SINODO DE LOS OBISPOS
X ASAMBLEA ORDINARIA

EL OBISPO
SERVIDOR DEL EVANGELIO DE JESUCRISTO
PARA LA ESPERANZA DEL MUNDO


Capítulo IV

EL OBISPO, MINISTRO DEL EVANGELIO PARA TODOS LOS HOMBRES

72. La vida y el ministerio pastoral del obispo deben estar siempre penetrados de la esperanza que está contenida en el anuncio de la Buena Nueva, del cual es el primer responsable en la Iglesia particular. Su servicio, sin embargo, no está restringido exclusivamente a la atención pastoral de los fieles de su Iglesia particular, así como tampoco implica unicamente su solicitud pastoral por toda la Iglesia universal. Por el contrario, la misma posición del obispo en la Iglesia y la misión que está llamado a desarrollar hacen de él el primer responsable de su permanente misión de llevar el Evangelio a cuantos todavía no conocen a Cristo, redentor del hombre.

En este capítulo se considera la misión del obispo en relación profética a la realidad en la cual la comunidad, que él preside en nombre de Cristo Pastor, procede en su peregrinaje terrestre hacia Ciudad celeste. La atención se dirige, por tanto, al mandato misionero que el Señor ha dado a su Iglesia y a algunos otros ámbitos de la evangelización, como son por ejemplo, el diálogo con las religiones no cristianas, la responsabilidad del obispo en las preocupaciones del mundo sobre los temas de la vida política, social, económica y de la paz. De hecho, también en estos ámbitos él es llamado a suscitar la esperanza de las realidades trascendentes y de las realidades escatológicas.

El Deber Misionero del Obispo

73. El mandato confiado por el Señor Resucitado a sus Apóstoles atañe a todas las gentes. Es más, en los Apóstoles mismos 'la Iglesia recibió una misión universal, que no conoce confines y concierne a la salvación en toda su integridad, de conformidad con la plenitud de vida que Cristo vino a traer (cf. Io 10, 10)".(119)

También para los sucesores de los Apóstoles la tarea de anunciar el Evangelio no se reduce al ámbito eclesial. El Evangelio es siempre para todos los hombres. La Iglesia misma es sacramento de salvación para todos los hombres y su acción no se reduce a aquellos que aceptan su mensaje. Mas bien, ella es "fuerza dinámica en el camino de la humanidad hacia el Reino escatológico; es signo y a la vez promotora de los valores evangélicos entre los hombres".(120) Por esto, compete siempre a los sucesores de los Apóstoles la responsabilidad de difundirlo por toda la tierra.

Así pues, los obispos, que en sus Iglesias particulares son signos personales de Cristo, son también llamados a ser en el mundo signos de la Iglesia presente en la historia de todos los hombres. Consagrados no solamente para una Diócesis sino para la salvación del mundo entero,(121) sea como miembros del colegio episcopal sea como simples pastores de la Iglesia particular. Los obispos son directamente responsables, junto con el obispo de Roma, de la evangelización de cuantos todavía no reconocen en Cristo el único salvador y todavía no ponen en Él la propia esperanza.

En tal contexto no se pueden olvidar tantos obispos misioneros que, como en el pasado, todavía hoy ilustran la vida de la Iglesia con la generosidad y con la santidad. Algunos de ellos han sido también fundadores de Institutos misioneros.

74. Como pastor de una Iglesia particular, corresponde al obispo orientar los caminos misioneros, dirigirlos y coordinarlos. Él cumple su deber de comprometer a fondo el impulso evangelizador de la propia Iglesia particular cuando suscita, promueve y guía la obra misionera en su Diócesis. Haciéndolo así, "hace presente y como visible el espíritu y el ardor misionero del Pueblo de Dios, de forma que toda la diócesis se haga misionera".(122)

En su celo por la actividad misionera, el obispo se muestra, también aquí, siervo y testigo de la esperanza. En efecto, la misión está sin duda motivada por la fe y es "el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros".(123) Pero, ya que la buena nueva para el hombre de todos los tiempos es la novedad de la vida, a la que cada hombre es llamado y destinado, la misión está animada también por la esperanza y es, ella misma, fruto de la esperanza cristiana.

Anunciando a Cristo resucitado, los cristianos anuncian a Aquel que inaugura una nueva era de la historia y proclaman al mundo la buena noticia de una salvación integral y universal, que contiene en sí la garantía de un mundo nuevo, en el cual el dolor y la injusticia darán paso a la alegría y a la belleza. Por eso rezan como Jesús les ha enseñado: "Venga tu Reino" (Mt 6, 10). En fin, la actividad misionera, en su última intención de poner a disposición de cada hombre la salvación donada por Cristo de una vez para siempre, tiende de por sí a la plenitud escatológica. Gracias a ella se agranda el Pueblo de Dios, se dilata el Cuerpo de Cristo y se amplía el Templo del Espíritu hasta la consumación de los siglos.(124)

El Dialogo Interreligioso

75. Como maestros de la fe, los obispos también deben de tener una justa atención hacia el diálogo interreligioso. En efecto, es evidente a todos que en las actuales circunstancias históricas esto ha asumido una nueva e inmediata urgencia. Para muchas comunidades cristianas, como por ejemplo en África y en Asia, el diálogo interreligioso hace casi parte integrante de la vida cotidiana de las familias, de las comunidades locales, del ambiente de trabajo y de los servicios públicos. Por el contrario, en otras, como por ejemplo en Europa occidental y, en general, en los paises cristianos más antiguos, se trata de un fenómeno nuevo. También aquí sucede con más frecuencia que creyentes de distintas religiones y cultos se encuentren fácilmente y en muchas ocasiones vivan juntos, con motivo de las migraciones de los pueblos, de los viajes, de las comunicaciones sociales y de las elecciones personales.

Es, pues, necesario poner en práctica una pastoral que promueva la acogida y el testimonio de acuerdo a los principios expuestos por el Concilio en el decreto Nostra aetate. Se trata de promover el respeto por las creencias no cristianas y, por cuanto ellas tienen de positivo, la posibilidad de defender con sus fieles algunos valores esenciales de la existencia, así como también el compromiso de salir al encuentro de estos hombres y mujeres con vistas a una búsqueda común de la verdad.

76. El diálogo interreligioso, como ha recordado Juan Pablo II, es parte de la misión evangelizadora de la Iglesia y entra en las perspectivas del Jubileo del 2000.(125) Entre las principales razones el decreto Nostra aetate presenta aquellas dictadas por la profesión de la esperanza cristiana. En efecto, todos los hombres tienen un común origen en Dios, en cuanto criaturas amadas y queridas por Él, y tienen un destino común en su amor eterno. El fin último de cada hombre está en Dios.

En este diálogo los cristianos deben siempre testimoniar la propia esperanza en Cristo, único Salvador del hombre, pero también tienen muchas cosas que aprender. Sin embargo, este hecho no debe disminuir el deber y la determinación de los cristianos en proclamar, sin titubeos, la unicidad y el absoluto de Cristo redentor. En ningún otro, en efecto, el cristiano pone su esperanza, porque Cristo mismo es el cumplimiento de todas las esperanzas. Él es la "expectativa de cuantos en cada pueblo esperan la manifestación de la bondad divina".(126) Igualmente el diálogo también debe ser conducido y realizado por los fieles católicos con la convicción de que la única religión verdadera existe "en la Iglesia católica y apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la obligación de difundirla a todos los hombres".(127)

77. Todos los fieles y comunidades cristianas están llamados a practicar el diálogo interreligioso, pero no siempre con la misma intensidad y al mismo nivel. Allá donde las situaciones lo requieran o lo permitan, es deber de cada obispo en su Iglesia particular ayudar, con su enseñanza y con la acción pastoral, a todos los fieles para que respeten y estimen los valores, las tradiciones, las convicciones de los otros creyentes, como también promover una sólida y apropiada formación religiosa de los mismos cristianos, para que sepan dar un testimonio convincente del gran don de la fe cristiana.

El obispo también debe vigilar sobre la dimensión teológica del diálogo interrre-ligioso, en caso de que sea realizado en la propia Iglesia particular, de manera que nunca quede velada o no afirmada la universalidad y la unicidad de la redención realizada por Cristo, único Salvador del hombre y revelador del misterio de Dios.(128) En efecto, sólo en la coherencia con la propia fe es posible también compartir, confrontar y enriquecer las experiencias espirituales y las formas de oración, como vías de encuentro con Dios. El diálogo interreligioso, sin embargo, no hace referencia sólo al campo doctrinal, sino que se extiende a una pluralidad de relaciones cotidianas entre los creyentes, que están llamados al respeto recíproco y al conocimiento mutuo. Se trata del así llamado "diálogo de vida", allí donde los creyentes de las distintas religiones testimonian recíprocamente los propios valores humanos y espirituales con el fin de favorecer la coexistencia pacífica y la colaboración para una sociedad más justa y fraterna. En el favorecer y en el seguir atentamente tal diálogo, el obispo recordará siempre a los fieles que este compromiso nace de las virtudes teologales de la fe, caridad y esperanza, y con ellas crece.

Responsabilidades hacia el Mundo

78. Los cristianos llevan a cabo la misión profética recibida de Cristo operando en el mundo una presencia portadora de esperanza. Por esto el Concilio recuerda que la Iglesia "avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad humana, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios.(129)

La asunción de responsabilidades en relación con el mundo entero y sus problemas, sus preguntas y sus expectativas, también es parte del compromiso de evangelización, al que la Iglesia está llamada por el Señor. Esto implica en primera persona a cada obispo, haciéndolo atento a la lectura de los "signos de los tiempos", en modo de despertar en los hombre una nueva esperanza. En esto él actúa como ministro del Espíritu, que también hoy, a los umbrales del Tercer milenio, no cesa de obrar grandes cosas para renovar la faz de la tierra. Siguiendo el ejemplo del Buen Pastor, él indica al hombre la vía que debe seguir y, como el Samaritano, se inclina sobre él para curarle las heridas.

79. El hombre es también esencialmente un "ser de esperanza". Aunque es cierto que no son pocos los acontecimientos en distintas partes de la tierra, que inducirían al escepticismo y a la falta de confianza: tales y tantos son los desafíos que hoy cuestionan la esperanza. Sin embargo, la Iglesia encuentra en el misterio de la cruz y la resurrección de su Señor el fundamento de la "feliz esperanza". De aquí saca la fuerza para ponerse y permanecer al servicio del hombre y de cada hombre.

El Evangelio, del que la Iglesia es servidora, es un mensaje de libertad y una fuerza de liberación que, mientras pone al descubierto y juzga las esperanzas ilusorias y falaces, lleva también a cumplimiento las aspiraciones más auténticas del hombre. El núcleo central de esta buena nueva lo constituye el hecho que Cristo, mediante su cruz y su resurrección y mediante el don del Espíritu Santo, ha abierto nuevas vías de libertad y de liberación para la humanidad.

Entre los ámbitos, en los que el obispo está llamado a guiar la propia comunidad - delineando compromisos y realizando comportamientos que sean lugares a los cuales llegue la fuerza renovadora del Evangelio y los signos efectivos de la esperanza - se indican algunos de particular relevancia, que tienen como objetivo la doctrina social de la Iglesia. En efecto, ésta no sólo no es extraña, sino que es parte esencial del mensaje cristiano, pues propone las directas consecuencias del Evangelio para la vida de la sociedad. Por otro lado, sobre ella se ha detenido muchas veces el Magisterio, ilustrándola a la luz del misterio pascual, del que la Iglesia extrae la verdad sobre la historia y sobre el hombre. Es oportuno recordar también que corresponde a las Iglesias particulares, en comunión con la Sede de Pedro y con las demás, traducir la Doctrina Social de la Iglesia en actuaciones concretas.

80. Un primer ámbito se refiere a la relación con la sociedad civil y política. Es evidente, a este propósito, que la misión de la Iglesia es una misión religiosa y que el fin privilegiado de su actuación en el mundo es el anuncio a todos los hombres de Jesucristo, del único Nombre "dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12). De aquí deriva, entre otras cosas, la distinción confirmada por el Concilio, entre comunidad política e Iglesia. Independientes y autónomas en el propio campo, sin embargo ambas tienen en común el servicio a la vocación personal y social de las mismas personas humanas.(130) Por ello, la Iglesia, que por mandato del Señor está abierta a los hombres de buena voluntad, no puede ser, ni nunca puede hacer, competencia a la vida política, pero tampoco puede ser ajena a los problemas de la vida social. Así, permaneciendo dentro de su ámbito de promoción integral del hombre, la Iglesia puede buscar soluciones también para los problemas de odren temporal, sobre todo allá donde está comprometida la dignidad del hombre y son pisoteados sus derechos más elementales.

81. En tal cuadro se coloca también la acción del obispo, el cual reconoce la autonomía del Estado y evita así la confusión entre fe y política, sirviendo en cambio a la libertad de todos. Ajeno a las formas que lleven a identificar la fe con una determinada forma política, él busca sobre todo el Reino de Dios. De este modo, asumiendo el mejor y más puro amor para ayudar e sus hermanos y para realizar, con la inspiración de la caridad las obras de la justicia, él se presenta como custodio del carácter trascendente de la persona humana y signo de esperanza.(131) La contribución específica que un obispo ofrece en este ámbito es la misma que la Iglesia, esto es "el concepto de la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en el misterio del Verbo encarnado".(132)

De hecho, la autonomía de la comunidad política no incluye su independencia de los principios morales; al contrario, una política privada de referencias morales lleva inevitablemente a la degradación de la vida social, a la violación de la dignidad y de los derechos de la persona humana. Por eso la Iglesia tiene un grán interés para que en la política se conserve o se restituya la imagen del servicio al hombre y a la sociedad. Además, ya que es tarea propia de los fieles laicos el comprometerse directamente en la política, la preocupación del obispo debe ser ayudar a sus fieles a debatir sus cuestiones y tomar las propias decisiones a la luz de la Palabra de Verdad; favorecer y cuidar su formación en manera que en las decisiones sean motivados por una sincera solicitud por el bien común de todos los hombres y de todo el hombre; e insistir para que exista coherencia entre la moral pública y la privada.

82. Un puesto particualer en el proceso de evangelización y un lugar privilegiado donde anunciar la esperanza es la solicitud por los pobres. Se abre así el ámbito relativo a la vida económica y sociale de la que, como ha recordado el Concilio, el hombre es el autor, el centro y el fin.(133) De aquí la preocupación de la Iglesia para que también el desarrollo no sea entendido en sentido exclusivamente económico, sino más bien en sentido integralmente humano.

La esperanza cristiana está ciertamente orientada hacia el Reino de los cielos y hacia la vida eterna. Sin embargo, este destino escatológico no atenúa el compromiso por el progreso de la ciudad terrema. Al contrario, le da sentido y fuerza. Mejor dicho, "el impulso de la esperanza preserva del egoismo y conduce a la dicha de la caridad".(134) En efecto, la distinción entre progreso terreno y crecimiento del Reino no es una separación, ya que la vocación del hombre a la vida eterna, más que abolir, anima el deber del hombre de poner en acto las energías recibidas del Creador para el dessarrollo de su vida temporal.

83. No es deber específico de la Iglesia ofrecer soluciones a las cuestiones económicas y sociales, pero su doctrina social contiene un conjunto de principios indispensables para la construcción de un sistema social y económico justo. También sobre esto la Iglesia tiene un "evangelio" que anunciar, del cual cada obispo, en su Iglesia particular, debe hacerse portador, poniendo el acento en las Bienaventuranzas evangélicas".(135)

Por último, ya que el mandamiento del amor al prójimo es muy concreto, es necesario que le obispo promueva en su Diócesis iniciativas apropiadas y exhorte a superar los eventuales comportamientos de apatía, pasividad y egoismo individual y de grupo. Igualmente es importante que con su predicación el obispo despierte la conciencia cristiana de cada ciudadano, exhortándolo a obrar con una solidaridad activa y con los medios a su disposición, en defensa de su hermano ante qualquier abuso que atente contra la dignidad humana. En este sentido, el obispo debe siempre recordar a los fieles que en cada pobre y en cada necesitado está presente Cristo (cf. Mt 25, 31-46). La misma figura del Señor como juez escatológico es la promesa de una justicia finalmente perfecta para los vivos y para los muertos, para los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares".(136)

84. Los temas de la justicia y del amor del prójimo evocan de modo espontaneo el de la paz: "Frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz" (St 3, 18). Lo que la Iglesia anuncia es la paz de Cristo, "el príncipe de la paz" que ha proclamado la bienaventuranza de los "que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt. 5, 9). Tales son no solamente aquellos que renuncian al uso de la violencia como método habitual, sino también todos aquellos que tienen la valentía de trabajar para cancelar todo lo que impide la paz. Estos trabajadores de la paz saben bien que ésta comienza en el corazón del hombre. Por eso actúan contra el egoismo que impide ver a los otros como hermanos y hermanas en una única familia humana, sostenidos en esto por la esperanza en Jesucristo, el Redentor inocente cuyo sufrimiento es un signo indefectible de esperanza para la humanidad. Cristo es la paz (cf. Ef 2, 14) y el hombre no encotrará la paz si no encuentra a Cristo.

La paz es una reponsabilidad universal, que pasa a través de los miles de pequeñas acciones de la vida de cada día. Según su modo cotidiano de vivir con los otros, los hombres eligen en favor de la paz o en contra de ella. La paz espera a sus profetas y sus artífices.(137) Estos arquitectos de la paz deben estar sobre todo en las comunidades eclesiales de las que el obispo es pastor.

Por tanto, es preciso que él no deje pasar ninguna ocasión para promover en las conciencias las aspiraciones a la concordia y para favorecer el entendimiento entre las personas en la dedicación a la causa de la justicia y de la paz. Se trata de una tarea ardua, que requiere dedicación, esfuerzos continuos y una insistente acción educativa sobre todo en las nuevas generaciones. Ellas deben comprometerse, con alegría y esperanza cristiana renovadas, en la construcción de un mundo más pacífico y fraterno. El trabajo por la paz está incluido en la tarea prioritaria de la evangelización, por ello la promoción de una auténtica cultura del diálogo y de la paz es también un compromiso fundamental de la acción pastoral de un obispo.

85. Voz de la Iglesia que, evangelizando, llama y convoca a todos los hombres, el obispo no deja de trabajar concretamente y de hacer oir su palabra sabia y equilibrada para que los responsables de la vida política, social y económica busquen las soluciones más justas posibles para resolver los problemas de convivencia civil.

Las condiciones en las que los pastores son llamados a realizar su misión en estos ámbitos son con frecuencia muy difíciles, sea para la evangelización, sea para la promoción humana. Es sobre todo aquí donde se muestra cómo y cuánto se debe incluir en el ministerio episcopal la disponibilidad al sufrimiento. Sin ella no es posible que los obispos se dediquen a su misión. Por eso, debe ser grande la confianza en el Espíritu del Señor resucitado, y el corazón del obispo debe estar siempre colmado de aquella "esperanza que no falla" (Rom 5, 5).

 

Capítulo V

EL CAMINO ESPIRITUAL DEL OBISPO

86. Los capítulos precedentes han descrito los rasgos generales del contexto en el que un obispo está llamado a desarrollar en la Iglesia su misión de maestro auténtico de la fe que anuncia, enseña y defiende la verdad sin concesiones ni compromisos; de santificador y administrador fiel de los dones divinos; de padre cercano a cuantos ha confiado a su cuidado la misericordia del Padre celestial en todas sus necesidades pero sobre todo en la necesidad de Dios. En medio de su pueblo el obispo es la imagen viva de Jesús, el Buen Pastor, que camina junto a su rebaño.

Se ha recordado también que el obispo vive su misión de pastor cuando está unido al obispo de Roma y a los otros obispos hermanos con los vínculos del Colegio Epsicopal, recurriendo a todas las instancias eclesiásticas que lo ayudan en el servicio que le han confiado el Señor y la Iglesia. Por fin, se ha puesto de relieve que la misión del obispo es tan amplia como la misma misión de la Iglesia en el mundo.

Exigencia de Santidad en la Vida del Obispo 87. Por tanto, se trata de un ministerio altísimo y exigente, de un ideal ante el cual el que ha sido llamado, sintiendo vivas la debilidad y la inadecuación de las propias fuerzas, se llena de comprensible temor. Por eso el obispo debe ser animado por aquella misma esperanza de la que ha sido constituido servidor en la Iglesia y en el mundo. Como el apóstol S. Pablo, él repite: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Flp 4, 13) y, como él, está seguro de que "la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5).

Además, para estar a la altura de un ministerio de tanta responsabilidad, el obispo debe individuar en la caridad pastoral el vínculo de la perfección episcopal y también el fruto de la gracia y del carácter sacramental recibido. Por eso siempre se debe conformar de manera muy especial a Cristo Buen Pastor, sea en su vida personal sea en el ejercicio del ministerio apostólico, de modo que el pensamiento de Cristo (cf. 1 Cor 2, 16) le invada en todo y por todo en las ideas, los sentimientos, las opciones y en el obrar.(138) A veinte años de la clausura del Concilio, la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos del 1985 constataba que "en circunstancias dificilísimas a lo largo de toda la historia de la Iglesia, los santos y las santas fueron siempre fuente y origen de renovación".(139) No hay duda de que la Iglesia tiene siempre necesidad también de pastores luminosos por su santidad, además de por sus cualidades humanas. Éstos son los pastores que consiguen despertar un proyecto de vida sacerdotal en los jóvenes de hoy. Así pues, en este capítulo se quieren indicar algunas líneas para el camino espiritual del obispo, como camino de evangelización y santificación del pueblo de Dios, haciendo patente el vínculo estrecho que existe entre la santidad personal del obispo y el ejercicio de su minsterio. Por otra parte, el ministerio mismo, cumplido con fidelidad, con fortaleza y con docilidad al Espíritu Santo, es fuente de santidad para el obispo, y de santificación para los fieles confiados a su cura pastoral, en la valorización de las distinas vias de santidad según los propios carismas.

Dimensiones de la Espiritualidad del Obispo

88. Este camino espiritual del obispo tiene, ciertamente, su raiz en la gracia del sacramento del Bautismo y de la Confirmación, donde, como cada fiel, ha sido capacitado para creer en Dios, esperar en él y amarlo por medio de las virtudes teologales, y de vivir y actuar bajo la acción del Espíritu Santo per medio de sus santos dones. Desde este punto de vista, el obispo tiene que vivir una espiritualidad que no es diferente, en cuanto a la modalidad, con respecto a aquella espiritualidad de todos los demás discípulos del Señor, que han sido convertidos e incorporados al templo del Espíritu. También el obispo, por tanto, vive una espiritualidad como bautizado y confirmado, alimentado por la Santa Eucaristía y necesitado del perdón del Padre, a causa de la fragilidad humana. Así mismo, junto con los sacerdotes de su presbiterio, él tiene que recorrer los caminos específicos de espiritualidad en cuanto llamado a la santidad por el nuevo título derivado del Orden sagrado.(140)

Por consiguiente el obispo debe vivir su "específica" espiritualidad, a causa del don específico de la plenitud del Espíritu de santidad, que ha recibido como padre y pastor en la Iglesia.

89. Se trata de una espiritualidad "propia", orientada a hacer vivir en la fe, en la esperanza y en la caridad de acuerdo al ministerio de evangelizador, de liturgo y de guía en la comunidad; de una espiritualidad que considera al obispo en relación con el Padre, del que es imagen, con el Hijo, a cuya misión de Pastor está configurado, y con el Espíritu Santo, que dirige la Iglesia con distintos dones jeráquicos y carismáticos.

Se trata, además, de una espiritualidad eclesial, porque cada obispo es configurado con Cristo Pastor para amar a la Iglesia con el amor de Cristo esposo, para servirla y ser, en la Iglesia, maestro, santificador y guía. Así, él se convierte, en la Iglesia, en modelo y promotor de una espiritualiad de comunión a todos los niveles.

No es posible amar a Cristo y vivir en la intimidad con él sin amar a la Iglesia, a la cual Cristo ama: en efecto, tanto se posee el Espíritu de Dios, cuanto se ama a la Iglesia "una en todos y toda en cada uno; simple en la pluralidad para la unidad de la fe, múltiple en cada uno para la construcción de la caridad y la variedad de los carismas".(141) Sólo del amor por la Iglesia - en cuanto ella es sacramento universal de salvación y es amada por Cristo hasta darse a sí mismo por ella (cf. Hb 5, 25) - nacen una espiritualidad y un celo misioneros, así como el testimonio de la dimensión total con la cual el Señor Jesús ha amado a los hombres hasta la cruz.

Ministro del Evangelio de la Esperanza

90. Con estos títulos el obispo se presenta a la Iglesia, repitiendo las palabras del Apóstol: "(Cristo) os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irrepresnibles delante de Él ; con tal que permanezcáis sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio ... del que yo ... he llegado a ser ministro" (Col 1, 22-23; cf. 1,5).

Ya el directorio pastoral Ecclesiae imago había dedicado un entero y detallado capítulo a las virtudes necesarias para el obispo.(142) En aquel contexto, además de las referencias a las virtudes sobrenaturales de la obediencia, la continencia perfecta por amor al Reino, la pobreza, la prudencia pastoral y la fortaleza, se encuentra también un llamado a la virtud teologal de la esperanza. Apoyándose en ella, el obispo espera de Dios con firme certeza todo bien y pone en la divina Providencia la máxima confianza, "recordando a los santos apóstoles y a los antiguos obispos que, también experimentando grandes dificultades y obstáculos de todo tipo, sin embargo predicaban el evangelio de Dios con toda franqueza".(143)

Pero en la perspectiva de la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos es oportuno detenerse ulteriormente en la esperanza inherente al ministerio episcopal, estimuladora y portadora de aquel sano optimismo que el obispo debe vivir personalmente y comunicar con alegría a los demás.

91. La esperanza cristiana inicia con Cristo y se alimenta de Cristo, es participación en el misterio de su Pascua y anticipo de una suerte análoga a la de Cristo, ya que el Padre con Él "nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos" (Ef 2,6).

De esta esperanza el obispo ha sido hecho signo y ministro. Cada obispo puede aplicarse a sí estas palabras de Juan Pablo II: "Sin ella (la esperanza) seríamos hombres desgraciados y dignos de lástima; y además, todo nuestro empeño pastoral se volvería estéril, no seríamos capaces de emprender nada. En la inviolabilidad de nuestra esperanza reside el secreto de nuestra misión. Ella es más poderosa que las repetidas desilusiones y que la duda agotadora, porque recibe su fuerza de una fuente que ni nuestra despreocupación ni nuestra dejadez consiguen agotar. La fuente de nuestra esperanza es Dios mismo, quien por medio de Cristo y en favor nuestro ha vencido al mundo de una vez por todas y prolonga hoy por nosotros su misión salvífica entre los hombres".(144)

La Esperanza en el Camino Espiritual del Obispo

92. El obispo es ministro de la Verdad que salva no solamente para enseñar e instruir, sino también para conducir a los hombres a la esperanza, y por consiguiente al crecimiento en el camino de la esperanza. Por tanto, si un obispo quiere de verdad mostrarse a su pueblo como signo, testigo y ministro de la esperanza, no puede sino alimentarse, en total adhesión y plena disponibilidad, con la Palabra de la Verdad, según el modelo de la Madre de Dios, María, que "ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor" (Lc 1, 45).

Además, ya que esta Palabra divina está contenida en la Sagrada Escritura, a ella debe recurrir constantemente un obispo, con la lectura asidua y estudio atento. Y esto no sólo porque sería un predicador vano de la Palabra de Dios si la predicara externamente sin haberla escuchado previmente en su corazón,(145) sino también porque vaciaría y haría imposible su ministerio para la esperanza.

En la Sagrada Escritura el obispo toma el alimento para su espiritualidad de esperanza, en modo de realizar con veracidad su ministerio de evangelizador. Sólo así, como S. Pablo, él podrá dirigirse a sus fieles diciendo: "con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza" (Rm 15,4).

93. Momento privilegiado de la escucha de la Palabra de Dios es la oración. Consciente de que sólo es posible ser maestro de oración para los demás a través de la misma oración personal, el obispo se dirigirá a Dios para repetirle, junto con el salmista: "Yo espero en tu palabra" (Sal 119, 114). La oración, en fin, es el lugar privilegiado de la esperanza o, como se lee en S. Tomás, ella es la intérprete de la esperanza".(146)

Pero si nadie puede rezar sólo para sí mismo, mucho menos puede hacerlo un obispo, el cual también en su oración debe llevar consigo toda la Iglesia, rezando de manera especial por el pueblo que le ha sido confiado. Imitando a Jesús en la elección de sus Apóstoles (cf. Lc 6, 12-13), también él someterá al Padre todas sus iniciativas pastorales y le presentará, mediante Cristo en el Espíritu, sus esperanzas para el presbiterio diocesano, sus ansias por las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada, al compromiso misionero y a los distintos ministerios, sus atenciones por los consagrados y las consagradas que trabajan apostólicamente en la Iglesia particular, y sus esperanzas para los fieles laicos: para que, correspondiendo todos y cada uno a la propia vocación y ejercitando los respectivos ministerios y carismas, converjan, bajo su guía, en la edificación del Cuerpo de Cristo. Y el Dios de la esperanza lo colmará de gran alegría y paz para que abunde en esperanza por la virtud del Espíritu Santo (cf. Rm 15, 13).

94. El obispo debe buscar también las ocasiones en que pueda vivir su escucha de la Palabra de Dios y su oración con el presbiterio, con los diáconos permanentes allá donde existan, con los seminaristas y los consagrados y consagradas presentes en la Iglesia particular y, donde sea posible, también con los laicos, en particular los que viven en forma asociada su apostolado.

De esta forma favorece el espíritu de comunión y sostiene su vida espiritual, mostrándose come "maestro de perfección" en su Iglesia particular, comprometido en el "fomentar la santidad de sus clérigos, de los religiosos y laicos, de acuerdo con la peculiar vocación de cada uno".(147) Al mismo tiempo, el obispo refuerza también en sí mismo los vínculos de las relaciones eclesiales, en la que ha sido introducido como centro visible de unidad.

Tampoco descuidará las ocasiones de vivir junto con los hermanos obispos, sobre todo los más cercanos porque están en la misma provincia y región eclesiástica, análogos momentos de encuentro espiritual. En tales encuentros se puede experimentar la alegría que viene del vivir juntos entre hermanos (cf. Sal 133, 1), manifestando e incrementando el afecto colegial.

95. También el obispo, junto con todo el pueblo de Dios, saca de la celebración de la santa Liturgia alimento para la esperanza. En efecto, la Iglesia, cuando celebra su Liturgia sobre la tierra, pregusta en la esperanza la Liturgia de la Jerusalén celeste, hacia la que va como peregrina y donde Cristo está sentado a la derecha del Padre "al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre" (Hb 8, 2).(148)

Todos los sacramentos de la Iglesia, y el primero de todos la Eucaristía, son memorial de los acta et passa del Señor, representación de la salvación obrada por Cristo una vez para siempre y anticipación de la plena posesión, que será el don del tiempo final.(149) (149). Hasta entonces la Iglesia los celebra como signos eficaces de su expectativa, de la invocación y de la esperanza.

96. Entre las acciones litúrgicas hay algunas en las que la presencia del obispo tien un significado particular. En primer lugar, la Misa crismal, durante la cual se bendicen el Oleo de los Catecúmenos y el de los Enfermos y es consagrado el Santo Crisma. Éste es el momento de la manifestación más grande de la Iglesia local, que celebra al Señor Jesús, Sacerdote sumo y eterno de su mismo Sacrificio. Para un obispo es un momento de grande esperanza, ya que se encuentra con el presbiterio diocesano para mirar juntos, en el horizonte gozoso de la Pascua, al Gran Sacerdote y para reavivar así la gracia sacramental del Orden mediante la renovación de las promesas que desde el día de la Ordenación fundan el carácter especial de su minsterio en la Iglesia. En esta circunstancia, única en el año litúrgico, los reforzados vínculos de la comunión eclesial se convierten para el pueblo de Dios - que también se ve amenazado por innumerables ansiedades - en un vibrante grito de esperanza.

A esta liturgia se agrega la solemne ordenación de nuevos presbíteros y nuevos diáconos. Aquí, recibiendo de Dios los nuevos cooperdores del orden episcopal y los nuevos colaboradores en su ministerio, el obispo ve acogidas por el Espíritu, Donum Dei y dator munerum, su oración por la abundancia de las vocaciones y sus esperanzas de una Iglesia todavía más esplendente por su rostro sacerdotal.

Algo análogo se puede decir en referencia a la administración del sacramento de la Confirmación, del que el obispo es ministro originario y - en el rito latino - minstro ordinario. En este sentido, "la administración de este sacramento por ellos mismos pone de relieve que la Confirmación tiene como efecto unir a los que la reciben más estrechamente a la Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de dar testimonio de Cristo".(150)

97. La eficacia de la guía pastoral de un obispo y de su testimonio de Cristo, esperanza del mundo, depende en gran parte de la autenticidad del seguimiento del Señor y del vivir in amicitia Iesu Christi. Sólo la santidad es anuncio profético de la renovación. Por ello un obispo no puede sustraerse a la función profética de la santidad, mediante la cual anticipa en la propia vida el acercamiento a aquella meta hacia la que conduce a sus fieles.

Sin embargo, en su camino espiritual él también experiementa, como cada cristiano, la necesidad de la conversión a causa del conociemiento de las propias debilidades, de los propios desalientos y del propio pecado. Pero ya que, como predicaba S. Agustín, no puede impedirse la esperanza del perdón a aquél a quien no se ha impedido el pecado,(151) el obispo recurre la sacramento de la penitencia y de la reconciliación en el cual confiesa con toda sinceridad "Señor, Dios mío, en ti he esperado, ¡sálvame!" (cf. Sal 7, 2; 31, 2; 38, 16). Quienquiera que tenga la esperanza de ser hijo de Dios y de poderlo ver así como él es, se purifica a sí mismo como es puro el Padre celeste (cf. 1 Jn 3, 3).

98. Es indudablemente signo de esperanza para el pueblo de Dios el ver al propio obispo acercarse a este sacramento de la curación, por ejemplo cuando en particulares circunstancias éste se celebra en foma comunitaria en su presencia; como también el ver que a él se le administra el sacramento de la Unción de enfermos cuando está gravemente enfermo y le llevan el consuelo del santo viático, con solmenidad y acompañado del clero y del pueblo.(152)

En éste último testimonio de su vida terrena él tiene la ocasión de enseñar a sus fieles que nunca se debe traicionar la propia esperanza y que cada dolor del momento presente es aliviado con la esperanza de las realidades futuras.(153) En el último acto de su éxodo de este mundo al Padre, el obispo puede resumir y proponer el fin de su ministerio: señalar, como hizo Moises con la tierra prometida a los hijos de Israel, le meta escatológica a los hijos de la Iglesia.

Alegres en la Esperanza, como la Virgen Maria

99. Así, el obispo se regocija "en la esperanza de la gloria de Dios", como escribe el Apóstol, el cual prosigue: "Más aún ; nos gloriamos hasta hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada ; la virtud probada esperanza" (Rm 5, 2-4). De la esperanza deriva también la alegría. En efecto, la alegría cristiana, que es alegría en la esperanza (cfr. Rm 12, 12), es también objeto de la esperanza. El cristiano debe no sólo hablar de la alegría, sino también "esperar en el gozo".(154)

De esta unión espiritual entre la alegría y la esperanza María es la primera testigo y el modelo para toda la Iglesia. En su canto del Magnificat está la alegría de todos los pobres del Señor, que esperan en su Palabra. A ella no le fueron ahorrados los sufrimientos pero, así como fue asociada en modo eminente al sacrificio de su Hijo convirtiéndose bajo la Cruz en "la madre de los dolores", así también fue abierta sin ningún límite al gozo de la resurrección.

Ahora, al lado de su Hijo que está sentado glorioso a la derecha del Padre, asunta al cielo en la integridad de su persona, en cuerpo y alma, recapitula en sí todas las alegrías y vive el gozo prometido a la Iglesia. A ella, que para cuantos son todavía peregrinos en la tierra brilla "como signo de esperanza cierta y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor",(155) la Iglesia dirige su oración invocándola como mater spei, mater plena sanctae laetitiae y causa nostrae laetitiae.

100. Cada obispo, como cada cristiano, se confía filialmente a María, imitando al discípulo amado que, acogiendo en el Calvario a la Madre del Señor, la introdujo en todo el espacio de la propia vida inerior.(156)

La Iglesia invoca frecuentemente a Maria como Regina Apostolorum. "Que la Virgen Santísima interceda por todos los pastores de la Iglesia, para que en su difícil ministerio se conformen cada vez más con la imagen del buen Pastor".(157)


CUESTIONARIO

Preguntas sobre el capítulo primero

1. ¿Qué importancia le concede el obispo a su compromiso de anunciador del Evangelio? ¿Considera tal compromiso como prioritario? ¿Le apartan los demás compromisos de éste? ¿Qué aspectos de la vida diocesana crean dificultad a la misión evangelizadora del obispo? ¿Cuáles por el contrario contribuyen a ella?

2. ¿Qué imagen predomiante de la misión del obispo tiene la gente? ¿ La imagen que tiene la gente de la misión del obispo, coincide con la imagen que el mismo obispo tiene de ella?

3. ¿Cómo reacciona le gente a las enseñanzas del obispo acerca de cuestioes de fe o de moral? ¿Se hacen ditinciones entre las enseñanzas del obispo y las del Papa?

4. ¿Cuáles son las relaciones entre el obispo y los teólogos: de estima recíproca? ¿de colaboración? ¿de contestación? ¿En qué areas?

5. ¿Cuáles son los desafíos socio-culturales que se presentan ante el ministerio del obispo, especialmente a propósito del anuncio del Evangelio? ¿Cómo responde el obispo a estos desafíos? ¿Qué circunstacias favorecen este anuncio? ¿Y cuáles lo ostaculizan?

Preguntas sobre el segundo capítulo

6. ¿Cómo vive el obispo su relación con el presbiterio y con cada sacerdote, especialmente en la proclamación de la fe? ¿Cuáles deberían ser sus preocupaciones principales en este campo ?

7. ¿Cómo vive el obispo su relación con los insitutos de vida consagrada, particularmente en la proclamación de la fe: catequesis, doctrina del Magisterio, ecc?

8. ¿Sostiene en obispo a los laicos en su anuncio del Evangelio en el ámbito temporal? ¿Cómo entiende el obispo la contribución prestada a la evangelización por los laicos, por las asociaciones de fieles, por los movimientos eclesiales?

9. ¿Cómo expresa el obispo su comunión con el Romano Pontífice? ¿Se siente sostenido el obispo por la Santa Sede? ¿Cómo adhiere el obispo al ministerio del Sucesor de Pedro, apoyándolo en el sostenimiento de la fe, de la disciplina de la Iglesia y de nueva evangelización?

10. ¿Cómo vive el obispo su relación con los otros obispos en la Iglesia universal? ¿Y en la Conferencia Episcopal? ¿Con los obispos vecinos? ¿Se siente sostenido el obispo por los hermanos en el episcopado?

Preguntas sobre el tercer y cuarto capítulos

11. ¿Con qué atención, espíritu de fe y amor anuncia el obispo la Palabra de Dios en el contexto socio-cultural contemporáneo?

12. ¿En qué modo el obispo recurre y utiliza los medios de comuicación social para que ellos sean verdaderos instrumentos de la difusión de la Palabra de Dios?

13. ¿Cómo es considerada la función sacramental del obispo un anuncio del Evangelio de la esperanza? ¿con qué prioridades?

14. ¿Cómo la función de gobierno del obispo se considera un anuncio del Evangelio de la esperanza? ¿Cúales son las dificultades concretas?

15. ¿Se siente responsable el obispo de la missio ad gentes en todo el mundo? ¿Cómo implica en esta tarea a su diócesis?

16. ¿Cómo se compromete el obispo concretamente en el diálogo ecuménico, interreligioso y con la sociedad civil, en orden al anuncio del Evangelio?

17. ¿Siente el obispo la promoción del hombre en su dignidad y en sus derechos como un anuncio de la esperanza evangélica? ¿Cómo?

18. ¿Pone el obispo el anuncio de la persona de Cristo al centro de todo el ministerio?

Preguntas sobre el quinto capítulo

19. ¿Cuál es el centro unificador de la espiritualidad del obispo, cómo es su forma concreta de estar en relación con Dios y con la realidad que lo rodea?

20. ¿Qué iniciativas concretas favorecen la unión espiritual del obispo, sobre todo con los presbíteros y diáconos, con los consagrados y las consagradas y con los laicos, especialmente si están reunidos en asociaciones y fundaciones eclesiales?

21. ¿Qué sugerencias se pueden dar para ayudar al obispo a crecer en su camino espiritual? ¿Al inicio de su mandato? ¿Con el pasar de los años?

22. ¿Qué santos obispos se toman o se pueden tomar como modelos por parte del obispo para alimentar una espiritualidad propia?

En general

23. ¿Qué otros puntos importantes en relación al tema establecido merecen ser propuestos para la reflexión del Sínodo?


(119) Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (7.XII.1990), 31 : AAS 83 (1991) 276.

(120) Ibidem, 20 : AAS 83 (1991) 267.

(121) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 38.

(122) Conc. Oecum. Vat. II., Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 38; cf. Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (7.XII.1990), 63 : AAS 83 (1991), 311.

(123) Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (7.XII.1990), 11 : AAS 83 (1991) 259.

(124) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 9.

(125) Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (7.XII.1990), 55 : AAS 83 (1991) 302; cf. Epist. Apost. Tertio millennio adveniente (10.XI.1994), 53 : AAS 87 (1995) 37.

(126) S. Iustinus, Dialogus cum Tryphone 11: PG 6, 499.

(127) Conc. Oecum. Vat. II., Declar. de libert. religiosa Dignitatis humanae, 1.

(128) Cf. Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris missio (7.XII.1990), 5 : AAS 83 (1991) 254.

(129) Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 40.

(130) Ibidem, 76.

(131) Cf. ibidem, 72. 76.

(132) Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Centesimus annus (1.V.1991), 47 : AAS 83 (1991) 852.

(133) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 63.

(134) Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1818.

(135) Cf. Congregatio pro Doctrina Fidei, Instructio de libertate christiana et liberatione (22.III.1986), 62 : AAS 79 (1987) 580-581.

(136) Cf. ibidem, 60 : AAS 79 (1987) 579.

(137) Cf. Ioannes Paulus II, Discurso en Asis (27.X.1986), 7 : Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IX / 2, p. 1263.

(138) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago (22.II.1973), 21.

(139) Syn. Extr. Episc. 1985, Relatio finalis Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, II, A, 4.

(140) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Presbyterorum ordinis cap. III; Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992) cap. III.

(141) S. Petrus Damianus, Opusc. XI (Liber qui appellatur Dominus vobiscum) 5: PL 145, 235 ; cf. S. Augustinus, In Jo. tr. 32, 8 : 35, 1645.

(142) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, pars I, cap. IV (n. 21-31).

(143) Ibidem, 25.

(144) Ioannes Paulus II, Discurso a los Obispos de Austria en ocasión de la visita "ad Limina" (6.VII.1982), 2: AAS 74 (1982) 1123 ; L'Osservatore Romano, ed. española (29.VIII.1982), p. 2.

(145) Cf. S. Augustinus, Sermones 179, 1 : PL 38, 966.

(146) Cf. S. Thoma Aq., Summa Theologica II-II, q. 17, a. 2.

(147) Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 15.

(148) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. de sacra Liturgica Sacrosanctum concilium, 8.

(149) Cf. S. Thoma Aq., Summa Theologica III, q. 60, a. 3.

(150) Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1313.

(151) Cf. S. Augustinus, En. in Ps. 50, 5 : PL 36, 588.

(152) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 89.

(153) Cf. S. Basilius, Homilia de gratiarum actione, 7: PG 31, 236.

(154) Paulus VI, Adhort. Ap. Gaudete in Domino (9.V.1975), p. I: AAS 67 (1975) 293.

(155) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 68.

(156) Cf. Ioannes Paulus II, Litt. Encycl. Redemptoris Mater (25.III.1987), 45 : AAS 79 (1987) 423.

(157) Ioannes Paulus II, Angelus del 19 de noviembre de 1995, 3 : "L'Osservatore Romano" , edición española del 24.XI.1995, p. 4.