SINODO DE LOS OBISPOS
X ASAMBLEA ORDINARIA

EL OBISPO
SERVIDOR DEL EVANGELIO DE JESUCRISTO
PARA LA ESPERANZA DEL MUNDO


Capítulo II

RASGOS DE IDENTIFICACIÓN DEL MINISTERIO DEL OBISPO

26. La II Asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos indicó la Koinonia-Communio como el concepto central de la eclesiología del Vaticano II. Esta eclesiología, presente en la tradición viva de la Iglesia y patrimonio común en el Oriente y en el Occidente durante casi todo el primer milenio de la era cristiana, constituye la senda de la renovación de la vida eclesial y es también el fundamento de todo el ministerio pastoral en el peregrinaje de la Iglesia a través de la historia humana.(40)

Que la Iglesia sea un misterio de comunión es una afirmación que no se refiere solamente a sus estructuras externas, sino más bien a su naturaleza íntima y a su realidad más profunda, que toca el corazón del misterio de la Trinidad Santa. De hecho, la Iglesia, como ha recordado el Concilio, es el pueblo reunido a semejanza de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,(41) tiene su origen en la Trinidad, subsiste en ella y hacia ella se encamina. Esta naturaleza y esta misión de la Iglesia "de acuerdo con la voluntad de quien es su Fundador y Fundamento, determinan también la naturaleza y la misión del episcopado".(42)

El Ministerio del Obispo en Relación a la Trinidad Santa

27. Toda identidad cristiana se revela al interior del misterio de la Iglesia como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera. También el sentido y el fin del ministerio episcopal se debe entender en la Ecclesia de Trinitate, enviada a amaestrar a todas las gentes y a bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28, 18-20).

Por ello, en las relaciones entre cada uno de los obispos y los fieles de la Iglesia particular que han sido confiados a su cuidado, se deben reflejar las relaciones entre las personas divinas de la Trinidad en la unidad: en el Padre está la fuente de la autoridad, en el Hijo está la fuente del servicio y en el Espíritu está la fuente de la comunión. Así, "la palabra comunión nos lleva hasta el manantial mismo de la vida trinitaria (cf. Jn 1,3), que converge en la gracia y en el ministerio del episcopado. El obispo es imagen del Padre, hace presente a Cristo como Buen Pastor, recibe la plenitud del Espíritu Santo de la que brotan enseñanzas e iniciativas ministeriales para que pueda edificar, a imagen de la Trinidad y a través de la palabra y los sacramentos, esa Iglesia, lugar de donación de Dios a los fieles que le han sido confiados".(43)

El Ministerio Episcopal en Relación a Cristo y los Apostoles

28. El ministerio episcopal se configura en la Iglesia como ministerio en la sucesión apostólica. El testimonio ininterrumpido de la Tradición reconoce en los obispos aquellos que poseen el "sarmiento de la semilla apostólica"(44) y suceden a los apóstoles como pastores de la Iglesia.

Ciertamente los Doce son únicos como testigos del misterio del Verbo encarnado, crucificado y resucitado. Pero en el tiempo que transcurre entre la Pascua del Señor y su venida gloriosa, después de haber desaparecido los Apóstoles, son los obispos los que heredan la misión. Enraizados, por la fuerza del sacramento del Orden, en el eph'apax apostólico, son revestidos de una exousia que, vivida en comunión con el Sucesor de Pedro, "tiene como finalidad dar continuidad en el tiempo a la imagen del Señor, formada por toda la Iglesia, pero cuidando específicamente que no se alteren sus rasgos esenciales y sus facciones específicas, que hacen que sea única entre todas las de la tierra".(45)

29. Ministros de la apostolicidad de toda la Iglesia por voluntad del Señor y revestidos de la potencia del Espíritu del Padre que rige y guía (Spiritus principalis), los obispos son sucesores de los Apóstoles no solamente en la autoridad y en la sacra potestas, sino también en la forma de vida apostólica, en los sufrimientos apostólicos por el anuncio y la difusión del Evangelio, en el cuidado tierno y misericordioso de los fieles que les han sido confiados, en la defensa de los débiles y en la constante atención al pueblo de Dios. Configurados en modo particular a Cristo mediante la plenitud del sacramento del Orden y hechos partícipes de su misión, los obispos lo hacen sacramentalmente presente y por esto son llamados "vicarios y legados de Cristo" en las Iglesias particulares que presiden en su nombre.(46) De hecho, por medio de su ministerio el Señor Jesús sigue anunciando el Evangelio, difundiendo en los hombres la santidad y la gracia mediante los sacramentos de la fe y guiando al pueblo de Dios en la peregrinación terrena hasta la felicidad eterna.

El Ministerio Episcopal en Relación a la Iglesia

30. Don del Espíritu hecho a la Iglesia, el obispo es antes que nada, como todo cristiano, hijo y miembro de la Iglesia. De esta Santa Madre él ha recibido en el sacramento del Bautismo el don de la vida divina y la primera instrucción en la fe. Con todos los demás fieles él comparte la dignidad insuperable de hijo de Dios para vivirla en la comunión y en espíritu de grata fraternidad. Por otra parte, permaneciendo fiel de Cristo entre los demás, él es también el que, por la fuerza de la plenitud del sacramento del Orden, es ante los fieles maestro, santificador y pastor, que actúa en nombre y en persona de Cristo. Evidentemente no se trata de dos relaciones simplemente unidas entre sí, sino en relación recíproca e íntima, ordenadas la una a la otra porque ambas participan de la riqueza de Cristo, sumo y único sacerdote.(47) Sin embargo, un obispo se convierte en "padre" precisamente porque es plenamente "hijo" de la Iglesia.

Por esto, como ya recordaba el Directorio Ecclesiae imago, el obispo "debe armonizar en su propia persona los aspectos de hermano y padre, de discípulo de Cristo y de maestro de la fe, de hijo de la Iglesia y, en un cierto sentido, de padre de la misma, por ser ministro de la regeneración sobrenatural de los cristianos (cf. 1 Cor 4,15)".(48)

El vínculo que une al obispo con la Iglesia ha sido también descrito con frecuencia como un místico vínculo esponsal. En verdad, es Cristo el único esposo de la Iglesia. En cuanto que signo sacramental de Cristo Cabeza, el obispo lo es también de Cristo Esposo. El obispo, reflejando en forma visible y especial la imagen del Esposo, debe ser también el testigo creible en la comunidad. Revestido de la caridad esponsal del Redentor, él se empeña en hacer florecer en la Iglesia "la amplitud, la largura, la altura y la profundad del amor de Cristo", hasta hacerla aparecer "llena de toda la riqueza de Dios" (Ef 3, 18ss). Es así como el obispo explica su tarea de pastorear la grey del Señor, esto es, como respuesta al amor y como amoris officium.(49) En tal modo él acrecienta también la esperanza en su Iglesia particular, ya que a través de su servicio, ésta conserva la certeza de que no le faltará nunca la caridad pastoral de Jesucristo, de la que cada obispo participa.

El Obispo en Relación con su Presbiterio

31. El ministerio del obispo se determina en relación a las diferentes vocaciones de los miembros del pueblo de Dios y, antes que nada, en relación a los sacerdotes, incluso religiosos, y al presbiterio constituido por ellos en la Iglesia particular.(50) Los documentos del Vaticano II (51) han arrojado nueva luz sobre la antigua realidad del colegio presbiteral como cuerpo orgánico, constituido por todos los presbíteros incardinados en una Iglesia particular o a su servicio, reunido en torno al obispo en el gobierno de cada Iglesia. Este profundo vínculo se basa en la participación, aunque en grado diverso, al mismo y único sacerdocio de Cristo y a la misma misión apostólica que tal sacerdocio confiere. Por su naturaleza y misión, el sacerdocio ministerial se presenta, en la estructura de la Iglesia, como un don del Espíritu, como un carisma "signo de la prioridad absoluta y gratuidad de la gracia que Cristo resucitado ha dado a su Iglesia".(52)

El Concilio Vaticano II ha descrito las relaciones recíprocas entre el obispo y los presbíteros con imágenes y terminología diferentes. Ha indicado en el obispo el "padre" de los presbíteros, (53) pero también ha unido a la llamada a la paternidad espiritual la de la fraternidad, la amistad, la necesaria colaboración y el consejo. Es verdad, sin embargo, que la gracia sacramental llega al presbítero a través del ministerio del obispo y la misma le viene dada con vistas a la cooperación subordinada con el obispo para la misión apostólica. Esta misma gracia une a los presbíteros a las distintas funciones del ministerio episcopal. En virtud de este vínculo sacramental y jerárquico, los sacerdotes, sus necesarios colaboradores y consejeros, su ayuda e instrumento, asumen, según su grado, los oficios y la solicitud del obispo y lo hacen presente en cada comunidad.(54)

32. La relación sacramental-jerárquica se traduce en la búsqueda, cultivada constantemente, de una comunión afectiva y efectiva del obispo con los miembros de su presbiterio, y da consistencia y significado a la actitud interior y exterior del obispo hacia sus presbíteros. Forma factus gregis ex animo (cfr. 1 Pt 5, 3), el obispo debe serlo antes que nada para su clero, al cual viene propuesto come ejemplo de oración, de sensus Ecclesiae, de celo apostólico, de dedicación a la pastoral de conjunto y de colaboración con todos los otros fieles.

Además, al obispo incumbe en primer lugar la responsabilidad de la santificación de sus presbíteros y de su formación permanente. A la luz de estas instancias espirituales y de las aptitudes de cada uno, como también en respuesta a las exigencias provenientes de la organicidad de la acción pastoral y el bien de los fieles, el obispo actúa en modo de obtener el mayor provecho del ministerio de los presbíteros de la manera más adecuada posible.

33. A la actitud del obispo con cada sacerdote individualmente se une la conciencia de tener en torno a sí un presbiterio diocesano. Por esto no puede descuidar el alimentar en ellos la fraternidad que sacramentalmente los une, y el promover entre todos el espíritu de colaboración en una eficaz acción pastoral de conjunto.

Es más, el obispo debe empeñarse cada día para que todos los presbíteros sepan y se den cuenta en forma concreta que no están separados o abandonados, sino que son miembros y parte de "solo presbiterio, dedicado a diversas ocupaciones".(55) En este sentido el obispo valoriza el Consejo presbiteral y todos los otros órganos formales e informales de diálogo y cooperación con sus sacerdotes, consciente de que el testimonio de comunión afectiva y efectiva entre el obispo y los presbíteros es portadora de estímulos eficaces para la comunión en la Iglesia particular a todos los otros niveles.

34. En la comunión ministerial y jerárquica de la Iglesia están, junto a los presbíteros, también los diáconos, ordenados no para el sacerdocio sino para el ministerio. Sirviendo los misterios de Dios y de la Iglesia en la diaconía de la palabra, de la liturgia y de la caridad, por su grado en el Orden sagrado, los diáconos están unidos estrechamente al obispo y a su presbiterio.(56) Por tanto es consecuente afirmar que el obispo es el primer responsable del discernimiento de la vocación de los candidatos,(57) de su formación espiritual, teológica y pastoral. Es siempre el obispo el que, teniendo en cuenta las necesidades pastorales y la condición familiar y profesional, les confía las tareas ministeriales, haciendo que su presencia esté orgánicamente insertada en la vida de la Iglesia particular y que no se descuide su formación permanente.

El Ministerio del Obispo en Relación a los Consagrados

35. Expresión privilegiada de la Iglesia Esposa del Verbo es la vida consagrada y, aún más, parte suya integrante, como se recuerda desde el principio en la exhortación apostólica Vita consecrata, situada "en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión".(58) Mediante ella, en la variedad de sus formas, adquiriendo una visibilidad típica y permanente, en cierto modo se hacen presentes en el mundo y son señalados los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente. La Iglesia entera está agradecida a la Trinidad Santa por el don de la vida consagrada. Con su presencia se ve cómo la vida de la Iglesia no se agota en la estructura jerárquica, como si fuese compuesta solamente de ministros sagrados y de fieles laicos, sino que hace referencia a una estructura fundamental más amplia, rica y articulada, que es carismatico-institucional, querida por Cristo mismo e inclusiva de la vida consagrada.(59)

Por tanto, la vida consagrada es un don del Espíritu irrenunciable y constitutivo para la vida y la santidad de la Iglesia. Necesariamente está en una relación jerárquica con el ministerio sagrado, especialmente con el del Romano Pontífice y los obispos. En la mencionada exhortación apostólica postsinodal, Juan Pablo II ha recordado el vínculo peculiar de comunión que tienen las diferentes formas de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica con el Sucesor de Pedro, en el cual está enraizado su carácter de universalidad y su connotación supradiocesana.

36. En cuanto que la vida consagrada está íntimamente ligada al misterio de la Iglesia y al ministerio del Episcopado, colegialmente unido en comunión jerárquica con el sucesor de Pedro, existe una responsabilidad de todo el Colegio episcopal hacia ella. A los obispos en unión con el Romano Pontífice, como ya se enunciaba en las notas directivas de Mutuae relationes, Cristo-cabeza confía el cuidado "de los carismas religiosos; tanto más al ser, en virtud de su indivisible ministerio pastoral, perfeccionadores de toda su grey. Y por lo mismo, al promover la vida religiosa y protegerla según sus propias notas características, los Obispos cumplen su propia misión pastoral".(60)

En el cuadro de las indicaciones contenidas en este documento, de cuanto ha aflorado en la IX Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos y del magisterio pontificio contenido en la exhortación postsinodal Vita consecrata, aparece siempre presente la instancia de incrementar las relaciones mutuas entre las Conferencias episcopales, los Superiores mayores y sus mismas Conferencias, con el fin de favorecer la riqueza de los carismas y de trabajar para el bien de la Iglesia universal y particular. Esto, evidentemente, en el respeto de sus respectivas responsabilidades y en la común conciencia de que la comunión en la Iglesia universal se realiza mediante la comunión en la Iglesias particulares.

Por el hecho de que, come ha enseñado el Concilio, las Iglesias particulares están "formadas a imagen de la Iglesia universal", y en ellas y por ellas "se constituye la Iglesia católica una y única",(61) las personas consagradas, allí donde se encuentren, viven su vocación para la Iglesia universal en el seno de una determinada Iglesia particular, donde realizan su presencia eclesial y ejercen papeles significativos. En particular, a causa del carácter profético inherente a la vida consagrada, en cada Iglesia particular las personas consagradas son anuncio vivido del Evangelio de la esperanza, testigos elocuentes del primado de Dios en la vida cristiana y de la potencia de su amor en la fragilidad de la condición humana.(62) De aquí la importancia, para el desarrollo armonioso de la pastoral diocesana, de la colaboración entre cada obispo y las personas consagradas.(63)

37. La Iglesia está agradecida a tantos obispos que, en el curso de su historia hasta hoy, han estimado hasta tal punto la vida consagrada como don peculiar del Espíritu para el pueblo de Dios, que ellos mismos han fundado familias religiosas, muchas de las cuales todavía hoy contiúan sirviendo a la Iglesia universal y a las Iglesias particulares. Además, el hecho de que el obispo se dedique a la tutela de la fidelidad de los institutos a su carisma es un motivo de esperanza para los mismos institutos, especialmente para los que se encuentran en dificultad.

El Ministerio del Obispo en Relación a los Fieles Laicos

38. El Concilio Vaticano II, la Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos del 1987 y la sucesiva exhortación apostólica Christifideles Laici de Juan Pablo II han ilustrado ampliamente la vocación y misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo.(64) La dignidad bautismal, que los hace partícipes del sacerdocio de Cristo, y un don particular del Espíritu, les confieren un puesto propio en el Cuerpo de la Iglesia y les llaman a participar, según una modalidad propia, en la misión redentora que ésta realiza, por mandato de Cristo, hasta el final de los siglos. A propósito de ellos, en particular, la Iglesia reconoce y subraya el valor redentor de la nota secular de gran parte de sus actividades. De hecho, los laicos realizan su característica responsabilidad cristiana en muchos campos, entre los que están los ámbitos de la vida y de la familia, de la política, del mundo profesional y social, de la economía, de la cultura, de la ciencia, de las artes, de la vida internacional y de los mass-media.

En todas sus múltiples actividades los fieles laicos son llamados a unir su talento personal y la competencia adquirida al testimonio límpido de la propia fe en Jesucristo. Comprometidos en las realidades temporales, los laicos son llamados como cualquier otro cristiano a dar razón de la esperanza teologal y a ser solícitos en el trabajo relativo a la tierra presente, precisamente porque están estimulados por la espera de una "nueva tierra".(65)

Por su posición en el mundo, los laicos son capaces de ejercitar una gran influencia sobre la cultura, ensanchando las perspectivas y los horizontes de esperanza. Haciéndolo así, contribuyen especialmente a evangelizarla, cosa que es tanto más necesaria cuanto que en nuestro tiempo persiste todavía el drama de la separación entre el Evangelio y la cultura. Por otro lado, en el ámbito de las comunicaciones, que tanto influyen en la mentalidad de las personas, a los fieles laicos corresponde una responsabilidad particular sobre todo en vistas a una correcta divulgación de los valores éticos.

39. Si bien, por su vocación, los laicos tienen sobre todo ocupaciones seculares, no se debe olvidar que pertenecen a la única comunidad eclesial, de la que numéricamente constituyen la mayor parte. Después del Concilio se han desarrollado felizmente nuevas formas de participación responsable de los laicos, hombres y mujeres, en la vida de las comunidades diocesanas y parroquiales. Y así, los laicos están presentes en los distintos consejos pastorales, realizan un papel creciente en diferentes servicios, como la animación de la liturgia o de la catequesis, se ocupan de la enseñanza de la religión católica en las escuelas, etc.

Un cierto número de laicos acepta también de dedicarse a estas tareas con compromisos permanentes y a veces perpetuos. Esta colaboración de los fieles laicos es ciertamente preciosa por las exigencias de la "nueva evangelización", en especial allí donde se registra un número insuficiente de ministros sagrados.

40. También el desarrollo del fenómeno asociativo constituye una gran riqueza de la Iglesia post-conciliar. Con la diversidad de sus inspiraciones, estas nuevas realidades de agregación ofrecen a los fieles, junto a las otras más antiguas, un apoyo insustituible para el progreso de su vida cristiana y hacen crecer el conjunto de la Iglesia. La exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici ha recordado que todas estas asociaciones, movimientos y grupos, si bien dentro de una diversidad legítima, deben converger en la finalidad que los anima, o sea en el participar responsablemente en la misión de la Iglesia de llevar la luz del Evangelio.(66)

Corresponde a la misión pastoral del obispo el acoger y favorecer la complementariedad entre las realidades de agregación de distinta inspiración, velar por su acompañamiento, por la formación teológica y espiritual de sus animadores y por la buena inserción de todos en la comunidad diocesana.

41. Signo de Dios que llama a la esperanza (cfr. Ef 4, 4), los obispos deben serlo sobre todo para los fieles laicos que, sumergidos en el vivo de muchos problemas del mundo y en las dificultades de la vida cotidiana, están particularmente expuestos a la turbación y a los sufrimientos. También sucede que, a causa de sus opciones especificamente cristianas, ellos a veces se sienten aislados de los demás. En estas circunstancias la presencia pastoral del obispo con su presbiterio debe sostenerlos para que sean cristianos de esperanza fuerte, y ayudarlos a vivir en la certeza de que el Señor está siempre junto a sus hijos.

Todavía, no raramente las distintas dificultades inducen a los fieles laicos a una especie de "fuga del mundo" y a la privatización de las propias convicciones religiosas. También por estos motivos es importante que encuentren en el obispo y en su presbiterio un fuerte apoyo para la unidad de su vida y para la firmeza de su fe. Por último, en su servicio pastoral los obispos deben reservar un interés especial hacia los católicos que se equivocan o que están "lejos", buscándolos también con la ayuda de otros fieles laicos y esforzándose por ayudarlos a asumir de nuevo una participación activa en la vida de la Iglesia.

42. La reflexión sobre los fieles laicos debe incluir también otra consideración sobre la necesidad de su adecuada formación. Es obvio, por otra parte, que el obispo debe estar atento a sostener, particularmente en el plano espiritual, cuantos colaboran más de cerca en la misión eclesial. Por eso es siempre urgente llevar la Palabra de Dios - expresada en las Escrituras e interpretada auténticamente por el Magisterio de la Iglesia - a los fieles laicos a través de una catequesis sistemática.

Hay que dar un puesto especial en la formación de los fieles laicos a la doctrina social de la Iglesia, para que ésta los ilumine y los estimule en su trabajo, según las urgentes exigencias de la justicia y el bien común, en relación a las cuales el laicado debe ofrecer una contribución decisiva en las obras y servicios apremiantes que la sociedad reclama. Igualmente importante es la formación de los jóvenes para la vida matrimonial y familiar, reforzando sus esperanzas y expectativas con vistas a un amor profundo y auténtico a la luz del designio de Dios acerca del matrimonio y la familia. En la medida en que sus obras están motivadas por la caridad y expresan la verdad de su estado laical, los fieles laicos preparan la llegada del Reino de Dio.

El Obispo en Relación al Colegio Episcopal y a su Cabeza

43. Enviado en el nombre de Cristo como pastor de una Iglesia particular, el obispo tiene a su cargo el cuidado de la porción del pueblo de Dios que le ha sido confiada y la hace crecer como comunión en el Espíritu por medio del Evangelio y la Eucaristía. Por esto su ministerio es el de ser, individualmente, el principio y fundamento de unidad en la Iglesia particular que le ha sido confiada - unidad de la fe, de los sacramentos y del régimen eclesiástico - y por lo tanto, su ministerio es también representar y gobernar a su Iglesia particular con la potestad recibida.(67)

Sin embargo cada obispo es pastor de una Iglesia particular en cuanto miembro del Colegio de los obispos. En este mismo Colegio cada obispo está insertado en virtud de la consagración episcopal y mediante la comunión jerárquica con la Cabeza del Colegio y con los miembros.(68) De esto derivan para el ministerio del obispo algunas consecuencias muy importantes que, aunque en modo sintético, conviene considerar.

44. La primera es que un obispo nunca está solo. Esto es verdad no solamente con respecto a su colocación en la propia Iglesia particular, como se ha dicho, sino también en la Iglesia universal, pues está relacionado - por la misma naturaleza del episcopado uno e indiviso - (69) con todo el Colegio episcopal, el cual sucede al Colegio apostólico. Por esta razón cada obispo está en relación simultáneamente con la Iglesia particular y con la Iglesia universal. Como principio visible y fundamento de la unidad en la propia Iglesia particular, cada obispo es también el ligamen visible de la comunión eclesiástica entre su Iglesia y la Iglesia universal. De ahí que, todos los obispos, si bien residentes en las distintas partes del mundo pero custodiando siempre la comunión jerárquica con la Cabeza del Colegio episcopal y con los miembros de éste, dan consistencia y figura a la catolicidad de la Iglesia;(70) al mismo tiempo confieren a la Iglesia particular, a cuya cabeza están puestos, la misma nota de la catolicidad.

Por tanto, cada obispo es como un punto de unión de su Iglesia particular con la Iglesia universal, y un punto visible de la presencia de la única Iglesia de Cristo en su Iglesia particular. Así pues, en la comunión de las Iglesias, el obispo representa a su Iglesia particular y, en ésta, él representa la comunión de las Iglesias. En efecto, mediante el ministerio episcopal las portiones Ecclesiae viven la totalidad de la Una-Santa y se hace presente en ellas la totalidad de la Católica-Apostólica.(71)

45. La segunda consecuencia, en la cual es justo detenerse, es que precisamente esta unión colegial, o comunión fraterna de caridad, o afecto colegial -como se expresa en el Concilio- es la fuente de la solicitud que cada obispo, por institución y mandato de Cristo, debe tener para con toda la Iglesia y para con las otras Iglesias particulares, como también para con "aquellas partes del mundo donde la palabra de Dios no ha sido anunciada o donde , especialmente a causa del escaso número de sacerdotes, se hallan los fieles en peligro de apartarse de los mandamientos de la vida cristiana y aún de perder la fe misma".(72)

Por otra parte, los dones divinos, mediante los cuales cada obispo construye su Iglesia particular, o sea el Evangelio y la Eucaristía, son los mismos que, no solamente constituyen a cada Iglesia particular como reunión en el Espíritu, sino que también abren cada una de ellas a la comunión con las demás Iglesias. En efecto, el anuncio del Evangelio es universal, y por voluntad del Señor está destinado a todos los hombres y es inmutable en todos los tiempos. Además, la celebración Eucarística, por su propia naturaleza y como todas las otras acciones litúrgicas, es acción de toda la Iglesia, pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta y lo implica.(73) También de aquí deriva el deber de cada obispo, como legítimo sucesor de los apóstoles y miembro del colegio episcopal, de ser en un cierto modo responsable de toda la Iglesia (sponsor Ecclesiae).(74)

Teniendo en cuenta esto, parece evidente que en el Colegio episcopal cada obispo se encuentra y está, en el ejercicio de su misión episcopal, en comunión viva y dinámica con el obispo de Roma, Sucesor de Pedro y Cabeza del Colegio, y con todos los otros hermanos obispos dispersos por el mundo.

46. Los obispos, sea singularmente sea unidos a los otros hermanos obispos, encuentran junto con toda la Iglesia en la Cátedra de Pedro el principio y fundamento visible de la unidad en la fe y en la comunión. La comunión jerárquica con el obispo de Roma requiere también que los obispos, en su magisterio en la propia diócesis, expresen un fiel compromiso de adhesión al magisterio del Papa, incluso el ordinario, lo difundan en las formas más apropiadas, contribuyan a él en distintos modos, personalmente o mediante la Conferencia Episcopal, y cuando sea el caso, lo defiendan.

Una forma específica de esta colaboración con el Romano Pontífice es el Sínodo de los Obispos, en el que se da un fructuoso intercambio de noticias y de sugerencias, y, a la luz del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia, vienen delineadas las orientaciones comunes que, una vez aprobadas por el Sucesor de Pedro, son de provecho para las mismas Iglesias locales. De tal modo la Iglesia entera es sostenida válidamente para mantener la comunión en la pluralidad de culturas y situaciones. Análoga finalidad se verifica en la visita ad limina.

47. Para todo lo concerniente a la colaboración de los obispos, el Concilio Vaticano II ha aconsejado vivamente el restablecimiento, con nuevo vigor, de la venerable institución de los Concilios provinciales y plenarios,(75) así como también ha subrayado la unidad de las más recientes Conferencias Episcopales.(76) Éstas recogen particularmente el patrimonio común que la Iglesia ha recibido del Señor a través de la revelación y, sin perder nunca de vista su universalidad, garantizada por la Sede de Pedro, se preocupan para que sea adaptado al rostro de los pueblos donde la Iglesia vive.

Punto de referencia de la actividad de cada conferencia episcopal son, tanto la identidad y responsabilidad personales de cada obispo participante, como la comunión que lleva a ayudarse recíprocamente en la obra de evangelización y a responder eficazmente a las dificultades pastorales comunes. Del testimonio común de los propios obispos dependen la credibilidad en la predicación, la eficacia del ministerio pastoral y la comunión a la que el obispo está llamado a servir entre los propios fieles.

48. Sin embargo, las relaciones de intercambio entre los obispos van más allá de los encuentros institucionalizados. La conciencia viva de la colegialidad episcopal debe estimularlos a llevar a cabo entre ellos, sobre todo en el ámbito de la misma provincia y región eclesiástica, las múltiples expresiones de fraternidad sacramental que van desde la acogida y estima mutuas hasta las múltiples atenciones de caridad. El directorio Ecclesiae imago señala también otras formas de colaboración, como son la ayuda recíproca con el intercambio de sacerdotes que estén dispuestos a ello, la unificación de los Seminarios y otros servicios de apostolado, cuando sea útil.(77)

La comunión entre los obispos debe expresarse, además, en aquellos casos en los que, por particulares necesidades de la Iglesia particular, sea útil la presencia de un obispo coadjutor o un obispo auxiliar. Con relación a estos obispos, dados en determinadas circunstancias como ayuda del obispo diocesano para el servicio de la Iglesia particular, el Concilio exhorta a que ellos, como sus primeros colaboradores, rodeen siempre al obispo diocesano de obediencia y de respeto, y que éste los ame como hermanos y los llene de estima.(78)

En fin, una particular atención y una singular solicitud deben ser reservadas por parte de los obispos a sus hermanos obispos más necesitados, sobre todo a aquéllos que sufren por el aislamiento, por la incomprensión y también por la soledad, así como a aquellos obispos enfermos o ancianos que han presentado al Romano Pontífice, por el bien de la iglesia particular y en conformidad con la disciplina eclesiástica vigente, la renuncia a su cargo y han dejado el gobierno de la diócesis. Estos obispos, además de seguir formando parte del Colegio Episcopal, siguen dando mucho a la Iglesia, en oración, experiencia y consejo. Por tanto, en la realidad del Colegio episcopal cada obispo, sostenido por el Papa y por sus hermanos en el episcopado, encuentra, junto con las ayudas necesarias para cumplir su misión, también un eficaz alimento para su esperanza, con la cual es posible afrontar con ánimo los diferentes problemas que pueden surgir en la vida de la Iglesia, y para sostener la esperanza de los fieles confiados a sus cuidados de pastor.

Siervos de la Comunión para la Esperanza

49. En el vivo de estas múltiples relaciones, que provenientes del misterio de la comunión trinitaria llegan a la comunión de los fieles en la Iglesia particular - considerados éstos en los distintos órdenes, según los distintos carismas y ministerios que derivan de ellos, y se extienden a la comunión de los obispos y de las Iglesias - la figura del obispo aparece en la riqueza de su ser hombre de comunión, en torno al cual se edifica la unidad de los fieles. Este ministerio de comunión está sostenido por la esperanza, que debe alimentar cotidianamente el compromiso de cada obispo por construir la Iglesia, la cual ha sido instituida por el Espíritu como comunidad de fe y de amor entre los hombres. La esperanza teologal del obispo está fundada en Cristo y se comunica a la porción del pueblo de Dios que le ha sido confiada, sostenida por la comunión con el Romano Pontífice y con los demás obispos.

La comunión, por su parte, abre la vía a la esperanza porque la palabra que llega a cada hombre a través del testimonio de comunión es mensaje de esperanza y porque, como ha escrito el Apóstol, la caridad es la virtud que "todo lo espera" (1 Cor 13, 7). Contra los fermentos disgregadores que insidian la vida de la Iglesia y del mundo, el obispo es servidor, constructor, promotor, garante, defensor y custodio de la Iglesia-comunión que, precisamente en esto, es germen, principio y fermento de comunión en la humanidad.

 

Capítulo III

EL MINISTERIO PASTORAL DEL OBISPO EN LA DIOCESIS

50. El Señor Jesús, cuando llamó a sus Apóstoles, los envió primero a los hijos de Israel, como recuerda el Concilio resumiendo los datos evangélicos, y después a todas las gentes, para que "participando de su potestad, hiciesen discípulos de El a todos los pueblos y los santificasen y gobernasen".(79) También a aquellos fieles que Él llama para que sean en la Iglesia los Sucesores de los Apóstoles, o sea a los obispos, les confiere el triple ministerio (triplex munus) de enseñar, santificar y gobernar.

Los obispos ejercitan en persona y en nombre de Cristo estas tres funciones recibidas en la ordenación episcopal, llevando a cabo en forma eminente y visible las funciones del mismo Cristo Maestro, Pontífice y Pastor.(80) Por lo tanto, por medio de su excelso ministerio, Cristo mismo se hace presente en medio de los creyentes y, a través de los obispos, Él mismo predica la Palabra de Dios, administra los sacramentos de la fe, dirige y ordena el pueblo del Nuevo Testamento en su camino hacia la eterna bienaventuranza.(81)

51. Estas tres funciones, que dan forma a la misión del obispo y constituyen la trama de su vida cotidiana, así como en Cristo son sólo tres aspectos distintos de la única función de Mediador y tres aspectos de una única actividad salvífica, así también en el ministerio del obispo deben ser consideradas unitariamente, de modo que mientras enseña, también santifica y guía la porción del pueblo de Dios confiada a su cura pastoral; aún más, mientras santifica, el obispo enseña y guía, y cuando desarrolla su gobierno pastoral enseña y santifica. Además, el fundamento de esta triple función de enseñar, santificar y gobernar y "de toda esta altísima labor, en la cual se da todo él y cuanto tiene (cfr. 2 Cor 12, 15), es el ánimo de pastor, mientras su regla suprema son el ejemplo y la enseñanza del buen Pastor Jesús, que es el Camino al Padre porque él mismo es Verdad y Vida."(82) Sin embargo, aunque se deba considerar en unidad, es necesario también captar la intención del Concilio, el cual, cuando en su magisterio enuncia estos tria munera referidos al obispo y a los presbíteros, prefiere anteponer a los otros dos éste de enseñar. En esto el Vaticano II retoma idealmente la sucesión presente en las palabras que el Resucitado dirige a sus discípulos: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas... enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt. 28, 19-20). En esta prioridad dada a la tarea episcopal del anuncio del Evangelio, que es una característica de la eclesiología conciliar, cada obispo puede encontrar el sentido de aquella paternidad espiritual, que hacía escribir al apóstol San Pablo; "pues aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús" (1 Cor 4, 15).

El Obispo Enviado para Enseñar

52. De todas las funciones, la que más identifica al obispo y que en cierto modo resume todo su ministerio es, como enseña el Concilio, la de vicario y embajador de Cristo en la Iglesia particular que se le ha confiada.(83) Ahora bien, el obispo desarrolla su función sacramental en cuanto expresión viviente de Cristo, precisamente ejercitando el ministerio de la Palabra. Como ministro de la Palabra de Dios, que actúa en la fuerza del Espíritu y mediante el carisma del servicio episcopal, él manifiesta a Cristo al mundo, hace presente a Cristo en la comunidad y lo comunica eficazmente a aquellos que le hacen un espacio en la propia vida.

La predicación del Evangelio sobresale entre los principales deberes de los obispos, que son "los pregoneros de la fe... los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y se ha de ser aplicada a la vida".(84) De aquí deriva el hecho que todas las actividades del obispo deben ser ordenadas a la proclamación del Evangelio, "fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rom. 1, 16), orientadas a ayudar al pueblo de Dios a rendir la obediencia de la fe (cf. Rom. 1, 15) a la Palabra de Dios y abrazar íntegramente las enseñanzas de Cristo.

Por otro lado, que el obispo sea magister fidei e doctor veritatis no quiere decir que él sea el dueño de la verdad. Como se evidencia en el signo del Evangelio abierto sobre su cabeza durante la plegaria de ordenación, el obispo es servidor de la verdad. Por ello, lejos de manipularla y anunciarla a su capricho, la proclama con rigurosa fidelidad y la propone a todos, a tiempo y a destiempo, sin prepotencia sino con humildad, valentía y perseverancia, siempre esperando en la Palabra del Señor (cf. Sal. 119, 114).

53. Cuál sea el objeto del magisterio del obispo lo ha expresado felizmente el Concilio Vaticano II cuando unitariamente lo indica en la fe que se debe creer y practicar en la vida.(85) Ya que el centro vivo del mensaje es Cristo, propiamente Cristo, crucificado y resucitado. Él es Aquel que debe anunciar el Obispo: Cristo, único salvador del hombre; el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Heb. 13, 8), centro de la historia y de toda la vida de los fieles.

Desde este punto central, que es el misterio de Cristo Hijo eterno del Padre, que por obra del Espíritu se ha hecho hombre en el seno virginal de María, y ha muerto y resucitado para nuestra salvación, se irradian todas las otras verdades de la fe y también la esperanza para cada hombre. Cristo es la luz que ilumina a cada hombre y todo el que es regenerado en Él recibe las primicias del Espíritu que lo capacitan para cumplir la ley nueva el amor.(86)

54. El deber de la predicación vital, de la custodia fiel del depósito de la fe, ejercitado por el obispo en comunión con el Papa y con todos los otros hermanos obispos, implica el deber de defender, usando los medios más aptos, la Palabra de Dio de todo aquello que podría comprometer su pureza y su integridad, incluso reconociendo la justa libertad en la ulterior profundización de la fe.(87)

A tal deber ningún obispo puede sustraerse, aunque esto pueda costarle sacrificio o incomprensiones. Como el apóstol S. Pablo, el obispo es consciente de haber sido mandado a anunciar el Evangelio "non con palabras sabias, para no desvirtuar la Cruz de Cristo" (1 Cor. 1, 17), como él, también el obispo anuncia la "palabra de la cruz"(1 Cor. 1, 18), non por un consenso humano sino como una revelación divina. Para el obispo deben ser importantes tanto la unidad en la caridad, como la unidad en la verdad. El Evangelio del cual se ha convertido en ministro, en efecto, es palabra de verdad.

Este deber de defender la Palabra de Dios debe ser ejercitado con sereno sentido de realismo, sin exagerar o minimizar la existencia del error y de la falsedad, que la responsabilidad pastoral del obispo obliga a identificar, sin sorprenderse de encontrar en la nueva generación de la Iglesia, como en el pasado, no sólo el pecado, sino, en alguna medida, también el error y la falsedad. Es siempre verdad que, sea el estudio y la escucha asidua de la Palabra de Dios, sea el ministerio de custodia del depósito revelado y de vigilancia de la integridad y pureza de la fe, son sinónimos de caridad pastoral.(88)

55. Maestro de la fe, el obispo es también educador de la fe, a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia. El compromiso de educar en la fe está estrictamente unido al de alimentar la fe del pueblo de Dios con una verdadera catequesis. Se trata de un momento fundamental de la entera obra de evangelización, que merece la plena atención de los obispos en cuanto pastores y maestros, en cuanto "catequistas por excelencia". Los obispos, en efecto, cooperan con el Espíritu Santo en la formación de un pueblo evangelizador y catequizante, dotado del entusiasmo y del dinamismo que proceden de la fe proclamada fielmente y vivida con alegría.

Múltiples y diferentes son las formas a través de las cuales el obispo realiza su servicio a la Palabra de Dios. El Directorio Ecclesiae imago recordaba a propósito aquella particular forma de predicar a la comunidad ya evangelizada que es la Homilía. Ella sobresale entre todas las otras formas por su contexto litúrgico y por su unión con la proclamación de la Palabra mediante las lecturas de la Sagrada Escritura. Otra forma de anuncio es la que un obispo realiza mediante sus Cartas Pastorales.(89) Cada obispo debe interrogarse sobre los actos en los cuales traduce su deber de enseñar.

56. En su predicación el obispo debe sentirse y mostrarse comprometido en primera persona en el gran camino del diálogo ecuménico ya comenzado por el Vaticano II, para que tal diálogo progrese ulteriormente en vistas a alcanzar la recomposición de la unidad visible entre los cristianos.

En primer lugar, el obispo predica el Evangelio preocupándose de mostrar el misterio de la unidad de la Iglesia, conforme a los principios católicos del ecumenismo indicados en el decreto conciliar Unitatis redintegratio y confirmados por Juan Pablo II en la encíclica Ut unum sint.

57. El carisma magisterial de los obispos es único en su responsabilidad y no puede ser en algún modo delegado. Sin embargo, no está aislado en la Iglesia. Cada obispo cumple el propio servicio pastoral en una Iglesia particular en la que, íntimamente unidos a su ministerio y bajo su autoridad, los presbíteros son sus primeros colaboradores, a quienes se agregan los diáconos. Una ayuda valiosísima viene también de las religiosas y los religiosos, y de un número creciente de fieles laicos que colaboran, según la constitución de la Iglesia, en proclamar y en vivir la Palabra de Dios.

Gracias a los obispos, la auténtica fe católica se transmite a los padres para que ellos a su vez la transmitan a los hijos. También los profesores y los educadores, a todos los niveles, pueden recibir la garantía de su fe a través de los obispos. Todo el laicado rinde testimonio a aquella pureza de fe que los obispos se empeñan valientemente por mantener. Es importante que cada obispo no falte a sostener a los laicos y procurarles, con las correspondientes escuelas, los medios para una conveniente formación de base y permanente.

58. Es también particularmente útil, para los fines del mensaje, la colaboración con los teólogos, los cuales se esfuerzan en profundizar con su propio método la insondable riqueza del misterio de Cristo. El magisterio de los pastores y el trabajo teológico, aunque tengan funciones diferentes, dependen ambos de la única Palabra de Dios y tienen el mismo fin de custodiar el pueblo en la verdad que libera. También de aquí nace la relación entre el magisterio y la teología y, para los obispos, el deber de dar a los teólogos el ánimo y el apoyo que les ayuden a llevar a cabo su trabajo en la fidelidad a la Tradición y en la atención a las emergencias de la historia.(90)

En diálogo con todos sus fieles, el obispo sabrá reconocer y apreciar su fe, acoger sus intuiciones, reforzarla, liberarla de añadiduras superfluas y darles un apropiado contenido doctrinal. Por esto, con el fin también de elaborar catecismos locales que tengan en cuenta las distintas situaciones y culturas, el Catecismo de la Iglesia Católica será punto de referencia para mantener cuidadosamente la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina católica.(91)

59. Llamado a proclamar la salvación en Jesucristo, con su predicación, el obispo debe ser, en medio al pueblo de Dios, señal de la certeza de la fe. Como la Iglesia, él no tiene soluciones preparadas de antemano para los problemas del hombre, sin embargo él es ministro del esplendor de una verdad capaz de iluminar los caminos.(92) Aunque no posea conocimientos específicos en orden a la promoción del orden temporal, sin embargo el obispo, ejerciendo su magisterio y educando en la fe a las personas y a las comunidades a él confiadas, prepara a los fieles laicos que, renovados interiormente, transformarán a su vez el mundo a través de las soluciones que corresponde a ellos ofrecer conforme a sus respectivas competencias.

Hacer de nuevo presente en el mundo la fuerza de la Palabra que salva es el gran acto de caridad pastoral que un obispo ofrece a los hombres. Recordando la figura del Buen Pastor, del que debe reproducir su imagen, él se preocupa para que la Palabra de Dios llegue a todos los fieles, también a aquellos que en teoría o en la práctica han abandonado la fe cristiana. Esta es la primera razón por la cual él ha sido llamado al episcopado y ha sido enviado a una porción del pueblo de Dios, siendo la fuerza de la palabra capaz de hacerle redescubir la mayor razón de esperanza.

El Obispo, Enviado para Santificar

60. La proclamación de la Palabra de Dios está en el origen de la reunión del pueblo de Dios en Ekklesia, o sea en la convocación santa. Ella, sin embargo, alcanza y encuentra su plenitud en el sacramento. Palabra y sacramento forman, de hecho, como un todo uno; son inseparables entre ellos y deben ser considerados como dos aspectos o momentos de una única obra de salvación. Ambos hacen actual y operativa, en toda su eficacia la salvación obrada por Cristo. Él mismo, Verbo eterno encarnado, es la raíz del íntimo vínculo que une Palabra y sacramento, el cual, por otra parte, está en singular consonancia con la complementariedad que, en la vida humana, existe entre el hablar y el actuar. Esto sirve para todos los sacramentos pero, en modo particular y excelente, para la Santa Eucaristía, que es fuente y culmen de toda la evangelización.(93)

Por esta unidad de la Palabra y del Sacramento, así como los Apóstoles fueron enviados por el Resucitado para enseñar y bautizar a todas las naciones (cfr. Mt 28, 19), así también cada obispo, sucesor de los Apóstoles, en virtud de la plenitud del Sacramento del Orden del cual ha sido revestido, recibe junto con la misión de heraldo del Evangelio la de "administrador de la gracia del supremo sacerdocio".(94) El servicio del anuncio del Evangelio, de hecho, está ordenado "al servicio de la gracia de los santos sacramentos de la Iglesia. Como ministro de la gracia, el obispo actúa en los sacramentos el munus santificandi, al que se orienta el munus docendi, que realiza en medio al pueblo de Dios que se le ha confiado".(95)

61. La función de santifciar es inherente a la misión del obispo. Precisamente en relación con los Sacramentos, los cuales se ordenan algunos a la perfección del individuo y otros a la perfección de la colectividad, santo Tomás de Aquino llamaba al obispo perfector.(96) De hecho él es el principal administrador de los misterios de Dios en su Iglesia particular: antes que nada de la Eucaristía, que está en el centro del servicio sacramental del obispo, en cuya presidencia él aparece a los ojos de su pueblo sobre todo como el hombre del nuevo y eterno culto a Dios, instituido por Jesucristo con el sacrificio de la cruz. Él regula también la administración del bautismo, por medio del cual se concede la participación en el sacerdocio regio de Cristo; es ministro originario de la Confirmación, dispensador de las sagradas Ordenes y moderador de la disciplina penitencial.(97)

El Concilio Vaticano II repite también el concepto de los obispos como perfectores, pero no limita esta función al ministerio sacramental; la extiende a todo el ejercicio de su misión porque por medio de su caridad pastoral los obispos se convierten personalmente en signo vivo de santidad que predispone a la acogida del Evangelio. Por esto, los exhorta a hacer avanzar a todos los fieles, según la particular vocación de cada uno, por la vía de la santidad, siendo ellos los primeros en dar ejemplo de santidad en la caridad, en la humildad y en la sencillez de vida, y guiando de tal manera "las Iglesias que les han sido confiadas, que en ellas resplandezca plenamente el sentir de la Iglesia universal de Cristo".(98)

62. El obispo es liturgo de la Iglesia particular principalmente en la presidencia de la Sinaxis Eucarística.(99) Es aquí donde tiene lugar el momento más alto de la vida de la Iglesia, donde se realiza también el momento más alto del munus santificandi que el obispo ejerce en la persona de Cristo, sumo y eterno Sacerdote. Por esto el obispo, teniendo la Eucaristía como centro de su servicio sacramental y mostrándose precisamente en la presidencia de la celebración Eucarística como ministro primero del culto nuevo y eterno, ama celebrar los divinos misterios lo más frecuentemente posible junto con sus fieles y, si bien no omite el hacerlo con frecuencia en otros lugares de su Diócesis, prefiere hacerlo en la Iglesia Catedral.

Ésta, en efecto, en la que está colocada la Cátedra, es donde el obispo educa a su pueblo con la auténtica enseñanza de la Palabra de Dios, es la Iglesia madre y el centro de la Diócesis. En la Iglesia Catedral, con la presidencia del obispo, las Iglesias particulares tienen un signo de su unidad, de su vitalidad sobrenatural y, especialmente en la celebración de la Eucaristía, de su participación en la única Iglesia católica.

63. Una de las tareas preeminentes del obispo es la de proveer para que en la comunidad de la Iglesia particular los fieles tengan la posibilidad de acercarse a la mesa del Señor, sobre todo el Domingo, que es el día en el que la Iglesia celebra el misterio pascual y los fieles, en la alegría y en el descanso, dan gracias a Dios que, "mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos", los ha "reengendrado a una esperanza viva" (1 Pt 1, 3).(100)

En muchas partes, no sólo en las Iglesias nuevas y más jóvenes, sino también en los territorios de más antigua tradición cristiana, por la carestía de presbíteros o por otras razones graves, es siempre más difícil proveer a la celebración eucarística. Esto acrecienta el deber del obispo de ser el administrador de la gracia, siempre atento a discernir la presencia de necesidades efectivas y la gravedad de las situaciones, procediendo a una sabia distribución de los miembros de su presbiterio y a hacer lo posible para que también en tales emergencias, las comunidades de los fieles no queden privadas por mucho tiempo de la Eucaristía. Esto también con respecto a aquellos fieles que por enfermedad o ancianidad o por otros motivos razonables solamente pueden recibir la Eucaristía en sus casas o en el lugar donde viven.

64. La liturgia es la forma excelente de la alabanza a la Trinidad Santa. En ella, sobre todo con la celebración de los Sacramentos, el pueblo de Dios, reunido localmente, expresa y actúa su índole sagrada y orgánica de comunidad sacerdotal.(101) Ejercitando el munus santificandi, el obispo obra a fin de que toda la Iglesia particular se convierta en una comunidad de orantes, comunidad de fieles perseverantes y concordes en la oración (cf. Act 1, 14)

Penetrado él en primer lugar, junto con su presbiterio, del espíritu y la fuerza de la Liturgia, el obispo tiene cuidado de favorecer y desarrollar en su propia Diócesis una educación intensiva a fin de que se descubran las riquezas contenidas en la Liturgia, celebrada según los textos aprobados y vivida ante todo come un hecho de orden espiritual. Él, como responsable del culto divino en la Iglesia particular, mientras dirige y protege la vida litúrgica de la Diócesis, actuando junto con los obispos de la misma Conferencia Episcopal y en la fidelidad a la fe común, sostiene también el esfuerzo para que la liturgia, en correspondencia a las exigencias de los tiempos o de los lugares, se enraíce en las culturas, teniendo en cuenta lo que en ella es inmutable - porque es de institución divina - y lo que en cambio es susceptible de mutación.(102)

65. En tal contexto el obispo dirige su atención también a las distintas formas de la piedad popular cristiana y a su relación con la vida litúrgica. En cuanto expresa el comportamiento religioso del hombre, esta piedad popular no puede ser ni ignorada ni tratada con indiferencia o desprecio, porque, como escribía Pablo VI, es rica de valores.(103) Sin embargo, ésta necesita ser evangelizada a fin de que la fe que expresa se convierta en una acto siempre más maduro. Una auténtica pastoral litúrgica, biblícamente formada, sabrá apoyarse en las riquezas de la piedad popular, purificarlas y orientarlas hacia la liturgia como ofrenda de los pueblos.(104)

66. La misma oración, en sus distintas formas, es el lugar en el que se expresa la esperanza de la Iglesia. Cada oración de la Esposa de Cristo, deseosa de la perfecta unión con el Esposo, se resume en aquella invocación que el Espíritu le sugiere: "¡Ven!" (Ap 22,17).(105) El Espíritu pronuncia esta oración con la Iglesia y en la Iglesia. Es la esperanza escatológica, la esperanza del definitivo cumplimiento en Dios, la esperanza del Reino eterno, que se actualiza en la participación a la vida trinitaria. El Espíritu Santo, dado a los Apóstoles como consolador, es el guardián y el animador de esta esperanza en el corazón de la Iglesia. En la perspectiva del Tercer Milenio después de Cristo, mientras el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: "¡Ven ! " (idem), esta oración está cargada, come siempre, de sentido escatológico, destinado a dar plenitud de sentido también a la celebración del gran Jubileo. Es una oración dirigida en el sentido de los destinos salvíficos, hacia los cuales el Espíritu Santo abre los corazones con su acción a través de toda la historia del hombre sobre la tierra.(106)

Consciente de esto, el obispo se dedica cada día a comunicar a los fieles, con su testimonio personal, con la palabra, con la oración y con os sacramentos, la plenitud de la vida en Cristo.

El Obispo Enviado para Regir y Guiar el Pueblo de Dios

67. La función ministerial del obispo se completa con el oficio de ser guía de la porción del pueblo de Dios que le ha sido confiada. La Tradición de la Iglesia ha asimilado siempre esta tarea a dos figuras que, según el testimonio de los Evangelios, Jesús aplica a sí mimo, esto es, la figura del Pastor y la del Siervo. El Concilio describe así el oficio propio de los obispos de gobernar a sus fieles: "Rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que les han sido encomendadas, con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y sacra potestad, de la que usan únicamente para edificar a su grey en la verdad y en la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor ha de hacerse como el menor, y el que ocupa el primer puesto, como el servidor (cf. Lc 22, 26-27)".(107)

Juan Pablo II explica que "se debe insistir en el concepto de 'servicio', que se puede aplicar a todo ministerio eclesiástico, comenzando por el de los obispos. Sí, el episcopado es más un servicio que un honor. Y, si es también un honor, lo es cuando el obispo, sucesor de los Apóstoles, sirve con espíritu de humildad evangélica, a ejemplo del Hijo del hombre,... A la luz del servicio como 'buenos pastores' se debe entender la autoridad que el obispo posee como propia, aunque esté siempre sometida a la del Sumo Pontífice".(108) Por ello, con razón el Código de Derecho Canónico indica este oficio como munus pastoris y le une la característica de la solicitud.(109)

68. Por otro lado, ésta no es otra cosa que la caritas pastoralis. Se trata de aquella virtud mediante la cual se imita a Cristo, que es el "buen" Pastor, por haber dado la propia vida. Así, pues, la caridad pastoral se realiza no sólo con el ejercicio de las acciones ministeriales, sino todavía más, con el don de sí mismo, que muestra el amor de Cristo por su rebaño.

Una de las formas con las que se expresa la caridad pastoral es la compasión, a imitación de Cristo, Sumo Sacerdote, que es capaz de compartir la debilidad humana, habiendo sido Él mismo probado en cada cosa, como todos los hombres, excepto en el pecado (cf. Hb 4, 15). Sin embargo, tal compasión, que el obispo indica y vive como signo de la compasión de Cristo, no puede separarse del signo de la verdad de Cristo. De hecho, otra expresión de la caridad pastoral es la responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia. En el gobierno de la Diócesis el obispo se preocupa para que sea reconocido el valor de la ley canónica de la Iglesia, cuyo objetivo es el bien de las personas y de la comunidad eclesial.(110)

69. La caridad pastoral hace al obispo ansioso de servir en favor del bien común de la propia Diócesis que, subordinado al de toda la Iglesia, es aquel punto hacia el cual converge el bien de las comunidades particulares de la Diócesis. El Directorio Ecclesiae imago indicaba al respecto los principios fundamentales de la unidad, de la colaboración responsable y de la coordinación.(111)

Gracias a la caridad pastoral, que es principio interior unificante de toda la actividad ministerial, "puede encontrar respuesta la exigencia esencial y permanente de unidad entre la vida interior y tantas tareas y responsabilidades del ministerio, exigencia todavía más urgente en un contexto sociocultural y eclesial fuertemente marcado por la complejidad, la fragmentación y de la dispersión".(112) Por tanto, la caritas pastoralis debe determinar los modos de pensar y actuar del obispo y su modo de relacionarse con cuantos encuentra. En consecuencia, la caridad pastoral exige estilos y formas de vida que, realizados como imitación de Cristo pobre y humilde, consientan estar cerca de todos los miembros del rebaño, desde el más grande al más pequeño, estar dispuesto a compartir sus alegrías y sus dolores, no solamente con el pensamiento y con las oraciones, sino también junto con ellos. Así, a través de la presencia y el ministerio del obispo, el cual a todos se acerca sin ruborizarse ni hacer ruborizar, todos podrán experimentar el amor de Dios por el hombre.(113)

70. La tradición eclesiástica indica algunas formas específicas a través de las cuales el obispo ejerce en su Iglesia particular el ministerio del pastor. Se recuerdan dos en particular, la primera de las cuales tiene la forma, por así decir, del compromiso personal. La segunda, por el contrario, tiene una forma sinodal.

La visita pastoral no es una simple institución jurídica, prescrita al obispo por la disciplina eclesiástica, ni tampoco una especie de instrumento de investigación.(114) Mediante la visita pastoral el obispo se presenta concretamente como principio visible y fundamento de la unidad de la Iglesia particular y ella "refleja de alguna manera la imagen de aquella singularísima y totalmente maravillosa visita, por medio de la cual el "sumo Pastor" (1 Pt 5, 4), el Obispo de nuestras almas (cf. 1 Pt 2, 25), Jesucristo, ha visitado y redimido a su pueblo (cf. Lc 1 68)".(115) Además, ya que la Diócesis antes de ser un territorio es una porción del pueblo de Dios confiada a los cuidados pastorales de un obispo, oportunamente el Directorio Ecclesiae imago escribe que el primer puesto en la visita pastoral lo ocupan las personas. Para mejor dedicarse a ellas, por lo tanto, es oportuno que el obispo delegue a otros el examen de las cuestiones de carácter más administrativo.

La celebración del Sínodo Diocesano, cuyo perfil jurídico se encuentra delineado en el Código de Derecho Canónico,(116) tiene sin duda puesto preferencial entre los deberes pastorales del obispo. El sínodo, de hecho, es el primero de los organismos indicados por la disciplina eclesiástica a través de los cuales se desarrolla la vida de una Iglesia particular. Su estructura, como aquella de otros organismos llamados "de participación", responde a exigencias eclesiológicas fundamentales y es expresión institucional de realidades teológicas, como son, por ejemplo, la necesaria cooperación del presbiterio con el ministerio del obispo, la participación de todos los bautizados en la función profética de Cristo, el deber de los pastores de reconocer y promover la dignidad de los fieles laicos sirviéndose con gusto de su prudente consejo.(117) En su realidad el Sínodo diocesano se coloca en el contexto de la corresponsabilidad de todos los diocesanos en torno al propio obispo en orden al bien de la Diócesis. La composición de este tipo de sínodos, así como es querida por la disciplina canónica vigente, es expresión privilegiada de la comunión en la Iglesia particular. En definitiva en el sínodo diocesano se trata de escuchar lo que el Espíritu dice a la Iglesia particular, permaneciendo firmes en la fe, fieles en la comunión, abiertos a la misionariedad, disponibles a las necesidades espirituales del mundo y llenos de esperanza ante sus desafíos.

71. Por su oficio pastoral el obispo es el presidente y el ministro de la caridad en su Iglesia particular. Edificándola mediante la Palabra y la Eucaristía, él le abre también los caminos privilegiados y absolutamente irrenunciables para vivir y testimoniar el Evangelio de la caridad. Ya en la Iglesia apostólica los Doce instituyeron "siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría" a los cuales confiaron el "servicio de las mesas" (cf. Hech 6, 2-3). El mismo san Pablo tenía como punto fuerte de su apostolado el recordarse de los pobres, indicándonos de este modo un signo fundamental de la comunión entre los cristianos Así el obispo es también llamado hoy a realizar personalmente y a organizar la caridad en la propia Diócesis, mediante estructuras apropiadas.

De este modo el obispo testimonia que las tristezas y las angustias de los hombres, sobre todo de los pobres y de todos aquellos que sufren, son también las ansias de los discípulos de Cristo.(118) Indudablemente son distintas las pobrezas, y a aquellas antiguas se han añadido otras nuevas. En tales situaciones, el obispo debe estar en primera linea en el solicitar nuevas formas de apostolado y de caridad allá donde la indigencia se presenta bajo nuevos aspectos. Servir, animar, educar a estos compromisos de solidaridad y de cercanía en favor del hombre, renovando cada día la antigua historia del samaritano, es, también esto, ya de por sí una señal de esperanza para el mundo.


(40) Cf. Syn. Extr. Episc. 1985, Relat. finalis Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, III.C.1.

(41) Cf. S. Cyprianus, De orat. Dom. 23 : PL 4, 553 ; cf. Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 4.

(42) Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 1.

(43) Ioannes Paulus II, Discurso a la Conferencia Episcopal Colombiana (2.VII.1986), 2 : suplemento del L'Osservatore Romano (4.VII.1986), p. X.

(44) Tertullianus, Praescr. Haeret. 32: PL 2, 53 ; cf. Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 20.

(45) Ioannes Paulus II, Discurso a los obispos brasileños de la región norte-2 (28.X.1995), 2 : "L'Osservatore Romano", edición española del 29 de octubre de 1995, p. 9.

(46) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 27.

(47) Cf. ibidem, 10.

(48) Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago,14.

(49) Cf. S. Augustinus, In Io. tr. 123, 5: PL 35, 1967.

(50) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago n. 107-117.

(51) Cf. Conc. Oecum. Vat. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 28; Decret. de presbyterorum ministerio et vita Presbyterorum ordinis, 8. Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992) n. 17 : AAS 84 (1992) 683.

(52) Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992), 16 : AAS 84 (1992) 682.

(53) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 28.

(54) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 28.

(55) Idem, 28.

(56) Cf. ibidem, 29. 41.

(57) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992), 65 : AAS 84 (1992) 771.

(58) Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996), 3: AAS 88 (1996) 379.

(59) Cf. ibidem, 29: AAS 88 (1996) 402; Conc. Oecum. Vat. II, , Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 44.

(60) Sacra Congregatio pro religiosis et institutis Saecularibus et sacra Congregatio pro Episcopis, Notae directivae Mutuae relationes (14.V.1978), 9c : AAS 70 (1978) 479.

(61) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23.

(62) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996), 84.88: AAS 88 (1996) 461. 464.

(63) Cf. ibidem, 48: AAS 88 (1996) 421-422; Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 207.

(64) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, cap. IV ; Decretum de apostol. laicor. Apostolicam actuositatem ; Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Christifideles laici (30.XII.1988); cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 153-161, 208.

(65) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 39.

(66) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Christifideles laici (30.XII.1988), 30: AAS 81 (1989) 446-448.

(67) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23; CIC can. 381§1.

(68) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 22; Nota explicativa praevia, 1-2 ; CIC can. 336.

(69) Cf. S. Cyprianus, De cath. eccl. unit. 5: PL 4, 516; cf. Conc. Oecum. Vat. I., Const.dogm. I Pastor aeternus, Prologus: DS 3051; Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 18.

(70) Cf. Paulus VI, Allocutio tertia Concilii periodo ineunte (14.IX.1964) : AAS 56 (1964), 813.

(71) Cf. Congregatio pro Doctrina Fidei, Litterae Communionis notio (28.V.1992), 9. 11-14.

(72) Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 6; cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23; Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 3. 5.

(73) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium, 26.

(74) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 6.

(75) Cf. ibidem, 36; CIC 439-446; Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 213.

(76) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 38 ; CIC can. 447 ; Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 210-212.

(77) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 53.

(78) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 5 ; CIC can. 403-411.

(79) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 19.

(80) Cf. ibidem, 23.

(81) Cf. ibidem, 21.

(82) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, concl.

(83) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 27.

(84) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 25 ; cf. Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 12-14; Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 55-65.

(85) Cf. CIC can. 386.

(86) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 22.

(87) Cf. CIC can. 386 §2.

(88) Cf. Ioannes Paulus II, Discurso a los Obispos de los Estados Unidos de América en visita "ad Limina" (22.X.1983), 4.-5 : AAS 76 (1984) 380.

(89) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago,59-60.

(90) Cf. Congregatio de Doctrina Fidei, Instructio Donum veritatis de ecclesiali theologi vocatione (24.V.1990), 21 : AAS 82 (1990) 1559.

(91) Cf. Ioannes Paulus II, Const. apost. Fidei depositum (11.X.1992), 4 : AAS 86 (1994) 113-118.

(92) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 33.

(93) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de presbyterorum ministerio et vita Presbyterorum ordinis, 5.

(94) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26.

(95) Ioannes Paulus II, Catequesis del miércoles 11 de noviembre de 1992, 1 : L'Osservatore Romano, edición española (13.XI.1992), p. 3.

(96) Cf. S. Tomás de Aquino, Summa Theologica III, q. 65, a. 2 ; II-II, q. 185, a. 1.

(97) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26.

(98) Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 15; cf. CIC can. 387.

(99) Cf. S. Ignatius Antioch., Ad magn 7 : Funk F., Opera Patrum apostolicorum, vol. I., Tubingae 1897, p. 194-196; Conc. Oecum. Vat. II, Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium, 41 ; Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26 ; Decretum de oecumenismo Unitatis redintegratio, 15.

(100) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium, 106.

(101) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 11.

(102) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. de sacra Liturgica Sacrosanctum concilium, 21.

(103) Cf. Paulus VI, Adhort. Ap. postsynod. Evangelii nuntiandi (8.XII.1975), 48 : AAS 58 (1976) 37-38.

(104) Cf. Ioannes Paulus II, Discurso a los Obispos de la Conferencia Episcopal Abruzzese-Molisana en visita "ad Limina" (24.IV.1986), 3-7: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IX/1 (1986) p. 1123 ss.

(105) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 4.

(106) Ioannes Paulus II, Litt. encycl. Dominum et vivificantem (18.V.1986), 66 : AAS 78 (1986) 897.

(107) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium,27 ; cf. Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 16.

(108) Ioannes Paulus II, Catequesis del miércoles 18 de noviembre de 1992, 2.4. L'Osservatore Romano, edición española (20.XI.1992), p. 3.

(109) Cf. CIC can. 383 §1 ; 384.

(110) Cf. Ioannes Paulus II, Discurso a los Obispos de la Conferencia Episcopal de Brasil de la Región Norte en visita "ad Limina" (28.X.1995), 5: "L'Osservatore Romano", edición española (17.XI.1995), p. 10.

(111) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 93-98.

(112) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992), 23 : AAS 84 (1992) 694.

(113) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de presbyterorum ministerio et vita Presbyterorum ordinis, 17.

(114) Cf. CIC can. 396 §1 ; can. 398.

(115) Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 166 ; cf. ibidem, 166-170.

(116) Cf. CIC can. 460-468. Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 163-165.

(117) Cf. CIC can 212 § 2 - 3.

(118) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 1.