SINODO DE LOS OBISPOS
X ASAMBLEA ORDINARIA

EL OBISPO
SERVIDOR DEL EVANGELIO DE JESUCRISTO
PARA LA ESPERANZA DEL MUNDO


PRESENTACIÓN

El argumento asignado por el Santo Padre Juan Pablo II a la Décima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos "Episcopus minister Evangelii Iesu Christi propter spem mundi", que ha de celebrarse en el tiempo del Jubileo del Año 2000, implica un doble significado: el de la conclusión de un itinerario y el de una celebración de la comunión. Cuando en el 1987 tuvo lugar el sínodo sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo comenzó un camino que podría ser comprendido bajo el título "la vida de los cuerpos eclesiales después del Concilio Vaticano II".

El Sínodo, que nació en el Concilio, se transformó en una fiel "Traditio Concilii", asumiendo del mismo Concilio, en cierto modo, la estructura, el método, el espíritu, y sobre todo, transmitiendo, meditando y elaborando argumentos y proposiciones conciliares. Fue así que, por ese mismo motivo, el "corpus laicorum", "christifideles scilicet qui, utpote baptismate Christo concorporati" (Lumen gentium, 31), resultó ampliamente ilustrado en la Septima Asamblea sinodal del 1987. A dicho cuerpo de los laicos acceden, come primer paso, todos los hijos de la Iglesia, que con el bautismo son constituidos en pueblo santo de Dios.

En el 1990 el sínodo se ocupó, en la Octava Asamblea, de la formación de los presbíteros, es decir de aquel "corpus presbyterorum", en el cual "los presbíteros ... se unen todos sí por íntima fraternidad sacramental", formando un "solo presbiterio" (Presbyterorum ordinis, 8).

La Novena Asamblea pasó, luego, a tratar el tema de la vida consagrada, es decir de aquellas personas que, como "corpus vitae consecratae", por medio de la práctica de los consejos evangélicos siguen a Cristo con mayor libertad, imitándolo mas de cerca (cf. Perfectae caritatis, 1).

Finalmente, a la Décima Asamblea ha sido reservado el tema del Obispo en su prerrogativa de siervo anunciador del Evangelio, junto a todos los otros obispos, con los cuales forma un "collegium seu corpus episcoporum" (Lumen gentium, 22). El itinerario sinodal, iniciado con la meditación sobre la vocación y misión de los laicos, pasando luego a través de otros estados de vida, es decir, de los presbíteros y de las personas consagradas, llega así a una meta final con la Décima Asamblea dedicada al Obispo, en calidad de apóstol del Evangelio de Jesucristo (cf. Rom 1,1.9).

Mas, porque el Cuerpo Místico de Cristo es uno, no puede existir sustancialmente la variedad de sus miembros si no en una unidad superior que confiere compacteza y vitalidad al cuerpo entero, que es la Iglesia. en efecto, "los sagrados Pastores ...saben ... que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo (Lumen gentium, 30).

Es por este motivo que los laicos, los presbíteros, las personas consagradas y los obispos tienden hacia el único fin y coindicen en el único objetivo: hacer crecer el único Cuerpo del Señor hasta la plena madurez (cf. Ef 4,13), en la comunión, pues "una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, y obedientes a la voz del Padre, adorándole en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria" (Lumen gentium, 41).

El camino sinodal, que es "comunión en el caminar" (Juan Pablo II a los Presidentes de las Conferencias Episcopales de Europa, L'Osservatore Romano, 2 de diciembre de 1992, p. 5), comienza en la comunión, se desarrolla en la comunión y encuentra su conclusión en la comunión.

Este documento de los Lineamenta está destinado a alimentar y estimular la reflexión de todos aquellos que, poniéndose ya en camino en las iglesias locales, se preparan para recorrer este sendero de comunión que es el Sínodo, mientras buscan con la oración y la meditación expresar las instancias y las intenciones de la propia comunidad.

Propuestas, indicaciones y espectativas deberán ser estudiadas y elaboradas por los Obispos en las Conferencias Episcopales o en los organismos análogos, para luego ser enviadas a la Secretaría General del Sínodo. El Cuestionario será últil para concentrar la atención sobre algunos puntos particulares de la doctrina y de la praxis de la Iglesia. Si en casos concretos se advierte la necesidad de exponer argumentos no comprendidos en el Cuestionario, existe la posibilidad de proceder en ese sentido, más aún, es bien recibida cualquier iniciativa de profundización y enriquecimiento en el estudio del tema sinodal. Las respuestas al Cuestionario deberán ser enviadas a la Secretaría General del Sínodo antes del 30 de septiembre de 1999 para consentir la redacción del Instrumentum laboris, el cual será el texto de referencia para los Padres de la Asamblea "jubilar" del Sínodo de los Obispos, evento que será un punto culminante de coronología cristiana y de comunión eclesial.

Jan P. Card. SCHOTTE, C.I.C.M.
Secretario General del Sínodo de los Obispos


 

INTRODUCCIÓN

1. La infinita riqueza del misterio de Cristo revive en el misterio de la Iglesia y se manifiesta a través de la variedad de las vocaciones y de la diversidad de los estados de vida en los que se articula la comunión eclesial. En la concreción de sus múltiples actuaciones, éstos corresponden al conjunto de dones que el Espíritu Santo ha infundido en los bautizados (cfr. I Cor 12, 4-6). Provenientes del único y común origen trinitario, los diversos estados de vida están íntimamente relacionados entre sí, de manera que están ordenados los unos a los otros y se edifican recíprocamente cuando son vividos en la conciencia de su respectiva identidad y complementariedad. Además, cada uno y todos a la vez están ordenados al bien y el crecimiento de la Iglesia, así como también contribuyen al cumplimento de su misión en el mundo mediante su despliegue orgánico.(1)

Después de haber puesto en evidencia el Concilio Vaticano II la gran realidad de la comunión eclesial, la cual no es uniformidad sino don del Espíritu que pasa a través de los distintos carismas y estados de vida, se ha advertido la necesidad de explicitar mejor la identidad, la vocación y la misión específica en la Iglesia.(2) Por eso en ellos han centrado su atención la tres últimas asambleas ordinarias del Sinodo de los obispos, a las quales han seguido tres exhortaciones apostólicas de Juan Pablo II: Christifideles laici sobre la vocación y misión de los laicos, Pastores dabo vobis sobre el sacerdocio ministerial y Vita consecrata sobre el estado de aquellos hombres y mujeres que siguen a Cristo más de cerca en la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. De todo ello ha derivado una mayor conciencia de la importancia de cada uno y del valor de su presencia constitutiva en la vida de la Iglesia, por voluntad del Señor.(3) Por tanto, como ha recordado el Concilio Vaticano II, tanto el elemento jerárquico como el carismático son co-esenciales en la Iglesia y contribuyen ambos a su renovación, en modo diferente pero siempre con un recíproco intercambio. (4)

2. La experiencia del Post-Concilio ha demostrado además cuánto ha dependido y depende de los Obispos la renovación querida por el Concilio. No podía ser de otro modo, a causa de su ministerio de constructores, garantes y custodios de la comunidad cristiana, de la que han sido constituidos pastores en nombre de Cristo. Cada uno de ellos es, en la propia Iglesia particular, el promotor eficaz de la vida de los fieles laicos y el custodio atento de la vida consagrada; los presbíteros son sus "colaboradores y consejeros necesarios en el ministerio y oficio de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios".(5) Se ve por tanto la urgencia de que, así como en el pasado, también hoy, cuando la Iglesia ha llegado al umbral del Tercer Milenio, los obispos, en su ministerio, se empeñen con determinación y valentía en su renovación según las directrices del Concilio Vaticano II, de modo que a través de su labor el mundo "se transforme según el proósito divino y llegue a su consumación". (6)

3. Por este motivo el tema elegido por Juan Pablo II para la X Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos es: "El Obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo". Con él se quiere subrayar en primer lugar que Jesucristo es la esperanza del hombre, de cada hombre y de todo el hombre .(7)

Además, el mismo tema propone que todo el servicio de cada obispo es para la esperanza, es servicio de anuncio y de testimonio de la esperanza, en cuanto que es anuncio de Cristo. Cada obispo debe poder hacer suyas las palabras de S. Agustín: "Pero sea como sea el obispo, vuestra esperanza no ha de apoyarse en él. Dejo de lado mi persona; os hablo como obispo: quiero que seais para mi causa de alegría, no de hinchazón. A nadie que encuentre poniendo la esperanza en mi puedo felicitarle; necesita corrección, no confirmación; ha de cambiar, no quedarse donde está... vuestra esperanza no esté en nosotros, no esté en los hombres. Si somos buenos, somos siervos, si somos malos, somos siervos; pero si somos buenos, somos servidores fieles, servidores de la verdad". (8)

La preparación de la X Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos y sus trabajos no podrán desarrollarse si no es a la luz de la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre los obispos, sucesores de los Apóstoles, "los cuales, junto con el Sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y Cabeza visible de toda la Iglesia, rigen la casa del Dios vivo". (9)

4. Cada obispo, en cuanto participa de la plenitud del sacramento del orden, es principio y fundamento visible de la unidad en la Iglesia que le ha sido confiada a su servicio pastoral, trabajando para que ésta crezca como familia del Padre, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu, mediante la triple función que está llamado a desarrollar, que es la de enseñar, de santificar y de gobernar. Él es presencia viva y actual de Cristo "pastor y obispo" de nuestras almas (I Pt 2, 25), vicario en la Iglesia particular no solamente de su palabra, sino de su misma persona.(10) Y porque la Iglesia es la comunión de todas las Iglesias, edificando su Iglesia particular el obispo contribuye a la edificación de toda la Iglesia, que es "en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano".(11) Por tanto, con el crecimiento de la Iglesia crece también "el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo".(12)

El mismo Concilio Vaticano II ha vuelto a poner también en un puesto de honor la realidad del colegio episcopal que sucede al Colegio de los Apóstoles y es la expresión privilegiada del servicio pastoral desarrollado por los obispos en comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro. Como miembros de este Colegio, todos los obispos "han sido consagrados no sólo para una diócesis determinada, sino para la salvación de todo el mundo"(13) y, por institución y voluntad de Cristo "están obligados a tener por la iglesia universal aquella solicitud que, aunque no se ejerza por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal".(14)

Este magisterio está presente, como uno de los principios animadores, en todos los documentos del Concilio Vaticano II y tiene en el decreto Christus Dominus una determinación más específica acerca de la misión pastoral de los obispos. Después, el Código de Derecho Canónico, promulgado en el 1983, retomó su figura delineando su estatuto jurídico. Pero ya diez años antes, y con el fin de ilustrar el tipo ideal de obispo adapto a nuestro tiempo y para describir en modo más claro su figura moral-ascético-mística, la Congregación para los Obispos había publicado el Directorio Ecclesiae imago (22 de febrero del 1973), que mantine aún hoy su validez.(15)

5. La primera Asamblea del Sínodo de los Obispos, celebrada en octubre del 1969, tratando el tema de la colegialidad de los Obispos en la Iglesia, tuvo la posibilidad de reflexionar en profundidad sobre la doctrina conciliar acerca de la comunión sacramental entre los obispos. Además, la misma realidad del Sínodo de los Obispos es un instrumento muy útil de comunión. Reunidos en el Sínodo cum Petro et sub Petro, los obispos aportan sus propias experiencias de pastores de las iglesias y "hacen manifiesta y operativa esa coniunctio, que constituye la base teológica y la justificación eclesial y pastoral del hecho de reunirse sinodalmente".(16)

La X Asamblea del Sínodo de los Obispos sin duda será la ocasión de verificar que cuanto más sólida es la comunión de los Obispos entre sí, tanto más se enriquece la comunión de la Iglesia. Además, su mismo ministerio se reforzará y confortará con el intercambio recíproco de experiencias. Inserta en el contexto del grande Jubileo del 2000 y teniendo como centro de atención la misma figura del obispo como ministro del Evangelio para la esperanza del mundo, la próxima Asamblea sinodal ordinaria prevé entre sus objetivos el poner en relieve que a los obispos "incumbe la noble tarea de ser los primeros en proclamar las 'razones de la esperanza' (cf. I Pt 3, 15): esa esperanza que se apoya en las promesas de Dios, en la fidelidad a su palabra y que tiene como certeza inquebrantable la resurrección de Cristo, su victoria definitiva sobre el mal y el pecado".(17) Por otro lado, el adviento del Tercer Milenio, llama a todos los cristianos, y en modo particular a los obispos, a valorizar y profundizar, en el campo eclesial y civil, "los signos de la esperanza presentes en este último fin de siglo, a pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos".(18)

La esperanza cristiana está íntimamente ligada al anuncio valiente e integral del Evangelio, de especial importancia entre las funciones de los obispos. Y en consecuencia, por encima de sus muchas obligaciones y ocupaciones, "más allá de todas las preocupaciones y las dificultades inevitablemente asociadas con el fiel trabajo cotidiano en la viña del Señor, debe prevalecer sobre todo la esperanza". (19)

Capítulo I

CONTEXTO ACTUAL DE LA MISIÓN DEL OBISPO

6. Los padres conciliares, cuando una vez concluido el Concilio Vaticano II regresaron a las propias iglesias particulares, llevaron a los sacerdotes, sus principales colaboradores, y a todos los otros miembros del pueblo de Dios, junto a los textos doctrinales y pastorales también la propuesta de una nueva figura de obispo, conforme al rostro de comunión de la Iglesia, que el mismo Concilio había puesto a la luz apelando al misterio de la comunión trinitaria como su origen último y modelo trascendente.(20) Al mismo tiempo llevaron no solamente la doctrina acerca del carácter y la naturaleza colegial del orden episcopal, sino también la riqueza de una valiosa experiencia vivida en la colegialidad. En todo esto estaba implícito que la figura del obispo ya no sería la misma.

Una Nueva Valoración de la Figura del Obispo

7. De hecho, emergía la necesidad de una nueva valoración de la función y de la autoridad del obispo. Y esto no ya únicamente en su aspecto exterior, sobre el cual también la Santa Sede se comenzó a ocupar, como por ejemplo con la Carta m. p. Pontificalia Insignia de Pablo VI (21 de junio del 1968) o también con la Instrucción Ut sive sollicite (31 de marzo del 1969), que devolvían a las insignias y a los hábitos episcopales una mayor sencillez y conformidad con el espíritu humilde y pobre, que debe brillar siempre en los que tienen una responsabilidad especial en el servicio de los hermanos.

Sin embargo, la nueva valoración de la figura del obispo se refería a su significado espiritual y moral, puesto que tiene el carisma primario de la apostolicidad. Él es el ecónomo de la gracia del supremo sacerdocio; es el maestro auténtico que proclama con autoridad la Palabra de Dios en lo que se refiere a la fe y las costumbres.

8. En la carta apostólica para la preparación del Jubileo del 2000, Juan Pablo II recuerda que es justo y bueno para la Iglesia el invitar a sus hijos a pasar el umbral de la Puerta Santa purificándose, en el arrepentimiento de los errores, infidelidades e incertidumbres. Es más, la misma Iglesia se propone cargar con los pecados de sus hijos. (21)

Por tanto, es oportuno que la X Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, al final del segundo milenio, reconozca con un gesto humilde de arrepentimiento que también el ministerio episcopal, en su manifestación histórica, en algunos momentos ha sido entendido más como una forma de poder y prestigio que como una expresión de servicio.

9. En su magisterio, el Concilio Vaticano II ha hecho uso en varias circunstancias de la doctrina de San Cipriano, obispo de Cartago, del cual ha retomado la idea de la mutua inclusión de la Iglesia en el obispo y del obispo en la Iglesia: la Iglesia es el pueblo unido a su sacerdocio, la grey reunida entorno a su pastor.(22) La misma idea ha servido de guía al decreto Christus Dominus en el describir la Iglesia particular como una porción del pueblo de Dios que se confía a su obispo, el cual, ayudado por el presbiterio, lo reúne en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía.(23)

Son hechos ciertamente positivos el vivo deseo y la creciente solicitud de muchos fieles de vivir la comunión con el propio obispo, el interés por un encuentro personal con él, por un diálogo, por confrontar las ideas en el análisis y en las revisión de las situaciones locales, por el proyecto pastoral. De hecho, en la insistente petición de cuantos tienen un vivo sentido de Iglesia está presente la necesidad de que el obispo sea un signo siempre más luminoso de aquella comunión de caridad,(24) de la cual la Iglesia es sacramento en el mundo.

Nuevas Instancias y Dificultades para el Ministerio Episcopal

10. Este dato, que encuentra su respuesta institucional en la creación de lugares específicos de participación en la vida de la Iglesia particular, como los Consejos presbiterales y pastorales y la celebración de Sínodos diocesanos, comporta ulteriores dificultades, además de las ya normales, para el ejercicio del ministerio episcopal. El riesgo es que una serie de ocupaciones de diverso tipo y en estrecha sucesión entre sí -derivadas frecuentemente de circunstancias particulares relacionadas con la función pública que en la sociedad civil de diferentes paises le viene reconocido - llenen la jornada de un obispo y puedan distraerlo de sus ocupaciones principales. Sucede entonces que se encuentra totalmente absorbido por tantas peticiones que hacen prevalecer el aspecto administrativo o burocrático, en detrimento de su relación personal-espiritual del pastor con su grey. También la función pública de un obispo necesita un cuidadoso discernimiento.

A esto hay que añadir otras dificultades derivadas, por ejemplo, de la extensión del territorio diocesano o de la cantidad de fieles o también de la concepción, que todavía existe en algunos lugares, de que el obispo es la persona importante e influyente al cual uno se puede dirigir para obtener favores o facilidades de distintos tipos.

11. Se trata, por tanto, de la dificultad de hacerse "todo para todos". En cualquier caso, cada obispo está obligado a buscar y a realizar, en sus ocupaciones cotidianas, el justo equilibrio entre la guía interna de una comunidad y el deber misionero de anunciar el Evangelio a los hombres. No menos necesaria es la búsqueda de un equilibrio entre la contemplación y la acción.

Además, ya que el honor episcopal es efectivamente una carga gravosa y fuente de fatiga, se ve más claramente la importancia de la cooperación de los presbíteros. No se trata, en este caso, de una simple oportunidad práctica, pues la necesaria cooperación del presbítero está enraizada en el mismo evento sacramental.(25) Por otra parte, todos los cristianos tienen el derecho y el deber de cooperar, sea en forma personal que asociativa, a la misión de la Iglesia, según la propia vocación y según los dones del Espíritu. Por tanto, corresponde al obispo reconocer y respetar este sano pluralismo de las responsabilidades, acogerlo, valorarlo y coordinarlo con sabiduría pastoral, con el fin de evitar una dispersión inútil y perjudicial de las energías.(26) Actuando en este modo, él estará presente en la Iglesia particular no solamente con la fuerza de su personalidad sino, más todavía, con la figura de una persona ministerial, que actúa una presencia de comunión.

Emergencias en la Comunidad Cristiana

12. El Concilio Vaticano II ha sido para la Iglesia una auténtica gracia de Dios y un gran don del Espíritu Santo. De este acontecimiento eclesial han derivado muchos frutos espirituales para la Iglesia universal y para las particulares, como también para los hombres de nuestro tiempo. En particular, el Concilio fue un gran acto de amor a Dios, a la humanidad y a la Iglesia. De esta última, los textos conciliares explican la naturaleza y estructura fundamental querida por el Señor, su vocación ecuménica y su actividad apostólica y misionera.

La II Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos del 1985 constató, con satisfacción y con esperanza, que una gran parte de los fieles, respondiendo a los impulsos del Espíritu Santo, habían acogido el magisterio del Vaticano II con tal impulso y adhesión de ánimo que se veía acrecentado el sensus Ecclesiae. A partir de éste, que comporta un conocimiento más profundo de la Iglesia, un mayor amor a ella y un vivo sentire cum Ecclesia, han cobrado fuerzas también el dinamismo misionero y el empeño en el diálogo ecuménico con el fin de restablecer la unión visible entre los cristianos.

En el laicado, sobre todo, han conocido un auténtico impulso el sentido de la corresponsabilidad y la voluntad de participación en la vida y en la misión de la Iglesia. Después del Concilio han surgido y se han desarrollado, junto al asociacionismo tradicional, formas nuevas de agregación que, con fisionomías y finalidades específicas y diferentes, participan en la misión de la Iglesia de anunciar el Evangelio como fuente de esperanza y de renovación para la sociedad.(27) También se siente cada vez más en la comunidad de los fieles la exigencia a valorar el "genio" de la mujer. Además, está la vida consagrada, difundida universalmente y floreciente con sorprendente vigor en algunas Iglesias. Sobre ella ha reflexionado mucho la última Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos, a la que siguió la Exhortación Apostólica Vita consecrata. Se trata en todos estos casos de fenómenos confortantes porque a ellos está estrechamente unido un vigor renovado en la adhesión a Cristo, luz de las gentes y esperanza del hombre.

Disminución del fervor y subjetivización de la fe

13. Sin embargo, el crecimiento no siempre ha podido contener, especialmente en los pueblos de tradición cristiana antigua, el impulso de la secularización, que desde hace tiempo insidia las raíces religiosas del corazón humano. No faltan en el ámbito eclesial otros fenómenos preocupantes y negativos, como la ignorancia religiosa, que por desgracia persiste y crece en muchos creyentes; la escasa incidencia de la catequesis, que es sofocada por persuasivos mensajes difundidos a través de los medios de comunicación de masas; el mal entendido pluralismo teológico, cultural y pastoral; la persistencia de un sentido de desconfianza y casi de intolerancia hacia el magisterio jerárquico; las presentaciones unilaterales y reduccionistas de la riqueza del mensaje evangélico.(28)

Entre los efectos se deben incluir el surgimiento de una "falta de fervor, tanto más grave cuanto que viene de dentro", una falta de fervor que "...se manifiesta en la fatiga y desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo, en la falta de alegría y esperanza".(29) A esto se añaden también la ruptura entre la fe y la vida, entre la acogida del Evangelio y su traducción concreta en los comportamientos y las opciones de cada día y el surgir de un subjetivismo entre los fieles, a veces exasperado, que se manifiesta sobre todo en el campo ético y moral, pero también en los contenidos de la fe. Por desgracia, el fenómeno de la subjetivización de la fe, que va acompañado del crecimiento del individualismo, está presente en un gran número de cristianos, con el resultado de una sensibilidad disminuida hacia el conjunto total y objetivo de la doctrina de la fe. Por el contrario, crece la adhesión subjetiva a lo que gusta y va de acuerdo con la propia "experiencia". Este tipo de dificultades exige que, sobre todo los obispos junto con su presbiterio, acrecienten los esfuerzos con el fin de que la palabra de Dios llegue íntegra a los fieles y les vengan mostrados sin adulteraciones el esplendor y la intensidad de amor "de la verdad que salva" (2 Tes 2, 10).

La necesidad de presentar la luz del Evangelio y la enseñanza autorizada de la Iglesia acerca de los principios que se encuentran en la base de la vida moral y la sostienen, está presente en la Veritatis Splendor (25 de marzo del 1995), en la cual Juan Pablo II ha vuelto a proponer los fundamentos del actuar cristiano y la relación esencial que existe entre la verdad y la libertad.

14. En verdad hay que reconocer que el ejercicio del magisterio episcopal era relativamente fácil cuando la vida de la Iglesia se desarrollaba en condiciones diferentes y podía inspirar las culturas fácilmente, participando a sus formas de expresión. En la crisis actual, que ataca el lenguaje y el pensamiento, todo esto resulta más arduo y difícil; es más, precisamente en el anuncio de la verdad es donde los obispos muchas veces ven puesta a prueba su fe y su valentía.

Sin embargo, corresponde a ellos, en primera persona, el inalienable deber de ser custodios de la Verdad, y esto sin ignorar los muchos problemas que hoy encuentra un creyente justamente deseoso de progresar en la inteligencia de la fe. A cada obispo, el Apóstol dirige la exhortación a sacar siempre fuerza de la gracia que está en Cristo Jesús (cfr. 2 Tim. 2, 1) y anunciar la Palabra en toda ocasión, a tiempo y a destiempo, a vigilar soportando los sufrimientos, a cumplir la obra de anunciador del Evangelio (cfr. 2 Tim. 4, 1-5).

Con este fin es muy importante conservar viva y visible la comunión jerárquica con el obispo de Roma e incrementar el afecto colegial con los otros obispos, especialmente en las diferentes asambleas episcopales.(30)

La vida matrimonial y familiar

15. Entre los "caminos" más importantes de la Iglesia en los umbrales del Tercer Milenio, como ha escrito Juan Pablo II en su Carta del 2 de febrero de 1994, está la familia. Una mirada a la vida de la Iglesia en nuestros días hace notar que entre los cristianos ha crecido la convicción de que la pareja y la familia cristianas son fuentes de santificación. En particular, en los esposos ha aumentado la conciencia de la propia vocación a la santidad y del significado positivo y cristiano de la sexualidad. En este campo, un apoyo esencial ha sido, en estos últimos años, el magisterio del Vaticano II, expuesto en la constitución pastoral Gaudium et Spes, al cual se han añadido muchas otras intervenciones de la Sede Apostólica, desde la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI a la exhortación Familiaris consortio de Juan Pablo II.

Sin embargo, también la familia es atacada hoy por numerosas amenazas, que van desde la mentalidad consumista al hedonismo difundido, desde el permisivismo moral a la dañosa propaganda de formas desviadas de sexualidad. Por otro lado, no raras veces los medios de comunicación social elevan a esquemas de vida social lo que son comportamientos que degradan la dignidad de la persona, y por tanto se oponen a la vida moral que viene indicada en el Evangelio y que enseña la Iglesia. A esto hay que añadir el mito de una "explosión demográfica" y los temores de una superpoblación, que impediría a la humanidad proveer a sus necesidades vitales. Estos fenómenos y estos miedos abren el camino a la plaga del aborto y a la eutanasia, sobre todo porque están alimentados de una "cultura de muerte", invadente y engañosa, en contra de la cual Juan Pablo II ha elevado su voz en la encíclica Evangelium vitae (25 de marzo del 1995).

Por fin, en el campo de la vida humana, la biología y la ingeniería biológica han dirigido su mirada hacia las fuerzas escondidas de la naturaleza y, apoderándose de las metodologías más atrevidas para dominarlas y utilizarlas, han realizado progresos enormes. Sin embargo, son conocidos los riesgos graves de la extralimitación y del abuso, además de los profundos interrogantes antropológicos y morales que derivan de operaciones que son formas inaceptables de manipulación y de alteración porque, atentan contra la vida y la dignidad del hombre.

Todo esto no deja de alarmar y preocupar, en primer lugar, a los obispos, bien conscientes de que la familia se fortificará solamente si se responde a la vocación del Padre celeste, que llama a sus hijos a vivir en fidelidad la unión conyugal, a ejercitar responsablemente la procreación y a empeñarse con amor en la educación de la prole. En un momento en el que parece que muchos han perdido el vínculo entre verdad, bien y libertad, los obispos advierten como urgente el deber de recordar, con la voz del santo obispo Ireneo de Lyon, que "la gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es la visión de Dios".(31) De aquí viene la necesidad de que el hombre viva según las exigencias de su dignidad de criatura de Dios y de hijo en el Hijo, redentor del hombre. Una forma eminente de caridad para con los hombres consiste en no disminuir en nada la doctrina salvadora de Cristo, acompañando la proclamación de la verdad con la paciencia y la bondad de que el Señor Jesús dio ejemplo.

Las vocaciones al ministerio presbiteral y a la vida consagrada

16. La atención de los obispos a la formación de los futuros presbíteros y su preocupación por la escasez de clero, han estado siempre presentes en las discusiones de las diferentes asambleas del Sínodo de los Obispos, y en modo particular en la del 1990. Entonces, se pudo constatar cómo en muchas Iglesias particulares hay un confortante despertar y aumento de las vocaciones al ministerio presbiteral, por el cual todos deben alabar al Señor. Sin embargo, en otras Iglesias, sobre todo de Europa occidental y de América del Norte, persiste una sensible disminución, agravada por el elevarse de la edad media de los sacerdotes ocupados en la cura pastoral. Por otra parte, allí donde el aumento de las vocaciones es sensible, queda siempre la divergencia entre el crecimiento numérico y las exigencias de los fieles.

Esto comporta una dificultad evidente para el ministerio episcopal y es fuente de preocupaciones notables para muchos obispos. De hecho, cada comunidad cristiana tiene su fuente incesante en el sacramento de la Eucaristía, del que el sacerdote es el ministro. La presencia de vocaciones sacerdotales, además, es una premisa necesaria para el crecimiento de la Iglesia, y una prueba de su vitalidad espiritual. También el incremento de las vocaciones a la vida consagrada se presenta como una necesidad grave para la Iglesia, que siempre tiene necesidad de testigos del "siglo venidero". Su presencia es condición indispensable para la obra de la nueva evangelización. Por esta razón la promoción de las vocaciones al ministerio sagrado y a la vida consagrada, como su adecuada formación, deben ser un esfuerzo de todo el pueblo de Dio. Tal preocupación debe ser prioritaria para todos los obispos, para que se asegure el camino de esperanza para la difusión del Evangelio y la constante edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

El desafío de las sectas y de los nuevos movimientos religiosos

17. El subjetivismo de la fe y el permisivismo moral, y también la formación religiosa carente y una escasa experiencia de vida litúrgica y eclesial, exponen a los fieles de no pocas comunidades cristianas en Europa, en América y en África, a la atracción ejercitada por el proliferar de sectas o "nuevas formas de religiosidad", como hoy se las suele denominar. A ellas le dedicó su atención la II Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos en el 1985. En aquella ocasión se preguntó si, aún en ámbito católico, había sido manifestado suficientemente el sentido de lo sagrado.(32) Después intervino la Santa Sede acerca de este tema con un articulado documento preparado a propósito por algunos Dicasterios romanos.(33) También las Conferencias episcopales, y sobre todo las Conferencias generales del Episcopado latinoamericano, han reflexionado sobre el tema. Juan Pablo II hace referencia al argumento frecuentemente, sea cuando recibe a los obispos en visita ad limina, sea en el curso de sus múltiples peregrinaciones apostólicas. Está claro que estos "nuevos movimientos religiosos" tienen poquísimo en común con una auténtica búsqueda de Dios y por ello, sea en sus doctrinas que en sus métodos, se proponen como alternativa, no sólo a la Iglesia católica, sino también a las otras Iglesias y comunidades eclesiales.

Ante la difusión de estos nuevos movimientos religiosos es necesario reaccionar con una labor pastoral que ponga en el centro la persona, su dimensión comunitaria y su anhelo de una auténtica relación personal con Dios. En cualquier caso, su presencia sugiere la necesidad de revitalizar la catequesis a todos los niveles, adecuándola a la mentalidad del pueblo y a su lenguaje, poniendo siempre en el centro la riqueza insondable de Cristo, único Salvador del hombre. Corresponde en primer lugar a los obispos en cuyas Iglesias particulares se nota este fenómeno, el dirigir la pastoral hacia estos ámbitos, así como tutelar los valores de la piedad popular. De este modo será posible contener el proselitismo de las sectas, no con ataques personales y posiciones contrarias al espíritu del Evangelio, sino con un espíritu caritativo dispuesto a recibir a cada persona para evangelizarla.

El Contexto de la Sociedad de los Hombres

18. Las emergencias hoy presentes en la vida de la Iglesia, de las cuales sólo aquellas más emblemáticas han sido brevemente insinuadas, están unidas, es más, reflejan la historia de los hombres, en la que la misma Iglesia vive. De hecho, ésta es el pueblo de Dios que peregrina en búsqueda de la ciudad futura y permanente (cfr. Heb 13, 14). Aunque por vocación trascienda los tiempos y los confines de las naciones, teniéndose que extender por toda la tierra, la Iglesia - como ha enseñado el Concilio Vaticano II - entra en la historia de los hombres,(34) partícipe de sus peripecias y solidaria con las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres, sobre todo de los pobres y de todos los que sufren.(35)

Es verdad, sin embargo, que, respecto al momento de la celebración del Concilio, los escenarios mundiales han cambiado profundamente. Por otra parte, muchos de los cambios actuales no eran del todo previsibles para los Padres del Vaticano II, al menos en la forma en que hoy se han producido.

El diferente escenario mundial

19. De hecho, son diferentes el orden de las naciones y los equilibrios internacionales; el progreso de la ciencia y de la técnica en cada campo ha suscitado nuevos problemas; en el ámbito de la ingeniería biológica y en el de las comunicaciones se han dado auténticas revoluciones tecnológicas que han abierto posibilidades nuevas al control de la naturaleza, de los procesos sociales y de la misma vida humana. También el ateísmo actual es distinto, pues no asume ya la forma principal del ateísmo científico o humanístico, sino la del ateísmo práctico y de la indiferencia religiosa. Bajo esta forma estaba ya presente en la historia, pero hoy ha asumido una realización más atrevida y casi anónima, especialmente en los lugares del mundo con antigua tradición cristiana.

Por todo esto, junto con las enormes posibilidades se han abierto también camino nuevas amenazas para la vida de los hombres. Los desafíos hechos a la Iglesia por los cambios profundos del actuar humano son múltiples y sería imposible recordarlos todos: éstos tienen que ver con la persona humana y su vida, desde su primer inicio hasta su conclusión con la muerte, el ambiente amenazado en sus equilibrios fundamentales, la convivencia civil y el desarrollo de los pueblos, la fuerza inédita que tienen los nuevos medios de comunicación de poder crear o modificar una cultura y de influir en los procesos económicos y políticos. En esta situación, la carta encíclica Centesimus annus proponía la triple instancia de una ecología ambiental, una ecología humana y una ecología social.(36)

20. También el gran tema de la paz en el mundo, en esta segunda mitad de siglo que está por terminar, se presenta de distintos modos; se coloca en el nuevo cuadro de la "globalización". Sobre todo con la aportación del mundo de las comunicaciones, el mundo se está convirtiendo cada vez más en una "aldea global". Sin embargo por contraposición se desarrolla también una orientación hacia la fragmentación, señalada por la afirmación, exasperada y a veces ficticia, de identidades culturales, políticas, sociales y religiosas. De este modo ocurre que, al mismo tiempo que se ven derrumbar los viejos muros, se han levantado otras barreras. Y, si bien hoy no se verifican conflictos generalizados, sin embargo persisten los locales e internos, que interpelan la conciencia de poblaciones enteras en cada parte del mundo. La pérdida de tantas vidas humanas y el número enorme de prófugos, de refugiados y de supervivientes, heridos en el cuerpo y en el espíritu, son un resultado demasiado negativo que detiene el desarrollo de los derechos humanos, pone en crisis permanente los procesos de paz y obstaculiza la consecución del bien común de la sociedad.

Es aberrante, como ocurre no raramente, pretender justificar las luchas y conflictos con motivos de orden religioso. Sin duda se debe condenar el fenómeno del fundamentalismo o fanatismo religioso, si bien debe ser estudiado atentamente en sus motivaciones, pues casi nunca es solamente religioso, sino que en algunos casos el sentimiento religioso es instrumentalizado con otros fines, políticos o económicos.

21. Igualmente grave es el peso de la pobreza y de la miseria que grava sobre poblaciones enteras, mientras en los paises más desarrollados disminuye el sentido de la solidaridad. Las fronteras de la riqueza y de la pobreza no delimitan solamente las naciones ricas con respecto a las pobres, todavía en vías de desarrollo, sino que dividen también las mismas sociedades en su interior.

Hoy la cuestión social se ha hecho más difícil por las diferencias de cultura y de los sistemas de valores entre los diferentes grupos de la población, que no siempre coinciden con el grado de desarrollo y, sin embargo, contribuyen a crear mayores distancias. A esto se añaden las plagas del analfabetismo, la presencia de distintas formas de explotación y de opresión económica, social, política y también religiosa de la persona humana y de sus derechos, las discriminaciones de cualquier tipo, especialmente las fundadas en la diferencia racial, que son las más odiosas. Otras formas de pobreza son la dificultad o imposibilidad de acceder a los niveles superiores de instrucción, la incapacidad de participar en la constitución de la propia nación, la negación o la limitación de los derechos humanos, y entre ellos el derecho a la libertad religiosa.

Sin duda, la enumeración se podrá ampliar, añadiendo otros factores que siembran cansancio en los corazones y en las mentes, y amenazan seriamente las esperanzas de un futuro mejor. Estos son, por ejemplo, la corrupción de la vida pública que se registra en distintos paises; el mercado de la droga y de la pornografía, que erosiona ulteriormente la fibra moral, la resistencia y las esperanzas de los pueblos; las sumas enormes gastadas en armamento, no solamente con fin defensivo sino también para procurar la muerte; un comportamiento no correcto en las relaciones internacionales y en los intercambios comerciales, en detrimento de los paises en vías de desarrollo; las restricciones que todavía existen en algunas naciones a la libre profesión de la fe.

Algunas direcciones de las esperanzas humanas

22. Enumerando y examinando estas emergencias, la Iglesia que se dispone a entrar en el tercer milenio cristiano, aunque sin evadirse de la seriedad y gravedad de los problemas, sigue haciendo propio el optimismo fundado en la esperanza cristiana, que aparece en la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II. De hecho, a quien mira de cerca la historia de los hombres en los umbrales del nuevo milenio, no dejan de llegarle signos de esperanza; es más, ésta aparece atravesada por una calurosa corriente de libertad, que mueve a los hombres y mujeres de todas las partes de la tierra.

Juan Pablo II, fijando su atención en la historia humana, en el discurso dirigido el 5 de octubre del 1995 a la Organización de las Naciones Unidas, ilustró su significado a la luz de las exigencias imprescindibles de la ley moral universal. Invitó también a las Naciones a asumir el riesgo de la libertad reafirmando los derechos humanos fundamentales y la dignidad y el valor de la persona humana, en los nuevos contextos de una sociedad multiétnica y multiracial y de la mundialización de la economía, y buscando un equilibrio justo entre los dos polos de la particularidad y la universalidad. De hecho, los derechos de las naciones, no son más que los derechos humanos entendidos en el nivel específico de la vida comunitaria. De aquí se deriva también el respeto de las "diferencias" como fuente de una comprensión más profunda del misterio del hombre.(37)

En el paso del segundo al tercer milenio cristiano, la vida de los hombres se muestra invadida también por un sensible y prometedor interés - aunque frágil en relación con las ansias y las preocupaciones - en relación a los valores del espíritu, a la necesidad siempre más difundida de la interioridad, a una mayor atención a la responsabilidad del hombre con respecto a la naturaleza y a una conciencia creciente de las oportunidades presentes. A través de todo ello se persigue como finalidad implícita construir una civilización mejor y un mundo que vea a todos comprometidos en una colaboración solidaria y valiente para alcanzar los objetivos de la paz y la justicia, con el fin de un despertar moral en favor del respeto de la dignidad y los derechos humanos en todo el mundo.

Los Obispos, Testigos y Servidores de la Esperanza

23. La Iglesia siente en el vivo de su cuerpo las tensiones y las contraposiciones que afligen a los hombres contemporáneos, y en todos sus miembros quiere hacerse presente en la defensa de la dignidad y la promoción integral del hombre. Jesús mismo ha advertido que él se identifica con todos los pobres de este mondo y que según esta identificación juzgará al final de los tiempos (cfr. Mt 25, 31-46).

En los umbrales del Tercer Milenio, la Iglesia es consciente de "que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y su lógica interna. De esta conciencia deriva también su amor preferencial por los pobres, la cual nunca es exclusiva ni discriminatoria de otros grupos".(38) A imagen de Jesús que "viendo las multitudes sintió compasión porque estaban cansadas y extenuadas como ovejas sin pastor" (Mt 9, 36), los obispos deben asumir esta tarea en primera persona.

24. La historia de la Iglesia está poblada de figuras de obispos que, por la fuerza del imperativo que deriva de su misión episcopal, se han empeñado profundamente en la promoción y en la defensa valiente de la dignidad humana. De hecho, ésta representa un valor evangélico que nunca puede ser despreciado sin ofender gravemente al Creador. Tales figuras no pertenecen solamente a épocas pasadas, sino también a nuestros días. Además, el testimonio de sangre de algunos de ellos está depositado en el corazón de sus Iglesias particulares y de la Iglesia universal. A tantos obispos que, junto con sus sacerdotes, con religiosos y laicos, han sufrido la cárcel y la marginación bajo los regímenes totalitarios del Este y del Oeste en los últimos decenios, se añaden hoy otros que, como el Buen pastor, han dado la vida por su grey.

Su sacrificio, unido al de muchos fieles, a la vez que actualiza y alarga el martirologio de una Iglesia que, al final del segundo milenio "se ha convertido nuevamente en Iglesia de los mártires",(39) muestra eficazmente que el mensaje social del Evangelio no es una teoría abstracta sino una vida que se entrega.

25. Ser sembrador de esperanza quiere decir cumplir una misión ineludible de la Iglesia. El entero servicio episcopal está orientado a la esperanza, ministerio para el renacimiento "a una esperanza viva" (1 Pt 1, 3) del pueblo de Dios y de cada hombre. Por tanto, es necesario que el obispo oriente todo su servicio de evangelización al servicio de la esperanza, sobre todo de los jóvenes, amenazados por mitos ilusorios y por el pesimismo de sueños que se desvanecen, y también de cuantos, afligidos por las múltiples formas de pobreza, miran a la Iglesia como su única defensa, gracias a su esperanza sobrenatural. Servidor de la esperanza, cada obispo debe también mantenerla firme en sí mismo, pues es el don pascual del Señor resucitado y se funda en el hecho que el Evangelio, a cuyo servicio el obispo es constituido principalmente, es un bien total, el punto crucial en el que se centra el ministerio episcopal. Sin la esperanza toda su acción pastoral quedaría estéril. Por el contrario, el secreto de su misión está en su esperanza inquebrantable.


(1) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Christifideles Laici (30.XII.1988), 55 : AAS 81 (1989) 503 : Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996), 31 : AAS 88 (1996) 404-405.

(2) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Vita consecrata (25.III.1996), 4: AAS 88 (1996) 380.

(3) Cf. ibidem, 29: AAS 88 (1996) 402.

(4) Cf. Concilium Oecumenicum Vaticanum II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 12.

(5) Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de presbyterorum ministerio et vita Presbyterorum ordinis, 7.

(6) Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 2.

(7) Cf. ibidem, 45.

(8) S. Augustinus, Serm. 340 / A, 9: PLS 2, 644.

(9) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 18.

(10) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 27.

(11) Ibidem, 1.

(12) Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 39.

(13) Conc. Oecum. Vat. II., Decretum de activ. mission. Ecclesiae Ad gentes, 38.

(14) Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23.

(15) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago de pastorali ministerio episcoporum (22.II.1973), Typis Polyglottis Vaticanis 1973.

(16) Ioannes Paulus II, Allocutio ad Patres Cardinales, Familiam domni Papae Romanamque Curiam, imminente Nativitate Domini Iesu Christi habita(20.XII. 1990), 6: AAS 83 (1991) 744 ; L'Osservatore Romano, ed. española (28.XII.1990), p. 6.

(17) Ioannes Paulus II, Discurso a la Conferenza Episcopal Colombiana (2.VII.1986), n. 8 : suplemento de L'Osservatore Romano (4.VII.1986), p. XI.

(18) Ioannes Paulus II, Epist. Apost. Tertio millennio adveniente (10.XI.1994), 46: AAS 87 (1995) 34.

(19) Ioannes Paulus II, Discurso a los Obispos de Austria en ocasión de la visita "ad Limina", 2: AAS 74 (1982) 1123 ; L'Osservatore Romano, ed. española (29.8.1982),p.2

(20) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 4 ; Decretum de oecumenismo Unitatis redintegratio, 2

(21) Cf. Ioannes Paulus II, Epist. Apost. Tertio millennio adveniente (10.XI.1994), 33 : AAS 87 (1995) 25-26.

(22) Cf. S. Cyprianus, Epist. 69, 8: PL 4, 419.

(23) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 11.

(24) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 23.

(25) Cf. ibidem, 28 ; Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 7.

(26) Cf. Sacra Congregatio pro Episcopis, Directorium Ecclesiae imago, 95-98.

(27) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Christifideles laici (30.XII.1988), 29: AAS 81 (1989) 443-445.

(28) Cf. Ioannes Paulus II, Adhort. Ap. postsynod. Pastores dabo vobis (25.III.1992), 7: AAS 84 (1992) 666-668.

(29) Paulus VI, Adhort. Ap. Evangelii nuntiandi (8.XII.1975), 80: AAS 68 (1976) 73.

(30) Conc. Oecum. Vat. II., Decret. de past. Episc. mun. in Ecclesia Christus Dominus, 37.

(31) S. Irenaeus, Adv. Haer. IV, 20, 7 : SC 100 / 2, p. 648, lin. 180-181.

(32) Cf. Synodi Episcoporum II Coetus Generalis Extraordinarius 1985, Relat. finalis Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi (7.XII.1985), II, A. 1.

(33) Cf. Secretariatus ad Christianorum unitatem fovendam - Secretariatus pro non Christianis - Secretariatus pro non credentibus - Pontificium Consilium pro Cultura, Rel. prov. El fenómeno de las sectas o nuevos movimientos religiosos (7.V.1986).

(34) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 9.

(35) Cf. Conc. Oecum. Vat. II., Const. past. de Ecclesia in mundo huius temporis Gaudium et spes, 1.

(36) Cf. Ioannes Paulus II, Litt. encycl. Centesimus annus (1.V.1991), 38: AAS 83 (1991) 841.

(37) Cf. Ioannes Paulus II, Discurso a la ONU, n. 2-10, "L'Osservatore Romano" 6.X.1995, p. 6.

(38) Ioannes Paulus II, Litt. encycl. Centesimus annus (1.V.1991), 57: AAS 83 (1991) 862.

(39) Ioannes Paulus II, Epist. Apost. Tertio millennio adveniente (10.XI.1994), 37 : AAS 87 (1995) 29.