ABRAHÁN Y SARA


Carlos Mesters oc


EL TERCER PROYECTO DE ABRAHAN

1. La risa de Sara
A pesar de las crisis y de las dificultades, la vida continúa. Cierto 
día, sentado a la puerta de su tienda, Abrahán recibió la visita de tres 
mensajeros de Dios (ver Gén 18,1-2). Se levantó y los recibió con 
gran hospitalidad (ver Gén 18,2-8). Durante la comida uno de ellos 
preguntó: «¿Dónde está Sara, tu mujer?» Abrahán respondió: «En la 
tienda». Y el mensajero dijo: «Volveré sin falta el año que viene y 
entonces tu mujer, Sara, tendrá un hijo» (Gén 18, 9-10). Dentro de la 
tienda Sara escuchaba la conversación y se echó a reír (ver Gén 
18,10). Pensaba para sí: «Después de haber envejecido, ¿conoceré 
el placer con mi marido que es tan viejo?» (Gén 18,12). Después de 
haber sido rechazado Ismael, Sara debió perder la esperanza. Parecía 
que ya no creía en promesas lindas, ni en cualquier otra proposición o 
proyecto. Se volvió desconfiada. No debió resultarle fácil a Abrahán 
convencer a su esposa de que continuase la marcha con él. ¿Ya has 
tenido este problema con Rosa, Carlos?

2. Intervención de Dios en la vida de Abrahán y Sara
Al mensajero no le gustó mucho la risa de Sara, y dijo a Abrahán:
«¿Por qué se ha reído Sara?
¿Por qué ha dicho:
Y justamente ahora que soy vieja,
voy a dar a luz?
¿Hay algo imposible para Yavé?
Pues bien, voy a visitarte dentro de un año
y Sara tendrá un hijo»
(Gén 18,13-14).

Sara tuvo miedo e intentó defenderse: «No me he reído». Pero el 
mensajero repitió: «Nada de eso, sí que te has reído» (Gén 18, 15). 
De nada sirve querer disculpar la falta de fe. Dios la descubre.
Así estaban los dos viejos. Nuevamente con una promesa muy 
bonita pero sin ninguna garantía palpable, a no ser la propia palabra 
de Dios. Tenían que creer que Dios era capaz de realizar lo imposible. 
Y la forma concreta de esta fe en Dios era creer que Sara, mujer 
estéril y anciana, podía dar a luz a un niño.

3. La opción de Abrahán hace nacer el futuro
Los dos creyeron, y lo imposible se realizó. El hijo nació (ver Gén 
21,1-5) y fue llamado Isaac, que significa risa (ver Gén 21,6). Era para 
acordarse siempre de la risa desconfiada de Sara. De Dios no se ríe 
nadie; con él no se juega. Lo dicho, dicho está. Puedes comenzar a 
confiar y trabajar, aunque todo parezca indicar lo contrario.
Gracias a la persistencia de la fe de Abrahán, nació el hijo. Nació tal 
como Dios lo quería: ¡hijo de Abrahán y de Sara! 
Todo parecía resuelto. El camino del futuro se abría. Abrahán ajustó 
su paso al de Dios, tuvo fe en Sara y en sí mismo, y la promesa divina 
tomó forma humana de un niño. El pueblo del futuro estaba 
garantizado. ¡Gran alivio para el que tanto había sufrido! Abrahán 
tenía ahora un proyecto concreto, tenía a Isaac. Podía morir en paz. 
Finalmente...

4. Mirarse en el espejo de la historia de Abrahán y Sara
Carlos, para darte cuenta del sentido de todo esto, piensa en lo 
siguiente. Tú eres Abrahán, casado con Sara. Sara es este pueblo 
pobre e ignorante. Te llega la llamada de Dios, que dice: «Carlos, 
¡tienes que creer en Sara! ¡De ella es de quien va a nacer el futuro!» 
Tú tal vez creas, pero te aseguro que el primero que va a reírse es 
Sara, ¡el propio pueblo!
De hecho, hoy hay mucha gente desconfiada como Sara que se ríe. 
Se ríe de sí misma y de los otros que intentan construir un futuro 
mejor para sí mismos y para los demás. No creen que de ellos pueda 
nacer algo que valga la pena. Prefieren a Eliezer o a Ismael. No creen 
que pueda nacer Isaac.
Carlos, ¿acaso ya se han reído de ti o de tu trabajo en la 
comunidad? ¿Ya te han dicho alguna vez: «¡Ese tavyrongo de Carlos 
todavía cree en esas sonseras imposibles!» ¡Quién sabe si no te has 
reído de ti mismo creyendo que es inútil trabajar por el futuro de Dios, 
que es para todos. 
No sirve Eliezer, ni Ismael. Sólo sirve Isaac, que nace del propio 
pueblo, de este pueblo en el que nadie parece querer creer, ni 
siquiera el propio pueblo.

LA PRUEBA DE FUEGO RUMBO AL PROYECTO DEFINITIVO

1. El sacrificio de Isaac
El comienzo del futuro ya estaba ahí, garantizado en la persona de 
Isaac, niño débil, recién nacido. Pero, al parecer, las cosas no estaban 
todavía tal como Dios las quería. Dios es muy exigente. La Biblia 
dice:
«Después de esto quiso Dios
probar a Abrahán,
y lo llamó: ¡Abrahán! ¡Abrahán!
El respondió: Aquí estoy.
Y Dios le dijo: 
Toma a tu hijo, al único que tienes,
al que tanto amas, Isaac,
y vete al monte Moria.
Allí me lo sacrificarás en un cerro
que yo te indicaré»
(Gén 22,1-2).

¡Sacrificar al hijo! Con esta orden incomprensible todo volvía 
nuevamente al punto cero. Fue el tercer golpe que recibió Abrahán, 
¡el más fuerte de todos! Después de tantos años de lucha, cuando el 
futuro estaba tan cerca, casi al alcance de la mano, todo está a punto 
de desaparecer con la muerte del hijo. Volvió la oscuridad, sin un rayo 
de luz. El mismo Dios apagó el candil y mojó la vela. ¡Se acabó todo! 
¡Oscuridad total! ¡Adiós pueblo! ¡Adiós tierra! ¡Adiós bendición!

2. El poder de Dios que vence a la muerte
Dios había insistido en que Abrahán tuviera fe. Y Abrahán tuvo fe, 
hasta el punto de abandonar a Eliezer e Ismael. Se puso en las manos 
de Dios y caminó a oscuras. Resistió firme hasta el fin. Viejo ya, vio 
nacer el fruto de su fe, Isaac. Y ahora, sin ninguna explicación, ¡Dios 
pide que se lo sacrifique! El mismo Dios que hizo nacer el futuro, pide 
que este futuro sea eliminado. No podía entender. ¡Fue la prueba de 
fuego!
Y esta vez Abrahán no expresó su angustia ni defendió a Isaac, 
como hiciera con Eliezer e Ismael. Fue e hizo lo que Dios quería. Dio 
un salto más en el vacío sin ver nada delante. ¡Parecía un suicidio! 
¡Sacrificar a Isaac, el fundamento de su esperanza! Pero él no dijo ni 
reclamó nada; solamente caminó tres días seguidos con su hijo. Fue 
como mudo, en silencio total, testimonio vivo de su fe (ver Gén 
22,3-8). ¡No se puede entender! ¿Cómo un padre puede llegar hasta 
el punto de estar dispuesto a sacrificar a su hijo?
San Pablo reflexionó sobre este problema (ver Heb 11,17-19). 
Según él, Abrahán debe haber pensado lo siguiente: Dios quiere que 
yo sacrifique a Isaac y, al mismo tiempo, sigue prometiendo que voy a 
ser padre de un pueblo a través de este mismo Isaac. Sólo veo una 
forma de combinar estas dos cosas: ¡este Dios mío debe tener fuerza 
para sacar vida de la muerte! Por tanto, aunque yo sacrifique a Isaac, 
el niño no va a morir. ¡Al contrario! ¡El vivirá por el poder de Dios, que 
vence a la muerte!
Según San Pablo, Abrahán, a la hora de sacrificar al hijo, no quería 
la muerte. ¡Quería lo contrario! Apoyándose en la fe de que Dios es 
capaz de vencer a la muerte, él quería garantizar para siempre la vida 
del hijo y el futuro del pueblo.

3. Lo que le faltaba todavía a la fe de Abrahán
Aún nos queda una pregunta: ¿Por qué quiso probar Dios a 
Abrahán? ¿No estaba ya todo preparado después que naciera Isaac? 
¿No era ya perfecta la fe de Abrahán después de tanta lucha y 
sufrimiento? ¿Qué le faltaba todavía?
De hecho, Carlos, fuera de Abrahán todo estaba dispuesto después 
del nacimiento de Isaac. Pero, dentro de Abrahán, las cosas todavía 
no estaban como Dios las quería. Solamente después de esta prueba 
final quedaron perfectas. Lo que faltaba era lo siguiente: Abrahán 
podía pensar así: «Isaac cumple todas las exigencias de Dios. Por 
tanto, finalmente, puedo comenzar a construir el futuro, basándome en 
este hijo». Si Abrahán hubiera pensado así, habría respondido: «¡No 
voy a sacrificar a mi hijo, pues no quiero cortar la rama en que estoy 
sentado. ¡No quiero matar mi propio futuro!»
Si él hubiese pensado y reaccionado así, habría reaccionado como 
Adán y no como Abrahán. Adán es el individuo que tiene miedo de 
abandonar lo seguro por lo inseguro; no cambia el presente por el 
futuro, ni se fija en el poder de Dios porque no cree en él. Adán, como 
hemos visto, tuvo la pretensión de ser igual que Dios, dueño de la 
vida.
Si Abrahán hubiera pensado y respondido como Adán, el apoyo de 
su fe no sería Dios, sino Isaac, un hombre mortal, incapaz de 
garantizar algo que permaneciese más allá de su muerte. De Isaac tal 
vez naciese un pueblo, como de hecho nació un pueblo de Ismael (ver 
Gén 21,13), pero no sería el pueblo de Dios y de la bendición. Dios 
continuaría ausente e Isaac no pasaría de ser una linda fachada para 
disimular la falta de fe. ¡Todo habría sido en vano! ¡Nada habría 
cambiado! Abrahán habría sido recuperado para permanecer en el 
sistema antiguo de Adán.
Por eso, Carlos, era necesario purificar la fe de Abrahán, para que 
fuese llevada a la perfección, y para que por medio de ella fuese 
eliminada la causa del mal y recuperada la bendición de Dios para 
todos.

4. La obediencia de Abrahán
Abrahán no reaccionó como Adán. Para que pudiese nacer el 
pueblo, no se agarró a Isaac, sino a la Palabra de Dios, que pedía el 
sacrificio de Isaac. En pocas palabras, ¡Abrahán obedeció a Dios! (ver 
Gén 22,18). Sin ver nada delante, él lo apostó todo para ganarlo todo. 
Fue una jugada muy arriesgada. Pero fue lo más acertado. Abrahán 
apostó por Dios, que vence a la muerte. Y, gracias a esta obediencia, 
salvó la vida del hijo, salvó el futuro del pueblo y salvó la bendición 
para todos.
De hecho, cuando Abrahán sacó el cuchillo para sacrificar a Isaac, 
en ese momento intervino Dios:
«Abrahán, no alargues tu mano
contra el muchacho ni le hagas nada,
que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios,
ya que no me has negado a tu hijo,
a tu unigénito...
Juro por mí mismo que por haber hecho esto, 
por no haberme negado a tu hijo,
a tu unigénito,
te colmaré de bendiciones
y multiplicaré tanto tu descendencia,
que será como las estrellas del cielo
y como la arena de la playa
y tu descendencia se adueñará de las puertas
de sus enemigos.
Por tu descendencia serán benditas
todas las naciones de la tierra,
porque me has obedecido»
(Gén 22,12.15-18).

5. El Isaac de todos nosotros
Conviene leer muy despacio esta historia del sacrificio de Isaac (ver 
Gén 22) y recordar lo que decía San Pablo: «Esta historia para 
nosotros es un símbolo» (Heb 11, 19). ¿Símbolo de qué?
Es que todos nosotros, casados o solteros, llevamos dentro de 
nosotros un Isaac, mimado como hijo único y alimentado por nosotros 
-quién sabe- como si fuera la base de nuestra esperanza. Llevamos 
con nosotros proyectos y planes, elaborados por nuestra lógica con 
vistas a la construcción de un futuro que tal vez disimule nuestra falta 
de fe en Dios y en el pueblo. Arrastramos ideas nacidas de nuestra 
inteligencia, como hijos nacidos del padre, ideas de las que no 
queremos desprendernos porque ellas son el fundamento de nuestra 
esperanza.
Más tarde o más temprano, nos llegará también a nosotros esa hora 
en que Dios pondrá todo en limpio, para ver si reaccionamos como 
Abrahán o como Adán. El va a pedir que este Isaac sea sacrificado. 
Carlos, ¿reaccionaremos igual que Abrahán? ¿Seremos capaces de 
creer que Dios puede sacar la vida de la muerte?
Todavía conviene recordar algo a los apurados. Quien pidió el 
sacrificio de Isaac no fue Abrahán. ¡Habría sido un crimen, un 
asesinato! A Abrahán, el padre, le corresponde cuidar de la vida y de 
la salud de Isaac -de cualquier Isaac-, educarlo y corregirle los 
defectos. Quien decide la hora del sacrificio es Dios y sólo él. Por eso 
es Dueño de la vida y de la muerte. Y aun sacrificando al hijo por 
orden de Dios, el deseo de Abrahán no era ver al hijo muerto. Al 
contrario. Era garantizar la vida para siempre, no ya por su propia 
fuerza, sino por la fuerza de Dios, que vence a la muerte.

Una comparación
Carlos, en manos de Dios la vida del hombre parece una cebolla. Le 
quitas una capa, y piensas que has llegado al corazón. Pero no hay 
tal. Te encuentras con otra capa, y con otra. Mientras vas quitándole 
las capas, las lágrimas caen de tus ojos. Tú lloras. Abrahán lloró 
mucho. Al final descubres que la cebolla no tiene corazón. ¡Sólo tiene 
capas!
Así también, durante la marcha, Dios va quitando las capas. A cierta 
altura, crees que has llegado al corazón, al punto donde tenías que 
llegar, y gritas: «¡He llegado! ¡Pará! ¡Basta!» Pero la vida no para, la 
marcha continúa. ¡Dios no desiste! Y descubres que aún tienes otra 
capa para quitar. Y aquello no acaba, pataleas, reclamas y lloras. Al 
fin descubres que la vida no tiene meollo. ¡Sólo tiene capas! 
Descubres que no fuimos creados para nosotros, sino para los otros y 
para Dios.
Todo esto, Carlos, la gente lo descubre no de una vez, sino muy 
lentamente. Abrahán fue perdiendo, a través de una larga y dolorosa 
marcha, una tras otra, las capas, los falsos apoyos: Eliezer, Ismael, 
Isaac... Cada vez, de nuevo, quería llegar al centro. Pero era un 
centro falso. Al fin tuvo que entregarlo todo. No le quedó nada. Nada 
en absoluto. Así fue como lo ganó todo. Descubrió que la gente sólo 
alcanza la posesión segura de la vida cuando tiene coraje para 
ponerla sin reservas en la mano de Dios.
Mientras no lleguemos a eso, Carlos, no seremos totalmente libres, 
pues no habremos llegado a vencer en nosotros al viejo Adán, la raíz 
del mal. Además, nunca vamos a conseguir que Dios se adapte a 
nosotros ni a nuestros planes. ¡Nunca! A no ser que nosotros primero 
nos entreguemos a él y permitamos que nos quite las capas. 
Entonces, sí, él será nuestro, permanecerá a nuestro lado y estará a 
nuestra disposición, y nosotros podremos contar con él y con su poder 
divino en la lucha contra la injusticia y la maldición. Entonces seremos 
realmente libres, porque Dios nos ha liberado. Seremos como 
Abrahán: «¡Una fuente de bendición para todos!» (Gén 12, 2).


6. PASAR DEL PUEBLO DE ADAN AL PUEBLO DE ABRAHÁN

«Escúchenme ustedes, 
que anhelan la justicia,
y que buscan a Yavé.
Miren la peña de que fueron tallados
y el corte en la roca de donde fueron sacados.
Miren a Abrahán, su padre,
y a Sara, que los dio a luz;
él, que era uno solo cuando lo llamé, 
se multiplicó cuando lo bendije»
(Is 51,1-2).

EL PUEBLO DE DIOS SE FORMA Y SE ORGANIZA
Con la llamada de Abrahán comenzó a morir un pueblo maldito y a 
nacer un pueblo bendito. Fue una larga historia. El pueblo maldito 
acabó de morir cuando Jesús murió en la cruz. El pueblo bendito 
acabó de nacer cuando Jesús resucitó. Siempre que es llamado 
Abrahán, tanto ayer como hoy, un pueblo maldito se despide y se 
anuncia un pueblo bendito. Es siempre una larga historia, que sólo 
será completa y definitiva cuando Jesús entre en ella con su muerte y 
resurrección.
La historia es una lucha entre los que promueven la maldición de la 
vida y los que promueven su bendición. En este partido, Carlos, no 
hay graderías ni hinchada. En ella todos están en el campo jugando. 
Tú también, lo quieras o no. ¿De qué lado estás?
Tienes que elegir. Dios y la historia te invitan a pasar del pueblo de 
Adán para comenzar a formar parte del pueblo de Abrahán, que 
camina rumbo a la resurrección total de la vida.
El pueblo de Adán existe y se organiza de un modo. El pueblo de 
Abrahán está naciendo y se organiza de otro modo. En cada uno de 
nosotros, y en el mundo entero, estos dos pueblos están luchando 
entre sí para obtener la victoria. Nadie se libra de tomar parte y de 
definirse. ¿Lo has pensado alguna vez?

El pueblo de Adán
1. Camina sin Dios.
2. Promueve el odio y mata.
3. Se defiende vengándose.
4. Abusa de Dios con la superstición.
5. Quiere ser dueño, oprimiendo a los demás.

El pueblo de Abrahán
1. Camina con Dios
2. Destruye las divisiones que impiden el amor.
3. Sabe perdonar setenta veces siete.
4. Tiene coraje para confiar en el amor de Dios.
5. Lucha contra la opresión y procura servir.

Carlos, para saber si estás entrando en el pueblo de Abrahán, 
basta que compares tu vida y la de tus compañeros con estos cinco 
puntos que la Biblia pone ante nosotros. Ellos sirven de espejo y de 
orientación.

EL PUEBLO DE ADAN QUE SE DESPIDE

1. El viejo Adán que existe en todos nosotros
El viejo Adán se separó de Dios, perdiendo así el único apoyo que 
podía darle seguridad a su vida. Separado de la fuente, quedó 
inseguro y fue a buscar un sustituto, para que ocupara el lugar que 
pertenecía a Dios. El Adán de siempre lo que quiere es seguridad. 
Lucha para ser dueño de la vida. Pero es una lucha perdida. Es la 
lucha de la rama que se separa del tronco y que busca luego un 
charco de agua para alimentar sus hojas, que con toda seguridad se 
van a secar.
El pecado de Adán es doble. Dice Dios: «Doble mal ha cometido mi 
pueblo: Me han abandonado a mí, que soy manantial de aguas vivas, 
para hacerse aljibes agrietados, que no pueden retener el agua» (Jer 
2,13). 
Un aljibe agrietado de ninguna manera puede sustituir a una 
vertiente. ¡Nadie, ni siquiera Isaac, es capaz de llenar el lugar que sólo 
a Dios pertenece!
Este falso deseo de seguridad, fruto de la falta de Dios, es la raíz 
escondida que produce los «aljibes agrietados», los males del mundo. 
Nace muy pequeño en el corazón de cada Adán, engendra a Caín y 
Lamec, provoca el diluvio y construye este gigante de la Torre de 
Babel del mundo actual, que corrompe la vida de tanta gente.

2. Las dos caras del viejo Adán
Unos pocos intentan conseguir la posesión de la vida y la seguridad 
perdida, dominando a otros que los amenazan. Ellos tienen capacidad 
para eso porque son los dueños del dinero y del poder, de la ciencia y 
de la técnica; han conseguido el control de los medios de 
comunicación y de producción, hacen leyes para defender sus propios 
intereses y mentiras (ver Jer 8,8) y tienen a su disposición la fuerza de 
las armas. Pero todavía no se dan cuenta de que toda esta seguridad 
con el dominio sobre los demás, intentan alcanzarla mediante una 
sumisión servil. Estos tienen miedo, y por eso ponen su vida en manos 
de los grandes, para recibir a cambio la seguridad que buscan. El 
subalterno servil es muchas veces el que más aplasta a los que están 
debajo. Así muestra el otro lado del mismo vicio que le obliga a 
hacerse sumiso.
Tú, Carlos, ¿nunca te has dado cuenta de estas cosas?
Unos intentan conseguir la seguridad y la posesión de la vida por 
medio de la dominación; otros por medio de la sumisión servil. Caín y 
Lamec, el diluvio y la Torre de Babel, no existen sólo por el poder y 
por el deseo de dominar de los grandes, sino también por el ansia de 
someterse de los pequeños. La dominación injusta y la sumisión servil 
son las dos caras del mismo Adán. Son los dos lados de la misma 
medalla. Ambas son fruto de la ausencia de Dios.
El dominador existe, invertido, en el corazón del dominado. Ambos 
transforman el mundo en prisión colectiva. Prisión de oro para unos 
pocos, prisión dura e inhumana para la gran mayoría. Además, 
quieren usar a Dios para que bendiga esta prisión. Lo que Dios quiere 
es libertad. Dios no bendice aljibes agrietados, cuando él mismo es la 
única fuente que puede saciar la sed del hombre. Dios sólo bendice la 
vida.

El Adán que continúa oculto en Abrahán
En el espejo de la historia de Abrahán, Carlos, descubres que Dios 
nos educa y nos libera. El fue educando a Abrahán y tuvo mucha 
paciencia con él. Le dio hasta oportunidad de errar, para que de este 
modo pudiese descubrir sus propios fallos. Porque no todo lo que 
nacía de Abrahán y Sara era bueno. El proyecto de Ismael, fruto de 
los dos, no se ajustaba al plan de Dios.
Por eso, no todo lo que nace del pueblo es bueno sólo por el hecho 
de nacer del pueblo. El viejo Adán estaba también en Abrahán. Está 
en todos, también en el pueblo, hasta en el pueblo oprimido y en el 
pueblo llamado a caminar como Abrahán. Adán no muere por libre y 
espontánea voluntad. Sólo muere en la medida en que hagamos 
crecer la nueva conciencia de Abrahán dentro de nosotros y en 
derredor nuestro.
Aquel falso deseo de seguridad, señal de la presencia del viejo 
Adán en todos nosotros, es como el aire que la gente respira. La 
gente no se da cuenta. Se mezcla con todo y puede estar mezclado 
hasta llegar a ser maldición. En efecto, estaba mezclado y camuflado 
en los proyectos de Eliezer e Ismael, e incluso en el de Isaac.
Pues bien, combatir la maldición con tales proyectos no es sino una 
lucha de Adán contra Adán. Tal lucha no sirve para conseguir la 
libertad que Dios ofrece. Ella dejaría la raíz enterrada en el suelo de la 
vida.
Para conseguir la liberación que Dios ofrece, sólo es ventajosa la 
lucha de Abrahán contra Adán. Es la lucha más radical. pues ataca 
también a la raíz. Para recuperar la bendición de la vida no supone 
ninguna ventaja despertar en el Adán sumiso al Adán dominador. Su 
acción liberadora continuaría viciada. Es necesario despertar en Adán 
la nueva conciencia de que él es llamado por Dios para ser Abrahán.

EL PUEBLO DE ABRAHAN QUE SE VA FORMANDO

1. Cómo llama, educa y libera Dios
Dios nos llama, educa y libera, como el padre que tiene un hijo 
testarudo. «Este niño tiene la cabeza dura. ¡No acepta nada de la 
gente! La única forma es dejarle que se dé cabezazos y que vaya 
aprendiendo con ellos».
Nosotros somos como la mujer infiel del profeta Oseas. Había 
perdido los ojos para ver el bien que le hacía su marido. Por eso 
decía: «Me iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi 
agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas» (Os 2,7). Pero el amor 
de Dios es como el amor de Oseas. Sin que nos demos cuenta, él nos 
sigue, cierra con espinos el camino de nuestra traición y espera el día 
en que digamos: «Me iré y volveré a mi primer marido, que entonces 
me iba mejor que ahora» (ver Os 2,7-9). Dios nos persigue como 
perseguía a Abrahán. Cada vez que Abrahán se agarraba a algún 
falso apoyo, pensando que fuese el centro, Dios intervenían 
mostrándole que era sólo una capa.
La forma de llamarnos, educarnos y liberarnos que Dios tiene, es 
resistiendo siempre a este nuestro deseo de poseer, de dominar la 
vida y construirnos nuestra propia seguridad. De hecho, la única 
forma de que descubramos en nosotros este vicio, que viene del viejo 
Adán, es que tropecemos con alguien que nos resista, no para 
dominarnos y humillarnos, sino para que nos resista por amor, y 
ponga el dedo en nuestra llaga diciéndonos: «Nunca conseguirás ser 
el dueño de la vida porque nunca vas a conseguir dominarme a mí 
que soy el Creador de la vida. Yo soy el único que puede darte la 
felicidad y la seguridad que buscas. ¡No te queda más remedio que 
entregarte a mí!»

2. Dios nos resiste por amor
Dios nos resiste por amor. Este es el tratamiento que nos da para 
curarnos de nuestra enfermedad y para hacer brotar en nosotros la 
conciencia de Abrahán. Es un tratamiento muy doloroso. ¿Sabes por 
qué?
Porque todo en este mundo está construido sin Dios y organizado a 
partir de una falsa seguridad. Por eso, cuando Dios comienza a tener 
lugar en la vida de la gente, todo se viene abajo y surgen las 
persecuciones, como puedes observar en la vida de Abrahán y de 
tantas otras personas, principalmente de los santos.
Tenía que venirse todo abajo, Carlos, porque todo estaba fuera de 
lugar y Dios, cuando viene, viene para arreglar las cosas. El hombre 
se queda reducido a cero.
¡Casi muere! Parece que va a perderlo todo. ¡Y lo pierde realmente! 
Pero es la única forma de reencontrar en Dios la posesión perdida, la 
fuente de la vida, la seguridad para siempre garantizada por el poder 
de Dios que vence a la muerte.
Dios no tiene miedo de causarnos este sufrimiento, porque sabe 
que el hombre no va a desistir jamás. Sabe que el hombre, todos 
nosotros, no somos capaces de resistir a un gran amor. Sabe que por 
amor a la verdad somos capaces de todo, de padecer persecuciones 
y calumnias y hasta de perder la propia vida.
Carlos, ¿recuerdas la pregunta que hiciste sobre la utilidad de la fe 
en Dios para arreglar el mundo y la vida humana? Pues bien, si Dios 
entra en nuestra vida, nos hace descubrir que él no puede ser usado 
para nada. El no es instrumento de trabajo, ni para mejorar el mundo, 
ni para conservarlo como está. Nadie consigue obligarlo a entrar en 
nuestros planes. ¡Dios siempre se escapa! Es más fuerte que 
nosotros y no se deja dominar.
Dios es sólo una presencia amiga. Gracia que no se compra ni se 
paga. Pero una vez que el hombre experimenta su presencia y la 
fuerza de su amor, ya no puede vivir sin él. Era en esta presencia 
amiga de Dios donde Abrahán encontraba la fuerza para continuar la 
marcha; para abandonar a Eliezer e Ismael y sacrificar al propio Isaac. 
La presencia del amor de Dios, experimentada y vivida, es como el 
amor del noviazgo (ver Jer 2,2-3). Encierra la gran promesa de un 
futuro mayor. Hace que la novia luche y se libere de todo lo que 
molesta al novio, para, finalmente, poder casarse con él (ver Os 
2,16-24).

3. Dios es exigente y pide fidelidad total
Carlos, Dios no obliga a Adán a que se transforme en Abrahán. El lo 
deja libre. Permite incluso que tú elabores sus propios planes sin que 
te preocupes de él. Pero si quieres de verdad corregir la vida de raíz, 
tal como Dios la imaginó el día de la creación, entonces, debes 
respetarlo y seguir sus exigencias. En este punto Dios no cede. 
¡Jamás! Ni lo más mínimo. El no permite que el hombre, llamado por él 
a reconstruir la vida y recuperar la bendición, use el Nombre Divino 
para poner ni siquiera un solo ladrillo fuera de su sitio. Con él no valen 
trampas o paños calientes. Es duro de verdad, intransigente. Pide 
fidelidad total al que quiera caminar con él. Pues, en definitiva, sólo él 
es Dios, el creador de la vida.
Dios pide al hombre que tenga coraje para empezar la larga y 
dolorosa marcha que pasa por Eliezer, Ismael e Isaac, hasta que 
descubramos que nuestro aljibe está agrietado, que un aljibe no es 
una vertiente, que la vida no tiene meollo, que podemos ser los 
dueños de la vida, que sólo somos criaturas, criaturas que tan sólo 
podemos vivir y estar seguros por la gracia de Dios, nuestro Creador y 
Libertador.

4. Dios pide que tengas fe en ti mismo
La cosa más difícil para Abrahán fue confiar en sí mismo y en Sara. 
Dios pide que el hombre confíe en sí mismo, no para fortalecer en sí la 
conciencia de dueño o héroe. Eso sería fortalecer al viejo Adán. Creer 
en sí mismo significa creer que tú, Carlos, cuando tengas el coraje de 
poner tu vida en las manos de Dios, serás capaz de realizar lo mismo 
que Dios. Pues a quien se entrega a Dios, Dios ya no le resiste (ver 
Sal 90,14-16). Tal hombre, por su fe, controla el poder de Dios y es 
capaz de remover montañas (ver Mt 17,20). El instrumento de 
liberación no es Dios en manos del hombre, sino el hombre en manos 
de Dios.

Mirarnos en el espejo de la historia de Abrahán y Sara

«Abrahán, nuestro padre,
fue reconocido por Dios,
soportó muchas pruebas
y así se hizo amigo de Dios»
(Sant 2,23).

Abrahán existió y existe. Hay muchos, todo un pueblo, que, como él, 
«siguen lo justo y buscan a Dios» (Is 51,1). Estos andan por los 
caminos del mundo buscando tierra, pueblos y bendición. Pero la 
marcha de todos no es igual. Algunos no han salido aún de 
Mesopotamia. Están esperando la llamada. Todavía viven sin ver, 
adorando a los dioses de moda que provocan los crímenes de Caín, 
las venganzas de Lamec, las supersticiones del diluvio y las 
opresiones de la Torre de Babel.
Otros ya han salido y están caminando entre Mesopotamia y Harán, 
en Siria. Todavía no se dan cuenta de que Dios está con ellos. 
Todavía no ven claro, pero ya están empezando a ver. Están 
buscando una solución, llenos de buena voluntad.
Otros ya han oído la llamada de Dios y ven la misión que deben 
realizar, pero todavía no han descubierto cómo realizarla. Todavía 
creen que Eliezer de Damasco es la mejor solución. 
Otros ya han abandonado a Eliezer. Se han llevado el primer golpe. 
Ya están buscando a Ismael, el hijo de la esclava, sugerido por Sara, 
que no era capaz de confiar en sí misma ni en Dios, por se mujer 
estéril, sin futuro. Otros, ante las extrañas exigencias de Dios, han 
dejado la fe de lado y no ven en ella ninguna utilidad para el trabajo 
junto al pueblo. Se han separado y han tomado otro camino.
Otros han insistido en quedarse con Ismael. No han querido cambiar 
de idea cuando la marcha los obligaba a eso. Se han vuelto 
extremadamente violentos. Quieren bendición y pueblo, pero no será 
ni la bendición de Dios ni el pueblo de Dios. Su justicia tendrá pies de 
barro.
Otros se ríen como Sara, porque ya no entienden a este Dios que 
no se ajusta a los proyectos humanos, ni se doblega ante las 
proposiciones -tan honestas- de los hombres de bien. Se han vuelto 
incrédulos y han buscado un acomodo. Ahora sólo piensan en su 
propio futuro.
Otros creen que Isaac nacerá de Sara, pero no saben cómo. Se han 
despedido de Ismael, pero todavía no tienen el nuevo hijo. Viven en el 
vacío, pero siguen animados a pesar de todo, creyendo que el futuro 
nacerá un día.
Algunos ya han tenido a Isaac, ya poseen la garantía del futuro. 
Están cuidando de su educación y de su salud, corrigiendo sus 
defectos de niño. Pero, ciegos de amor por él, no ven sus 
limitaciones.
Algunos están empezando a darse cuenta de que Dios un día les 
pedirá el sacrificio de Isaac. Sufren horriblemente, rotos por dentro. No 
los entiende nadie. «¿Cómo pueden llegar a sacrificar el futuro, el 
único futuro que tiene posibilidad de proporcionarnos la tierra, el 
pueblo y la bendición?» Pero ellos lo hacen porque tienen fe en Dios, 
amor al pueblo y esperanza en el futuro. Son los que van a salvar la 
vida de Isaac, garantizar el futuro del pueblo de Dios y recuperar la 
bendición para todos.
Así es como Dios va entrando en la historia de su pueblo y cómo la 
historia del pueblo, de nuestro pueblo, se va aproximando a Dios que, 
finalmente, lo liberará.

¡Hasta luego, Carlos!
Hemos llegado al final de esta larga conversación. Carlos, no sé si 
lo habrás entendido todo, ni si vas a estar de acuerdo con todo. Sólo 
una cosa espero: que Abrahán y Sara te hayan planteado unas 
buenas preguntas que te ayuden en la marcha. Y no olvides que tú 
tienes una ventaja sobre Abrahán.
Tú tienes la Biblia; Abrahán no la tenía. Tenía únicamente la vida, 
con sus problemas, su fe en Dios y una larga y difícil marcha por 
delante. ¡El fue un pionero! Abrió el camino por donde ahora 
andamos. Consiguió descubrir en los complicados problemas de su 
vida la presencia de la palabra de Dios que lo llamaba a caminar y a 
combatir la maldición a favor de la bendición. Esta experiencia de 
Abrahán fue escrita en la Biblia para que nos sirva de modelo a todos 
nosotros. Por eso no puedes conformarte con aprender de memoria lo 
que dice la Biblia sobre Abrahán; debes, con la ayuda del espejo de la 
Biblia, llegar a descubrir la presencia de esta misma Palabra Divina 
dentro de tu propia vida y de la vida de tus compañeros.
Carlos, uno de tus compañeros, allá desde los montes del este, 
decía lo siguiente: «Con el pensamiento viajo hasta donde quiero en 
un instante. Pero el cuerpo no me acompaña; con los ojos viajo hasta 
el horizonte en un instante. Pero el cuerpo no me acompaña. El 
cuerpo sólo acompaña el paso de los pies. Yo he viajado mucho con 
el pensamiento y con los ojos. Pero andaba solo, separado de mis 
compañeros, que únicamente van al paso de sus pies. Eso no servía 
de ningún provecho, porque no ayudé a formar al pueblo. Ahora estoy 
volviendo atrás, hasta donde están mis compañeros, para seguir con 
ellos, al paso de sus pies, y formar así el pueblo de Dios». 
Hasta luego, Carlos. ¡Pie en marcha! Ve con Dios, que él va 
contigo.


PLEGARIA FINAL
del Salmo 73: «El Desafío del Mal»

«Señor,
ahora sé que estoy siempre cerca de ti:
tu mano me ampara, tu providencia me guía,
para introducirme en la felicidad.
Pues ¿qué puede satisfacerme,
tanto en el cielo como en la tierra,
si yo estuviere lejos de ti, Señor?
Pueden maltratar mi cuerpo,
y hasta despedazar mi corazón.
Mi vida tiene otro fundamento,
el futuro que me espera es el Dios eterno.
Lejos de ti es imposible vivir.
La infidelidad para contigo es el comienzo 
de la muerte.
Mi felicidad es estar junto al Señor.
La seguridad de mi vida es Dios para siempre».

«Abrahán, nuestro padre, 
fue probado por Dios,
soportó muchas pruebas
y así se hizo amigo de Dios»
(Sant 2,23).