JUAN PABLO II EN MEXICO
22-26 de Enero de 1999


1. Discurso de S.S. Juan Pablo II en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México, 22 de enero de 1999

Ceremonia de bienvenida

Señor Presidente de la República Señores Cardenales y Hermanos en el episcopado Amadísimos hermanos y hermanas de México

1. Como hace veinte años, llego hoy a México y es para mi causa de inmenso gozo encontrarme de nuevo en esta tierra bendita, donde Santa María de Guadalupe es venerada como Madre querida. Igual que entonces y en las dos visitas sucesivas, vengo cual apóstol de Jesucristo y sucesor de San Pedro a confirmar en la fe a mis hermanos, anunciando el Evangelio a todos los hombres y mujeres. En esta ocasión, además, esta Capital va a ser lugar de un encuentro privilegiado y excepcional por una cita histórica: junto con Obispos de todo el continente americano presentaré mañana en la Basílica de Guadalupe los frutos del Sínodo que hace más de un año se celebró en Roma.

Los Obispos de América trazaron entonces los rasgos fundamentales de la acción pastoral del futuro que, desde la fe que compartimos, deseamos responda en plenitud al plan salvífico de Dios y a la dignidad del ser humano en el marco de las sociedades justas, reconciliadas y abiertas en un proceso técnico que sea convergente con el necesario progreso moral. Tal es la esperanza de los Obispos y de los fieles que expresan su fe católica en español, inglés, portugués, francés o en las múltiples lenguas propias de las culturas indígenas, que representan las raíces de este continente de la esperanza.

Esta tarde, en la sede de la Nunciatura, tendré el gozo de firmar la exhortación apostólica en la que he recogido las ideas y las propuestas expresadas por el episcopado de América.

A través de la Evangelización de la Iglesia quiere revelar mejor su identidad: estar más próxima a Cristo y a su Palabra, manifestarse auténtica y libre de condicionamientos mundanos, ser mejor servidora del hombre desde una perspectiva evangélica, ser fermento de unidad y no de división de la humanidad que se abre a nuevos, dilatados y aún no bien perfilados horizontes.

2. Me complace saludar ahora al licenciado Ernesto Zedillo Ponce de León, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, agradeciéndole las amables palabras que ha querido dirigirme para darme la bienvenida. En su persona Señor Presidente, saludo a todo el pueblo mexicano, este noble y querido pueblo que trabaja, reza y camina en busca de un futuro siempre mejor en las amplias llanuras de Sonora o de Chihuahua, en las selvas tropicales de Veracruz o de Chiapas, en los hacendosos centros industriales de nuevo León o de Coahuila, a los pies de los grandes volcanes que emergen de los serenos valles de Puebla y de México, en los acogedores pueblos del Atlántico y del Pacífico. Saludo también a los millones de mexicanos que viven y trabajan más allá de las fronteras patrias. Siendo éste un viaje con un matiz continental, saludo también a todos los que de un modo y otro están siguiendo estos actos.

Saludo entrañablemente a mis hermanos en el Episcopado, en particular al Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, al Presidente y miembros de la Conferencia del Episcopado Mexicano, así como a los demás obispos que han venido de otros países para participar en los actos de esta Visita Pastoral y de este modo renovar y fortalecer los estrechos vínculos de comunión y afecto entre todas las Iglesias particulares del Continente americano. En este saludo mi corazón se abre también con gran afecto a los queridos sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, catequistas y fieles, a los que me debo en el Señor. Quiera Dios que esta visita que hoy comienza sirva de ánimo a todos en el generoso esfuerzo por anunciar a Jesucristo con renovado ardor al nuevo milenio que se acerca.

3. El pueblo mexicano, desde que me acogió hace veinte años con los brazos abiertos y lleno de esperanza, me ha acompañado en muchos de los caminos recorridos. He encontrado mexicanos en las audiencias generales de los miércoles y en los grandes acontecimientos que la Iglesia ha celebrado en Roma y en otros lugares de América y del mundo. Aún resuenan en mis oídos los saludos con que siempre me acogen: ¡México Siempre Fiel y siempre presente!

Llego a un país donde la fe católica sirvió de fundamento al mestizaje que transformó la antigua pluralidad étnica y antagónica en unidad fraternal y de destino. No es posible, pues, comprender a México sin la fe traída desde España a estas tierras por los doce primeros franciscanos y cimentada más tarde por dominicos, jesuitas, agustinos y otros predicadores de la palabra salvadora de Cristo. Además de la obra evangelizadora, que hace del catolicismo parte integrante y fundamental del alma de la nación, los misioneros dejaron profundas huellas culturales y prodigiosas muestras de arte que son hoy motivo de legítimo orgullo para todos los mexicanos y rica expresión de su civilización.

Llego a un país cuya historia recorren, como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas que amaron Juan de Zumarraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de esos pueblos siguen llamando padres, el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo, que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad. Sé que no son pocas las mentes clarividentes que se esfuerzan en que estas corrientes de pensamiento y de cultura consigan conjugar mejor sus caudales mediante el diálogo, el desarrollo sociocultural y la voluntad de construir un futuro mejor.

Vengo a ustedes, mexicanos de todas las clases y condiciones sociales, y a ustedes hermanos del Continente americano, para saludarles en nombre de Cristo: Dios que se hizo hombre para que todos los hombres pudieran tomar conciencia de su llamada a la filiación divina en Cristo. Junto con mis hermanos obispos de México y de toda América vengo a postrarme ante la tilma del Beato Juan Diego. Pediré a Santa María de Guadalupe, al final de un milenio fecundo y atormentado, que el próximo sea un milenio en el que en México, en América y en el mundo entero se abran vías seguras de fraternidad y de paz que en Jesucristo puedan encontrar bases seguras y espaciosos caminos de progreso. Con la paz de Cristo deseo a los mexicanos éxito en la búsqueda de la concordia entre todos, ya que constituyen una gran Nación que los hermana.

4. Sintiéndome ya postrado ante la Morenita del Tepeyac, Reina de México y Emperatriz de América, desde este momento encomiendo a sus maternos cuidados los destinos de esta nación y de todo el Continente. Que el nuevo siglo y el nuevo milenio favorezcan un renacer general bajo la mirada de Cristo, vida y esperanza nuestra, que nos ofrece siempre los caminos de fraternidad y de sana convivencia humana. Que Santa María de Guadalupe ayude a México y América a caminar unidos por esas sendas seguras y llenas de luz.


2. Mensaje de S.S. Juan Pablo II en el encuentro con el cuerpo diplomático

MEXICO - CIUDAD DE MEXICO - 23.01.1999

Señor Presidente de la República, Excelentísimos Embajadores y Jefes de Misión, Distinguidas Señoras y Señores:

1. Estoy muy agradecido al Señor Presidente, Licenciado Ernesto Zedillo Ponce de León, por sus amables palabras al introducirme ante los Jefes de Misión diplomática acreditados en México. El presentarlos al Papa en ésta su residencia oficial de Los Pinos es un deferente gesto que aprecio muy cordialmente.

En el marco de esta visita pastoral, me es muy grato encontrarme con Ustedes, que tienen la responsabilidad de las relaciones de sus respectivos Estados con México, fortaleciéndolas desde el diálogo y la cooperación, a la vez que atestiguan la importancia de esta Nación en el mundo. Representan, además, a la comunidad internacional con la que la Santa Sede mantiene antiguas y sólidas relaciones, que confirman una tradición secular que cada día adquiere nuevo vigor.

2. Vivimos en un mundo que se presenta complejo y a la vez unitario; se hacen más cercanas entre sí las diversas comunidades que lo conforman y son más extensos y rápidos los sistemas financieros y económicos de los que dependen el desarrollo integral de la humanidad. Esta creciente interdependencia conduce a nuevas etapas de progreso, pero también tiene el peligro de limitar gravemente la libertad personal y comunitaria, propia de toda vida democrática. Por ello es necesario favorecer un sistema social que permita a todos los pueblos participar activamente en la promoción de un progreso integral, o de lo contrario no pocos de esos pueblos podrían verse impedidos de alcanzarlo.

El progreso actual, sin parangón en el pasado, debe permitir a todos los seres humanos asegurar su dignidad y ofrecerles mayor conciencia de la grandeza de su propio destino. Pero, al mismo tiempo, expone al hombre -tanto al más poderoso como al más frágil social y políticamente- al peligro de convertirse en un número o en un puro factor económico (cf. Centesimus annus, 49). En esta hipótesis, el ser humano podría perder progresivamente la conciencia de su valor transcendente. Esta conciencia -unas veces clara y otras implícita- es la que hace al hombre distinto de todos los demás seres de la naturaleza.

3. La Iglesia, fiel a la misión recibida de su Fundador, proclama incansablemente que la persona humana ha de ser el centro de todo orden civil y social, y de todo sistema de desarrollo técnico y económico. La historia humana no puede ir contra el hombre. Ello equivaldría a ir contra Dios, cuya imagen viviente es el hombre, incluso cuando es deformada por el error o la prevaricación.

Esta es la convicción que la Iglesia quiere poner sobre la mesa de las Naciones Unidas o en el diálogo amistoso que mantiene con Ustedes, miembros del Cuerpo Diplomático, y con las autoridades que representan en los diversos lugares del mundo. De estos principios se deducen importantes valores morales y cívicos que pusieron de relieve los Obispos de América reunidos Roma en el Sínodo de 1997.

4. Entre estos valores sobresalen la conversión de las mentes y la solidaridad efectiva entre los diversos grupos humanos como elementos esenciales para la actual vida social a nivel nacional e internacional. La vida internacional exige unos valores morales comunes como base y unas reglas comunes de colaboración. Es cierto que la Declaración Universal de Derechos Humanos, cuyo 50º aniversario hemos celebrado el año pasado, así como otros documentos de valor universal, ofrecen elementos importantes en la búsqueda de esa base moral, común a todos los países o, por lo menos, a un gran número de ellos.

Si miramos el panorama mundial vemos que existen ciertas situaciones fácilmente constatables. El poder de los Países desarrollados se hace cada día más gravoso respecto a los menos desarrollados. En las relaciones internacionales se da, a veces, prioridad a la economía frente a los valores humanos y, con su debilitamiento, se resienten la libertad y la democracia. Por otra parte, la carrera armamentista nos hace ver que, en muchos casos las armas están destinadas a la defensa, pero en otros son instrumentos realmente ofensivos, usados en nombre de ideologías no siempre respetuosas de la dignidad humana. El fenómeno de la corrupción invade lamentablemente grandes espacios del tejido social de algunos pueblos, sin que quienes sufren sus consecuencias tengan siempre la posibilidad de exigir justicia y responsabilidades. El individualismo empaña también la vida internacional, de modo que los pueblos poderosos pueden serlo cada día más y los pueblos débiles son cada día más dependientes.

5. Ante este panorama se imponen con urgencia una adecuada conversión de las mentalidades y una solidaridad efectiva, no sólo teórica, entre personas y grupos humanos. Esto es cuanto, en unión con el Papa, viene proponiendo, desde hace decenios, el Episcopado latinoamericano. Esto es lo que han pedido los Obispos del Continente americano en el Sínodo. A este respecto, son dignas de señalar las numerosas iniciativas de socorro a las poblaciones de la cercana Centroamérica afectadas por el huracán Micht, en las que México ha participado generosamente junto con otras naciones, dando así muestra de un común sentimiento de fraternidad y solidaridad.

América es un continente que agrupa a pueblos grandes y técnicamente avanzados y a otros relativamente pequeños, con muy variados índices de desarrollo. También dentro de un mismo país, como es el caso de México, coexisten situaciones sociales y humanas muy diversas, que es necesario afrontar siempre con gran respeto y justicia, utilizando incansablemente los recursos del diálogo y la concertación.

América constituye una unidad humana y geográfica que va del Polo norte al Polo sur. Aunque su pasado ahonda sus raíces en culturas ancestrales -como la maya, la olmeca, la azteca o la inca-, al entrar en contacto con el viejo continente y también con el cristianismo, desde hace más de cinco siglos se ha convertido en una unidad de destino, singular en el mundo. América es por eso mismo un espacio particularmente apropiado para promover valores comunes capaces de asegurar una conversión eficaz de las mentes, en especial de quienes tienen responsabilidades nacionales e internacionales.

6. Este Continente podrá ser el "Continente de la esperanza" si las comunidades humanas que lo integran, así como sus clases dirigentes, asumen una base ética común. La Iglesia católica y las demás grandes confesiones religiosas presentes en América pueden aportar a esta ética común elementos específicos que liberen las conciencias de verse limitadas por ideas nacidas de meros consensos circunstanciales. América y la humanidad entera tienen necesidad de puntos de referencia esenciales para todos los ciudadanos y responsables políticos. "No matar", "No mentir", "No robar ni codiciar los bienes ajenos", "respetar la dignidad fundamental de la persona humana" en sus dimensiones físicas y morales son principios intangibles, sancionados en el Decálogo común a hebreos, cristianos y musulmanes, y cercanos a las normas de otras grandes religiones. Se trata de principios que obligan tanto a cada persona humana como a las diversas sociedades.

Estos principios y otros afines han de ser un dique contra todo atentado a la vida, desde su principio hasta su fin natural; contra las guerras de expansión y el uso de las armas como instrumentos de destrucción; contra la corrupción que corroe amplios estratos de la sociedad, a veces con dimensiones transnacionales; contra la invasión abusiva de la esfera privada por parte de poderes que aprueban esterilizaciones forzadas o leyes que cercenan el derecho a la vida; contra campañas publicitarias falaces que condicionan la verdad y determinan el estilo de vida de pueblos enteros; contra monopolios que tratan de anular sanas iniciativas y limitar el crecimiento de sociedades enteras; contra la expansión del uso de drogas que minan la fuerza de la juventud e incluso la matan.

7. Mucho se ha hecho ya en este sentido. Abundan las convenciones internacionales que tienen por finalidad poner un límite a algunos de estos abusos. Grupos de naciones se asocian para crear espacios económicos donde la vida política, económica y social esté debidamente orientada y mejor protegida por principios más justos y conformes con los derechos de cada ciudadano, de cada pueblo y de cada cultura.

Pero aún queda mucho por hacer. Estamos al final de un siglo y de un milenio que, a pesar de las grandes conquistas conseguidas por la ciencia y la técnica, dejan tras de sí evidentes cicatrices que recuerdan, de modo a veces trágico, la poca atención prestada a los mencionados principios morales. En lugar de verlos ulteriormente violados, es necesario que en el nuevo siglo y en el nuevo milenio se consolide su fuerza ética, moralmente vinculante.

8. Al hacerles partícipes de estas consideraciones no me mueve otro interés que el de defender la dignidad del hombre, ni otra autoridad que la de la Palabra divina. Esta Palabra no es mía, sino de Dios que se hizo hombre para que el hombre llegue a ser hijo suyo. Ajeno a intereses de parte, les ofrezco hoy estas reflexiones con la esperanza de que puedan ayudarles en su labor diplomática y también en su vida personal, deseosos de contribuir a la construcción de un mundo más humano y más justo que el que nos ofrecen el siglo y el milenio que pronto concluirán.

Ojalá que en el próximo futuro predominen el respeto de la vida, de la verdad, de la dignidad de cada ser humano. Este es el cometido apremiante que nos espera. Que Dios bendiga la obra que Ustedes llevan a cabo. Que bendiga a México y a los Países que Ustedes representan en esta Ciudad privilegiada donde América y el mundo se encuentran y dialogan. Muchas gracias por su atención.



3. Homilía de S.S. Juan Pablo II en la Santa Misa para la Conclusión de la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos

Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 23 de enero de 1999

Amados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1 . "Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios mandó a su hijo, nacido de mujer" (Gál 4,4). ¿Qué es la plenitud de los tiempos? Desde la perspectiva de la historia humana la plenitud de los tiempos es una fecha concreta. Es la noche en que el Hijo de Dios vino al mundo en Belén, según lo anunciado por los profetas, como hemos escuchado en la primera lectura: "el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel" (Is 7,14). Estas palabras pronunciadas muchos siglos antes, se cumplieron en la noche en que vino al mundo el Hijo concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María.

El nacimiento de Cristo fue precedido por el anuncio del ángel Gabriel. Después, María fue a la casa de su prima Isabel para ponerse a su servicio. Nos lo ha recordado el Evangelio de Lucas, poniendo ante nuestros ojos el insólito y profético saludo de Isabel y la espléndida respuesta de María: "Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador" (1,46-47). Estos son los acontecimientos a los que se refiere la liturgia de hoy.

2. La lectura de la Carta a los Gálatas, por su parte, nos revela la dimensión divina de esta plenitud de los tiempos. Las palabras del apóstol Pablo resumen toda la teología del nacimiento de Jesús, con la que se esclarece al mismo tiempo el sentido de dicha plenitud. Se trata de algo extraordinario: Dios ha entrado en la historia del hombre. Dios, que es en sí mismo el misterio insondable de la vida; Dios, que es Padre y se refleja a sí mismo desde la eternidad en el Hijo, consustancial a Él y por el que fueron hechas todas las cosas (cf. Jn 1, 13); Dios, que es unidad del Padre y del Hijo en el flujo de amor eterno que es el Espíritu Santo.

A pesar de la pobreza de nuestras palabras para expresar el misterio inenarrable de la Trinidad, la verdad es que el hombre, desde su condición temporal, ha sido llamado a participar de esta vida divina. El Hijo de Dios nació de la Virgen María para otorgarnos la filiación divina. El Padre ha infundido en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, gracias al cual podemos decir "Abbá, Padre" (cf. Gál 4,6). He aquí, pues, la plenitud de los tiempos, que colma toda aspiración de la historia y de la humanidad: la revelación del misterio de Dios, entregado al ser humano mediante el don de la adopción divina.

3. La plenitud de los tiempos a la que se refiere el Apóstol está relacionada con la historia humana. En cierto modo, al hacerse hombre, Dios ha entrado en nuestro tiempo y ha transformado nuestra historia en historia de salvación. Una historia que abarca todas las vicisitudes del mundo y de la humanidad, desde la creación hasta su final, pero que se desarrolla a través de momentos y fechas importantes. Una de ellas es el ya cercano año 2000 desde el nacimiento de Jesús, el año del Gran Jubileo, al que la Iglesia se ha preparado también con la celebración de los Sínodos extraordinarios dedicados a cada Continente, como es el caso del celebrado a finales de 1997 en el Vaticano.

4. Hoy en esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de América, damos gracias a Dios por la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos —auténtico cenáculo de comunión eclesial y de afecto colegial entre los Pastores del Norte, del Centro y del Sur del Continente— vivida con el Obispo de Roma como experiencia fraterna de encuentro con el Señor resucitado, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América.

Ahora, un año después de la celebración de aquella Asamblea sinodal, y en coincidencia también con el centenario del Concilio Plenario de la América Latina que tuvo lugar en Roma, he venido aquí para poner a los pies de la Virgen mestiza del Tepeyac, Estrella del Nuevo Mundo, la Exhortación apostólica Ecclesia in America, que recoge las aportaciones y sugerencias pastorales de dicho Sínodo, confiando a la Madre y Reina de este Continente el futuro de su evangelización.

5. Deseo expresar mi gratitud a quienes, con su trabajo y oración, han hecho posible que aquella Asamblea sinodal reflejara la vitalidad de la fe católica en América. Así mismo, agradezco a esta Arquidiócesis Primada de México y a su Arzobispo, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, su cordial acogida y generosa disponibilidad. Saludo con afecto al nutrido grupo de Cardenales y Obispos que han venido de todas las partes del Continente y a los numerosísimos sacerdotes y seminaristas aquí presentes, que llenan de gozo y esperanza el corazón del Papa. Mi saludo va más allá de los muros de esta Basílica para abrazar a cuantos, desde el exterior, siguen la celebración, así como a todos los hombres y mujeres de las diversas culturas, etnias y naciones que integran la rica y pluriforme realidad americana.

(lengua portuguesa)

6. «Bem-aventurada és tu que creste, pois se ha de cumprir as coisas que da parte do Senhor te foram ditas» (Lc 1,45). Estas palavras que Isabel dirige a Maria, portadora de Cristo em seu seio, podem-se aplicar também a Igreja neste Continente. Bem-aventurada és tu, Igreja na América, que, acolhendo a Boa Nova do Evangelho, geraste à fé numerosos povos! Bem-aventurada por crer, bem-aventurada por esperar, bem-aventurada por amar, porque a promessa do Senhor se cumprirá! Os heróicos esforços missionários e a admirável gesta evangelizadora destes cinco séculos não foram em vão. Hoje podemos dizer que, graças a isso, a Igreja na América é a Igreja da Esperança. Basta ver o vigor de sua numerosa juventude, o valor excepcional que se dá à família, o florescimento das vocações sacerdotais e de consagrados e consagradas, sobretudo, a profunda religiosidade dos seus povos. Não esqueçamos que no próximo milênio, já iminente, a América será o continente com o maior número de católicos.

(en lengua francesa)

7. Toutefois, comme les Péres synodaux l’ont souligné, si l’Église en Amérique connait bien des motifs de se réjouir, elle est aussi confrontée á des graves difficultés et á d'importants défis. Devons-nous pour autant nous décourager? En aucune maniére: "Jésus Christ est le Seigneur" (Phil 2,11). Il a vainçu le monde et Il a envoyé son Esprit Saint pour faire toutes choses nouvelles. Serait-il trop ambicieux d'espérer que, aprés cette Assemblée synodale —le premier Synode américain de 1’histoire— se développe sur ce continent majoritairement chrétien une maniére plus évangélique de vivre et de partager? Il existe bien des domaines dans lesquels les communautés chrétiennes du Nord, du Centre et du Sud de l’Amérique peuvent manifester leurs liens fraternels, exercer une solidarité réelle et collaborer á des projets pastoraux communs, chacune apportant les richesses spirituelles et matérielles dont elle dispose.

(en lengua inglesa)

8. The Apostle Paul teaches us that in the fullness of time God sent his Son, born of a woman, to redeem us from sin and to make us his sons and daughters. Accordingly, we are no longer servants but children and heirs of God (cf. Gal 4:4-7). Therefore, the Church must proclaim the Gospel of life and speak out with prophetic force against the culture of death. May the Continent of Hope also be the Continent of life! This is our cry: life with dignity for all! For all who have been conceived in their mother's womb, for street children, for indigenous peoples and Afro-Americans, for immigrants and refugees, for the young deprived of opportunity, for the old, for those who suffer any kind of poverty or marginalization.

Dear brothers and sisters, the time has come to banish once and for all from the Continent every attack against life. No more violence, terrorism and drug-trafficking! No more torture or other forms of abuse! There must be an end to the unnecessary recourse to the death penalty! No more exploitation of the weak, racial discrimination or ghettoes of poverty! Never again! These are intolerable evils which cry out to heaven and call Christians to a different way of living, to a social commitment more in keeping with their faith. We must rouse the consciences of men and women with the Gospel, in order to highlight their sublime vocation as children of God. This will inspire them to build a better America. As a matter of urgency, we must stir up a new springtime of holiness on the Continent so that action and contemplation will go hand in hand.

(en lengua castellana)

9. Quiero confiar y ofrecer el futuro del Continente a María Santísima, Madre de Cristo y de la Iglesia. Por eso, tengo la alegría de anunciar ahora que he declarado que el día 12 de diciembre en toda América se celebre a la Virgen María de Guadalupe con el rango litúrgico de fiesta.

¡Oh Madre! tú conoces los caminos que siguieron los primeros evangelizadores del Nuevo Mundo, desde la isla Guanahaní y La Española hasta las selvas del Amazonas y las cumbres andinas, llegando hasta la tierra del Fuego en el Sur y los grandes lagos y montañas del Norte. Acompaña a la Iglesia que desarrolla su labor en las naciones americanas, para que sea siempre evangelizadora y renueve su espíritu misionero. Alienta a todos aquellos que dedican su vida a la causa de Jesús y a la extensión de su Reino.

¡Oh dulce Señora del Tepeyac, Madre de Guadalupe! Te presentamos esta multitud incontable de fieles que rezan a Dios en América. Tú que has entrado dentro de su corazón, visita y conforta los hogares, las parroquias y las diócesis de todo el Continente. Haz que las familias cristianas eduquen ejemplarmente a sus hijos en la fe de la Iglesia y en el amor del Evangelio, para que sean semillero de vocaciones apostólicas. Vuelve hoy tu mirada sobre los jóvenes y anímalos a caminar con Jesucristo.

¡Oh Señora y Madre de América! Confirma la fe de nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en todos los campos de la vida social, profesional, cultural y política actúen de acuerdo con la verdad y la ley nueva que Jesús ha traído a la humanidad. Mira propicia la angustia de cuantos padecen hambre, soledad, marginación o ignorancia. Haznos reconocer en ellos a tus hijos predilectos y danos el ímpetu de la caridad para ayudarlos en sus necesidades.

¡Virgen Santa de Guadalupe, Reina de la Paz! Salva a las naciones y a los pueblos del Continente. Haz que todos, gobernantes y ciudadanos, aprendan a vivir en la auténtica libertad, actuando según las exigencias de la justicia y el respeto de los derechos humanos, para que así se consolide definitivamente la paz.

¡Para ti, Señora de Guadalupe, Madre de Jesús y Madre nuestra, todo el cariño, honor, gloria y alabanza continua de tus hijos e hijas americanos! Amén.

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