"ME LEVANTARÉ E IRÉ A MI PADRE"

Retorno al Padre de todos

Carta pastoral 1998-1999

Cardenal MARTINI, arzobispo de Milán


 

Presentación

1. El contexto
2. El título
3. Esquema y contenido
4. Mis expectativas
Conclusión.
Preámbulo: Breve diálogo en oración con Pablo VI

Introducción

I - ¡Vamos hacia el Padre!
1. Los caminos de las inquietud personal:
    "Me levantaré e iré a mi Padre" (Lc 15,18).
2. Los inquietos caminos de nuestra época:
    el secularismo y la sociedad sin padres
3. La vida como un peregrinar hacia el Padre

II - ¡Escuchemos la revelación del Padre!
4. El Padre de Israel
5. Abbá: el Padre de Jesús
6. El Padre de los discípulos, el "Padre nuestro

III - ¡Encontrémonos en el Padre de todos!
7. Con los creyentes en Dios
8. Con los no creyentes (en búsqueda o indiferentes)
9. Con los pobres
En alabanza del Padre: el icono de María
Apéndice: Algunas preguntas para la revisión de vida personal y comunitaria


Presentación de la Carta pastoral
"El retorno al Padre de todos"
Por el propio Cardenal Martini
en su homilía del 08.09.1998 en la catedral de Milán

Quisiera presentar mi Carta pastoral dedicada al Padre remitiéndome al contexto, al motivo, al título, al esquema, al contenido y a mis expectativas.

l. El contexto

El contexto es justamente el del Jubileo que comenzará el 24 de diciembre de 1999 y del cual ya ha sido publicado un denso calendario. Es importante subrayar, frente al multiplicarse de iniciativas externas, que se trata de recordar con agradecimiento un solo hecho: los dos mil años del nacimiento de Jesús hijo de María, nacimiento del cual nos ha hablado el texto evangélico de hoy (Mt 1,1-16,18-23. Un hecho todo espiritual y de fe, que toca profundamente a la historia, pero a partir de la humildad de Nazaret y de Belén. El Papa ha decidido que tal acontecimiento tuviese también las características de un "Jubileo" que, según la tradición hebrea y cristiana, es tiempo de penitencia, de reconciliación, de liberación, de restitución, de conversión también social: tiempo de retorno a Dios. Estos son los valores a los cuales están dirigidas todas las iniciativas. Este es también el sentido de mi Carta: Retorno al Padre de todos indica el dinamismo de un camino pastoral donde el retorno al Dios de todos y según todas las dimensiones de la vida es el punto crucial.

Porque la conversión es una actitud característica de este año, el Papa ha querido que se diese particular atención al sacramento de la Reconciliación... Mi Carta pastoral supone ya tratado este aspecto y afronta directamente el tema de la paternidad divina.

2. El título

El título elegido: Retorno al Padre de todos quiere proponer un camino a cumplir hacia el descubrimiento de la figura del Padre. Un camino que debe ser realizado sea por el hombre moderno secular, laico, representado por el hijo menor de la parábola evangélica, del pródigo, sea por el hombre religioso, y por cada uno de nosotros, representados por el hijo mayor. Para ambos hijos urge el redescubrimiento del Padre para salir de las aporías de nuestra sociedad contemporánea y responder al llamado de Aquel que nos ama a todos como a hijos.

El subtítulo bíblico: "Me levantaré e iré a mi Padre" quiere indicar el dinamismo concretizado por el icono del hijo de la parábola lucana, que se había alejado de la casa. El título, con el subtítulo, pretende ser un mensaje, una invitación, un aviso para nosotros y para toda la sociedad.

3. Esquema y contenido

Resumo los puntos más importantes para orientar su lectura personal. El esquema es ternario: tres capítulos con tres secciones cada uno.

En el primer capítulo: ¡Vamos hacia el Padre!, trato de responder a la pregunta preliminar que nace del contexto cultural moderno y postmoderno: ¿qué sentido puede tener hoy hablar de Dios Padre a una sociedad y a una cultura que rechaza al padre, que se autodefine como "sociedad sin padres"? Más, ¿cómo hablar de Dios Padre sin mencionar el concepto de madre?

Teniendo presente el icono de la parábola del hijo pródigo, se delinea un cuadro de rechazo del padre en la conciencia de cada hombre contemporáneo (1. Los caminos de la inquietud personal) y después en la sociedad (2. Los caminos inquietos de una época: el secularismo y la sociedad sin padres).

Las vicisitudes del hijo más joven, que se va de la casa con sus bienes, es la imagen del rechazo del padre en lo íntimo de la conciencia y a la vez de la insuprimible necesidad de una figura paterna y materna. Escrutando el corazón de cada uno de nosotros vemos cómo es inevitable la referencia a un "padre" y a una "madre", a un origen, a un regazo. El rechazo del padre no cancela la nostalgia de él.

Las vicisitudes del hijo mayor de la parábola es, en cambio, la clave de interpretación de las corrientes de la cultura social contemporánea. El fracaso de las pretensiones de la razón adulta, del Iluminismo, con los desastres de los totalitarismos y la caída de las ideologías, ha llevado a las grandes crisis de este fin de siglo y en el surgir de un pensamiento débil, que convive con la indiferencia hacia los valores y con el consumismo. Cada uno de nosotros está invitado a reconocer en sí esta doble tentación: aquella del rechazo del padre (típica del hijo menor de la parábola) y aquella de la incapacidad de entender al padre (propia del hijo mayor).

Sobre este trasfondo negativo de sufrimiento, emerge el deseo incontenible de reencontrar un regazo inicial al cual confiarse auténticamente, deseo que subyace en lo profundo del corazón humano y hace intuir el designio de Dios, que concibe la vida humana como una gran peregrinación hacia el Padre (3. La vida como un peregrinar hacia el Padre).

* Este designio está expresado en el capítulo segundo: ¡Escuchemos la revelación del Padre! Dios aparece en el AT como el Padre de Israel (n. 4), revelado por las Escrituras; y después, en plena luz como Abbá: el Padre de Jesús (n. 5), manifestado en particular en el huerto de la agonía y en la cruz; al final como el Padre de los discípulos, el "Padre nuestro" (n. 6). Una breve explicación de la oración que nos dio Jesús introduce en la profundización que haremos en el curso del año con diversas iniciativas.

* El retorno al Padre de Jesús consiente a los discípulos redescubrir una fraternidad más universal. A tal descubrimiento invita el tercer capítulo de la Carta ¡"Encontrémonos en el Padre de todos!" Encuentro ante todo Con los creyentes en Dios (n. 7) de todas las confesiones y de todas las religiones, en el diálogo y en el intercambio. Pero es necesario buscar también el encuentro Con los no creyentes, aquellos en búsqueda y los indiferentes (n. 8), porque todo hombre y mujer están de algún modo en búsqueda de un sentido. Finalmente, como lo ha recordado Juan Pablo en TMA (n. 51), hay que buscar en este año un encuentro más eficaz con los pobres (n. 9), que tienda a crear condiciones de dignidad para ellos.

La Carta concluye con una relectura del himno de alabanza al Padre del prólogo de la Carta de S. Pablo a los Efesios, y reconociendo en María el ícono perfecto de una vida vivida en la alabanza, ícono sintetizado en el Magnificat. En el Apéndice, justamente para ayudar a traducir en la práctica esta Carta, que es más bien de naturaleza doctrinal, se sugieren algunas preguntas útiles para una revisión de vida personal y comunitaria.

4. Mis expectativas

Como Obispo, espero "que esta Carta sea leída como una ayuda para una peregrinación", la peregrinación de la humanidad hacia el Padre. Quiere de hecho ser un estímulo para repensar la propia relación con Dios Padre, en un clima de oración y de conversión, para rever la imagen que tenemos de Dios. Quisiera que cada uno de nosotros, comenzando por mí, llegásemos a decir: "Abbá, Padre" como Jesús. La consigna del Padre nuestro a todas las familias, que se dará en Adviento, será un símbolo del redescubrimiento del verdadero rostro de Dios hacia la cual apunta toda la Carta. Confío que la Carta llegue a ser realmente un instrumento de reflexión individual y grupal, que ayude a orar y a convertirnos.

Espero además, que sea aplicada en las indicaciones prácticas, que en el texto vienen sólo sugeridas, dado que se encuentran en el documento: Trabajar conjuntamente 1993-1999. Muchas veces me refiero a este instrumento de trabajo, en el deseo de interiorizar los objetivos expresados por el Papa en el año dedicado al Padre. La Carta, finalmente, es una meditación sobre la parábola del padre misericordioso y de los dos hijos Lc 15,11-32, según la sugerencia del Papa (TMA, 49), parábola transcrita por entero al comienzo. Y está introducida por un Prólogo, un breve diálogo mío con Pablo VI, para expresar la continuidad con el magisterio de nuestra gran Obispo y Sumo Pontífice en el vigésimo año de su muerte y en la conclusión del centenario de su nacimiento. Confío, entonces, a su intercesión también mi humilde Carta como última expresión de aquel camino de Iglesia del cual él fue inspirador y artífice.

Conclusión. Me es grato concluir con las palabras finales de la oración que el Arzobispo Montini había propuesto para la Misión de 1957:

"¡Señor Jesús, haznos conocer al Padre! El Padre que nos ama y que sabe lo que necesitamos; el Padre que te ha mandado para nuestra salvación, y que nos espera en el último juicio.

Haz que lo sepamos buscar: que en los acontecimientos terrenos veamos su Providencia, que en nuestras casas sintamos su protección, que en nuestras conciencias escuchemos su voz. Haz que Él nos reúna en la fe y en la caridad; haz que contigo, Señor y Redentor nuestro, y con el Espíritu Santo esté presente, mediante la gracia, en nuestras almas y dirija nuestra cansada vida por el camino del amor y de la salvación".

Preámbulo: Breve diálogo en oración con Pablo VI

Pablo VI: ¿Qué argumento piensas elegir para la Carta pastoral de este año 1998-1999? ¿Qué quieres proponer para la que fue por más de ocho años mi queridísima diócesis?

Yo: Naturalmente el tema de "Dios Padre", sugerido por tu sucesor Juan Pablo II para el tercer año preparatorio al Gran Jubileo.

Pablo VI: ¡Y éste fue justamente aquel que yo quise para la gran Misión de Milán de 1957, cuando era su Arzobispo! Al tema lo sentía profundamente. Entendía, así como lo dije a los sacerdotes de Milán el 22 de octubre del mismo año, llamar la atención "sobre las relaciones esenciales y la verdad constitutiva de nuestra religión", buscar "las bases de nuestras relaciones con Dios".

Yo: De hecho es el tema sobre los fundamentos el que me está preocupando. Temo hacer una carta demasiado abstracta, demasiado conceptual. El tema es desmedidamente amplio: Dios como "Padre" está en el origen de todo, de él "toma nombre toda paternidad en los cielos como en la tierra" Ef 3,15. ¿Qué privilegiar entonces?

Pablo VI: Yo también me sentía angustiado al afrontar estos temas inmensamente más grandes que yo. Pero no temas: confía en la providencia del Padre que alimenta a los pájaros del cielo, que viste a los lirios del campo y que cuenta tus cabellos. Te doy un consejo: déjate inspirar por la parábola del "hijo pródigo y del Padre misericordioso" que se encuentra en el evangelio de Lucas. Es un poco la parábola de la humanidad moderna que ha extraviado el sentido de quién es verdaderamente el padre.

Yo: ¡Ah, el hombre moderno! Tú tenías siempre delante este exigente y huidizo interlocutor. Y sin embargo justamente aquí encuentro otra dificultad: se dice que la nuestra es una "sociedad sin padre" (A. Mitscherlik). ¿Cómo, entonces, escuchará una reflexión sobre la paternidad de Dios? Siento ya surgir un torrente de objeciones y de críticas.

Pablo VI: "Te preocupas y te agitas por muchas cosas" (Lc 10,41). Ten confianza en el Espíritu Santo y en la inteligencia y en el corazón de tus lectores. "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Expresa lo que tienes adentro, sin turbarte. Y no pretendas decir todo. El Espíritu, el Maestro interior, hará su parte, que es la principal. Tengo, además, confianza en nuestras parroquias ambrosianas. Estoy seguro que se tomarán al comienzo del año pastoral, un momento de calma contemplativa para captar el alma de tu carta.

Yo: Te agradezco por darme coraje. Lo necesitaba. Pero intercede junto al Padre, en este centenario de tu nacimiento y de tu bautismo (1897) y a veinte años de tu muerte (1978), para que se me conceda hacer aquel poco que puedo y que Dios espera de mí. Y ruega por cuantos se encuentren con estas páginas. Pide que sepan releer conmigo la parábola de Lucas para entrar un poquito más en el corazón del Padre.