ritos. Algunos han sido acogidos en la iglesia greco-católico, otros en la iglesia latina y en la maronita. La participación de miembros del Camino Neocatecumenal venidos de todo el mundo es imponente. Han participado una vigilia de oración para preparar este encuentro con el Papa, que según explica su organizador, el padre Rino Rossi, director de la «Domus Galilaeae», quiere ser también «profético», a causa de las circunstancias que lo han preparado.

«Participarán también muchas personas que no son católicas, como por ejemplo las autoridades israelíes y musulmanes, que tienen cargos de responsabilidad en los pueblos de los alrededores --revela el sacerdote--. Estarán también presentes algunos drusos y los diplomáticos de unos sesenta países. Todo esto ha creado un clima de expectativa. Los muchachos están verdaderamente entusiasmados y con ello están entusiasmando a los muchachos de la región, tan diferentes por cultura y lengua».

En el mismo Monte de las Bienaventuranzas, en el santuario que allí se ha construido, el pontífice se volverá a encontrar por la tarde con el primer israelí Ehud Barak. A continuación, irá a Tabgha, donde visitará dos iglesias: la multiplicación de los panes y la que recuerda el primado de Pedro, a orillas del lago de Tiberíades. Por último, en Cafarnaúm, se detendrá en el santuario de la Casa de Pedro. De allí regresará en helicóptero a Jerusalén.


 

EL MUNDO DEBE ESCUCHAR EL GRITO DE LAS VICTIMAS DEL HOLOCAUSTO

Palabras de Juan Pablo II en el Memorial de la Shoah, Yad Vashem

JERUSALEN, 23 mar (ZENIT.org).- Juan Pablo II pronunció, en el Memorial del Holocausto de Jerusalén, desgarradoras palabras que evocaron la barbarie cometida por el nazismo contra el pueblo judío: «Queremos recordar --dijo--. Queremos recordar pero con un objetivo: para asegurar que nunca jamás prevalecerá el mal, como sucedió para los millones de víctimas inocentes del nazismo». El discurso lo pronunció, entre otros, ante sus amigos judíos de infancia --se encontraba presente una mujer a quien Karol Wojtyla le salvó la vida al final de la segunda guerra mundial--. Ofrecemos el texto íntegro del discurso del Santo Padre.

* * *

Las palabras del antiguo Salmo salen de nuestro corazón:
«Me he convertido en un desecho.
Escucho las calumnias de la turba, terror por todos lados,
mientras se aúnan contra mí en conjura, tratando de quitarme la vida.
Mas yo confío en ti, Yahveh, me digo: "¡Tú eres mi Dios!"» (Salmo 31, 13-15).

1. En este lugar de la memoria, la mente, el corazón y el alma sienten una extraña necesidad de silencio. Silencio para recordar. Silencio para intentar encontrar un sentido a los recuerdos que nos invaden como un torrente. Silencio, porque no existen palabras suficientemente enérgicas con las cuales deplorar la terrible tragedia de la Shoah. Yo mismo tengo recuerdos personales de todo lo que sucedió cuando los nazis ocuparon Polonia durante la Guerra. Me acuerdo de mis amigos y vecinos hebreos, algunos perecieron, otros sobrevivieron.

He venido a Yad Vashem para rendir homenaje a los millones de judíos que, privados de todo, en particular de su dignidad humana, fueron asesinados en el Holocausto. Ha pasado más de medio siglo, pero los recuerdos permanecen.

Aquí, como en Auschwitz y en otros muchos lugares de Europa, sentimos el peso de las desgarradores lamentaciones de tantas personas. Hombres, mujeres y niños nos gritan desde el abismo del horror que experimentaron. ¿Cómo es posible no escuchar su grito? Nadie puede olvidar o ignorar lo sucedido. Nadie puede aminorar su magnitud.

2. Queremos recordar.
Queremos recordar pero con un objetivo: para asegurar que nunca jamás prevalecerá el mal, como sucedió para los millones de víctimas inocentes del nazismo.

¿Cómo pudo el hombre despreciar hasta ese punto al hombre? Llegó al extremo de despreciar a Dios. Sólo una ideología sin Dios podía programar y llevar a cabo el exterminio de un pueblo entero.

El honor que se rinde a los «gentiles justos» del Estado de Israel en Yad Vashem por haber actuado con heroísmo para salvar a los judíos, a veces incluso llegando a dar la propia vida, es una demostración de que ni siquiera en la hora más oscura se apagan todas las luces. Por este motivo los Salmos y toda la Biblia, aún reconociendo la capacidad del hombre para hacer el mal, proclaman que la maldad no tendrá la última palabra. Desde la profundidad misma de la pena y de la angustia, el creyente clama: «Mas yo confío en ti, Yahveh, me digo: "¡Tú eres mi Dios!"» (Salmo 31, 14).

3. Judíos y cristianos comparten un patrimonio espiritual inmenso que procede de la revelación del mismo Dios. Nuestras enseñanzas religiosas y nuestras experiencias espirituales nos exigen que derrotemos el mal con el bien. Recordamos, pero sin deseo alguno de venganza ni como incentivo del odio. Para nosotros recordar significa rezar por la paz y por la justicia y comprometernos con su causa. Sólo un mundo en paz, con justicia para todos, podrá evitar que se repitan los errores y los terribles crímenes del pasado.

Como obispo de Roma y Sucesor del apóstol Pedro, aseguro al pueblo judío que la Iglesia católica, motivada por la ley evangélica de la verdad y del amor y no por consideraciones políticas se siente profundamente entristecida por el odio, los actos de persecución y las manifestaciones de antisemitismo contra los judíos por parte de los cristianos en todo tiempo y lugar. La Iglesia rechaza cualquier forma de racismo que considera una negación de la imagen del Creador intrínseca a cada ser humano (cf. Génesis 1, 26)

4. En este lugar de solemne memoria, ruego fervientemente para que nuestro dolor por la tragedia sufrida por el pueblo judío en el siglo XX lleve a una relación nueva entre cristianos y judíos. Construyamos un futuro nuevo en el que no haya más sentimientos anti-judíos entre los cristianos ni anti-cristianos entre los judíos, sino por el contrario, el respeto recíproco que se pide a aquellos que adoran al único Creador y Señor y miran a Abrahán como el padre común en la fe (cf. «Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah», V).

El mundo tiene que prestar atención a la advertencia que proviene de las víctimas del Holocausto del testimonio de los supervivientes. Aquí, en Yad Vashem, la memoria está viva y arde en nuestro espíritu. Nos hace gritar:

«Escucho las calumnias de la turba, terror por todos lados; Mas yo confío en ti, Yahveh, me digo: "¡Tú eres mi Dios!"» (Salmo 31, 13-15).


 

«LA RIQUEZA MAS GRANDE DE LA IGLESIA»

Homilía del Papa al celebrar la Eucaristía en el Cenáculo de Jerusalén

JERUSALEN, 23 mar (ZENIT.org).- La primera Eucaristía de un pontífice en el mismo lugar en el que Cristo celebró la Última Cena e instituyó el sacerdocio ofreció a Juan Pablo II la oportunidad de penetrar en el misterioso --y escandaloso-- misterio que se vive en el altar. «Esta presencia es la riqueza más grande de la Iglesia». Ofrecemos las palabras de la homilía pronunciada en el Cenáculo de Jerusalén, donde celebró Misa en privado junto a los obispos de Tierra Santa y sus colaboradores.

* * *

1. «Este es mi cuerpo».

Reunidos en el cuarto de arriba, hemos escuchado la narración del Evangelio de la Última Cena. Hemos escuchado palabras que surgen de las profundidades del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Jesús toma el pan, lo bendice y lo parte, después se lo da a sus discípulos, diciendo: «Este es mi cuerpo». La alianza de Dios con su Pueblo está a punto de culminar en el sacrificio de su Hijo, la Palabra Eterna hecha carne. Están a punto de ser realizadas las antiguas profecías: «Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo…¡He aquí que vengo…a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hebreos 10, 5-7). En la Encarnación, el Hijo de Dios, de la misma naturaleza que el Padre, se hizo hombre y recibió un cuerpo de la Virgen María. Y ahora, en la noche anterior a su muerte, les dice a sus discípulos: «Este es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros».

Con gran emoción escuchamos una vez más estas palabras que fueron pronunciadas aquí en el cuarto de arriba, hace dos mil años. Desde entonces han sido repetidas, generación tras generación, por los que compartimos el sacerdocio de Cristo a través del sacramento del orden. De este modo, Cristo repite constantemente estas palabras, a través de la voz de sus sacerdotes, en cada rincón del mundo.

2. «Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía».

En cumplimiento al mandato de Cristo, la Iglesia repite estas palabras cada día en la celebración de la Eucaristía. Palabras que emergen de las profundidades del misterio de la redención. En la celebración de la cena pascual en el cuarto de arriba, Jesús tomó el cáliz llena de vino, lo bendijo y lo pasó a sus discípulos. Formaba parte del rito pascual del Antiguo Testamento. Pero Cristo, sacerdote de la Alianza nueva y eterna, pronunció estas palabras para proclamar el misterio de la salvación de su pasión y muerte. Bajo las especies de pan y vino instituyó los signos sacramentales del sacrificio de su cuerpo y su sangre.

«Por tu cruz y resurrección sálvanos, Salvador del mundo». En cada santa Misa, proclamamos este «misterio de fe», que durante dos milenios ha nutrido y sostenido la Iglesia que peregrina en medio de persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, proclamando la cruz y muerte del Señor hasta su venida (cf. «Lumen Gentium», 8). En un cierto sentido, Pedro y los apóstoles, en las personas de sus sucesores, han vuelto hoy a la sala del piso superior, para profesar la fe perenne de la Iglesia: «Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo volverá».

3. De hecho, la primera lectura de la liturgia de hoy nos remonta a la vida de la primera comunidad cristiana. Los discípulos «acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hechos 2, 42).

«Fractio panis». La Eucaristía es tanto un banquete de comunión en la Alianza nueva y eterna, como el sacrificio que hace presente el poder salvífico de la cruz. Desde un principio, el misterio de la Eucaristía ha estado siempre ligado a la enseñanza al seguimiento de los apóstoles y a la proclamación de la Palabra de Dios, que habló en el pasado por medio de los profetas y ahora, de manera definitiva, en Jesucristo (cf. Hebreos 1, 1-2). Allá donde se pronuncien las palabras "Este es mi cuerpo" y la invocación del Espíritu Santo, la Iglesia se ve fortalecida en la fe de los apóstoles y en la unidad que tiene en el Espíritu Santo su origen y vínculo.

4. San Pablo, el apóstol de los pueblos, comprendió claramente que la Eucaristía, al ser participación en el cuerpo y la sangre de Cristo, es también un misterio de comunión espiritual en la Iglesia. «Porque aún siendo muchos, un sólo pan y un sólo cuerpo somos, pues todos participamos de un sólo pan» (1 Corintios 10, 17). En la Eucaristía, Cristo el buen pastor que dio su vida por su rebaño, se queda en su Iglesia. ¿No es acaso la Eucaristía la presencia sacramental de Cristo en todos los que participamos del único pan y del único cáliz? Esta presencia es la riqueza más grande de la Iglesia.

Cristo edifica a la Iglesia mediante la Eucaristía. Las manos que partieron el pan a los discípulos durante la Ultima Cena se extendieron sobre la cruz para reunir a todos los pueblos a su alrededor en el Reino eterno del Padre. A través de la celebración eucarística, Él nunca cesa de guiar a los hombres y mujeres para que sean miembros efectivos de su Cuerpo.

5. «Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo vendrá nuevamente».

Éste es el «misterio de fe» que proclamamos en cada celebración de la Eucaristía. Jesucristo, el Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, ha redimido al mundo con su sangre. Resucitado de entre los muertos, se ha ido a prepararnos un lugar en la casa de Su Padre. Esperamos su venida con gozosa esperanza en el Espíritu que nos ha hecho hijos amados de Dios, en la unidad del Cuerpo de Cristo.

Este año del Gran Jubileo es una oportunidad especial para que los sacerdotes crezcan en la consideración del misterio que celebran en el altar. Por este motivo, deseo firmar la Carta a los Sacerdotes con motivo del Jueves Santo de este año aquí, en la sala superior, donde fue instituido el único sacerdocio de Jesucristo, que todos nosotros compartimos.

Celebrando esta Eucaristía en el cuarto superior, en Jerusalén, estamos unidos a la Iglesia de todo tiempo y lugar. Unidos con la cabeza, estamos en comunión con Pedro y los apóstoles y sus sucesores por los siglos. En unión con María, los santos y mártires, y todos los bautizados que han vivido en la gracia del Espíritu Santo, alzamos nuestra voz para gritar: «Marana tha!»; «¡Ven Señor Jesús!» (cf. Apocalipsis 22,17). Llévanos, a nosotros y a todos tus elegidos, a la plenitud de la gracia en tu Reino eterno. Amén.


 

CIEN MIL JOVENES DESAFIAN LA LLUVIA Y EL FRIO PARA VER AL PAPA

El mayor encuentro organizado por la Iglesia en Israel

KORAZIM, 24 mar (ZENIT.org).- Miles de jóvenes pasaron toda la noche bajo la lluvia y el frío helador. Los que pudieron, se refugiaron en los autobuses, las escuelas, o incluso en los kibutz. Vinieron al Monte de las Bienaventuranzas para participar en el encuentro más multitudinario organizado por la Iglesia en el Estado de Israel. Sin lugar a dudas eran más de 90 mil. Algunos cálculos aseguran que su número alcanzaba los 120 mil. Probablemente sólo el funeral de Isaac Rabin ha reunido a tantas personas en este país.

Mientras esperaban al Papa, Kiko Argüello, fundador del Camino Neocatecumenal, cantaba y tocaba la guitarra junto a un grupo de jóvenes que le acompañaban con instrumentos (clarinetes, laúdes, guitarras...). Grupos de chicos y chicas bailaban en círculo. El comentarista de la televisión del Estado de Israel se preguntó: «¿Por qué han venido todos estos jóvenes a ver al Papa?».

La mitad, unos 50 mil, eran miembros de las comunidades neocatecumenales de todo el mundo. El Camino ha creado en estas colinas la «Domus Galilaeae» (Casa de Galilea), un gran centro de formación para sacerdotes y seminaristas que fue inaugurado hoy por el Papa antes de celebrar la Eucaristía. La otra mitad eran chicos y chicas de otros movimientos e instituciones eclesiales, como Comunión y Liberación, los Focolares, o el Opus Dei, así como de parroquias y diócesis del mundo. En total, se encontraban representados ochenta países. Con su presencia en Tierra Santa, con el cansancio agotador de la espera y de la celebración, Juan Pablo II quería lanzar un mensaje gráfico al mundo: la paz en Oriente Medio necesita una nueva generación. La gran sorpresa fue la significativa participación de cristianos ortodoxos, judíos y musulmanes, que conviven con las comunidades cristianas locales.

El escenario no podía ser el más adecuado. En este mismo monte --más bien una montaña de unos 15 metros de altura--, Jesús proclamó la Ley más ilógica: «Bienaventurados los pobres»; «Bienaventurados los humildes»; «Bienaventurados los que son perseguidos»... Una Ley que sólo se puede entender con el amor. Juan Pablo II repitió este mensaje y los jóvenes le respondieron con esa generosidad que siempre han caracterizado sus encuentros con el Papa Wojtyla.

Celebró la Eucaristía en un gigantesco palco rojo, resguardado por una enorme tienda negra, que recordaba el Éxodo y el camino del pueblo de Israel por el desierto. Concelebraron doce cardenales, cien obispos y 1.200 sacerdotes.

La presencia de tanta juventud pareció quitarle años al Papa, quien durante la homilía definió este encuentro como un ensayo general para la Jornada Mundial de la Juventud que tendrá lugar en Roma durante el mes de agosto.

La lógica ilógica de las Bienaventuranzas
Presentó plásticamente el combate espiritual que experimenta todo joven. Por un lado representó el mensaje de las Bienaventuranzas de Jesús que ensalza a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, los perseguidos... Y lo puso en contraposición con esa voz que resuena en el interior de toda persona: «Bienaventurados los soberbios y violentos, los que prosperan sin importarles el precio, los que no tienen escrúpulos, los duros de corazón, los descarriados, los que instigan la guerra y no la paz, los que atropellan a quienes se encuentran en su camino». Esta voz, explicó el Papa, tiene particular fuerza en «un mundo en el que triunfan con frecuencia los violentos y en el que da la impresión de que los deshonestos tienen éxito».

Es la hora de los jóvenes
Hoy al igual que hace dos mil años, Cristo, afirmó al Papa, «os llama». «¿Cuál es la voz por la que optarán los jóvenes del siglo XXI?», se preguntó. «Confiar en Jesús significa que queréis creer en lo que Él dice, por más raro que parezca, y que rechazáis las seducciones del mal, por más razonables o atractivas que puedan parecer».

«Ser buenos cristianos en el mundo de hoy puede parecer algo superior a vuestras posibilidades en el mundo de hoy. Sin embargo, Jesús no se queda con los brazos cruzados y no os deja solos a la hora de afrontar este reto». La clave está por tanto en estar con Jesús, para «conocerle y a amarle profundamente».

Aquella misión que Cristo encomendó en estas tierras a sus apóstoles, el Papa la puso hoy en manos de los jóvenes, en la aurora del tercer milenio: «Ahora os toca a vosotros ir por el mundo y predicar el mensaje de los Diez Mandamientos y el de las Bienaventuranzas». «Jóvenes de Tierra Santa, Jóvenes del mundo: ¡responded al Señor con un corazón abierto y dispuesto!».

Los jóvenes respondieron «sí» a la invitación del Papa dejando en libertad doce palomas, símbolo de los doce apóstoles que hace dos mil años llevaron desde aquí el mensaje del Evangelio al mundo entero.

La tarde del Papa
En la tarde, Juan Pablo II se encontró esta tarde con el primer ministro de Israel, Ehud Barak, en la casa del Santuario del Monte de las Bienaventuranzas de Korazim. Luego fue a Tabgha, que se encuentra en la orilla noroeste del lago de Tiberíades, donde visitó la Iglesia de la Multiplicación de los Panes. Según la tradición, la roca sobre la que Jesús depositó los panes se convirtió en el altar de una iglesia. Los restos de esta iglesia, construida en el 350 d.C., se encuentran a la derecha del altar de la actual, confiada a los padres benedictinos.

A continuación, el Santo Padre visitó la Iglesia del Primado de Pedro, reconstruida en 1933 por los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Desde allí se trasladó a Cafarnaúm, que se encuentra en el Lago de Tiberíades, donde pudo ver el Santuario de la Casa de San Pedro, que fue inaugurado el 29 de junio de 1990 por el cardenal Simon Lourdusamy y está confiado a la Custodia de Tierra Santa.

Después de esta visitas que tenían carácter privado, Juan Pablo II regresó en helicóptero a la delegación apostólica de Jerusalén, donde cenó y pasó la noche.


 

LA CARTA DE UNA MADRE JUDIA QUE ESTREMECIO A JUAN PABLO II

En ella, una mujer, asesinada en Auschwitz, confía su hijo a una amiga

JERUSALEN, 24 mar (ZENIT.org).- Uno de los momentos más emocionantes de la ceremonia en la que participó ayer Juan Pablo II en el Memorial del Holocausto fue, sin duda, la lectura de la carta de una mujer polaca, escrita el 23 de septiembre de 1943, para confiar a su hijo a una amiga. Al entregar a su pequeño al cuidado de la familia de esa mujer, la madre quería evitar la persecución que sufrían los judíos en aquellos momentos de dominación nazi. Un año después, la madre y el niño morirían en el campo de exterminio de Auschwitz (Polonia).

Este es el texto de la carta que arrancó las lágrimas de los presentes y que conmovió al mismo Papa.

«Querida señora Bronia: Me es muy difícil escribirle. Últimamente han sucedido cosas terribles. La vida es tan cruel. Cuando vino aquí, señora Bronia, no logré expresar mis sentimientos. Se lo pido: cuide a mi hijo. Sea para él una madre. Tengo miedo de que coja frío: es tan débil y enfermizo. Querida Bronia, haga por él todo lo posible, le quedaré agradecida hasta mi último día».

«Él es muy inteligente y tiene un corazón muy bueno. Estoy segura de que sabrá amarle. Cada día rezo a Dios desde lo profundo de mi sufrimiento para que, por el contrario, usted tenga un futuro feliz y no tenga que separarse de sus hijos, para que pueda amarlos y cuidarlos. ¿Puede comprender mi tortura?».

«Bronia, esta carta es un grito que sale del corazón. Michael tiene que comer, hacerse fuerte, ser capaz de soportar los sufrimientos. Por favor, es necesario vestirle con ropa caliente, que lleve calcetines. No puedo seguir escribiendo. Hasta las lágrimas se me han secado. Que Dios les proteja a los dos. Genya».


 

LA COMUNIDAD DE «QEHILLAH» CATOLICOS DE TRADICION JUDIA

Un lugar de acogida para los cristianos que no han renunciado al hebraísmo

JERUSALEN, 24 mar (ZENIT.org).- «El Papa en Tierra Santa es un signo concreto de la actitud positiva de la Iglesia hacia el pueblo de Israel, en el que hunden nuestras raíces. Por otro lado, hay un deseo psicológico de la sociedad israelí de conocer, acercarse, comprender mejor a los católicos», dijo en una entrevista a la agencia de la Santa Sede, «Fides», el padre PierBattista Pizzaballa, responsable de la «Qehillah», comunidad católica de tradición hebrea en Jerusalén, que recibe también a hebreos convertidos.

Según explica, los «católicos de tradición judía» son personas «que no han abandonado el judaísmo, pero ven en Jesús la perfección de la ley, la cumbre de la historia del pueblo de Israel. Conservando sus raíces hebreas, ven en la Iglesia la plenitud de su camino espiritual. Los miembros de la comunidad son prevalecientemente hebreos convertidos, aunque también hay católicos que viven en el contexto israelí, hablan hebreo, piensan en hebreo y se encuentran más a sus anchas en estas comunidades. Para un hebreo convertido al cristianismo es difícil conciliar su fe con el contexto en que vive. Por eso, el papel de la comunidad es importantísimo: pasa a ser el punto de referencia para la vida espiritual, una segunda familia, un grupo de personas con las que puede expresarse libremente».

Los católicos de tradición hebrea están divididos en cuatro comunidades: en Sheva, Jerusalén, Tel Aviv y Haifa. Las comunidades se componen sobre todo de familias. En la «Qehillah» de Jerusalén hay familias, religiosos, laicos y jóvenes: unas 350 personas. Forman juntas la Obra de Santiago, obra diocesana nacida tras la creación del Estado de Israel. Está presidida por un obispo y hay un delegado patriarcal que sigue la actividad pastoral de las cuatro comunidades».

Entre las particularidades de esta comunidad, destaca la celebración de la liturgia en hebreo. «Esto exige un esfuerzo notable porque es difícil presentar la riqueza litúrgica de la Iglesia católica en la lengua semítica --explica el padre PierBattista Pizzaballa--. Además del aspecto lingüístico, hay un problema de mentalidad: la liturgia necesita una remodelación. Hemos optado, ahora, por seguir la liturgia católica romana, reelaborándola: conservamos las mismas ideas, pero sin traducirlas literalmente, porque es imposible. Una comisión litúrgica sigue este trabajo con la aportación también de expertos del extranjero. La obra exigirá tiempo y varias generaciones, pero ésta es una de las vocaciones específicas de la comunidad: reelaborar la liturgia, tratando de redescubir las raíces judías».

La principal actividad de la comunidad es la oración, la catequesis, que implica el esfuerzo de presentar la fe con el lenguaje de la comunidad local. Organiza además actividades con los jóvenes y encuentros con familias para rezar y discutir sobre problemas de carácter moral y social.

«La sociedad judía tiene dificultades para aceptar que un hebreo adhiera a una Iglesia, especialmente a la Iglesia católica --explica--. Esto provoca problemas de identidad y un conflicto interior, que se manifiesta en la familia y en la sociedad. Por eso, uno de nuestros criterios es la discreción. Como comunidad somos muy discretos, visibles, pero no demasiado, para evitar incomprensiones».


 

«LOLEK ERA UN GENIO GENEROSO, ME DEJABA COPIAR DE SUS CUADERNOS

Emocionante encuentro entre el Papa y un amigo de infancia judío

JERUSALEN, 24 mar (ZENIT.org).- Empieza como un relato del escritor judío Isaac B. Singer: hace ochenta años, en Wadowice, un pueblo de Polonia, nacieron dos niños, uno judío, de nombre Yossef y uno cristiano que se llamaba Karol. Crecieron estudiando y jugando juntos, dando patadas al balón, cuando les separó la segunda guerra mundial. Acaba como una película de Steven Spielberg: ayer, en Jerusalén, en el Memorial del Holocausto, Yossef Bainenstock, y Karol Wojtyla se volvía a encontrar finalmente.

Y ante este abrazo esperado durante más de medio siglo, entre el judío superviviente del Holocausto y el cristiano convertido en Papa, nadie se queda con los ojos secos. «Desde hace tiempo quería pedirle una audiencia en el Vaticano, pero tenía la esperanza de que antes o después podría volver a ver aquí, en Israel, a mi antiguo compañero de juegos», dice Yossef al acabar la ceremonia.

Le ha hablado en polaco, le ha llamado con el diminutivo de entonces, Lolek (Carlitos), le ha recordado los viejos tiempos, «las tardes en los campos de fútbol --él jugaba de portero y paraba un montón de goles--; las excursiones para ir a esquiar, la escuela...». Juan Pablo II le estrechó la mano durante un buen tiempo, le preguntó por su familia, en gran parte desaparecida en Auschwitz y Dachau, los mismos campos de exterminio en los que fue confinado Yossef.

Antes de la guerra, vivían dos mil hebreos en Wadowice. Tan sólo doscientos se libraron de la espantosa muerte a manos de los nazis. Algunos, emigraron a Israel, y ahora los trece que todavía viven, todos viejecitos en torno a los ochenta años, han sido invitados a Yad Vashem al encuentro con el Papa.

«Lolek era el primero de la clase, un auténtico genio --sigue contando Bainenstock--. A los profesores no les daba tiempo a hacer una pregunta cuando ya les había contestado. Un genio generoso, que me dejaba copiar de sus cuadernos, me ayudaba a pasar los exámenes. Yo era judío y él cristiano pero no veíamos nada de extraño en nuestra amistad».


 

IGLESIA, PIO XII Y NAZISMO, HABLAN LOS DOCUMENTOS

Pacelli, el pontífice que más reconocimientos recibió del pueblo judío

JERUSALEN, 24 mar (ZENIT.org).- Un pontífice nunca había pronunciado palabras tan fuertes de condena del antisemitismo como las que utilizó ayer Juan Pablo II en el Memorial del Holocausto de Jerusalén: «Como obispo de Roma y sucesor del apóstol Pedro --dijo--, aseguro al pueblo judío que la Iglesia católica, motivada por la ley evangélica de la verdad y del amor y no por consideraciones políticas, se siente profundamente entristecida por el odio, los actos de persecución y las manifestaciones de antisemitismo contra los judíos por parte de los cristianos en todo tiempo y lugar».

Y, sin embargo, exponentes del mundo judío han criticado al Papa por no haber pedido perdón por el «silencio» que Pío XII mantuvo ante el Holocausto. La petición solemne de perdón que pronunció él Papa Wojtyla el pasado 12 de marzo, según explicó ayer el gran rabino de Jerusalén, Meir Israel Lau, a los micrófonos del primer canal de la televisión italiana «RAI», no es suficiente y tiene que dar un segundo paso.

Cuando hace ya algunos años le preguntaron los periodistas a Juan Pablo II qué opinaba de Pío XII, el Santo Padre, sin titubear, respondió: «Fue un gran Papa». A pesar de su gran diferencia de temperamento, Pacelli y Wojtyla tienen muchas afinidades, especialmente en lo que se refiere a su fuerza en materia de enseñanzas morales, a su cariño por María, a la apertura a la universalidad de la Iglesia y la forma de gobierno de la misma. Semejanzas que han sido reconocidas por el mismo John Cornwell, autor del libro «El Papa de Hitler» escrito contra Pío XII.

Y, sin embargo, Pío XII recibió en vida más elogios y muestras de agradecimiento del pueblo judío que ningún otro obispo de Roma en toda la historia. Según varios historiadores judíos instalados en Italia, Pío XII y la Iglesia salvaron entre 740.000 y 860.000 judíos del exterminio. Tan sólo en Roma, durante la ocupación nazi, 4.447 judíos fueron escondidos en más de 155 casas religiosas, instituciones eclesiásticas, parroquias y colegios. En varias Iglesias de Roma se pueden ver lápidas de judíos que agradecen a la Iglesia el que les salvara la vida. Esta acción tuvo lugar por petición del Papa.

Se trata de un hecho tan conocido y reconocido, que en diciembre de 1940, Albert Einstein, escribió en el semanario estadounidense «Time» que «La Iglesia católica es el único baluarte que se opuso a los deseos de Hitler de cancelar la verdad». Después de la guerra, Moshe Sharrett, ex ministro de Asuntos Exteriores y primer ministro de Israel, fue a ver a Pío II «para agradecer a la Iglesia católica lo que hizo para salvar a los judíos en todas las partes del mundo». Al igual que Sharrett, Herzog, el rabino de Jerusalén, así como los rabinos de las comunidades judías de Italia, Estados Unidos, Rumanía y Hungría vinieron a Roma o enviaron mensajes de agradecimiento al Papa Pacelli por la manera en que se movilizó a su favor. Por los menos tres de los volúmenes de las «Actas y Documentos de la Santa Sede relativos a la Segunda Guerra Mundial» están llenos de documentos escritos por las comunidades judías del mundo entero en los que agradecen a Pío XII y a la Iglesia católica la ayuda que ofrecieron a los judíos perseguidos.

A la muerte de Pío XII, Golda Meir escribió: «Durante el terror nazi, cuando nuestro pueblo fue sometido a un terrible martirio, la voz del Papa se elevó para condenar a los perseguidores y para ofrecer piedad a sus víctimas. Nosotros lloramos la muerte de un gran servidor de la paz».

Jacob Philip Rudin presidente de la Conferencia Central de Rabinos Estadounidenses («Central Conference of American Rabbies») afirmó: «Su simpatía por todos, su sabia visión social y su trepidante comprensión hicieron de él una voz profética al servicio de la justicia en todos los sitios. Que su recuerdo sea una bendición para la vida de la Iglesia católica romana y para el mundo».

En esa misma ocasión el «Jewish Cronicle» de Londres recordó que «antes, durante y después de la segunda guerra mundial, trató de llevar un mensaje de paz. Afrontando las monstruosas crueldades del nazismo, del fascismo y del comunismo, proclamó continuamente las virtudes de la humanidad y de la compasión».

La tesis del libro «El Papa de Hitler» de John Cornwell es absurda. Cuando Pacelli fue elegido Papa, el «Berliner Morgenpost», periódico fiel al Partido nazi, escribió que «la elección del cardenal Pacelli no es del beneplácito de Alemania, pues siempre se ha opuesto al nazismo».

El mismo periódico de la Internacional Comunista, «La Correspondance Internationale» dedicó un artículo a la elección al papado de Pacelli presentándole como una buena elección, pues era un hombre que se oponía claramente al nazismo.

Tras el radiomensaje que Pío XII pronunció con motivo de la Navidad de 1942, la Gestapo escribió un informe en el que afirmaba que «de la manera ya conocida el Papa ha rechazado el Nuevo Orden Europeo Nacionalsocialista. No ha atacado directamente al nacionalsocialismo, pero ha criticado duramente todo aquello en lo que creemos... Ha hablado claramente a favor de los judíos».

Estos documentos explican los motivos por los que el Papa no ha pedido perdón por la conducta de Pío XII durante la segunda guerra mundial, pues no se puede pedir perdón por los errores que no se han cometido. Estos testimonios han permitido además el que pueda avanzar su causa de beatificación.


 

JOVENES, A VOSOTROS OS TOCA AHORA RESPONDER A CRISTO

Homilía de Juan Pablo II en el Monte de las Bienaventuranzas

KORAZIM, 24 mar (ZENIT.org).- Al igual que hace dos mil años, Jesús sigue llamando a corazones jóvenes para que le sigan. Este fue el mensaje que Juan Pablo II dirigió desde el Monte de las Bienaventuranzas a los miles de chicos y chicas que se congregaron para celebrar con él la Eucaristía. Ofrecemos la traducción de la homilía que pronunció el pontífice.

* * *

«Hermanos, considerad vuestra vocación» (1 Corintios 1:26)

1. Estas palabras de san Pablo se dirigen hoy a todos los que hemos venido aquí, al Monte de las Bienaventuranzas. Sentados en este monte, como los primeros discípulos, escuchamos a Jesús. En la quietud, escuchamos su apacible y apremiante voz, apacible como esta tierra, y apremiante como el llamado a escoger entre la vida y la muerte.

¡Cuántas generaciones antes que nosotros se han conmovido con el Sermón de la Montaña! A través de los siglos, ¡cuántos jóvenes se han congregado alrededor de Jesús para escuchar sus palabras de vida eterna, como lo hacéis hoy vosotros! ¡Cuántos corazones jóvenes se han inspirado en el poder de su personalidad y en la verdad de sus palabras! ¡Es maravilloso que estéis aquí hoy!

Gracias, arzobispo Boutros Mouallem, por su cálida bienvenida. Por favor, lleve mi saludo a toda la comunidad greco-melkita, que usted preside. Saludo a todos los miembros de la comunidad latina, incluyendo a los fieles de lengua hebrea, la comunidad maronita, la comunidad siria, la comunidad armenia, la comunidad caldea, y a todos nuestros hermanos y hermanas miembros de otras iglesias cristianas y comunidades eclesiales. Dirijo unas palabras de agradecimiento especial a nuestros amigos musulmanes, a los miembros de la fe judía y a la comunidad drusa.

¡Esta gran asamblea es como un ensayo de la Jornada Internacional de la Juventud, que se celebrará en Roma en agosto! ¡El joven que ha hablado hace poco me ha prometido que asistiréis! Jóvenes de Israel, del Territorio Palestino, de Jordania y de Chipre: jóvenes del Medio Oriente, de África y Asia, de Europa, América y Oceanía! Os saludo a cada uno con mucho amor y cariño!

2. Los primeros que escucharon las Bienaventuranzas de Jesús llevaban grabado en su corazón el recuerdo de otro monte, el Monte Sinaí. Hace apenas un mes, tuve la gracia de ir allí, al lugar donde Dios habló a Moisés y le dio la Ley «escrita por el dedo de Dios» (Éxodo 31:18) en tablas de piedra. Estas dos montañas, el Sinaí y el Monte de las Bienaventuranzas, nos sirven de guía, a modo de mapa, de la vida cristiana y como un sumario de nuestros deberes para con Dios y el prójimo. La Ley y las Bienaventuranzas señalan el camino para seguir a Cristo y el camino real de madurez espiritual y libertad.

Los Diez Mandamientos del Sinaí pueden parecer negativos: «No habrá para ti otros dioses delante de mí... no matarás; no adulterarás; no robarás; no testificarás contra tu prójimo falso testimonio...» (Éxodo 20:3,13-16). Pero de hecho, son sumamente positivos. Más allá del mal que mencionan, señalan el camino a la ley del amor, que es el primero y más grande de todos los mandamientos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente... Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22, 37, 39). El mismo Jesús dijo que él no vino a abolir la ley sino a llevarla a su plenitud (cf. Mateo 5,17). Su mensaje es nuevo pero no destruye lo que ya existe; desarrolla al máximo su potencialidad. Jesús enseña que el camino del amor lleva la Ley a su plenitud (cf. Gálatas 5,14). Y enseñó esta verdad importantísima, en esta colina, aquí en Galilea.

3. «¡Bienaventurados!», dice él, «los pobres de espíritu, los mansos y misericordiosos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los pacíficos, los perseguidos! ¡Bienaventurados!». Pero estas palabras de Jesús pueden parecer extrañas. Parece extraño el que Jesús exalte a aquellos a quien el mundo considera generalmente débiles. Él les dice, «Bienaventurados vosotros, los que parece que habéis perdido, porque vosotros sois los auténticos vencedores: el Reino de los cielos es vuestro!». Estas palabras, dichas por Él, que es «manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29), constituyen un desafío que exige una profunda y constante «metanoia» del espíritu, una conversión del corazón.

¡Vosotros, los jóvenes, comprenderéis por qué es necesaria ésta conversión del corazón! Porque vosotros sois conscientes de la otra voz, que habla dentro de vosotros y alrededor vuestro, una voz contradictoria. Es una voz que dice: «Bienaventurados los soberbios y violentos, los que prosperan sin importarles el precio, los que no tienen escrúpulos, los duros de corazón, los descarriados, los que instigan la guerra y no la paz, los que atropellan a quienes se encuentran en su camino». Y esta voz parece tener sentido en un mundo en el que triunfan con frecuencia los violentos y en el que da la impresión de que los deshonestos tienen éxito. «Sí», dice la voz del mal, «estos son los que vencen». «Bienaventurados».

4. Jesús ofrece un mensaje muy diferente. Cerca de aquí, Jesús llamó a sus primeros discípulos, al igual que hoy os llama a vosotros. Su llamado exige una elección entre las dos voces que compiten por ganar vuestro corazón, también ahora, en este mismo monte, es la elección entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. ¿Cuál es la voz por la que optarán los jóvenes del siglo XXI? Confiar en Jesús significa que queréis creer en lo que Él dice, por más raro que parezca, y que rechazáis las seducciones del mal, por más razonables o atractivas que puedan parecer.

Pero Jesús no sólo proclama las Bienaventuranzas. Él vive las Bienaventuranzas. Él es las Bienaventuranzas. Al fijaros en Él, veréis lo que significa ser pobre de espíritu, manso y misericordioso, afligido, justo, limpio de corazón y perseguido. Por eso tiene el derecho de decir: «¡Ven y sígueme!» No dice simplemente: «Haz lo que te digo». Él dice: «¡Ven y sígueme!».

Vosotros escucháis su voz en este monte, y creéis lo que dice. Pero como los primeros discípulos en el Mar de Galilea, tenéis que dejar atrás vuestras barcas y redes, y eso no es nada fácil, especialmente cuando os enfrentáis a un futuro incierto y sentís la tentación de perder la confianza en su herencia cristiana. Ser buenos cristianos en el mundo de hoy puede parecer algo superior a vuestras posibilidades en el mundo de hoy. Sin embargo, Jesús no se queda con los brazos cruzados y no os deja solos a la hora de afrontar este reto. Siempre está con vosotros para transformar vuestra debilidad en fuerza. Creed en él Cuando os dice: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza» (2 Corintios 12:9).

5. Los discípulos pasaron mucho tiempo con el Señor. Llegaron a conocerle y a amarle profundamente. Descubrieron el significado de lo que le dijo una vez a Jesús el apóstol Pedro: «Señor, ¿a donde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Juan 6, 68). Descubrieron que las palabras de vida eterna son las palabras del Sinaí y las palabras de las Bienaventuranzas. Y éste es el mensaje que llevaron a todas partes.

En el momento de su Ascensión, Jesús confío una misión a sus discípulos y les tranquilizó así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todos los pueblos... Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo» (Mateo 28:18-20). Desde hace dos mil años los seguidores de Jesús han llevado a cabo esta misión. Hoy, en el amanecer del Tercer Milenio, os toca a vosotros. Ahora os toca a vosotros ir por el mundo y predicar el mensaje de los Diez Mandamientos y el de las Bienaventuranzas . Cuando Dios habla, habla sobre lo más importante para cada persona, para las personas del siglo XXI al igual que para las del siglo primero. Los Diez Mandamientos y las Bienaventuranzas hablan de la verdad y de la bondad, de la gracia y de la libertad: de todo lo que es necesario para entrar en el Reino de Cristo. ¡Ahora os toca a vosotros ser valientes apóstoles de ese Reino!

¡Jóvenes de Tierra Santa, Jóvenes del mundo: responded al Señor con un corazón abierto y dispuesto! Abierto y dispuesto, como el corazón de la hija más ilustre de Galilea, María, la Madre de Jesús. ¿Cómo le respondió? Ella dijo: «He aquí a la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1, 38).

Señor, Jesucristo, en este lugar que conocías tan bien y que tanto te gustaba, ¡escucha a estos corazones jóvenes y generosos! ¡Sigue enseñando a estos jóvenes la verdad de los Mandamientos y de las Bienaventuranzas! ¡Hazlos testigos gozosos de tu verdad y apóstoles convencidos de tu Reino! ¡Acompáñalos siempre, especialmente en esos momentos en que seguirte a ti y al Evangelio parece difícil y exigente! ¡Tú serás su fortaleza, Tú serás su victoria!

Señor, Jesús, tú has hecho de estos jóvenes tus amigos: ¡manténlos siempre cerca de ti! Amén.