09-14 EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
1. VER 05-03
2.
Exaltación de la Santa
Cruz
Fuente: Catholic.net
Autor: María Cruz
Juan 3, 13-17
En aquel tiempo Jesús dijo a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo sino el que
bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que
crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que
el mundo se salve por Él.
Reflexión:
Dios en su gran amor, viendo la necesidad que tenía el mundo de ser salvado, no
dudó en entregar a su propio Hijo para su salvación. Las circunstancias
históricas concurrieron para que la redención se realizara por medio de la cruz.
A partir de este acontecimiento la cruz se ha convertido en señal de salvación
para todo el que cree que Jesús es el redentor del hombre.
A pesar de que Jesús se puso el primero en el padecer no nos resulta fácil
asumir la realidad de la cruz y todos la esquivamos de la mejor manera posible.
Pero si ser cristiano es seguir al crucificado, ¿porqué rehusamos seguir sus
huellas? Sólo desde el amor se entiende esta entrega, y sólo el amor hace
posible convertir en alegría las mayores angustias de la vida. Es cuestión de
amor, y cuando algo nos cuesta mucho es señal de que el termómetro del amor
marca baja temperatura.
Señor Jesús, que por nuestro amor entregaste tu vida en la cruz, te pedimos
acrecientes en nosotros el amor para que podamos asumir con prontitud de ánimo
los sufrimientos de la vida.
2. ¡Salve, oh cruz, esperanza única!
Fuente:
Autor: Cefid
Acto preparatorio:
Señor, quiero hablar contigo. Creo firmemente que Tú te encuentras en mi corazón
y sé que me invitas a este rato de intimidad. Aumenta mi fe, Señor, pues quiero
verte. Aumenta mi confianza en Ti, para caminar por la vida con la certeza que
sólo Tú me puedes dar. Enciende en mi pecho tu amor, para que me entusiasmes, me
llenes, me transformes. Desde mi debilidad, yo te adoro rendidamente, Dios mío.
María, tú que estuviste firme y fiel al pie de la cruz, acompáñame y guíame para
hacer con provecho esta meditación.
Petición:
Jesús, ayúdame a valorar la cruz como el regalo que Tú me ofreces para
identificarme contigo. Que no huya de ella. Dame la fortaleza para estar siempre
en vela contigo, y no abandonarte nunca.
1. La cruz: acoger sin reservas el plan de Dios
La cruz no es un producto muy cotizado en nuestros días. A inicios del tercer
milenio, lo que más se busca y anhela es el bienestar, el placer. Y sin embargo,
muchas veces nos encontramos con hombres y mujeres hastiados, incluso heridos,
por la vida. Personas que lo han disfrutado todo, lo han experimentado todo, y
sin embargo, son seres profundamente infelices.
Nos hemos olvidado del signo del cristiano, que es la cruz. La hemos
domesticado. No nos impresiona. Incluso es un adorno para nuestras casas o
nuestro cuerpo. Y precisamente ahí, en ese olvido de la cruz, está el inicio de
nuestro vacío interior.
Cristo enunció claramente la ley de la fecundidad en la vida: “si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda solo... pero si cae en el surco, dará
mucho fruto”(Jn, 12, 24). Pero la pura idea de pudrirnos en el surco muchas
veces nos causa miedo, desasosiego interior. Somos hijos de nuestro tiempo...
pero también somos hijos de Dios y hermanos del Crucificado...
Ahora bien, la cruz y la abnegación en nuestra vida no pueden quedarse en poesía
e ideas abstractas. En realidad, seguir a Cristo por el camino de la cruz
significa renunciar al propio proyecto, a menudo limitado, para acoger el de
Dios. Es decir no a nuestra tendencia a lo más cómodo para acoger la invitación
de Cristo a caminar junto a Él con una vida coherente de cristianos. Es
renunciar a la “ley del mínimo esfuerzo” para vivir más bien según la “ley de la
máxima entrega”. Es aceptar la vocación que Cristo ha querido regalarme y
seguirla hasta las últimas consecuencias, aunque a veces sangre el corazón. Es
el camino de la verdadera libertad. ¿Vivo de verdad en la libertad de los hijos
de Dios? ¿Qué me detiene?
La cruz y la negación de sí mismo es el camino de la conversión indispensable
para la existencia cristiana, y por eso no debemos tenerle miedo. En la medida
en que configuremos nuestra existencia con la de Cristo, sobre todo por la
oración y el ejercicio práctico de las virtudes, podremos decir como San Pablo:
“Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí.”
2. La cruz: signo del amor hasta el extremo
Cuando Cristo nos regala la cruz, nos obsequia la oportunidad de amar en
plenitud. Pero debemos evitar la trampa de creer que la cruz está presente en
nuestra vida sólo en los grandes momentos de dolor, como puede ser la muerte de
un ser querido, una enfermedad o un fracaso. La cruz es nuestra inseparable
compañera, porque Cristo quiere que experimentemos su amor constantemente, y que
cada día le amemos más y mejor. Ésta se manifiesta muchas veces en la fidelidad
a nuestro deber cotidiano hecho por amor.
En su última cena, Jesucristo nos dio ejemplo e invitó a amar “hasta el
extremo”. Esta manera de amar quiere decir estar dispuestos a afrontar esfuerzos
y dificultades por Cristo. Significa que debemos olvidarnos un poco,
“desaparecer” un poco nosotros para que Cristo aparezca.
Naturalmente, ser seguidor de Cristo nunca a sido una tarea fácil. Amar como Él
nos ha amado significa también no temer insultos ni persecuciones por nuestra
vida coherente, por nuestra fidelidad al Evangelio. La historia de la Iglesia
está jalonada por los testimonios de hombres y mujeres que han sabido amar así.
Muchos de ellos son mártires cuya sangre se ha mezclado con la de Cristo
crucificado. Pero también existen otros mártires, que son los que han
despreciado su honra, su fama, su triunfo personal antes de traicionar a Cristo.
Finalmente, el amor hasta el extremo que es la cruz nos exige estar dispuestos a
amar a nuestros enemigos y rogar por los que nos persigan. Ahí está,
precisamente, el núcleo de nuestro mensaje y el detonador de la revolución que
ha causado la encarnación, muerte y resurrección de Cristo: la caridad, el
perdón, la entrega sin reserva.
¿Acepto yo la cruz en mi vida? ¿La llevo con alegría, como el medio privilegiado
para amar como Cristo me ha amado y ha amado a los hombres?
3. La cruz: garantía de nuestra victoria
Una de las clásicas objeciones a la bondad de Dios, e incluso a su existencia,
es la presencia del sufrimiento en el mundo. Sin embargo, Cristo ha vencido con
su vida y, de modo especial en el misterio pascual, el sinsentido del dolor.
Cristo ha redimido el dolor porque Él mismo lo ha asumido en su pasión. En Él
nuestra debilidad, que experimentamos sobre todo al sufrir, se convierte en el
medio para nuestro triunfo.
Con relativa frecuencia se nos acusa a los cristianos de ser masoquistas al
poner tanto interés en la cruz. Sin embargo, cuando penetramos con el corazón en
el misterio de la cruz de Cristo, nos damos cuenta de que en realidad el
cristiano no busca el sufrimiento por sí mismo, sino el amor. El dolor, por el
dolor mismo, no tiene ningún sentido. Pero el amor, si es auténtico, se
manifiesta en la entrega. Y la entrega, no de lo que nos sobra, sino de nosotros
mismos casi siempre es dolorosa.
Es sólo Cristo, con su ejemplo, que nos muestra la fecundidad del dolor, sobre
todo en la renuncia a nosotros mismos. Esta cruz que el Señor nos ofrece cada
día de mil maneras se transforma, cuando la acogemos, en el signo del amor y del
don total. Llevarla en pos de Cristo, condición indispensable para ser sus
discípulos, quiere decir unirse a Él en el ofrecimiento de la prueba máxima de
amor.
Cada quien tiene su cruz, personal e intransferible. Y sigue siendo válido lo
que se dice que Constantino vio en el puente Milvio: “Con este signo [el de la
cruz] vencerás”.
Cuando algo nos cuesta, disfrutamos mucho de sentirnos amados. Volcamos nuestra
pena y dolor en una persona cercana, para que nos ayude a cargar nuestra cruz.
Cuando el sufrimiento toca a nuestra puerta, es que Cristo quiere que le
permitamos descansar un poco, llevando nosotros aunque sea una astilla de su
cruz, una espina de su corona. ¿Podemos negarle amor al Amor? ¿Nos damos cuenta
de que sólo amando, entregándonos, llevando la cruz de Cristo seremos plenamente
humanos y cristianos?
Jesús mío, que quisiste morir en la Cruz para salvarme a mí y a todos los
hombres, concédeme aceptar por tu amor la cruz del sufrimiento aquí en la
tierra, ayudar a mis hermanos a cargar la suya, de manera que podamos unirnos
más íntimamente a Ti, desaparecer nosotros para que Tú aparezcas, y gozar en el
cielo los frutos de tu redención. Amén.
3. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004
Nm 21, 4-9: Moisés levanta un signo de salvación
Salmo responsorial: 77, 1-2.34-38
Flp 2,6-11: Himno a Jesús despojado y exaltado
Jn 3, 13-17: Así tiene que ser levantado el Hijo del hombre
En el día de la Cruz, la liturgia nos presenta un texto del evangelio de Juan,
lleno de contenido simbólico, cuya comprensión sólo se entiende a la luz del
Antiguo Testamento. En este texto, el evangelista Juan expone la realidad del
Mesías, que ha bajado del cielo, indicando de este modo que la condición divina
del Hijo del hombre no procede de su condición humana ni es el resultado de su
desarrollo personal, sino que se debe a la plenitud del Espíritu que ha recibido
de lo alto. El hombre no puede alcanzar la plenitud, si no es en comunión con
Dios, fuente de la vida.
El evangelista establece un paralelo con el libro
de los Números (21,8), donde se cuenta que Moisés, ante una plaga de serpientes
venenosas, fabricó por indicación de Dios una serpiente de bronce y la levantó
en un poste. Quien era mordido, al mirar a la serpiente alzada, quedaba curado,
o según la expresión hebrea, “vivía”, “seguía vivo”. Por ese paralelo “ser
levantado en alto” indica una seña destinada a ser vista y mirada (contemplada)
y, al mismo tiempo, la localización de una fuerza salvadora, de una fuente de
vida. En el caso de la serpiente, se obtenía la vida física; en el del Hijo del
hombre, que es levantado en alto en la cruz, la vida definitiva, que significa
no solamente la vida después de la muerte, sino una vida de calidad divina de la
que goza el hombre ya durante su existencia mortal. Jesús, portador y dador de
esta vida, se presenta de este modo como el prototipo de la nueva humanidad,
indicando que lo que salva a los hombres de la muerte es fijar la mirada en el
modelo de Hombre, que es Jesús, aspirar a la plenitud humana que resplandece en
esa figura que, levantada en alto, destacará sobre todos y será el polo de
atracción para la humanidad. Es en el crucificado, en esa figura levantada en
alto, donde llega a su culmen el proyecto divino, el Hombre Dios, donde se
desvela la capacidad inmensa de amor de Dios, su entrega sin límites a los
hombres, para dar vida y librar de la muerte, de la muerte en vida y de la
muerte final a todo el que se adhiere a él y fija en él su mirada para poner en
práctica su mensaje.
P.S. Como un texto ya clásico sobre la cruz, les recomendamos: «Cómo predicar
hoy la cruz de nuestro Señor Jesucristo?», en
http://servicioskoinonia.org/relat/217.htm
4.
Comentario: Mn. Homer Val i Pérez (Barcelona,
España)
«Para que todo el que crea en Él tenga vida eterna»
Hoy, el Evangelio es una profecía, es decir, una mirada en el espejo de la
realidad que nos introduce en su verdad más allá de lo que nos dicen nuestros
sentidos: la Cruz, la Santa Cruz de Jesucristo, es el Trono del Salvador. Por
esto, Jesús afirma que «tiene que ser levantado el Hijo del hombre» (Jn 3,14).
Bien sabemos que la cruz era el suplicio más atroz y vergonzoso de su tiempo.
Exaltar la Santa Cruz no dejaría de ser un cinismo si no fuera porque allí
cuelga el Crucificado. La cruz, sin el Redentor, es puro cinismo; con el Hijo
del Hombre es el nuevo árbol de la Sabiduría. Jesucristo, «ofreciéndose
libremente a la pasión» de la Cruz ha abierto el sentido y el destino de nuestro
vivir: subir con Él a la Santa Cruz para abrir los brazos y el corazón al Don de
Dios, en un intercambio admirable. También aquí nos conviene escuchar la voz del
Padre desde el cielo: «Éste es mi Hijo (...), en quien me he complacido» (Mc
1,11). Encontrarnos crucificados con Jesús y resucitar con Él: ¡he aquí el
porqué de todo! ¡Hay esperanza, hay sentido, hay eternidad, hay vida! No estamos
locos los cristianos cuando en la Vigilia Pascual, de manera solemne, es decir,
en el Pregón pascual, cantamos alabanza del pecado original: «¡Oh!, feliz culpa,
que nos has merecido tan gran Redentor», que con su dolor ha impreso “sentido”
al dolor.
«Mirad el árbol de la cruz, donde colgó el Salvador del mundo: venid y
adorémosle» (Liturgia del Viernes Santo). Si conseguimos superar el escándalo y
la locura de Cristo crucificado, no hay más que adorarlo y agradecerle su Don. Y
buscar decididamente la Santa Cruz en nuestra vida, para llenarnos de la certeza
de que, «por Él, con Él y en Él», nuestra donación será transformada, en manos
del Padre, por el Espíritu Santo, en vida eterna: «Derramada por vosotros y por
todos los hombres para el perdón de los pecados».
5.FIESTA DE LA EXALTACION DE LA SANTA CRUZ
14 de septiembre
NOSOTROS HEMOS DE GLORIARNOS EN LA CRUZ DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO” (Gálatas
6,14)
Con la pregunta dubitativa: ¿Quién creyó nuestro anuncio?, comienza el Profeta
Isaías el capítulo 53 de su Cuarto Cántico del Siervo de Yave. El mundo, con el
señuelo y la novedad del progresismo, de la innovación y de la singularidad,
resulta más camaleónico de lo que se cree. Le parece que está inventando la
historia y produciendo novedades cuando sólo está renovando viejísimos errores
en nombre de la nueva cultura. Y junto a la consecuencia directa de la
ignorancia, incoherencia y entronización de la carencia de rigor, llega al
pensamiento débil y a las ideas heréticas. Salvarnos sin cruz, o con cruces
deleitables, es un revivir el epicureismo y el hedonismo pagano. Algunos
cristianos tratan de desvirtuar la cruz, rebajando el vino del evangelio con el
agua de la mediocridad, o pagando tributo al relativismo, o con la escasa
formación acomodaticia de que ya hablaba San Pablo: “Los judíos piden señales y
los griegos buscan saber, nosotros predicamos un Cristo crucificado, escándalo
para los judíos, locura para los paganos, en cambio para los llamados, lo mismo
judíos que griegos, un Mesías que es portento de Dios y sabiduría de Dios:
porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más
potente que los hombres” (1 Cor 22).
EL SUFRIMIENTO EN SAN PABLO Pablo se sabe «crucificado con Cristo» (Gal 2,19) y
«configurado a su muerte» (Fl 3,10). «Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús» (Gal
6,17).Testifica que «Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno.
Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un
día y una noche pasé en el mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de
salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en
ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos
hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed;
muchos días sin comer; frío y desnudez». Expresará su dolor a los filipenses
«Con lágrimas en los ojos» porque: «muchos viven, según os dije tantas veces, y
ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo...» (Fl 3,
18).Escribe que «Pasa dolores de parto» (Gal 4,19). «¡Hijos míos!, por quienes
sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros» (Gal
4,19). Pero como la mujer sufre hasta dar a luz, luego se goza por haberle dado
un hijo al mundo (Jn 16,21), así el apóstol sufre lo indecible, pero el
resultado final es: «ver a Cristo formado en vosotros». Se enorgullece de:
«Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús, para
que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4,10).Y se
complace en: «Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo,
en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).Porque está seguro del
fruto: «Así la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida» (2 Cor 4,12).
Sufre por los hombres, «continuamente entregados a la muerte por causa de
Jesús», para transmiterles «la vida de Jesús» (2 Cor 4,10). Y su gloria la pone
en la Cruz de Jesús: «¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro
Señor Jesucristo!» (Gal 6,14). A la vez que: «Me glorío en mis debilidades... en
las persecuciones padecidas por Cristo» (2 Cor 12,9). Desde este perspectiva se
iluminan sus expresiones paradójicas: «Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de
gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor 7,4). En él se hace presente el
misterio pascual en su integridad: fuerza en la debilidad, vida en la muerte,
gozo en el sufrimiento. «Me alegro de sufrir por vosotros». Tanto las
tribulaciones como el consuelo, tienen valor salvífico: «si somos atribulados,
lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para
el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos
que también nosotros soportamos» (2 Cor 1,6). Cuando poco antes de su muerte
escriba a Timoteo, le dirá: «yo estoy a punto de ser derramado en libación» (2
Tim 4,6). Dios mismo había reconciliado al mundo consigo por medio de su Hijo,
al cual había constituido víctima por los pecados de los hombres (2 Cor 5); si a
él se le ha confiado el ministerio de la reconciliación, sólo puede colaborar
eficazmente en la reconciliación de los hombres con Dios, con la ofrenda de la
propia vida. Y después de tanta cruz, Pablo el valeroso doliente, exlama por
propia experiencia:
“NO SON EQUIVALENTES LOS SUFRIMIENTOS DE ESTE MUNDO CON LA GLORIA QUE NOS
ESPERA” LOS VIEJOS ERRORES Tanto Lutero como Calvino negaron la necesidad de
cooperar a la gracia, enseñando que sólo la fe justifica y nos aplica los
méritos de Cristo. “Sola fides; sola gratia; sola Scriptura”. Desde que Pablo VI
entrara en la última sesión del Vaticano II con un cilicio en sus carnes y
dijera a mi Arzobispo entre sollozos: “Tuta Chiesa e inficionata”, ¡cuántos
avances han conseguido estos gravísimos errores, cuántos virus Blaster y Sobig,
F y otros innumerables, han extendido la epidemia difusa y larvada que nos
invade en publicaciones, en predicaciones, en teologías laxas y erróneas, más
perniciosa que los virus informáticos que han invadido millones de ordenadores,
e inficionado la mentalidad de los nuevos cristianos sin base, desviados por
lecturas ligeras de textos de cuarta división, que contradicen a la Sagrada
Escritura y al Magisterio que es el único que tiene el carisma y la misión
ministerial de interpretar la Biblia. Es preferible, decía el famoso teólogo
Rahner, ser granos de trigo dentro de la Iglesia, que árboles frondosos fuera. Y
¡cuántos son los que pretenden suplantar esta interpretación por el “libre
examen personal”!. ¿Qué sentido tiene proclamarse teólogos católicos, si se
apartan de la fe de la Iglesia y de su Magisterio? ¿Pretenden que les sigamos a
ellos y nos apartemos de la Cabeza, a quien Cristo confió el ministerio de
confirmar en la fe a sus hermanos? "La fe sin obras es muerta" (Sant 2,20). "No
son justos los que oyen la ley, sino aquéllos que la cumplen" (Rom 2,13). Y el
mismo Cristo declara que en el juicio final serán sentados a la derecha los que
hayan practicado las obras de misericordia (Mt 25,34). Y "Si quieres entrar en
la vida eterna, guarda los mandamientos" (Mt 19,17). Y San Agustín dice: "El que
te creó sin ti, no te salvará sin ti". Para esta supuesta cultura, la teología
de la cruz es una locura o una necedad, como decía el Apóstol, y no duda en
preguntar Isaías: ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del
Señor?. Para los tales la fiesta de la Exaltación de la Cruz, se ha convertido
en devaluación de la Cruz de Cristo.
EL MISTERIO DE LA CRUZ NO PUEDE SER ENTENDIDO POR EL MUNDO El enigma misterioso
de la cruz sólo Dios lo entiende. Y los Santos, en la medida que él les concede.
San Juan María María Vianney se escapaba de su parroquia de Ars porque no se
veía capaz. No le era más fácil la vida en Ars, pues en nigún monasterio por
estricto que fuera, habría vivido una vida tan dura como la que él mismo se
impuso en Ars. Desde las dos de la mañana en el confesonario, lo que le dolían
eran los pecados que escuchaba y perdonaba, pues él no buscaba en su parroquia
vivir una tranquila vida; en cualquier monasterio habría comido tres veces al
día, por lo menos, y no las patatas mohosas que el mismo se cocía para toda la
semana, ni los sacrificios asombrosos que se imponía para convertir a los
pecadores. Y, ¿cuáles eran los motivos de los llantos en la misa de San Pío de
Pietrelcina? Los pecados. Por cierto, a Jesús lo crucificaron los Romanos
instigados por las autoridades religiosas de los judíos. Pero, se me ocurre
preguntar: ¿Quién crucificó a Francisco de Asís? ¿Quién transverberó a Santa
Teresa? Y más cerca de nosotros: ¿Quién estigmatizó a San Pío de Pietrelcina? El
pecado es una tremenda realidad, un misterio de iniquidad, dice San Pablo.
“Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se
espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano;
así asombrará a muchos pueblos; ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo
inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio?”. ¿Quién
es el que ve la distancia del pensamiento del hombre del pensamiento de Dios?.
“Mi siervo tendrá éxito”. A un compañero párroco que se lamentaba al Cura de Ars
de lo fría que estaba su feligresía, respondía San Juan María Vianney: -“¿Habéis
orado, habéis ayunado? ¿Os habéis disciplinado?”- Una vecina suya oía todas las
noches los golpes de su penitencia y, asombrada y compadecida, decía: -¡Cuándo
pararás! ¡¡Cuándo pararás!!-. Pero él, que se había encontrado una comunidad
parroquial descristianizada, a los quince años de su pastoreo, decía: “Ars ya no
es Ars…El cementerio de Ars es un relicario”… Con mis propios ojos he visto las
gotas de sangre de San Francisco de Borja, Duque de Gandía y Virrey de Cataluña,
el hombre de mayor confianza del emperador Carlos V, conservadas en los azulejos
del oratorio del palacio ducal. Es verdad que lo más importante es amar a Dios
sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Pero no hay amor más
grande que morir por los amigos, dijo Jesús.
¿Cómo REDIMIR AL HOMBRE DEL PECADO? No puede la teología dejar de enseñar, tanto
los antiguos como los modernos y aún los actualísimos, uno de los mayores y
Padre del Concilio Vaticano II, Hans Urs Von Balthasar, creado Cardenal por Juan
Pablo II, las distintas opciones de Dios ante el pecado: dejar al género humano
sufriendo sus consecuencias; perdonarlo sin reparación adecuada, como lo destaca
Guardini, o exigir una satisfacción condigna, es decir, proporcional entre lo
que se debe y lo que se paga. Dicho de otro modo: El pecado es una ofensa
infinita, por el término ad quem, que es Dios infinito. O Dios no es
misericordioso y abandona al hombre, lo cual es imposible; o perdona al hombre
sin exigirle reparación justa. Elije y determina la satisfacción condigna, la
más digna según su justicia, sabiduría y misericordia. Esta satisfacción exige
pagar la deuda de la ofensa infinita, pero, como el hombre no es capaz de pagar
de esta manera, pagará él. El Verbo se hará hombre para poder morir y reparará
la ofensa y las demás consecuencias del pecado, con satisfacción vicaria. Esto
se llama Redención, misterio inescrutable, que consiste en la unión de la
naturaleza humana con la divina en la persona del Verbo de Dios. Dios formó una
concreta naturaleza humana en las entrañas de la Virgen María y la hizo
subsistir en la persona divina del Verbo. Por esta unión hipostática de la
persona divina del Verbo con la naturaleza humana, Cristo, que es verdadero
Dios, es también verdadero hombre. El hombre pecó por soberbia: "Seréis como
dioses”, y Dios se hará hombre por obediencia, para hacer al hombre Dios. Al
encarnarse Dios, se manifiesta su bondad infinita; su misericordia; su justicia;
su sabiduría, para unir la misericordia con la justicia; su poder infinito,
porque es imposible realizar gesta mayor que la encarnación del Verbo, al juntar
en ella lo finito con lo infinito. Santo Tomás de Villanueva pone en loslabios
de Dios estas palabras: "Muchos medios he intentado y buscado para que los
hombres dejen la vanidad y me sigan, y ninguno sirve de nada; uno sólo resta
para convencerlos, que es darles a entender cómo infinitamente los amo,
haciéndome hombre".
EL DOLOR MAYOR Y manifestándoles cuánto les amo con la prueba de lo mucho que
sufro, pues sufro infinitamente más que ningún hombre ha sufrido pues "Mirad y
ved si hay dolor como mi dolor" (Is 1, 12). Santo Tomás, comentando este texto
de Isaías explica por qué el dolor físico y moral de Cristo ha sido el mayor de
todos los dolores: Por las causas de los dolores: el dolor corporal fue
acerbísimo, tanto por la generalidad de sus sufrimientos, como por la muerte en
la cruz. El dolor interno fue intensísimo, pues lo causaban todos los pecados de
los hombres, el abandono de sus discípulos, la ruina de los que causaban su
muerte y, por último, la pérdida de la vida corporal, que naturalmente es
horrible para la vida humana natural. Por la sensibilidad del paciente: el
cuerpo de Cristo era perfecto, muy sensible, como conviene al cuerpo formado por
obra del Espíritu Santo para padecer. De ahí que, al tener finísimo sentido del
tacto, era mayor el dolor. Lo mismo puede decirse de su alma: al ser perfecta
comprendía efícacísimamente todas las causas de la tristeza. Por la pureza misma
del dolor: porque otros que sufren pueden mitigar la tristeza interior y también
el dolor exterior con alguna consideración de la mente, Cristo en cambio no
quiso hacerlo. Porque el dolor asumido era voluntario. Y así, por desear liberar
de todos los pecados, quiso sufrir el dolor en proporción al fruto. Y de ahí se
sigue que el dolor de Cristo ha sido el mayor de cuantos dolores ha habido (Suma
III; q 46, a 6). "¿Quién no amará al que nos amó de tal manera?. "Nos lavó de
nuestros pecados con su sangre" (Ap ,5).
SATISFACCION VOLUNTARIA, COMPLETA Y CONDIGNA Pagó la pena debida por los
pecados. "Llevó la pena de todos nuestros pecados sobre su cuerpo en el madero
de la Cruz" (1 Pe 2,24). Aunque Cristo satisfizo por nuestros pecados en todos
los actos de su vida, quiso que sus satisfacciones y sus méritos sólo produjesen
sus efectos después de su pasión, refiriéndolo todo a su muerte. Por eso la
Sagrada Escritura atribuye todas las satisfacciones y méritos de Cristo al
sacrificio de la Cruz. La satisfacción de Cristo fue voluntaria: "Fue ofrecido
porque él mismo quiso", (Is 53,7); "Nadie me arranca la vida, sino que la doy
por propia voluntad" (Jn 10,18). Fue completa porque es suficiente para
reconciliarnos con Dios y borrar nuestros pecados: "La sangre de Cristo nos
purifica de todo pecado" (1 Jn 1,7); condigna y superabundante porque hay
proporción entre lo que se debe y lo que se restituye. El acreedor que perdona
una parte de la deuda al deudor, recibe satisfacción deficiente y no condigna.
La satisfacción de Cristo fue condigna, porque guardó proporción con la ofensa.
Como la ofensa causada a Dios con el pecado es “quodammodo infinita”, la
satisfacción de Cristo fue de valor infinito. Me explico: La magnitud de una
ofensa se mide por la dignidad de la persona ofendida. Es mucho más grave la
ofensa a un Jefe de Estado, que a un soldado raso. Siendo Dios de majestad
infinita, la ofensa hecha a El con el pecado, es en este sentido infinita. La
satisfacción de Cristo fue superabundante; pagó más de lo que debíamos. "Donde
abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5,20). Cualquier acto del Hijo de
Dios era infinito, porque procedía de la persona infinita del Verbo. Su
satisfacción es superabundante y "su redención copiosa " (Sal 20, 7). No sólo
nos perdonó el pecado y la pena debida, sino que nos mereció la gracia y el
derecho al cielo. La satisfacción de Cristo y sus méritos son una verdadera
restauración del hombre, pues le devuelven los dones de orden sobrenatural
arrebatados por el pecado. "Si por el pecado de uno sólo murieron todos los
hombres, mucho más copiosamente la gracia de Dios se derramó sobre todos" (Rom
5,10). "Tenemos la firme esperanza de entrar en el santuario del cielo por la
sangre de Cristo" (Heb10,19). "Nos bendijo con toda suerte de bienes
espirituales en Jesucristo" (Ef 1,3). "El que no perdonó a su propio Hijo, sino
que lo entregó, ¿cómo será posible que no nos dé con El todos los bienes?" (Rom
8, 32). Dice Santo Tomás: "La cabeza y los miembros pertenecen a la misma
persona; siendo, pues, Cristo nuestra cabeza, sus méritos no nos son extraños,
sino que llegan hasta nosotros en virtud de la unidad del cuerpo místico" (Sent
3, c18, a 3). "Como todos mueren en Adán, todos en Cristo han de recobrar la
vida" (1 Cor 15,22). Al Padre Luis de Sant Angelo en Segovia, escribe San Juan
de la Cruz: “Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno, sea o no
prelado, doctrina de libertad y más alivio, no la crea ni abrace, aunque se la
confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas
las cosas; y jamás, si quiere llegar a la posesión de Cristo, le busque sin la
cruz. Pues Jesús realizó la gesta más grande para redimirnos cuando estaba en la
cruz desnudo de lo sensitivo, de lo afectivo y en la mayor aflicción, incluso
abandonado del Padre”. ¡Qué sabe el que no ha padecido! Jesús nos pide que
amemos al Padre y a los hermanos, pero no hay prueba mayor de amor que morir por
los amigos.
LA CRUZ SEGUN JUAN PABLO II “Si tiene que escoger, no dude ni un segundo.
Decídase por la vida del bebé”, dice al ginecólogo, Gianna Emmanuela Bereita
Molla, beatificada el 24 de abril de 1994, ante la presencia de su esposo y su
hija de treinta y dos años, Gianna Emmanuela, nacida a costa de la vida de su
madre. Juan Pablo resbaló en su cuarto de baño. Tras permanecer en el
apartamento durante la noche, al día siguiente fue trasladado a la Policlínica
Gemelli donde se le implantó una cadera artificial para solucionar la fractura
del fémur. Ya nunca podría caminar como antes. Como la familia es atacada, dice
Juan Pablo II, el Papa tiene que sufrir para que el evangelio del sufrimiento
guíe a todas las familias del tercer milenio. Karol Woytyla ha escrito un poema
en el que San Estanislao dice al rey de Polonia: “Mis palabras no te han
convencido; mi sangre te convencerá”. Desde el punto de vista bíblico, a veces
el dolor, no una represalia divina, un castigo, sino una oportunidad para
reconstruir el bien en el sujeto que sufre.
EL MISTERIO DEL DOLOR HUMANO Ninguna explicación puramente descriptiva del dolor
sería capaz de abordar con acierto el profundo misterio humano con el que
guarda relación. Tampoco la razón nos puede decir que “el amor es la fuente más
completa de la respuesta a la pregunta del sentido del dolor”. Para ello hacía
falta una demostración, que Dios ha “dado en la cruz de Jesucristo”, cuyo dolor
como hombre y como único Hijo de Dios posee una "hondura e intensidad
incomparables”. Después de la entrevista del Papa con Ali Agca, escribió la
carta apostólica “Savifici doloris” sobre el sentido del sufrimiento. La
humanidad ha sido redimida por el dolor de Cristo. El dolor, dice el papa,
«parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre». Contrariamente
a lo que sostienen algunas ideas contemporáneas, el dolor no es accidental ni
evitable. "Es uno de esos puntos donde el hombre está "destinado" a ir más allá
de sí mismo.» En el mundo hay dolor porque hay mal. El sufrimiento mayor es la
muerte, que Cristo conquistó con su «obediencia hasta la muerte», superada en la
resurrección. El dolor sigue presente en el mundo, pero el cristiano que sufre,
ya puede identificar su dolor con la agonía de Cristo en la cruz, y penetrar más
a fondo en el misterio de la redención, que es el misterio de la liberación
humana. Mediante el encuentro con esa liberación, el individuo que sufre
descubre nuevas dimensiones de la vida como vocación. El dolor existe «para
desencadenar el amor en la persona humana, ese don desinteresado del "yo" en
beneficio de otras personas, sobre todo de las que sufren». «El mundo del dolor
humano» hace que surja «el mundo del amor humano». La dinámica de la
solidaridad en el dolor es otra confirmación de la ley del don de sí inscrita en
el corazón humano.
FRUTO DE LA CRUZ “¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del
Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura,
sin belleza. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida
como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor
quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo
se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los
crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una
muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los
pecadores, él cargó con el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
Alégrate, estéril,que no dabas a luz, rompe a cantar con júbilo la que no tenías
dolores; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Ensancha el
espacio de tu tienda, despliego sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, hinca
bien tus estacas; porque te extenderás a izquierda y derecha. Tu estirpe
heredará las naciones y poblará ciudades desiertas” (Is 53-54).
Jesus MARTI BALLESTER
6.Martes, 14 de setiembre del 2004
LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
Cuando alguien era mordido,
miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba sano
Lectura del libro de los Números 21, 4b-9
En el camino por el desierto, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar
contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos ir hicieron salir de Egipto para
hacemos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de
esta comida miserable!»
Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que
mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas.
El pueblo acudió a Moisés y le dijo: «Hemos pecado hablando contra el Señor y
contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas
serpientes».
Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: «Fabrica una serpiente
abrasadora y colócala sobre un mástil. Y todo el que haya sido mordido, al
mirarla, quedará sano».
Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un mástil. Y cuando alguien
era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba
sano.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 77, 1-2. 34-38
R. No olviden las proezas del Señor
Pueblo mío, escucha mi enseñanza,
presta atención a las palabras de mi boca:
yo voy a recitar un poema,
a revelar enigmas del pasado. R.
Cuando los hacía morir, lo buscaban
y se volvían a Él ansiosamente:
recordaban que Dios era su Roca,
y el Altísimo, su libertador. R.
Pero lo elogiaban de labios para afuera
y mentían con sus lenguas;
su corazón no era sincero con Él
y no eran fieles a su alianza. R.
El Señor, que es compasivo,
los perdonaba en lugar de exterminarlos;
una y otra vez reprimió su enojo
y no dio rienda suelta a su furor. R.
Se anonadó a sí mismo. Por eso, Dios lo exaltó
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11
Jesucristo, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor».
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Es necesario que el Hijo del hombre
sea levantado en alto
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 13-17
Jesús dijo:
«Nadie ha subido al cielo,
sino el que descendió del cielo,
el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera, que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera,
sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por Él».'
Palabra del Señor
Reflexión:
Flp 2, 6-11. En el fondo del corazón del hombre late el deseo de llegar a ser
como Dios. Adán quiso recorrer ese camino al margen de la voluntad divina, en
una rebeldía, en una desobediencia al mandato que Dios le había dado. Llegada la
plenitud de los tiempos Dios nos envió a su propio Hijo, nacido de mujer. El
Hijo de Dios, hecho uno de nosotros, tomó en serio al hombre; no vino con un
cuerpo aparente, sino en la realidad de nuestra condición humana, frágil y
sometida a la muerte. Por eso la Escritura afirma que se anonadó a sí mismo
tomando la condición de siervo, es decir de aquel que abre el oído y escucha al
Padre Dios y, por amor a Él, le es fiel y obediente hasta la muerte y muerte de
cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el Nombre que
está sobre todo nombre. Quien quiera alcanzar ese grado de perfección, quien
quiera llegar a ser como Dios debe seguir el mismo camino de entrega amorosa, de
cruz salvadora que siguió Cristo. Por eso Él nos invita a tomar nuestra cruz de
cada día y a seguirlo, seguirlo hasta llegar a donde Él, nuestra Cabeza y
principio, ha llegado para ser glorificado a la diestra de Dios, su Padre.
Sal. 78 (77). Ojalá y pudiéramos contar una historia de amor entre Dios y la
humanidad. Pero desde el principio de la creación contemplamos el amor de Dios,
siempre fiel hacia nosotros, y nuestras rebeldías a Él. A pesar de todas
nuestras traiciones a la Alianza entre Dios y nosotros, el Señor se ha
manifestado como el Dios compasivo y misericordioso. Siempre está dispuesto a
perdonarnos. Y al enviarnos a su propio Hijo, que por amor a nosotros y por
salvarnos muere clavado en una cruz, nos ha manifestado hasta donde es capaz de
llegar el amor y el aprecio verdaderos que nos tiene. Ojalá y en nuestras
tribulaciones, consecuencias de nuestros pecados, no busquemos al Señor
adulándolo con la boca y mintiéndole con la lengua mientras conseguimos el
remedio de nuestros males, para después volver a nuestras traiciones y
rebeldías, sino que lo busquemos con un corazón sincero, dispuestos a amarlo con
todo el compromiso que esto entraña, para que en adelante le vivamos fieles y
seamos dignos de vivir con Él eternamente.
Jn. 3, 13-17. Jesús ha sido exaltado, levantado. Quien lo contemple y acepte por
medio de la fe obtendrá el perdón de los pecados y tendrá vida eterna. No
podemos negar el mal en el mundo. Muchas veces nosotros mismos nos hemos dejado
dominar por el pecado. Y el pago del pecado es la muerte. Ojalá y nosotros
mismos tuviésemos el remedio de nuestros pecados con sólo decidirnos a ser
mejores cada día. Pero conocemos nuestra fragilidad; y nuestra experiencia
personal nos ha hecho comprender que tal vez dejemos por unos momentos o días
nuestros caminos equivocados, pero luego volvemos a ellos como si el pecado se
hubiese pegado a nuestra piel. El Señor Jesús, el único en quien podemos obtener
el perdón de nuestros pecados y la restauración de nuestra naturaleza
deteriorada por el mal, nos invita a volver hacia Él la mirada para decidirnos a
aceptarlo como Aquel que nos perdona y que nos salva. No basta contemplarlo, no
basta una mirada de fe, es necesario abrirle nuestro corazón para que haga su
morada en nosotros y para que, comunicándonos su Vida y su Espíritu, seamos
exaltados junto con Él a la dignidad que le corresponde como a Hijo unigénito
del Padre.
Hoy nos reunimos para celebrar el Memorial del Misterio Pascual de Cristo. Su
muerte en la cruz nos da a entender cuál es el precio que Él pagó para que
nosotros fuésemos hechos hijos de Dios, naciendo de lo alto. Así conocemos el
amor que Dios nos tiene. Por eso debemos venir a la celebración de la Eucaristía
con un corazón dispuesto a hacer nuestra la vida nueva, el nuevo nacimiento que
el Señor nos ofrece. La fe nos debe llevar a aceptar esa vida de Dios en
nosotros. Por eso, al entrar en comunión de vida con Cristo debemos ser, en Él,
criaturas nuevas, perdonados y liberados de la esclavitud de nuestros pecados,
para caminar en adelante con la dignidad de hijos de Dios.
Por eso quienes hemos hecho nuestra la vida que el Padre Dios nos ofrece en su
propio Hijo no podemos continuar generando signos de muerte. Efectivamente de
nada nos serviría decir que creemos en Cristo si continuamos esclavos de la
maldad. Dios nos quiere portadores de su amor, de su gracia, de su vida. La
Iglesia es el signo concreto que Dios ha elevado en el mundo para que por medio
de ella todos puedan unirse a Cristo, y, desde ella, puedan encontrar en Él el
perdón de los pecados y la vida eterna. Ojalá y no nos convirtamos en una
Iglesia que se desenvuelva en el mundo como una sociedad conforme a los
criterios mundanos. El Señor nos ha enviado a salvar todo lo que se había
perdido. Nuestra vida de fe no es una burocracia sino un servicio en el amor
fraterno; servicio hasta la muerte, si es preciso, con tal de que la salvación
se haga realidad en todos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de saber hacer nuestro el camino de amor y de entrega de Cristo
para que, continuando su obra en el mundo, colaboremos para que la salvación que
Él nos ofrece llegue hasta los últimos rincones de la tierra. Amén.
Homilíacatólica.com
7. DOMINICOS 2004
La exaltación de la Santa Cruz
Hoy quedan eclipsadas otras imágenes vivas. Hoy vemos en la Cruz a nuestro
Salvador. En sus pies están los clavos, en las manos las llagas, y en el corazón
una profunda herida. Pero en su labios está el perdón, y en la mirada una
petición de amor compasivo. Adoremos, pues, a Cristo Rey, elevado por nosotros
en la cruz, y recitemos un himno de acción de gracias a quien por nosotros pende
del madero:
¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos!
¡Dulce árbol donde la vida empieza con un peso tan dulce en la corteza!
Al Dios de los designios de la historia, que es Padre, Hijo y Espíritu,
alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza de toda salvación, honor y gloria. Amen.
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Lectura del libro de los Números 21, 4-9:
“En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar
Rojo rodeando el territorio de Edom. El pueblo estaba extenuado del camino y
habló contra Dios y contra Moisés: ¿por qué nos has sacado de Egipto para morir
en el desierto? No tenemos ni pan ni agua y nos da náusea ese pan sin cuerpo.
Entonces el Señor envió serpientes venenosas, y el pueblo se volvió hacia
Moisés, diciendo:
hemos pecado hablando contra el Señor.
Moisés oró al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: haz una serpiente y
colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al
mirarla...”
Carta de san Pablo a los filipenses 2, 6-11:
“Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de
esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo
levantó sobre todo y la concedió el ‘Nombre-sobre-todo-nombre’
Evangelio según san Juan 3, 13-17:
“En cierta ocasión dijo Jesús a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo sino el que
bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno
de los que creen en Él sino que tengan vida eterna...
Reflexión para este día
Quien murió en la cruz nos da la vida
Dios ha puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz; y lo ha
hecho para que donde tuvo origen la muerte por el pecado esté también la vida
que resucita venciendo al mal.
Está claro que nosotros no adoramos la cruz de madera o marfil, sino al
Crucificado que en ella pende, porque se entregó por nosotros. Está claro
también que el misterio de la muerte de Cristo, por amor, sólo pudo darse por el
misterio de la encarnación que otorgó a la persona del Verbo una naturaleza
pasible como la nuestra, apta para gozar y sufrir. Y está claro que fuimos
nosotros, por nuevo pecado de injusticia, incomprensión, olvido de lo divino e
inmersión en lo camal y material, los que llevamos a Cristo al madero de la
Cruz. Llevamos a la muerte a quien nos ofrecía y daba la vida.
¡Inaudito misterio: matar, y recibir del muerto la vida nueva!
En la cruz está la vida, y el consuelo;
y ella sola es el camino para el cielo.
En la cruz está el Señor de cielo y tierra;
y el gozar de mucha paz, aunque haya guerra...
8. CLARETIANOS 2004
Queridos hermanos y hermanas,
Las cruces están despareciendo de muchos lugares públicos en nombre de la
laicidad social. Si no colgamos símbolos de otras religiones ¿por qué habríamos
de colgar cruces en las escuelas o en los juzgados, por ejemplo?
Y, sin embargo, la cruz de Jesús no es el logotipo de una multinacional religiosa sino un símbolo universal de amor. La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz no nos invita a acentuar nuestros rasgos de grupos, como si fuéramos unos fanáticos, sino a contemplar al Crucificado. Su trono no es un solio real del pasado ni tampoco un poder mediático del presente, sino su Cuerpo traspasado por amor.
Contemplar la cruz de Jesús significa adentrarse
en la historia del sufrimiento de la humanidad. Por eso, los cristianos no somos
fanáticos de la cruz como otros lo son de su raza, lengua, bandera, territorio,
etc. Al contrario, por la Cruz de Jesús, entramos en esa “internacional del
sufrimiento” que solo encuentra un punto de luz en su Cuerpo Resucitado. De esta
comunidad de sufrientes no queda excluido ningún ser humano. Cualquiera puede
adherirse a la cruz sin sentir que toca madera extraña. La cruz de Jesús está
hecha con la madera de mi propia tiniebla.
Vuestro hermano en la fe:
Gonzalo Fernández, cmf. (gonzalo@claret.org)
9. Fray Nelson Martes 3 de Mayo de 2005
Temas de las lecturas: Si alguno era mordido y
miraba la serpiente de bronce quedaba curado * Cristo se humilló a sí mismo, por
eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas * El Hijo del hombre tiene que ser
levantado.
Más información.
1. El misterio salvífico de la Cruz
1.1 El Papa Juan Pablo nos regaló en abril de 1999 una preciosa reflexión sobre
el valor de la Cruz como insignia para el mundo. De ese mensaje entresacamos
nuestra reflexión de este día. La numeración aquí es nuestra.
1.2 “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Éstas son las palabras, este es
el último grito de Cristo en la cruz. Con esas palabras se cierra el misterio de
la pasión y se abre el misterio de la liberación a través de su muerte, que se
realizará en la Resurrección. Son palabras importantes. La Iglesia, consciente
de su importancia, las ha asumido en la liturgia de las Horas, que cada día se
concluye así: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.
1.3 Hoy queremos poner estas palabras en labios de la humanidad. Hoy queremos
poner estas palabras de Cristo en labios de todos estos hombres, porque estas
palabras, este grito de Cristo sufriente, sus últimas palabras no solamente
cierran; también abren. Significan una apertura al futuro.
1.4 “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Estas palabras abren.
Esperamos que estas palabras sean también las últimas palabras para cada uno de
nosotros, las que nos abran a la eternidad.
2. La Cruz, lugar de amor y profecía
2.1 Cristo por nosotros se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp
2, 8). Con estas palabras, la liturgia resume lo que aconteció en el Gólgota,
hace ahora dos mil años. El evangelista Juan, testigo ocular, narra los
acontecimientos dolorosos de la pasión de Cristo. Cuenta su dura agonía, sus
últimas palabras: “Todo se ha consumado” (cf. Jn 19, 30) y cómo un soldado
romano traspasó su costado con una lanza. Del pecho atravesado del Redentor
salió sangre y agua, prueba inequívoca de su muerte (cf. Jn 19, 34) y don
extremo de su amor misericordioso.
2.2 “Despreciado y evitado”. como dijo Isaías, está Cristo en el hombre
afrentado y aniquilado en la guerra y en cualquier lugar donde triunfe la
cultura de la muerte; “triturado por nuestros crímenes” está el Mesías en las
víctimas del odio y del mal de todos los tiempos y en cualquier lugar. “Como
ovejas errantes” parecen a veces los pueblos divididos y marcados por la
incomprensión y la indiferencia.
3. Luz de esperanza
3.1 Sin embargo, en el horizonte de este escenario de sufrimiento y de muerte,
brilla para la humanidad la esperanza: “A causa de los trabajos de su alma, verá
y se hartará (...); mi Siervo justificará a muchos”. La cruz, en la noche del
dolor y del abandono, es antorcha que mantiene viva la espera del nuevo día de
la resurrección. Miramos con fe hacia la cruz de Cristo, mientras por medio de
ella queremos proclamar al mundo el amor misericordioso del Padre por cada
hombre.
3.2 Sí, hoy es el día de la misericordia y del amor, el día en el que se ha
llevado a cabo la redención del mundo, porque el pecado y la muerte han sido
derrotados por la muerte salvífica del Redentor.
4. Oración
4.1 Divino Rey crucificado, que el misterio de tu muerte gloriosa triunfe en el
mundo.
4.2 Haz que no perdamos el valor y la audacia de la esperanza ante los dramas de
la humanidad y ante cada situación injusta que mortifica a la criatura humana,
redimida con tu sangre preciosa.
4.3 Al contrario, haz que con renovada fuerza proclamemos: Tu cruz es victoria y
salvación, porque con tu sangre y tu pasión has redimido al mundo.