MISIÓN, MISIONES
SaMun

 

I. Concepto y esencia de la misión

Actualmente el término m. reviste toda una serie de significados diversos. Incluso en el ámbito exclusivamente religioso y católico han de hacerse las siguientes distinciones. La idea de m. designa: a) el acto de enviar; así Cristo envía a sus apóstoles (cf. Jn 20, 21) y la Iglesia a sus misioneros; b) el encargo que se confía al enviado; c) la ejecución de tal encargo en sus diversos aspectos: el grupo de hombres que lo ejecutan; los resultados visibles e invisibles de sus esfuerzos; la totalidad de instituciones que de ahí surgen por una actividad sagrada o profana.

Como toda realidad ordenada a la acción la m. se define por su objeto y su fin específico, es decir, por aquella tarea que es inmediata y exclusivamente suya. Así, de acuerdo con su esencia, la actividad misionera puede definirse como la extensión de la Iglesia más allá de su presencia fáctica en la humanidad (cf. el decreto Ad gentes del Vaticano II, sobre la actividad misionera de la Iglesia, n.o 6ss. El texto habla de homines, coetus, populi...). Pero esta definición requiere una explicación.

1. Las palabras «en la humanidad» designan el ámbito de acción de la m., que durante largo tiempo fue considerado primariamente bajo el aspecto geográfico. Pero ahí pasa desapercibido cómo una región geográfica sólo logra su figura individual en virtud de sus habitantes y, además, cómo la inteligencia de si mismo y la relación con el mundo — que a su vez están radicadas en lo religioso — constituyen el más fuerte «vínculo de unión» de las sociedades. Por tanto la actividad de la Iglesia debe referirse a las comunidades humanas (aspecto social) y, más exactamente, a las comunidades religiosas (aspecto socio-religioso), o sea, al respectivo mundo socio-religioso.

2. La extensión o radicación de la Iglesia en estos grupos humanos o mundos tiene numerosos aspectos, entre los cuales descuellan los que se refieren a la naturaleza universal del hombre. Tales aspectos pueden considerarse desde el punto de vista extensivo o intensivo, individual o colectivo. El crecimiento extensivo de la Iglesia con relación al hombre individual se realiza en las así llamadas conversiones (-> conversión II). En el aspecto colectivo la extensión de la Iglesia se realiza mediante la aceptación de la fe por parte de la totalidad de una sociedad organizada (p. ej., de una tribu africana con su jefe). El crecimiento intensivo o cualitativo de la Iglesia se muestra tanto en el individuo como en las comunidades por la cristianización de los diversos ámbitos de la vida. Partiendo del acto de la -> fe y del -3 bautismo, en virtud de la estructura cristiana no sólo se transforman las costumbres de vida, sino también el derecho, el conjunto de los valores morales y el mundo religioso del individuo y de la sociedad.

Vista así, la extensión de la Iglesia por la m. es idéntica con todo el nuevo nacimiento de un hombre, de una sociedad o de un «mundo» entero.

3. Los límites fácticos de la Iglesia están circunscritos exactamente por el «nuevo nacimiento» que ya se ha realizado, por el «bautismo global» que se da en uno o varios de estos mundos. Evidentemente con ello no decimos que se haya logrado un estado ideal. Pero en rasgos generales podemos afirmar que la Iglesia, aunque no esté representada en grupos o estratos particulares, sin embargo se halla ya — o todavía — presente en Europa y en todo el continente americano. En cambio, con algunas excepciones, esto no puede afirmarse de manera general respecto a África, Asia y Oceanía. Allí, tanto el número de conversiones como la radicación de grupos enteros de la sociedad en el cristianismo y la apropiación interna de éste son todavía insuficientes (cf. las exigencias del Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia en lo referente a la erección de Iglesias particulares).

4. Lo que se extiende es la Iglesia. La m. parte de la Iglesia, se realiza a través de la Iglesia y para la Iglesia, y su meta es la Iglesia en este mundo mismo.

a) La m. parte de la Iglesia. El punto de partida es la Iglesia en su totalidad, que en su acción misionera se sirve de todas las formas de existencia y de toda la capacidad de acción que ella posee.

La Iglesia es ante todo comunidad de amor en el Espíritu Santo (tanto en su constitución interna como en su actividad externa) para salvación de los hombres y, con ello, para gloria del Dios trino. Por eso la realidad más profunda del amor es el amor divino, que es vínculo de unión de aquellos hombresa los que aprehende con su dinamismo, para que por la comunicación de ese amor sean finalmente «un solo hombre» (cf. lo que el Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia [n.° 2ss] dice acerca del amor fontalis y en general acerca de la función del amor). La Iglesia «es el cuerpo vivo y creciente del amor en este mundo».

Pero ese amor ostenta la marca de una persona: el amor de Dios a los hombres lleva el nombre de Jesucristo, que une a Dios y al hombre; y la Iglesia es visible en igual medida que su cabeza, su fundador. Por tanto la extensión misionera debe manifestarse visiblemente en el mundo socio-religioso. Puesto que la m. es idéntica con la extensión de la Iglesia, se produce de acuerdo con el ser y la actividad que Cristo transmitió a aquélla.

A la Iglesia se le ha prometido la verdad salvífica, que ella transmite a los que todavía no la conocen. La Iglesia es el kerygma de la «salvación en Cristo», que murió y resucitó, para todos los que creen en él. A la Iglesia se le han confiado los sacramentos; y ella los administra (sobre todo el bautismo) para que «todo el que cree y se bautiza, alcance la salvación». La Iglesia ha recibido de su cabeza aquella autoridad que le hace posible dirigir la vida de su organismo salvífico; esta autoridad — una forma del amor — es una obra de servicio. M. no es otra cosa que la transmisión de estas estructuras; ella crea las nuevas comunidades como Iglesias jerárquicamente constituidas, que se agrupan en torno a los obispos como sucesores de los apóstoles (Mt 28, 20).

En estas tres dimensiones: fe, sacramentos y jerarquía, se realiza la m., que transmite lo que es esencial a la Iglesia visible, a saber, el ser cuerpo vivo de la Iglesia invisible.

Por tanto, esta extensión de la Iglesia es según su esencia una realidad específicamente sagrada; y se distingue esencialmente de las expansiones mundanas de tipo técnico, económico, cultural y político. León xiii, en su interpretación de Mt 22, 21, confirma claramente la doctrina de las dos societates perfectae; y sus sucesores se han apoyado en él por lo que se refiere al trabajo misionero (cf. Pío xi, Carta a los obispos de China, del 15-6-1926: AAS [1926] 303-307, entre otros documentos). Aunque los fines inmediatos de la Iglesia y del Estado son diferentes, sin embargo no puede dudarse de que, en su destinación última, la sociedad humana y terrestre, lo mismo que las restantes realidades de la creación, a través de la salvación del hombre están dirigidas a la glorificación de Dios. Y así la Iglesia es aquella comunidad sagrada y sobrenatural en la que a la postre se recapitulan todos los esfuerzos humanos (cf. el Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, n° 9).

Esta orientación misionera presentó y presentará formas diversas en la historia concreta: 1º. En una sociedad anticristiana el trabajo misionero de la Iglesia tropezará con la oposición e incluso con persecuciones, también y precisamente en el ámbito propiamente religioso. 2° En una sociedad claramente favorable al cristianismo (como la del imperio romano después de Constantino) o directamente cristiana (como la de España y Portugal durante el renacimiento), los esfuerzos por la propagación de las misiones hallan un apoyo que hasta ahora ha sido considerado como un «deber de las naciones cristianas». Este apoyo se muestra sobre todo en la disposición de los hombres a colaborar en esa obra mediante la ayuda económica y la protección política; y a veces llegó a ejercerse presión para conseguir la conversión de los pueblos sometidos a tales naciones. Pero en principio la Iglesia sólo puede aceptar un apoyo adecuado al fin de la m., que por tanto debe ser compatible con la libertad de las conversiones. Este ideal no siempre se ha conseguido. Las empresas político-religiosas, en las que quedaron aprisionadas las m., han conducido más y más al deseo de autonomía en la obra misionera, renunciando a una ayuda que pone en entredicho sus intenciones y su acción (fundación de la Congregación de propaganda fide el año 1622 en Roma). 3° Las sociedades pluralistas en el aspecto religioso establecen una separación entre el ámbito sagrado y el mundano. Pero esta separación que se da por principio no excluye una colaboración con el reconocimiento y aprecio mutuo en los llamados campos «mixtos» que afectan al bien común, p. ej., en la atención a los enfermos, en las obras caritativas, en las escuelas. De hecho en el moderno trabajo misional esta forma de cooperación y esta visión han prevalecido.

La Iglesia de las misiones, dentro del marco del respeto a la ley y a los principios de la ética, exige el reconocimiento de su derecho a «defender, ejercer y propagar» la religión cristiana (cf. Constitución de la India, art. 17).

b) La misión es m. para la Iglesia. La m., cuyo origen es la vida de la Iglesia en su totalidad, ve su auténtica tarea en la transmisión de esta vida a todos los grupos de hombres que todavía no la poseen. La m. tiende, pues, a implantar «la Iglesia en un determinado mundo socio-religioso» (cf. todo el cap. ii y in del Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia). Tanto en el campo católico como en el protestante se defendieron diversas posiciones sobre el «fin especifico» de la m., las cuales generalmente estaban formuladas en forma contraria. Según una de las definiciones la m. tiene la tarea de salvar las almas. Pero esa definición se mantiene en un terreno demasiado genérico. Se intentó una diferenciación más tajante, puntualizando los términos en que ha de desarrollarse: predicación del evangelio, conducción al bautismo, implantación de la Iglesia, afianzamiento de la Iglesia en un país, etc... Una síntesis de estos puntos de vista se logrará mediante la descripción de lo que la m. significa para la Iglesia.

El esquema clásico del trabajo misional es el siguiente:

1º. Toma de contacto de los misioneros con la población por medio de obras buenas o una actividad educativa a través de instituciones permanentes.

2º. Predicación del evangelio, que a veces exige una inversión de la concepción de la existencia y del mundo que implícita o explícitamente existe antes de la evangelización (monismo indio, negación budista de la persona, etc.), o incluso una inversión de la religión (politeísmo, magia). Esa predicación del evangelio consiste esencialmente en guiar a los hombres hacia Cristo; su meta es la fe en su totalidad y el deseo de una penetración más profunda.

3.° Catecumenado: Se trata en él de educar a los creyentes para una coincidencia esencial en la fe, para «hacerlos discípulos». El concepto matheteúein usado en el Evangelio reviste muchas significaciones; en general significa: enseñar a alguien la verdad formulada en frases, hacerle comprensible la actitud frente a la vida que debe adoptar, comunicarle más y más las exigencias del cristianismo y moverle a su aceptación, y sobre todo conducirlo a que se «revista de Cristo» y se apropie su manera de ser. Así surge la llamada «comunidad de catecúmenos». Se trata ahí de una larga tarea que nunca está concluida, pero que en esencia ha de quedar asegurada cuando la Iglesia recibe a los catecúmenos.

4.° Esta recepción se produce por los tres sacramentos de la iniciación: bautismo, eucaristía, confirmación. En principio éstos se administran en forma comunitaria, por lo menos a los adultos. De suyo la comunidad bautismal en la fe y la eucarística en el amor es la Iglesia local, aunque esté gravada con defectos.

5.° La próxima tarea consiste en crear una comunidad adulta, que con mucha frecuencia ha de vivir aislada en medio de un ambiente no cristiano. En esta fase se trata de hacer operante la vida cristiana en todos los campos mediante las obras y una educación integral, de despertar en la comunidad una conciencia de Iglesia que la haga responsable de su propia vida, de infundirle la conciencia de su deber de testimonio y difusión. Los tres factores visibles de este crecimiento de una Iglesia joven son: familias cristianas, sacerdotes indígenas y acción católica local.

6.° Conclusión: Este proceso nunca está concluido. Pero el elemento nuclear de una Iglesia local se consigue cuando ella recibe un obispo, por el que se hace posible la vida cristiana en su forma plena. Sin embargo, propiamente ese momento cumbre sólo se alcanza cuando «la Iglesia local alumbra un obispo de sus propias filas». Con ello se consuma esencialmente la tarea misionera, pues de este modo se cierra el período en que la vida cristiana recibía sus estímulos desde fuera.

7° Incorporación a la Iglesia universal. Pero hay que establecer todavía e intensificar las relaciones de esta joven Iglesia con todas las Iglesias locales, las células de la única Iglesia universal, y con su punto central, el obispo de Roma. Las primeras relaciones, basadas en la dependencia y la aportación constante de fuera, se transforman en unas relaciones de igualdad y de intercambio mutuo, en «un encuentro de mutuo dar y recibir». Ahora bien, esta koinonía no se limita a las diócesis de un país, sino que se extiende a toda la oikoumene. Mas por razones prácticas es útil que las «órdenes misioneras» — ahora con una función subordinada — sigan ayudando a las Iglesias jóvenes a través de especialistas y que las diócesis fuertes, las cuales disponen de una antigua y prestigiosa comunidad, ayuden a las Iglesias jóvenes y todavía débiles.

Pero los grandes auxilios y el plan general de distribución permanecen en manos de los organismos centrales de la Iglesia, que aúnan sus esfuerzos de cara al mundo entero y a la totalidad de la Iglesia.

c) La misión se produce a través de la Iglesia. La m. se produce a través de aquellas Iglesias que ya han echado raíces y que, por tanto, tienen el deber de misionar. La función expansiva o misionera de la Iglesia fue considerada durante largo tiempo como una realidad añadida a su vida normal, la cual propiamente estaba sólo en manos de especialistas, a saber, los misioneros y sus auxiliares, que han recibido una vocación especial. Eso es exacto en el sentido de que la entrega total de una vida por la obra misionera de la Iglesia es y será una vocación muy concreta de un pequeño número de cristianos magnánimos. Pero la m. mundial en su totalidad sólo puede llevarla a cabo la Iglesia entera (cf. todo el cap. vr del Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia).

1º. La función misionera es esencial a la Iglesia y, por tanto, le corresponde necesariamente. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, que como cabeza vivificadora le confiere su propio carácter; él conserva su vida, la fomenta y determina su crecimiento. Cristo es el amor de Dios llegado a nosotros; el amor mutuo hace que él y los cristianos seamos un solo cuerpo. El amor en la Iglesia es, pues, el amor de Cristo. Cristo ama a la humanidad y quiere atraerla hacia sí en su totalidad; desea comunicársele por el mensaje del evangelio; la quiere como Iglesia y comunidad de la salvación. Esta voluntad «universal» de una unidad total pertenece a la esencia de Cristo como cabeza de la humanidad. Y esa dinámica se debe al Espíritu Santo que Cristo ha enviado a la Iglesia (el cuerpo de Cristo). Una Iglesia que en su intención y función fundamental no fuera universal ya no seria la Iglesia de Jesucristo. La inmovilidad sería el signo de su muerte.

2.° Todo cristiano, por el hecho de que participa del amor de Cristo, coopera necesariamente en la extensión de la Iglesia. El amor en cada individuo está sometido a las mismas exigencias fundamentales que en la totalidad. No es una propiedad casual, dada a unos pocos (como, p. ej., los carismas). El amor es la esencia de los cristianos y les comunica aquella destinación sobrenatural que según su intención es dinámica, misionera y universal, es decir, católica.

3.° Este amor misionero tiene su fundamento en los sacramentos, que recibe cada individuo, y su expresión en las diversas funciones que corresponden a cada uno, en el «misterio» del amor que lo abarca todo. a) cada cristiano experimenta el amor en los sacramentos de la iniciación: bautismo, eucaristía, confirmación; y lo alimenta en la eucaristía. En adelante el cristiano participa en la tarea de la m., que él apoya con su oración, con el sacrificio económico y, en circunstancias, mediante una vocación al servicio directo a la difusión de la Iglesia en virtud de una delegación del obispo (misioneros seglares). b) Aquellos que consagran toda su vida a Dios, sean clérigos o laicos, asumen la obligación de apoyar la difusión de la Iglesia por la m. Su vida — bien esté consagrada a la contemplación, bien se halle obligada a una determinada tarea de la orden — ha de orientarse hacia esta perspectiva universal y activa. c) En el orden de las funciones que por esencia corresponden a la Iglesia los obispos representan la plenitud del sacerdocio de Cristo, y con ello participan de la dimensión universal del sacerdocio. Bajo la autoridad de Pedro y de sus sucesores, pesa sobre ellos la responsabilidad y la suprema obligación en orden a la extensión de la Iglesia. La aceptación de una determinada sede episcopal ordena su servicio de amor en primer lugar a los habitantes de su territorio, pero no limita a éstos su preocupación pastoral. Aquí tiene validez la ley de que la Iglesia entera alimenta la vida de una diócesis y la diócesis por su parte contribuye a la vida y al crecimiento de la Iglesia entera.

En virtud de estos datos eclesiológicos todo obispo, de acuerdo con las declaraciones de los últimos papas, junto con su diócesis debe apoyar la obra misionera con oraciones, ayuda económica y sobre todo vocaciones, «incluso cuando su diócesis misma se halle en una situación difícil». El episcopado en conjunto (conferencias episcopales, etc.) está obligado a contribuir a la difusión de la Iglesia por la m.; ésta es su tarea más importante junto al apostolado en la Iglesia ya existente. El sacerdote de acuerdo con su posición participa de esta tarea episcopal. d) En todas las empresas misionales corresponde al papa una función central. Como primer maestro del mensaje anunciado por la m., como sujeto supremo de la potestad sagrada sobre los sacramentos administrados en la m. y como primero en la jerarquía del servicio sagrado, cuya institución prepara la m., tiene también la suprema responsabilidad por el espíritu misionero en la Iglesia.

BIBLIOGRAFIA: R. Charles, Dossiers de 1'action Missionnaire (Lv 1939); I. Paulon, Plantatio Ecclesiae, il fine specifico delle Missioni (R 1948); S. Paventi, La Chiesa missionaria. Manuale di missionologia dottrinale (R 1949); P. Tillich, Theology of Mission (NY 1954); E. Loffeld, Le probléme cardinal de la missiologie et des Missions catholiques (Rhenen 1956); D. Catarzi, Lineamenti di dommática missionaria (Parma 1958); idem, Teologia delle Missioni estere (Parma 1958); J. Masson, Fonction missionnaire, fonction d'Lglise: NRTh 81 (1958) 1042-1061, 82 (1959) 41-59; A. M. Henry, Bosquejo de una teología de la misión (Herder Ba 1961); K. Müller, Die Weltmission der Kirche (Aschaffenburg 1960); A. Rétif, Inttiation a la mission, (P 1960); A. Perbal, La teología misional (Herder Ba 1961); A. Seumois, Apostolat, structure théologique (R 1961); A. Santos Hernández, Misionologla (Santander 1961); idem, Teología biblio-patrlstica de las misiones (Santander 1962); Th. Ohm, Machet zu Jüngern alle Völker. Theorie der Mission (Fr 1962) (bibl. 21-28); L. Capéran, L'appel des nonchrétiens au salut (P 1962); M. Queguiner, Théologie de la coopération missionnaire: A temps nouveaux, mission nouvelle (P 1963) 97-121; M. Menant, Spiritualité missionnaire (P 1963); M.-D. Chenu, La Parole de Dieu 2 (P 1964) 237-291; F. Houtart, Renovación, la Iglesia ante el futuro (Ba 1967); G. Mercier - M.-J. Le Guillou, Mission et pauvreté. L'heure de la Mission (P 1964); J. Masson, «Fonction missionnaire de l'$glise». Réflexions sur le Décret «Ad gentes» de Vatican II: NRTh 89 (1966) 249-272 358-375; G. H. Anderson (dir.), Christian Mission in Theological Perspective (NY 1967); G. Courtois, La grande legon de Vatican II. Esprit chrétien, esprit missionnaire (P 1967); J. Schütte (dir.), Mission nach dem Konzil (Mz 1967); LThK Vat III 9-125; J. Masson, L'attivitá Missionaria della Chiesa (comentarios al decreto misional) (Tn 21968); Misión y evangelización. Kerygma y catequesis (Instituto de San Fco. Xavier, Burgos 1970); K. Rahner, Misión y gracia (Dinor, San Sebastián).

II. Historia y situación actual

La m. dada con la esencia de la Iglesia se produce a través de la Iglesia presente y en bien de la Iglesia futura. Se difunde a través de los tiempos en los diversos ámbitos de vida humana por la actividad de diversos mediadores. Frente al mundo en general y al mundo político en particular, en el curso de la historia la m. ha tenido que soportar situaciones muy diversas. En todas ellas el fin de la Iglesia ha sido preparar y realizar en los ámbitos de vida que antes no eran cristianos los estadios anteriormente diseña-dos como camino hacia la comunidad eclesiástica, e igualmente penetrar en esos ámbitos con su espíritu y actividad.

Estos esfuerzos no siempre han sido coronados por el éxito. Muchas veces la Iglesia local erigida por la m., después de éxitos iniciales, sucumbió en el torrente de los acontecimientos; a veces logró echar raíces y continuar su trabajo.

El siguiente esquema está trazado mirando a amplios grupos humanos con caracteres socio-culturales y religiosos relativamente homogéneos, que designamos con la palabra «mundos». En conjunto se trata — atendiendo a la situación histórica en su origen — de mundos temporalmente sucesivos, los cuales, sin embargo, con el progreso de la historia entran luego en una situación de simultaneidad temporal tanto en la relación con la historia del mundo como en lo relativo a la actividad misionera.

A) El mundo romano

1.Periodo apostólico
2.Primera difusión postapostólica
3.Época constantiniana

B) El mundo no romano de occidente

C) El mundo no occidental de la edad media

1.El islam
2.Los mongoles
3.India e Insulindia
4.África
5.Resumen

D) El mundo no occidental en el tiempo de los descubrimientos y del dominio colonial

1.África

2.Los indios americanos
    a) América española
    b) América portuguesa
    c) Canadá

3. Asia
    a) El mundo de la India
    b) El mundo de China
    c) El mundo de Indochina, de Indonesia y de las Filipinas.
    d)El mundo japonés

4. Resumen

E) El moderno mundo colonial
    1. Anotaciones generales
    2. Renovación de las misiones en Asia
        a) El mundo hinduista
        b) El mundo budista del Hinayina
        c) El mundo del Lejano Oriente del sur
        d) El mundo de China
        e) El mundo japonés
    3. El mundo de Oceanía
    4. El mundo de los indios americanos
    5. El mundo africano del animismo
    6. El mundo islámico

F) El mundo en la época de la descolonización
    1. Anotaciones fundamentales sobre el tiempo posterior al año 1945
    2. Los esfuerzos actuales de la Iglesia en torno
a la:
        a) acomodación a las tendencias de independencia
        b) acomodación a los cambios urbanos e industriales
        c) acomodación al pluralismo religioso y cultural
        d) acomodación al mundo adulto de los laicos
        e) acomodación a la solidaridad mundial