09-14  EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

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2.

Exaltación de la Santa Cruz

Fuente: Catholic.net
Autor: María Cruz

Juan 3, 13-17
 


En aquel tiempo Jesús dijo a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.


Reflexión:


Dios en su gran amor, viendo la necesidad que tenía el mundo de ser salvado, no dudó en entregar a su propio Hijo para su salvación. Las circunstancias históricas concurrieron para que la redención se realizara por medio de la cruz. A partir de este acontecimiento la cruz se ha convertido en señal de salvación para todo el que cree que Jesús es el redentor del hombre.

A pesar de que Jesús se puso el primero en el padecer no nos resulta fácil asumir la realidad de la cruz y todos la esquivamos de la mejor manera posible. Pero si ser cristiano es seguir al crucificado, ¿porqué rehusamos seguir sus huellas? Sólo desde el amor se entiende esta entrega, y sólo el amor hace posible convertir en alegría las mayores angustias de la vida. Es cuestión de amor, y cuando algo nos cuesta mucho es señal de que el termómetro del amor marca baja temperatura.

Señor Jesús, que por nuestro amor entregaste tu vida en la cruz, te pedimos acrecientes en nosotros el amor para que podamos asumir con prontitud de ánimo los sufrimientos de la vida.


2. ¡Salve, oh cruz, esperanza única!

Fuente:
Autor: Cefid


Acto preparatorio:

Señor, quiero hablar contigo. Creo firmemente que Tú te encuentras en mi corazón y sé que me invitas a este rato de intimidad. Aumenta mi fe, Señor, pues quiero verte. Aumenta mi confianza en Ti, para caminar por la vida con la certeza que sólo Tú me puedes dar. Enciende en mi pecho tu amor, para que me entusiasmes, me llenes, me transformes. Desde mi debilidad, yo te adoro rendidamente, Dios mío. María, tú que estuviste firme y fiel al pie de la cruz, acompáñame y guíame para hacer con provecho esta meditación.

Petición:

Jesús, ayúdame a valorar la cruz como el regalo que Tú me ofreces para identificarme contigo. Que no huya de ella. Dame la fortaleza para estar siempre en vela contigo, y no abandonarte nunca.

1. La cruz: acoger sin reservas el plan de Dios

La cruz no es un producto muy cotizado en nuestros días. A inicios del tercer milenio, lo que más se busca y anhela es el bienestar, el placer. Y sin embargo, muchas veces nos encontramos con hombres y mujeres hastiados, incluso heridos, por la vida. Personas que lo han disfrutado todo, lo han experimentado todo, y sin embargo, son seres profundamente infelices.

Nos hemos olvidado del signo del cristiano, que es la cruz. La hemos domesticado. No nos impresiona. Incluso es un adorno para nuestras casas o nuestro cuerpo. Y precisamente ahí, en ese olvido de la cruz, está el inicio de nuestro vacío interior.

Cristo enunció claramente la ley de la fecundidad en la vida: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo... pero si cae en el surco, dará mucho fruto”(Jn, 12, 24). Pero la pura idea de pudrirnos en el surco muchas veces nos causa miedo, desasosiego interior. Somos hijos de nuestro tiempo... pero también somos hijos de Dios y hermanos del Crucificado...

Ahora bien, la cruz y la abnegación en nuestra vida no pueden quedarse en poesía e ideas abstractas. En realidad, seguir a Cristo por el camino de la cruz significa renunciar al propio proyecto, a menudo limitado, para acoger el de Dios. Es decir no a nuestra tendencia a lo más cómodo para acoger la invitación de Cristo a caminar junto a Él con una vida coherente de cristianos. Es renunciar a la “ley del mínimo esfuerzo” para vivir más bien según la “ley de la máxima entrega”. Es aceptar la vocación que Cristo ha querido regalarme y seguirla hasta las últimas consecuencias, aunque a veces sangre el corazón. Es el camino de la verdadera libertad. ¿Vivo de verdad en la libertad de los hijos de Dios? ¿Qué me detiene?

La cruz y la negación de sí mismo es el camino de la conversión indispensable para la existencia cristiana, y por eso no debemos tenerle miedo. En la medida en que configuremos nuestra existencia con la de Cristo, sobre todo por la oración y el ejercicio práctico de las virtudes, podremos decir como San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí.”

2. La cruz: signo del amor hasta el extremo

Cuando Cristo nos regala la cruz, nos obsequia la oportunidad de amar en plenitud. Pero debemos evitar la trampa de creer que la cruz está presente en nuestra vida sólo en los grandes momentos de dolor, como puede ser la muerte de un ser querido, una enfermedad o un fracaso. La cruz es nuestra inseparable compañera, porque Cristo quiere que experimentemos su amor constantemente, y que cada día le amemos más y mejor. Ésta se manifiesta muchas veces en la fidelidad a nuestro deber cotidiano hecho por amor.

En su última cena, Jesucristo nos dio ejemplo e invitó a amar “hasta el extremo”. Esta manera de amar quiere decir estar dispuestos a afrontar esfuerzos y dificultades por Cristo. Significa que debemos olvidarnos un poco, “desaparecer” un poco nosotros para que Cristo aparezca.

Naturalmente, ser seguidor de Cristo nunca a sido una tarea fácil. Amar como Él nos ha amado significa también no temer insultos ni persecuciones por nuestra vida coherente, por nuestra fidelidad al Evangelio. La historia de la Iglesia está jalonada por los testimonios de hombres y mujeres que han sabido amar así. Muchos de ellos son mártires cuya sangre se ha mezclado con la de Cristo crucificado. Pero también existen otros mártires, que son los que han despreciado su honra, su fama, su triunfo personal antes de traicionar a Cristo.

Finalmente, el amor hasta el extremo que es la cruz nos exige estar dispuestos a amar a nuestros enemigos y rogar por los que nos persigan. Ahí está, precisamente, el núcleo de nuestro mensaje y el detonador de la revolución que ha causado la encarnación, muerte y resurrección de Cristo: la caridad, el perdón, la entrega sin reserva.

¿Acepto yo la cruz en mi vida? ¿La llevo con alegría, como el medio privilegiado para amar como Cristo me ha amado y ha amado a los hombres?

3. La cruz: garantía de nuestra victoria

Una de las clásicas objeciones a la bondad de Dios, e incluso a su existencia, es la presencia del sufrimiento en el mundo. Sin embargo, Cristo ha vencido con su vida y, de modo especial en el misterio pascual, el sinsentido del dolor. Cristo ha redimido el dolor porque Él mismo lo ha asumido en su pasión. En Él nuestra debilidad, que experimentamos sobre todo al sufrir, se convierte en el medio para nuestro triunfo.

Con relativa frecuencia se nos acusa a los cristianos de ser masoquistas al poner tanto interés en la cruz. Sin embargo, cuando penetramos con el corazón en el misterio de la cruz de Cristo, nos damos cuenta de que en realidad el cristiano no busca el sufrimiento por sí mismo, sino el amor. El dolor, por el dolor mismo, no tiene ningún sentido. Pero el amor, si es auténtico, se manifiesta en la entrega. Y la entrega, no de lo que nos sobra, sino de nosotros mismos casi siempre es dolorosa.

Es sólo Cristo, con su ejemplo, que nos muestra la fecundidad del dolor, sobre todo en la renuncia a nosotros mismos. Esta cruz que el Señor nos ofrece cada día de mil maneras se transforma, cuando la acogemos, en el signo del amor y del don total. Llevarla en pos de Cristo, condición indispensable para ser sus discípulos, quiere decir unirse a Él en el ofrecimiento de la prueba máxima de amor.

Cada quien tiene su cruz, personal e intransferible. Y sigue siendo válido lo que se dice que Constantino vio en el puente Milvio: “Con este signo [el de la cruz] vencerás”.

Cuando algo nos cuesta, disfrutamos mucho de sentirnos amados. Volcamos nuestra pena y dolor en una persona cercana, para que nos ayude a cargar nuestra cruz. Cuando el sufrimiento toca a nuestra puerta, es que Cristo quiere que le permitamos descansar un poco, llevando nosotros aunque sea una astilla de su cruz, una espina de su corona. ¿Podemos negarle amor al Amor? ¿Nos damos cuenta de que sólo amando, entregándonos, llevando la cruz de Cristo seremos plenamente humanos y cristianos?


Jesús mío, que quisiste morir en la Cruz para salvarme a mí y a todos los hombres, concédeme aceptar por tu amor la cruz del sufrimiento aquí en la tierra, ayudar a mis hermanos a cargar la suya, de manera que podamos unirnos más íntimamente a Ti, desaparecer nosotros para que Tú aparezcas, y gozar en el cielo los frutos de tu redención. Amén.


3. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Nm 21, 4-9: Moisés levanta un signo de salvación
Salmo responsorial: 77, 1-2.34-38
Flp 2,6-11: Himno a Jesús despojado y exaltado
Jn 3, 13-17: Así tiene que ser levantado el Hijo del hombre

En el día de la Cruz, la liturgia nos presenta un texto del evangelio de Juan, lleno de contenido simbólico, cuya comprensión sólo se entiende a la luz del Antiguo Testamento. En este texto, el evangelista Juan expone la realidad del Mesías, que ha bajado del cielo, indicando de este modo que la condición divina del Hijo del hombre no procede de su condición humana ni es el resultado de su desarrollo personal, sino que se debe a la plenitud del Espíritu que ha recibido de lo alto. El hombre no puede alcanzar la plenitud, si no es en comunión con Dios, fuente de la vida.

El evangelista establece un paralelo con el libro de los Números (21,8), donde se cuenta que Moisés, ante una plaga de serpientes venenosas, fabricó por indicación de Dios una serpiente de bronce y la levantó en un poste. Quien era mordido, al mirar a la serpiente alzada, quedaba curado, o según la expresión hebrea, “vivía”, “seguía vivo”. Por ese paralelo “ser levantado en alto” indica una seña destinada a ser vista y mirada (contemplada) y, al mismo tiempo, la localización de una fuerza salvadora, de una fuente de vida. En el caso de la serpiente, se obtenía la vida física; en el del Hijo del hombre, que es levantado en alto en la cruz, la vida definitiva, que significa no solamente la vida después de la muerte, sino una vida de calidad divina de la que goza el hombre ya durante su existencia mortal. Jesús, portador y dador de esta vida, se presenta de este modo como el prototipo de la nueva humanidad, indicando que lo que salva a los hombres de la muerte es fijar la mirada en el modelo de Hombre, que es Jesús, aspirar a la plenitud humana que resplandece en esa figura que, levantada en alto, destacará sobre todos y será el polo de atracción para la humanidad. Es en el crucificado, en esa figura levantada en alto, donde llega a su culmen el proyecto divino, el Hombre Dios, donde se desvela la capacidad inmensa de amor de Dios, su entrega sin límites a los hombres, para dar vida y librar de la muerte, de la muerte en vida y de la muerte final a todo el que se adhiere a él y fija en él su mirada para poner en práctica su mensaje.

P.S. Como un texto ya clásico sobre la cruz, les recomendamos: «Cómo predicar hoy la cruz de nuestro Señor Jesucristo?», en http://servicioskoinonia.org/relat/217.htm


4.

Comentario: Mn. Homer Val i Pérez (Barcelona, España)

«Para que todo el que crea en Él tenga vida eterna»

Hoy, el Evangelio es una profecía, es decir, una mirada en el espejo de la realidad que nos introduce en su verdad más allá de lo que nos dicen nuestros sentidos: la Cruz, la Santa Cruz de Jesucristo, es el Trono del Salvador. Por esto, Jesús afirma que «tiene que ser levantado el Hijo del hombre» (Jn 3,14).

Bien sabemos que la cruz era el suplicio más atroz y vergonzoso de su tiempo. Exaltar la Santa Cruz no dejaría de ser un cinismo si no fuera porque allí cuelga el Crucificado. La cruz, sin el Redentor, es puro cinismo; con el Hijo del Hombre es el nuevo árbol de la Sabiduría. Jesucristo, «ofreciéndose libremente a la pasión» de la Cruz ha abierto el sentido y el destino de nuestro vivir: subir con Él a la Santa Cruz para abrir los brazos y el corazón al Don de Dios, en un intercambio admirable. También aquí nos conviene escuchar la voz del Padre desde el cielo: «Éste es mi Hijo (...), en quien me he complacido» (Mc 1,11). Encontrarnos crucificados con Jesús y resucitar con Él: ¡he aquí el porqué de todo! ¡Hay esperanza, hay sentido, hay eternidad, hay vida! No estamos locos los cristianos cuando en la Vigilia Pascual, de manera solemne, es decir, en el Pregón pascual, cantamos alabanza del pecado original: «¡Oh!, feliz culpa, que nos has merecido tan gran Redentor», que con su dolor ha impreso “sentido” al dolor.

«Mirad el árbol de la cruz, donde colgó el Salvador del mundo: venid y adorémosle» (Liturgia del Viernes Santo). Si conseguimos superar el escándalo y la locura de Cristo crucificado, no hay más que adorarlo y agradecerle su Don. Y buscar decididamente la Santa Cruz en nuestra vida, para llenarnos de la certeza de que, «por Él, con Él y en Él», nuestra donación será transformada, en manos del Padre, por el Espíritu Santo, en vida eterna: «Derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados».


5.FIESTA DE LA EXALTACION DE LA SANTA CRUZ
14 de septiembre
NOSOTROS HEMOS DE GLORIARNOS EN LA CRUZ DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO” (Gálatas 6,14)
Con la pregunta dubitativa: ¿Quién creyó nuestro anuncio?, comienza el Profeta Isaías el capítulo 53 de su Cuarto Cántico del Siervo de Yave. El mundo, con el señuelo y la novedad del progresismo, de la innovación y de la singularidad, resulta más camaleónico de lo que se cree. Le parece que está inventando la historia y produciendo novedades cuando sólo está renovando viejísimos errores en nombre de la nueva cultura. Y junto a la consecuencia directa de la ignorancia, incoherencia y entronización de la carencia de rigor, llega al pensamiento débil y a las ideas heréticas. Salvarnos sin cruz, o con cruces deleitables, es un revivir el epicureismo y el hedonismo pagano. Algunos cristianos tratan de desvirtuar la cruz, rebajando el vino del evangelio con el agua de la mediocridad, o pagando tributo al relativismo, o con la escasa formación acomodaticia de que ya hablaba San Pablo: “Los judíos piden señales y los griegos buscan saber, nosotros predicamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos, en cambio para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Mesías que es portento de Dios y sabiduría de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más potente que los hombres” (1 Cor 22).

EL SUFRIMIENTO EN SAN PABLO Pablo se sabe «crucificado con Cristo» (Gal 2,19) y «configurado a su muerte» (Fl 3,10). «Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús» (Gal 6,17).Testifica que «Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez». Expresará su dolor a los filipenses «Con lágrimas en los ojos» porque: «muchos viven, según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo...» (Fl 3, 18).Escribe que «Pasa dolores de parto» (Gal 4,19). «¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros» (Gal 4,19). Pero como la mujer sufre hasta dar a luz, luego se goza por haberle dado un hijo al mundo (Jn 16,21), así el apóstol sufre lo indecible, pero el resultado final es: «ver a Cristo formado en vosotros». Se enorgullece de: «Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4,10).Y se complace en: «Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).Porque está seguro del fruto: «Así la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida» (2 Cor 4,12). Sufre por los hombres, «continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús», para transmiterles «la vida de Jesús» (2 Cor 4,10). Y su gloria la pone en la Cruz de Jesús: «¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (Gal 6,14). A la vez que: «Me glorío en mis debilidades... en las persecuciones padecidas por Cristo» (2 Cor 12,9). Desde este perspectiva se iluminan sus expresiones paradójicas: «Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor 7,4). En él se hace presente el misterio pascual en su integridad: fuerza en la debilidad, vida en la muerte, gozo en el sufrimiento. «Me alegro de sufrir por vosotros». Tanto las tribulaciones como el consuelo, tienen valor salvífico: «si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos» (2 Cor 1,6). Cuando poco antes de su muerte escriba a Timoteo, le dirá: «yo estoy a punto de ser derramado en libación» (2 Tim 4,6). Dios mismo había reconciliado al mundo consigo por medio de su Hijo, al cual había constituido víctima por los pecados de los hombres (2 Cor 5); si a él se le ha confiado el ministerio de la reconciliación, sólo puede colaborar eficazmente en la reconciliación de los hombres con Dios, con la ofrenda de la propia vida. Y después de tanta cruz, Pablo el valeroso doliente, exlama por propia experiencia:

“NO SON EQUIVALENTES LOS SUFRIMIENTOS DE ESTE MUNDO CON LA GLORIA QUE NOS ESPERA” LOS VIEJOS ERRORES Tanto Lutero como Calvino negaron la necesidad de cooperar a la gracia, enseñando que sólo la fe justifica y nos aplica los méritos de Cristo. “Sola fides; sola gratia; sola Scriptura”. Desde que Pablo VI entrara en la última sesión del Vaticano II con un cilicio en sus carnes y dijera a mi Arzobispo entre sollozos: “Tuta Chiesa e inficionata”, ¡cuántos avances han conseguido estos gravísimos errores, cuántos virus Blaster y Sobig, F y otros innumerables, han extendido la epidemia difusa y larvada que nos invade en publicaciones, en predicaciones, en teologías laxas y erróneas, más perniciosa que los virus informáticos que han invadido millones de ordenadores, e inficionado la mentalidad de los nuevos cristianos sin base, desviados por lecturas ligeras de textos de cuarta división, que contradicen a la Sagrada Escritura y al Magisterio que es el único que tiene el carisma y la misión ministerial de interpretar la Biblia. Es preferible, decía el famoso teólogo Rahner, ser granos de trigo dentro de la Iglesia, que árboles frondosos fuera. Y ¡cuántos son los que pretenden suplantar esta interpretación por el “libre examen personal”!. ¿Qué sentido tiene proclamarse teólogos católicos, si se apartan de la fe de la Iglesia y de su Magisterio? ¿Pretenden que les sigamos a ellos y nos apartemos de la Cabeza, a quien Cristo confió el ministerio de confirmar en la fe a sus hermanos? "La fe sin obras es muerta" (Sant 2,20). "No son justos los que oyen la ley, sino aquéllos que la cumplen" (Rom 2,13). Y el mismo Cristo declara que en el juicio final serán sentados a la derecha los que hayan practicado las obras de misericordia (Mt 25,34). Y "Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos" (Mt 19,17). Y San Agustín dice: "El que te creó sin ti, no te salvará sin ti". Para esta supuesta cultura, la teología de la cruz es una locura o una necedad, como decía el Apóstol, y no duda en preguntar Isaías: ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor?. Para los tales la fiesta de la Exaltación de la Cruz, se ha convertido en devaluación de la Cruz de Cristo.

EL MISTERIO DE LA CRUZ NO PUEDE SER ENTENDIDO POR EL MUNDO El enigma misterioso de la cruz sólo Dios lo entiende. Y los Santos, en la medida que él les concede. San Juan María María Vianney se escapaba de su parroquia de Ars porque no se veía capaz. No le era más fácil la vida en Ars, pues en nigún monasterio por estricto que fuera, habría vivido una vida tan dura como la que él mismo se impuso en Ars. Desde las dos de la mañana en el confesonario, lo que le dolían eran los pecados que escuchaba y perdonaba, pues él no buscaba en su parroquia vivir una tranquila vida; en cualquier monasterio habría comido tres veces al día, por lo menos, y no las patatas mohosas que el mismo se cocía para toda la semana, ni los sacrificios asombrosos que se imponía para convertir a los pecadores. Y, ¿cuáles eran los motivos de los llantos en la misa de San Pío de Pietrelcina? Los pecados. Por cierto, a Jesús lo crucificaron los Romanos instigados por las autoridades religiosas de los judíos. Pero, se me ocurre preguntar: ¿Quién crucificó a Francisco de Asís? ¿Quién transverberó a Santa Teresa? Y más cerca de nosotros: ¿Quién estigmatizó a San Pío de Pietrelcina? El pecado es una tremenda realidad, un misterio de iniquidad, dice San Pablo. “Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos; ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio?”. ¿Quién es el que ve la distancia del pensamiento del hombre del pensamiento de Dios?. “Mi siervo tendrá éxito”. A un compañero párroco que se lamentaba al Cura de Ars de lo fría que estaba su feligresía, respondía San Juan María Vianney: -“¿Habéis orado, habéis ayunado? ¿Os habéis disciplinado?”- Una vecina suya oía todas las noches los golpes de su penitencia y, asombrada y compadecida, decía: -¡Cuándo pararás! ¡¡Cuándo pararás!!-. Pero él, que se había encontrado una comunidad parroquial descristianizada, a los quince años de su pastoreo, decía: “Ars ya no es Ars…El cementerio de Ars es un relicario”… Con mis propios ojos he visto las gotas de sangre de San Francisco de Borja, Duque de Gandía y Virrey de Cataluña, el hombre de mayor confianza del emperador Carlos V, conservadas en los azulejos del oratorio del palacio ducal. Es verdad que lo más importante es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Pero no hay amor más grande que morir por los amigos, dijo Jesús.

¿Cómo REDIMIR AL HOMBRE DEL PECADO? No puede la teología dejar de enseñar, tanto los antiguos como los modernos y aún los actualísimos, uno de los mayores y Padre del Concilio Vaticano II, Hans Urs Von Balthasar, creado Cardenal por Juan Pablo II, las distintas opciones de Dios ante el pecado: dejar al género humano sufriendo sus consecuencias; perdonarlo sin reparación adecuada, como lo destaca Guardini, o exigir una satisfacción condigna, es decir, proporcional entre lo que se debe y lo que se paga. Dicho de otro modo: El pecado es una ofensa infinita, por el término ad quem, que es Dios infinito. O Dios no es misericordioso y abandona al hombre, lo cual es imposible; o perdona al hombre sin exigirle reparación justa. Elije y determina la satisfacción condigna, la más digna según su justicia, sabiduría y misericordia. Esta satisfacción exige pagar la deuda de la ofensa infinita, pero, como el hombre no es capaz de pagar de esta manera, pagará él. El Verbo se hará hombre para poder morir y reparará la ofensa y las demás consecuencias del pecado, con satisfacción vicaria. Esto se llama Redención, misterio inescrutable, que consiste en la unión de la naturaleza humana con la divina en la persona del Verbo de Dios. Dios formó una concreta naturaleza humana en las entrañas de la Virgen María y la hizo subsistir en la persona divina del Verbo. Por esta unión hipostática de la persona divina del Verbo con la naturaleza humana, Cristo, que es verdadero Dios, es también verdadero hombre. El hombre pecó por soberbia: "Seréis como dioses”, y Dios se hará hombre por obediencia, para hacer al hombre Dios. Al encarnarse Dios, se manifiesta su bondad infinita; su misericordia; su justicia; su sabiduría, para unir la misericordia con la justicia; su poder infinito, porque es imposible realizar gesta mayor que la encarnación del Verbo, al juntar en ella lo finito con lo infinito. Santo Tomás de Villanueva pone en loslabios de Dios estas palabras: "Muchos medios he intentado y buscado para que los hombres dejen la vanidad y me sigan, y ninguno sirve de nada; uno sólo resta para convencerlos, que es darles a entender cómo infinitamente los amo, haciéndome hombre".

EL DOLOR MAYOR Y manifestándoles cuánto les amo con la prueba de lo mucho que sufro, pues sufro infinitamente más que ningún hombre ha sufrido pues "Mirad y ved si hay dolor como mi dolor" (Is 1, 12). Santo Tomás, comentando este texto de Isaías explica por qué el dolor físico y moral de Cristo ha sido el mayor de todos los dolores: Por las causas de los dolores: el dolor corporal fue acerbísimo, tanto por la generalidad de sus sufrimientos, como por la muerte en la cruz. El dolor interno fue intensísimo, pues lo causaban todos los pecados de los hombres, el abandono de sus discípulos, la ruina de los que causaban su muerte y, por último, la pérdida de la vida corporal, que naturalmente es horrible para la vida humana natural. Por la sensibilidad del paciente: el cuerpo de Cristo era perfecto, muy sensible, como conviene al cuerpo formado por obra del Espíritu Santo para padecer. De ahí que, al tener finísimo sentido del tacto, era mayor el dolor. Lo mismo puede decirse de su alma: al ser perfecta comprendía efícacísimamente todas las causas de la tristeza. Por la pureza misma del dolor: porque otros que sufren pueden mitigar la tristeza interior y también el dolor exterior con alguna consideración de la mente, Cristo en cambio no quiso hacerlo. Porque el dolor asumido era voluntario. Y así, por desear liberar de todos los pecados, quiso sufrir el dolor en proporción al fruto. Y de ahí se sigue que el dolor de Cristo ha sido el mayor de cuantos dolores ha habido (Suma III; q 46, a 6). "¿Quién no amará al que nos amó de tal manera?. "Nos lavó de nuestros pecados con su sangre" (Ap ,5).

SATISFACCION VOLUNTARIA, COMPLETA Y CONDIGNA Pagó la pena debida por los pecados. "Llevó la pena de todos nuestros pecados sobre su cuerpo en el madero de la Cruz" (1 Pe 2,24). Aunque Cristo satisfizo por nuestros pecados en todos los actos de su vida, quiso que sus satisfacciones y sus méritos sólo produjesen sus efectos después de su pasión, refiriéndolo todo a su muerte. Por eso la Sagrada Escritura atribuye todas las satisfacciones y méritos de Cristo al sacrificio de la Cruz. La satisfacción de Cristo fue voluntaria: "Fue ofrecido porque él mismo quiso", (Is 53,7); "Nadie me arranca la vida, sino que la doy por propia voluntad" (Jn 10,18). Fue completa porque es suficiente para reconciliarnos con Dios y borrar nuestros pecados: "La sangre de Cristo nos purifica de todo pecado" (1 Jn 1,7); condigna y superabundante porque hay proporción entre lo que se debe y lo que se restituye. El acreedor que perdona una parte de la deuda al deudor, recibe satisfacción deficiente y no condigna. La satisfacción de Cristo fue condigna, porque guardó proporción con la ofensa. Como la ofensa causada a Dios con el pecado es “quodammodo infinita”, la satisfacción de Cristo fue de valor infinito. Me explico: La magnitud de una ofensa se mide por la dignidad de la persona ofendida. Es mucho más grave la ofensa a un Jefe de Estado, que a un soldado raso. Siendo Dios de majestad infinita, la ofensa hecha a El con el pecado, es en este sentido infinita. La satisfacción de Cristo fue superabundante; pagó más de lo que debíamos. "Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5,20). Cualquier acto del Hijo de Dios era infinito, porque procedía de la persona infinita del Verbo. Su satisfacción es superabundante y "su redención copiosa " (Sal 20, 7). No sólo nos perdonó el pecado y la pena debida, sino que nos mereció la gracia y el derecho al cielo. La satisfacción de Cristo y sus méritos son una verdadera restauración del hombre, pues le devuelven los dones de orden sobrenatural arrebatados por el pecado. "Si por el pecado de uno sólo murieron todos los hombres, mucho más copiosamente la gracia de Dios se derramó sobre todos" (Rom 5,10). "Tenemos la firme esperanza de entrar en el santuario del cielo por la sangre de Cristo" (Heb10,19). "Nos bendijo con toda suerte de bienes espirituales en Jesucristo" (Ef 1,3). "El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó, ¿cómo será posible que no nos dé con El todos los bienes?" (Rom 8, 32). Dice Santo Tomás: "La cabeza y los miembros pertenecen a la misma persona; siendo, pues, Cristo nuestra cabeza, sus méritos no nos son extraños, sino que llegan hasta nosotros en virtud de la unidad del cuerpo místico" (Sent 3, c18, a 3). "Como todos mueren en Adán, todos en Cristo han de recobrar la vida" (1 Cor 15,22). Al Padre Luis de Sant Angelo en Segovia, escribe San Juan de la Cruz: “Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno, sea o no prelado, doctrina de libertad y más alivio, no la crea ni abrace, aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas; y jamás, si quiere llegar a la posesión de Cristo, le busque sin la cruz. Pues Jesús realizó la gesta más grande para redimirnos cuando estaba en la cruz desnudo de lo sensitivo, de lo afectivo y en la mayor aflicción, incluso abandonado del Padre”. ¡Qué sabe el que no ha padecido! Jesús nos pide que amemos al Padre y a los hermanos, pero no hay prueba mayor de amor que morir por los amigos.

LA CRUZ SEGUN JUAN PABLO II “Si tiene que escoger, no dude ni un segundo. Decídase por la vida del bebé”, dice al ginecólogo, Gianna Emmanuela Bereita Molla, beatificada el 24 de abril de 1994, ante la presencia de su esposo y su hija de treinta y dos años, Gianna Emmanuela, nacida a costa de la vida de su madre. Juan Pablo resbaló en su cuarto de baño. Tras permanecer en el apartamento durante la noche, al día siguiente fue trasladado a la Policlínica Gemelli donde se le implantó una cadera artificial para solucionar la fractura del fémur. Ya nunca podría caminar como antes. Como la familia es atacada, dice Juan Pablo II, el Papa tiene que sufrir para que el evangelio del sufrimiento guíe a todas las familias del tercer milenio. Karol Woytyla ha escrito un poema en el que San Estanislao dice al rey de Polonia: “Mis palabras no te han convencido; mi sangre te convencerá”. Desde el punto de vista bíblico, a veces el dolor, no una represalia divina, un castigo, sino una oportunidad para reconstruir el bien en el sujeto que sufre.

EL MISTERIO DEL DOLOR HUMANO Ninguna explicación puramente descriptiva del dolor sería capaz de abordar con acier­to el profundo misterio humano con el que guarda relación. Tampoco la razón nos puede decir que “el amor es la fuente más completa de la respuesta a la pregunta del sentido del dolor”. Para ello hacía falta una demostración, que Dios ha “dado en la cruz de Jesucristo”, cuyo dolor como hombre y como único Hijo de Dios posee una "hondura e intensidad incomparables”. Después de la entrevista del Papa con Ali Agca, escribió la carta apostólica “Savifici doloris” sobre el sentido del sufrimiento. La humanidad ha sido redimida por el dolor de Cristo. El dolor, dice el papa, «parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre». Contrariamente a lo que sostienen algunas ideas contemporá­neas, el dolor no es accidental ni evitable. "Es uno de esos pun­tos donde el hombre está "destinado" a ir más allá de sí mismo.» En el mundo hay dolor porque hay mal. El sufrimiento mayor es la muerte, que Cristo conquistó con su «obediencia hasta la muerte», superada en la resurrección. El dolor sigue presente en el mundo, pero el cristiano que sufre, ya puede identificar su dolor con la agonía de Cristo en la cruz, y penetrar más a fondo en el misterio de la redención, que es el misterio de la liberación humana. Mediante el encuentro con esa liberación, el individuo que sufre descubre nuevas dimensiones de la vida como vocación. El dolor existe «para de­sencadenar el amor en la persona humana, ese don desinteresado del "yo" en beneficio de otras personas, sobre todo de las que sufren». «El mundo del dolor humano» hace que surja «el mundo del amor humano». La di­námica de la solidaridad en el dolor es otra confirmación de la ley del don de sí inscrita en el corazón humano.

FRUTO DE LA CRUZ “¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él cargó con el pecado de muchos e intercedió por los pecadores. Alégrate, estéril,que no dabas a luz, rompe a cantar con júbilo la que no tenías dolores; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Ensancha el espacio de tu tienda, despliego sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, hinca bien tus estacas; porque te extenderás a izquierda y derecha. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas” (Is 53-54).

Jesus MARTI BALLESTER


6.Martes, 14 de setiembre del 2004

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

Cuando alguien era mordido,
miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba sano

Lectura del libro de los Números 21, 4b-9

En el camino por el desierto, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos ir hicieron salir de Egipto para hacemos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable!»

Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas.

El pueblo acudió a Moisés y le dijo: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes».

Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: «Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un mástil. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará sano».

Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un mástil. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba sano.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 77, 1-2. 34-38

R. No olviden las proezas del Señor

Pueblo mío, escucha mi enseñanza,
presta atención a las palabras de mi boca:
yo voy a recitar un poema,
a revelar enigmas del pasado. R.

Cuando los hacía morir, lo buscaban
y se volvían a Él ansiosamente:
recordaban que Dios era su Roca,
y el Altísimo, su libertador. R.

Pero lo elogiaban de labios para afuera
y mentían con sus lenguas;
su corazón no era sincero con Él
y no eran fieles a su alianza. R.

El Señor, que es compasivo,
los perdonaba en lugar de exterminarlos;
una y otra vez reprimió su enojo
y no dio rienda suelta a su furor. R.

Se anonadó a sí mismo. Por eso, Dios lo exaltó

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11

Jesucristo, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.

Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.

Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor».

Palabra de Dios.

EVANGELIO

Es necesario que el Hijo del hombre
sea levantado en alto

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 13-17

Jesús dijo:

«Nadie ha subido al cielo,
sino el que descendió del cielo,
el Hijo del hombre que está en el cielo.

De la misma manera, que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna.

Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera,
sino que tenga Vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por Él».'

Palabra del Señor

Reflexión:

Flp 2, 6-11. En el fondo del corazón del hombre late el deseo de llegar a ser como Dios. Adán quiso recorrer ese camino al margen de la voluntad divina, en una rebeldía, en una desobediencia al mandato que Dios le había dado. Llegada la plenitud de los tiempos Dios nos envió a su propio Hijo, nacido de mujer. El Hijo de Dios, hecho uno de nosotros, tomó en serio al hombre; no vino con un cuerpo aparente, sino en la realidad de nuestra condición humana, frágil y sometida a la muerte. Por eso la Escritura afirma que se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo, es decir de aquel que abre el oído y escucha al Padre Dios y, por amor a Él, le es fiel y obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Quien quiera alcanzar ese grado de perfección, quien quiera llegar a ser como Dios debe seguir el mismo camino de entrega amorosa, de cruz salvadora que siguió Cristo. Por eso Él nos invita a tomar nuestra cruz de cada día y a seguirlo, seguirlo hasta llegar a donde Él, nuestra Cabeza y principio, ha llegado para ser glorificado a la diestra de Dios, su Padre.

Sal. 78 (77). Ojalá y pudiéramos contar una historia de amor entre Dios y la humanidad. Pero desde el principio de la creación contemplamos el amor de Dios, siempre fiel hacia nosotros, y nuestras rebeldías a Él. A pesar de todas nuestras traiciones a la Alianza entre Dios y nosotros, el Señor se ha manifestado como el Dios compasivo y misericordioso. Siempre está dispuesto a perdonarnos. Y al enviarnos a su propio Hijo, que por amor a nosotros y por salvarnos muere clavado en una cruz, nos ha manifestado hasta donde es capaz de llegar el amor y el aprecio verdaderos que nos tiene. Ojalá y en nuestras tribulaciones, consecuencias de nuestros pecados, no busquemos al Señor adulándolo con la boca y mintiéndole con la lengua mientras conseguimos el remedio de nuestros males, para después volver a nuestras traiciones y rebeldías, sino que lo busquemos con un corazón sincero, dispuestos a amarlo con todo el compromiso que esto entraña, para que en adelante le vivamos fieles y seamos dignos de vivir con Él eternamente.

Jn. 3, 13-17. Jesús ha sido exaltado, levantado. Quien lo contemple y acepte por medio de la fe obtendrá el perdón de los pecados y tendrá vida eterna. No podemos negar el mal en el mundo. Muchas veces nosotros mismos nos hemos dejado dominar por el pecado. Y el pago del pecado es la muerte. Ojalá y nosotros mismos tuviésemos el remedio de nuestros pecados con sólo decidirnos a ser mejores cada día. Pero conocemos nuestra fragilidad; y nuestra experiencia personal nos ha hecho comprender que tal vez dejemos por unos momentos o días nuestros caminos equivocados, pero luego volvemos a ellos como si el pecado se hubiese pegado a nuestra piel. El Señor Jesús, el único en quien podemos obtener el perdón de nuestros pecados y la restauración de nuestra naturaleza deteriorada por el mal, nos invita a volver hacia Él la mirada para decidirnos a aceptarlo como Aquel que nos perdona y que nos salva. No basta contemplarlo, no basta una mirada de fe, es necesario abrirle nuestro corazón para que haga su morada en nosotros y para que, comunicándonos su Vida y su Espíritu, seamos exaltados junto con Él a la dignidad que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre.

Hoy nos reunimos para celebrar el Memorial del Misterio Pascual de Cristo. Su muerte en la cruz nos da a entender cuál es el precio que Él pagó para que nosotros fuésemos hechos hijos de Dios, naciendo de lo alto. Así conocemos el amor que Dios nos tiene. Por eso debemos venir a la celebración de la Eucaristía con un corazón dispuesto a hacer nuestra la vida nueva, el nuevo nacimiento que el Señor nos ofrece. La fe nos debe llevar a aceptar esa vida de Dios en nosotros. Por eso, al entrar en comunión de vida con Cristo debemos ser, en Él, criaturas nuevas, perdonados y liberados de la esclavitud de nuestros pecados, para caminar en adelante con la dignidad de hijos de Dios.

Por eso quienes hemos hecho nuestra la vida que el Padre Dios nos ofrece en su propio Hijo no podemos continuar generando signos de muerte. Efectivamente de nada nos serviría decir que creemos en Cristo si continuamos esclavos de la maldad. Dios nos quiere portadores de su amor, de su gracia, de su vida. La Iglesia es el signo concreto que Dios ha elevado en el mundo para que por medio de ella todos puedan unirse a Cristo, y, desde ella, puedan encontrar en Él el perdón de los pecados y la vida eterna. Ojalá y no nos convirtamos en una Iglesia que se desenvuelva en el mundo como una sociedad conforme a los criterios mundanos. El Señor nos ha enviado a salvar todo lo que se había perdido. Nuestra vida de fe no es una burocracia sino un servicio en el amor fraterno; servicio hasta la muerte, si es preciso, con tal de que la salvación se haga realidad en todos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber hacer nuestro el camino de amor y de entrega de Cristo para que, continuando su obra en el mundo, colaboremos para que la salvación que Él nos ofrece llegue hasta los últimos rincones de la tierra. Amén.

Homilíacatólica.com


7. DOMINICOS 2004

La exaltación de la Santa Cruz

Hoy quedan eclipsadas otras imágenes vivas. Hoy vemos en la Cruz a nuestro Salvador. En sus pies están los clavos, en las manos las llagas, y en el corazón una profunda herida. Pero en su labios está el perdón, y en la mirada una petición de amor compasivo. Adoremos, pues, a Cristo Rey, elevado por nosotros en la cruz, y recitemos un himno de acción de gracias a quien por nosotros pende del madero:

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos!
¡Dulce árbol donde la vida empieza con un peso tan dulce en la corteza!
Al Dios de los designios de la historia, que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza de toda salvación, honor y gloria. Amen.



La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Lectura del libro de los Números 21, 4-9:
“En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo rodeando el territorio de Edom. El pueblo estaba extenuado del camino y habló contra Dios y contra Moisés: ¿por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua y nos da náusea ese pan sin cuerpo.

Entonces el Señor envió serpientes venenosas, y el pueblo se volvió hacia Moisés, diciendo:

hemos pecado hablando contra el Señor.

Moisés oró al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: haz una serpiente y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla...”

Carta de san Pablo a los filipenses 2, 6-11:
“Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y la concedió el ‘Nombre-sobre-todo-nombre’

Evangelio según san Juan 3, 13-17:
“En cierta ocasión dijo Jesús a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna...



Reflexión para este día
Quien murió en la cruz nos da la vida
Dios ha puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz; y lo ha hecho para que donde tuvo origen la muerte por el pecado esté también la vida que resucita venciendo al mal.

Está claro que nosotros no adoramos la cruz de madera o marfil, sino al Crucificado que en ella pende, porque se entregó por nosotros. Está claro también que el misterio de la muerte de Cristo, por amor, sólo pudo darse por el misterio de la encarnación que otorgó a la persona del Verbo una naturaleza pasible como la nuestra, apta para gozar y sufrir. Y está claro que fuimos nosotros, por nuevo pecado de injusticia, incomprensión, olvido de lo divino e inmersión en lo camal y material, los que llevamos a Cristo al madero de la Cruz. Llevamos a la muerte a quien nos ofrecía y daba la vida.

¡Inaudito misterio: matar, y recibir del muerto la vida nueva!
En la cruz está la vida, y el consuelo;
y ella sola es el camino para el cielo.
En la cruz está el Señor de cielo y tierra;
y el gozar de mucha paz, aunque haya guerra...


8. CLARETIANOS 2004

Queridos hermanos y hermanas,

Las cruces están despareciendo de muchos lugares públicos en nombre de la laicidad social. Si no colgamos símbolos de otras religiones ¿por qué habríamos de colgar cruces en las escuelas o en los juzgados, por ejemplo?

Y, sin embargo, la cruz de Jesús no es el logotipo de una multinacional religiosa sino un símbolo universal de amor. La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz no nos invita a acentuar nuestros rasgos de grupos, como si fuéramos unos fanáticos, sino a contemplar al Crucificado. Su trono no es un solio real del pasado ni tampoco un poder mediático del presente, sino su Cuerpo traspasado por amor.

Contemplar la cruz de Jesús significa adentrarse en la historia del sufrimiento de la humanidad. Por eso, los cristianos no somos fanáticos de la cruz como otros lo son de su raza, lengua, bandera, territorio, etc. Al contrario, por la Cruz de Jesús, entramos en esa “internacional del sufrimiento” que solo encuentra un punto de luz en su Cuerpo Resucitado. De esta comunidad de sufrientes no queda excluido ningún ser humano. Cualquiera puede adherirse a la cruz sin sentir que toca madera extraña. La cruz de Jesús está hecha con la madera de mi propia tiniebla.

Vuestro hermano en la fe:
Gonzalo Fernández, cmf. (gonzalo@claret.org)


9. Fray Nelson Martes 3 de Mayo de 2005

Temas de las lecturas: Si alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce quedaba curado * Cristo se humilló a sí mismo, por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas * El Hijo del hombre tiene que ser levantado.

Más información.

1. El misterio salvífico de la Cruz
1.1 El Papa Juan Pablo nos regaló en abril de 1999 una preciosa reflexión sobre el valor de la Cruz como insignia para el mundo. De ese mensaje entresacamos nuestra reflexión de este día. La numeración aquí es nuestra.

1.2 “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Éstas son las palabras, este es el último grito de Cristo en la cruz. Con esas palabras se cierra el misterio de la pasión y se abre el misterio de la liberación a través de su muerte, que se realizará en la Resurrección. Son palabras importantes. La Iglesia, consciente de su importancia, las ha asumido en la liturgia de las Horas, que cada día se concluye así: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.

1.3 Hoy queremos poner estas palabras en labios de la humanidad. Hoy queremos poner estas palabras de Cristo en labios de todos estos hombres, porque estas palabras, este grito de Cristo sufriente, sus últimas palabras no solamente cierran; también abren. Significan una apertura al futuro.

1.4 “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Estas palabras abren. Esperamos que estas palabras sean también las últimas palabras para cada uno de nosotros, las que nos abran a la eternidad.

2. La Cruz, lugar de amor y profecía
2.1 Cristo por nosotros se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Con estas palabras, la liturgia resume lo que aconteció en el Gólgota, hace ahora dos mil años. El evangelista Juan, testigo ocular, narra los acontecimientos dolorosos de la pasión de Cristo. Cuenta su dura agonía, sus últimas palabras: “Todo se ha consumado” (cf. Jn 19, 30) y cómo un soldado romano traspasó su costado con una lanza. Del pecho atravesado del Redentor salió sangre y agua, prueba inequívoca de su muerte (cf. Jn 19, 34) y don extremo de su amor misericordioso.

2.2 “Despreciado y evitado”. como dijo Isaías, está Cristo en el hombre afrentado y aniquilado en la guerra y en cualquier lugar donde triunfe la cultura de la muerte; “triturado por nuestros crímenes” está el Mesías en las víctimas del odio y del mal de todos los tiempos y en cualquier lugar. “Como ovejas errantes” parecen a veces los pueblos divididos y marcados por la incomprensión y la indiferencia.

3. Luz de esperanza
3.1 Sin embargo, en el horizonte de este escenario de sufrimiento y de muerte, brilla para la humanidad la esperanza: “A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará (...); mi Siervo justificará a muchos”. La cruz, en la noche del dolor y del abandono, es antorcha que mantiene viva la espera del nuevo día de la resurrección. Miramos con fe hacia la cruz de Cristo, mientras por medio de ella queremos proclamar al mundo el amor misericordioso del Padre por cada hombre.

3.2 Sí, hoy es el día de la misericordia y del amor, el día en el que se ha llevado a cabo la redención del mundo, porque el pecado y la muerte han sido derrotados por la muerte salvífica del Redentor.

4. Oración
4.1 Divino Rey crucificado, que el misterio de tu muerte gloriosa triunfe en el mundo.

4.2 Haz que no perdamos el valor y la audacia de la esperanza ante los dramas de la humanidad y ante cada situación injusta que mortifica a la criatura humana, redimida con tu sangre preciosa.

4.3 Al contrario, haz que con renovada fuerza proclamemos: Tu cruz es victoria y salvación, porque con tu sangre y tu pasión has redimido al mundo.