ABRAHÁN Y SARA
Carlos Mesters oc
4. UNA CONVERSACION SERIA ENTRE CARLOS Y ABRAHÁN
¿PARA QUE SIRVE ESTA HISTORIA DE ABRAHAN Y SARA?
1. La pregunta de Carlos
«Pero, a fin de cuentas, ¿para qué sirve todo esto? Nuestro
problema hoy es uno solo: encontrar tierra, trabajo, casa y salud; es
garantizar un futuro mejor para nuestros hijos; es tener una vida más
llevadera. Para conseguir eso, la gente ¿adelanta algo estudiando
una historia antigua y complicada de hace casi 4.000 años? ¿No es
mejor que la gente estudie el Estatuto de la Tierra y las leyes del país,
se organice y empiece a actuar? Esta historia de Abrahán, ¿qué tiene
de provechoso para nuestra lucha? ¿No sería mejor estudiar nuestra
lucha de hoy, para ver si la gente halla una solución?»
Y si Carlos pudiese hablar con Abrahán, tal vez le preguntaría:
«Abrahán, ¿qué tiene usted para enseñarnos a mí y a mis
compañeros de lucha?»
2. La respuesta de Abrahán
Probablemente la respuesta de Abrahán sería ésta:
«Carlos, verdaderamente, no tengo nada para enseñarles. Ustedes
viven en Paraguay; yo vivía en Palestina. Ustedes tienen otras leyes y
otras costumbres. La situación de ayer no es la misma que la de hoy.
La solución tampoco podrá ser la misma. Sobre todo eso no tengo
nada que enseñarles.
Lo que sí tengo para ustedes es mi vida, vivida y abnegada, y
algunas preguntas. ¡Preguntas muy incómodas! Una sola cosa les
pido: si quieren luchar sinceramente al lado de Dios y de la vida, no
rechacen estas preguntas como si fuesen el capricho de un viejo que
ya no entiende nada de la vida. Dejen que estas preguntas entren en
ustedes. Les aseguro que ellas les podrán ayudar, en la marcha,
mucho más de lo que ustedes piensan. Las preguntas que yo quiero
hacerles están todas en la Biblia. Les bastaría leer con atención este
libro cuando estén reunidos con sus compañeros».
Primera pregunta:
«Carlos, ¿tú miras hacia atrás y hacia adelante?»
Hoy existe mucha gente que no mira ni hacia atrás ni hacia
adelante. No estudian el por qué de las cosas que le suceden. Por eso
no descubren las causas de los males que padecen, ni consiguen
resolver sus problemas, porque no saben qué medicamentos tomar.
Pero la Biblia, al contar la historia de Abrahán, hace exactamente lo
contrario. Mira hacia atrás y estudia la realidad hasta encontrar las
injusticias que hacían sufrir a Abrahán. Mira también hacia adelante y
muestra que la marcha de Abrahán no terminó con su muerte, sino
que quedó como semilla en el suelo de la vida, para dar fruto
después, en el pueblo que fue naciendo.
Esta es la pregunta de la Biblia: Carlos, ¿te preocupas en mirar
hacia atrás y hacia adelante? ¿Procuras descubrir el por qué de las
cosas que te suceden, a ti, a Rosa y a tus compañeros? ¿Te has
preguntado alguna vez qué es posible hacer hoy para que tus
biznietos puedan tener una vida más llevadera?
¿Ya has hecho lo que hizo la Biblia: estudiar la realidad hasta
descubrir la causa de las injusticias?
Segunda pregunta:
«Carlos, ¿te preocupas por el problema de los otros?»
Hoy existe mucha gente que sólo piensa en resolver sus propios
problemas. No piensa en los demás. Quiere mejorar su vida él solo. Y
cuando al fin consigue su casa, su porción de tierra, su sueldo, se
olvida del tiempo en que estuvo en la miseria y ya no se acuerda de
los otros que continúan en la miseria.
Pues bien, la Biblia demuestra que Abrahán fue llamado para hacer
lo contrario. El no se interesaba sólo por sí mismo, sino por todos los
hombres, por todo el mundo. Descubrió que no le bastaba mejorar su
vida dejando al resto del mundo tal como estaba. Eso no resolvía
nada. Si él estaba mal, era porque el mundo se hallaba maldito,
desgraciado, cubierto de pecado. De ahí le nació la vocación, y él se
sintió llamado por Dios para corregir al mundo, eliminar las divisiones y
las injusticias, formar un pueblo unido y recuperar la bendición de Dios
para todos.
Esta es la pregunta de la Biblia: Carlos, ¿tú piensas sólo en resolver
tu problema? ¿Te has puesto alguna vez a pensar en los problemas
de los demás? ¿Te has preocupado por descubrir la misión que tú y
tus compañeros deben realizar en el mundo?
Tercera pregunta:
«Carlos, ante los males, ¿reaccionas o te resignas?»
Hoy existe mucha gente resignada. No reaccionan ante los males
que experimentan en la vida. Sufren demasiado en su vida. Dejan la
lucha. No hacen nada para liberarse.
Pues bien, la Biblia muestra que Abrahán no era así. El
reaccionaba, caminaba, luchaba y se esforzaba. Cuando no le iba
bien en un lugar, lo intentaba en otro. Animado por la promesa de
Dios, luchó para conseguir un pueblo, se esforzó para obtener una
porción de tierra y vivió para garantizar a sus descendientes una vida
mejor. Hacía esto porque su fe en Dios le animaba a no dejar la lucha
contra la maldición.
Esta es la pregunta de la Biblia: Carlos, ¿has hecho algo para
liberarte y para liberar a tus compañeros de la maldición y de las
injusticias? ¿O eres de los que dicen: «¡Paciencia! ¡Dios lo quiere! ¡La
vida es así! ¡Es inútil luchar!»?
Cuarta pregunta:
«Carlos, ¿tú crees en la fuerza de los débiles?»
Hoy existe mucha gente pobre y humilde que no cree en sí misma.
Cree que no puede hacer nada para mejorar su situación y se queda
esperando las iniciativas de los demás.
Pues bien, la Biblia muestra lo contrario. Al contar la historia de
Abrahán, quiere demostrar que cuando el hombre camina con Dios,
aunque sea pequeño y débil, él es el comienzo del cambio del mundo
a mejor. Con Abrahán comenzó un movimiento que terminó en la
resurrección de Jesús y terminará con la victoria final de la bendición
sobre la maldición.
Esta es la pregunta de la Biblia: Carlos, ¿tú crees esto? ¿Estás
convencido de que la fuerza de los pequeños y de los débiles que
caminan unidos entre sí y con Dios, es más fuerte que la muerte? ¿O
eres de los que creen que el pobre no puede hacer nada para mejorar
el mundo?
Quinta pregunta:
«Carlos, ¿tú caminas con Dios?»
Hoy existe mucha gente que estudia la realidad de la vida sin pensar
en Dios. Cree que no necesita a Dios para poder encaminar su vida o
resolver sus problemas. Si estas personas, a pesar de ello, hablan de
Dios a los otros, es más por causa del pueblo sencillo que, según
dicen, todavía cree en Dios. Pero ellos ya no creen en eso.
Pues bien, la Biblia hace lo contrario. Ella cuenta todos los hechos
alegres y tristes de la vida de Abrahán para mostrar que Dios estaba
presente en estos hechos. Además, muestra cómo Abrahán, poco a
poco, fue descubriendo esta presencia de Dios en la vida. Sin
descubrir la llamada de Dios en la vida, Abrahán no habría llegado
donde llegó y su vida no habría tenido sentido ni solución.
Esta es la pregunta de la Biblia: Carlos, ¿has dedicado algún tiempo
a descubrir la presencia de Dios en tu vida y en la vida de tus
compañeros? ¿O eres de los que creen que la fe y la religión no
sirven para cambiar la situación de injusticia? ¿Crees de verdad en la
importancia de la fe en Dios para poder corregir el mundo, o lo
disimulas únicamente, para no molestar a los compañeros que todavía
creen? ¿Usas a Dios y la religión para hacerlos funcionar de acuerdo
con el proyecto que tú mismo tienes en tu cabeza?
Estas no son más que cinco preguntas. Cada uno, leyendo la Biblia
con sus amigos, podrá descubrir otras muchas.
¿Bastará hablar con Dios para resolver los problemas de la gente?
«Todo esto es verdad», dice Carlos. «Pero en toda esta historia hay
una cosa extraña que no alcanzo a entender. Por ejemplo. Antes de
contar la historia de Abrahán, la Biblia estudió aquella situación de
injusticia. Me gustó mucho aquello, porque es precisamente lo que la
gente sufre hoy: explotación, opresión, venganza, religión del miedo.
Me picó la curiosidad y me decía: quiero ver cómo se enfrenta esta
situación.
Y, si he de decir la verdad, al final me ha decepcionado un poco.
Esperaba ver un hombre luchando contra la opresión, contra la Torre
de Babel y contra aquella gente del diluvio. Pero no vi nada de eso.
Abrahán se marchó a otra tierra y se pasó todo el tiempo hablando
con Dios. ¡No luchó! Esto me parece muy extraño. ¡Parece que él se
olvidó de las injusticias del mundo y se fue a rezar! Yo me pregunto:
¿Bastar¡ rezar y hablar con Dios para poder resolver nuestros
problemas y traer la justicia al mundo?»
Carlos, tú exageras. Abrahán no sólo rezaba. Hizo muchas otras
cosas: luchó, trabajó, caminó, sufrió... Aun así, con esta pregunta has
agarrado al toro por los cuernos y has ido al meollo del problema. El
problema es éste: Dios y su palabra ¿sirven para la lucha de la gente?
¿De qué manera?
Hay que cortar el mal de raíz
De nada sirve cortar la maleza de la tierra, dejando la raíz en el
suelo. Tú sabes bien eso, Carlos. Hay que cortar y arrancar también la
raíz. Pues bien, en esos once capítulos del Génesis la Biblia estudia la
maleza que hay en el suelo e intenta descubrir la raíz.
La maleza que daña la plantación de la vida es la explotación de los
que construyen la Torre de Babel; es la magia y la superstición de los
que provocan el diluvio, el odio, la venganza de Caín y Lamec. La raíz
escondida que produce y alimenta esa maleza y en ella se revela y
multiplica, es el pecado de Adán, por el cual el hombre se aparta de
Dios, para ocupar él mismo el lugar de Dios, y ser el dueño de la vida
y del mundo. Esta es la gran injusticia que nunca puede ser olvidada
por el que lucha contra las injusticias.
En la Biblia, se llama «justo» al que vive según la voluntad de Dios,
no sólo en relación a los demás, sino también en relación al propio
Dios. Sin esta justicia en relación a Dios, la otra justicia en relación a
los hermanos no será nunca completa. Pues el fundamento de la
justicia y de la fraternidad es Dios mismo. Todos nosotros somos y
debemos ser hermanos, porque Dios es el Padre que nos dio la vida a
todos.
Lo importante, en realidad, Carlos -no sólo para ti, sino también
para Jesús-, es que la gente arregle bien el mundo y construya la
fraternidad, para que todos puedan tener una vida digna, una vida de
gente (ver Jn 10,10). Pero sin Dios, eso es imposible. Sin Dios, te
quedas sin el eje y ya no sabes cómo arreglar ni cómo colocar las
piezas que te habían sobrado de la rueda dañada de la vida. Excluir a
Dios de la lucha por la justicia y por la fraternidad es lo mismo que
construir una rueda sin eje. No sirve para el carro de la vida. La
justicia así construida corre peligro y tiene pies de barro. Echa un
remiendo al mundo, pero no hace un mundo realmente nuevo. No
ataca la raíz de las injusticias. Le falta combatir contra el pecado
original.
El Dios de Abrahán no es un Dios cualquiera
Tal vez digas: «Pero unir la vida a Dios ¡no cuesta nada! ¡Hay tanta
gente que en nombre de Dios explota, tortura y mata! Vive hablando
de Dios, confiesa y comulga, reza y hace promesas y, sin embargo,
¡es capaz de sacar a subasta a su propio hermano!»
Carlos, hablar de Dios no es difícil. Lo difícil es escuchar y vivir su
Palabra. El Dios que ellos tienen en sus labios no es el Dios vivo y
verdadero. No es el Dios que entró en la vida de Abrahán y que quiere
entrar en la tuya y en la de tus compañeros. Su Dios es un Dios hecho
de encargo y a medida, igual que el dios de los que provocaron el
diluvio y de los que construyeron la Torre de Babel. Es un dios falso
que no existe, a no ser en el pensamiento de los que lo fabrican. Un
dios que no cambia nada, inventado por hombres para ocultar y hasta
aprobar la maldición que ellos mismo crearon. Pero nuestro Dios, el
Dios de Abrahán, el Dios de la Biblia, es un Dios diferente. Escucha y
medita lo que dice el salmo:
«Nuestro Dios es el Dios
que hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos,
abre los ojos a los ciegos,
sostiene al huérfano y a la viuda,
libera a los cautivos,
rehabilita a los humillados,
guarda a los marginados
y trastorna el camino de los malvados»
(Sal 145,7-9).
¡Este es nuestro Dios! Y este Dios existe de verdad. Fuera de él no
hay otro (ver Is 44,6).
Cuando la Biblia pide que la gente una su vida a Dios, está
pensando en este Dios y no en uno de los que los mismos hombres se
han inventado. Si este Dios vivo y verdadero pudiese entrar en tu
vida, Carlos, tú lucharías todavía más en contra de cualquier tipo de
injusticia y de opresión. Estoy seguro de que ya no preguntarías lo
que antes preguntaste. Tal vez hicieses otra pregunta y pedirías a
Dios que se calmara un poco y no fuera tan exigente con una pobre
criatura como tú.
Carlos, el Dios en que tú crees, ¿es realmente el Dios de Abrahán?
¿Sabes de verdad lo que es la justicia y la injusticia?
El proyecto que tienes para mejorar el mundo, ¿lleva realmente a
una justicia completa? Esta duda me vino después de que tú hiciste
aquella pregunta.
Para que haya verdadera justicia y fraternidad entre los hombres no
basta ser justo y fraterno con los otros. Hay que ser justo y filial
también con Dios. Y para ser justo y filial con Dios no basta ser
piadoso y rezar; hay que luchar también por la justicia y la fraternidad
entre los hombres.
El que dice: «Tengo mucha fe en Dios», y no lucha por la justicia y
por la fraternidad, niega con la boca lo que profesa con la vida. El
Dios de Abrahán, Carlos, no es un Dios de adorno. Es un volcán.
Destroza a la gente por dentro, pues la injusticia que él combate no
está sólo en los demás, sino también dentro de nosotros mismos.
La acción liberadora de Dios es como hacer que un brazo dislocado
vuelva a su lugar. ¡Duele demasiado! Nosotros, los hombres, estamos
todos dislocados, por dentro y por fuera, porque estamos todos fuera
del eje de la vida que es Dios. Todos somos Adán. Y Dios, cuando
entra en la vida de un hombre, lo remueve todo. Duele demasiado,
pero es el único camino para arreglar la vida dislocada y construir la
fraternidad en torno al eje central que es él mismo. Dios no tiene la
culpa del dolor que provoca. La culpa del dolor es del que se dislocó
el brazo.
En el capítulo siguiente veremos de cerca cómo sucedió todo eso
en la vida de Abrahán y cómo acostumbra Dios a corregir de raíz la
vida de los hombres. ¡Tu vida también, Carlos!
Una observación
Para entender bien el capítulo siguiente conviene recordar que la
historia de Abrahán y Sara fue escrita para servir de espejo al pueblo
desanimado y maltratado que sufría en el cautiverio. Piensa en este
pueblo que vivía sin fuerza y sin esperanza.
Piensa también en ti, Carlos, y en tus compañeros. No entres nunca
tú solo en la Biblia. Te perderías y no encontrarías nada allá dentro.
Pero lleva contigo, en tu recuerdo, el pueblo a que perteneces. Piensa
en este pueblo de millones de paraguayos pobres, sin futuro, sin fe en
sí mismos, casi sin esperanza de una vida mejor. Y no olvides que
esta historia de Abrahán y Sara fue escrita para servirte de espejo
también a ti.
Vas a ver que no le fue fácil a Abrahán realizar el programa de Dios.
Fue difícil, ¡muy difícil! Y para tu consuelo, Carlos, podrás ver que
Abrán no estaba preparado para ser ABRAHAN. Cuando él se dio
cuenta de la llamada de Dios no era santo ni justo. ¡Al contrario! Tenía
tantos defectos que ni siquiera los conocía. De momento, de Abrahán
sólo tenía el nombre. Dentro de él continuaba muy vivo el viejo Adán
que causó la desgracia del mundo entero. De hecho, el que vive
mucho tiempo con un brazo dislocado, acaba acostumbrándose y no
siente nada. Sólo se dará cuenta del defecto cuando el médico
empiece a movérselo para curarlo. Abrahán sólo fue dándose cuenta
de sus defectos en la medida en que Dios le exigía que fuese a la raíz
de su vida.
Dios no llama a los justos ni a los santos. Llama a los pecadores
(ver Mc 2,17), para que comiencen a caminar y de Adán pasen a ser
ABRAHAN.
5. ARREGLAR LA VIDA DESDE LA RAIZ
EL PRIMER PROYECTO DE ABRAHAN
1. Conflicto entre fe y realidad
Dios prometía: «Abrahán, tú serás padre de un pueblo». La realidad
decía: «Abrahán, tú y Sara ya son mayores. Sara no ha tenido nunca
un niño, ni lo puede tener. ¡Sé realista! Es una necedad seguir
soñando con un futuro imposible. Ese pueblo nunca va a nacer».
La fe le ofrecía un futuro, la realidad se lo negaba. El conflicto es
siempre el mismo hasta ahora: entre fe y realidad, entre el futuro que
se espera y el presente que se vive, entre el ideal que se debe
realizar y los pequeños recursos de que se dispone. ¿Qué hacer?
Para creer en el futuro tal como Dios lo prometía, Abrahán debía
creer en sí mismo y en Sara. Pero no creyó y buscó otra fórmula.
2. La fórmula que Abrahán inventó para garantizar su futuro
Esta fórmula se la brindaba una costumbre de la época, garantizada
por las leyes de aquel tiempo. Según esta costumbre, el que no tenía
hijos podía adoptar a otra persona para ser su heredero y administrar
los bienes. Fue lo que hizo Abrahán. Adoptó a su criado Eliezer y se
disculpó ante Dios diciendo:
«Señor, ¿de qué me sirven tus dones
si soy estéril y Eliezer de Damasco
será el amo de mi casa?
No me has dado hijos,
y un criado de casa me heredará»
(Gén 15,2-3).
Parecía una solución honesta y normal, pero no lo era. Tenía un
defecto. Para garantizar su futuro, Abrahán tenía más fe y confianza
en una costumbre de la época que en Dios, en Sara y en sí mismo.
Llegó a esta solución no por mala voluntad, sino por no ver otro
camino.
3. Intervención de Dios en la vida de Abrahán
La respuesta de Dios fue clara. No aceptó la proposición de
Abrahán y dijo:
«No te heredará Eliezer,
sino que te heredará
uno que saldrá de tus entrañas»
(Gén 15, 4).
No es que Dios esté contra las costumbres de la época. Lo que él
no acepta es que la gente ponga estas costumbres en el lugar de la fe
en Dios y en sí mismo y las convierta en base de su seguridad. Al
rechazar la proposición de Abrahán, Dios le ayudó a descubrir en sí
este defecto escondido. Siempre será así: el hombre va dando pasos
como puede, correctos o equivocados. Sólo después, con la
experiencia, va descubriendo para qué ha servido su iniciativa y
empieza a ver mejor las cosas. Carlos, ¿cuántas cosas has aprendido
así en la vida?
Con el rechazo de Dios todo volvió al punto cero. Fue el primer
golpe que sufrió Abrahán. Pero, a pesar del rechazo, la promesa
seguía en pie e inclusive fue aumentada, pues Dios dijo:
«Abrahán, mira al cielo
y cuenta las estrellas,
si puedes contarlas.
Pues bien, así será tu descendencia»
(Gén 15, 5).
4. Opción de Abrahán
Tal era la situación de Abrahán. En la promesa continuaba
poseyéndolo todo, pero en realidad no poseía nada. Tuvo que elegir
entre Eliezer, el heredero designado, y un posible hijo que nacería de
sus entrañas; entre una costumbre segura y aprobada de la época, y
una promesa vaga y sin garantía; entre su propio proyecto, y el de
Dios, que caminaba con él. Para ser fiel a este Dios, tenía que
cambiar lo seguro por lo inseguro, dar un paso en la oscuridad y
empezar a navegar contra corriente. El futuro que Dios le prometía
tenía que nacer del propio Abrahán. No estaba permitido buscar un
sustituto.
Abrahán optó por Dios, creyó en la palabra de la promesa y empezó
a creer que el futuro bendecido por Dios tenía que nacer de él mismo,
de un «hijo de sus entrañas». Ahí fue donde empezó a ser ABRAHAN.
Comenzó a ser justo, dice la Biblia (ver Gén 15,6). Pero todavía le
faltaba un largo caminar.
5. Mirarse en el espejo de la historia de Abrahán y Sara
Hoy hay muchos como Abrahán. No consiguen creer en Dios ni en sí
mismos; buscan por ahí un Eliezer, sugerido por las costumbres de la
época. No piensan en el futuro de todos, sino en su propio futuro y
procuran garantizarlo, únicamente, a través de los medios que el
sistema del mundo les ofrece: plata, empleo, lotería, amistades con
gente importante, seguro de vida, posición social, proyectos, técnica,
diplomas, coche, producción, etcétera. Las mil promesas divulgadas
por la publicidad de otras tantas maneras. Promesas que ahogan a la
gran promesa de Dios escondida en la vida, desvían al pueblo de la fe
en Dios y en sí mismo; cierran el camino hacia el gran futuro que Dios
ofrece a todos, e impiden recuperar la bendición.
Carlos, ¿eres capaz de creer que el futuro bendecido por Dios debe
nacer de ti mismo y de Rosa? ¿Eres capaz de dejar de lado los falsos
apoyos que el sistema del mundo te ofrece y aceptarlos en la medida
que te ayudan a creer en Dios y en ti mismo? No es fácil ser Abrahán
hoy porque los Eliezeres son actualmente mucho más numerosos que
en tiempos de Abrahán.
EL SEGUNDO PROYECTO DE ABRAHAN
1. El problema de Sara
La luz de Dios apareció en forma de oscuridad. Eliezer, que parecía
un camino seguro, no era más que un callejón sin salida. Ahora,
según la promesa renovada, la solución debía buscarse donde antes
parecía existir un muro insuperable. El pueblo debía nacer de un hijo
que fuese sangre del propio Abrahán (ver Gén 15,4).
Pero ¿cómo? ¿Cómo Sara, la esposa estéril, podía dar a luz a ese
hijo que Dios prometía y que Abrahán esperaba? Sara no fue capaz
de creer en sí misma. Ella también buscó otra forma de garantizar la
promesa de Dios y de encajarla dentro de la planificación humana
normal y realista.
2. La fórmula a que Sara recurrió para garantizar el futuro del
pueblo.
Sara dijo a Abrahán:
«Mira, Dios me ha hecho estéril.
Llégate, pues, a mi esclava.
Quizás podré tener hijos de ella»
(Gén 16,2).
Para la mentalidad de aquella época la proposición de Sara era
razonable. No lo sería para nuestra época. ¡Imaginemos que una
esposa le hiciera tal proposición a su marido! En todo caso, Abrahán
atendió la petición de su esposa; y Agar, la sirvienta, quedó
embarazada. Nació un hijo, hijo de las entrañas de Abrahán,
exactamente como Dios quería. Le pusieron el nombre de Ismael, que
quiere decir «Dios me ha oído» (ver Gén 16,15). Los dos creían que
Ismael sería el hijo con el que Dios realizaría la promesa. Pero Dios no
opinaba lo mismo.
En la base de la nueva proposición se escondía el defecto antiguo.
Abrahán y Sara no tuvieron coraje para creer en Dios ni en sí mismos.
El apoyo de su esperanza no era la palabra divina, sino la fertilidad de
Agar, la sirvienta.
3. Nueva intervención de Dios en la vida de Abrahán
Dios ignoró la proposición de Sara y dijo a Abrahán:
«A Saray, tu mujer,
no la llamarás más Saray,
(que quiere decir princesa), sino Sara.
Yo la bendeciré
y de ella también te daré un hijo.
La bendeciré de tal manera
que reyes y pueblos procederán de ella»
(Gén 17,15-16).
Abrahán se entristeció e intentó salvar el proyecto de Sara. En
efecto, ¿qué podía hacer un hombre con una esposa estéril y
anciana, estando destinado a ser padre de un pueblo? El sentido
común no veía otra solución. Por eso insistió ante Dios para que él
realizase su promesa a través de Ismael, el hijo de la sirvienta, y dijo:
«¿A un hombre de cien años
va a nacerle un hijo?
Y Sara, ¿a los noventa años va a dar a luz?
¡Si el Señor aceptara al menos a Ismael!»
(Gén 17, 17-18).
Abrahán es de los que no creen en promesas lindas sin
fundamento. Sólo creía en lo que él mismo veía como posible. Pero la
respuesta de Dios fue clara y contundente:
«Sí, Sara, tu mujer,
te dará a luz un hijo»
(Gén 17,19).
Esta vez también, aunque rechazando la proposición, Dios mantuvo
y reforzó la promesa. Llegó a hablar de una alianza eterna que sería
establecida con el hijo de Sara (ver Gén 17,19.21).
De esto no se debe concluir que Dios esté contra el sentido común
o contra los proyectos humanos. ¡De ninguna manera! Lo que él no
acepta es la falta de fe; que la gente disimule esta falta de fe tras
proyectos honestos y lógicos y, además, pretenda que Dios los acepte
como si fuese el proyecto de la promesa. Dios no acepta este juego.
Dios no admite que el hombre se adueñe de sus promesas. La
gente no consigue usar a Dios y obligarlo a seguir el camino trazado
por nosotros. En esto Dios se escapa de las garras del hombre.
4. La opción de Abrahán
Nuevamente volvió todo al punto cero. Fue el segundo golpe que se
llevó Abrahán. No había medio de doblegar a este Dios. El conflicto
era grande. La promesa aumentaba cada vez más, y la realidad
parecía igualmente cada vez más contraria a la promesa.
Abrahán debe haberse extrañado mucho de la reacción de Dios.
«La gente quiere ofrecer una ayuda para que él realice su promesa, y
él no acepta. ¿Qué Dios es ése?»
Abrahán tuvo que elegir de nuevo: o él creía en Dios y permanecía
a su lado para construir el futuro tal como el Señor le deseaba, o
dejaba a Dios de lado, para actuar de acuerdo con su propio proyecto
que parecía más seguro y no exigía fe. ¡No tenía más remedio que
combinar las dos cosas!
Y nuevamente Abrahán optó por Dios, cambió lo seguro por lo
inseguro y recomenzó todo de nuevo, ¡a los cien años de edad!
Desistió de querer encajar a Dios en su propio proyecto e intentó
encajar él mismo dentro de la visión de Dios, que él, por ahora, no
entendía. Caminaba a oscuras. Su única luz era la promesa divina que
le hacía creer en Dios, en Sara y en sí mismo, sin saber cómo.
5. Mirarse en el espejo de la historia de Abrahán y Sara
Carlos, como puedes observar, sólo poco a poco, caminando
siempre, la gente aprende las cosas. Y Abrahán comienza a darse
cuenta de sus defectos y posibilidades. La luz surge por el camino. No
basta un solo golpe para corregir la vida de un hombre. Es duro
aprender de los propios fallos que van apareciendo en la actividad,
durante la marcha.
Abrahán pensaba: «De Sara no puede nacer nada». El pueblo del
cautiverio decía: «Dios nos ha abandonado. No tenemos futuro,
somos estériles» (ver Is 40,27; 49,14; 54,1; Ez 37,11). Hoy el pueblo
repite: «¿Qué somos nosotros? ¡No sabemos nada! La gente no tiene
recursos. No tiene cultura».
Tanto ayer como hoy, la mayor dificultad que encuentra Abrahán es
creer en sí mismo y en Sara. Abrahán buscó un apoyo en Ismael.
Pensaba que estaba agradando a Dios. En realidad, estaba huyendo
de ese Dios incómodo que le exigía fe en sí mismo y en Sara.
El pueblo del cautiverio vivía desalentado, y muchos ya habían
abandonado la barca, huyendo así de la fe en Dios y en sí mismos.
Preferían creer en los dioses de Babilonia, que parecían más fuertes
que el Dios de Israel. El pueblo, hoy, muchas veces es igual que Sara.
No cree en sí mismo y evita la responsabilidad de asumir su propio
destino. Como Sara, llega a dar soluciones que lo desvían de la fe en
Dios y en sí mismo.