Antonio Fernández Benayas

 

 

FRENTE AL MARXISMO Y

OTROS MATERIALISMOS

-Ama y haz lo que quieras-

 

 

Tercera Parte

EL MARXISMO Y OTROS MATERIALISMOS

1.- Entorno familiar y social, 89. /2.- Vivencias cristianas del joven Marx, 90. /3.- El sueño de Prometeo, 91. /4.- La Materia y la "Especie Humana", 93. /5.- La Revolución Proletaria, 96. /6.- Libros que crean doctrina, 100. /7.- La España Revolucionaria, según Marx, 102. /8.- Muere el hombre, nace el mito, 107. /9.- Fieles, revisionistas y renegados marxistas, 108. /10.-Rusia, Marxismo y Poder Soviético, 111. /11.- Desde los "soviets" al "Deutsland über alles", 116. /12.- El despertar de China, 119. /13.- Los "marxismos" de Sartre, Garaudy y Marcuse, 123. /14.-Entre la Ética y la Perestroika, 129. /15.- Marxismo y "Teología de la Revolución", 132. /16.- ¿Socialistas antes que marxistas?, 133. /17.- Entre el egoísmo de "Atlas" y la rebelión de las masas, 137. /18.- Desde los "maestros de la sospecha" a un "Materialismo Filosófico" tibiamente marxista, 143.

 

Cuarta Parte

REHACER CAMINOS DE AMOR EN LIBERTAD

1.- Vivir y ser, 151. /2.- Entre el ser y el poseer, 152. /3.- Un compromiso vital, 153. /4.- La Guerra, el Amor y la Historia, 153. /5.- La Técnica y el Tú, 155. /6.- Todo en todos, 156. /7.- La Ley Natural del Trabajo, 157. /8.- "Homo Faber", rey del Universo, 158. /9.- Trabajadores y parásitos, 159. /10.-¿Posible Democratización Industrial?, 160. /11.-El Dinero como herramienta, 161. /12.- Sombras y luces de la Revolución Tecnológica, 164. /13.- El desafío de los nuevos campos de Expansión Económica, 165. /14.- Ante el fracasado invento de "nuevos valores", 167. /15.- Responsabilidades personales ante una Democracia en gestación, 169. /16.-El lastre de una vieja y anquilosada Burocracia, 170. /17.-Sugestivo e imprescindible Proyecto de Acción en Común, 171.

Conclusión: La Verdad que nos hace libres, 173.

Bibliografía, 177.

 

 

1.- ENTORNO FAMILIAR Y SOCIAL

El rabino Marx Leví había roto con la tradición secular de la familia (cuyos orígenes conocidos se remontan al siglo XIV; uno de sus destacados miembros fue el famoso rabino Jehuda Minz, el cual fundó una brillante escuela talmúdica en Padua) al permitir a su hijo Hirschel ha-Leví Marx salir del círculo de una más rígida ortodoxia judía para seguir una educación laica para hacerse un brillante abogado y cultivado hombre de mundo, admirador de los "ilustrados" franceses y de su equivalente alemán, los "Aufklaerer". Hirschel Marx casó con Enriqueta Pressborck, hija de un rabino holandés; tuvo con ella ocho hijos, de los cuales solamente uno, el segundo, llegó a la madurez. Esté nació en Tréveris - Westfalia el 5 de mayo de 1818 y se llamó Karl Heinrich Marx: Karl ó Carlos Marx, como es universalmente conocido.

Para un brillante abogado judío era muy difícil el pleno reconocimiento social por parte de las reaccionarias autoridades prusianas; para soslayar tales dificultades Hirschel ha-Leví Marx pidió ser bautizado con toda su familia. Recibió el bautismo con sus hijos el año 1824 (su esposa, Enriqueta, fue bautizada un año más tarde). Carlos contaba seis años.

Wesfalia era y es mayoritariamente católica; pero no así el gobierno prusiano del que Wesfalia dependía en la época que nos ocupa: "poderosa razón" por la cual la familia Marx fué bautizada en el rito luterano y solamente en público hizo ostentación de confesión cristiana según la pauta oficial: "protestante a lo Lessing", lo que significa más abierto a la cultura, al arte y al diálogo que a las "complejidades del Dogma". No acusó para nada la situación de judío converso, situación que, en otros casos (Heine, por ejemplo), fuera causa de drama personal: fue aceptado plenamente en nivel social que le correspondía gracias a sus buenas maneras, simpleza de carácter, abierta simpatía y capacidad de adaptación al medio: el admirar cordialmente a Rousseau, Voltaire, Diderot u otros enciclopedistas, no le impedía manifestar cordial y pública adhesión a la autocracia prusiana. Fueron particularidades que le facilitaron una estrecha amistad con los más influyentes de la Ciudad, en especial con su vecino, el influyente barón Ludwig von Westphalen.

Funcionario distinguido del Gobierno prusiano, Westphalen había colaborado con Jerónimo Bonaparte, ocasional rey de Westfalia, en los tiempos en que la región estuvo sometida al Imperio Napoleónico. Era descendiente de los duques de Westfalia y estaba casado con Carolina Wishart, noble escocesa descendiente de los duques de Argyll.

Representaba Westphalen el tipo de liberal optimista, que manifiesta fé ilimitada en los alcances de la razón humana: era elegante, cultivado, seductor, filósofo de salón.... Apasionado por la Antigüedad clásica, cuyo "genio" veía encarnado en los tres poetas que entusiasmaban entonces a los alemanes: Schiller, Goethe y Hölderlin. Decía que, en tan ilustre compañía, era factible romper fronteras de viejos convencionalismos para vivir en estado de pura enajenación estética en la estela de los Dante, Shakespeare, Homero, Eurípides... todos ellos animados por el dios de la singularidad. Colmadas sus ansias espirituales con la poesía y la mundanal complacencia, von Westphalen presumía de total indiferencia en materia de Religión.

 

 

2.- VIVENCIAS CRISTIANAS DEL JOVEN MARX

Desde que fue bautizado hasta, al menos, sus dieciséis años, Karl Marx se ha tomado en serio el mensaje evangélico hasta el punto de sentirse conquistado por la posibilidad de colaborar en la Obra de la Redención. Así lo muestra en 1834 con un trabajo escolar de libre elección. Toma como base la parábola de "La Vid y los Sarmientos" (Jn., XV-1-14) para escribir:

Sobre la unión de los fieles con Cristo

"Antes de considerar la base, la esencia y los efectos de la Unión de Cristo con los fieles, averigüemos si esta unión es necesaria, si es consubstancial a la naturaleza del hombre y si el hombre no podrá alcanzar por sí solo, el objetivo y finalidad para los cuales Dios le ha creado..."

Luego de hacer notar cómo las virtudes de las más altas civilizaciones que no conocieron al Dios del amor, nacía de "su cruda grandeza y de un exaltado egoísmo, no del esfuerzo por la perfección total" y cómo, por otra parte, los pueblos primitivos sufren de angustia "pues temen la ira de sus dioses y viven en el temor de ser repudiados incluso cuando tratan de aplacarlos" mientras que "en el mayor sabio de la Antigüedad, en el divino Platón había un profundo anhelo hacia un Ser cuya llegada colmaría la sed insatisfecha de Luz y de Verdad"... deduce: "De ese modo la historia de los pueblos nos muestra la necesidad de nuestra unión con Cristo"

Es una unión a la que el joven se siente inclinado "cuando observamos la chispa divina en nuestro pecho, cuando observamos la vida de cuantos nos rodean o buceamos en la naturaleza íntima del hombre". Pero, sobre todo, "es la palabra del propio Cristo" la que nos empuja a esa unión.

"¿Dónde, pregunta, se expresa con mayor claridad esta necesidad de la unión con Cristo que en la hermosa parábola de la Vid y de los Sarmientos, en que el se llama a sí mismo la Vid y a nosotros los sarmientos, Los sarmientos no pueden producir nada por sí solos y, por consiguiente, dice Cristo, nada podéis hacer sin Mí"

..."El corazón, la inteligencia, la historia... todo nos habla con voz fuerte y convincente de que la unión con El es absolutamente necesaria, que sin El somos incapaces de cumplir nuestra misión, que sin El seríamos repudiados por Dios y que solo Él puede redimirnos".

El lirismo del adolescente sube de tono cuando evoca:

"Si el sarmiento fuera capaz de sentir, contemplaría con deleite al jardinero que lo cuida, que retira celosamente las malas hierbas y que, con firmeza, le mantiene unido a la Vid de la que obtiene su savia y su alimento"... "pero no solamente al jardinero contemplarían los sarmientos si fueran capaces de sentir. Se unirían a la Vid y se sentirían ligados a ella de la manera más íntima; amarían a los otros sarmientos porque el Jardinero los tenía a su cuidado y por que el Tallo principal les presta fuerza"…/"Así pues, la unión con Cristo consiste en la comunión más viva y profunda con El..." Este amor por Cristo no es estéril: no solamente nos llena del más puro respeto y adoración hacia él sino que tambien actúa empujándonos a obedecer sus mandamientos y a sacrificarnos por los demás: si somos virtuosos es, solamente, por amor a El"... /"Por la unión con Cristo tenemos el corazón abierto al amor de la Humanidad".../"La unión con Cristo produce una alegría que los epicúreos buscaron vanamente en su frívola filosofía; otros más disciplinados pensadores se esforzaron por adquirirla en las más ocultas profundidades del saber. Pero esa alegría solamente la encuentra el alma libre y pura en el conocimiento de Cristo y de Dios a través de El, que nos ha encumbrado a una vida más elevada y más hermosa".

Noble, inquieto, generoso y al margen de las conveniencias familiares, vivía entonces Carlos Marx el ilusionante encuentro con Jesucristo. Y sigue siendo noble, inquieto y generoso cuando dice en las "Reflexiones de un joven ante la elección de profesión":

"La naturaleza ha dado a los animales una sola esfera de actividad en la que pueden moverse y cumplir su misión sin desear traspasarla nunca y sin sospechar siquiera que existe otra. Si os señaló al Hombre un objetivo universal, a fin de que el hombre y la humanidad puedan ennoblecerse, y le otorgó el poder de elección sobre los medios para alcanzar ese objetivo; al hombre corresponde elegir su situación más apropiada en la sociedad, desde la cual podrá elevarse y elevar a la sociedad del mejor modo posible"…/"Esta elección es una gran prerrogativa concedida al Hombre sobre todas las demás criaturas, prerrogativa que también le permite destruir su vida entera, frustrar todos sus planes y provocar su propia infelicidad"…/"Cada hombre se marca una meta que considera importante, una meta que elige según sus más profundas convicciones y la voz más profunda de su corazón; puesto que nunca a los mortales nos deja sin guía, Dios habla en voz baja pero con fuerza..." Ha de hacerlo sin fiarse demasiado a su razón puesto que "nuestra propia razón no puede aconsejarnos por que no se apoya ni en la experiencia ni en la observación profunda y, por lo tanto, puede ser traicionada por nuestras emociones y cegada por nuestra fantasía"…/"Quien no es capaz de reconciliar los desequilibrios de su interior, tampoco podrá vencer los violentos embates de la vida, ni obrar serenamente puesto que los actos grandes y hermosos solo pueden surgir de la paz. Es la paz el único terreno que produce frutos maduros"…./"La consecuencia más lógica de la falta de paz interiores que lleguemos a despreciarnos: nada hay más doloroso que sentirse inútil... El desprecio a uno mismo es una serpiente que se oculta en el corazón humano y lo va corroyendo, chupando su sangre y mezclándola con el veneno de la desesperación y del odio hacia la humanidad"…/"Cuando lo hayamos sopesado todo y si las condiciones de la vida nos permiten elegir cualquier profesión, debemos inclinarnos por la que nos preste mayor dignidad o, lo que es igual, por aquella que esté basada en ideas de cuya verdad estemos absolutamente convencidos. Habrá de ser una profesión que ofrezca las mayores posibilidades para trabajar por el bien de la humanidad y que nos acerque al objetivo común, alcanzar la perfección a través del trabajo diario." ..."La experiencia demuestra que solamente son felices los que han hecho felices a muchos hombres"…/"Si hemos elegido, dice, una profesión desde la cual podamos trabajar por el bien de la humanidad, no desfalleceremos bajo ese peso si entendemos que es un sacrificio que se convierte en bien para todos. La alegría que experimentamos entonces no es mezquina, pequeña ni egoista: nuestra felicidad pertenece a millones de personas y nuestros actos perdurarán a través del tiempo, silenciosa, pero efectivamente; y nuestras cenizas serán regadas por las lágrimas de los más nobles hombres"...

Ése era el Karl Marx que siente la necesidad de volcar hacia los demás sus más valiosas virtualidades. Claro que, pronto, se dejaría ganar por la "corriente del siglo" hasta olvidar tan generosos proyectos y convertirse al materialismo más radical aliñado con un furibundo odio a la Religión ¿Fue la influencia de su acomodaticio y agnóstico padre? ¿La del aristócrata vecino von Westphalen quien le había dado libre acceso a su bien nutrida biblioteca y dedicaba largas horas a "pulir" las inquietudes del generoso y despierto adolescente, el cual, pocos años más tarde, le correspondería dedicándole su primer trabajo serio, la tesis doctoral con la leyenda "Al amigo paternal, que saluda todo progreso con el entusiasmo y convicción de la verdad"? ¿O, tal vez, su cambio de actitud se debió al precoz enamoramiento de su vecina (bella y refinada, según las fotos que nos han llegado) Jenny von Westphalen varios años mayor que él y agnóstica declarada?.

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3.- EL SUEÑO DE PROMETEO

Sea cual fuere la fuerza de una u otra influencia, todas ellas quedaron chiquitas en relación con lo que, para Marx representó la Universidad de Berlín, "centro de toda cultura y toda verdad" (como se decía entonces).

Compatibiliza sus estudios con la participación activa en lo que se llamaba el "Doktor Club" y con una desaforada vida de bohemia que le lleva a derrochar sin medida, a fanfarronear hasta el punto de batirse en duelo, a extrañas misiones por cuenta de una sociedad secreta, a ir a la cárcel....

Le salva el padre quien le reprocha "esos imprevistos brotes de una naturaleza demoníaca y fáustica" que tanto perjudican el buen nombre de la familia y de su novia: "no hay deber más sagrado para un hombre, le escribe el padre, que el deber que se acepta para proteger a ese ser más débil que es la mujer".

Carlos Marx acusa el golpe y distrae sus arrebatos con utópicos proyectos, "disciplinadas rebeldías", trasiego de cerveza, la bohemia metódica y vaporosa y..., tambien, encendidos poemas con que quiere

"conquistar el Todo,

ganar los favores de los dioses

poseer el luminoso saber,

perderse en los dominios del arte"

Parece que los religiosos fervores, que presidieron sus ilusiones de primera juventud, se traducen ahora en apresurada fiebre por transformar el Mundo desde una especie de descorazonador nihilismo. Lo expresa en una extraña tragedia que escribe por esa época; vale la pena recordar un soliloquio de Oulamen, el protagonista:

Destruido! ¡Destruido! Mi tiempo ha terminado.

El reloj se ha detenido; la casa enana se ha derrumbado.

Pronto estrecharé entre mis brazos a toda las Eternidad;

Pronto lanzaré maldiciones contra la Humanidad.

¿Qué es la Eternidad? Es nuestro eterno dolor,

nuestra indescriptible e inconmensurable muerte,

es una vil artificialidad que se ríe de nosotros.

Somos nosotros la ciega e inexorable máquina del reloj

que convierte en juguetes al Tiempo y al Espacio,

sin otra finalidad que la de existir y ser destruidos

pues algo habrá que merezca ser destruido,

algún reparable defecto tendrá el Universo....

¿Qué ha sucedido para que aquel joven, abierto al mundo en generosidad y propósito de trabajo fecundo, vea ahora muerta su ilusión?

Cierto que esos versos y otros muchos más con que alude quejosamente a una supuesta indiferencia de Dios, al pobre consuelo de los sentidos, a la inutilidad de las ilusiones, al torpe placer de la destrucción... son o pueden ser simples productos de ficción literaria...

Pero ¿no serán, efectivamente, reflejo de un doloroso desgarramiento de la fe, esa fe a la que se aferraba con pasión para mantener su dignidad de persona y no incurrir en lo que más temía pocos años atrás: "el desprecio a sí mismo o serpiente que se oculta en el corazón humano y lo corroe, chupa su sangre y la mezcla con el veneno de la desesperación y del odio hacia toda la humanidad?"

Tras una enfermedad que le obliga a larga convalecencia en el campo, Marx cree haber encontrado su nirvana en el idealismo subjetivo que flota en todos los círculos que frecuenta; "ya desaparecida la resonancia emotiva, escribe a su padre, doy paso a un verdadero furor irónico, creo que lógico después de tanto desconcierto". Y simula rendirse al coloso (Hegel), de cuya auténtica filiación atea y materialista le han convencido alguno de sus nuevos amigos (Bruno Bauer en particular).

Es una disimulada rendición que habrá de permitirle contraatacar mejor pertrechado, a ser posible, con las armas del enemigo y atacando por el flanco más débil.

A debilitar ese flanco se aplica en su primera obra de cierto relieve, su tesis doctoral ("Diferencia entre le materialismo de Demócrito y el de Epicuro") en donde, a la par que porfía de apasionado ateísmo ("En una palabra, odio a todos los dioses", dice en recuerdo del Prometeo de Esquilo) formula su consigna de acción para los años venideros:

"Hasta ahora, los filósofos se han ocupado de explicar el mundo; de lo que se trata es de transformarlo"

Será merced a una fuerza creadora que ha de sustituir a la "estéril idea": la "Praxis" o acción por la acción ("Destruir es una forma de crear" dirá, desde parecida óptica, el anarquista ruso Miguel Bakunín).

 

 

4.- LA MATERIA Y LA "ESPECIE HUMANA"

No está probado que el marxismo haya muerto como "idea capaz de mover ejércitos". Sigue estando disponible para cualquier caudillo capaz de presentarlo como disfraz de sus secretas intenciones de forma que un suficiente número de personas lo acepten sea como seguro de propio bienestar, sea como soporte de un nuevo orden o como punto de partida para un mundo sugestivamente irreal.

A pesar del estrepitoso derrumbamiento de no pocas experiencias políticas que decían inspirarse en él, sigue vivo el poso de una ideología que, todavía hoy, es aceptada por muchos millones de personas como un cerrado sistema capaz de responder a las eternas preguntas del hombre: ¿de dónde vengo? ¿quién soy? ¿adónde voy?

El "no era esto, no era esto lo que Marx quería o hubiera hecho", con frecuencia, sirve de tapadera a los desmanes de los llamados marxistas y también de punto de partida para nuevas experiencias las cuales ¿quien lo duda? seguirán amparándose en la filiación marxista.

Por otra parte. justo es reconocerlo, Marx sigue siendo el más ilustre mentor de cualquier forma de colectivismo más o menos discreto, desde el más radical al más desvaído sea éste el llamado "socialdemocracia al estilo nórdico".

En la actualidad, entre los "ideólogos de izquierda", se acepta sin dificultad que el marxista es el más científico de los socialismos; tal como Marx y Engels, sus mentores, lo consideraban así desde su "Manifiesto Comunista", en que presentaban y representaban al "Socialismo Científico" por oposición a los "socialismos utópicos, reaccionarios, burgueses, pequeño-burgueses..." ninguno de los cuales contaba con el aval de las últimas conquistas de la Ciencias Naturales, de la Economía Política y del Pensamiento.

Tenemos serias dudas sobre la total ausencia de fé cristiana en el Carlos Marx ya maduro, tanto que nos sentimos tentados a sostener que el marxismo es, ni más ni menos, que una herejía del cristianismo tal vez nacida de una descorazonadora rebeldía.

En el Sistema (¿o religión?), se cuenta con una Omnipotencia (la autosuficiencia de la materia, Gea reentronizada), un Enemigo (la Burguesía), un Redentor (El Proletariado), una Moral (todo vale hasta el triunfo final), una Cruzada (la confrontación sin cuartel), un Paraiso (la sociedad sin clases)... Todo ello desde una proclamada "fé materialista" y en abierta rebeldía contra todo lo que recuerda a Jesús de Nazareth

A los dieciocho años, Marx se matricula en la Universidad de Bonn para pasar pronto a la Universidad de Berlín. Aquí, ya lo hemos dicho, se vivía de la estela intelectual de Hegel; son los tiempos de la pasión especulativa según esas líneas de discurrir llamadas la "derecha hegeliana" con sus coqueteos al orden establecido y la "izquierda hegeliana", Freien o "jóvenes hegelianos", con su rebeldía y con un ostensible ateismo testimonial.

Marx se adhiere a la izquierda hegeliana: busca en ella el medio para ejercer como intelectual de futuro y hace suya la búsqueda de raices materialistas al panlogismo de Hegel. Colecciona argumentos para desde, un materialismo sin fisuras, asentar la plena autoridad de un joven doctor que no oculta su intención de marcar la pauta, ya no a la sociedad en que le ha tocado vivir, sino tambien, al mismísimo futuro de toda la humanidad: ello será tanto más fácil si se apoya en una apabullante originalidad.

Cuando, en los libros de divulgación marxista, se abordan los "años críticos" (desde 1.837 hasta 1.847), parece obligado conceder excepcional importancia a la cuestión de la alienación ó alienaciones (religiosa, filosófica, política, social y económica) que sufriría en su propia carne Carlos Marx: la sacudida de tales alienaciones daría carácter épico a su vida a la par que abriría el horizonte a su teoría de la liberación (o doctrina de salvación).

Si rompemos el marco del subjetivismo idealista, que Marx y sus colegas hacían coincidir con la "subyugante" forma de ser de la Materia, alienación no puede tener otro sentido que condicionamiento, algo que no tiene por que ser inexorable.

Sin duda que el propio Marx distó bastante de ser y manifestarse como un timorato alienado: fue, eso sí, un intelectual abierto a las posibilidades de redondear su carrera.

En esa preocupación por redondear su carrera, pasó por la Universidad, elaboró su tesis doctoral, estudió a Hegel, criticó a Strauss, siguió a Bauer, copió a Feuerbach, a Hess, a Riccardo, a Lasalle y a Proudhon, atacó la Fé de los colegas menos radicales, practicó el periodismo, presumió de ateo, se cebó en las torpezas de los "socialistas utópicos", presentó a la lucha de clases como motor de la Historia, predicó la autosuficiencia de la Materia, formuló su teoría de la plus-valía, participó activamente en la Primera Internacional, criticó el "poco científico buen corazón" de la social democracia alemana de su tiempo, que ponía en tela de juicio el trabajo de los más débiles (mujeres embarazadas o ancianas y niños menores de diez años) y, en fin, publicó obras como "La Santa Familia", "La Miseria de la Filosofía", "El Manifiesto Comunista", "El Capital"... Todo ello, repetimos, más por imperativos de su profesión que por escapar o ayudar a escapar de la "implacable alienación".

Era novedoso y, por lo tanto, capaz de arrastrar prosélitos el presentar nuevos caminos para la ruptura de lo que Hegel llamara conciencia desgraciada o abatida bajo múltiples alienaciones. Cuando vivía de cerca el testimonio del Crucificado apuntaba que era el amor y el trabajo solidario el único posible camino; ahora, intelectual aplaudido por unos cuantos, doctor por la gracia de sus servicios al subjetivismo idealista, ha de presentar otra cosa.

¿Por qué no el odio que es, justamente, lo contrario que el amor? Pero, a fuer de materialista, habrá que prestar "raices naturales" a ese odio. Ya está: en buena dialéctica hegeliana se podrá dogmatizar que "toda realidad es unión de contrarios", que no existe progreso porque esa "ley" se complementa con la "fuerza creadora" de la "negación de la negación"...

¿Qué quiere esto decir? Que así como toda realidad material es unión de contrarios, la obligada síntesis o progreso nace de la pertinente utilización de lo negativo.

En base a tal supuesto ya están los marxistas en disposición de dogmatizar que, en la historia de los hombres, no se progresa más como por el perenne enfrentamiento entre unos y otros: la culminación de ese radical enfrentamiento, por arte de las "irrevocables leyes dialécticas" producirá una superior forma de "realidad social". Y se podrán formular dogmas como el de que "la podredumbre es el laboratorio de la vida" o el otro de que "toda la historia pasada es la historia de la lucha de clases", entendiendo por "clase" cada una de las materializadas agrupaciones de la especie humana.

En ese odio o guerra latente, tanto en la Materia como en el entorno social, no cabe responsabilidad alguna al hombre cuya conciencia se limita a "ver lo que ha de hacer" por imperativo de "las fuerzas y modos de producción".

Asentado en tal perspectiva, de lo único de que se trata es de que la subsiguiente producción intelectual y muy posible ascendencia social gire en torno y fortalezca la peculiar expresión de ese subjetivismo idealista de que tan devotos son los personajes que privan en los actuales círculos de influencia.

Epígono de Marx y compañero en lo bueno y en lo malo fue Federico Engels, de quien proceden algunas formulaciones del llamado Materialismo Dialéctico.

Ambos aplican y defienden la dialéctica hegeliana como prueba de la autosuficiencia de la materia, cuya forma de ser y de evolucionar marca cauces específicamente dialécticos a la historia de los hombres "obligados a producir lo que comen" y, como tal, a desarrollar espontáneamente "los modos y medios de producción".

Por la propiedad o no propiedad de esos "medios de producción" se caracterizan las clases y sus perennes e irreconciliables conflictos..., de forma que creencias, moral, arte o cualquier expresión de ideología es un soporte de los intereses de la clase que domina.

El Proletariado, última de las clases, está llamado a ser el árbitro de la Historia en cuanto sacuda sus cadenas ("lo único a perder") e imponga su dictadura, paso previo y necesario para una idílica sociedad sin clases y, por lo mismo, en perpetua felicidad.

Eso y no más es el "socialismo científico" o teoría que enseña cómo la materia es autosuficiente, evoluciona en razón a estar sometida en todo y en cada una de sus partes a perpetuas contradicciones en que se basa su propia razón de ser. Esta misma materia, en sus secretos designios, alimentaba la necesidad de que apareciera el hombre, que ya no es un ser capaz de libertad ni de reflexionar sobre su propia reflexión: es un ser cuya peculiaridad es la de producir lo que come. Como todo otro elemento material, el hombre está sometido, en su vida y en su historia, a perpetuas contradicciones, luchas, que abren el paso a su destino final cual es el de señorear la tierra como especie (no como persona) que aprenderá a administrar sus placeres.

Este era el sueño de muchos divulgadores coetáneos de Marx, algunos muy cercanos a él como el referido Moisés Hess, quien, de forma infinitamente menos cultivada, le había presentado una síntesis de eso que hemos llamado las "tres fuentes del socialismo marxista".

El propio Marx, su inseparable Engels e infinitos ideólogos subsiguientes presentan al Sistema (o religión) marxista como "socialismo científico": Es "socialismo" porque ellos lo dicen y es ciencia, porfían, porque, desde el materialismo y por caminos "dialécticos" (el súmmum del discurrir en la Europa pos napoleónica), rasga los velos del obscuro idealismo alemán, porque encierra y desarrolla los postulados de la "Ciencia Económica" inglesa (recuérdese a Adam Smith, Riccardo, etc.), porque enfrenta la realidad social a las utopías de otros socialistas (Saint Simón, Owen, Fourier, Proudhon, etc.)

El "acta de fe" y la mayor requisitoria contra los otros socialismos (sentimentaloides, farfulleros, utópicos, burgueses...) lo constituyó, sin duda alguna, El Manifiesto Comunista, "libro sagrado" del revolucionarismo mundial.

 

5.- LA REVOLUCIÓN PROLETARIA

Es entre los años 1843 y 1848 cuando Marx considera superada su dependencia teórica de Hegel y sus acólitos, los "mercaderes de filosofía", para centrar su atención en los diversos movimientos socialistas de la época y en las "científicas aportaciones" de Smith, Riccardo, Malthus, etc... y formular lo que no se recatará de presentar como "socialismo científico", al que identifica con el genuino Comunismo.

Es para Marx el momento de la acción y de hilvanar sin titubeos su método y su teoría o, lo que es igual, de perfilar la lógica en que hacer valer sus "verdades". Se muestra convencido de que "más que teorizar lo que procede es obra" ("Manuscritos 1844"). Es un obrar expresado en una acción social-revolucionaria que presenta como inevitable consecuencia de la evolución en los medios y modos de producción.

Ya Carlos Marx se dice comunista, pero será lo que podríamos llamar un comunista "ilustrado": racional más que sentimental, cauteloso más que espontáneo, cerebral más que visceral, existencial más que puramente coyuntural, analista frío más que juguete de tal o cual circunstancia: manifestándose comunista y revolucionario, puede decir Marx que en él confluyen el pensamiento y la acción, que obra por que piensa y piensa porque obra...

Asegura Marx que su obra y pensamiento van en el sentido de la Historia, en perpetua tensión social como natural consecuencia del carácter y evolución de la Materia, única realidad substancial que admite. Esa tensión social produce, inevitablemente, sucesivas revoluciones como pasos previos hacia mayores niveles de libertad.

Pero Marx no ceja en su afán de teorización hacia la formulación de una concepción completa, totalizante, del ser y del devenir de todo lo existente. Es una concepción que habrá de ser explicitada por cauces radicalmente materialistas: supone un Materialismo Dialéctico (a cuya definición se aplicará primero Engels y, después, Lenin y Stalin) según el cual la materia evoluciona por el "enfrentamiento o choque y síntesis de contrarios" y un Materialismo Histórico, que explica las diversas etapas de la historia como directa consecuencia de los medios y modos de producción.

Aunque siempre presumió Marx de contar con argumentos irrebatibles para su Materialismo, nunca éstos pasaron de la categoría de supuestos, cuya aceptación tuvo y aún tiene que ser objeto de fé, circunstancia que obliga a los fieles a vivir en el ámbito de la religiosidad.

Los años que siguen a 1844 son los años de cobertura de la tabla rasa, presentada como tal por una crítica desarrollada desde la progresiva "liberación" de la Religión, de la Filosofía y de la Teoría Política tradicionales. Son los años del parto del Sistema o Religión marxista.

En sus obras "Die Heilige Familie" (1845), "Thesen über Feuerbach" (1845) y "Die Deutsche Ideologie" marca Marx sus diferencias tanto con los otros críticos como con el materialismo de Feuerbach, al que acusa de contemplativo y demasiado teórico. También se enfrenta a Hegel el cual, si, según Marx, descubrió el camino del progreso o alquimia esencial entre pensamiento y acción (la Dialéctica) no acertó a romper las cadenas de la abstracción y del sin-sentido.

Todo ello porque él ha descubierto la piedra angular en que se ha de basar la ciencia del futuro: la revolución proletaria por la cual el Proletariado se erige en árbitro de la Historia. Lo será no porque se lo merece o porque así lo dicta la Justicia si no por ser necesaria consecuencia de los actuales modos y medios de producción.

Vive en París y son tiempos difíciles en que, agotados sus recursos económicos, su esposa Jenny ha de regresar con las dos niñas mayores a Alemania, a la casa de su madre, la baronesa Carolina von Westphalen. Marx tiene ocasión de comprobar lo artificioso de las nuevas amistades que se ha hecho (salvo la del siempre fiel Engels). También comprueba la estéril exaltación o rampante mediocridad de sus compañeros de lucha: hablan de sangre y de rebeldía, pero en un plano puramente especulativo y sin un serio compromiso de acción continua y disciplinada. Marx lo ve desde la trágica soledad de un Prometeo con todas las energías de su juventud encadenadas a la retórica de circunstancias, mientras que el mundo real del trabajo y de la explotación "burguesa" sufre todas las miserias y todas las miserias e infamias fermentando y pudriéndose en una caldera a punto de estallar. Ve cercano ese estallido y sueña con que, al producirse, se abrirán los horizontes al mundo de la "sociedad sin clases": "la podredumbre, dirá, es el laboratorio de la vida".

Ciertos incisivos artículos de Marx despiertan las iras del embajador alemán y la intervención del gobierno Guizot que decreta la expulsión de Marx, quien se traslada desde París a Bruselas, en donde reside tres años.

A poco de llegar a Bruselas, se afilia Marx a la llamada "Liga de los Justos" cuyo promotor principal es Weitling, sastre alemán con más corazón que cabeza. La tal "Liga de los Justos", por iniciativa de Marx, pronto se llamará Liga Comunista y ajustará su estrategia a los dictados de Marx, quien, en abierta pugna contra el "sentimentalismo" de Weitling, proclama que "tan peligrosa e inútil es una teoría alejada de la concreta acción revolucionaria como una acción impulsiva que responda a irracionales dictados del sentimiento".

Sobre las tormentosas relaciones entre ambos líderes comunistas nos ilustra el testimonio directo del ruso Anienkof al tiempo que nos hace un retrato de Marx:

"Representaba Marx, dice Anienkof, el tipo de hombre compuesto de energía, fuerza, voluntad y convicción inflexibles; era impresionante su mismo aspecto exterior: de espesa cabellera negra y manos cubiertas de vello, ofrecía el aire de un hombre, que tiene el derecho y la fuerza de exigir respeto; no obstante, en ocasiones, sus gestos y manera de comportarse llegaban a ser cómicos. Eran sus movimientos ordinarios, aunque atrevidos y seguros; cuando pretende evocar el saber-estar mundano sus modales no pasan de la parodia; si se da cuenta de ello, desprecia olímpicamente cualquier tipo de corrección. Su voz tajante y metálica armoniza con los juicios radicales que dirije a hombres y cosas; no se expresa más que con palabras imperativas y marcadas con un tono que produce una impresión casi dolorosa. Con cuanto dice y expresa transmite la convicción profunda de quien tiene la misión de dominar los espíritus y prescribir leyes: delante de mí tenía un dictador tal cual la imaginación me había previamente dictado".

Frente a Marx ve Anienkof al "sastre Weitling como un elegante joven rubio vestido como un maestrillo y con la perilla coquetamente recortada; me pareció, más bien, un viajante de comercio que el obrero sombrío, amargado y encorvado bajo el peso del trabajo y de las preocupaciones... cual esperaba ver".

Al recordar una ilustrativa reunión de la Liga Comunista Anienkof también cita a Federico Engels, "de aspecto severo y alta estatura, derecho y distinguido como un inglés". Al parecer, fue Engels el que abrió la reunión con una detallada exposición sobre planes y acciones; lo describe así el citado Anienkof:

"Fue una exposición cortada en seco por Marx con ásperas acusaciones contra Weitling: Dínos, Weitlingg, tú quien, con una peculiar propaganda has hecho tanto ruido en Alemania y has atraído a tus filas a tantos obreros a los cuales has hecho perder su situación y su trozo de pan... dinos con qué tipo de argumentos defiendes tu agitación social-revolucionaria y con qué fuerza cuentas apoyarla en el futuro...". "La balbuciente respuesta de Weitling, que habló mucho, pero de manera poco concisa" fue interrumpida por Marx, el cual, frunciendo las cejas en un acceso de cólera, señaló como "una simple trampa el hecho de levantar al pueblo sin darle las bases sólidas para su actividad revolucionaria... Particularmente, dirigirse a los obreros alemanes sin tener ideas rigurosamente científicas y una doctrina concreta es tanto como jugar sin conciencia ni fundamento; juego que supone un apóstol demagogo e iluminado frente a unos pocos imbéciles que le escuchan con la boca abierta...". "He ahí, añadió de improviso Marx señalándome a mí con un brusco gesto, un ruso en cuyo país tal vez tú, Weitling, podrías tener éxito: es en Rusia en donde únicamente pueden crearse asociaciones compuestas de maestros y discípulos absurdos. En un país civilizado como Alemania no se puede hacer nada sin una doctrina concreta y bien hilvanada. Por lo tanto, cuanto has realizado hasta ahora es simple ruido, es provocar una inoportuna agitación y es, por supuesto, arruinar la causa misma por la que se combate".

La vacilante respuesta exculpatoria de Weitling fue interrumpida violentamente por el propio Marx que

"se levantó y dio sobre la mesa tan fuerte puñetazo que vaciló la lámpara: Jamás, gritó, la ignorancia ha aprovechado a nadie".

Frente a los socialismos en nombre de la Justicia o de la Solidaridad entre los humanos (predicados por Weitling, Proudhon e, incluso, por el propio Bakunín, partidario de la violencia sin control) se alzó el comunismo de Marx, ya definido en 1841 por Moisés Hess al hilo de lo tomado del idealismo alemán, la economía política inglesa y el socialismo francés: será un comunismo despojado radicalmente de todo ciego sentimentalismo y, también, de cualquier supuesto ajeno a las "determinaciones" de la Historia: será un "socialismo científico" determinado por las leyes que rigen la evolución de la Materia Autosuficiente.

Ese Comunismo o "socialismo científico" tomó cuerpo al hilo de las revoluciones que sufrió Europa en la mitad del siglo XIX, aunque no influyó para nada en ellas. Fue Lenín el que lo convirtió en idea fuerza o fundamentalismo religioso (fé ciega en el dogma materialista) con que copar el poder de la inmensa Rusia y desde allí convertirlo en imperialismo ideológico para una buena parte de la Humanidad. En el período de apunte (que no detallada elaboración) de sus principios por parte de Marx y Engels quiso ser el "tiro de gracia" de todos los otros socialismos y comunismos a la par que el más autorizado portavoz del sentido de la Historia. Así se intenta hacer ver en el Manifiesto Comunista que, redactado por Marx y Engels, vio la luz el mismo mes que la tercera revolución francesa (la de febrero de 1848, que derrocó la Monarquía de Julio, a su vez, producto de la revolución de julio de 1830, subsiguiente al estado de cosas que produjo la de 1897, la primera o genuina Revolución Francesa con su secuela napoleónica y anacrónica restauración de los "Capetos".)

Desde su publicación, el Manifiesto Comunista ha querido ser el catecismo de todas las subsiguientes revoluciones: escrito con crudeza y concisión, derrocha lirismo épico para presentar al Héroe del Futuro. Es un héroe que reconquistará todos los derechos posibles por que se ha forjado en el sufrimiento: trabaja sin apenas descanso y está libre de todas las debilidades del ocio y de la especulación estéril; nace de la Tierra y mira hacia ella como a su posesión natural y definitiva a la vez que como al ser que, con terribles dolores y angustias, parirá para él una nueva personalidad.

Pero es un "héroe" que no ama, que ha renunciado definitivamente a un Amor, entendido como vuelco hacia los demás de lo mejor de sí mismo. El héroe que, desde su radical materialismo, presentan Marx y Engels es un ser gregario que necesita al odio y la coartada de la conciencia colectiva para alzarse como destructor implacable de todo lo que no es él y su circunstancia.

Ese pretendido protagonista de la futura historia, héroe nacido de las grandes ensoñaciones del propio Marx aparece difuminado en lo que resulta una mágica figura: la del Proletariado, ente colectivo en que toma cuerpo aquel otro héroe de los tormentosos veinte años de Marx: el resentido Oulamen que ahora deja de mirar al cielo para centrarse en lo pura y simplemente material, hijo de los actuales modos y medios de producción que "encarnan nuevas condiciones de existencia" y, por lo tanto, enterrarán todo lo viejo para presentar una nueva familia, una nueva moral, una devoción absolutamente atea y materialista (podría llamarse religión), una muy distinta forma de vivir puesto que

"las leyes, la moral la religión.... constituyen a sus ojos otros tantos prejuicios burgueses o convencional disfraz de los intereses de clase".

Si las anteriores revoluciones "fueron revoluciones de minorías realizadas en interés de minorías" la próxima e inminente afectará a toda la Humanidad porque hará saltar la superestructura de todas las capas sociales que forman la sociedad oficial".

Para Marx la seguridad de que tal ha de suceder está en el hecho de que

"las concepciones teóricas de ninguna forma descansan sobre ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador de moda... son la expresión general de las condiciones efectivas de una evidente lucha de clases, de un movimiento histórico desarrollado ante nuestros ojos".

Cuando se produzca el triunfo del Proletariado, éste "se manifestará despótico contra los derechos de propiedad y condiciones burguesas de producción y se aplicará a reorganizar revolucionariamente la Sociedad teniendo presente que su energía depende de que las viejas formas sean definitivamente abolidas" hasta lograr imponer "una asociación en la cual la libertad de actuación de cada uno sea la libertad de actuación de todos".

Al final de su Manifiesto, Marx como descubridor que pretende ser del meollo de la Historia (predeterminada en su desarrollo por las implacables leyes a que, según supuestos del mismo Marx, se ajusta la evolución de la Materia) y, también como apóstol capaz de conquistar para el Materialismo Ateo a todas y cada una de cuantas voluntades integran el Proletariado, proclama:

"Los comunistas desdeñan el disimular sus ideas y proyectos. Declaran abiertamente que no pueden alcanzar sus objetivos si no es destruyendo por la violencia el viejo orden social...

"¡Que tiemblen las clases dirigentes ante la sola idea de una revolución comunista! Los proletarios no pueden perder más que sus cadenas mientras que, por el contrario, tienen todo un mundo a ganar!"

"¡¡Proletarios de todos los países, uníos!!"

El "Manifiesto Comunista" es, pues, el Catecismo de la Revolución o un Breviario de las ideas maestras de una Nueva Religión sin otro dios que la pura y dura Materia. Será una "Religión" o cúmulo de creencias sobre postulados a demostrar como la de desentrañar las supuestas "leyes dialécticas por las que se rige la Naturaleza" (Lenín y Stalin promovieron toda una "Escolástica" al respecto), pero según una pauta definitivamente perfilada por Marx: así nos lo asegura Engels, quien, hasta su muerte, en 1893) se preocupó de recopilar el amplio "material testimonial" que, en apuntes y diversas publicaciones, esbozó Marx y él mismo trató de sistematizar sin demasiada convicción en su "Dialéctica de la Naturaleza".

Es mucha la fé que se necesita para aceptar como válidos todos los supuestos sobre la pretendida autosuficiencia y poder determinante de la pura y dura Materia, en especial, su aplicación práctica. Así lo han visto muchos de los más o menos auto reconocidos marxistas, desde Roger Garaudy a Karl Korsch, cuya es la siguiente observación:

"Carece de sentido plantear el problema de hasta qué punto la teoría de Marx y Engels es válida y susceptible de aplicación práctica. Todos los intentos de aplicarla a la mejora de la clase trabajadora son ahora utopías reaccionarias".

Numerosas lecciones de la reciente historia revalorizan tal afirmación de ese buen conocedor de la doctrina marxista.

 

6.- LIBROS QUE CREAN DOCTRINA

Un breve repaso a los más conocidos escrito de Marx nos ayudará a comprender el sentido y alcance de sus propósitos e inquietudes.

Differenz der demokritischen und epikureischen Naturphilosophie, tesis que le valió el título de doctor por la Universidad de Jena en abril de 1841 (tenía entonces 23 años). Es su acta de ruptura con la Religión: "en una palabra, odio a todos los dioses", dice repitiendo una frase del Prometeo de Esquilo.

Kritik des hegelischen Staatsrechts, escrita de recién casado en el verano y otoño de 1843, "toma de conciencia" de la "alienación filosófica, versión de la alienación religiosa e imagen abstracta de la alienación política": "La crítica del cielo se transforma en crítica del derecho, la crítica de la teología en crítica de la política".

Die Judenfrage, escrita a finales de 1843 como crítica a las posiciones políticas de Bauer: influido por lo que, más tarde, llamará socialismo utópico, declara que la emancipación polìtica es la condición de la verdadera emancipación humana. Se hace fuerte en el materialismo de Feuerbach, "purgatorio de nuestro tiempo".

Einleitung, 1844. Ya estima Marx que al idealismo hegeliano ha de sucederle la estricta unidad entre pensamiento y acción, ésta como producto directo de la realidad y no la inversa (la libertad como conocimiento de la necesidad y no como resultado de una soberana voluntad). Encuentra en el Proletariado al elemento que ha de marcar la pauta a la ciancia o filosofía de los nuevos tiempos: "Del mismo modo que la Filosofía encuentra en el Proletariado su fuerza material, éste recibe de la filosofía su fuerza intelectual".

Manuscritos de 1844 (publicados 50 años despues de la muerte de Marx). Muchos autores han visto en ellos la base doctrinal del "humanismo marxista" (término que repugnaría al propio Marx). Ataca Marx a la dialéctica hegeliana de la que dice es obligado colocar patas arriba para entresacar de ella los elementos aprovechables, es especial, la Ley de Contrarios, "descubrimiento" en el que, los escolásticos marxistas (Engels incluido) querrán hacer ver la prueba irrefutable de que la Naturaleza y la Historia se rigen por "Leyes dialécticas" sin necesidad alguna de un "Arquitecto" o "Creador".

Die Heilige Familie oder Kritik der kritischen Kritik gegen Bruno Bauer und Konsorten, febrero 1845. Es el primer libro escrito en colaboración con Engels. Uno y otro se esfuerzan por demostrar que están libres de toda traza de idealismo, justo lo contrario de cuantos "jóvenes hegelianos" presumen de realismo materialista o de ateismo militante: todas las réplicas y críticas del hegelianismo y de la religión oficial por parte de esa Santa Familia están inspiradas por principios religiosos.

Thesen über Feuerbach, 1845. Hace valer Marx las diferencias entre elk propio materialismo y el defendido por Feuerbach; el de éste es un "simple humanismo religioso" cuya base en nada se diferencia de los viejos materialismos mientras que el otro es "de carácter científico en cuanto nace de una estrecha conjunción entre teoría y práctica y se apoya en las leyes dialécticas que rigen la dinámica natural y social".

Die Deutsche Ideologie, 1845-1846. Nueva requisitoria de Marx y Engels contra los "Freien", todos ellos, según Marx, presas de alienación religiosa, mientras que la propia ideología es la única que responde a las leyes en que se apoya el nuevo materialismo: "ninguno de esos filósofos ha tenido la idea de preguntarse sobre las relaciones de la filosofía alemana con la realidad alemana, sobre las relaciones de su crítica con la realidad material de su alrededor".... porque "los hombres modifican la realidad social, su pensamiento y los productos de su pensamiento solamente desarrollando su producción material..."

Misère de la Philosophie, 1847, escrita originalmente en francés como réplica a la Filosofía de la Miseria, de Pedro José Proudhon. Ridiculiza Marx el posicionamiento humanista del socialista francés para insistir sobre el carácter científico de unos principios, los suyos, derivados de la que presenta como única realidad evidente, la realidad material, fuerza motriz de todo el acontecer histórico. Marx esboza en esta obra lo que se llamará "Materialismo Histórico".

Manifest der Kommunistichen Partei, febrero de 1848. Es el acta de declaración de guerra a la "sociedad burguesa" en nombre del "Comunismo" o "Socialismo Científico", que ha de comprometer a los "proletarios de todo el mundo que no tienen otra cosa que perder que sus cadenas". A diferencia de todos los otros socialismos, el "socialismo científico" apoya la fuerza de su argumentación en la observación directa de que "la historia de toda la sociedad pasada es la historia de la lucha de clases" y de que esta continua tensión social es consecuencia directa de los "modos de producción".

Lahnarbeit und Kapital, 1849. Declara Marx que el Trabajo "es una mercancía que el asalariado vende al Capital", de donde resulta que "Capital no es más que Trabajo acumulado". Dice también que "las relaciones sociales de producción... cambian, se transforman, por la evolución y desarrollo de los medios naturales de producción, de las fuerzas productivas". A medida que el Capital crece, supone Marx, el asalariado se encuentra tanto más desposeido de su haber: "cuanto más el capital productivo crece, tanto más el Trabajo y el maquinismo ganan en extensión; cuanto más se extienden la división del Trabajo y del maquinismo tanto más se intensifica la competencia entre trabajadores y tanto más disminuye su salario"

Zur Kritik der politischen Oeconomie, 1859. Desarrolla en el plano histórico las tesis defendidas en la obra anterior y brinda un anticipo de lo que ha de ser su principal obra sobre Economía Política ("Das Kapital"). Se reafirma en el postulado de que en el factor económico está la raiz de todas las alienaciones: "es en la economía política en donde se ha de buscar la anatomía de la sociedad civil".

Adress and provisional Rules of the Working Men's International Association, es el documento que a Marx permite erigirse en porftavoz de la Primera Internacional o "Asociación Internacional de Trabajadores".

Das Kapital, Kritik der Politischen Oeconomie", en 1867 el primer tomo. "Los primeros capítulos, los describe Marx en una carta al editor de la edición francesa, van dedicados a razonamientos abstractos, preliminar obligado de las candentes cuestiones que apasionan los espíritus... Gradualmente, se llega a la solución de los problemas sociales". Con la predisposición que le dicta su adscripción al materialismo radical, se ataca Marx a la Sociedad de su tiempo y a los economistas que, cual Adam Smith, se erigen en portavoces de los afanes capitalistas. Su crítica no implica el que Marx rompa con la herencia burguesa en lo que respecta a la presentación del hombre como simple "categoría económica", puesto que, muy claramente, hace constar: "si no he pintado de color de rosa al capitalista y al rentista, tampoco les he considerado más allá de simples categorías económicas, soportes de los intereses de determinadas relaciones de clase: mi punto de vista según el cual el desarrollo de la formación económica de la Sociedad es asimilable a la marcha de la Naturales y de la Historia. Por ello no procede presentar al hombre como responsable de unas relaciones económicas de las que no es más que una directa consecuencia". Como ya lo aseguró en el "Manifiesto Comunista", Marx insiste en que son inminentes la eliminación de la Burguesía y el triunfo del Proletariado. Con ese objetivo final hace el análisis de los diversos fenómenos económicos en tres volúmenes titulados "El Proceso de producción del Capital", "El Proceso de circulación del Capital" y "El Proceso de producción capitalista en su conjunto". Hasta el fin de su vida Marx consideró a "Das Kapital" su obra cumbre de forma que, tal como confiesa en carta a Engels, "fueron pequeñeces todo lo que había escrito hasta entonces". Será por lo que respecta a lo detallado y farragoso de la exposición puesto que su argumento e idea-madre estaban ya definidos desde muchos años antes: El materialismo radical que late en todas las páginas de "Das Kapital" ya fue definido en aquella tesis doctoral en que se proclamaban el odio abierto a todo principio religioso ("odio a todos los dios", recuérdese); las teorías sobre "plusvalías" y procesos del "régimen de producción capitalista", los apuntes y consideraciones sobre "la cuota y reparto de beneficios, la tensión entre las clases y las crisis del régimen capitalista" tienen su previa referencia en el "Manifiesto Comunista" y obras subsiguientes.

Como referencia final a la producción literaria de Marx (al margen de sus obras menores y artículos de periódicos, cabe citar el "Anti During" (1878), firmado por Engels pero con una substancial aportación de Marx (décimo capítulo de la segunda parte). Aquí se exponen los principales postulados ("Ley de Contrarios", "Ley de negación de la Negación", etc...) de lo que ambos llamaban "Dialéctica de la Naturaleza".

Tener en cuenta tales postulados permitirá a Plejanof presentar al Marxismo como "Materialismo Dialéctico", especie de metafísica en la que, con los mismos términos de la rancia escuela hegeliana, se intenta demostrar la plena autosuficiencia de la Materia y consecuente inutilidad de un Creador, llámese Dios, Supremo Hacedor o Gran Arquitecto.

 

7.- LA ESPAÑA REVOLUCIONARIA, SEGÚN MARX.

Nos parece de interés el conocer lo que Marx pensaba de la España de entonces. Sobre ello nos ilustra un artículo que le publicó el New York Daily Tribune (9 de septiembre de 1854) con el título de La España Revolucionaria.

La revolución en España ha adquirido ya el carácter de situación permanente hasta el punto de que las clases adineradas y conservadoras han comenzado a emigrar y a buscar seguridad en Francia. Esto no es sorprendente; España jamás ha adoptado la moderna moda francesa, tan extendida en 1848, consistente en comenzar y realizar una revolución en tres días. Sus esfuerzos en este terreno son complejos y más prolongados. Tres años parecen ser el límite más corto al que se atiene, y en ciertos casos su ciclo revolucionario se extiende hasta nueve. Así, su primera revolución en el presente siglo se extendió de 1808 a 1814; la segunda, de 1820 a 1823, y la tercera, de 1834 a 1843. Cuánto durará la presente, y cuál será su resultado, es imposible preverlo incluso para el político más perspicaz, pero no es exagerado decir que no hay cosa en Europa, ni siquiera en Turquía, ni la guerra en Rusia, que ofrezca al observador reflexivo un interés tan profundo como España en el presente momento.

Los levantamientos insurreccionales son tan viejos en España como el poderío de favoritos cortesanos contra los cuales han sido, de costumbre, dirigidos. Así, a finales del siglo XIV, la aristocracia se rebeló contra el rey Juan II y contra su favorito don Álvaro de Luna. En el XV se produjeron conmociones más serias contra el rey Enrique IV y el jefe de su camarilla, don Juan de Pacheco, marqués de Villena.

En el siglo XVII, el pueblo de Lisboa despedazó a Vasconcelos, el Sartorius del virrey español en Portugal, lo mismo que hizo el de Barcelona con Santa Coloma, favorito de Felipe IV. A finales del mismo siglo, bajo el reinado de Carlos II, el pueblo de Madrid se levantó contra la camarilla de la reina, compuesta de la condesa de Barlipsch y los condes de Oropesa y de Melgar, que habían impuesto un arbitrio abusivo sobre todos los comestibles que entraban en la capital y cuyo producto se distribuían entre sí. El pueblo se dirigió al Palacio Real y obligó al rey a presentarse en el balcón y a denunciar él mismo a la camarilla de la reina. Se dirigió después a los palacios de los condes de Oropesa y Melgar, saqueándolos, incendiándolos, e intentó apoderarse de sus propietarios, los cuales tuvieron, sin embargo, la suerte de escapar a costa de un destierro perpetuo.

El acontecimiento que provocó el levantamiento insurreccional en el siglo XV fue el tratado alevoso que el favorito de Enrique IV, el marqués de Villena, había concluido con el rey de Francia, y en virtud del cual, Cataluña había de quedar a merced de Luis XI.

Tres siglos más tarde, el tratado de Fontainebleau -concluido el 27 de octubre de 1807 por el valido de Carlos IV y favorito de la reina, don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, con Bonaparte, sobre la partición de Portugal y la entrada de los ejércitos franceses en España- produjo una insurrección popular en Madrid contra Godoy, la abdicación de Carlos IV, la subida al trono de su hijo Fernando VII, la entrada del ejército francés en España y la consiguiente guerra de independencia. Así, la guerra de independencia española comenzó con una insurrección popular contra la camarilla personificada entonces por don Manuel Godoy, lo mismo que la guerra civil del siglo XV se inició con el levantamiento contra la camarilla personificada por el marqués de Villena. Asimismo, la revolución de 1854 ha comenzado con el levantamiento contra la camarilla personificada por el conde de San Luis.

A pesar de estas repetidas insurrecciones, no ha habido en España hasta el presente siglo una revolución seria, a excepción de la guerra de la Junta Santa en los tiempos de Carlos I, o Carlos V, como lo llaman los alemanes. El pretexto inmediato, como de costumbre, fue suministrado por la camarilla que, bajo los auspicios del virrey, cardenal Adriano, un flamenco, exasperó a los castellanos por su rapaz insolencia, por la venta de los cargos públicos al mejor postor y por el tráfico abierto de las sentencias judiciales. La oposición a la camarilla flamenca era la superficie del movimiento, pero en el fondo se trataba de la defensa de las libertades de la España medieval frente a las injerencias del absolutismo moderno.

La base material de la monarquía española había sido establecida por la unión de Aragón, Castilla y Granada, bajo el reinado de Fernando el Católico e Isabel I. Carlos I intentó transformar esa monarquía aún feudal en una monarquía absoluta. Atacó simultáneamente los dos pilares de la libertad española: las Cortes y los Ayuntamientos. Aquéllas eran una modificación de los antiguos concilia góticos, y éstos, que se habían conservado casi sin interrupción desde los tiempos romanos, presentaban una mezcla del carácter hereditario y electivo característico de las municipalidades romanas. Desde el punto de vista de la autonomía municipal, las ciudades de Italia, de Provenza, del norte de Galia, de Gran Bretaña y de parte de Alemania ofrecen una cierta similitud con el estado en que entonces se hallaban las ciudades españolas; pero ni los Estados Generales franceses, ni el Parlamento inglés de la Edad Media pueden ser comparados con las Cortes españolas. Se dieron, en la creación de la monarquía española, circunstancias particularmente favorables para la limitación del poder real. De un lado, durante los largos combates contra los árabes, la península era reconquistada por pequeños trozos, que se constituían en reinos separados. Se engendraban leyes y costumbres populares durante esos combates. Las conquistas sucesivas, efectuadas principalmente por los nobles, otorgaron a éstos un poder excesivo, mientras disminuyeron el poder real. De otro lado, las ciudades y poblaciones del interior alcanzaron una gran importancia debido a la necesidad en que las gentes se encontraban de residir en plazas fuertes, como medida de seguridad frente a las continuas incursiones de los moros; al mismo tiempo, la configuración peninsular del país y el constante intercambio con Provenza y con Italia dieron lugar a la creación, en las costas, de ciudades comerciales y marítimas de primera categoría.

En fecha tan remota como el siglo XIV, las ciudades constituían ya la parte más potente de las Cortes, las cuales estaban compuestas de los representantes de aquéllas juntamente con los del clero y de la nobleza. También merece ser subrayado el hecho de que la lenta reconquista, que fue rescatando el país de la dominación árabe mediante una lucha tenaz de cerca de ochocientos años, dio a la península, una vez totalmente emancipada, un carácter muy diferente del que predominaba en la Europa de aquel tiempo. España se encontró, en la época de la resurrección europea, con que prevalecían costumbres de los godos y de los vándalos en el norte, y de los árabes en el sur.

Cuando Carlos I volvió de Alemania, donde le había sido conferida la dignidad imperial, las Cortes se reunieron en Valladolid para recibir su juramento a las antiguas leyes y para coronarlo. Carlos se negó a comparecer y envió representantes suyos que habían de recibir, según sus pretensiones, el juramento de lealtad de parte de las Cortes. Las Cortes se negaron a recibir a esos representantes y comunicaron al monarca que si no se presentaba ante ellas y juraba las leyes del país, no sería reconocido jamás como rey de España. Carlos se sometió; se presentó ante las Cortes y prestó juramento, como dicen los historiadores, de muy mala gana. Las Cortes con este motivo le dijeron: «Habéis de saber, señor, que el rey no es más que un servidor retribuido de la nación».

Tal fue el principio de las hostilidades entre Carlos I y las ciudades. Como reacción frente a las intrigas reales, estallaron en Castilla numerosas insurrecciones, se creó la Junta Santa de Ávila y las ciudades unidas convocaron la Asamblea de las Cortes en Tordesillas, las cuales, el 20 de octubre de 1520, dirigieron al rey una «protesta contra los abusos». Éste respondió privando a todos los diputados reunidos en Tordesillas de sus derechos personales. La guerra civil se había hecho inevitable. Los comuneros llamaron a las armas: sus soldados, mandados por Padilla, se apoderaron de la fortaleza de Torrelobatón, pero fueron derrotados finalmente por fuerzas superiores en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. Las cabezas de los principales «conspiradores» cayeron en el patíbulo, y las antiguas libertades de España desaparecieron.

Diversas circunstancias se conjugaron en favor del creciente poder del absolutismo. La falta de unión entre las diferentes provincias privó a sus esfuerzos del vigor necesario; pero Carlos utilizó sobre todo el enconado antagonismo entre la clase de los nobles y la de los ciudadanos para debilitar a ambas. Ya hemos mencionado que desde el siglo XIV la influencia de las ciudades predominaba en las Cortes, y desde el tiempo de Fernando el Católico, la Santa Hermandad había demostrado ser un poderoso instrumento en manos de las ciudades contra los nobles de Castilla, que acusaban a éstas de intrusiones en sus antiguos privilegios y jurisdicciones. Por lo tanto, la nobleza estaba deseosa de ayudar a Carlos I en su proyecto de supresión de la Junta Santa. Habiendo derrotado la resistencia armada de las ciudades, Carlos se dedicó a reducir sus privilegios municipales y aquéllas declinaron rápidamente en población, riqueza e importancia; y pronto se vieron privadas de su influencia en las Cortes. Carlos se volvió entonces contra los nobles, que lo habían ayudado a destruir las libertades de las ciudades, pero que conservaban, por su parte, una influencia política considerable. Un motín en su ejército por falta de paga lo obligó en 1539 a reunir las Cortes para obtener fondos de ellas. Pero las Cortes, indignadas por el hecho de que subsidios otorgados anteriormente por ellas habían sido malgastados en operaciones ajenas a los intereses de España, se negaron a aprobar otros nuevos. Carlos las disolvió colérico; a los nobles que insistían en su privilegio de ser eximidos de impuestos, les contestó que al reclamar tal privilegio, perdían el derecho a figurar en las Cortes, y en consecuencia los excluyó de dicha asamblea.

Eso constituyó un golpe mortal para las Cortes, y desde entonces sus reuniones se redujeron a la realización de una simple ceremonia palaciega. El tercer elemento de la antigua constitución de las Cortes, a saber, el clero, alistado desde los tiempos de Fernando el Católico bajo la bandera de la Inquisición, había dejado de identificar sus intereses con los de la España feudal. Por el contrario, mediante la Inquisición, la Iglesia se había transformado en el más potente instrumento del absolutismo.

Si después del reinado de Carlos I la decadencia de España, tanto en el aspecto político como social, ha exhibido esos síntomas tan repulsivos de ignominiosa y lenta putrefacción que presentó el Imperio Turco en sus peores tiempos, por lo menos en los de dicho emperador las antiguas libertades fueron enterradas en una tumba magnífica. En aquellos tiempos Vasco Núñez de Balboa izaba la bandera de Castilla en las costas de Darién, Cortés en México y Pizarro en el Perú; entonces la influencia española tenía la supremacía en Europa y la imaginación meridional de los iberos se hallaba entusiasmada con la visión de Eldorados, de aventuras caballerescas y de una monarquía universal.

Así la libertad española desapareció en medio del fragor de las armas, de cascadas de oro y de las terribles iluminaciones de los autos de fe.

Pero, ¿cómo podemos explicar el fenómeno singular de que, después de casi tres siglos de dinastía de los Habsburgo, seguida por una dinastía borbónica cualquiera de ellas harto suficiente para aplastar a un pueblo -, las libertades municipales de España sobrevivan en mayor o menor grado? ¿Cómo podemos explicar que precisamente en el país donde la monarquía absoluta se desarrolló en su forma más acusada, en comparación con todos los otros Estados feudales, la centralización jamás haya conseguido arraigar? La respuesta no es difícil. Fue en el siglo XVI cuando se formaron las grandes monarquías. Éstas se edificaron en todos los sitios sobre la base de la decadencia de las clases feudales en conflicto: la aristocracia y las ciudades. Pero en los otros grandes Estados de Europa la monarquía absoluta se presenta como un centro civilizador, como la iniciadora de la unidad social. Allí era la monarquía absoluta el laboratorio en que se mezclaban y amasaban los varios elementos de la sociedad, hasta permitir a las ciudades trocar la independencia local y la soberanía medieval por el dominio general de las clases medias y la común preponderancia de la sociedad civil. En España, por el contrario, mientras la aristocracia se hundió en la decadencia sin perder sus privilegios más nocivos, las ciudades perdieron su poder medieval sin ganar en importancia moderna.

Desde el establecimiento de la monarquía absoluta, las ciudades han vegetado en un estado de continua decadencia. No podemos examinar aquí las circunstancias, políticas o económicas, que han destruido en España el comercio, la industria, la navegación y la agricultura.

Para nuestro actual propósito basta con recordar simplemente el hecho. A medida que la vida comercial e industrial de las ciudades declinó, los intercambios internos se hicieron más raros, la interrelación entre los habitantes de diferentes provincias menos frecuente, los medios de comunicación fueron descuidados y las grandes carreteras gradualmente abandonadas. Así, la vida local de España, la independencia de sus provincias y de sus municipios, la diversidad de su configuración social, basada originalmente en la configuración física del país y desarrollada históricamente en función de las formas diferentes en que las diversas provincias se emanciparon de la dominación mora y crearon pequeñas comunidades independientes, se afianzaron y acentuaron finalmente a causa de la revolución económica que secó las fuentes de la actividad nacional. Y como la monarquía absoluta encontró en España elementos que por su misma naturaleza repugnaban a la centralización, hizo todo lo que estaba en su poder para impedir el crecimiento de intereses comunes derivados de la división nacional del trabajo y de la multiplicidad de los intercambios internos, única base sobre la que se puede crear un sistema uniforme de administración y de aplicación de leyes generales. La monarquía absoluta en España, que solo se parece superficialmente a las monarquías absolutas europeas en general, debe ser clasificada más bien al lado de las formas asiáticas de gobierno. España, como Turquía, siguió siendo una aglomeración de repúblicas mal administradas con un soberano nominal a su cabeza.

El despotismo cambiaba de carácter en las diferentes provincias según la interpretación arbitraria que a las leyes generales daban virreyes y gobernadores; si bien el gobierno era despótico, no impidió que subsistiesen las provincias con sus diferentes leyes y costumbres, con diferentes monedas, con banderas militares de colores diferentes y con sus respectivos sistemas de contribución. El despotismo oriental sólo ataca la autonomía municipal cuando ésta se opone a sus intereses directos, pero permite con satisfacción la supervivencia de dichas instituciones en tanto que éstas lo descargan del deber de cumplir determinadas tareas y le evitan la molestia de una administración regular.

Así ocurrió que Napoleón, que, como todos sus contemporáneos, consideraba a España como un cadáver exánime, tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia.

Mediante el tratado de Fontainebleau había llevado sus tropas a Madrid; atrayendo con engaños a la familia real a una entrevista en Bayona, había obligado a Carlos IV a anular su abdicación y después a transferirle sus poderes; al mismo tiempo había arrancado ya a Fernando VII una declaración semejante. Con Carlos IV, su reina y el Príncipe de la Paz conducidos a Compiègne, con Fernando VII y sus hermanos encerrados en el castillo de Valençay, Bonaparte otorgó el trono de España a su hermano José, reunió una Junta española en Bayona y le suministró una de sus Constituciones previamente preparadas. Al no ver nada vivo en la monarquía española, salvo la miserable dinastía que había puesto bajo llaves, se sintió completamente seguro de que había confiscado España. Pero pocos días después de su golpe de mano recibió la noticia de una insurrección en Madrid, Cierto que Murat aplastó el levantamiento matando cerca de mil personas; pero cuando se conoció esta matanza, estalló una insurrección en Asturias que muy pronto englobó a todo el reino. Debe subrayarse que este primer levantamiento espontáneo surgió del pueblo, mientras las clases «bien» se habían sometido tranquilamente al yugo extranjero.

De esta forma se encontraba España preparada para su reciente actuación revolucionaria, y lanzada a las luchas que han marcado su desarrollo en el presente siglo. Los hechos e influencias que hemos indicado sucintamente actúan aún en la creación de sus destinos y en la orientación de los impulsos de su pueblo. Los hemos presentado porque son necesarios, no sólo para apreciar la crisis actual, sino todo lo que ha hecho y sufrido España desde la usurpación napoleónica: un período de cerca de cincuenta años, no carente de episodios trágicos y de esfuerzos heroicos, y sin duda uno de los capítulos más emocionantes e instructivos de toda la historia moderna.

 

8.- MUERE EL HOMBRE, NACE EL MITO

Fueron apenas veinte personas las que siguieron el discurso fúnebre de Engels. Diríase que lo había escrito para la posteridad:

Hace tres largos días, el 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde , dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre.

Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca.

Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él . El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.

Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno sólo- incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese descubrimientos originales. Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicación práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro el goce que experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía inmediatamente una influencia revolucionadora en la industria y en el desarrollo histórico en general. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimientos realizados en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel Deprez en los últimos tiempos.

Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos. Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts* de París, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861, a todo lo cual hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el trabajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que, por último, nació como remate de todo, la gran Asociación Internacional de Trabajadores, que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera creado ninguna otra cosa.

Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los republicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultra demócratas, competían a lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra.

Es, como se ve, un discurso laico, sin referencia alguna a la trascendencia espiritual del ser humano, Carlos Marx, que tanto había trabajado por hacer valer sus ideas de "transformar el mundo" desde aquel punto de partida en que, siendo adolescente, vivió cierta ilusión misionera ..."Por la unión con Cristo, decía entonces (véase cap. 2º de esta misma Lección), tenemos el corazón abierto al amor de la Humanidad".... Luego, no sabemos si convencido del todo, abrazó el credo materialista y se empeñó en abrir caminos de una utopía sin alma a toda la humanidad. Y ello con evidente pasión proselitista como si de una religión se tratara.

Presidida por un bloque de granito coronado por la efigie de Marx, en el cementerio de Highgate, Londres, está su tumba. Le enterraron el 17 de marzo de 1883 al lado de su esposa, Jenny, fallecida dos años antes.

No está solo el matrimonio puesto que, por expreso deseo de Engels, unos años más tarde, fue enterrada en la misma tumba Elena Demuth.

Elena Demuth o Lenchen, regalo de la baronesa Carolina von Westphalen a su hija, fue desde los 17 y durante muchos años, asistenta fiel, de toda la familia. De fuerte personalidad, diez años más joven que la esposa y muy bonita, según recuerdan sus fotografías, llegó a tener un hijo con el propio Carlos Marx. Ese hijo se llamó Enrique Federico (Freddy) Demuth (1851-1929). En vida del matrimonio Marx, por obviar el escándalo que ello significaba para la causa y el buen nombre de su amigo y, también, por evitar disgustos a Jenny, Federico Engels se hizo pasar por el padre a pesar del evidente parecido entre el joven Freddy y el propio Carlos Marx (ambos muy morenos y de baja estatura).

Fue el propio Engels, el que, en trance de muerte, confesó la verdad a Leonor Marx, la hija menor de Marx, quien, desde entonces, reconoció y trató a Freddy Demuth como un hermano. Varias cartas lo testifican.

Ese hijo de Marx nunca se sintió marxista tal vez porque consideró que el progreso personal (fue un obrero que llegó a ingeniero) dependía de su esfuerzo y no de cualquier revanchista revolución: murió a los 78 años en 1929, cuando ya Stalin ejercía de sátrapa en nombre del Proletariado.

 

9.- FIELES, REVISIONISTAS Y RENEGADOS MARXISTAS

Con la herencia intelectual de Marx se repitió lo ocurrido con la herencia intelectual de Hegel: surgieron interpretaciones del más variado color, esta vez con el colectivismo socialista como meta y con la autosuficiencia del mundo material y subsiguiente negación de Dios como punto de partida y de llegada para todos los caminos. La vieja fórmula hegeliana de que "lo racional es real" era sometida ahora a una peculiar lectura: puesto que lo real es estrictamente material lo racional es, pura y simplemente, material. De hecho en los medios académicos pretendidamente progresistas se sigue dentro del cauce del cerril subjetivismo idealista.

Engels, incondicional amigo y colaborador

Entre los fieles más incondicionales a la herencia intelectual de Carlos Marx debe ser situado Federico Engels (1.820-95). Las peculiaridades de Engels no eran las mismas que las de Marx. Ambos lo sabían y lo explotaban pertinentemente. Marx, doctor en filosofía rebelde y sin cátedra alguna, era de naturaleza bohemia e inestable y, a contrapelo, había de hacer frente a las acuciantes obligaciones familiares; su economía doméstica era un auténtico disparate, sus desequilibrios emocionales demasiado frecuentes.... pero, en cambio, era paciente y obsesivo para, etapa tras etapa, alcanzar el objetivo marcado.

Engels era rico y amigo de la inhibición familiar y de la vida mundana. Alterna los negocios, con viajes, lecturas, filiaciones, líos de faldas, revueltas... siempre en estrecho contacto con Marx a quien, si no ve, escribe casi a diario. Esto último muestra la total identificación en los puntos de mira y en el eje de sus preocupaciones cual parece ser una pertinaz obsesión por servir a la "revancha materialista".

Les preocupa bastante menos cualquier puntual solución a los problemas sociales de su entorno y época. Son problemas que nunca aceptaron en su dimensión de tragedia humana que resolver inmediatamente y en función de las respectivas fuerzas: eran, para ellos, la ocasión de hacer valer sus originalidades intelectuales.

Marx y Engels formaron un buen equipo de publicistas amigos de las definiciones impactantes: Lo de "socialismo científico", sin demostración alguna, logró "hacer mercado" como producto de gran consumo para cuantos esperaban de la ciencia el aval de sus sueños de revancha; gracias a ello, la justicia social será una especie de maná en cuyo logro nada tiene que ver el compromiso personal.

Al tal maná acompañarán otros muchos secundarios productos que, obviamente, habrán de conquistar previamente a los agentes de distribución, los llamados "intelectuales progresistas". Merced a la pertinente labor de éstos, enseguida resultarán apetecibles al gran público, el cual, por supuesto y dado que no se cuenta con la amalgama de la generosidad y sí del oportunismo, pronto será víctima de los mismos sino de peores atropellos.

La doctrina de Marx presentaba un punto notoriamente débil en la aplicación de la Dialéctica a las Ciencias Naturales. Cubrir este flanco fue tarea de Engels. Fue un empeño que le llevó ocho años y que, ni siquiera para él mismo, resultó satisfactorio: la alternativa era prestar intencionalidad a la Materia o reconocer como simple artificio el cúmulo de las llamadas leyes dialécticas.

De hecho, se optó por lo primero de forma que la Dialéctica de la Naturaleza resultó un precipitado remedo del panlogismo de Hegel; esto era mejor que nada en cuanto era del dominio público la influencia del "oráculo de los tiempos modernos" y, por lo mismo, cualquier principio suyo, más o menos adulterado, puede pasar por piedra angular de un sistema. No otra cosa soñó Engels para sí mismo y para su maestro y amigo.

Bernstein, revisionista de "derechas"

A poco de morir Engels, dentro del propio ámbito marxista, crecían serias reservas sobre la viabilidad de los más barajados principios: entre otras cosas, ya se observaba como la evolución de la sociedad industrial era muy distinta a la evolución que había vaticinado el maestro.

Ese fue el punto de partida del "movimiento revisionista" cuyo primero y principal promotor fue Eduardo Bernstein (1.850- 1.932), amigo personal de Engels.

En 1.896, es decir, un año despues de la muerte de Engels, Bernstein proclama que "de la teoría marxista se han de eliminar las lagunas y contradicciones". El mejor servicio al marxismo incluye su crítica; podrá ser aceptado como "socialismo científico" si deja de ser un simple y puro conglomerado de esquemas rígidos. No se puede ignorar, por ejemplo. como en lugar de la pauperización progresiva del proletariado éste, en breves años, ha logrado superiores niveles de bienestar.

En lugar de la violenta revolución propuesta por Marx se impone una tenaz evolución como resultado "del ejercicio del derecho al voto, de las manifestaciones y de otros pacíficos medios de presión puesto que las instituciones liberales de la sociedad moderna se distinguen de las feudales por su flexibilidad y capacidad de evolución. No procede, pues, destruirlas, sino facilitar su evolución".

Testigo de la Revolución Bolchevique, Bernstein sentencia: "Su teoría es una invención bastarda o batiburrillo de ideas marxistas e ideas anti-marxistas. Es su práxis una parodia del marxismo".

¿En qué consiste, pues, el marxismo para Bernstein, destacado teorizante de la social-democracia alemana? En un ideal de sociedad más equilibrada como consecuencia a largo plazo de la concepción materialista de la vida y de las relaciones sociales; es un socialismo que puede ser traducido por "liberalismo organizador" y cuya función es realizar "el relevo paulatino de las actuales relaciones de producción a través de la organización y de la Ley".

Rosa de Luxemburgo, mártir marxista.

Frente a Bernstein, considerado "marxista de derechas" se alzó un romántico personaje, genuino y, tal vez, sincero representante del "marxismo de izquierdas". Nos referimos a una mujer de apariencia extremadamente frágil: Rosa de Luxemburgo (1.971-1.919).

Creía Rosa de Luxemburgo en la libertad como meta de la revolución proletaria y criticaba "el ultracentralismo postulado por Lenín que viene animado no por un espíritu positivo y creador sino por un estéril espíritu de gendarme". Defendía la "espontaneidad de las masas" puesto que "los errores que comete un movimiento verdaderamente proletario son infinitamente más fecundos y valiosos que la pretendida infalibilidad del mejor de los Comités Centrales".

Esa romántica proclama y el testimonio personal de Rosa de Luxemburgo, asesinada bárbaramente por un grupo de soldados, han aliñado los "revisionismos izquierdistas" (la Revolución por la Revolución) del Marxismo.

El "renegado" Kautsky

Entre Bernstein y Rosa de Luxemburgo (en el "centro") puede situarse Carlos Kautsky (1.854-1.938). El "renegado Kautsky", que diría Lenin, presumía de haber conocido a Marx y de haber colaborado estrechamente con Engels.

Junto con Bernstein, redactó el llamado "Programa de Erfurt" del que pronto se distancia para renegar del "voluntarismo proletario" y fiar el progreso al estricto juego de las leyes económicas. Se lleva la férula tanto de Lenin como de los más radicales de sus compatriotas por que condena la insurrección y cualquier forma de terrorismo. En frase de Lenín, "es un revolucionario que no hace revoluciones" y "un marxista que hace de Marx un adocenado liberal".

A la mitad de su vida se distancia de las "posiciones conservadores" de Bernstein para centrase en el estudio y divulgación de un marxismo de salón en que todo se supedita a una todopoderosa organización. Desde ahí critica tanto la corrupción del poder como lo que ya estima como viejos principios marxistas: "una dictadura de clase como forma de gobierno es el mayor de los sinsentidos" (claro ejemplo, la dictadura soviética, hija de la anarquía): "tal anarquía abonó el terreno sobre el que creció una dictadura de otro tipo, la dictadura del partido comunista la cual, en realidad, es la dictadura de sus jefes". Estos jefes "han comprendido infinitamente mejor las lecciones de totalitarismo que la concepción materialista de la historia y los modernos medios de producción. En su calidad de amos del Estado, han instaurado una política de opresión sin igual ni en nuestros tiempos ni en cualquier otra época de la historia".

Desde lo que él proclama una óptica estrictamente marxista, Kautsky se erige en juez de la aplicación soviética de los principios de Marx sobre cuyo resultado augura las más negras consecuencias: "El Gobierno soviético, dice Kautsky en 1.925, desde hace años, se ocupa, principalmente, en avasallar al proletariado ruso y no ruso. Se ocupa de corromperlo, asfixiarlo y estupidizarlo, es decir, en hacerle progresivamente incapaz de lograr la liberación de sí mismo. Si la obra de los soviéticos tiene éxito, la causa de la liberación del proletariado internacional se verá alejada en la misma medida".

Por lo demás, Kautsky hacía suyos y de su círculo de influencia cuantos postulados marxistas giran en torno a la concepción materialista de la Vida y de la Historia y, por supuesto, a la "crasa inutilidad" del compromiso personal en el servicio a la Justicia Social y a la Libertad. Al igual que todos los marxistas, defiende como superables por las "leyes dialécticas" todo lo relativo a los valores en que se apoya la Religión Cristiana.

Es así, como desde esos grandes focos de influencia social cual fueron los teóricos socialistas de la primera mitad de siglo, sin pausa ni concesión alguna a la "libertad responsabilizante", se ha cultivado (y se sigue cultivando) un colectivismo que brinda oportunistas posibilidades de emancipación económica para los de "arriba" mientras que los de "abajo" tendrán ocasión de dejarse fascinar por el colorido aspecto de una deseable (y nada más que deseable) utopía.

Unos y otros podrán practicar la moral de los nuevos tiempos sin compromiso alguno con su conciencia puesto que, tal como ha querido hacer ver Marx y sus herederos, la "Moral Cristiana no tiene sentido y toda preocupación por la realización personal es un vano empeño".

 

10.- RUSIA, MARXISMO Y PODER SOVIÉTICO.

"La doctrina de Marx es omnipotente porque es exacta", proclamaba Lenin y toda la fuerza publicitaria de que disponía su régimen mostraba cómo, para todos, "se abrían las puertas al sol de una verdad absoluta".

Efectivamente, porque estaban contratados para hacerlo ver así, los publicistas soviéticos presentaban el producto como habría de hacerse con un objeto de fe sin fisuras y con capacidad para ofrecer aceptables respuestas a todas y a cada una de las humanas inquietudes "hasta llenar la cabeza y el corazón" (Garaudy) de cuantos viven y desarrollan cualquier tipo de actividad bajo su sombra.

Como verdad absoluta fue presentada una monolítica concepción total de la Naturaleza y de la Historia en que se podrán encontrar cumplidas explicaciones no solamente sobre el origen y destino del universo sino, también, sobre la totalidad de las posibles relaciones entre los hombres y del cauce específico a que ha de ajustar su vida cada uno de ellos.

Ni más ni menos, la "doctrina de Marx" ha sido, pues, una religión cuyo dogma principal será la autosuficiencia de la materia capaz, por sí misma, de prestar finalidad a cuanto existe y cuyo texto sagrado es el reflejado en la "científica" obra de Carlos Marx.

La consecuente realidad social es de sobra conocida: una burocracia oligárquica que, durante setenta años, ha frenado toda posibilidad de libre iniciativa y que no ha garantizado más que el "buen vivir" de cuantos han vegetado a la sombra del poder.

Aquí, con irrebatible elocuencia, ha quedado demostrado el carácter esencial de la doctrina marxista. Ha sido una consecuencia más de la fiebre racionalista, algo así como un producto lanzado al mercado de las ideas "a la descomposición del espíritu absoluto".

Socialismo científico o materialismo dialéctico... simples expresiones del subjetivismo idealista hechas hilo conductor de mil ambiciones y de otras tantas bien urdidas estrategias para la conquista y mantenimiento del poder, sea ello a costa de ríos de sangre y del secuestro de la libertad de todos los súbditos incluso de los más allegados a la cabeza visible de la efectiva oligarquía.

Todo ello ha sido posible en la inmensa y "santa" Rusia, país que ha vivido más de mil años al margen de los avatares de la Europa Occidental y, también, de las culturas genuinamente asiáticas.

Diríase que la evolución de la historia rusa siguió una pauta diametralmente opuesta a la de nuestro entorno: si aquí el hombre, a través de los siglos, fue cubriendo sucesivas etapas de libertad, en Rusia tuvo lugar justamente lo contrario: desde el individualismo personificado en el héroe se desciende al hombre concebido como simple cifra (hasta poco antes de los soviets el poder de un noble se medía por los miles de esclavos -almas- a su libre disposición).

Tal proceso a la inversa o evolución social regresiva es la más notoria característica de la historia de Rusia; y sorprende cómo son víctimas todas las capas sociales a excepción del zar, quien, teórica y prácticamente, goza en exclusiva de todos los derechos a que apela en función de su soberano capricho: puede desencadenar guerras por simple diversión, ejercer de verdugo, abofetear en público a sus más directos colaboradores o golpear brutalmente y como prueba de escarmiento a su propio hijo. Es un autócrata que goza de inmunidad absoluta para erigirse, incluso, en intérprete de la esencia de Dios.

Muy al contrario del primero, el más grande de los héroes históricos rusos, Rurik de Jutlandia (m. en 879), jefe de los varegos o vikingos, personaje sin patria ni dios; no eran súbditos sino compañeros cuantos, libremente, le seguían en sus correrías; todos ellos podían disfrutar de sus conquistas sin límites precisos ni acotaciones legales.

Otro héroe, Sviatoslav (siglo X) tomaba como límites de sus dominios el horizonte que bordeaba las inmensas estepas. Es el guerrero nómada por simple sed de aventura, tanto que sus soldados han de reprocharle "buscas, príncipe tierras extrañas y desprecias la tuya... ¿no significan nada para ti ni tu patrimonio, ni tu vieja madre, ni tus hijos?".

Ese correr de acá para allá con notoria resistencia a echar raíces parece ser la obsesión principal de la época heroica, todo lo contrario de lo que sucedía entonces en Europa, víctima de la atomización feudal y de la rigidez de una fuerte jerarquización social que pone abismos entre señores y siervos.

Es, precisamente, en esa época cuando tiene lugar el sentido de "patria rusa" que habrá de pervivir a pesar de las sucesivas y frecuentes invasiones e incisiones de distintas culturas: desde el Asia Central hasta el Báltico, desde el Océano Glacial hasta el Mar Negro, los habitantes de la prodigiosamente uniforme llanura se sentían rusos antes que eslavos, vikingos o tártaros.

Pronto los hijos de los guerreros imponen a las estepas los límites de su capricho y procuran que arbitrarias y sucesivas leyes empujen a los débiles desde el libre uso de la tierra hasta el colonialismo más opresivo.

A lo largo del tiempo, la estela del héroe se desvanece en la figura del abúlico, despótico y zalamero "boyardo" a la par que los antiguos compañeros se convierten en colonos a los que, sucesivamente, se arrebata parcelas de libertad hasta resultar, en el último tercio del siglo XIX, esclavos de no mejor condición que aquellos otros que dejan su sangre en las plantaciones americanas. Es, como vemos, un proceso a la inversa de lo que ha sucedido en la Europa Occidental.

El contrapunto de la opresión lo encuentran las almas sencillas en una religión importada de la rica y artificiosa Bizancio. De esa religión lo más difundido no fue el sentido paulino de la libertad y dignidad humana: es el acatamiento de lo superior lo cual, por retruécano de hábiles políticos, es presentado como una especie de ósmosis entre poder civil y poder divino. Se da en Rusia el más notable ejemplo histórico de poder teocrático, no encarnado en la autoridad religiosa sino en la civil, la cual confunde el pomposo respeto que exige con los ritos y ceremonias eclesiásticas.

A pesar de ese deliberado confusionismo, de la escasa moralidad y nivel cultural del Clero ruso, a pesar de lo que se puede tildar de ampuloso "nacional cristianismo"... el mensaje evangélico del amor entre hermanos ha cuajado en el pueblo ruso con una notable profundidad a la que, sin duda, no es ajena su proverbial hospitalidad.

La Historia de Rusia muestra cómo el poder, para lograr el sumiso acatamiento de cada día, utilizó como acicate un fenómeno peculiar de la ortodoxia: desde la caída de Constantinopla en poder de los turcos se estimaba que la propia Rusia era depositaria del legado de los apóstoles. No había otra tierra con más méritos para encarnar la nueva Jerusalén. Y se alimenta la figura de la Santa Rusia y una cuidadosa parafernalia en que se apoya un "nacional imperialismo teocrático" que, progresivamente, conquista las voluntades y reglamenta la vida de cada día.

El Zar, que se llama a sí mismo autócrata o señor absoluto de cuanto se mueve dentro de las fronteras del imperio, presume también ser el único autorizado intérprete de la voluntad de Dios. Sus miserias y vilezas serán siempre producto de la fatalidad o de la envidia exterior.

Entre los menos iletrados crece un evidente complejo de inferioridad frente a los "aires liberadores" que vienen de Europa. En ese ambiente nace y se desarrolla una fuerza intelectual genuinamente rusa, la llamada "Intelligencsia": es ésta el lago en que se ahogan los propósitos de evolución realista, en que forman torbellino encontradas interpretaciones de los más vistosos sistemas "racionalistas", en que las corrientes de decepción por el arrollador poder de la prosa a ras de tierra busca desesperadamente una luz que difícilmente encuentra en una religión o moral tan mediatizada por los intereses y caprichos de los poderosos. Aquí el movimiento romántico deriva en el nihilismo o desprecio por lo elemental incluida la propia vida: se incurrirá en terribles extravagancias como el terror, incluso para sí mismo, como medio de realización personal.

Se palpa la crisis en la miseria de los más débiles, en la cobardía de los situados, en la desesperanzada angustia de teorizantes y pensadores; en el servilismo de la iglesia oficial, en las torpes relaciones internacionales, en los caprichos de la inmensa y omnipresente burocracia, en la ñoña superstición del zar y de la zarina, ésta sometida al capricho de un hipócrita "iluminado" llamado Rasputín.... Y, como telón de fondo, una catastrófica situación económica convertida en tragedia universal por la llamada Gran Guerra.

Desde hace unos años, refugiada en el extranjero, existe una minoría de rusos que presume de "être a la page" en la cuestión de las ideas; cultivan, abiertamente, un "occidentalismo militante" por oposición a los "eslavófilos" que ven en las raíces de la patria rusa la solución a todos los males.

Uno de lo más destacados de aquel círculo era un profesor cuya formación filosófica provenía del Instituto Minero de San Petersburgo, en donde, sin duda, asistió a algún seminario sobre lo que se consideraba más avanzado entonces, el "idealismo alemán": se trata de Jorge Valentinovich Plekanof (1.857-1.918), considerado padre del marxismo ruso.

Primero en Berna, luego en París, Plejanof contactó con algunos marxistas, de los que tomó un radical materialismo, al que, en recuerdo de Hegel, llamó "dialéctico". "Materialismo Dialéctico" ha sido el término con que los doctrinarios marxistas, incluidos Lenín y Stalin, han definido su sistema durante bastantes años.

Conocida, a grandes rasgos, la obra de Marx, Plejanof se aplicó a su difusión y popularización en base a tomar al pie de la letra los postulados básicos "sin concesión alguna a la eventual estrategia revolucionaria" (Lenín): si la sociedad sin clases era, según Marx, una consecuencia lógica de la emancipación proletaria, consecuencia, a su vez, de la consumación de la revolución burguesa, en Rusia el primer paso habrá de ser desarrollar la industria capitalista hasta un nivel similar al de las sociedades accidentales más avanzadas. Ello, siempre según los dictados de Marx, implicará la expansión de un proletariado progresivamente consciente de su carácter de motor de la historia, la subsiguiente radicalización de la lucha de clases y la progresiva debilidad del otro antagonista, una burguesía más preocupada del vacío y alienante "poseer" que de interpretar el sentido de la historia.

Entre los primeros militantes de lo que, en principio, se llamó Social Democracia figura un joven visceralmente enemigo de la autocracia zarista: Vladimiro Ilych Ulianof, Lenin.

Para Lenin fue fundamental la obra de divulgación de Plejanof cuyo encuentro en el exilio, celebró como uno de los principales acontecimientos de su vida.

A sus treinta años Lenin es reconocido como líder por los bolcheviques o rama revolucionaria de la Social Democracia Rusa, escindida en dos en 1903. La Otra rama o de los mencheviques (la de los "social traidores", que dirá Lenin) está liderada por el propio Plejanof y cuenta con figuras como León Davidovich Bronstein, más conocido por León Trosky.

Tenía Trosky no menos talento ni menor ambición que el propio Lenin. Se dice que, en principio, optó por los mencheviques porque ahí no encontró quien pudiera hacerle sombra, muy al contrario de lo que ocurría en el partido de los bolcheviques, arrollado por la personalidad de Lenin. Pero pronto, sobre cualquier otra consideración, se le impuso a Trosky el "pragmatismo revolucionario", y se pasó a los bolcheviques para convertirse en el alter ego de Lenin y junto con él impulsar una revolución "en nombre de Marx, pero contra Marx" (Plejanof).

En 1.905 cae en Rusia el "Antiguo Régimen". Ya el zar es una simple figura decorativa que distrae sus frustraciones en un mundo de banalidades y supersticiones. El poder legislativo está encarnado en la Duma o parlamento, al que sobra grandilocuencia y falta sentido de la realidad y cualquier referencia histórica que no sea la de otras latitudes. Las sucesivas "dumas" son juguete de la improvisación y del oportunismo. En la calle, van cobrando progresiva fuerza los "soviets" o consejos de obreros y soldados que organizan y mantienen en orden celular Lenin y Trosky junto con un plantel de teóricos marxistas entre los que ya descuella un tal José Stalin.

Mientras tanto, hierven las cosas en Europa hasta la Gran Guerra del 14. Es la ocasión que Lenin aprovecha magistralmente para sus fines: a través de sus "soviets", difunde la idea del carácter capitalista de la guerra lo que hará de la inhibición una "virtud proletaria" y, por todos los medios a su alcance, fomentará el desconcierto en todos los frentes.

Cuando, siguiendo las consignas de Lenin, grupos de soldados rusos se acercan desarmados a sus "camaradas" alemanes, éstos les reciben a tiros y bayonetazos.

La desorientación e indisciplina por parte de las bases del ejército ruso es ocasión de no pocas estrepitosas derrotas convertidas en gravísimas catástrofes nacionales por una retaguardia y un poder central que convierte en muñecos una crasa y progresiva anarquía.

Lenin, que difundía sus consignas desde el exilio, vuelve a Rusia en un tren facilitado, según se dice, por el enemigo alemán.

Preside el gobierno el teórico e ingenuo Kerensky, que termina siendo suplantado por Lenin ("todo el poder para los soviets").

En cuanto se hace dueño del poder central y anula a la oposición dentro de la propia izquierda rusa (anarquistas, social-revolucionarios y mencheviques), Lenin ordena el asesinato de toda la familia imperial y precipita la paz en unas condiciones que desencadenarán una nueva y sangrienta guerra, esta vez entre hermanos.

Lenin, de apariencia mongoloide, se muestra a sí mismo como un implacable vapuleador de los "explotadores" ("que los explotadores se conviertan en explotados"), como un fidelísimo albacea de la herencia intelectual de Marx ("la doctrina de Marx es omnipotente porque es exacta") y, también, como un revolucionario sin tregua ("todos los medios son buenos para abatir a la sociedad podrida").

Pero, en la práctica, crea un nuevo aparato de explotación. hace de la doctrina de Marx un cúmulo de dogmas defendidos inquisitorialmente y se aplica a estrangular cualquier conato de revuelta que no sea la promovida por sí mismo y sus satélites, llamados a ocupar la cabecera de una oligarquía que, durante setenta años, se ha mostrado capaz de canalizar hacia su propio beneficio los recursos materiales (y "espirituales") de un inmenso país.

Pero Lenin vendió muy bien la idea de la "trascendencia marxista": supo dar carácter de "menor mal", aunque implacable producto de la necesidad histórica, a todos los sufrimientos y reveses que hubieron de padecer sus conciudadanos a la par que infundía suficiente fe en dos soberbios mitos: el del carácter redentor del Proletariado y el del inminente Paraíso Comunista (un mundo de plena abundancia gracias a la abolición de la propiedad privada). Fantástica posibilidad que, para toda la Humanidad, abría la Unión Soviética.

Y, gracias a la iniciativa de Lenin, tomó progresivo cuerpo lo que se podrá llamar Escolástica Soviética, a diferentes niveles, impartida en escuelas y universidades: un nueva religión en que el odio y la ciencia son los principales valores hasta que la libertad sea "definitivo bien social". Es ésta una libertad que, según la "ortodoxia soviética", nace por la fuerza de las cosas y como un manantial que cobrará progresivo caudal gracias a la bondad intrínseca de la Dictadura del Proletariado.

Los "fieles" no pasaron del 5 % de la población total. Pero, durante muchos años, han sido suficientes para mantener la adhesión de toda la población a esa religión, cuyos dogmas, hasta hace muy poco tiempo, han servido de cobertura a cualquier posible acción de gobierno.

El éxito de la Revolución de Octubre canalizó una buena parte de las aspiraciones de los partidos revolucionarios de todo el mundo. En buen estratega, Lenin se autoerigió en principal promotor del movimiento reivindicativo mundial, intención que se materializa en la convocatoria de la llamada Tercera Internacional, que, con rublos y consignas, impuso la "línea soviética" como la única capaz de augurar éxito a cualquier "movimiento revolucionario".

Durante muchos años, la tríada de Marx-Engels-Lenín tendrá el carácter de una sagrada referencia. Hoy, sus cabezas de piedra ruedan por el suelo de lo que antes fueran sus templos.

Con un oportunismo, que no podemos negar, nos hacemos fuertes en la reciente historia para proclamar la enorme pérdida de tiempo y de energías que ha significado la fidelidad a ese producto idealista cual es el tan mal llamado "materialismo dialéctico". Nuevos ricos han surgido gracias a su explotación comercial, mucha sangre ha corrido y muchas ilusiones han confluido en el vacío.

La soviética ha sido una experiencia histórica que se ha tomado setenta años para demostrar su rotundo fracaso, incluso en lo que parecía más sencillo desde el "nuevo orden social": el desarrollo económico.

Cierto que, en el ánimo de muchos ha caído el ídolo y ha perdido su inmenso prestigio la doctrina; pero ¿cómo desbrozar el camino de sofismas, residuos de intereses, malevolencias e ingenuidades? ¿Cómo evitar su tardío reflejo en otras sociedades a las que, en supina ignorancia de sus derechos, se mantiene en el vagón de cola del progreso?

Para los nuevos cultivos del progreso ¿Qué derroche de generosidad y de realismo no se necesita? ¿Dónde están y quiénes son los "obreros" que han de llevarlo a cabo? ¿Seguro que saben cómo hacerlo? ¿Seguro que no depende de ti algún esfuerzo o lucecita, por pequeña que sea?

En esas inmensas llanuras ¿Cuándo, al margen de proclamadas intenciones, retóricos soflames y desconcertantes demagogias subsiguientes a la caída del Muro y del viejo, opresor e inoperante régimen, cobrará constructiva fuerza el sol de la libertad responsabilizante como fuerza que encauce a la actual democracia formal hacia algo más humano, coherente y constructivo? ¿Cuándo, realmente amanecerá, tovarich?

  

11.- DESDE LOS "SOVIETS" AL "DEUTSLAND ÜBER ALLES"

La toma del "Palacio de Invierno" despertó fiebre de homologación marxista en los "movimientos proletarios" de todo el Mundo: una buena parte de los núcleos revolucionarios vieron un ejemplo a seguir en la trayectoria bolchevique.

En buen estratega y con poderosos medios a su alcance, Lenín vio enseguida la ocasión de capitalizar esa fiebre de homologación sobre la base de una infraestructura burocrática y doctrinal promovida y desarrollada desde el Kremlin. Ello implicó una jerarquía de funciones y una ortodoxia que pronto fue aceptada como "marxista leninista": inamovible rigidez de los principios del "Materialismo Dialéctico", del carácter "positivo" de la "lucha de clases", de la justicia inmanente a la "Dictadura del Proletariado", de la inmediata y feliz resolución de la Historia en la "Utopía Final" como fidelísimo eco de las consignas soviéticas...

El "Marxismo-leninismo" sirvió de base espiritual al imperialismo que Lenin y su entorno se propusieron impartir: consolidado el poder bolchevique en el antiguo imperio zarista, urgía establecer la "Unión Mundial de Repúblicas Soviéticas": la fuerza de cohesión estaría representada por la fe universal en una "verdad absoluta" según la inequívoca presentación del nuevo jerarca de todas las Rusias.

Esa "verdad absoluta" era doctrina y era estrategia de lucha: como doctrina requería un ejército de exégetas ("obreros del pensamiento") que, siguiendo la batuta de los oráculos oficiales, interpretara todas las conclusiones de la moderna Ciencia a la luz de las mil veces proclamada autosuficiencia de la Materia y de su incidencia sobre la imparable colectivización del género humano.

Como estrategia de lucha el "Marxismo-leninismo" requería la capitalización de todas las miserias sociales, requería unos objetivos, unos medios y una organización: objetivo principal, universalizar el triunfo bolchevique; medios operativos, cuantos pudieran derivarse del monopolio de los recursos materiales y humanos de la Unión Soviética; soporte de la organización, una monolítica burocracia que canalizara ciegas obediencias, una vez reducidos al mínimo todos los posibles desviacionismos o críticas a las directrices de la "Vanguardia del Proletariado", "Soviet Supremo" o voluntad del autócrata de turno...

La tal estrategia se materializó con la fundación y desarrollo de lo que se llamó Tercera Internacional o "Komintern", cuya operativa incluía 21 puntos a respetar por todos los partidos comunistas del mundo so pena de incurrir en anatema y, por lo mismo, ver cortado el grifo de la financiación.

Desde la óptica marxista y como réplica a los exclusivismos bolcheviques, difundidos y mantenidos desde la Komintern, surgió un más estrecho entendimiento entre los otros socialismos. De ahí surgió los que se llamó y se llama la "Internacional Socialista" (Mayo-1.923, Hamburgo).

A pesar de las distancias entre una y otra "internacional" los no comunistas reconocían ostensiblemente el carácter socialista de la "revolución bolchevique": las divergencias no se han referido nunca a la base materialista y atea ni a los objetivos de colectivización, cuestiones que se siguen aceptando como definitorias del socialismo.

Hoy como ayer, entre comunistas y socialistas, que, abierta o disimuladamente, reconocen la paternidad común de Marx, hay diferencia de matices en la catalogación de los maestros de segunda fila y, también, en la elección del camino hacia la "Utopía Final": para los primeros es desde el aparato del Estado y en abierta pugna con el "Gran Capital", para los segundos desde la "democrática confrontación" política, desde las "reformas culturales" (laicismo radical) y a través de presiones fiscales y agigantamiento de la burocracia pasiva. En el norte de unos y otros siempre ha estado la sustitución de la responsabilidad personal por la colectivización.

También a unos y a otros les acerca el magisterio de Marx: para los comunistas como autoridad "espiritual" incuestionable, para los socialistas como "pionero" de las "grandes ideas sociales" en cuya definición incluyen "también" a los clásicos Saint Simon o Proudhon; por demás, sus fidelidades marxistas, con frecuencia, están sujetas a las interpretaciones o distorsiones de "revisionistas" como Bernstein, "pacifistas" como Jean Jaures o "activistas" como Jorge Sorel.

Jorge Sorel (1.847-1.922), reconocido maestro de Mussolini, ha pasado a la historia como un estratega de la violencia organizada al amparo de la "permisividad democrática". Predicaba Sorel que es en el Proletariado en donde se forman y cobran valor las fuerzas morales de la Sociedad.

Son, según él ("Reflexiones sobre la violencia", 1.908), fuerzas morales que habrán de estar continuamente alimentadas por la actitud de lucha contra las otras clases. Será el sindicato el ejército obrero por excelencia y su actitud reivindicativa el soporte de la vida diaria hasta la "huelga general" como idea fuerza capaz de aglutinar a los forjadores de un "nuevo orden social", algo que, en razón de una mística revolucionaria al estilo de la que predicara Bakunín, surgirá de las cenizas de la actual civilización: "Destruir es una forma de crear", había dicho Bakunín sin preocuparse por el después; tampoco Sorel explicó cuáles habrían de ser los valores y objetivos de ese nuevo "orden social".

Tal laguna fue motivo de reflexión para algunos de sus discípulos, entre los cuales descuella Benito Mussolini (1.883-1.945), socialista e hijo de militante socialista.

Desertor del ejército y emigrante en Suiza (1.902) Mussolini trabaja en los oficios más dispares al tiempo que devora toda la literatura colectivista que llega a sus manos; tras varias condenas de cárcel, es expulsado de Suiza y regresa a Italia en donde cultiva el activismo revolucionario. Su principal campo de acción son los sindicatos según los presupuestos del citado Sorel, cuya aportación ideológica aliña Mussolini con otros postulados blanquistas, prudonianos y, por supuesto, marxistas. Filtra todo gracias a la aportación de Wilfredo Pareto (1.848-1.923), a quien el propio Mussolini reconoce como "padre del fascismo". Propugnaba ese tal Pareto el gobierno de los "mejores" al servicio de un estado convertido en valor absoluto.

Llega Mussolini a ser director del diario "Avanti", órgano oficial del Partido Socialista Italiano.

Cuando, por su radicalismo, es expulsado del Partido Socialista Italiano, Mussolini crea "Il Popolo d'Italia", desde donde promociona un furibundo nacionalismo y su peculiar idea sobre el Estado fuerte y providente encarnado en la clase de los "justos y disciplinados" al mando incuestionable de un guía (Duce), muy por encima de la masa general de servidores, convertidos en compacto rebaño.

Mussolini participa en la guerra y, al regreso, capitaliza el descontento y desarraigo de los "arditti" (excombatientes) y de cuantos reniegan del "sovietismo de importación" o de la "estéril verborrea" de los políticos. En 1.919 crea los "fascios italianos de combate" con los que cosecha un triste resultado electoral.

No se amilana, sigue participando en sucesivas elecciones, radicaliza sus posiciones respecto a los otros partidos y al propio sistema parlamentario, promueve la "acción directa" (terrorismo), predica apasionadamente la resurrección de Italia a costa de los que sea, se hace rodear de aparatoso ritual y, sorpresivamente, organiza un golpe de fuerza y de teatro (más de teatro que de fuerza).

Es la famosa "marcha sobre Roma" cuyo directo resultado fue la dimisión del gobierno y la cesión del poder al "Duce" por parte del acomodaticio Víctor Manuel (29 de octubre de 1.922).

Fue así como un reducido "colectivo" (aquí sí que cuadra el nombre) de "iluminados" aupó a un singular personaje "sobre el cadáver, más o menos putrefacto, de la diosa libertad".

El "nuevo orden" fue presentado como "necesaria condición" para hacer realidad la proclama de Saint Simón que, por aquel entonces y desde no tan diferente ámbito, Lenin repetía hasta la saciedad: "de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades".

Este "orden nuevo" fue una especie de socialismo vertical, tan materialista y tan promotor del gregarismo como cualquier otro. Tuvo de particular la estética del apabullamiento (vibrantes desfiles y sugerentes formas de vestir), el desarrollo de un fundamentalista nacionalismo que halaga la materialista pasión por el terruño o una pretendida genética de encargo y que, como "leyes morales" de primera categoría, sitúa la ciega obediencia al Jefe y la expansión imperial

Por directa inspiración del Duce, se entronizaron nuevos dioses de esencia etérea como la gloria o, más a ras del suelo, como la "prosperidad a costa de los pueblos débiles". Con su bagaje de fuerza y de teatro Mussolini prometía hacer del mundo un campo de recreo para sus fieles "fascistas".

El espectacular desenlace de la "marcha sobre Roma" (1.922) fue tomado como lección magistral por otro antiguo combatiente de la Gran Guerra; un austríaco que había sido condecorado con la Cruz de Hierro y se llamaba Adolfo Hitler (1.889-1.945).

Cuando en 1.919 se afilia al recientemente creado "Partido Obrero Alemán", excrecencia de la primitiva Social Democracia, Adolfo Hitler descubre en sí mismo unas extraordinarias dotes para la retórica. De ello hace el soporte de una ambición que le lleva a la cabeza del Partido al que rebautiza con el apelativo de Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (National - sozialistiche Deuztsche Arbeiterpartei) o Partido Nazi (1.920).

El programa del Partido Nazi quiere ser un opio de la reciente derrota de los alemanes y habla de bienestar sin límites para los trabajadores (tomados, claro está, como estricto ente colectivo); también habla de exaltación patriótica, de valores de raza y de inexcusable responsabilidad histórica tras la arrolladora implantación de la "Dictadura del Proletariado" (él, claro, no lo llamaba así), que presume de encarnar.

Gana Hitler a su causa al general Ludendorff, con quien organiza en 1.923 un fracasado golpe de Estado que le lleva a la cárcel en donde, ayudado por Rodolfo Hess, escribe "Mein Kampf" (Mi Lucha), especie de catecismo nazi.

Vuelto a la arena política y en un terreno abonado por la decepción, una terrible crisis económica, ensoñación romántica y torpe añoranza por héroes providentes contra la miseria de entonces, logra el suficiente respaldo electoral para que el mariscal Hindemburg, presidente de la República, le nombre canciller.

Muy rápidamente, Hitler logra el poder absoluto desde el cual pretende aplicar la praxis que le dictara el ideal matrimonio entre Marx y Nietzsche pasado por las sistematizaciones de una tal Rosemberg. En esa praxis Alemania será el eje del Universo ("Deuztschland über alles"), él mismo, guía o "führer" que requiere absoluta fidelidad como indiscutida e indiscutible expresión del superhombre y viene respaldado por una moral de conquista y triunfo situada "más allá del bien y del mal".

Por debajo, tendrá a un fidelísimo pueblo con una única voluntad (gregarismo absoluto como supremo resultado de una completa colectivización de energías físicas y mentales) y el propósito compartido de lograr la felicidad sobre la opresión y miseria del resto de los mortales.

La realidad es que Hitler llevó a cabo una de las más criminales experiencias de colectivización ("marxistización") de que nos habla la historia.

Había alimentado el arraigo popular con una oportunísima capitalización de algunos éxitos frente a la inflación y al declive de la economía, la cómoda inhibición o ciega y morbosa auto despersonalización de sus incondicionales ("manda, Führer, nosotros obedecemos") y la vena romántica con espectaculares desfiles, procesiones de antorchas, la magia de los símbolos, obligado y ritual saludo en alto ("la mano redentora del espíritu del sol") ...

Para los fieles de Hitler era objetivo principal conquistar un amplio "Lebensraum" (espacio vital) en que desarrollar su colectiva voluntad de dominio.

En la previa confrontación política había sido la Socialdemocracia su principal víctima: muchos de sus adeptos votaron por el gran demagogo que irradiaba novedad y aparentaba capacidad para hacer llover el maná del bienestar para todo el "colectivo".

El descalabro del socialismo "democrático" y posterior triunfo de los nazis fue propiciado por la propia actitud del Partido Comunista el cual, siguiendo las orientaciones de Moscú, entendía que el triunfo de Hitler significaba el triunfo del ala más reaccionaria de la burguesía lo que, en virtud de los postulados marxistas, facilitaría una posterior reacción a su favor (es lo que, también, defendió Marx en su tiempo). Es así como Thälman, un destacado comunista de entonces, llegó a escribir ante la investidura de Hitler:

"Los acontecimientos han significado un espectacular giro de las fuerzas de clase en favor de la revolución proletaria".

Obvia es cualquier reserva sobre el paso por la Historia de ese consumado colectivismo cual fue la revolución hitleriana (síntesis de un marxismo pasado por Nietzsche y furibundo nacionalismo): sus devastadoras guerras imperialistas, las inconcebibles persecuciones y holocaustos de pueblos enteros, las criminales vivencias de los más bestiales instintos, el alucinante acoso a la libertad de sus propios ciudadanos.... ha mostrado con creces el absoluto y rotundo fracaso de cualquier idealista empeño de colectivización de voluntades y de rebajar al hombre a la categoría de simple borrego

La trayectoria de Hitler y de sus incondicionales esclavos engendró un trágico ridículo que planeó sobre Europa incluso años después de la espantosa traca final, previo el más descabellado y criminal holocausto de la Historia (¿de dónde le vino a Hitler aquel inmisericorde odio contra los judíos?)

En el pavoroso vacío subsiguiente a la experiencia nacionalsocialista cupo la impresión de que habían incurrido en criminal burla todos los que, desde un lado u otro, habían cantado la "muerte de Dios" y consiguiente atrofia de atributos suyos como el Amor y la Libertad.

 

12.- EL DESPERTAR DE CHINA

Sobrecoge la experiencia china de los últimos sesenta años. Una de las etapas de esa reciente historia, no más de diez años hizo exclamar a Malraux, uno de los intelectuales europeos más prestigiosos: "en solo diez años, China ha pasado de la miseria a la pobreza": El miserable es un irremisible esclavo; el pobre, que dispone de un elemental alimento para reponer energías y así desarrollar un trabajo, está en camino de una mayor libertad.

Alguna reflexión positiva puede traernos, pues, la atención sobre los acontecimientos que han tenido lugar en China. Una muralla de 2.400 kilómetros (la única obra humana perceptible desde la luna), construida hace más de dos mil años, sugiere un inmenso mundo cerrado, autosuficiente e inmóvil.

En cierta forma, así se ha manifestado China durante siglos y siglos: los mismos ritos, costumbres y creencias, generación tras generación, dinastía tras dinastía: a la legendaria dinastía Chou, le sucede la dinastía Han, a ésta la dinastía Sui, que precede a la dinastía Tangs ésta, a su vez, desplazada por la dinastía Sung; el dominio mogol que va desde 1.279 a 1.353, no influye gran cosa en el quehacer diario, sobre el que se conoce algo en Europa gracias a Marco Polo, huésped de Kublai Khan; la dinastía Ming sucede a los mongoles y llena tres siglos de historia hasta que, "decadente y extranjerizante", es derrocada por los elementos más tradicionalistas que entronizan a la que había de ser la última dinastía, la dinastía Manchú, a la que perteneció la emperatriz Tzu-hsi (1.834-1.908).

Ya quinientos años antes de J.C., Confucio (551-479 a. de J.C.) había criticado el "estado de pequeña tranquilidad" en el cual

"Cada uno mira solamente a sus padres y a sus hijos como sus padres y sus hijos. Los grandes hombres se ocupan en amurallar ciudades. Ritos y justicia son los medios para mantener una estable relación entre el príncipe y su ministro, el padre y su hijo, el primogénito y sus hermanos, el esposo y la esposa.."

El propio Confucio presenta como deseable, pero aun muy lejos

"El Principio de la Gran Similitud, por el cual el mundo entero será una República en la que gobernarán los más sabios y los más virtuosos. El acuerdo entre todos será la garantía de una paz universal. Entonces los hombres no mirarán a sus padres como a sus únicos padres ni a sus hijos como a sus únicos hijos. Se proveerá a la alimentación de los ancianos, se dará trabajo a cuantos se hallen en edad y condiciones de hacerlo, se velará por el cuidado y educación de los niños... Cuando prevalezca el principio de la Gran Similitud no habrá ladrones ni traidores; las puertas y ventanas de las casas permanecerán abiertas día y noche.."

Esta peculiar visión de la vida que es el Confucionismo ha propugnado la falta de pasión (y de interés) por lo que no se oye ni se recuerda y, por lo tanto, "no se conoce". Se preconiza el pacifismo por su carácter utilitarista y el orden jerárquico como garantía de paz social. Es un orden jerárquico que expresa la absoluta dependencia del hijo al padre ("mientras el padre vive, el hijo no debe considerar nada suyo"), la sumisión de la mujer al hombre ("unida a un hombre, la mujer mantendrá tales lazos durante toda su vida; aunque el hombre muera, la mujer no se casará otra vez"), el ritualismo hasta en los más pequeños detalles ("si llevas un objeto con una mano, ha de ser a la altura de la cadera; si con las dos, a la altura del pecho"), el pago del odio con el odio y del amor con el amor ("si amamos a los que nos odian ¿qué sentiremos por los que nos aman? Severidad, pues, para cuantos nos hagan daño; amor para los que nos quieran bien")....

Más que religión el Confucionismo se presentó, pervivió y pervive como moral adaptable a las religiones con mayor número de adeptos, muy especialmente, al taoísmo, de raíz naturalista y multitud de mágicos ritos y al budismo que, proveniente de la India, defiende una especie de materialismo trascendente en que se evidencia la interrelación y armonía de todas las cosas, que invitan a la paz estática como valor supremo.

Son fenómenos que, sin duda, han contribuido a mantener la línea de anquilosamiento social en que las élites eran las primeras interesadas en monopolizar la cultura (hasta hace pocos años, la compleja escritura china estaba reservado a pocos miles entre cientos de millones). Paralelamente, se han mantenido abismales diferencias económicas entre unos pocos y la multitud, entre los súbditos y el Hijo del Cielo mantenido como intocable por la llamada burocracia celeste.

Cuando la revolución industrial genera en Occidente la sed de materias primas, China resulta apetecible como campo de expansión y colonialismo. La profunda división entre los poderosos y la inmensa masa de "coolies" es el abono para tratados de "administración" como el de Nankín suscrito con Inglaterra en 1.842, el de Wangsia con Estados Unidos en 1.844 o el de Whampoa con Francia (1.844). Años más tarde Rusia logra su salida al mar desde Siberia a través de Vladivostok, Japón ocupa Formosa (1.895) y Alemania Cantón (1.898).

Las potencias imperialistas, además de ocupar enclaves estratégicos, se disputan monopolios, influencias y enteras regiones de tierra china, totalmente al margen de los derechos de un pueblo que ya supera los 300 millones de habitantes y sufre (aparentemente, sin rechistar) la pasividad del poder imperial, celoso por mantener la amistad del "poderoso bárbaro".

La presencia del extranjero es ocasión de la gradual divulgación de una nueva cultura que sugiere libertad en pensamiento y relaciones económicas.

No es de extrañar que, al margen de la cultura milenaria y, en parte, como reacción a ella, surja una nueva especie de intelectuales que toman como referencia a Descartes, Voltaire, Rousseau o Hegel.

Al igual que sucedió en Rusia, entra el siglo veinte con aires de innovación; hace tres años que ha muerto la carismática emperatriz Tzu-hsi y el muy teórico Sun Yat-sen proclama una república que, muy pronto, se convierte en anarquía, que el general Yuan Shi-kai pretende cortar de raíz con la reinstauración de una nueva dinastía que habría de encabezar él mismo. Se apoya en sus más directos colaboradores a los que hace "señores de la guerra" y coloca al frente de las provincias.

No fue posible el restablecimiento de la monarquía pero sí la ocasional consolidación de determinados "señores de la guerra" que se erigen en auténticos reyezuelos con debilidad por los caminos de corrupción que les abren las potencias imperialistas, a las que, en perruna correspondencia, brindan su vasallaje.

Los atropellos y arbitrarias intromisiones del "bárbaro" generan rebeldía en un sector que cultiva un nacionalismo a ultranza y acierta a desarrollar un populismo genuinamente campesino.

Es en ese círculo en donde destaca un joven que llegaría a ser el Gran Timonel, Mao. Había nacido el 28 de diciembre de 1.893 en Chao Chen, pequeño pueblo de la provincia de Hunan, en la China Central. Tiene veinte años cuando decide arrinconar a Confucio y acercarse a los economistas y pensadores del Oeste.

Pronto hablará de los "cuatro grandes demonios de China": el pensamiento de Confucio, el Capital, la Religión y el Poder autocrático.

Según propia confesión, se siente "idealista" hasta que, en 1.918 y en su primer viaje a Pekín, el bibliotecario Lit Ta-chao le introduce en el marxismo.

El "maestro" Li defendía la teoría de que los países subdesarrollados, colonizados y semi colonizados son, esencialmente, superiores a los imperialistas e industrializados.

Sin duda que Marx habría calificado a China "país proletario".... De ahí a considerar a la lucha por la liberación del imperialismo como una superior forma de la "lucha de clases" no hay más que un pequeño paso que sus jóvenes contertulios han de ser capaces de dar. Y resultará que China, país esencialmente proletario, podrá colocarse a la vanguardia de la lucha antiimperialista.

Siguiendo el camino trazado por el "maestro" Li, Mao se hace el propósito de liberar a China de toda presencia colonial. Y a tal tarea se aplica durante treinta años.

Cara a sus seguidores, Mao se revela como hombre de inflexible voluntad, patriota, realista, gran estratega, humano, paciente, poeta, inigualable organizador... y "fidelísimo marxista"; ello cuando Lenin se encarga de divulgar a los cuatro vientos que los "explotadores rusos se han convertido en explotados" gracias a la doctrina de Marx, "omnipotente porque es exacta".

Desde 1.920, en que Mao encabeza el "partido comunista" de su provincia, hasta 1.949, en que asienta sus reales en la Ciudad Prohibida de Pekín, hay un largo, larguísimo, recorrido de acción y destrucción, en el cual la llamada "larga marcha" no pasa de un episodio: diez mil kilómetros recorridos durante un año de huidas, avances y retrocesos hasta el Noroeste, en que se hace fuerte con no más de 40.000 fieles frente a los casi tres millones de soldados que constituyen el ejército de su antiguo socio en la lucha anti imperialista y hoy implacable enemigo: el general Chiang Kai-chek.

La invasión japonesa abre a Mao un nuevo frente de batalla; pero le brinda la ocasión de aunar voluntades: hace de la invasión un revulsivo de la voluntad popular que ya siente llegado el límite de su paciencia secular, decide romper con el "estado de pequeña tranquilidad" y encarna en el "Gran timonel" a un providencial liberador.

Mientras tanto, la otra China, la de los grandes terratenientes, señores de la guerra, servidores de las multinacionales y de los enclaves nacionales, de los viejos y poderosos funcionarios... se agrupa en torno a Chiang Kai-chek, quien con un ejército cien veces superior al de Mao y obsesionado como está por cercar y aniquilar a Mao (quien huye y ataca solo cuando está seguro de vencer) margina un efectivo plan de defensa contra el invasor japonés; en un ataque sorpresa, Mao coge prisionero a su rival y le conmina a agrupar las fuerzas contra el enemigo común. A duras penas mantienen la alianza hasta el final de la Guerra Mundial que es, para China, el principio de una abierta guerra civil que termina con el confinamiento de los fieles de Chiang en la isla de Taiphen o Formosa (1.949).

El triunfo definitivo puso a Mao en la necesidad de edificar la paz. Complicada tarea jalonada por más de ochocientas mil sumarias ejecuciones: fue esa su forma de "desbrozar el camino hacia el socialismo". Claro que con las sumarias ejecuciones seguía la inercia de la historia, de que tan elocuentes ejemplos, hasta la víspera, habían dado los señores de la guerra.

Pero Mao cuenta con recursos para mantener el fervor popular: es primero la "campaña de las cien flores", luego el "salto hacia adelante" o la "revolución cultural" con su "ocasional biblia", el "Libro Rojo".. Ninguna de ellas logra el éxito prometido: son incapaces de presentar serios alicientes para el trabajo solidario y fían demasiadas cosas a una burocracia, de más en más parasitaria.

Por eso ha surgido en China un nuevo "estado de pequeña tranquilidad" en que ya no se muere de hambre, pero se sigue suspirando por la libertad, tanto más difícil cuanto más se frena el desarrollo de la iniciativa privada en la economía y más se cultiva una "ciencia de la vida" radicalmente materialista.

Contrariamente a lo que Marx había propugnado, ni en China ni en Rusia (ni en ninguna otra de las llamadas revoluciones socialistas) la rebeldía contra el estado de cosas existente tuvo relación alguno con los cambios en los modos de producción. En el caso de China, ni siquiera la doctrina de Marx ayudó a una toma de "conciencia materialista": diríase que lo que hemos llamado un paso de la miseria a la pobreza fue presentada y desarrollada como una "idea de salvación" o la fuerza para destruir los obstáculos hasta el reencuentro con una sociedad en que el trabajo de todos y para todos sea la primera razón de la existencia.

Como en todos los regímenes autoritarios, la obsesión por el mantenimiento del poder cierra las puertas a cualquier efectiva liberalización de las conciencias. Eso es algo que, a nivel general, nunca existió en China; como, hasta hace muy pocos años, tampoco existió un mínimo respeto por la vida de los débiles.

Por todo ello, en China, país sin tradición cristiana, cabe encontrar alguna connotación positiva al legado de Marx: un reflejo de aquella aspiración a una forma de bien común nacida en la reflexión sobre la parábola de la Vid y de los Sarmientos.

Pero sobrecoge la fuerza del número y la previsible dificultad para esclarecer los caminos hacia una responsabilidad ligada a la Libertad: un apasionante desafío a las más generosas de nuestras conciencias.

 

13.- LOS "MARXISMOS" DE SARTRE, GARAUDY Y MARCUSE.

Durante los tres primeros cuartos del siglo XX, la fuerza de la estadística (en la época, se habla de que más de la mitad de la Humanidad es marxista) impuso en los medios académicos más influyentes de Europa una abierta devoción por la herencia intelectual de Marx (a su vez, heredero del racionalismo cartesiano a través de Hegel). Los más destacados siguen muy dentro de lo que, en contraposición a la Reflexión Realista, podemos llamar Subjetivismo Ideal-materialista..

Son muchos los celebrados pensadores marxistas de estos primeros tres cuartos de siglo. Por su incidencia en el Mayo Francés de 1968, creemos de lugar recordar a tres de ellos (Sartre, Garaudy y Marcuse) que representan otras tantas corrientes académicas.

Tales corrientes, aunque irreconciliables entre sí, estaban y siguen estando animadas (el marxismo intelectual será el último en desaparecer) por la común obsesión de desligar al hombre de responsabilidad personal frente a su propia historia. Con ello se propone una palmaria regresión a niveles de irracionalidad (la razón es un lujo estéril si no promueve la personalización) a la par que se incurre en una falta de respeto a la más elemental realidad: he nacido como ser con una precisa e intransferible responsabilidad.

Pasemos, pues, al somero recuerdo de estos influyentes pensadores cuales son reconocidos Sartre, Garaudy y Marcuse.

SARTRE

Según propia confesión, la introducción de Juan Pablo Sartre en el mundo de la intelectualidad obedeció a una abierta inclinación por el subjetivismo idealista: "el acto de la imaginación, dice, es un acto mágico: es un conjuro destinado a hacer aparecer las cosas que se desea". Ya sé que es ahí en donde radica la vena poética; pero es que, en la obra de Sartre poesía y reflexión sistematizada (lo que hoy se entiende por filosofía) vienen indisolublemente unidas. En Sartre, como en ningún otro, toma cuerpo aquello de "sic volo, sic iubeo".

Se acerca a Marx en la valoración de la dialéctica de Hegel. Hilvana con Hegel a través de Heidegger y Husserl, quienes aplican la dialéctica a una pretendida confluencia del Ser y de la Nada en el campo de la fenomenología y según "la pura intuición del yo" (es decir, según un apasionado idealismo subjetivo). Para un estudioso de Sartre como Stumpf tal significa: "El yo puro, contemplado en la pura intuición del yo, evoca con demasiada fuerza el nirvana de los ascetas indios, quienes, absortos e inmóviles, contemplan su ombligo... Nuestra mirada se hunde en lo obscuro, en la absoluta nada".

Es, como vemos, la continuación del afán que provocara Hegel: edificar la ciencia del saber partiendo de cero en el sentido más literal es decir, dando poder creador a la Nada, lo que, según ello y en magistral disparate del idealismo subjetivo, resultará infinitamente más consistente que el Ser.

Sartre es más discurseador que sistematizador. Es el divulgador principal del existencialismo ateo al que presenta como reacción materialista contra la "metafísica del Ser", que arrancara en Aristóteles y fuera defendida por el Realismo tomista.

"La existencia precede a la esencia" o, lo que es igual, existiendo es como uno se encuentra con el propio ser; pero si, al menos, una parte del ser ya estaba allí.... ¿qué sentido tiene eso de "primero existir y luego ser", algo que nos aproxima a la invención hegeliana de que lo racional se impone sobre lo real?

Sartre sale al paso de esta seria objeción con un cúmulo de teorías sobre el "en sí" y del "para sí, del "yo que se intuye a sí mismo" y "del infierno de los otros": el "en sí" será el "ente", lo más sólido e inmutable del Yo; el "para sí" aunque sea, de hecho, una pura indeterminación, habrá de ser aceptado como la expresión de la libertad, una facultad que se siente, pero que no se razona. El "para sí" es, según Sartre, una extraña fuerza que coincide con la Nada tomada como absoluto y en su sentido más literal (le Neant), fenómeno que, repitiendo a Hegel, "se expresa" como oposición a "lo que existe" y abre la única posibilidad de "definir al ser".

A tenor de ello, Sartre proclama que la Nada anida en el hombre como "un gusano" o "un pequeño mar". "Invadido por la Nada", el hombre encuentra en ella no una figura sino la fuerza creadora.

Tales conclusiones, que ignoran los más elementales principios del razonamiento (lo que no es no puede ser por el simple efecto de una figura literaria) serían inadmisibles en cualquier reflexión mínimamente rigurosa; ello no obstante, tuvieron y tienen su audiencia merced a la soberbia retórica academicista en que vienen envueltos. La observación que dicta el sentido común sobre la perogrullada de que ALGO INVADIDO POR LA NADA ES NADA no arredra a Sartre, quien porfiará sobre el hecho de que es ahí precisamente adonde quiere llegar como referencia incuestionable para demostrar que la vida humana, cualquier vida humana, es radicalmente inútil.

En Heidegger, el supuesto de la inutilidad de la propia vida se tradujo en "Angustia"; para Sartre la angustia del "ser que sabe que no es" se llama "Náusea". Con eso de la "Náusea" pretende abrir nuevos caminos de inspiración a la juventud "contestataria" de la postguerra.

Reconozcamos que la producción intelectual de Sartre es coherente con la corriente en que imaginación se confunde con razón, ambas se dejan guiar por el capricho o deseo de redefinir el Absoluto, para, al fin, chocar irremisiblemente contra la insobornable realidad: si para un impenitente idealista como Hegel, lo real encuentra su justificación únicamente como "oposición" a lo ideal (probablemente irreal, en cuanto pensado o imaginado), similar fundamentación asume Sartre para sus teorías: es la "nihilización" o reducción a la Nada lo que da significación a la vida e historia del hombre.

Pero, cuando conviene a su propósito, Sartre se distancia de Hegel: desde muy distinta óptica que Kierkegard, Sartre coincide con Marx (y, esta vez, con el sentido común) cuando, refiriéndose a Hegel, afirma: "no es posible reducir el Ser al puro y simple saber".

Sartre abraza el "materialismo histórico" marxista desde lo que él llama un "racionalismo dialéctico y riguroso". A ello se refiere en una carta a Garaudy:

"El marxismo, dice, me fue ganando poco a poco al modo de pensar riguroso y dialéctico, cuando hace ya veinte años (en torno a 1.940) me estaba extraviando en el oscurantismo del no saber". Lo acepta "por la fuerza de sus resortes internos y no por la excelencia de su filosofía".

Pero no es el de Sartre un marxismo "ortodoxo" puesto que, tal como nos explica.

"Entiende por marxismo al Materialismo Histórico, que supone una dialéctica interna de la Historia y no al Materialismo Dialéctico, si es esto esa ensoñación metafísica que creará des cubrir una dialéctica de la Naturaleza: aunque esta dialéctica de la naturaleza pudiera existir, aun no nos ha ofrecido el mínimo indicio de prueba"

"Si el materialismo dialéctico, dice tambien Sartre, se reduce a una simple composición literaria, producto del artificio y de la pereza sobre las ciencias fisicoquímicas y biológicas, el materialismo histórico, en cambio, es el método constructivo y reconstructivo, que permite concebir a la historia humana como una totalización en curso".

Desde tal posición, acusada de atrevidamente revisionista, Sartre dogmatiza: "El existencialismo ateo se mantiene porque el marxismo no es una ciencia exacta" . Ello no quiere decir que se haya de revisar: "El marxismo no es una doctrina a revisar; es una tarea histórica a realizar". Por eso, sigue dogmatizando Sartre,

"el pensamiento existencialista, en tanto que se reconoce marxista, es decir, en tanto que no ignora su enraizamiento en el Materialismo Histórico, resulta el único proyecto marxista a la vez coherente y realizable".

Este peculiar e ideal producto marxista existencialista, propugnado por Sartre, será un ateísmo militante capaz de hacer a la especie humana dueña de su propio destino por los caminos de la "razón dialéctica" o proceso de "nihilización constructiva".

De hecho, lo que propugna Sartre es aplicar la autoridad moral de Marx tanto a la gratuita ridiculización de cualquier mínimo rastro de fe en un Dios providente y libertador como a la radicalización de una lucha de clases que, para Sartre, debe sacudir su "progresivo aburguesamiento".

GARAUDY

En sus primeros tiempos de intelectual influyente, Garaudy trazaba una línea directa entre Jesús de Nazareth y Carlos Marx, "quien nos ha demostrado cómo se puede cambiar el mundo".

Roger Garaudy (nacido en 1.913), hasta 1.970, era considerado el más destacado intelectual del Partido Comunista Francés.

Aunque nacido de padres agnósticos, desde muy niño, sintió viva preocupación por el problema religioso: tiene catorce años cuando se hace bautizar y se aficiona a la Teología que estudia en Estrasburgo; dedica especial atención a la obra de Kierkegard, padre del "existencialismo cristiano" y a Barth, inspirador de la "Teología Dialéctica", según la cual Dios es "El totalmente Otro".

Tales influencias se dejaron sentir en la posterior militancia comunista de Garaudy: el punto fuerte de su crítica a la Religión será la acusación de que está desligada del mundo, aunque el halo de sacrificado amor que inspira infunda un remedo de "socialismo" a los cristianos.

Es a los veinte años cuando Garaudy se afilia al P.C.F. Pronto destaca por su inteligencia despierta, amplia formación teórica y ambición. Perseguido por los alemanes (sufre dos años de cárcel), logra situarse en Argelia, desde donde dirige el semanario "Liberté" y programas de radio hacia la "Francia Ocupada". Ya terminada la Guerra, es nombrado miembro del Comité Central del Partido Comunista Francés, elegido diputado y escuchado como miembro destacado en todos los congresos. Pasa una larga temporada en Moscú, regresa a Francia, es de nuevo elegido diputado y llega a vicepresidente de la Asamblea Francesa (1.956-58).

Su creación del "Centre d'Etudes et de Recherches Marxistes", su destacada participación en los "Cahiers du Communisme", sus numerosas publicaciones y, sobre todo, la orientación que imprime a la celebración anual de la "Semaine de la pensée marxiste" hacen de Garaudy uno de los más escuchados pensadores marxistas europeos durante no menos de veinte años.

El "mayo francés" de 1.968 fue un revulsivo para el Partido Comunista Francés el cual, prácticamente y en razón de la influencia de intelectuales como Garaudy, se mantuvo al margen de las revueltas estudiantiles. A raíz de ello, se decantan las respectivas posiciones y Garaudy es apartado progresivamente de los círculos de influencia del Partido.

Garaudy ya no acepta la disciplina que proviene de Moscú y se permite criticar la "restauración del estalinismo evidenciado en la intervención criminal contra Checoslovaquia".

La definitiva separación de los órganos de decisión del P.C.F. se materializa cuanto su "politburó" reprocha formalmente a Garaudy su "renuncia a la lucha de clases", su "rechazo a los principios leninistas del P.C.F.", su "crítica abierta e inadmisible a la Unión Soviética" e. incluso. su "pretendida revisión de los principios del Materialismo Histórico" (Dic. 1.969). Sigue una guerra de comunicados según la cual Garaudy es acusado de entrar en connivencia con la Iglesia Católica, de adulterar los principios del "Materialismo Dialéctico", de "atacar al centralismo democrático del Partido", de "intentar convertir los órganos decisorios en un club de charlatanes incansables" (Fajon)... Al final, en mayo de 1,970, Garaudy es expulsado del Partido que, hasta el último momento, él se resistía a abandonar.

A partir de entonces y hasta su conversión a la religión musulmana, Garaudy hace la guerra por su cuenta en el propósito de crear "un nuevo bloque histórico", que habrán de constituir trabajadores, estudiantes, técnicos, artistas, intelectuales y, sobre todo, "católicos preocupados por la cuestión social".

"Hermano cristiano, dice a estos últimos, te hemos aclarado la actitud de los marxistas respecto a la religión. como materialistas y ateos que somos, te tendemos lealmente la mano, sin ocultarte nada de nuestra doctrina porque todos nosotros, creyente o ateos, padecemos la misma miseria, somos esclavizados por los mismos tiranos, nos sublevamos contra las mismas injusticias y anhelamos la misma felicidad" (repárese en lo paternalista del mensaje lanzado desde una, pretendidamente, más certera perspectiva intelectual).

Cuando vienen las magistrales precisiones de la "Pacem in terris" de Juan XXIII, Garaudy ve la ocasión de profundizar en su política de la mano tendida y llega a asegurar que el Marxismo sería una pobre doctrina si en él no tuvieran cabida, junto con las obras de Pablo, Agustín, Teresa de Avila, Pascal, Claudel... valores como "el sentido cristiano de la trascendencia y del amor".

Ello hace pensar que, durante unos años, el secreto deseo de Garaudy es prestar su sello personal a una doctrina que resultaría de la síntesis entre el Cristianismo y el Marxismo, algo así como un humanismo moralmente cristiano y metafísicamente marxista (ateo) sobre la base de que la Materia es autosuficiente de que el Marxismo con su doctrina de la lucha de clases es la panacea de la Ciencia y del Progreso.

Paro hay algo más en la obsesión revisionista de Garaudy; capitalizar la audiencia que logra entre los jóvenes el existencialismo sartriano, al que reprocha su escasa profundización en el estudio de las "cuatro fundamentales leyes dialécticas" (que actualizara Stalin, no hay que olvidarlo). Porque, tal como ha querido hacer ver, la doctrina de Marx es una especie de cajón de sastre en que cabe lo último del pensamiento:

"No consideramos, dice, la doctrina de Marx de ningún modo como algo cerrado e intocable; al contrario, estamos convencidos de que, solamente, ha suministrado los fundamentos de la Ciencia, que los socialistas han de desarrollar en todos los aspectos".

Ahora, Garaudy dice haber encontrado su camino en la fidelidad a la doctrina de Mahoma.

MARCUSE

Heriberto Marcuse (1898-1979), judío alemán, llega al marxismo por similar camino que Sartre: A través de Heidegger, se acerca a Hegel, en cuya estela encuentra a los marxistas radicales de la primitiva social democracia alemana. La dictadura de Hitler forzó a Marcuse a emigrar a Estados Unidos, en donde se afincó definitivamente.

La producción intelectual de Marcuse quiere ser una síntesis de los legados de Hegel, Marx y Freud. Ligó a Marx con Freud gracias a las enseñanzas de otro judío alemán, W. Reich, médico psicoanalista empeñado en demostrar el "absoluto paralelismo" entre la lucha de clases y la sublimación sexual:

"Aunque es necesario, decía Reich, acabar con la represión sexual de forma que se despliegue todo el potencial biológico del hombre, solamente en la sociedad sin clases, podrá existir el hombre nuevo, libre de cualquier sublimación".

Reich había venido a Estados Unidos por "escapar de una doble incomprensión": de una parte, el Partido le acusaba de obseso sexual mientras que, en los círculos freudianos, no se entendía muy bien esa relación entre las luchas políticas y el sicoanálisis. Ya en Estados Unidos, Reich sigue cultivando su obsesión por la "síntesis entre la lucha de clases y la sublimación represiva". Apoya su tesis en la formulación de lo que llama "Orgonterapia", el "descubrimiento científico más importante de los tiempos modernos", capaz, asegura Reich, de curar el cáncer gracias a la aplicación del "orgón" o "mónada sexual".

Los extraños "tratamientos terapéuticos" de Reich llamaron la atención de la policía americana, quien descubrió que las pretendidas clínicas eran auténticos prostíbulos. Reich murió en la cárcel. Había escrito dos libros que hicieron particular mella en Marcuse: "Análisis del Carácter" y "La Función del Orgasmo".

La "sociedad industrial avanzada" de Estados Unidos es otro de los fenómenos presentes en la obra de Marcuse, como también lo es un crudo "pesimismo existencial", posiblemente, hijo del resentimiento.

Desde ese conglomerado de influencias y vivencias personales nació la doctrina marcusiana de la "Gran Negativa", del "Hombre Unidimensional" (sometido al instinto como única fuerza determinante de su comportamiento) y de la "Desublimación", títulos en que se apoya la relevancia que le concede la "New Left" o Nueva Izquierda. Es éste un producto marcusiano presente de los movimientos de protesta de los señoritos insatisfechos, en el "mayo francés del 68", en las reivindicaciones de algunos grupos de marginados y, también, en muchas de las ligas abortistas o de "liberación sexual".

Marcuse es aceptado como una especie de profeta de la "protesta por que sí", algo que, en cada momento, adoptará la forma que requieran las circunstancias: demagogia de salón, crítica académica, revuelta callejera... o simple afán de destrucción. Con Marcuse se deja atrás el camino de Utopía: se persigue "un más allá de la Utopía".

Para Marcuse la solución mágica a los problemas de la época parte de una "sublimación no represiva", elemental "evidencia de la verdadera civilización la cual, como ya decía Baudelaire, no está ni en el gas ni en el vapor, ni en las mesas que giran: se encuentra en la progresiva desaparición del pecado original".

Para Marcuse el camino que ha de llevar a tal civilización se expresa en el enfrentamiento dialéctico entre el Eros freudiano (simplemente deseo y culminación sexual) y Thanatos, el genio griego de la muerte. Eros y Thanatos son fuerzas que llegarán a la "síntesis" o equilibrio en la solución final.

Es en esa solución final en donde encontrarán su culminación los mitos de Orfeo, pacificador de las fuerzas de la Naturaleza, y de Prometeo, esa marxiana expresión de "odio a los dioses". En esa solución final, como no era para menos, habrá desaparecido la lucha de clases, la angustia sexual y, gracias a todo ello, se habrá logrado

"la transformación del dolor (trabajo) en juego y de la productividad represiva en productividad libre. Es una transformación que habrá venido precedida por la victoria sobre la necesidad gracias al pleno desarrollo de los factores determinantes de la nueva civilización"

Tal constituye la tesis central de un libro que ha logrado amplísima difusión: "Eros y Civilización". En tal libro y por la técnica de las antinomias, tan caras a Hegel y a Marx, se hace eco tanto de la corriente más utópica del marxismo como de la euforia erótica de una "juventud liberada".

Seis años después de la publicación de "Eros y la Civilización" Marcuse parece estar de vuelta de su rosado optimismo y, coincidiendo con el inicio de su decrepitud, escribe:

"Los acontecimientos de los últimos años prohíben todo optimismo. Las posibilidades inmensas de la civilización industrial avanzada se movilizan más y más contra la utilización racional de sus propios recursos, contra la pacificación de la existencia humana".

En ese tiempo Marcuse ha estudiado al Marxismo Soviético y "comprobado" que, más que suceder al Capitalismo, "coexiste con él". Critica el que se haya mutilado la "acción espontáne4a de las masas" hasta sustituir la antigua dominación burguesa por otra en la que el Proletariado sigue alienado, esta vez por estructuras burocráticas todopoderosas, mientras que la difusión del pensamiento marxista se ha convertido en una especie de palabrería vacía. Protesta de cómo en la Unión soviética se utilizan los mismos trucos publicitarios que en las sociedades industriales avanzadas, éstas para hacer entrar por los ojos productos superfluos y aquellas para obligar a digerir la primacía del poder espiritual del Comité Central, la admiración bobalicona por el poderío bélico, la cerrazón intelectual o el servicio incondicional a los caprichos de la burocracia en el poder.

Pero lo que Marcuse critica más acerbamente en el Marxismo Soviético es la forzada identificación entre la "fuerza del estado soviético y el progreso del socialismo", lo que significa el progresivo anonadamiento de los ciudadanos y, también, la muerte del materialismo naturalista y el torpe uso de la Dialéctica, punto de partida de la "filosofía negativa" a la que, desde ahora, dice servir Marcuse.

La crítica que Marcuse hace al Marxismo Soviético, crítica extensible a cualquier otra aplicación política del marxismo, es una crítica sentimental.

Es desgarradora su imagen del hombre "unidimensional"; pero es más la solución que le dicta su borrachera de idealismo subjetivo en que tanta fuerza presta a la "sublimación represiva" y en que tanta confianza pone en el papel providencial de la espontaneidad.

Ahora el punto de mira de la crítica marcusiana está orientado hacia una sofisticada forma de alienación llamada Neopositivismo o "canonización teórica de la sociedad industrial". Con su fobia a la socialización de las conquistas materiales del progreso, Marcuse se sitúa en la dirección espiritual de la generación de los señoritos insatisfechos, líderes ocasionales de cualquier posible grupo de marginados. Deliberadamente, Marcuse soslaya la evidencia de que lo trágico no es poseer o soñar con poseer un frigorífico, ni siquiera dos o más frigorífico; es protestar de que ese sea el objetivo fundamental de la vida, lo que no es, ni mucho menos cierto. Una mente discursiva como la de Marcuse, a fuer de sincero, debía reconocer el hecho indiscutible de que se pueden estar en una sociedad de consumo sin que, por ello, uno limite su vida al estricto papel de consumir cualquier cosa que el mercado ofrezca.

Marcuse, quien, repetimos, ha logrado una extraordinaria influencia entre las élites de cualquier posible revuelta, nunca fue más allá de la primera apariencia de las cosas ni de una superficial y sentimental apreciación de los fenómenos humanos. Era su preocupación fundamental la de ser reconocido como "maestro de la juventud":

"Me siento hegeliano, dice, y mi más ferviente deseo es ejercer sobre la juventud una influencia similar a la que, en su tiempo, ejerció Guillermo Federico Hegel".

Por ello, a tenor de las variadas orientaciones de las apetencias juveniles, ora apoya esto ora aquello otro radicalmente distinto a lo anterior.

Aunque certero en algunas de sus críticas, la réplica que presenta suele ser un perfecto galimatías cuyo hilo conductor, al menos aparentemente, parece ser su intención de introducir el materialismo marxista y un grosero idealismo de aspecto freudiano en las sociedades industriales más avanzadas. Mezcla agudas observaciones con desorbitadas exageraciones y un evidente resentimiento diluido en propuestas de exclusión, castración de inquietudes y la crítica por la crítica.... para que sus admiradores cultivaran una militante rebeldía siempre en guardia y contra todo.

Huye de la realidad, eso sí, por el mismo laberinto por el que intentaron escapar sus mentores Hegel, Marx y Freud: prestar a lo particular o contingente (una simple experiencia cuando no apreciación superficial de tal o cual pasaje histórico) la categoría de universal. Claro que, muy probablemente, incurrió en ello sin fe y por el único afán de "conservar una clientela" sin importarle vaciar a la persona de su responsabilidad social.

 

14.- ENTRE LA ÉTICA Y LA "PERESTROIKA"

Sabiduría, valor, templanza y justicia, las cuatro virtudes que los griegos proponían como marco de una conducta equilibrada, recibieron del Cristianismo el añadido de la Fe, la Esperanza y la Caridad. Se completó así el marco de las "siete virtudes cardinales", que se presentan a la voluntad de cada hombre como soporte de la acción reformadora sobre sí mismo y sobre su entorno. Su práctica es un entronque personal con la Realidad.

Hemos visto cómo los "maestros racionalistas" han intentado desviar la atención de sus seguidores hacia derroteros menos concisos y menos dependientes de la propia voluntad. La subsiguiente difuminación de energías personales ha prestado poder al "aprovechado de turno", vendedor ocasional de "tablas de salvación" que, en todos los casos, han llevado a una catástrofe más o menos trágica.

Pero, para el hombre, siempre ha cabido el recurso de desandar el camino: de volver a empezar, esta vez, ojalá con menor predisposición para dejarse embaucar por cualquier otro mercader de ideas.

Dentro de la estela del subjetivismo idealista (mal llamado "racionalismo") cabe a Kant el mérito de ser el "maestro racionalista" más preocupado por la Etica o Moral (acción reformadora sobre sí mismo y el propio entorno). Su compendio de virtudes estaba encerrado en lo que llamó "imperativo categórico" o punto de encuentro entre lo individual y la fuerza del número: "Obra de tal suerte que tus actos puedan erigirse en norma de conducta universal".

Se convertía así la moral en "sentido práctico" o "canal de utilitarismo social". Puntos flacos suyos son la directa subordinación a la estadística y la falta de clara referencia tanto a la reconocida como Ley Natural como al testimonio de Jesucristo.

Podría, pues, pensarse que la ética de Kant no pasa las fronteras de la estética o arte del buen parecer. De ser ello así, las consignas en que se expresa o apoya, más que reflejos de la conciencia, serían, simplemente, invitaciones convencionales. Ello no obstante, parece orientada hacia la responsabilidad personal y hacia la búsqueda de reglas de conducta específicamente humanas, muy al contrario de cualquier forma de epicureísmo o de las llamadas "éticas del placer" (hedonismo).

La ética de Kant no representa ataque frontal alguno contra la Ley Natural (aunque no se refiera directamente a ella) ni, tampoco, ruptura contra "aquella actitud de nuestro querer que se decide por el justo medio tal como suele entenderlo el hombre inteligente y juicioso" y que promueve "el valor, la liberalidad, la magnanimidad, la grandeza del alma, el pundonor, la mansedumbre, la veracidad, la cortesía, la justicia y la amistad" (Etica a Nicómaco), ingredientes con los que, si el propio actor los identifica como ineludibles pautas de conducta, se podrá lograr un respetable ciudadano que sirva de modelo a todo un tratado de "Etica Social".

Ello resulta insuficiente como revulsivo de las conciencias hacia la conquista total de la voluntad y subsiguiente compromiso por integrar las energías personales en el servicio a una inequívoca Causa: el bien del Otro.

Pero es Kant el último de los "maestros racionalistas" que concedió a la responsabilidad personal cierto papel en la elaboración de la Historia. Tras él vino el "gran promotor del colectivismo moderno", Hegel quien brindó a sus fieles una perfecta coartada para la inhibición: "Moral, dijo, es el reconocimiento de la Necesidad" (haces lo que no tienes más remedio que hacer, viene a significar).

Tal definición convenía al colectivismo marxista cuyo "sistema" gira en torno al implacable determinismo de las fuerzas materiales y a la proclama de que la Humanidad es un conjunto indiferenciado de animales superiores divididos en grupos irreconciliables, cosa muy distinta de los que nos dicta la Realidad: la Humanidad como Comunidad de seres inteligentes y libres, personas, distintos unos de otros pero capaces de traducir en bien social el uso de su libertad.

En la Europa democrática, una de las corrientes colectivistas de más peso político ha sido y sigue siendo el Partido Comunista Italiano. Gramschi, uno de sus teorizantes "clásicos", se apartó un tanto de la ortodoxia marxista al otorgar valor a lo que el llamaba "voluntarismo social" frente al determinismo; pero lo hacia apelando al "colectivo" o conjunto de entes abstractos capaces de disolver en lo general cualquier particularidad o diferenciación personal. Tambien aquí el dictador de la NORMA será el Partido, entelequia que habrá de encarnar todas las prerrogativas del "sabio rey" de Platón o el "Príncipe maestro en el arte de la política" de Maquiavelo.

La historia ha demostrado la gran mentira de una "conciencia positiva" en cualquier colectivismo, cuya idea norte, en todos los casos, ha sido la conveniencia o capricho de sus privilegiados mentores.

Por el contrario, el Progreso nunca es ajeno a la voluntad de sus protagonistas, uno a uno, persona a persona. Estos protagonistas, lo sabemos bien, no siempre se han movido ni se mueven por altruismo o amor: a veces, lo han hecho por descarnado amor al dinero, por ambición de poder con proyección de futuro, por curiosidad, por huir del aburrido ocio, por inexplicable secreta intuición, por puro y simple azar... y tambien, ¿quién lo duda? por el íntimo convencimiento de que no hay mejor forma de justificar la propia vida que comprometerla en el trabajo solidario...

Cubrir etapas hacia el Progreso precisa, pues, del soporte de las distintas voluntades humanas, tanto más activas y eficientes cuanto mayor aliciente encuentran en las oportunidades y objetivos de su campo de acción: perseguir al dividendo obliga a crear empresas, hallar el remedio a una enfermedad tienta el prurito profesional o curiosidad del investigador, el trabajo de sol a sol sugiere mejoras en los cultivos al tiempo que se hace más llevadero si sus beneficios revierten sobre los seres queridos, las carencias del prójimo son una invitación a la solidaridad, el sacrificio cobra sentido si aporta nuevos puntos de apoyo a la ansiada realización personal...

No tuvieron en cuenta tales presupuestos los artífices de la "obra de colectivización" más radical y más larga (1.917-1.991), cuyo rotundo fracaso acabamos de comprobar. Hablamos, claro está, de la "experiencia soviética", en que "la providencia del Estado da la misma seguridad a los zánganos que a los ciudadanos responsables".

Quien afirma eso último es el antiguo jerarca supremo de la URRS (hoy Comunidad de Estados Independientes), Miguel Sergiovich Gorbachov, padre de la Perestroika.

Quería ser la Perestroika el revulsivo de un anquilosamiento burocrático cual había resultado ser todo el aparato administrativo y doctrinal en que descansaba la pervivencia de una antigua, antiquísima, revolución. Ahí se defiende que "son las personas, los seres humanos con toda su diversidad creativa, quienes construyen la historia", algo que se da frontalmente de bruces contra el dogma básico del materialismo histórico según el cual son los modos y medios materiales de producción los que hacen la historia, con independencia de la voluntad de los hombres que la sufren y la viven.

Pero Gorbachov, sin rodeos, apela a las diversas conciencias de sus conciudadanos para pedirles "un poco más de esfuerzo" en correspondencia "al alto nivel de protección social que se da en la Unión Soviética", lo que "permite que algunas personas vivan como gorrones".

Menos gorrones y más trabajadores conscientes y responsables venía a decir el antiguo carismático secretario general para incurrir luego en una flagrante contradicción hija, sin duda, de su formación política: "No se trata de crear una imagen de un futuro ilusorio para luego imponerlo en la vida, porque el futuro no nace del anhelo, sino de lo que nos rodea, de las contradicciones y tendencias del desarrollo de nuestro trabajo común. Olvidarse de esto es una fantasmagoría".

Que parte de su discurso no era más que una obligada concesión a los viejos principios y que, en el fondo, Gorbachov otorga mucha más fuerza "determinante" a la libertad responsable que al "determinismo materialista" parece ser evidenciado cuando asegura:

"Si una persona es firme en sus convicciones y conocimientos, si es moralmente fuerte.... será muy capaz de capear las peores tempestades". "En la actualidad, sigue diciendo, nuestra principal tarea consiste en elevar espiritualmente al individuo respetando su mundo interior y proporcionándole "fuerza moral"".

"Todo será posible, vuelve a insistir Gorbachov en el marco de la Perestroika que, "significa una constante preocupación por la riqueza cultural y espiritual, por la cultura de cada individuo y de la sociedad en su conjunto".

Es, como se observa, una revalorización de aquella ética que no pretendía trascender el convencionalismo. No es, ni mucho menos, la moral del compromiso.

Cuando se dice "Perestroika es eliminar de la sociedad todas las distorsiones de la ética socialista y aplicar con coherencia los principios de la Justicia Social. Es la coincidencia de hechos y de palabras, de derechos y deberes. Es la exaltación del trabajo honrado y altamente cualificado, es la superación de aspiraciones rastreras al dinero y al consumismo"..., no se dice más que lo que cabe en un político que conoce la fuerza de las consignas grandilocuentes. En consecuencia, no logran más que fugaces adhesiones hasta el próximo choque con la realidad.

Falta bastante más para abrir cauces a la libertad responsabilizante, para optimizar los canales de motivación en que se apoya el progreso de las sociedades.... para que resulten operativas leyes que minimicen abusos, corrupciones y atropellos; para que se multipliquen los focos de emulación positiva en ambiente de libertad.

¿Es una llamada a la "integración sentimental" suficiente para poner en marcha el cúmulo de soluciones que requiere una situación de penuria tanto en lo económico como en lo moral?

Sin duda que se favorece el progreso si "el obrero se transforma en propietario y el campesino en amo de la Tierra"; si el Poder asume y ejerce su papel de armonizador entre bienes y libertades; si cobra constructiva fuerza la iniciativa privada hasta adaptar medios y modos de producción a las necesidades de la Comunidad.

Para construir un ilusionante futuro, eso que se llama "voluntad política" ha de ser bastante más que un catálogo de buenas intenciones u ocasional retórica: Por lo menos, debe elaborar y desarrollar un "realista y sugestivo proyecto de acción en común" a la medida de las propias "circunstancias".

Será éste un Proyecto tanto más pertinente cuanto más despierte abundantes y progresivas conversiones al trabajo solidario desde una oferta de motivaciones y variadísimos cauces para la aplicación profesional.

Ojalá surja esto rápida y definitivamente en ese fantástico laboratorio de experimentaciones democráticas inaugurado a la caída del "muro de Berlín". Seguiría luego el proceso de recuperación o conquista de libertades y subsiguiente progresivo bienestar tanto menos lento cuanto más efectivo resulte el contagio de generosidad, persona a persona.

Abrir el cauce a una responsabilidad hermanada con la generosidad y la libertad significa volver los ojos a la Realidad, a un mundo en que todo se hilvana según el modo de vivir y de pensar de los hombres, a quienes, justamente, repele y debe repeler cualquier intento de anulación personal, cualquier experiencia de colectivización (sea ésta con viejos o nuevos colores): es rechazable cualquier experiencia política en que el protagonismo no es otorgado a los hombres y mujeres con irrenunciable aspiración a traducir en bien social sus facultades personales.

Para los servidores de las nuevas y viejas democracias pocos objetivos se presentan tan claros como el de la urgente "universalización" de oportunidades, bienes y servicios.

Es un objetivo que, en el aquí y ahora, obliga al desarrollo de cualquier iniciativa útil que mejore la forma de vivir del menos afortunado. Ello es imposible al margen de la "óptica empresarial" (todo eso de proyecto, inversión, organización, control y motivante rentabilidad).

Tanto mejor si, incluso, las inquietudes espirituales fluyen y crecen por cauces "materiales": "El pan del prójimo debe ser para ti la principal exigencia espiritual" dijo Nicolás Beardief, el que fuera compañero de Lenin hasta ver en el Cristianismo la mejor y más segura vía de realización personal.

 

15.- MARXISMO Y "TEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN"

Se trataba de alcanzar una mayor justicia social, "de hablar menos y de actuar más", se dijo hace unos años (G.Nenning, Warum der Dialog starb) a propósito del interminable diálogo sobre el teórico entendimiento entre creyentes y ateos. Sin un "condicionante diálogo", sugiere ese mismo Nenning, que dice hablar en nombre de la "Teología de la Revolución", se podría llegar más allá y, desde las filas del propio Cristianismo proclamar:

"El diálogo ha muerto, viva otra forma de entendimiento. El diálogo clásico ha muerto, viva la revolución llevada comunitariamente por cristianos y marxistas".

Desde el estricto sentido común, cabe preguntar ¿cómo es posible compaginar la libertad y la generosidad (valores genuinamente cristianos) con la confrontación por sistema que asumen los marxistas o socialistas?.

Claro que, a nivel personal y desde el respeto a las respectivas creencias (o increencias), cabe siempre el cordial entendimiento sobre tal o cual acción puntual; pero, aún desde ese nivel, ya es imposible ponerse de acuerdo sobre cualquier estrategia revolucionaria o de permanente confrontación.

Cuando se asumen la generosidad y la libertad como perennes valores de acción social, las pautas de diálogo con quienes no piensan como nosotros requieren prudencia, constancia y respeto, pero no renuncia a los fundamentos de nuestra Fe:

"La disposición a escuchar, a permitir que el punto de vista del otro se comunique por su propia boca, sin someterlo a un prejuicio, el reconocimiento de los principios lógicos y éticos y del axioma de la contradicción, la obligación imprescindible a la verdad y el respeto frente a la libertad del hombre" (M.Spieker)

Un breve repaso a la historia de los últimos años ilustra cumplidamente sobre las dificultades de acuerdo en torno a una acción social de orientación inequívocamente progresista: desde el lado de los no cristianos se insiste en los posicionamientos materialistas, en que la tregua o pacto no es más que una parte de la estrategia de la irrenunciable confrontación, en que el respeto o tolerancia tienen el límite que marca las conveniencias del Partido cuando no revisten el carácter de "asociación de lucha"... mientras que, del lado de los cristianos no puede haber nada contrario a la libertad, prudencia y generosidad.

En consecuencia, son éstos últimos los que, en continua disponibilidad para el entendimiento, nunca podrán renunciar a su Verdad a la que, por razones de propia experiencia, de historia y de testimonio de Aquel que "todo lo hizo bien", aceptan como único camino para amorizar la tierra y consecuente remedio a tantas y tan palmarias injusticias sociales.

Sin duda que, cuando se trata de diálogo entre cristianos y marxistas, será más fácil entenderse si éstos últimos hacen un esfuerzo por compartir las inquietudes y generosidad del joven Marx (en lo que se hicieron fuertes revisionistas como Bernstein) que si hacen bandera del ateísmo o de las frías consignas que han marcado la pauta a tantas revoluciones, abusos de poder y corrupciones: en definitiva en tantas ignorancias o torpes usos de la libertad. Los cristianos, por su parte, participarán en el diálogo con la sencillez y la prudencia (Mt. 10,16), que recomienda el Evangelio..

Y habrá entre todos Libertad y Responsabilidad que, alimentadas por abundantes dosis de Generosidad, hará posible el responder a la necesidad de proyectar socialmente lo mejor de cada uno.

 

 

16.- ¿SOCIALISTAS ANTES QUE MARXISTAS?

Cuando Anselmo Lorenzo, líder "obrerista" español, visita a Carlos Marx (1.870-Londres), se muestra sorprendido e, incluso desconfiado ante el caudal de "ciencia burguesa" que derrocha el padre del "socialismo científico". A su juicio, para humanizar el mundo del trabajo, huelga el referirse a Hegel o a Adam Smith y Ricardo. En consecuencia, se extraña de que Marx se pierda en la maraña de leyes dialécticas y componendas económicas sobre las cuales pretende edificar su materialismo y subsiguiente revolución proletaria.

Eran los tiempos de la predicamenta visceral de un tal Fanelli, discípulo de Bakunín, célebre teorizante del "comunismo libertario" o anarquismo. Se abría España a la revolución industrial en un clima de carencias ancestrales para los más débiles, esos mismos que resultan fácil señuelo para los predicadores de facilonas, efímeras y ruidosas libertades; son libertades imposibles porque nacen sin raíces en lo más real del propio ser y, por lo mismo, pretenden crecer desligadas de una seria reflexión personal.

Eran aquellas unas rebeldías elementales en que poca fuerza tenía la fiebre racionalista que privaba entonces en los grandes movimientos ideológicos de otros países en vías de desarrollo. Era el español un terreno escasamente abonado para idealismos hegelianos o marxistas.

Era la España que no se encuentra cómoda en el papel de sombra de Europa a que parecen condenarla no pocos teorizantes de entonces, la España que siente en sus entrañas la necesidad de roturar caminos propios para perseguir su realización, la España creyente y escasamente burguesa, la España que hace de la Religión su principal preocupación incluso para presumir de irreligiosa.

Se hablaba entonces de la Primera Internacional, víctima a poco de nacer de la rivalidad entre Miguel Bakunín y Carlos Marx. Ambos habían soñado capitalizar las inquietudes sociales de los españoles: el primero envió al citado Fanelli y Marx a su hija Laura junto con el marido de ésta, Pablo Lafargue.

Sabemos que los primeros movimientos españoles de rebeldía preferían el "anarcosindicalismo" al llamado socialismo científico. Muy probablemente, inclinaron la balanza a favor de este último personajes como Pablo Iglesias Pose (1.850-1.925), marxista ortodoxo en la línea de Julio Guesde y Lafargue.

La tal "ortodoxia" sufrió substanciales modificaciones a tenor de estrategias electoralistas de divulgadores como Indalecio Prieto o Besteiro, quienes, de hecho, han orientado al socialismo español a posiciones cercanas o lo que hoy se conoce como social-democracia; son actualizaciones que encuentra paralelo en casi todas las corrientes colectivistas de los piases industrializados.

Una rápida visión sobre la evolución del colectivismo en España nos muestra cómo ha sobrado espontaneidad irreflexiva o adhesión electoralista y ha faltado originalidad en la precisión de la teoría: sin reservas, puede decirse de cualquiera de las variantes del colectivismo español que es doctrina estrictamente foránea.

Lo es también el laicismo racionalista que los divulgadores españoles del colectivismo practicaron y contagiaron a sus seguidores. Aun hoy, cualquier colectivista que se precie, presumirá de agnóstico cuando no de apasionadamente irreligioso, detalle que ponen de manifiesto en ocasiones solemnes como la "promesa" de un cargo público en lugar de un rotundo y comprometedor juramento.

La evidente escasez de raíces autóctonas en la formulación del colectivismo español (socialismo o comunismo) es el resultado de diversas circunstancias.

Reparemos en cómo, allende los Pirineos, la evolución de las teorías e ideas sufrió el fuerte impacto de la corriente burguesa entre los españoles diluida por peculiares sucesiones de largos acontecimientos como la invasión musulmana, la forzada convivencia entre muy encontradas formas de entender la vida, la ausencia de genuino feudalismo, la llamada Reconquista, el descubrimiento, subsiguiente colonización y evangelización de nuevos mundos, las fuertes vivencias religiosas...

Por demás, lo que llamara Max Weber "espíritu del capitalismo" nunca se desarrolló en España con el incondicionado empeño que facilitaron sus más directos competidores: no ha contado con los soportes "morales" esgrimidos por la teoría calvinista de la predestinación; en la medida en que lo hicieron Inglaterra, Holanda, Francia e, incluso Portugal, no se ha alimentado de la sangre y sudor de otras razas; ni, tampoco (al menos, hasta hace unos años), fue capaz de aligerar las conciencias al mismo nivel de las clásicas figuras del "darwinismo social": todos esos que amasaron inmensas fortunas en enormes campos de trabajos forzados o en los primeros siniestros montajes industriales servidos por los más débiles o con menos fuerza para hacer valer un mínimo derecho.

Por los avatares de su propia historia, resultó difícil que en España prendiera ese desmedido vuelo de la fantasía que se autocalificó de "idealismo especulativo" y cuya paternidad hemos podido otorgar a la ideología burguesa o arte de encerrar a lo trascendente en los límites de lo medible. .

Ello no quiere decir, ni mucho menos, que España haya marginado las grandes preocupaciones de la vida y del pensamiento; tampoco quiere decir que haya negado su atención a los trabajos de los más celebrados pensadores extranjeros.

A ellos se ha referido con más o menos adhesión a la par que contaba con caminos de discurrir y estilos de vida genuinamente españoles.

Recordemos cómo el pensar y hacer de los hispanos tiene ilustres referencias que, en ocasiones, han resultado ser piedras angulares de concordia universal; cómo marcan peculiares cauces de modernidad pensadores españoles al estilo de Luis Vives, Francisco Suárez, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Cervantes, Balmes, Donoso Cortés, Unamuno, Ortega, Zubiri...

Expresamente, entre los grandes pensadores de la "Modernidad", hemos incluido a los "místicos" españoles más celebrados en todo el mundo. Hemos de reconocer que, en su trayectoria vital e intelectual, estuvo presente un riquísimo mundo de ciencia política, arte, filosofía, teología.... a las que veían y aceptaban como campos de acción a los que hacer llegar la voluntad de Dios, que reviste a todo lo Real de sentido.

Aun hemos de recordar cómo en la época más fecunda de la Historia, la madre España pare a Don Quijote, engendrado por un "espíritu renacentista" el cual, a diferencia de otros "espíritus nacionales" del Renacimiento, se niega a incurrir en el esclavizante culto al Acaparamiento: es, recordemos, el caballero anti burgués que se alza contra los "hidalgos de la Razón" (Unamuno).

Gracias a todo ello, resulta difícil en España la consolidación de una irreal vida que pudiera imponer el gregarismo, sea éste respaldado por los grandes nombres de la cultura racionalista. Muy probablemente, el español medio no sea ni mejor ni peor que el pakistaní o el islandés medio... pero cierto que, con carácter general, no ha desertado aun de su compromiso por proyectar algo de sí mismo hacia una pequeña o grande parte de su entorno.

Pero, en la última mitad del siglo XIX, España entra en un período de "desvertebración", que podría decir Ortega. Con la progresiva desvertebración de España coincide una ostensible ignorancia de lo propio por parte de no pocos intelectuales situados. Es así cómo, con progresivas raíces en las capas populares, llegaron a España las secuelas de la Reforma, del Racionalismo tardío y de las diversas formas de hedonismo que parecen anejos a la sociedad industrial: desde el siglo XVII son abundantes los círculos "ilustrados" que hacen de la cultura importada su principal obsesión.

Es así como cobran audiencia los clásicos santones del capitalismo individualista (colectivista también por la conciencia gregaria que en él se alimenta), del enciclopedismo o del socialismo, todos ellos aliñados con un visceral odio a la Religión.

Pronto, estudiosos habrá en España que echen en falta un sucedáneo de la Religión con fuerte poder de convicción: habría de ser una especie de puente filosófico entre los grandes temas de la cultura y de la práctica mitinera.

Para cubrir tal laguna hubo gobierno que, admirador fervoroso del moribundo idealismo alemán, creó becas ad hoc. Beneficiario de una de ellas fue Julián Sanz del Río (1.814-1.869).

Cuando llegó a Alemania, Sanz del Río ya sentía extraordinaria simpatía por un tal Krause. Lo de Krause, profundamente burgués y nada "meridional", quería ser una posición de equilibrado compromiso entre el más exagerado idealismo y las nuevas corrientes del materialismo panteísta. Sanz del Río se propuso propagarlo en España desde el soporte que le brindaba el Catolicismo.

El krausismo que divulgó en España Sanz del Río quería ser más que una doctrina, un sistema de vida. Y hete aquí como un pensador de tercera fila cual era considerado Krause en el resto de Europa, a tenor de las circunstancias del momento (era lo laico lo más "in") y de la protección oficial, fue presentado en España algo así como el imprescindible alimento espiritual de los nuevos tiempos: era una especie de religión hecha de sueños idealistas y de apasionados recuerdos históricos aplicables a la certera interpretación de todo un cúmulo de inventados determinismos. Pronto, de la mano de Giner de los Ríos, cobrará extraordinaria audiencia del "Instituto Libre de Enseñanza (1.876)", que vivió al calor del krausismo y es ineludible referencia cuando se habla de la "secularización" de España.

Nace así lo que podría ser considerado el principal foco de la "Intelligentsia" española, a cuya sombra se desarrolla la intelectualidad de personajes como Salmerón, Castelar, Pi y Margall o Canalejas.

Si bien está absolutamente olvidado entre la mayoría de los españoles, no faltan teorizantes de relevante poder político que hacen del krausismo una base doctrinal diametralmente opuesta a la enseñanza religiosa.

Por su breve y teatral trayectoria, el krausismo nos ha dado la prueba de los limitados horizontes que España abre a una "sistemática fe materialista", condición esencial para la implantación de cualquier forma de un colectivismo genuinamente marxista.

Aun así, en la reciente historia del pensamiento español, no se cuenta con otra doctrina laica que pueda competir con las pobres pervivencias del krausismo.

Esto último, una vez desechada cualquier referencia a los santones históricos del colectivismo, puede ser la causa de que algunos políticos españoles hayan querido hacer de la corta tradición krausista un camino hacia la descristianización de la cultura española, paso previo para el desarrollo de ese gregarismo que esperan de los españoles.

Quiere ello decir que el socialismo español (la Doctrina más que la praxis política), aparte del marxista, no cuenta con norte ideológico de cierta consistencia. Otro tanto sucede con el anacrónico, pero recalcitrante comunismo español.

Falto de raíces para convertirse en "alimento espiritual" o catálogo de respuestas a los problemas del día a día, no se puede decir que en España cualquiera de las formas del colectivismo presente poderosa base argumental contra la creencia en la necesaria personalización a través del trabajo solidario, la libertad responsabilizante y la fe en el sentido trascendente de la propia vida.

Y resultará, a lo sumo, la etiqueta de un grupo con afán de gobernar o de mantener el poder. O una plataforma de largas divagaciones en las que dancen conceptos e intenciones, pero nunca reales apuntes sobre el sentido de la vida humana, ni tampoco sobre un posible compromiso nacional a tenor de nuestra trayectoria histórica y nuestra escala de valores.

Probablemente, muchos de los que todavía gustan de llamarse socialistas (no olvidemos que es el socialismo la más poderosa de las actuales corrientes de colectivismo) no han captado la genuina y valiosa aportación que nuestras vivencias históricas y trayectoria cultural brindan a la ineludible tarea de desarrollar tanto el progreso asequible a todo ser humano como la participación personal y comunitaria en esa exigencia de los tiempos: proyectar trabajo solidario y libertad hasta donde llegue nuestro foco de influencia.

Diríase que por huir de la Realidad no faltan quienes se inventan un socialismo (doctrina de la "Totalidad") con valor "per se" y sin otra capacidad de convencimiento que la fuerza de los votos: "Tenemos que ser socialistas antes que marxistas", dijo en una memorable ocasión Felipe González.

Pero ¿qué es el socialismo sin el legado residual de Carlos Marx?

 

17.- Entre el egoísmo DEL TITÁN ATLAS y la rebelión de LAS MASAS

En la mitología clásica se presentaba a los titanes, "hijos de Gea (la Tierra) y de Urano (el Cielo)", como intermediarios entre los dioses y los hombres para el gobierno del Mundo. En ese orden de supuestos, era Atlas uno de los más destacados "titanes" en cuanto, sobre él reposaba todo el peso de la propia Tierra. lo que le llevó a la escritora e ideóloga Ayn Rand (1905-1982) a convertirle en la figura central de su "Atlas Shrugged" (1957), novela que rompe no pocos esquemas de un filantropismo que la misma autora se esfuerza en ridiculizar.

Un tanto impropiamente, el título de "Atlas Shrugged" ha sido traducido al castellano por "La rebelión de Atlas" cuando, a nuestro entender, debería haber sido "El egoísmo de Atlas": Si acudimos a la tracción literal del término obtendremos "Atlas se encogió de hombros" ("to shrug", igual a "encogerse de hombros"), lo que, en román paladino, viene a significar "el que puede mucho se muestra indiferente a la suerte de los débiles" o, lo que viene a ser lo mismo, el potentado es radicalmente egoísta. Aun siendo así con carácter general, faltan razones de índole natural para justificar tal comportamiento, lo que no fue óbice para que la citada escritora e ideóloga Ayn Rand se hiciera adalid de ello a lo largo de su carrera intelectual.

Ayn Rand es el seudónimo de Alisa Zinóvievna Rosenbaum (1905-1982), famosísima escritora ruso-americana que pasa por marcar la pauta a una filosofía o manera de entender la vida, el llamado Objetivismo, que se marca como meta el éxito a cualquier precio a partir del radicalismo materialista de las élites capitalistas.

De familia judía no muy pegada a la ortodoxia, Ayn Rand nació en San Petersburgo pocos días más tarde del llamado "Domingo Sangriento Ruso", que representó la chispa de la revolución "burguesa" de 1905, precursora de la "Revolución Soviética de 1917", por la cual los Resembaum, de acomodados comerciantes (burgueses), pasaron a engrosar las filas del Proletariado, bajo el férreo yugo de la dictadura de Lenin y satélites. De avispada inteligencia y fuerte personalidad, pronto se declaró férrea enemiga del colectivismo leninista, aunque sí que copió de Marx un determinismo materialista que ella identificó como la antítesis del amor cristiano. Previamente, había descubierto en Nietzsche la exaltación de "héroe", que se coloca a sí mismo por encima de todo lo divino y lo humano.

Desde esa óptica, trató de abrirse camino en el mundo de la cultura que, por razones obvias, era orientado según las conveniencias del nuevo régimen. Creyó ver el camino de su realización personal en el cine y, con la aspiración de hacer carrera de guionista, con apenas 20 años de edad, se matriculó en el Instituto Estatal de Artes Cinematográficas para, un año después, encontrar la ocasión propicia de viajar a Estados Unidos, su particular tierra de promisión como paradigma de la prosperidad y de la libertad de los que "saben buscarla".

Tres son sus libros más destacados: "Los que vivimos", cruda requisitoria contra la forma de vida bajo la tiranía bolchevique, "El Manantial", que es una especie de glosa tanto del "Único y su propiedad" de Max Stirner como del Zaratustra de Nietzsche bajo la figura de un brillante arquitecto que se crece gracias a la mediocridad de cuantos le rodean, y "La rebelión de Atlas" en la que se pinta una sociedad en la que el principal motor del progreso es el egoísmo llevado a sus últimas consecuencias merced al dinero, la falta de escrúpulos y la osadía en el enfrentamiento a los poderes establecidos.

Con esos antecedentes y en abierta competencia con el Socialismo, la llamada Economía Social de Mercado y la tradicional escala de valores, Ayn Rand hizo escuela en el mundo del Capitalismo puro y duro con una doctrina a la que llamó Objetivismo y para cuya formulación contó con destacados "economistas" entre los cuales cabe citar a Alan Greenspan; al respecto, recordemos que, de origen judío como ella, Greenspan fue cerca de veinte años (1987-2006) nada menos que presidente de la Reserva Federal de los EE. UU. durante los sucesivos mandatos de Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo.

Sobre las relaciones entre Ayn Rand y Alan Greenspan leemos en Wikipedia:

"Greenspan conoció a Ayn Rand en 1952, y ambos quedaron mutuamente impresionados por su inteligencia. Greenspan estuvo varios años en el núcleo del así llamado Colectivo Objetivista, y existe una famosa fotografía en la que aparece posando entre Ayn Rand, Leonard Peikoff y Nathaniel Branden. Greenspan asistió al entierro de Ayn Rand. En la actualidad Alan Greenspan se niega a comentar su relación pasada con el "objetivismo".

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Según sus propios exégetas, el Objetivismo es un sistema filosófico integrado, un conjunto de ideas que definen los principios por los cuales el hombre debe pensar y actuar si ha de vivir la vida que es propia de un hombre. Sus principios esenciales vienen definidos por frases que se pueden encontrar en el "Atlas Shrugged", su principal referencia:

1. "La Naturaleza, para ser comandada, ha de ser obedecida", o "Desearlo no lo hará realidad".

2. "No puedes tener tu pastel y comértelo a la vez".

3. "El Hombre es un fin en sí mismo".

4. "Dadme la libertad o dadme la muerte".

Partiendo de esos principios, la propia Ayn Rand, en una de las múltiples presentaciones de sus libros, hizo ver que entendía por "Metafísica todo lo relativo a la Realidad Objetiva", por "Epistemología todo lo que se podía descubrir con las exclusivas luces de la propia Razón", "Por Moral el velar por el propio interés" y por "Política todo lo que ayudaba al desarrollo del Capitalismo", A guisa de breve exposición "objetiva", explica ella misma:

"Mi filosofía, Objetivismo, afirma que: /1. La realidad existe como algo absoluto y objetivo – los hechos son los hechos, independientemente de las emociones, los deseos, las esperanzas o los miedos de los hombres. /2. La razón (la facultad que identifica e integra el material provisto por los sentidos del hombre) es el único medio del hombre para percibir la realidad, su única fuente de conocimiento, su única guía para la acción, y su medio básico de supervivencia. /3. El hombre – cada hombre – es un fin en sí mismo, no un medio para los fines de otros. Debe existir por su propio provecho, ni sacrificándose para otros ni sacrificando a otros para él. Perseguir su propio interés racional y su propia felicidad es el más alto objetivo de su vida. 4. El sistema político-económico ideal es el capitalismo laissez-faire. Es un sistema en el que los hombres tratan unos con los otros, no como víctimas y verdugos, ni como amos y esclavos, sino como comerciantes, por libre intercambio y consentimiento voluntario para beneficio mutuo. Es un sistema en el que ningún hombre puede obtener ningún valor de otros recurriendo a la fuerza física, y ningún hombre puede iniciar el uso de fuerza física contra otros. El gobierno actúa sólo como un policía que protege los derechos del hombre; usa fuerza física solamente en retaliación y solamente contra aquellos que inician su uso, como contra criminales o invasores extranjeros. En un sistema de capitalismo total, debería haber (pero, históricamente, aún no la ha habido), una separación total entre Estado y economía, de la misma forma y por la mismas razones que hay separación entre Estado y religión."

"¿Me preguntáis qué obligación moral le debo a mis prójimos? Ninguna – excepto la obligación que me debo a mí mismo, a objetos materiales y a toda la existencia: racionalidad. Trato con hombres como mi naturaleza y la de ellos exige: por medio de la razón. No busco o deseo nada de ellos excepto tales relaciones en las que ellos quieran entrar por su propia elección voluntaria. Es sólo con su mente con la que puedo tratar, y sólo en mi propio interés, cuando ellos ven que mi interés coincide con el suyo. Cuando no lo ven, no entro en la relación; dejo que los que disienten prosigan su camino y yo no me aparto del mío. Yo gano solamente por medio de la lógica y me rindo solamente a la lógica. No rindo mi razón, ni trato con hombres que rinden la suya." (Objetivismo.org)

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Tal como exponen en sus libros y reiteradas manifestaciones, para los "objetivistas" el ser y el conocer no tienen otra raíz que lo material, que ellos confunden con la realidad absoluta. Con ello, ciertamente, no se diferencian de otras corrientes materialistas en boga. Lo que sí es muy peculiar de ellos es la defensa sin fisuras del "individuo como un fín absoluto en sí mismo" sin dictado alguno superior a su propia voluntad "tanto más virtuosa cuanto más trata sin contemplaciones a lo exterior a sí mismo"; ello es así, sostienen, porque la "razón del más fuerte es el principal motor del progreso y de la historia". De ahí se deduce que el egoísmo, en lugar de ser una tara individual y social, ha de ser visto por todos como la principal de las virtudes, tal como es para ellos, que glosarán sin rebozo alguno a lo que llaman Egoísmo Racional.

Ese "egoísmo racional", que toman como lógico efecto de la Razón, no desarrolla en plenitud toda su fuerza revolucionaria y creadora porque una mayoría de ciudadanos que "aun no han comprendido lo que realmente, siguen viendo con benevolencia a esa especie de "altruismo que se alimenta del misticismo y del escepticismo": el primero, cuyo más claro ejemplo es el Cristianismo, por considerar a todos los hombres iguales en dignidad natural hasta el punto de hacer del Amor el principal factor de cohesión social, y el segundo, "ilustrada desviación del primero" por dudar o divagar sobre los "inequívocos" dictados de la Razón Pura, siendo de ello Kant y su escuela los principales responsables. Y reiteran hasta la saciedad que es el egoísmo la principal de las virtudes humanas al tiempo que ven en Ayn Rand a una especie de profetisa de los tiempos modernos: ¡Feliz y egoísta Día de Ayn Rand!, gritan en grupo y a modo de plegaria para celebrar el recuerdo de su lideresa en el aniversario de su fallecimiento (6 de marzo de 1982).

Para acercarnos a la comprensión de lo que está ocurriendo en relación con el mundo de la opulencia, incluyendo el dramatismo subsiguiente a las obscuras maniobras de los torticeros especuladores, creemos que conviene tener en cuenta cómo no le faltan a Ayn Rand y su "objetivismo" fervorosos fieles entre aquellos economistas, empresarios y financieros que reniegan de cualquier normativa reguladora de sus respectivas actividades. Al respecto, leemos en Wikipedia:

"… (Ayn Rand) desasociaba así cualquier relación necesaria entre poder económico (defensivo) y poder político (agresivo), presentándolos como opuestos naturales. También reinterpretó y legitimó la desigualdad de oportunidades por no ser dependiente de la cuantía del dinero, sino de su uso productivo en el mercado, idea que desarrolló junto a Alan Greenspan –recuérdese la referencia anterior- en "Capitalism: the unknown ideal". Su filosofía ha sido así apologética del orden social capitalista puro sin intervención gubernamental, y por ende el modelo, a la vez ético y utilitario, para muchos grandes empresarios en la búsqueda del éxito en los negocios que no dependan de la coerción política. La influencia del egoísmo individualista racional randiano se puede rastrear hasta la obra de Milton Friedman al respecto de la idea de internalización de las externalidades, limitando la responsabilidad corporativa al beneficio de los accionistas, así como en los trabajos de Robert Hessen y Stephen Hicks sobre la ética en los negocios"..

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Al fallecimiento de Ayn Rand en 1982, Leonard Peikoff (n. 1933), su heredero intelectual y patrimonial, tomó las riendas del Movimiento Objetivista, ya desde una cerrada y sistematizada filosofía cuyo eje principal parte del supuesto de que el árbitro y ejecutor de cuanto puede ocurrir en la historia es el hombre que ha llegado a ser plenamente consciente de su autosuficiencia, desde la cual se permite (y debe) considerar a los otros como medios para alcanzar sus propios fines; ello en abierta oposición intelectual y efectiva a "místicos y escépticos"; lo señala así:

El místico busca conocimiento sobrenatural; el escéptico niega la posibilidad de cualquier conocimiento. El místico afirma que los medios de conocimiento del hombre son inadecuados y que el verdadero conocimiento requiere la iluminación de Dios; el escéptico está de acuerdo, y prescinde de Dios. El místico asegura que hay absolutos, a los que defiende apelando a la fe; el escéptico responde que él no tiene fe. La fe del místico, en el fondo, está en sus emociones, las cuales él considera como el conducto al más allá; el escéptico ignora el más allá, y sigue sus emociones, las cuales, dice, son la única base de acción en un mundo ininteligible. Las emociones son el producto de las ideas y juicios de valor de los hombres, mantenidas de forma consciente o subconsciente. Las emociones no son herramientas de conocimiento ni una guía para la acción. Los religiosos de antaño condenaban la razón humana basándose en que es limitada, finita, ligada a la tierra, en oposición a la perfecta pero indefinible mente de Dios. Esto implica un ataque en la identidad (como todo rechazo de lo finito); pero lo hace al amparo de afirmar una consciencia con una identidad supuestamente mayor, sobrenatural. Los modernos nihilistasson más explícitos: hacen campañas, no por el infinito, sino por el cero.Igual que en metafísica rechazan el concepto de la realidad, en epistemología rechazan la posibilidad de la consciencia. Kant se opone al hecho que la mente del hombre tiene una cierta naturaleza. Su teoría es: la identidad – la esencia de la existencia – invalida la consciencia. O sea: un medio de conocimiento específico hace que el conocimiento sea imposible. Como Ayn Rand muestra, esta teoría implica que "el hombre está ciego, porque tiene ojos – sordo, porque tiene oídos – eludido, porque tiene una mente – y las cosas que percibe no existen,porque él las percibe". Igual que el nihilismo epistemológico de Kant destierra el conocimiento de la identidad, así también su nihilismo ético destierra la moralidad – el reino de los valores – de cualquier disfrute de la vida.

La ética Objetivista es la opuesta a la de Kant: empieza planteándose una cuestión fundamental: ¿por qué es necesaria la ética?: Los hombres aprenden unos de otros, construyen sobre el trabajo de sus predecesores, consiguen cooperando entre ellos hazañas que serían imposibles en una isla desierta. Pero todos esos tipos de relaciones sociales requieren el ejercicio de la facultad humana del conocimiento; dependen del individuo solitario, "solitario" en el sentido básico, interno, de la palabra, el sentido de un hombre enfrentándose a la realidad abierta y directamente, buscando no crucificarse a sí mismo en la cruz de los otros ni aceptar la palabra de otros como un acto de fe, sino buscando entender, hacer conexiones, saber.

La mente del hombre requiere egoísmo, y también lo requiere cualquier otro aspecto de su vida: un organismo vivo tiene que ser el beneficiario de sus propias acciones. Tiene que perseguir objetos específicos – para sí mismo, para su propio provecho y supervivencia. La vida requiere el ganar valores, no su pérdida; logros, no renuncia; auto-preservación, no auto-sacrificio. El hombre puede elegir el valorar y perseguir su auto-inmolación, pero no puede sobrevivir ni prosperar con tal método.

Esto significa el rechazo de cualquier división entre libertad política y libertad económica. Significa la separación entre Estado y economía. Significa la única alternativa que se ha descubierto contra la tiranía: el capitalismo laissez-faire. Es verdad que libertad, derechos y capitalismo son egoístas. Es verdad también que el egoísmo, propiamente definido, es lo bueno. (Objetivismo.org)

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El "Yo" y el "Dinero", en "epistemológica relación", son los objeto de fervoroso culto (digamos dioses) del llamado "Movimiento Objetivista": según ello y parodiando a Ortega y Gasset, pueden decir de sí mismos: yo soy yo y mi dinero para, a continuación y desde ese pedestal de inmisericorde egoísmo, atreverse a señalar que son ellos, exclusivamente ellos, los que mueven el mundo.

Desde esa perspectiva, no faltan "objetivistas" que, tal como explican en sus charlas populistas a la par que selectivas, dividen al mundo no en burgueses y proletarios como hicieron Marx y los suyos y sí en productores y gorrones, entendiendo por los primeros ó productores a los que saben sacarle el "jugo" a lo que les ofrece la sociedad en su conjunto y por los segundos o gorrones tanto a los que intentan vivir sin trabajar como a los que "cobran más de lo que les corresponde" o, por diversas circunstancias, precisan de la ayuda del Estado (ese "monumental Parásito") para sobrevivir.

A tenor de sus prejuicios de clase, esos "egoístas racionales" cual pretenden ser los objetivistas, obvian descaradamente, por una parte, que los principales gorrones se encuentran entre los que, situados en las "altas esferas", no hacen más que aprovecharse del trabajo ajeno mientras que ellos especulan o derrochan sin importarles un bledo que la sociedad en su conjunto se hunda o corra el peligro de hundirse; por otra parte, también olvidan que son legión los que aspiran a vivir mejor a base de trabajar si es que se les brinda la oportunidad.

Frente a la sacralización del liberalismo insolidario, que ya predicó en su día John Smith y ahora los "objetivistas" sitúan en lo alto de la escala de la moralidad de los ricos y poderosos, no cabe la rebelión por la rebelión cuyas "profecías" se siguen viendo en gritos de guerra al estilo de "Proletarios de todos los países, uníos" (Marx) o "que los explotadores se conviertan en explotados" (Lenin).

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Los efectos de ambas profecías, además de las mentiras e invenciones sobre la superioridad intelectual y moral de las clases dirigentes, fueron cuestiones muy bien tratadas por Ortega y Gasset (1883-1955) en su "Rebelión de las Masas". Para este "espíritu independiente" y apasionado "observador" de la realidad de una época que sigue siendo la nuestra, el carácter, orientación y posibilidades de la sociedad en la que estamos inmersos (nuestra "circunstancia") se han de analizar sin dogmatismos preconcebidos tres fenómenos que la particularizan: "hombre-masa", "sociedad-masa" y "minoría selecta".

El hombre-masa ó "todo aquel que no se valora a sí mismo" es el niño mimado de la historia. Es incapaz de otra iniciativa que no sea la de la mayoría que le acoge y a cuyo dictado se supedita tanto para "vivir la vida" como para dejarse arrastrar a la "acción directa" mientras que, por sí mismo, no admite otra moral que no sea la de la gente entre la que se siente a gusto.. Si no trabaja, quiere creer que es por culpa de que no se reconocen sus méritos y si trabaja cree que lo ha logrado porque ha hecho todo lo que tenía que hacer, que no debe nada a padres ni educadores y que sería mucho más de lo que es si los otros supieran reconocerlo. Sus valores esenciales son los que no le producen ninguna intranquilidad de una conciencia a la que deja dormir en el seno de la "conciencia colectiva", que habría dicho Rousseau. Este hombre-masa, significado por una forma de entender la vida, no debe ser identificado ni con el proletario ni con el burgués de la jerga marxista, puesto que es un estereotipo que se puede encontrar en todas las clases sociales.

Consecuente con el carácter y apreciaciones del hombre-masa, en nuestro entorno, la sociedad-masa o subliminal asociación de hombres-masa, extiende sus ramificaciones hacia todas las clases sociales: A diferencia de sociedades de la Antigüedad, la Sociedad Opulenta, que diría J. K. Galbraith (1908-2006) se caracteriza por una comunitaria forma de vivir en la que las necesidades físicas han alcanzado un mediano grado de satisfacción, lo que se traduce en una cierta vaciedad de conciencia respecto a la preocupación por atender las necesidades del alma y, con ello, la escasa o nula atención por los derechos del prójimo. Cierto que tanto en aquellas sociedades de la Antigüedad como en las contemporáneas que se mantienen en el subdesarrollo, el amor al prójimo era, probablemente, aun más escaso; pero sucedía ello en un clima de más acusada diferenciación entre los de arriba y los de abajo según los dictados de lo que podemos llamar corporativismo de clase, según el cual para los de arriba las necesidades físicas estaban plenamente cubiertas mientras que para los de abajo ésas eran su principal objeto de preocupación. Cuando esto último no sucede, la imaginación encuentra más libre el camino hacia otros derroteros en evidente sintonía entre los hombres masa de las distintas clases sociales y, en consecuencia, unos y otros comparten la misma serie de valores referentes a la propia vida y a la visión de lo que quieren entender como realidad inmediata, contando para ello con los modernos y sofisticados medios de "concienciación colectiva", muchos de ellos subvencionados sin otro objeto que el de minar la fuerza del compromiso personal de parte de aquellos a los que el propio Ortega concluye en lo que él llama ."minoría selecta", la misma que, en el orden natural de las cosas, que diría un Aristóteles, está llamada a ser la "minoría rectora".

Claro que, por desgracia, a lo largo de la historia sucede lo contrario no pocas veces, siempre a causa de que alguien con cierta capacidad de liderazgo sacrifica tal o cual llamada de su conciencia sea al simple afán de notoriedad o sea en alas de un odioso afán por poner al otro a su servicio, con lo que llega a no tener inconveniente en mentir o usar de medias verdades para desarrollar al máximo el fenómeno de masificación de cuantos corean sus genialidades. En ese clima, la chispa de la rebelión no precisa más que tal o cual avatar que se preste a magnificar la retórica del líder.

Concluyamos resaltando la evidencia de que "hombre masa", no se sabe si en mayor o menor proporción, existe en todos los niveles de la escala social. Mala cosa es la "Rebelión de las Masas", es decir, de los hombres-masa cuando hacen de la demagogia y de la violencia las principales fuerzas de convicción hacia no se sabe qué imposible paraíso.

La "rebelión por la rebelión", eco del clásico y torticero "ojo por ojo" no resuelve ninguno de los más acuciantes problemas que padecemos. Es Gandhi el que ha dejado dicho "el reiterado ojo por ojo lleva a que toda la Humanidad quede ciega". Sabemos que la Ley Natural de la supervivencia, el Evangelio y una razón humana desnudada de prejuicios, afortunadamente, nos llevan por muy distinto camino, tal como pretendemos hacer ver en la cuarta parte de este libro.

 

18.- DESDE LOS "MAESTROS DE LA SOSPECHA" A UN "MATERIALISMO FILOSÓFICO" TIBIAMENTE MARXISTA.

Tal como si, hace dos mil años, no hubiera ocurrido nada, son legión los académicos de profesión que presentan a la Vida y a la Historia del mismo cariz que los sofistas coetáneos de Aristóteles (384-322 a. C.). Pero la Revolución Cristiana sí que tuvo lugar y sí que sigue creciendo como el "grano de mostaza que sembró un hombre y se convierte en un frondoso árbol al que acuden todas las aves del cielo" (Mt. 13, 31-33).

Claro que esa revolución, para producir sus frutos, requiere del amor como principal alimento: así fue, es y será a pesar de la tibieza y oposición de todos los que no quieren comprenderlo, máxime cuando ello requeriría que los que desempeñan el papel de ideólogos pensaran en los demás más que en sí mismos sin perder su tiempo en retóricas y supuestos de tal carácter y calibre que, como era de temer, les alejan progresivamente de la realidad de forma tan "clara y distinta" que, para disimularlo cara a cuantos en ellos confían, no ven otra salida que la de inventarse una ideología.

Así nos lo hace notar Paul Ricoeur (1903-2005), destacado antropólogo francés, el cual, en un libro publicado en 1965 ("De l’Interpretation, Essai sur Sigmund Freud"), califica de «maestros de la sospecha» a los tres más celebrados iconos de la "Modernidad": Karl Marx (1818-1883), Friedrich Nietzsche (1844-1900) y Sigmund Freud (1856-1939),

¿Maestros de qué sospecha? De omitir deliberadamente lo positivo de la revolución Cristiana a la par que, entre otras cuestiones de menor enjundia, pasaron por alto las debilidades de ese racionalismo académico en el que ilustrados, idealistas, materialistas y demás teorizantes de la "Modernidad" pretendían haber encontrado base argumental para alzar sus respectivos edificios ideológicos desde la común coincidencia de prestarle al ser humano la facultad de marcarse su propio destino.

Llegan hasta nosotros las consecuencias del hecho: rompiendo con la visión de la realidad que había privado en la Cristiandad gracias al paso por la tierra del Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero y un subsiguiente Legado Apostólico mantenido vivo y actual tanto por la labor paciente, enciclopédica e ilustrativa de personajes de la talla de Jerónimo de Estridón (347-420), Agustín de Hipona (354-430), Isidoro de Sevilla (556-636) ó Tomás de Aquino (1225-1274) como a la prácticas cristianas de las gentes de buena voluntad, el "Racionalismo cartesiano", a través de su "Duda metódica" abrió el camino al entredicho o deprimente "sospecha" de que el Hombre, animal que piensa sin acertar a saber para qué, no viene de Dios ni va a Dios, ello a pesar de una íntima certeza que anida en la conciencia de todos y de cada uno de nosotros: somos algo más que polvo en cuanto algo de nosotros nos coloca más allá del tiempo como si, por ley natural, no pudiéramos desaparecer del todo..

Desde esta perspectiva, reconozcamos que, en el citado racionalismo cartesiano, aunque no se negaba cierta espiritualidad trascendente al hombre, se hacía depender esa espiritualidad no de la fe y sí de la simple y voluble facultad de pensar. Con ello el arte de discurrir retrocedía unos cuantos siglos en cuanto se volvía a los viejos tiempos del dilema ¿razono para creer ó creo para bien razonar? En cuanto el razonar se confunde habitualmente con el divagar sin acertar con la adecuada orientación hacia el saber… ¿podré encontrar al Maestro y Guía que necesito?

No pocos "ideólogos", incluidos los "maestros de la sospecha" obvian el incuestionable acontecimiento de la venida al Mundo del Maestro y Guía que el Mundo estaba necesitando; pero "vino a su casa y los suyos no le recibieron, pero a todos los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn. 1, 11-12).

Estos que le recibieron son los mismos que lograron mayor conocimiento de la Realidad en cuanto creyeron a Quien se presentó como el "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn. 14, 6) y "todo lo hizo bien" (Mc. 7, 37) para, a partir de ahí, aplicarse a conocer lo más conveniente para la propia vida y la de sus semejantes: Creyeron para comprender según el "Credo ut intelligam", que apuntaron los Santos Padres y pusieron de relieve teólogos de la talla de un San Anselmo de Canterbury (1033-1109).

El pretencioso contrario, es decir, el "Intelligo ut credam" era un bache que los maestros de espiritualidad cristiana han acertado a superar, sencillamente, creyendo bajo palabra de Jesucristo y objetiva exposición de los buenos maestros, los mismos que, paciente y humildemente, procuraron no desvariar en el estudio y aplicación de todas y cada una de las virtualidades de la Realidad: es lo que, siguiendo la réplica de Étienne Gilson (1884-1978) a la cartesiana "Duda metódica", podemos considerar "Realismo metódico".

Al respecto, es de lugar recordar que René Descartes (1596-1650), apoyándose en una elemental apreciación ("cogito ergo sum") y posterior presentación del ser humano compuesto de "res extensa" (extensión) y "res cogitans" (pensamiento), dio pie a la discusión académica sobre si la "res cogitans" no pasaba de ser un convencional añadido a lo perceptible por los sentidos, es decir, lo material o "res extensa".

De ahí hasta tomar a lo material como única realidad fue cuestión de tiempo al albur de sucesivas divagaciones académicas más cargadas de retórica que de afán por acercarse a una verdad que, por su propio carácter, debería ser considerada muy por encima de cualquier ocurrencia no avalada por la pertinente verificación: por lógica, el conocimiento de la Verdad tal cual, es decir, absoluta, requiere una absoluta o incuestionable capacidad de comprensión, lo que está muy lejos del alcance del ser humano por muy sabio que pretenda ser. Ello no obstante, no son pocos los "académicos" que se han atrevido a presentar "su verdad" en réplica inmisericorde de la Verdad Absoluta, respecto a la cual, es de sentido común reconocer lo poco, poquísimo, que se sabe: "sólo sé que no sé nada" llegó a decir Sócrates en apabullante prueba de humildad.

Por su parte., ese sistematizador del racionalismo, cual fue Descartes, luego de superar su "duda metódica" gracias al perogrullesco reconocimiento de la facultad de pensar, se esforzó por aplicar a todo su discurrir el método matemático propio de la Geometría de la que, efectivamente, llegó a ser un reputado maestro. Cuando aplicó ese discurrir al examen de los cuerpos vivos, no resistió a la idea de considerarlos como compuestos de piezas en "matemática" relación unas con otras como ha de acontecer para el conveniente funcionamiento de todo ingenio mecánico hasta el punto de ver a los animales como simples máquinas sin parar mientes en que, antes, debía reconocer su imposibilidad para explicar el misterio de la vida, a la que se atrevió a considerar un simple resultado del encaje mecánico de múltiples y diversas piezas: "Animal machine" era para él cualquier ser vivo excepto el Hombre, cuya "glándula pineal", situada en un lugar privilegiado del cerebro, gozaba de la facultad de servir de aposento a la "res cogitans" o "cosa pensante".

Era ésa una teoría que se oponía radicalmente a un postulado aristotélico, según el cual tres tipos de "alma" (vegetativa, sensitiva y racional) caracterizan al ser humano, mientras que las plantas solamente disponen de "alma vegetativa" a diferencia de los animales en los que "actúan" el "alma vegetativa" y "alma sensitiva". Solamente, en el ser humano confluyen y actúan lo vegetativo, lo animal y lo racional hasta hacer de él un animal racional con un alma irrepetible en los otros "reinos" de la Naturaleza.

Marginando abiertamente tales bien estudiadas y esclarecedoras aportaciones, entre los propios cartesianos, junto con los observantes de la totalidad de las doctrina del "maestro", al tomar en especial consideración lo referente al "animal machine", no faltó quien criticó abiertamente esa supuesta diferenciación fisiológica entre el hombre y el resto de los animales y, por similar línea de razonamiento, para distinguir a los animales pensantes de los no-pensantes propuso el término de Hombre-máquina, en el cual los pensamientos y peculiares inclinaciones o deseos no pasarían de ser efluvios mecánicos del cerebro.

Fue un médico francés llamado Julien Offroy de la Mettrie (1709-1751) el que, apoyándose en la autoridad académica de Descartes y sin rebozo alguno, empezó a confundir al Hombre con una simple máquina.

Desde el supuesto de que, hasta llegar él, se habían equivocado cuantos sostenían que el Hombre está formado por alma y cuerpo sin querer ver que lo que Descartes presentaba como "cosa pensante" y otros llaman alma es, cuando menos, un fenómeno inexplicable, La Mettrie en 1748 publicó «L'Homme Machine», libro en el que, sin apartarse de la terminología cartesiana y apoyándose en lo que tomaba como incuestionables aportaciones de la observación científica, sostenía que el Hombre no era más que una máquina animal de superior nivel en cuanto, gracias a los efluvios mecánicos del propio cerebro, podía fabricar lo propio para manifestarse superior al resto de los animales; pero con todo y con eso no dejaba de ser máquina biológica un tanto especial y, por lo tanto, era acreedor al calificativo de "homme machine" u "hombre máquina".  En razón de ello, descarta el dualismo cartesiano, se aferra a un monismo radical y, consecuentemente, desecha incluso la idea panteísta de Dios para prestar todo el poder a una Naturaleza que, para él, no pasa de ser materia en múltiples manifestaciones mientras el propio hombre carece de otra trascendencia que no sea la del animal que, como se diría festivamente en el viejo materialismo, "se siente a sus anchas en un campo de habas". Es ésa una especie de hombre que bien puede pasar a ser la figura central del "Materialismo Histórico", que un Marx presentará como explicación de la vida y de la Historia de la Humanidad.

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Dicho lo dicho, es el momento de retomar el hilo de nuestro discurso sobre los tres citados "maestros de la sospecha".

Aunque coinciden en partir de una supuesta e indemostrada autosuficiencia de la "Materia", entelequia que, según ellos, todo lo prevé y todo lo puede a través de inexplicables procesos de auto generación, según resalta el citado antropólogo Paul Ricoeur, mantienen perspectivas diferentes para expresar la entrada en crisis de la filosofía de la modernidad, al mostrar la insuficiencia de la noción de sujeto, y al desvelar un significado oculto: Marx desenmascara la ideología como falsa conciencia o conciencia invertida; Nietzsche cuestiona los falsos valores; Freud pone al descubierto los disfraces de las pulsiones inconscientes. El triple desenmascaramiento que ofrecen estos autores pone en cuestión los ideales ilustrados de la racionalidad humana, de la búsqueda de la felicidad y de la búsqueda de la verdad desde las simples luces de la razón humana.

Asentados en las propias originalidades, a las que revisten de aire dogmático, aunque por caminos distintos, cada uno de los tres presume de haber superado las vaguedades y superficialidades retóricas de los ilustrados para luego hacer ver que lo de ellos es más consecuente con el carácter de una materia capaz de desenterrar definitivamente la idea de un Dios Creador. A un tiempo han soslayado el carácter espiritualista de algunas de las proposiciones de Descartes, al que, más o menos veladamente, reconocen precursor del materialismo moderno: Al respecto, conviene recordar que ese pensador que, alternativamente, jugaba a ser espiritualista y materialista vergonzante, aunque puso en duda que las cosas fueran tal como aparecen, si que procuró poner de manifiesto que el pensamiento ó "res cogitans" era de distinta "substancia" que la materia ó "res extensa", cuestión deliberadamente obviada por los llamados ilustrados y, también, por estos otros tres "maestros de la sospecha".

Los filósofos de la sospecha, insiste Ricoeur, revelan un nuevo modo de considerar la interpretación, a partir de la profundización de una sospecha acerca del lenguaje, concretamente, esgrimiendo que el lenguaje nunca dice lo que las cosas son, y que las cosas comunican o "hablan" sin ser estrictamente lenguaje. Esta sospecha se dirige hacia aquél recurso de Descartes de la percepción "clara y distinta" de la conciencia, así como a la Razón (con mayúsculas) en cuanto a sus vínculos con la ciencia y la "objetividad", también puesta en entredicho. Por tanto, se deduce que es una crítica radical al sujeto como había sido entendido en su despliegue en la historia de la filosofía, como un yo unitario, indiviso, que se identifica con la conciencia, y que posee la voluntad como una facultad de la libertad. No transmiten realidades y sí apariencias de tal o cual realidad según el punto de vista de tal o cual grupo de gente de la que se erigen en portavoces con el añadido de su retórica, originalidades y supuestos como si ellos y solo ellos tuvieran el monopolio de la voluntad humana, que, para todos, ha de ser libre y al servicio de la propia realización personal.

Observemos cómo Marx interpreta los dictados de la realidad según las premisas de la revolución con la que sueña, que Freud no interpreta el sueño del paciente, sino el relato que el paciente hace de su sueño y que, por último, que Nietzsche no interpreta a la moral de Occidente, sino al discurso que el Modernismo de Occidente ha hecho y sigue haciendo de la moral. Según ello, resulta evidente que Marx, Freud y Nietzsche no han mostrado el carácter de tal o cual realidad sino que la han interpretado a su manera o a la manera que lo entienden las personas que desean atraer a su redil, lo que muestra que la "sospecha" de uno tras otro está orientada a resaltar apariencias más o menos sugerentes pero que no dejan de ser distorsiones o inseguros puntos de vista de sus respectivos entornos.

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De los tres citados "maestros de la sospecha" es Karl Marx el que ha logrado mayor "peso histórico", algunos aseguran que porque aprovechó como nadie las singularidades de su ascendencia judía, según la cual y desde un rebelde ateísmo, podía erigirse en guía hacia la "tierra de promisión" en contra posición a otros judíos (Baruch Spinoza, por ejemplo) que, identificando a Dios con una Naturaleza, que es de todos, niegan que exista "tierra de promisión" alguna.

Tras lo expuesto en capítulos anteriores sobre Marx, para tratar de ver la línea roja entre el panteísmo y el ateísmo, es de lugar sacar a colación las disonancias entre Spinoza y Marx, panteísta el primero, materialista y ateo el segundo: De ascendencia judía ambos, Spinoza es un hombre marginado por su propia familia, que le trata como renegado, y busca en el estudio el equilibrio sentimental de que se siente privado por su repugnancia al ritual al que le obligaría su condición de judío: es víctima de sus propias divagaciones que le sirven para distorsionar tal o cual grito de la propia conciencia hasta invitar a creer que envidia a los cristianos por que percibe que muchos de ellos viven bajo el amoroso paraguas de Jesucristo. Marx, en posición personal muy distinta (es su familia la que deja el judaísmo para huir de una agobiante discriminación social), aparenta dominar cualquier problema de conciencia porque se aferra o finge aferrarse a la intrascendencia de su yo espiritual: no existe otra autosuficiencia y eternidad que las de la propia materia en sus múltiples y complementarias virtualidades: se hace ateo sin salir del plano académico y a partir de la convicción compartida de que el "maestro Hegel" abre deliberadamente las puertas al ateísmo con la presentación de Dios como simple idea contrapuesta a la nada. Probablemente, Spinoza sufría por no ver mientras que Marx, según se desprende de su propio proceso intelectual, no quería ver lo que podía llevarle al posicionamiento cristiano de su juventud.

Es así como Marx, probablemente sin creerlo, se hace fuerte en la doble sospecha de que la Historia, toda la Historia, es el resultado de la lucha de clases y de que esta lucha de clases se traducirá en paz universal en el momento que los explotados terminen con los explotadores; en razón de ello y como natural consecuencia de la resolución del precedente conflicto, todos los tradicionales valores ya no tendrán razón de ser puesto que, por la simple fuerza de los hechos y en perfecta sincronía de voluntades al dictado de la nueva conciencia colectiva, aparecerá sobre la tierra un hombre nuevo y una sociedad nueva. Claro que, con la sacralización de la Materia por delante y desde el prurito académico del que aspira a ser reconocido como privilegiado y exclusivo portavoz de la Verdad, ya había dejado escrito cuando no había llegado a la treintena de años: «Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo».

Nietzsche, por su parte, pretendió verse obligado a anunciar la "muerte de Dios" para dar paso a la figura del "súper hombre" que se basta a sí mismo para reescribir la historia y al que, según parece, aspiraba a identificar consigo mismo. Según él toda la filosofía de las academias de su tiempo estaba basada en un gran mentira, que había tergiversado los valores que hicieron posible la grandeza de la Grecia clásica en cuanto adoraban al dios Apolo como "padre de la racionalidad y de las artes figurativas" y al dios Dionisos, al cual identificaban tanto con el buen vivir como con la voluntad de poder. Por el contrario, "todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales hasta el punto de que de sus manos no salió vivo nada real": es así como, para Nietzsche, la revolución a la que está abocada la Humanidad es la trasmutación de los viejos valores desde un resurgimiento de los usos y costumbres de un paganismo llevado a sus últimas consecuencias. Según ello, "hay que desconfiar de los valores morales transmitidos por el cristianismo, propios de una moral de esclavos que tienen su origen en el resentimiento contra la vida" para dar paso a "una auténtica moral de señores" de dónde, tal como hemos visto en el capítulo anterior, no faltará quien (Ayn Rand) presentará como la "principal de las virtudes" a un egoísmo clasista e inmisericorde.

En lo que concierne a Freud, cabe recordar que, para este tercer "maestro de sospecha" el hombre va construyendo su personalidad de forma inconsciente y sin apenas intervención de la propia voluntad al ser forzado o arrastrado por la simple materia que es su cuerpo con las ventanas de los sentidos y en razón de la herencia familiar, social y cultural representada esencialmente por los padres y como niño permanentemente insatisfecho, coloca cualquier deseo por encima de un pensamiento racional. Desde ese posicionamiento no le resulta difícil a Freud llegar a hacer ver, no a demostrar que:

"En el Yo lo más determinante son las pulsiones sexuales. Es un Yo obligado a relacionarse socialmente enfrentándose constantemente entre lo que exige la realidad, las normas morales impuestas por el Superyó y los deseos que provienen del Ello y demandan satisfacción".

Al parecer, ese "Superyó" es una especie de conciencia moral de estricta raíz materialista y de carácter más categórico que el "yo", al que Freud ve como un juguete de las "pulsiones sexuales" mientras que la libertad de acción está condicionada ó, más bien, determinada por el "Ello", especie de "todo" bajo la pauta de la "conciencia colectiva", es decir, la "circunstancia", que habría dicho Ortega y Gasset y que en el caso de Freud es de tal carácter (puramente material) que convierte a la libertad de conciencia personal en un sueño estéril.

Por lo visto de las "doctrinas" de Marx, Nietzsche y Freud esos "tres maestros de sospecha", que, según el citado Ricoeur, no fueron sinceros consigo mismos, tanto la libertad de conciencia como la responsabilidad personal habrían de ser consideradas algo así como "reliquias del pasado".

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"Reliquias y vestigios del pasado" son términos que sirven a don Gustavo Bueno Martínez (n. 1924), el más acreditado "filósofo materialista de nuestro tiempo", para elaborar su crítica de la "vieja" filosofía y, consecuentemente, abordar la concepción, parto, desarrollo y exposición de una doctrina que él mismo califica de "Materialismo Filosófico", una revolucionaria modalidad de "filosofía abstracta" según propia confesión:

"Es ahora cuando la «filosofía abstracta» se hace imprescindible, aunque no sea más que como disciplina catártica capaz de mitigar el cúmulo creciente de necedades y tautologías que habrán de ser proferidas por quienes se ven oblicgados a tratar espontáneamente con «ideas abstractas» tales como «ciencia», «cultura», «religión», «libertad», «Dios» o «sentido de la vida». Sabemos que la gran mayoría de la sociedad no está en condiciones de practicar el análisis abstracto de la realidad. Pero también creemos saber que sin la acción de una minoría dispersa (¿un 1%?, un ¿0,5%?) capaz de enfrentarse a estas ideas con la disciplina característica de la teoría filosófica abstracta la sociedad, en su conjunto, falta de toda crítica interna, descendería hacia los niveles más bajos de infantilismo en el plano público" (citado por Nicole Holzenthal).

Para los materialistas, recordémoslo, "lo físico puede existir sin lo mental, pero lo mental no puede existir sin lo físico. La materia en movimiento es todo lo que hay. A ello respondemos que lo mental es una expresión de lo espiritual, no lo espiritual en sí. Claro que el llamado "Materialismo Filosófico" (¿modernista versión del viejo "Materialismo Científico"?), que, según nuestra apreciación y por su carácter de "doctrina plural" bien se podría llamar "Ideal-Materialismo", se sitúa a sí mismo muy por encima tanto del materialismo clásico (y "vulgar") de Demócrito o Lucrecio como del llamado "materialismo dialéctico" y, también, del materialismo monista y vulgar que reduce lo material (todo lo material) a lo corpóreo sin acertar a explicar las "materialidades" que hacen posibles realidades tales como las ideas y los acontecimientos históricos. El revestirlo con el ropaje de escogidas citas de los más ilustres pensadores de los siglos pasados no altera el fondo de una doctrina que, con giros nuevos, presenta a una autosuficiente Materia y a sus efectos como exclusiva realidad. De las evoluciones y coincidencias estructurales entre un átomo y una estrella no se puede deducir que el Movimiento, en todas sus manifestaciones es un espontáneo efecto del modo de ser de la Materia ni, mucho menos, que el pensar y el sentir de los humanos no son más que simples efluvios de una unívoca aunque exclusiva condición material. Probablemente, no sea de lo más apropiado confundir a la Fuente de Vida y del Movimiento con el "Motor inmóvil" de que habló Aristóteles; pero sí que es realista y racional la creencia de que, por encima de todo el Universo material existe Alguien de quien dependen el Principio y el Fin de todas las cosas, es decir, un Ser Supremo, Omnipotente y Eterno al que los cristianos aceptamos como Dios. Para no aferrarnos a esta idea sería preciso que se nos demostrara algo tan elemental que "lo más natural del mundo es que surjan efectos sin causa alguna que los produzca"

Gonzalo Puente Ojea, el afamado diplomático (antiguo embajador en la Santa Sede) que, según don Gustavo Bueno, sigue encasillado en el "Materialismo Monista" opina lo siguiente del pluralismo caracterizante del llamado "Materialismo Filosófico":

"En términos generales, el materialismo filosófico de Bueno se me antoja algo así como una imponente combinatoria de aristotelismo bien filtrado por Kant y sutilmente dialectizado por Hegel, todo ello acompañado de una portentosa erudición de cátedra y apoyado en un gran talento. Se elimina la idea aristotélica de Acto Puro, se asume la liquidación del noumeno kantiano, y se acomoda la andadura dialéctica hegeliana al proyecto de deducir la MT  ó "materia trascendental".

¿Porqué, preguntamos nosotros, el tal "Materialismo Filosófico" pretende ser una doctrina consecuente con la realidad cuando, al igual que otros materialismos, parte de una mutilada imagen del ser humano puesto que, mientras no se demuestre lo contrario, éste es un animal más espiritual que material por estar compuesto de alma y cuerpo, siendo aquella llamada a la trascendencia y éste a confundirse (al menos "de momento") con el polvo de la Tierra?

Según explica José Ferrater Mora (1912-1991) en su "Diccionario Filosófico", "Bueno critica diversas doctrinas –mecanicismo; subjetivismo, empiriocriticismo, idealismo; monismo neutral– como manifestaciones de formalismo. La idea de materia es, en último término, una idea crítica y es la manifestación de la actividad filosófica, la cual es a la vez teórica y práctica". Ciertamente que, tal como podemos observar siguiendo sus múltiples y académicamente bien elaborados trabajos, don Gustavo Bueno goza de gran talento, enorme capacidad de trabajo, extraordinaria erudición y envidiable facilidad de expresión sin mayor recurso que la propia memoria. ¿Es ello suficiente para desvanecer cualquier duda de que sus postulados se ajustan a la Realidad?

Sin salirnos del "Catoblepas - Revista crítica del presente", nuestra principal fuente de información sobre el tema que ahora nos ocupa, podemos pensar que, con el "Materialismo Filosófico", Gustavo Bueno y sus discípulos nos presentan una alambicada síntesis de lo más "razonable" del materialismo marxista y del idealismo hegeliano, uno y otro a modo de polos de una "moderna" respuesta al espiritualismo cristiano, que, para muchos de nosotros, es una irrebatible muestra de realismo "naturalmente resistente" a cualquier artificioso envite de los tópicos academicistas en boga, de los cuales la mayoría vienen a ser desazonadoras respuestas al vacío existencial que se deriva de reducir lo espiritual a una idealizada parida de la Materia.

Claro que, para el "Materialismo Filosófico", esa Materia es más de "lo que impresiona nuestros sentidos" y menos de "la realidad de los entes que existen más allá de nuestro pensamiento»: respecto a lo primero, echan en falta la inclusión de lo que llaman "materialidades" procedentes de la Materia a la que ven como madre ("mater") de todo lo existente; por lo segundo, se afanan en desterrar del mundo de las realidades a todo lo referente a Dios como Creador, Motor y Providencia.

Al objeto de este libro ó, más concretamente, del presente capítulo, en lugar de pormenorizar sobre los muy variados campos de desarrollo de esta doctrina, lo que nos llevaría a extendernos en cientos de páginas, nos hemos limitado a tratar de captar y exponer el punto de vista global del personaje a través de un somero recordatorio de sus más conocidas apreciaciones "filosóficas" ó postulados obviando cuestiones de cierta complejidad (los "cierres categoriales", por ejemplo) para no perdernos en insondables profundidades.

Respecto a tales postulados, bueno será lo que, con el título de "Problemas abiertos", el propio don Gustavo Bueno escribe en uno de los más difundidos de sus libros (Materia, 1990):

La idea de materia, tal y como la hemos presentado, se comporta como una idea funcional, abierta en todas sus direcciones. Sus desarrollos dependerán tanto de los «parámetros» como de las variables independientes que se determinen en cada caso. Y esto equivale a reconocer que la idea de materia alcanzará sus significaciones más precisas en el proceso de su desarrollo en los diversos contextos que, por lo demás, tampoco cabe sustancializar. Señalamos los tres siguientes.

1. Ante todo, los contextos gnoseológicos. Permanece aquí abierta la cuestión de la conexión entre la idea de materia y la idea de razón. El racionalismo, ¿incluye siempre el trato con campos materiales constituidos por una multiplicidad de términos co-determinados, o bien cabe un racionalismo ejercido al margen de toda materialidad? Por otro lado, ¿puede sostenerse que todo materialismo es racional, de un modo intrínseco y no sólo oblicuo, formalista?

2. También, desde luego, en contextos ontológicos. La principal cuestión aquí abierta, desde nuestro punto de vista, es la cuestión de las categorías de la materia, la determinación de los campos materiales co-determinados, la delimitación de los géneros de materialidad y de sus conexiones recíprocas.

3. Por último, los contextos históricos. En especial, la revisión de la «Historia del materialismo» a la luz de una idea de materia filosóficamente adecuada y que sea capaz, por ejemplo, de plantear la cuestión de la reivindicación materialista de la Teoría de las Ideas de Platón.

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En razón de lo expuesto y para cerrar este capítulo, nos permitimos señalar que podemos aceptar a don Gustavo Bueno como materialista porque él lo dice después de haber convertido al "idealista" Platón en una especie de materialista vergonzante, ¿Existen razones de peso para no situarle en el umbral del "Realismo Espiritualista" al que tan razonablemente apuntó Santo Tomás? ¿No será más ajustado a la realidad el hecho de que, al no estar seguro de nada, don Gustavo ha optado por no admitir más que aquello de cuya explicación se siente capaz con lo que nos sugiere la posibilidad de que también a él le corresponde el calificativo de "maestro de la sospecha"?

Si ello es así, sí que cabe lamentar la realidad de que son muchos, tal vez millones, los que, más seducidos por unas escogidas y atrayentes formas de expresión que por la elemental demostración que la propia conciencia está en el derecho a exigirles, acogen fervorosamente la doctrina del llamado "Materialismo filosófico" a la par que se permiten negar la existencia de un Dios Trino todo Saber, todo Poder y todo Amor, creencia avalada por Jesús de Nazareth, Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, en su paso por este Mundo.

 Cuarta Parte