DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 23, 9-17.21-29

Contra los falsos profetas

A los profetas: Se me rompe el corazón en el pecho,
se me dislocan los huesos, estoy como un borracho,
como uno vencido por el vino,
a causa del Señor y de sus santas palabras:

El país está lleno de adulterios, y por ellos hace duelo la tierra,
se agostan las dehesas de la estepa,
su curso es perverso, su poder un abuso;
profetas y sacerdotes son unos impíos,
hasta en mi templo encuentro maldades
—oráculo del Señor—;
pues su camino se volverá resbaladizo,
empujados a las tinieblas caerán en ellas;
les enviaré la desgracia el año de la cuenta
—oráculo del Señor—.

Entre los profetas de Samaria he visto un desatino:
profetizan por Baal extraviando a Israel, mi pueblo;
entre los profetas de Jerusalén he visto algo espeluznante:
adúlteros y embusteros que apoyan a los malvados,
para que nadie se convierta de la maldad;
para mí son todos sus vecinos como Sodoma y Gomorra.

Por eso dice el Señor de los ejércitos a los profetas:

Os daré a comer ajenjo y a beber agua envenenada,
porque de los profetas de Jerusalén
se difundió la impiedad a todo el país.

Así dice el Señor de los ejércitos:

No hagáis caso a vuestros profetas, que os embaucan:
Cuentan visiones de su fantasía, no de la boca del Señor;
a los que desprecian la palabra del Señor
les dicen: Tendréis paz;
a los que siguen su corazón obstinado
les dicen: No os pasará nada malo.

Yo no envié a los profetas, y ellos corrían;
no les hablé, y ellos profetizaban;
si hubieran asistido a mi consejo,
anunciarían mis palabras a mi pueblo
para que se convirtiese del mal camino,
de sus malas acciones.

¿Soy yo Dios sólo de cerca y no Dios de lejos?
—oráculo del Señor—.

Porque uno se esconda en su escondrijo
¿no lo voy a ver yo? —oráculo del Señor—,
¿no lleno yo el cielo y la tierra?
—oráculo del Señor—.

He oído lo que dicen los profetas
profetizando embustes en mi nombre,
diciendo que han tenido un sueño;
¿hasta cuándo seguirán los profetas
profetizando embustes y las fantasías de su mente?

Con los sueños que se cuentan unos a otros
pretenden hacer olvidar mi nombre a mi pueblo,
como lo olvidaron sus padres a causa de Baal.

El profeta que tenga un sueño, que lo cuente;
el que tenga mi palabra, que la diga a la letra.

¿Qué hace el grano con la paja?
—oráculo del Señor—.

¿No es mi palabra fuego —oráculo del Señor
o martillo que tritura la piedra?


SEGUNDA LECTURA

Beato Martín de León, Sermón 1 en el adviento del Señor (PL 208, 31-33.38)

El vástago legítimo es el Verbo, coeterno siempre
con Dios Padre

El profeta Jeremías, carísimos hermanos, descendiente de una familia sacerdotal, antes de formarse en el vientre fue conocido por el Señor, que llama a la existencia lo que no existe; antes de salir del seno materno fue consagrado, fue advertido de que debía permanecer virgen, y fue destinado a profetizar no sólo a los judíos, sino también a los paganos. Fue en su misión profética verídico; en sus exhortaciones a la penitencia dirigidas a los judíos, severo; en su llanto por los pecados del pueblo, piadoso; en la previsión de males futuros, agudo; en tolerar las adversidades, paciente y enérgico; en el trato con sus conciudadanos, apacible.

Pues bien, este tan santo varón, intuyendo el tiempo de la restauración humana y previendo —iluminado por el Espíritu Santo— la venida del Hijo de Dios, para consuelo del humano linaje, habla, inspirado por Dios, diciendo: Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que suscitaré a David un vástago legítimo; reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. Y lo llamarán con este nombre: «El Señor-nuestra-justicia».

El vástago legítimo es el Verbo, coeterno siempre con Dios Padre; en cambio, en el tiempo se encarnó de María, la Virgen, que desciende de la raíz de David. Y con razón se le llama también Vástago legítimo, de cuya justicia habla así el Profeta: El Señor es justo y ama la justicia, y los buenos verán su rostro. De él está escrito: Dios es un juez justo, fuerte y paciente. Lucha, pues, por librarnos de nuestros enemigos: es paciente aguantando lo que contra él hemos pecado.

Todos cuantos, por la fe en Cristo, son llamados hijos de Dios testimonian con asidua alabanza que él es el Rey de reyes y Señor de señores. Reinará, pues, como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra; pues en el juicio no despreciará al pobre, ni honrará al rico.

Por lo cual, nosotros, hermanos y señores míos, mientras vivimos todavía en el cuerpo, lavemos con lágrimas nuestros vicios y pecados; procuremos mejorar nuestra conducta; mostremos a nuestros prójimos una auténtica caridad; esforcémonos por cumplir sin fraude las promesas hechas a Dios; levantemos con gemidos nuestros corazones al mismo Hijo de Dios, que en su primera venida nos redimió y que en su segunda venida lo esperamos como juez de todos los hombres, a fin de que en aquella su terrible y gloriosísima venida no permita que perezcamos con los pecadores, sino merezcamos más bien oír de su boca, con los elegidos, aquella dulcísima voz: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Lo cual se digne concedernos el que con el mismo Padre y el Espíritu Santo, en Trinidad perfecta, vive y reina, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 25, 15-17.27-38

La copa de la cólera de Dios contra los pueblos paganos

El Señor, Dios de Israel, me dijo:

—Toma de mi mano esta copa de aguardiente y házsela beber a todas las naciones adonde te envío. Que beban y se tambaleen y enloquezcan ante la espada que arrojo en medio de ellos.

Tomé la copa de mano del Señor y se la hice beber a todas las naciones a las que me envió el Señor:

—Les dirás: Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Bebed, emborrachaos, vomitad, caed para no levantaros, ante la espada que yo arrojo entre vosotros. Y si se niegan a tomar la copa de tu mano para beber, les dirás: Así dice el Señor de los ejércitos: Habéis de beber. Porque si en la ciudad que lleva mi nombre comencé el castigo, ¿vais a quedar vosotros impunes? No quedaréis impunes, porque yo reclamo la espada contra todos los habitantes del mundo, oráculo del Señor de los ejércitos.

Y tú profetízales diciendo lo siguiente:

El Señor ruge desde la altura, clama desde su mansión santa.

Ruge y ruge contra su dehesa,
entona la copla de los pisadores de uva
contra todos los habitantes del mundo;
el eco resuena hasta los confines del orbe,
porque el Señor entabla pleito contra los paganos,
viene a juzgar a todos los hombres
y hará ejecutar a los culpables —oráculo del Señor—.

Así dice el Señor de los ejércitos:

Mirad la catástrofe pasar de nación en nación,
un terrible huracán se agita en los extremos del mundo.

Aquel día las víctimas del Señor
ocuparán la tierra de punta a punta,
no las recogerán, ni enterrarán, ni les harán duelo,
serán como el estiércol sobre el campo.

Gemid, pastores; gritad, revolcaos, mayorales del rebaño;
os ha llegado el día de la matanza
y caeréis como carneros hermosos;
no hay escapatoria para los pastores,
no hay salida para los mayorales del rebaño.

Se oye el grito de los pastores.
el gemido de los mayorales del rebaño,
porque el Señor ha destruido sus pastos;
están silenciosas las prósperas dehesas,
por el incendio de la ira del Señor;
el león abandona su guarida,
porque están desoladas las tierras,
por el incendio devastador,
por el incendio de
su ira.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 12, 3-6: PL 15, 1361-1362)

Aplastar bajo los pies a todos los prisioneros de la tierra

Tu tesoro es la fe, la piedad, la misericordia; tu tesoro es Cristo. No lo consideres terreno, esto es, como una criatura cualquiera, pues es el Señor de toda criatura. Maldito —dice— quien confía en el hombre; y sin embargo, la salvación me vino por medio de un hombre. Mira, no obstante, lo que dice el antiguo Testamento: hombre es, ¿quién lo entenderá? Pues bien, aquel hombre me perdonó todos los pecados no con poder humano, sino con potestad divina, pues era Dios encarnado en el Señor Jesús, reconciliando al mundo consigo y redimiéndolo de la culpa.

Nuestro precioso tesoro es la inteligencia. Si la inteligencia fuera terrena y frágil, acabará siendo consumida por la carcoma de la herejía y por la polilla de la impiedad. Elevemos, pues, y levantemos nuestros sentidos, ni juzguemos imposible que esta debilidad del cuerpo humano sea promovida al conocimiento de los celestes misterios, dado que el Señor Jesús, en quien estaban encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, por su divina misericordia descendió a nosotros, para abrir lo que estaba cerrado, descubrir lo que estaba escondido, revelar lo que estaba oculto. Ven, pues, Señor Jesús, ábrenos también a nosotros la puerta de este profético discurso, pues para muchos está cerrada, aunque a primera vista se nos antoje abierta.

Dice: Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo. Fíjate cómo debe también permanecer en ti, puesto que permanece y persevera en el cielo. Conserva, pues, la palabra de Dios, consérvala en tu corazón, y consérvala de modo que no se te olvide. Observa la ley del Señor, medítala; y que los decretos del Señor no se borren de tu corazón. La interpretación de la letra te urge a que lo observes con diligencia. Te lo urge el profeta cuando dice en los versículos siguientes: Si tu voluntad no fuera mi delicia, ya habría perecido en mi desgracia; jamás olvidaré sus decretos. Así pues, la meditación de la ley nos abre a la posibilidad de soportar y tolerar los momentos de tribulación, los momentos en que nos sentimos abatidos por la adversidad, de suerte que no nos dejemos hundir ni por la excesiva humillación ni por el desánimo. En realidad, el Señor no quiere que seamos abatidos por la humillación hasta la desesperación, sino hasta la corrección.

Por eso, el profeta Jeremías, en los Trenos, dice bajo esta misma letra: Aplastar bajo los pies a todos los prisioneros de la tierra, negar su derecho al pobre, en presencia del Altísimo, defraudar a alguien en un proceso: eso no lo aprueba el Señor. Y más abajo: De la boca del Altísimo no proceden las desventuras. Por tanto, la humillación que viene de Dios está llena de justicia, llena de equidad, pues de la boca del Señor no puede salir el mal. Finalmente, aquel que era humillado por el Señor exclama: Estando yo sin fuerzas me salvó.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 36, 1-10.21-32

El rey quema el rollo de las profecías de Jeremías

El año cuarto de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, vino a Jeremías esta palabra del Señor:

—Coge el rollo y escribe en él todas las palabras que te he dicho sobre Judá y Jerusalén y sobre todas las naciones desde el día en que comencé a hablarte, siendo rey Josías hasta hoy. A ver si escuchan los judíos las amenazas que pienso ejecutar contra ellos y se convierte cada cual de su mala conducta y puedo perdonar sus crímenes y pecados.

Entonces Jeremías llamó a Baruc, hijo de Nerías, para que escribiese en el rollo, al dictado de Jeremías, todas las palabras que el Señor le había dicho.

Después Jeremías le ordenó a Baruc:

—Yo estoy detenido y no puedo entrar en el templo. Entra tú en el templo un día de ayuno y lee en el rollo que has escrito al dictado las palabras del Señor, de modo que las oiga el pueblo y todos los judíos que vienen de sus poblaciones al templo del Señor. A ver si presentan sus súplicas al Señor y se convierte cada cual de su mala conducta, porque es grande la ira y la cólera con que el Señor amenaza a este pueblo.

Baruc, hijo de Nerías, cumplió todo lo que le mandó el profeta Jeremías, leyendo en el rollo las palabras del Señor en el templo.

El año quinto de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, el mes noveno, se proclamó un ayuno en honor del Señor para toda la población de Jerusalén y para los que venían de los poblados judíos a Jerusalén. En presencia de todo el pueblo leyó Baruc en el rollo las palabras de Jeremías en el templo, desde la habitación de Gamarías, hijo de Safán, el escribano, en el atrio superior, a la entrada de la Puerta Nueva del templo.

Entonces el rey envió a Yehudi a traer el rollo de la habitación de Elisama, el secretario. Este lo leyó ante el rey y ante los dignatarios que estaban al servicio del rey. El rey estaba sentado en las habitaciones de invierno (era el mes de diciembre), y tenía delante un brasero encendido. Cada vez que Yehudi terminaba de leer tres o cuatro columnas, el rey las cortaba con un cortaplumas y las arrojaba al fuego del brasero. Hasta que todo el rollo se consumió en el fuego del brasero. Pero ni el rey ni sus ministros se asustaron al oír las palabras del libro ni rasgaron sus vestiduras. Y aunque Elnatán, Delayas y Gamarías instaban al rey que no quemase el rollo, él no les hizo caso.

Entonces el rey mandó a Yerajmeel, príncipe real; a Sarayas, hijo de Azriel, y a Salamías, hijo de Abdeel, a arrestar a Baruc, el escribano, y a Jeremías, el profeta. Pero el Señor los escondió.

Después que el rey quemó el rollo con las palabras escritas por Baruc, al dictado de Jeremías, vino a Jeremías esta palabra del Señor:

—Toma otro rollo y escribe en él todas las palabras que había en el primer rollo, quemado por Joaquín, rey de Judá. Y a Joaquín, rey de Judá, le dirás: Así dice el Señor: Tú has quemado este rollo diciendo: ¿Por qué has escrito en él que el rey de Babilonia vendrá ciertamente a destruir este país, y a aniquilar en él a hombres y ganado? Por eso, así dice el Señor a Joaquín, rey de Judá: No tendrá descendiente en el trono de David; su cadáver quedará expuesto al calor del día y al frío de la noche. Castigaré sus crímenes en él, en su descendencia y en sus siervos, y haré venir sobre ellos y sobre los habitantes de Jerusalén y sobre los judíos todas las amenazas con que los he conminado, sin que ellos me escuchasen.

Jeremías tomó otro rollo y se lo entregó a Baruc, hijo de Nerías, el escribano, para que escribiese en él, a su dictado, todas las palabras del libro quemado por Joaquín, rey de Judá. Y se añadieron muchas palabras semejantes.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Homilía pascual 2 (8: PG 77, 447-450)

No hubo tiempo alguno en que Dios no llamase
a todos a la salvación

Nuestro Señor, movido por ese amor con que envuelve a los hombres, no dejó transcurrir tiempo alguno sin llamar a todos los hombres a la salvación. En ocasiones, sin embargo, decía reprendiendo con mayor dureza a los que descaradamente huían: ¿Puede un etíope cambiar de piel o una pantera de pelaje? Igual vosotros: ¿podéis enmendaron, habituados al mal? De hecho, el padre de todo pecado dominaba hasta tal punto al género humano, que eran realmente pocos los adoradores de Dios, persuadidos como estaban del deber de recordar al supremo legislador.

Así pues, como el pecado tiranizaba a todos los humanos y cual densa oscuridad cubría toda la tierra, los santos rogaban al Verbo de Dios que bajara a nosotros y, con su saludable luz, iluminara las mentes de todos. Claman pues, a él diciendo: Envía tu luz y tu verdad. Y efectivamente, nos fue enviada la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, esto es, el Verbo de Dios, Dios mismo, que habiendo asumido nuestra condición y engendrado por la Virgen santa, trajo la salvación al género humano, instaurando la antigua incorruptibilidad de la naturaleza, como lo afirma Pablo: Renovando para nosotros un nuevo camino, unió el cielo y la tierra, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas.

Al mostrarnos, pues, Cristo, nuestro Salvador, benignamente un afecto tan personal y soportar la cruz por nuestra causa, fueron desatadas las cadenas de la muerte complicadas por multitud de nudos y fueron enjugadas las lágrimas de todos los rostros, como dice el profeta: Convertiré su tristeza en gozo. En cuanto al Salvador, se le acomoda perfectamente aquel dicho: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Habiendo, pues, proclamado tanto a los espíritus encarcelados como a los que estaban cautivos: «Salid», y a los que estaban en tinieblas: «Venid a la luz», él mismo resucitó su templo reconstruido en tres días, preparó además a la naturaleza una nueva ascensión a los cielos, ofreciéndose a sí mismo al Padre como primicias del género humano y otorgando a los que vivían en la tierra la comunicación del Espíritu Santo, cual prenda de la gracia.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 24, 1-10

Visión del pueblo dividido: los fieles y los infieles a Dios

El Señor me mostró dos cestas de higos colocadas delante del santuario del Señor. (Era después que Nabucodonosor, rey de Babilonia, desterró a Jeconías, hijo de Joaquín, rey de Judá, con los dignatarios de Judá, y los artesanos y maestros de Jerusalén, y se los llevó a Babilonia).

Una tenía higos exquisitos, es decir, brevas; otra tenía higos muy pasados, que no se podían comer.

El Señor me preguntó:

—¿Qué ves Jeremías?

Contesté:

—Veo higos: unos exquisitos, otros tan pasados que no se pueden comer.

Y me vino la palabra del Señor: Así dice el Señor, Dios de Israel: A los desterrados de Judá, a los que expulsé de su patria al país caldeo, los considero buenos, como estos higos buenos. Los miraré con benevolencia, los volveré a traer a esta tierra; los construiré y no los destruiré, los plantaré y no los arrancaré. Les daré inteligencia para que conozcan que yo soy el Señor; ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.

A Sedecías, rey de Judá, a sus dignatarios, al resto de Jerusalén que quede en esta tierra o resida en Egipto, los trataré como a esos higos tan malos que no se pueden comer. Serán terrible escarmiento para todos los reinos del mundo, serán tema de mofas, sátiras, chanzas y maldiciones en todos los lugares por donde los dispersé. Les enviaré la espada, el hambre y la peste, hasta consumirlos en la tierra que les di a ellos y a sus padres.


SEGUNDA LECTURA

Gregorio de Palamás, Homilía 3 (PG, 151, 35)

¿Qué no hizo nuestro Creador para lograr
nuestra enmienda?

Dada la especial constitución de nuestro cuerpo, antes de crearnos a nosotros, nuestro Creador sacó de la nada a este universo mundo. Pero, ¿qué no hizo nuestro Creador, amante del bien, para lograr nuestra enmienda y encauzar nuestra vida a la salvación? Creó este mismo mundo sensible como un espejo de la creación supramundana, para que mediante su contemplación espiritual, como a través de una admirable escala, lleguemos a las realidades suprasensibles. Infundió en nosotros innata la ley, cual línea inflexible, como juez inmune de error y doctor de insobornable veracidad: me estoy refiriendo a la propia conciencia de cada uno. De modo que si buceamos en nuestro interior con reflexiva introspección, no necesitaremos de doctor alguno para la comprensión del bien. Y si lúcidamente aplicamos nuestros sentidos a las cosas exteriores, lo invisible de Dios resulta visible para el que reflexiona sobre sus obras, como dice el Apóstol.

Así pues, la custodia de la doctrina de las virtudes, revelada por la naturaleza y la creación, se la confió Dios a los ángeles; suscitó como guías a los patriarcas y a los profetas, mostró signos y prodigios para conducirnos a la fe, nos dio la ley escrita que viniera en auxilio tanto de la ley espiritual impresa en nuestra naturaleza como del conocimiento que nos aporta la creación. Y cuando, finalmente, acabamos de despreciarlo todo, ¡cuánta negligencia por nuestra parte! ¡Nosotros, situados en los antípodas de la generosidad y solicitud de quien tanto nos ama! Se nos dio a sí mismo en beneficio nuestro y, habiendo derramado las riquezas de su divinidad en nuestra humildad, asumiendo nuestra naturaleza y hecho hombre por nosotros, se puso a nuestro lado como maestro. El nos enseña la magnitud de su benignidad, dándonosla a conocer tanto de palabra como con las obras, induciéndonos al mismo tiempo a la obediencia tanto para imitar su misericordia, como para huir de la dureza de corazón.

Ahora bien, como quiera que el amor no suele ser tan fuerte en los administradores del patrimonio, ni siquiera en los pastores de rebaños y en los poseedores de riquezas propias, como en aquellos que están unidos por vínculos de carne y sangre y, entre éstos, especialmente entre padres e hijos, por eso, a fin de manifestarnos su benignidad, él mismo se autodenominó Padre de todos nosotros, y habiéndose hecho hombre por nosotros nos regeneró por medio del santo bautismo y por la gracia del Espíritu Santo que en él se nos confiere.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 27, 1-15

El pueblo deberá soportar el yugo del rey de Babilonia

El año cuarto del reinado de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, recibió Jeremías esta palabra del Señor:

—El Señor me dijo: Hazte unas coyundas y un yugo, y encájatelo en el cuello, y envía un mensaje a los reyes de Edom, Amón, Tiro y Sidón, por medio de los embajadores que han venido a Jerusalén a visitar al rey Sedecías. Diles que informen a sus señores: Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Decid a vuestros señores:

Yo he creado la tierra y hombres y animales
sobre la faz de la tierra,
con mi gran poder y mi brazo extendido,
y la doy a quien me parece;
pues bien, yo entrego todos estos territorios
a Nabucodonosor, rey de Babilonia, mi siervo;
incluso las fieras agrestes se las doy como vasallos;
todas las naciones serán vasallos de él, de su hijo y nieto,
hasta que le llegue a su país la hora de ser vasallo
de pueblos numerosos y reyes poderosos.

Si una nación y su rey no se someten
a Nabucodonosor, rey de Babilonia,
y no rinden el cuello al yugo del rey de Babilonia,
con espada y hambre y peste castigaré a esa nación,
hasta entregarla en sus manos —oráculo del Señor—.

Y vosotros no hagáis caso a vuestros profetas y adivinos
intérpretes de sueños, agoreros y magos, que os dicen:
«No seréis vasallos del rey de Babilonia»;
porque os profetizan embustes para sacaros de vuestra tierra,
para que yo os disperse y os destruya.

Si una nación rinde el cuello y se somete al rey de Babilonia
la dejaré en su tierra, para que la cultive y habite —oráculo del Señor—.

A Sedecías, rey de Judá, le hablé en los mismos términos:

Rendid el cuello al yugo del rey de Babilonia,
someteos a él y a su pueblo, y viviréis;
así no moriréis a espada, de hambre y peste, como dijo el Señor
a los pueblos que no se someten al rey de Babilonia.

No hagáis caso a los profetas que os dicen:
«No seréis vasallos del rey de Babilonia»,
porque os profetizan embustes;
yo no los envié —oráculo del Señor—,
y ellos profetizan embustes en mi nombre,
para que os tengan que arrojar y destruir
a vosotros con los profetas que os profetizan.


SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 15 (3.7.11: PL 9, 892.894.896.897)

Muy a gusto hemos de presumir de nuestras debilidades,
para que así resida en nosotros la fuerza de Dios

El Señor es el lote de mi heredad. Y ¿cuál es la heredad del Señor, sino aquella de que está escrito: Pídemelo: te daré en herencia las naciones? Pues los pecadores de las naciones creen en aquel que es capaz de absolver al culpable. Y si la gloria de los paganos no procede de los hombres, sino de Dios, también Cristo es rey de estos judíos. Porque ser judío no está en lo exterior, ni circuncisión es tampoco la exterior en el cuerpo. Entonces, ¿qué? ¿Es que no fueron muchos los que creyeron procedentes de aquella circuncisión? No cabe duda de que fueron muchos los que creyeron, pero una vez que, colocados en pie de igualdad con los paganos, reconocieron su condición de pecadores y de esta forma merecieron la misericordia, como nos enseña Pablo escribiendo a los Gálatas: Si tú, siendo judío, vives a lo gentil, ¿cómo fuerzas a los gentiles a las prácticas judías? Nosotros, judíos por naturaleza y no pecadores procedentes de la gentilidad, sabemos que ningún hombre se justifica por cumplir la ley. Por tanto, deseando ser ganado por Cristo tomó conciencia de su ser de pecador, puesto que Cristo vino a llamar no a los justificados, sino a los pecadores. Por esta razón, incluso los que creyeron procedentes de la circuncisión hecha por mano de hombres, creyeron después de haberse rebajado al nivel de la gentilidad pecadora, para ser todos la herencia de Cristo: y no de entre aquellos que piensan ser justificados en atención a sus propias obras, sino de entre aquellos que son justificados por la gratuita gracia de Dios.

Habiendo, pues, Dios salvado por su gracia a aquellos a quienes él dio en herencia, realmente el Señor es el lote de su heredad. El Hijo conservó el obsequio, para no proclamar que su herencia la adquirió él al precio de su sangre, sino que confiesa habérsela dado Dios, reconociendo que el Señor es el lote de su copa, esto es, de su pasión. Efectivamente, si es verdad que los gentiles fueron redimidos por la pasión del Señor, no debemos olvidar que la misma pasión de Cristo es obra de la voluntad del Padre, como lo atestigua el evangelio, cuando dice: Padre, pase de mí este cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.

Por tanto, si consideras la voluntad del Señor, él mismo confesó diciendo: Si es posible, pase de mí este cáliz. Por consiguiente, incluso la redención de los paganos radica no en la voluntad del Hijo, sino en la voluntad del Padre. No se haga —dice— lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Esta es la razón por la que la misma gracia en virtud de la cual, y mediante su muerte, fueron redimidos los gentiles, el hijo no se la adjudica a sí mismo, sino al Padre. Por eso afirma que el Señor es el lote de su heredad y su copa.

Hemos, pues, de aceptar en este mundo la plebeyez, la infamia, la debilidad, la estulticia y otras cosas por el estilo, para llegar de este modo a la nobleza, a la gloria, a la fuerza, a la sabiduría. Cualidades todas que recibiremos cuando lleguemos allí donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Se nos siembra en miseria, para que resucitemos en gloria; se nos siembra en mortalidad, para que resucitemos en inmortalidad. Por lo cual, también nosotros y, con mucho gusto, hemos de presumir de nuestras debilidades, para que así resida en nosotros la fuerza de Dios. De momento, que el Padre esté a nuestra derecha, para que no vacilemos: más tarde vendrá a trasladarnos a su derecha, a las riquezas de nuestro Señor Jesucristo, de quien es la gloria. Amén.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 28, 1-17

Jeremías y Ananías

El año cuarto de Sedecías, rey de Judá, el quinto mes, me dijo Ananías, hijo de Azur, profeta de Gabaón, en el templo, en presencia de los sacerdotes y de todo el pueblo:

—Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Rompo el yugo del rey de Babilonia. Antes de dos años devolveré a este lugar el ajuar del templo que Nabucodonosor, rey de Babilonia, tomó de este lugar para llevárselo a Babilonia. A Jeconías, hijo de Joaquín, rey de Judá, y a todos los desterrados de Judá que marcharon a Babilonia, yo mismo los haré volver a este lugar —oráculo del Señor—, cuando rompa el yugo del rey de Babilonia.

Respondió Jeremías profeta al profeta Ananías, delante de los sacerdotes y del pueblo que estaba en el templo. Dijo Jeremías profeta:

—¡Amén, así lo haga el Señor! Cumpla el Señor tu palabra, que tú has profetizado, devolviendo a este lugar el ajuar del templo y a todos los desterrados a Babilonia. Pero escucha esta palabra que yo pronuncio en presencia tuya y de todo el pueblo: Los profetas que vinieron antes de mí y antes de ti, desde tiempos antiguos, profetizaron a países numerosos y a reyes poderosos guerras, calamidades y pestes. El profeta que profetizaba prosperidad, sólo al cumplirse su palabra era reconocido como profeta auténtico, enviado por el Señor.

Entonces Ananías agarró el yugo del cuello de Jeremías profeta y lo rompió. Y dijo Ananías en presencia de todo el pueblo:

—Así dice el Señor: De este modo romperé del cuello de todas las naciones el yugo de Nabucodonosor, antes de dos años.

Después que Ananías rompió el yugo del cuello del profeta Jeremías, vino la palabra del Señor a Jeremías:

—Ve y dile a Ananías: Así dice el Señor: Tú has roto el yugo de madera, yo haré un yugo de hierro. Porque así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Pondré yugo de hierro al cuello de todas estas naciones, para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia; y se le someterán, y hasta las bestias del campo le entregaré.

El profeta Jeremías dijo a Ananías profeta:

—Escúchame, Ananías; el Señor no te ha enviado, y tú has inducido a este pueblo a una falsa confianza. Por eso así dice el Señor: Mira: yo te echaré de la superficie de la tierra: este año morirás, porque has predicado rebelión contra el Señor.

Y el profeta Ananías murió aquel mismo año, el séptimo mes (octubre).


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 1 sobre el amor a los pobres (PG 46, 458-459)

Sé benigno con los hermanos desgraciados

Nunca faltan huéspedes y exilados; por todas partes pueden verse manos tendidas implorando una limosna. A éstos, el aire libre, bajo un cielo estrellado, les sirve de techo; los pórticos, las encrucijadas de los caminos y los rincones más apartados de las plazas les ofrecen cobijo. A imitación de lechuzas y búhos, se ocultan en las cavernas. Se cubren con vestidos andrajosos, desgastados y rotos. Los productos del campo son para ellos la bondad de aquellos que se compadecen de su miseria: su alimento es lo que lograren recaudar de las personas a quienes se acercan; su bebida es la misma de los seres irracionales, es decir, las fuentes; su vaso son las cuencas de las manos; su alforja es el mismo seno, mientras no esté totalmente roto, incapaz de cobijar las cosas que en él se echen. Su mesa son las rodillas juntas; su lecho, el suelo; su baño, el que Dios proporcionó a todos, construido sin intervención del humano ingenio: el río o el lago. Llevan una vida vagabunda y agreste, y no porque inicialmente optaron por este estilo de vida, sino porque las calamidades y la necesidad les han obligado a ello.

Tú que ayunas, proporciónales lo necesario para el sustento. Sé benigno con los hermanos desgraciados. Lo que sustraes al estómago, dáselo al que tiene hambre. Que el justo temor de Dios actúe de rasero igualitario. Mediante una modesta templanza, combina y modera dos tendencias entre sí contrarias: tu saciedad y el hambre del hermano. Que la razón abra a los pobres las puertas de los ricos. Que la prudencia deje expedito al necesitado el acceso al opulento. Que no sea el cálculo humano el que abastezca a los indigentes, sino sea más bien la palabra eterna de Dios la que les suministre casa, lecho y mesa. Con palabras rebosantes de dulzura y humanismo, suministra de tus bienes lo necesario para la vida. Que la muchedumbre de pobres y de enfermos encuentre en ti un seguro refugio. Que cada cual se cuide con toda diligencia de sus vecinos. No consientas que nadie se te anticipe en la solicitud, digna de recompensa, para con los allegados. Mira de no dejarte arrebatar el tesoro que te está reservado.

Abraza, como al oro, al hombre flagelado por la calamidad. Envuelve en tales cuidados la precaria salud del pobre, como si de ella dependiese tu bienestar, la salud de tu mujer, la de tus hijos, la de tus siervos, en una palabra, la salud de toda tu familia. Pues si es verdad que todos los pobres han de ser atendidos y ayudados, hemos de rodear de una especialísima atención a los enfermos. Pues el que es a la vez indigente y enfermo, está aquejado de una doble pobreza. En efecto, los pobres que poseen un cuerpo vigoroso, yendo de puerta en puerta, acabarán finalmente encontrando quien algo les dé. Además, se sitúan en los lugares concurridos, dirigiéndose a todos los transeúntes implorando ayuda. En cambio, los pobres que no gozan de buena salud, se hallan recluidos en un mísero tugurio, o incluso en un angosto ángulo del tugurio, como Daniel en el foso de los leones, y te esperan, cual otro Habacuc, a ti lleno de bondad, de preocupación y de amor hacia los pobres.

Por lo cual, hazte, mediante la limosna, colega del profeta; acude prestamente y sin ningún tipo de pereza a remediar al indigente. No temas, no padecerás merma en tus intereses. Pues de la limosna se deriva un variado y sustancioso provecho. Siembra el beneficio, para que puedas cosechar el fruto y llenar tu casa de buenas gavillas.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 29, 1-14

Carta de Jeremías a los desterrados de Israel

Texto de la carta que envió Jeremías desde Jerusalén a los ancianos deportados y a los sacerdotes y profetas y a todo el pueblo, a quien Nabucodonosor había deportado de Jerusalén a Babilonia. (Fue después de marcharse el rey Jeconías con la reina madre, y los eunucos y los dignatarios de Judá y Jerusalén, y los herreros y cerrajeros de Jerusalén.) La envió por mano de Elasa, hijo de Safán, y Gamarías, hijo de Helcías, enviados de Sedecías, rey de Jerusalén, a Nabucodonosor, rey de Babilonia:

«Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los deportados que deporté de Jerusalén a Babilonia: Construid casas y habitadlas, plantad huertos y comed sus frutos. Tomad esposas y engendrad hijos e hijas, tomad esposas para vuestros hijos, dad vuestras hijas en matrimonio, para que engendren hijos e hijas: multiplicaos allí y no disminuyáis. Buscad la prosperidad del país adonde os he deportado y rogad por él al Señor, porque su prosperidad será la vuestra.

Porque así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Que no os engañen los profetas que viven entre vosotros,ni vuestros adivinos: no hagáis caso de los sueños que ellos sueñan, porque os profetizan falsamente en mi nombre, sin que yo los envíe —oráculo del Señor—.

Porque así dice el Señor: Cuando se cumplan en Babilonia setenta años, os visitaré y cumpliré en vosotros mi palabra salvadora, trayéndoos a este lugar. Porque sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza. Me invocaréis, iréis a suplicarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón. Me dejaré encontrar, y cambiaré vuestra suerte. Os congregaré sacándoos de los países y comarcas por donde os dispersé —oráculo del Señor—, y os devolveré al lugar de donde os deporté».


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 2 en el día de Pentecostés (1-2: Opera onmia, Edit Cist t 5, 1968, 165-166)

Yo pienso designios de paz

Después de la magnificencia del resucitado, después de la gloria del que ascendió a los cielos, después de la sublimidad del que está sentado a la derecha del Padre, no restaba sino que se cumpliera la feliz expectación de los justos y los hombres celestes fueran colmados de los dones del cielo. Pues bien, fíjate si mucho antes no predijo Isaías todo esto tanto con el peso mismo de las sentencias como con el orden mismo de las palabras: En aquel día, el vástago del Señor será magnífico y glorioso, fruto del país, honor y ornamento para los supervivientes de Israel.

El vástago del Señor es Cristo Jesús, el único concebido de un germen purísimo, porque si bien fue enviado en una carne semejante a la del pecado, estuvo, sin embargo, exento de todo pecado; y aunque es hijo de Adán según la carne, no es, sin embargo, hijo de la transgresión de Adán, pues que él no fue por naturaleza hijo de la ira, como todos los demás, que hemos nacido en la culpa.

Pues bien, este vástago, que brotó del tocón de Jesé con virginal verdor, estuvo magnífico cuando resucitó de entre los muertos. Entonces, Señor, Dios mío, fuiste grandemente magnificado, vistiéndote de belleza y majestad, envuelto en la luz como en un manto. Venga, pues, Señor Jesús, la alegría para los supervivientes de Israel, para tus Apóstoles, a quienes elegiste antes de crear el mundo. Venga tu Espíritu bueno que lave la suciedad e infunda las virtudes en la justicia y en el amor.

Ea, pues, hermanos, meditemos en todo cuanto la Trinidad ha hecho en nosotros y por encima de nosotros desde el principio del mundo hasta el final de los tiempos, y veamos cuán solícita estuvo aquella majestad, a quien incumbe a la vez la administración y el gobierno de los siglos, de que no nos perdiéramos para siempre. La verdad es que lo había poderosamente creado todo y todo sabiamente lo gobernaba: y de ambas cosas, poder y sabiduría, teníamos señales evidentísimas en la creación y en la conservación de la máquina mundial.

Había indudablemente bondad en Dios y una bondad extraordinaria, pero permanecía oculta en el corazón del Padre, esperando a ser derramada a su debido tiempo sobre el linaje de los hijos de Adán. Decía, no obstante, el Señor: Yo pienso designios de paz, porque tenía la intención de enviarnos a aquel que es nuestra paz, el cual hizo de los dos pueblos una sola cosa, para darnos ya paz sobre paz: paz a los de lejos, paz también a los de cerca.

Así pues, fue la propia benignidad la que invitó al Verbo de Dios, que moraba en las sublimidades del cielo, a bajar hasta nosotros, la misericordia lo arrastró, la fidelidad a su promesa de venir lo empujó, la pureza de un seno virginal lo recibió, salva la integridad de la Virgen, el poder lo edujo, la obediencia lo condujo por doquier, la paciencia lo armó, la caridad lo manifestó con palabras y milagros.