1. CLARETIANOS 2002
Hablar del corazón, y más hablar del corazón de una mujer bendita, es situarnos en un campo de esperanza. El lenguaje popular dice: "tiene un corazón de oro", "te lo digo de corazón", "es toda corazón". Corazón significa intimidad, vida interior, el motor y la raíz de la persona. En la Biblia, corazón es igual a la persona misma. El corazón de la Virgen María es representado con dos símbolos: la espada del dolor y del martirio y las llamas del amor y la ternura.
Con qué temblor apunta el evangelista: "Su madre conservaba todo esto en su corazón". Otro tanto se afirmaba en la Noche de Navidad. No se dice cómo era este corazón; pero si María, madre y formadora, hizo al de Jesús manso y humilde, Jesús, como Dios, hizo al de María, misericordioso y clemente.
Contemplar hoy a Nuestra Señora es mirar el misterio del hombre desde la luz que brota de María. Y decirse devoto del Corazón de María es ser hombre o mujer de corazón misericordioso, donde habita el amor y la ternura. Aquí es inconcebible cualquier integrismo o rigorismo moral, están fuera de sitio los corazones duros e inflexibles o los discursos retóricos y curialescos. La Iglesia es madre y maestra, pero maestra va delante.
Corazón es emoción, sentimiento y pasión. Sólo la palabra que sale del corazón y se dice de corazón puede llegar al corazón del otro. Lenguajes rutinarios, formalistas, abstractos no pueden ser los de un profeta porque nada dicen ni a nadie llegan.
Finalmente, cantar al Corazón de la Virgen María es adentrarse por el camino de la profundidad, de la contemplación, del silencio interior. Lo que guardaba y meditaba en su corazón nos señala la senda. Del hondo silencio brota la palabra insondable. "No se ve bien sino con el corazón (El Principito).
Así lo deseo para todos en esta fiesta. "Tener corazón" es la herencia y el regalo que nos ofrece hoy Maria. Por eso suplicamos: "Danos un corazón grande para amar".
Vuestro amigo,
Conrado Bueno Bueno (ciudadredonda@ciudadredonda.org)
2. DOMINICOS 2003
Lucero del alba
Ayer celebrábamos la solemnidad del Corazón de Jesús, del Amor. Propio de hijos
bien nacidos es que hoy, junto al Hijo, encontremos a su Madre. El Papa Pío XII,
muy sensible a la celebración del amor compartido entre el Hijo y la Madre,
instituyó esta fiesta el año 1944. Celebrémosla con amor y fe.
María, que fue cauce providencial y madre privilegiada del Verbo encarnado,
antes de concebir a su Hijo físicamente lo concibió por la fe y el amor.
Y cuando el Hijo, concluída la obra de la redención, subió al cielo, al Padre,
ella se quedó físicamente entre nosotros sin el Hijo, pero siguió poseyéndolo en
fe y amor.
Nosotros, si hemos sabido del amor por el costado abierto de Cristo muerto,
hemos de saber también del amor sufrido por la Virgen María que en el Calvario
hizo ofrenda del Hijo por nosotros al Padre. Alabemos, pues, al Hijo y a su
Madre.
OREMOS:
Lucero del alba,
luz de mi alma, santa María.
Virgen y Madre,
hija del Padre, santa María.
Flor del Espíritu,
Madre del Hijo, santa María.
Amor maternal,
del Cristo total, santa María. Ruega por nosotros. Amén.
Palabra de Dios
Lectura del profeta Zacarías 2, 10-13:
“¡Alégrate y goza, hija de Sión!, que yo vengo a habitar dentro de ti...
Aquel dìa se unirán a Sión muchos pueblos, y serán pueblo mío. Habitaré en medio
de ti, y tú comprenderás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti. El
Señor tomará posesión de Judá sobre la tierra santa y elegirá de nuevo a
Jerusalén. ¡Calle toda carne ante el Señor cuando se levanta de su santa
morada!”
Estas palabras del profeta pueden aplicarse a todo Israel, a la hijas de Israel,
a María como la hija por excelencia de Israel. Nosotros nos complacemos en ver
la realización de todas las bendiciones en María Virgen, Madre.
Evangelio según san Lucas 2, 41-51:
“Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y
cuando esta terminó, se volvieron; pero el Niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin
que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron
una jornada y se pusieron abuscarlo entre los parientes y conocidos.Al no
encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros,
escuchándoles y haciéndoles preguntas... Al verlo, se quedaron atónitos, y le
dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te
buscábamos angustiados. Él les contestó : ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que
yo debía estar en la casa de mi Padre?...”
En la liturgia se toman estas palabras como un ejemplo de lo que es en la vida
humana el amor sincero, pleno, sufrido, obsequioso... Las expresiones
evangélicas marcan muy bien el realismo de la maternidad de María. Es mujer de
carne y hueso, de fibras sensibles y gran corazón. Tan grande que todos cabemos
dentro de él.
Momento de reflexión
Hija de Sión.
El profeta Zacarías, por el año 520 antes de Cristo, experimenta el gran gozo de
la libertad del pueblo de Israel, bajo el reinado de Ciro, tras el destierro en
Babilonia.
En ese estado de ánimo, lleno de júbilo, dice a una joven jerosolimitana que la
ciudad habrá de tener las puertas abiertas porque vendrán a ella pueblos enteros
que buscan la paz y la libertad y la liberación.
Sucederá de ese modo, porque el Señor, Yhavé, está dadivoso con su pueblo, y ,
porque, por medio de éste, quiere ser también dadivoso con los otros pueblos.
Para nosotros hoy, en la liturgia, esa joven, hija de sión, es la Virgen María a
la que se anuncia la liberación y salvación por medio de su Hijo.
Hijo, por qué nos has tratado así?
En el Evangelio se ha elegido un texto muy significativo: aquel en que se nos
muestra a la Sagrada Familia bajo variados matices y colores: como fiel y
devota, acudiendo al templo cada año; como buena educadora, que va elevando al
Hijo conforme a su edad, y lo lleva consigo a la peregrinación a Jerusalén a los
doce años; como confiada y abierta, pues sabe de la buena condición de Jesús que
gusta de alternar con sus parientes y amigos; como muy sensible en el amor y muy
angustiada por su responsabilidad y pérdida del Hijo; como caminante en la
niebla de la fe, pues no acierta todavía a comprender el misterio y la misión de
Jesús...
Todo ello labraba día a día el corazón inmaculado de la Madre, madre de Jesús y
madre nuestra.
El tiempo y la gracia del Espíritu llevaban a María hacia la mejor comprensión
de que su amor y su corazón habrían de pasar por la Cruz.
3. CLARETIANOS 2003
En esta semana de “solemnidades”, yo sumo hoy la tercera. La razón es que para los Misioneros Claretianos hoy es un día especial. Nuestro primer nombre es: “Hijos del Inmaculado Corazón de María”. No creo que exista en todo el año una semana que agrupe “tres” solemnidades.
Para ambientarnos en el sentido de la liturgia de hoy os invito a contemplar con calma alguna reproducción iconográfica del Corazón de María. Por lo general, todas presentan a María con un corazón circundado de llamas. ¿Qué puede significar esto para nosotros?
Sin interioridad el hombre moderno no descubre quién es. Se limita a intuir para qué sirve, qué le agrada o le desagrada y cómo puede sobrevivir. Confundirá la felicidad con la satisfacción de sus apetencias. Convertirá a los otros en objeto de explotación. Sólo en el centro de su ser, en lo que la Biblia llama “corazón”, se asombrará de su propio misterio. Y barruntará el misterio de ese Dios que es más íntimo a nosotros que nosotros mismos. Desde el centro de su más profunda identidad, se convertirá en un defensor de la vida, en un apasionado de todo cuanto es humano.
La propuesta es clara, aunque resulte muy contracultural. Pero, ¿quién nos acompañará en nuestro viaje hasta el interior? ¿Dónde están los maestros que pueden despertarnos? El Papa Juan Pablo II se lo dijo con mucha claridad a los jóvenes en su reciente visita a España: “María es la mejor Maestra para llegar al conocimiento de la verdad a través de la contemplación”. Antes, la ha presentado como Madre cercana, discreta y comprensiva.
El viaje mariano a la interioridad, ¿no se parece a la búsqueda de un refugio intimista, tan deseado por muchos jóvenes que buscan abrigo en este mundo gélido?
Cuando Juan Pablo II
habla de este viaje mariano a la interioridad no está proponiendo lo que ofrecen
muchos movimientos espirituales de la “nueva era”. No les está diciendo a los
jóvenes que escapen de la realidad. Les está diciendo que para ponerse en el
camino del servicio, como hizo María, o para estar junto a la cruz de los
sufrientes, es necesario “guardar todo en el corazón”. Porque sólo desde el
corazón podemos entregarnos por entero.
Gonzalo (gonzalo@claret.org)
4. COMENTARIO
1 - Lc 2, 41-51
JESUS SE EMANCIPA DE ISRAEL
Hemos llegado al último relato del mal llamado «Evangelio de la infancia». Los
pocos que se han atrevido a negar el carácter histórico de este relato le han
atribuido valor legendario, han buscado paralelos en otras culturas, han puesto
de relieve trazos sobrehumanos propios de un niño prodigio... Después las aguas
han vuelto a su cauce, se ha mantenido su valor histórico y se han extraído toda
suerte de lecciones.
Acostumbrados ya a leer los relatos anteriores como una catequesis de adultos
impartida a la comunidad «para que compruebe la solidez de las enseñanzas con
que había sido instruida» durante el catecumenado, carece de sentido que Lucas
se haya explayado aquí contándonos un incidente que tuvo lugar cuando Jesús
(según el cómputo judío) alcanzó el umbral de su vida adulta. Al igual que en
los relatos anteriores, Lucas se ha preocupado del sentido teológico de la
escena, ya que en ningún momento se ha propuesto escribir unas memorias -ni
siquiera fragmentarias- de la vida privada de Jesús, sino, por el contrario,
desglosar su creciente personalidad y su progresiva emancipación de las
categorías socio-religiosas de su entorno judío.
La escena no tiene correlativo en la presentación paralela que ha hecho de la
persona y futura actividad del precursor. Por eso Lucas la ha enmarcado entre
dos colofones que se complementan mutuamente, como veremos en su momento. La
escena tiene valor teológico. Sirve para anticipar la nueva relación que se ha
establecido entre Dios y el Hombre, relación que produjo desconcierto entre sus
connacionales, pero que dejó trazas en la memoria del pueblo fiel.
JESUS SE DESMARCA DE SU ENTORNO FAMILIAR
Lucas crea un marco apropiado para esbozar el que será el tema central de la
nueva enseñanza impartida por Jesús: el éxodo definitivo del hombre libre fuera
de la institución judía. Para ello nada mejor que las fiestas de Pascua, en que
se rememoraba el éxodo de Egipto: «Sus padres iban en peregrinación cada año a
Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús había cumplido doce años,
subieron ellos según la costumbre, y cuando los días terminaron, mientras ellos
regresaban, el joven Jesús se quedó en Jerusalén sin que se enteraran sus
padres» (2,41-43).
María y José, exactos cumplidores de la Ley, observaron escrupulosamente el
período prescrito (dos días como mínimo), y una vez cumplidos los ritos
pascuales regresaron a su pueblo. Lucas subraya que «subieron ellos según la
costumbre», dejando entrever que Jesús no fue allí con la misma intención, y que
«mientras ellos regresaban» él se quedó. «Creyendo que iba en la caravana,
después de una jornada de camino se pusieron a buscarlo entre los parientes y
conocidos; al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca» (2,44-45).
La triple mención de «Jerusalén» (en sentido sacral) nos indica que lo que Lucas
quiere enseñarnos tiene que ver con la institución religiosa del judaísmo. Trece
años era la edad requerida para que un judío tomase parte activa en la
comunidad israelita. A partir de esa edad, Jesús, como buen judío, quedaría
obligado a las observaciones de su religión. Pero de momento ya se ha desmarcado
de sus padres, parientes y conocidos, es decir, de su entorno familiar.
LAS ENSEÑANZAS RABINICAS SOBRE EL EXODO,
EN ENTREDICHO
«A los tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían estaban
desconcertados de sus inteligentes respuestas» (2,46-47). Los «tres días» de
búsqueda incesante indican que lo buscaron por todas partes, menos en la
dirección que Jesús había tomado. Encuentran a Jesús en una escuela del templo,
«sentado en medio de los maestros», es decir, no como un discípulo (no se dice
que estuviese sentado a los pies de los maestros judíos) ni siquiera como un
maestro más (impartían la enseñanza «sentados»), sino como el centro de una
discusión entablada entre colegas a base de preguntas y respuestas, cuya
temática no podía ser otra que el sentido de la Pascua. Jesús, en lugar de
asistir a las ceremonias, había ido al templo para poner en entredicho la
enseñanza tradicional de los rabinos, mostrándose buen conocedor de las
tradiciones de Israel y evidenciando su sentido crítico frente a ellas. Los
maestros judíos, a su vez (única ocasión en que Lucas los llama «maestros»; en
adelante los llamará «maestros-de-la-Ley» 5,17], «letrados» [5,21] o «juristas»
[7,30]), le harán preguntas, pero él sembrará el desconcierto entre sus filas (lit.
los dejará «fuera de sí») con sus «inteligentes respuestas». Lucas anticipa así
la postrera enseñanza de Jesús en el templo (cf. 19,47-21,38), cuando el Mesías
declarará caduca la enseñanza judía.
LAS TRADICIONES PATRIAS, DEJADAS A UN LADO
«Al verlo, quedaron impresionados, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué te has
portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!"
El les contestó: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en
lo que es de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron lo que les había dicho»
(2,48-50).
El reproche de la madre es el del Israel fiel que ha intentado por todos los
medios integrar a Jesús en su pasado nacional y religioso. «Tu padre» recalca el
vínculo legal y le recuerda a Jesús el papel de José en su educación y
comportamiento ante la Ley. No conciben que el Mesías pueda separarse de la
tradición representada por ellos.
Jesús habla por primera vez en el Evangelio y corrige el dicho de María: se
extraña de que lo 'buscaran', puesto que tenían suficientes elementos de juicio
para llegar a comprender que, según designio divino («tengo que estar»), no era
en el templo como lugar de sacrificios donde debían buscarlo (cf. 19,46: «cueva
de bandidos»), sino como lugar de la presencia divina («en lo que es de mi
Padre»), presencia que Jesús ve reflejada solamente en la Escritura antigua:
por eso discute con los maestros de Israel que se arrogaban el derecho de
interpretarla en exclusiva.
Al llamar a Dios «mi Padre», Jesús se independiza de los suyos y rompe con la
integración en la cultura religiosa de Israel que éstos han querido efectuar.
Con la incomprensión de «sus padres», Lucas anticipa ya la incomprensión de que
será objeto por parte de todos: dirigentes de Israel, pueblo y discípulos.
LA LARGA ESPERA EN EL ANONIMATO DEL PUEBLO
«Bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba
todo aquello en la memoria» (2,51). Lucas no podía ser más lacónico. Los
plumíferos, buscadores de noticias de primera plana, deberán estrujar su
cerebro para conseguir un guión que satisfaga la curiosidad de un público
infantilizado.
Pero Jesús sigue allí, entre los suyos, como uno más. Ni siquiera se ha retirado
al desierto. No cuestiona la autoridad de sus padres, aunque ésta haya quedado
muy relativizada en la escena paradigmática del templo. Todavía no ha llegado el
momento de que manifieste su libertad.
Jesús acumula imágenes y experiencias, escucha el clamor de su pueblo humillado
y oprimido, conoce de cerca su entorno, los problemas de su gente, las
represalias provocadas por los fanáticos, la connivencia de las autoridades
políticas y religiosas con los invasores. Asiste a la sinagoga, escruta con
diligencia las Escrituras, discute con los rabinos.
Sus padres no comparten en absoluto el comportamiento tan singular de este
joven, pero María sigue almacenando en su memoria experiencias y recuerdos (cf.
2,19) cuyo significado no llega a comprender: la mención de «su madre» al
principio, en el momento del encuentro, cuando le formula el reproche (2,48b), y
al final, una vez Jesús se ha sometido de nuevo a la patria potestad (2,51d),
enlaza la pregunta/reproche con la grabación en la memoria de la respuesta de
Jesús; María, aun cuando no lo comprenda, no se cierra en banda, antes bien, lo
guarda en su interior a la espera del momento en que el resto de Israel, a quien
ella representa como «madre» del Mesías, acepte y dé su adhesión a un Mesías que
no está sujeto a las tradiciones patrias, pues tiene a Dios como a único Padre.
SEGUNDO COLOFON:
CRECIMIENTO DE JESUS EN TODOS LOS SENTIDOS
«Jesús iba progresando en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres»
(2,52). El primer colofón, tras la primera vuelta a Nazaret, habla del
crecimiento del niño. En este segundo colofón ya no se habla propiamente de
«crecimiento», sino de «progreso», como compete a un joven: «Jesús», precisa
ahora (no ya «el niño», cf. 1,80a; 2,40a), sigue adelantando en «saber» (cf.
2,40b; tanto él como Juan Bautista serán reconocidos más tarde como «maestros»),
en «madurez» personal asociada al crecimiento en edad, más que en estatura
física (el término griego es ambivalente), y en «favor/gracia» no sólo «ante
Dios», sino ahora también «ante los hombres».
De hecho, los dos colofones que conciernen a Jesús se corresponden con el único
colofón relativo a Juan. Este tenía dos partes, la que hacía referencia a su
«crecimiento» personal (1,80a) y la que anticipaba cuál sería su concepción de
la sociedad, «residía en lugares desiertos», y el alcance de su misión, su
«presentación ante Israel» (1 ,80b). El primer colofón resume el «crecimiento»
personal de Jesús en términos muy parecidos al de Juan, pero sin adelantar nada
respecto a su futuro; el segundo, después de la ruptura de Jesús con las
tradiciones ancestrales, apunta el alcance universal de la futura misión de
Jesús, «ante Dios y los hombres», en contraste con la del Bautista, «ante
Israel».
COMENTARIO 2
"Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón". El verbo
traducido por "conservar" significa guardar, mantener en la memoria lo que se
considera valioso, como si se tratara de un tesoro. El sustantivo traducido por
"cosas" significa dichos y hechos, palabras y acontecimientos.
El evangelio de Lucas nos dice expresamente que María se admiraba y no entendía
(2, 48.50) algunas cosas. Pero no se conforma, sino que se esfuerza por
comprender el sentido de todo lo referente a su hijo. Se diferencia de los demás
testigos por el hecho de que ella trata de descubrir el significado más profundo
de los acontecimientos. Y a medida que lo va comprendiendo se convierte para
ella en una espada que atraviesa su alma (2, 35).
El tercer evangelio presenta a María como modelo de los discípulos, paradigma de
los creyentes, ejemplo del proceso de fe que tendrán que vivir todos los
seguidores de Jesús, los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica.
Ella es el puente entre los relatos de la infancia y el ministerio público de
Jesús. Quizá los versículos con los que comenzábamos este comentario indiquen
que María desempeñó un papel fundamental en la formación del evangelio y en la
transmisión de las tradiciones primitivas a las primeras comunidades cristianas.
Ella es testimonio y modelo de la actitud que han de tener todos los cristianos
ante la Palabra de Dios: acogida, meditada y puesta en práctica. Ella nos
transmite la fuerza del Espíritu a través de la Palabra encarnada que se hace
vida en nuestro compromiso de ser auténticos oyentes y servidores de la palabra
de Dios.
1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
5. 2003
Is 61, 9-11:
Desbordo de gozo con el Señor
Interleccional: Jdt 13, 23-25
Lc 2, 41-51: ¿No sabían que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?
Hoy, que se celebra
el día del Inmaculado Corazón de María, es conveniente contemplarla en sus
justas proporciones. Ya en el siglo IV, algunos Padres de la Iglesia amonestaban
a los cristianos para que no divinizasen a María porque ella "era el templo de
Dios, y no el Dios del templo" (San Ambrosio, El Espíritu Santo, III, 78-80). No
obstante estas advertencias, los predicadores en el pasado no tuvieron freno
para alabar y exaltar a la virgen. Abusando de la expresión atribuida a Bernardo
de Claraval -"De María no se habla nunca demasiado"- no tuvieron el pudor de
callar. La muchacha de Nazaret, que había proclamado que el Señor "derriba del
trono a los poderosos" (Lc 1,52), llegó a ser repetidamente entronizada y
coronada como reina con coronas de retórica que le han deformado su rostro. "La
sierva del Señor" (Lc 1,38) ha sido llamada "Reina del cielo" atribuyendo a la
virgen por excelencia el título que en la Biblia se le dio a la licensiosa
Astarté (Ishtar), diosa del amor y de la fertilidad (Jr 7,18).] Los innumerable
títulos y privilegios añadidos uno a otro durante siglos han terminado por
sepultar a la madre de Jesús bajo un cúmulo de detritos piadosos que han
impedido ver lo que María era en realidad: una mujer que tuvo la suerte de ser
la madre de Jesús y, al mismo tiempo, su discípula, siguiéndolo hasta los pies
de la cruz.
Y por eso, estos predicadores de teología ficción no saben qué hacer con
párrafos como el del evangelio de hoy, donde Jesús, la única vez que habla en el
evangelio de la infancia de Lucas, lo hace para pronunciar una frase que deja
perplejos a María y José, tratándolos de ignorantes. Cuando, al encontrarlo su
madre le dice: "¿Por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia
te buscábamos tu padre y yo! (Lc 2,48), Jesús no solo no acepta el tirón de
orejas, sino que reprocha a sus padres diciéndoles: "¿Por qué me buscábais? No
sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?".
Jesús reivindica la completa libertad de acción y recuerda a la madre que si
José es su marido, no por esto es su padre, como ella había afirmado
incautamente ("tu padre y yo", Lc 2,48).
Las palabras de Jesús, aunque no comprendidas, no son rechazadas por María que
"conservaba todo aquello en la memoria" (Lc 2,51). María, como nosotros, tuvo
que recorrer su camino de fe y de oscuridades hasta llegar a comprender quién
era aquel niño desconcertante que se proclamaba hijo de un Dios a quien le
llamaba “mi Padre”. María tendría que comprender que “su madre y sus hermanos
son los que cumplen el designio de Dios” (Mc 3,35). Y éste consistiría para
María en seguir a Jesús hasta los pies de la cruz aceptando compartir la suerte
del maestro: "Estaba presente junto a la cruz de Jesús su madre..." (Jn 19,25).
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
6. 23 de junio de 2001
EL INMACULADO CORAZON DE MARIA
CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA PORQUE HACE BROTAR LAS SEMILLAS COMO UN JARDIN
1. "María guardaba todas estas cosas en su corazón" (Lc 2,51). El Corazón de María dio su sangre y su vida a Jesús Niño, pues aunque la generación de Jesús, se realizó por obra del Espíritu Santo, pasó por las fases de la concepción, la gestación y el parto como la de todos los hombres. La maternidad de María no se limitó al proceso biológico de la generación, sino que contribuyó al crecimiento y desarrollo de su hijo, y como la educación es una prolongación de la procreación, indudablemente que el Corazón de María educó el corazón de su Niño, y le enseñó a comer, a hablar, a rezar, a leer y a comportarse en sociedad. Ella es Theotokos no sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo acompañó en su crecimiento humano. Poseyendo Jesús, la plenitud de la divinidad, parece que no tenía necesidad de educadores. Pero el Hijo de Dios vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (Hb 4,15). Y como todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta (Lc 2,40), requirió la acción educativa de sus padres. El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto a José y a María (Lc 2,51). Luego Jesús estaba abierto a la obra educativa de su madre y de José.
2. Los dones especiales de que María estaba dotada, la hacían especialmente apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En las circunstancias concretas de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para seguir e imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los hermanos. Desempeñando la función de padre, José cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador. Al enseñarle el duro trabajo de carpintero, José insertó a Jesús en el mundo del trabajo y en la vida social. María, junto con José, quien introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la alianza con el rezo de los salmos y en la historia del pueblo de Israel, centrada en el éxodo. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén por la Pascua. La obra educativa de María fue muy eficaz y profunda, pues encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil. La misión educativa de María, dirigida a un hijo tan singular, presenta características particulares con respecto al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en el hijo. El hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de María una orientación siempre positiva, excluyendo intervenciones encaminadas a corregir y ayuda a su Hijo Jesús a crecer, desde la infancia hasta la edad adulta, «en sabiduría, en edad y en gracia» (Lc 2, 52) y a formarse para su misión. María y José aparecen, por tanto, como modelos de todos los educadores. Los sostienen en las grandes dificultades que encuentra hoy la familia y les muestran el camino para lograr una formación profunda y eficaz de los hijos. Su experiencia educadora es un punto de referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios (Juan Pablo II).
3. Aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien le revele su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo la voluntad del Padre. De «maestra» de su Hijo, María se convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella. Jesús empleó los años más floridos de su vida, educando a su Madre en la fe. Tres años de vida itinerante y treinta años de vida de familia. La mejor discípula del Señor, fue formada por el mismo Señor, su Hijo. ¡Qué tierra más fértil la suya para recibir sus enseñanzas! Ella fue la única que dio el ciento por uno de cosecha. "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron! -Más dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la practican" (Lc 11,27).
4. Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado de María honramos a la persona misma de la Santísima Virgen. "Proprie honor exhibetur toti rei subsistenti” (Sum Theol 3ª q 5 a.1). Cuando se venera un órgano del cuerpo e1 culto se dirige a la persona, pues sólo ella es capaz de recibirlo. En la devoción al Corazón de Maria el homenaje va dirigido, pues, a la persona de la Virgen, significada en el Corazón. Una persona puede recibir honor por distintos motivos, por su poder, autoridad, ciencia, o virtud; pues, aunque el honor es uno, puede ser diferenciado. Así la Virgen es venerada en la fiesta de la Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad, o de la Asunción, con cultos distintos, porque los motivos son distintos. Por tanto, el culto a su Corazón Inmaculado es distinto, por el motivo, que es su amor.
5. Todas las culturas han visto simbolizado el amor en el corazón. En el de María, honramos la vida moral de la Virgen: Sus pensamientos y afectos, sus virtudes y méritos, su santidad y toda su grandeza y hermosura; su amor ardentísimo a Dios y a su Hijo Jesús y su amor maternal a los hombres redimidos por su sangre divina. Al honrar al Corazón Inmaculado de María lo abarcamos todo, pues él fué templo de la Trinidad, remanso de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura, de pena, de dolor y de gozo.
6. En cada época histórica ha predominado una devoción. En el sig!o I, la Theotocos, la Maternidad divina, como réplica a la herejía de Nestorio. En el siglo XIII, la devoción del Rosario. En el XIX, la Asunción y la Inmaculada. A mediados de ese mismo siglo comenzó a extenderse la devoción al Inmaculado Corazón de María, que ya antes había tenido sus adalides, como San Bernardino de Sena y San Juan de Avila; y en el siglo XVII, San Juan Eudes. Gran apóstol del Inmaculado Corazón de María fué San Antonio María Claret, que fundó la Congregación de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María. Pero es en el siglo XX, cuando alcanza su cenit con dos hechos trascendentales: las apariciones de la Virgen en Fátima y la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, hecha por Pío XII el año 1942. En Fátima la Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para asegurar la salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo. La Beata Jacinta Marto, le dijo a Lucía: "Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al Corazón Inmaculado de Maria". También se lo dirá después la Virgen. El año 1942, después de la consagración de varias diócesis en el mundo realizada por sus respectivos obispos, Pío XII hizo la oficial de toda la Iglesia. De este modo la devoción al Inmaculado Corazón de María se vió eficacísimamente confirmada y afianzada. Y después Pablo VI y, sobre todo Juan Pablo II, que se declara milagro de María: Santo Padre, le dijeron en Brasil: Agradecemos a Dios, sus trece años de pontificado. Y contestó, tres años de pontificado y diez de milagro. El ha sido el Pontífice que ha acertado a cumplir plenamente el deseo de la Virgen, cuyos resultados se han visto con el derrumbamiento del marxismo y la conversión de Rusia.
7. Cuando en el siglo XVIII, el mundo se enfriaba por el indiferentismo religioso de doctrinas ateas, se manifiesta Cristo a Santa Margarita María de Alacoque en Paray le Monial, y la constituye promotora del culto al Corazón de Jesús, y cuando en el siglo XX, el mundo se va a ver envuelto por amenazas de guerras, divisiones y odios, herencia nefasta del materialismo y del marxismo, pide la Virgen a los niños de Fátima, que extiendan la devoción al Inmaculado Corazón de Maria. Como remedio a los males actuales, la misma Virgen nos ofrece su Corazón Inmaculado, que es, ternura y dulzura, pero, a la vez, exigencia de oración, sacrificio, penitencia, generosidad y entrega. No basta el culto; hay que imitar sus virtudes.
7. En los seres racionales existe una sinergia, un lazo invisible, pero de irresistible fortaleza, que nos une con Dios, con los hombres y con las criaturas: el corazón. El Corazón de María, expresa el corazón físico que latía en el pecho de María, que entregó la sangre más pura y noble para formar la Humanidad de Cristo, y en el que resonaron todos los dolores y alegrías sufridos a su lado; y el corazón espiritual, símbolo del amor más santo y tierno, más generoso y eficaz, que la hicieron corredentora, con el cúmulo de capacidades y virtudes que adornan la persona excelsa de la Madre de Dios.
8. El Corazón es la raíz de su santidad eximia, y el resumen de todas sus grandezas, porque todos sus Misterios se resumen en el amor. Dios, que creó el mundo para el hombre, se reservó en él un jardín donde fuera amado, comprendido, mimado, el huerto cerrado del Cantar de lo Cantares. Su Santuario, su obra primorosa y singular. Su Corazón y su alma son templo, posesión y objeto de las delicias del Señor. Sólo su corazón pudo ser el altar donde se inmoló, desde el primer instante, el Cordero inmaculado. Según San Bernardo, Maria "fuit ante sancta quam nata": nació antes a la luz de la vida de la gracia que a la luz de este mundo...No hay un Corazón más puro, inmaculado y santo que el de María. Como el sol reverbera sobre el fango de la tierra, así su Corazón inmaculado brilló sobre las miserias del mundo sin ser contaminado por ellas. Es la Mujer vestida del sol del Apocalipsis (12,1).
9. La plenitud de la gracia que recibió María repercutió en su Corazón en el que no existió la más leve desviación en sus sentimientos y afectos. Su humildad, su fe, su esperanza, su compasión y su caridad, hicieron de su Corazón el trono del amor y el tabernáculo de la misericordia. El Corazón de María es el de la Hija más grata del Padre. El Corazón de la Madre que con mayor dulzura y ternura haya amado a su Hijo. El Corazón de la Esposa donde el Espiritu realizó la más grande de sus maravillas: concibió del Espíritu Santo.
10. Para los hombres, el Corazón de María es también un corazón humano, muy humano. Es el corazón de la Madre: Todos los hombres hemos sido engendrados en el Corazón Inmaculado de Maria: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19,26. San Juan nos representaba a todos. Poque amó mucho mereció ser Madre de Dios y atrajo el Verbo a la tierra, sin dolor; con sufrimiento y con dolor, ha merecido ser Madre nuestra. El amor a su Hjo y a sus hijos es tan entrañable y tierno, que guarda en su corazón las acciones más insignificantes de sus hijos, de quienes su Hijo Jesús es Hermano Mayor.
11. Dios ha querido conceder sus gracias a los hombres por el Corazón Inmaculado de María. Es el cuello del Cuerpo Místico por donde descienden las gracias de la Cabeza. Sus hijos predilectos son los santos. Ella goza viéndoles interceder por sus hermanos menores, y goza viendo que las gracias que le piden llegan a nosotros a través de Ella. Por su Corazón pasa todo cuanto ennoblece y dignifica al mundo: las gracias de conversión, la paz de las conciencias, las santas aspiraciones, el heroismo de los santos, los rayos más luminosos que le señalan al mundo las rutas de salvación. Como la imaginación, abandonada a sí misma, es la loca de la casa, el corazón dejado a la deriva, sin educar, es la perdición de toda nuestra persona, María nos enseña a amar con ardor, pero con gran pureza. El amor a Dios, a nosotros mismos y a nuestros hermanos halla el modelo humano más perfecto en el Corazón Inmaculado de Maria.
12. Ahora bien, si María fuera sólo Madre de la Iglesia como comunidad, y no Madre de cada uno de los miembros, sólo se preocuparía del bien de la Iglesia. Pero cada cristiano carecería de seguridad. Sería como un general que ama mucho a su ejército, pero no vacila en sacrificar a todos los soldados para salvar a la nación; y de intimidad, porque en una multitud tan grande, ¿cómo puede cada uno acercarse a Ella? El soldado no tiene fácil acceso al general; ni el ciudadano al rey. María no sería nuestra Madre, sino nuestra Reina, o nuestro general, distante de nuestras pequeñas preocupaciones.
13. Si una madre de diez hijos los amara sólo en grupo, y no se preocupara de cada uno en particular; si preparara comida, camas, descanso, trabajo, recreo para el grupo, no sería madre de familia, sino administradora de un colegio, o de un cuartel, donde la revisión médica se hace para todos una vez al año; y la vacuna colectiva, también. La madre de familia, lleva al médico a cada hijo siempre que lo necesita o se queja: no tiene un día al año de revisión para todos, ni de vacuna para todos. Con la Virgen María no estamos en un cuartel, ni en un colegio; sino en una familia, y bien pequeña: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el Reino" (Lc. 12,32).
14. A María le sobra corazón para atendernos a todos como si fuéramos únicos: Dios le dio Corazón de Madre para que con él amara a todos y cada uno de los hombres. Y, no sólo los de hoy, sino todos los de ayer y de mañana. Nosotros somos como la última floración, como el benjamín, al que prodiga sus cuidados.
15. Toda madre tiene amor particular a cada hijo exactamente igual que el que tiene a todos en conjunto. Y más al más desvalido, al subnormal, al extraviado. Si el Corazón de María es nuestra Madre, ama a cada hombre con el mismo amor con que ama a toda la Iglesia. Ninguna madre cuando tiene el primer hijo restringe su amor, reservándolo para los que vengan. Da todo su amor al primero y al segundo, sin quitar nada al primero, y sin ahorrar nada para el tercero. Cuida de todos, y de cada uno como si no tuviera otro. Sólo saboreando el amor singular de su Corazón a cada uno, se puede gustar la delicia de sentirse amados por Ella, y se dialogará con ella y se intimará con Ella y se gozará en Ella. Para llegar a su intimidad, que es importantísimo para nuestra vida interior, es preciso tener firme fe en ese amor particular.
16. Todos estos conceptos brotan del "Totus tuus" de Juan Pablo II, que en su Encíclica "Redemptoris Mater", ha escrito: "Se descubre aquí el valor real de las palabras dichas por Jesús a su madre cuando estaba en la Cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26). Estas palabras determinan el lugar de María en la vida de los discípulos de Cristo y expresan su nueva maternidad como Madre del Redentor: la maternidad espiritual, nacida de lo profundo del misterio pascual del Redentor del mundo.... Es esencial a la maternidad la referencia a la persona. La maternidad determina siempre una relación única e irrepetible entre dos personas: la de la madre con el hijo y la del hijo con la madre. Aun cuando una misma mujer sea madre de muchos hijos, su relación personal con cada uno de ellos caracteriza la maternidad en su misma esencia. En efecto, cada hijo es engendrado de un modo único e irrepetible, y esto vale tanto para la madre como para el hijo. Cada hijo es rodeado del mismo modo por aquel amor materno, sobre el que se basa su formación y maduración en la humanidad. Se puede afirmar que la maternidad «en el orden de la gracia» mantiene la analogía con cuanto «en el orden de la naturaleza» caracteriza la unión de la madre con el hijo. En esta luz se hace más comprensible el hecho de que, en el testamento de Cristo en el Calvario, la nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a un hombre: «Ahí tienes a tu hijo». Se puede decir, además, que en estas mismas palabras está indicando plenamente el motivo de la dimensión mariana de la vida de los discípulos de Cristo; no sólo de Juan, que en aquel instante se encontraba a los pies de la Cruz en compañía de la Madre de su Maestro, sino de todo discípulo de Cristo, de todo cristiano. El Redentor confía su madre al discípulo y, al mismo tiempo, se la da como madre. La maternidad de Maria, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre. El Redentor confia María a Juan en la medida que confía Juan a María"…Entregándose filialmente a Maria, el cristiano, como el apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su «yo» humano y cristiano: «la acogió en su casa. Así el cristiano trata de entrar en el radio de acción de aquella «caridad materna», con la que la Madre del Redentor «cuida de los hermanos de su Hijo», «a cuya generación y educación coopera» según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de Maria a los pies de la Cruz y en el Cenáculo. Esta relación filial, esta entrega de un hijo a la Madre, no sólo tiene su comienzo en Cristo, sino que se puede decir que definitivamente se orienta hacia El. Se puede afirmar que Maria sigue repitiendo a todos las mismas palabras que dijo en Caná de Galilea: «Haced lo que él os diga.En efecto es El, Cristo, e1 Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 4,6); es El a quien el Padre ha dado al mundo, para que el hombre «no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16)… Para todo cristiano y todo hombre, María es la primera que «ha creído», y precisamente con esta fe suya de esposa y de madre quiere actuar sobre todos los que se entregan a ella como hijos. Y es sabido que cuanto más perseveran los hijos en esta actitud y avanzan en la misma, tanto más María les acerca a la «inescrutable riqueza de Cristo (Ef 3,8). Con acierto, la capital de Ecuador, que está viviendo esta semana el momento más importante de este Jubileo del año 2000 con la celebración del Congreso Eucarístico Mariano, ha escogido el lema «Jesucristo, pan de vida para el mundo, por María». Porque sus hijos reconocen cada vez mejor la dignidad del hombre en toda su plenitud, y el sentido definitivo de su vocación, porque «Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre» (L.G.).
17. Durante el Concilio, Pablo VI proclamó solemnemente que «Maria es Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores» Más tarde, el año 1968, en el Credo del Pueblo de Dios, ratificó esta afirmación de forma más comprometida: "Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos. El Concilio ha subrayado que la verdad sobre la Santísima Virgen, Madre de Cristo constituye un medio eficaz para la profundización de la verdad sobre la Iglesia… Por consiguiente, María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia. En este sentido, Maria, Madre de la Iglesia, es también su modelo. En efecto, la Iglesia -como desea y pide Pablo VI- «encuentra en María, la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo».
18. El egoísmo afecta a todo amor creado, incluido el de las madres, con ser el más puro. Sólo el amor de la Virgen María no tuvo jamás mezcla de egoísmo. El amor de su Corazón es virginal, sin mezcla de egoísmo, amor puro. Amándonos con amor virginal, sabemos que no se busca a sí misma: sólo busca nuestro bien. Incluso nuestra correspodencia de amor a Ella, no la quiere por bien suyo, aunque en ella se goce como madre, sino por bien nuestro, para poder lograr nuestra transformación en Dios.
19. El amor particular que nos tiene engendra nuestra intimidad con Ella, y el amor virginal abandono total en su Corazón, pues no nos ama como madre humana, sino como Madre de Dios, con la perfección que le confiere su Maternidad divina. Con el mismo amor con que ama a su Jesús. Al amar a Dios lo ha hecho"Emmanuel", "Dios con nosotros" y al amarnos a nosotros, nos identifica con El.
20. El amor de los padres resulta con frecuencia ineficaz para proteger y defender a sus hijos, aunque su entrega, no pueden impedir que enfermen, sufran accidentes, mueran. Hacen por ellos lo que pueden, pero pueden muy poco. Pero como María nos ama con su Corazón de Madre de Dios, su eficacia es absoluta, porque tiene en sus manos la omnipotencia divina, no por ser madre nuestra, sino por ser Madre de Dios.
21. En una familia de cinco hijos, de los cuales uno es infinitamente rico y poderoso, y los otros cuatro pobres, la madre no consentirá que el rico no socorrra a sus hermanos pobres. María no podrá consentir que su Hijo Jesús, le impida usar de su infinita riqueza y poder para socorrernos a nosotros. Esto no va a ocurrir nunca, pues ha sido Jesús quien la ha hecho nuestra madre, y administradora de su Corazón de Jesús y jamás pondrá límites al uso que su Corazón haga de sus tesoros infinitos.
22. Si el Padre hubiera concedido al Corazón de María algo a condición de que no fuera también nuestro, lo hubiera impedido: Si me haces su madre no me des nada que yo no pueda compartir con ellos. Al darnos el Corazón de su Madre y nuestra Madre, ha hecho nuestros todos los dones y riquezas que puso en su Corazón: su predestinación si la queremos, el cariño con que la envuelve, y los regalos con que Dios la recrea. No se puede amar a la Madre, si no se ama a sus hijos, ni se puede favorecer a la madre, si se abandona a sus hijos.
23. Si a un niño pequeño le diéramos una joya preciosa, la perdería. Por eso se la damos a su madre, para que la conserve. Por eso Dios no ha querido darnos sus dones directamente, porque ya tiene experiencia de lo que pasó con Adán, y se los ha confiado a María, que nunca los perderá. Estando en sus manos son nuestros. Ella nos los conserva. Su Corazón es nuestra seguridad, nuestro tesoro inviolable. Todo lo suyo es nuestro, Ella lo quiere para nosotros. Toda la inocencia de María, su pureza, su santidad, su humildad, su amor a Dios y a los hombres, son nuestros, porque Ella es nuestra. (San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor, 26). Y como son nuestros los podemos ofrecer a Dios, especialmente cuando no encontramos nada que ofrecerle. Entonces es cuando le ofrecemos más y la conquistamos más, porque somos más pobres.
24. Su Corazón hace suyos nuestros pecados y dolores, como los hizo suyos Jesús en su pasión y en la Eucaristía. Nuestros pecados, dolores y aflicciones. Los pecados: «Este es el Cordero de Dios, que toma sobre sí, ahora los pecados del mundo"; los dolores y sufrimientos: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Act. 9,4): al perseguir Saulo a los cristianos, Cristo mismo se sintió perseguido. Como en la Eucaristía Jesús sufre viendo nuestrasdolencias reactivando su pasión; y goza inefablemente, viéndonos a su lado, el Corazón de María, que en la Cruz estaba unida a su Jesús como Corredentora, se identificó con ellos, sufriendo todos nuestros dolores y pecados, y recibiendo hoy el consuelo de nuestra gratitud e intimidad. Siempre y en cada momento compadece con nosotros. Cuando pecamos, vuelve a sentirse como avergonzada y pecadora. Por eso Jesús nos perdona tan fácilmente, para quitarle a su Madre la humillación de nuestros pecados, que la oprime porque somos sus hijos. Igual que el Padre nos perdona para quitar a su Hijo el oprobio que en la Eucaristía siente de nuestros pecados porque los hace suyos, y al quitárnoslos se los quita a El. Sin la Eucaristía sería muy difícil nuestro perdón, a pesar de la pasión de Cristo, que quedaría demasiado lejos, y es ahora cuando necesitamos que El haga suyo lo nuestro.
25. Porque el Corazón de María hace suyos ahora nuestros pecados, y siente con nosotros todas nuestras aflicciones, dolores y penas, no debemos desconfiar ni desesperar. Ella es refugio de pecadores. Y cuando después del pecado nos echamos en sus brazos, Ella nos anima diciendo: Me siento Yo manchada; mas como mi Hijo quiere verme totalmente limpia, os limpiará a vosotros para que todos estemos limpios.
26. El Corazón de María es nuestro consuelo. No nos acompaña en el sufrimiento por pura fórmula. Llora con nosotros, sufre con nosotros nuestro mismo dolor, está con nosotros, tratando de que superemos la depresión de vernos solos y abandonados en el sufrimiento y en el dolor, especialmente en esta época de angustia, vacío y ansiedad. Siempre nos queda su Corazón, sus brazos acogedores que llevan nuestra misma carga, haciéndola ligera. Y Jesús, amando a su Madre, para hacer ligera la carga de Ella, la lleva con Ella y con nosotros, y nos dice: "Venid a Mí todos los que estáis cargados y agobiados, y yo os aliviaré, porque mi yugo es suave, y mi carga ligera" (Mt. 11,28). Si aprendemos a ir a Jesús por María, hallaremos fortaleza y hasta verdadera delicia en el sufrimiento y en el dolor. La compañía que nos hacen los que nos aman es externa y desde fuera: son incapaces de llegar al nivel de nuestro dolor. El Corazón de María siente en nosotros y con nosotros todas nuestras angustias y dolores, porque conoce ahora, y siente en su carne, lo que estamos pasando. Y si su Corazón prefiere sufrir con nosotros ese dolor antes que quitárnoslo, es porque ve que es necesario que lo pasemos. Cuántos bienes deben seguirse de estos sufrimientos, humillaciones, anonadamiento y aislamiento, olvidos, desprecios, dolores físicos y morales, y hasta los mismos pecados que nos humillan y confunden, cuando el Corazón de María, pudiéndolo evitar, prefiere hacerlo suyo, y sufrirlo en nosotros y con nosotros. Si lo tenemos presente veremos la luminosidad de la cruz, y entenderemos lo que nos dice San Pablo: "Dios, a los que decidió salvar, determinó hacerlos conformes a la imagen de su Hijo" (Rom. 8,29), y "seremos conglorificados con El, si padecemos con El"(Rom. 8,17). Entonces comprendemos los deseos ardientes que los santos tuvieron de sufrir, y no nos extrañará oír a Santa Teresa: "O padecer o morir".
27. La ilusión mayor de una madre es que su pequeño llegue a adulto y se haga fuerte como su padre: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mt. 5,48). Ese es el deseo del Corazón de María: que lleguemos a la perfección del Padre Celestial, copiando a su Jesús, que agota la perfección del Padre, pues es esplendor de su gloria e imagen desu substancia. Esa es la clave para entender el empeño del Corazón de María en dejarnos sufrir.
28. Bueno es y muy provechoso que reflexionemos y meditemos las verdades eternas y desentrañemos con nuestro esfuerzo el valor y la riqueza de las virtudes y la maldad de los pecados y su fealdad, y la belleza del amor, pero, como obra nuestra, tengo para mí, que esta reflexión y actividad se queda a mitad camino, como diría San Juan de la Cruz, "con ella se hace poca hacienda". Reflexionando vemos, pero ya decía el clásico: "Video meliora, proboque, deteriora sequor". "Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor". Y San Pablo: "No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero" (Rm 7,19). Lo vemos, pero nos faltan fuerzas para hacer la verdad y lo mejor. Son las fuerzas que Dios nos ofrece por manos del Corazón de María, por eso lo más lógico feficaz de razón y de fe, es llevar a la Eucaristía los problemas y en presencia y compañía del Corazón de María, derramar nuestro corazón, problemas y tentaciones para que como por ósmosis y en otra dimensión de nuestro ser, transformen nuestra vida, sin saber cómo y sin poderlo explicar.
"Entréme donde no supe,
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
Yo no supe dónde entraba,
Pero cuando allí me ví,
Grandes cosas entendí;
No diré lo que sentí,
Pero me quedé no sabiendo,
Toda ciencia trascendiendo" (San Juan de la Cruz).
29.
"¡Oh Dios, tú que has preparado en el Corazón de María, una digna morada al
Espíritu Santo, haz que por la intercesión de su Corazón y su compañía e
intimidad, lleguemos a ser templos de su gloria". Amen.
JESUS MARTI BALLESTER
7. DOMINICOS 2004
Inmaculado Corazón de María
Ayer celebrábamos la solemnidad del Corazón de Jesús, del Amor. Hoy, como es
propio de hijos bien nacidos, junto al Hijo, queremos tener a su Madre.
Fue el Papa Pío XII, muy sensible a la celebración del amor compartido entre el
Hijo y la Madre, quien instituyó esta fiesta del Corazón de María el año 1944.
Celebrémosla nosotros con amor y fe, con parecida sensibilidad.
Creamos como ella. María –por medio de la fe- fue cauce providencial, madre
privilegiada del Verbo encarnado, antes de concebir a su Hijo físicamente en su
seno.
Vivamos, suframos y amemos como ella. María, acompañando corporal y
espiritualmente a su Hijo en la misión salvífica, hizo ofrenda de sí misma en
servicio doloroso y gozoso de amor y fe.
Confiemos y esperemos como ella. María, cuando el Hijo hubo concluido su obra de
redención y subió al Padre, se quedó físicamente entre nosotros, sin el Hijo,
sufriendo, gozando, amando, esperando. Su alma estaba místicamente en el cielo y
su cuerpo entre nosotros. Alabemos, pues, al Hijo y a su Madre.
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Lectura del profeta Zacarías 2, 10-13:
“¡Alégrate y goza, hija de Sión!, que yo vengo a habitar dentro de ti...
Aquel día se unirán a Sión muchos pueblos, y serán pueblo mío.
Habitaré en medio de ti, y tú comprenderás que el Señor de los ejércitos me ha
enviado a ti. El Señor tomará posesión de Judá sobre la tierra santa y elegirá
de nuevo a Jerusalén.
¡Calle toda carne ante el Señor cuando se levanta de su santa morada!”
Evangelio según san Lucas 2, 41-51:
“Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y
cuando esta terminó, se volvieron; pero el Niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin
que lo supieran sus padres.
Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a
buscarlo entre los parientes y conocidos. Al no encontrarlo, se volvieron a
Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en
medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas... Al verlo, se
quedaron atónitos, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira
que tu padre y yo te buscábamos angustiados. Él les contestó : ¿por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?...”
Reflexión para este día
Alegría en el Corazón de María y en la liberación del pueblo.
Recordemos que el profetas Zacarías, por el año 520 antes de Cristo, experimentó
un gran gozo: el de la libertad del pueblo de Israel, bajo el reinado de Ciro,
tras el destierro.
Como israelita y profeta, lleno de júbilo, cantó simbólicamente a una joven
jerosolimitana pidiéndole –como alma de la ciudad- que tuviera las puertas
abiertas, pues un día de bendición vendrían a ella pueblos enteros paz y la
liberación.
Hoy la liturgia quiere interpretar que esa hija de Sión es la Virgen María, que
anuncia nuestra salvación y liberación por medio de su Hijo. Mas no entiende que
el gozo de la joven jerosolimitana –con anuncio mesiánico de paz, liberación,
salvación- se dará en tono festivo superficial sino labrando día a día en
profundidad el Corazón de mujer y madre: de mujer fiel y devota, que acudiendo
al templo cada año; de buena educadora, que va elevando la formación del Hijo
conforme a su edad; de confiada y abierta, pues sabe de la buena condición de
Jesús que gusta de alternar con sus parientes y amigos; de muy sensible en el
amor y dolor ; de caminante en la niebla de la fe, a la que no se le descubren
los misterios y misión de su Hijo, Jesús.
8. CLARETIANOS 2004
Todas las generaciones, sin interrupción alguna,
seguimos llamando a María bienaventurada. La celebración de la fiesta del
Inmaculado Corazón de María nos hace volver los ojos, en silencio estremecido,
hacia lo que ella guardaba en su corazón. Repasemos su fe y su amor hasta
aprenderlas de memoria –un francés diría “par coeur”, “a través del corazón”-.
Acerquémonos hoy a ese núcleo íntimo, que tanto contiene y tanto expresa, al
que, con lenguaje bíblico, llamamos corazón. No cedamos a la inercia, al
descuido o a la superficialidad. Al colocarnos junto a María sentiremos cómo
ella a su vez nos pone junto a Jesús.
En el corazón de María encontramos, ante todo, dos excesos: El exceso del amor
loco de Dios que se vuelca hacia ella con desmesura: “Bendita,... el Señor está
contigo”. Y el exceso de la confianza de María que se rinde a Él por entero: “Se
haga en mí tu voluntad”. La confluencia de estos dos excesos hace de María la
Mujer por excelencia, la profecía de humanidad. Ser hombre o mujer será siempre
una forma deficiente de ser como María. En la bellísima página evangélica de hoy
nos recuerda cómo ella une experiencia de la fe y encuentro humano. La fe no se
vive pensando o estudiando, sino amando. Dos gestos concretos del corazón de
María, mística de la acción, lo retratan:
El primero “salir” . Inmediatamente después de la Anunciación, María deja
Nazaret y va aprisa a ayudar a Isabel. Su atrevido viaje está apremiado de
urgencias. No se recluye en el recinto estrecho de la singular experiencia
religiosa que acaba de tener. No permanece incurvada relamiéndose las mieles
místicas de Nazaret, sino que vuela en ayuda de Isabel. Deja a Dios por amor y,
así, por amor también, recupera a Dios. El se esconde en aquella que la
necesita. A los que somos gente de poca fe, y que estamos demasiado centrados en
nosotros mismos y en nuestro reducido mundo, la contemplación de esta escena
puede tener efectos terapéuticos. La salud de la fe pasa por el desasimiento. Un
corazón nos lo dice. Se trata de des-ligarse (del yo) para ob-ligarse (con el
tú). No debemos confundirnos.
El segundo “celebrar” . Cuando ya los gestos no son capaces de contener la verdad, entonces hablan los ojos y los labios de María con el más bello canto que haya podido hacer mujer alguna. Lucas pone la letra y María la música. Nos dice cómo es Dios, cómo somos los hombres, hacia dónde va la historia. Y en ese marco reconoce con humildad lo grande que Dios ha sido con ella. Asombra esta fe arrodillada y exultante. Eso es creer. Experimentar lo que se anuncia. Y anunciar la experiencia. Y la única forma de transmitirla es celebrando una fiesta. Porque es buena noticia, anuncio del Dios fascinante y maravilloso que encandila y conmueve.
En nuestras sociedades contemporáneas centradas en el propio yo de cada cual, los que tenemos a María por Madre y Maestra deberíamos ser, en medio de tantas prisas ambiciosas y egoístas, los últimos rebeldes. Y mantener así en la tierra esa raza de personas que, como María, dejen que Dios disponga de ellos y lo anuncien con la perfecta alegría.
Juan Carlos Martos
(martoscmf@claret.org)
9. EL INMACULADO CORAZON DE MARIA
Por Jesús Martí Ballester
Aunque la concepción de Jesús se realizó por obra del Espíritu Santo, pasó por
las fases de la gestación y el parto como la de todos los niños. Admirablemente
el Corazón de María dio su sangre y su vida a Jesús Niño, pero la maternidad de
María no se limitó al proceso biológico de la generación, sino que contribuyó al
crecimiento y desarrollo de su hijo. Siendo la educación una prolongación de la
procreación, el Corazón de María educó el corazón de su Niño, y le enseñó a
comer, a hablar, a rezar, a leer y a comportarse en sociedad. Ella es Theotokos
porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, y porque lo acompañó en su
crecimiento humano. Jesús es Dios, pero como hombre tenía necesidad de
educadores, pues vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la
nuestra, excepto en el pecado (Hb 4,15). Y como todo ser humano, el crecimiento
de Jesús, requirió la acción educativa de sus padres. El evangelio de san Lucas,
particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret
estaba sujeto a José y a María (Lc 2,51). Y "María guardaba todas estas cosas en
su corazón" (Lc 2,51).
LA EDUCADORA
Los dones especiales de María, la hacían apta para desempeñar la misión de madre
y educadora. En las circunstancias de cada día, Jesús podía encontrar en ella un
modelo para imitar, y un ejemplo de amor a Dios y a los hermanos. José, como
padre, cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente
favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador. Enseñándole el
oficio de carpintero, José insertó a Jesús en el mundo del trabajo y en la vida
social. María, junto con José, introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones
de Moisés, en la oración al Dios de la Alianza con el rezo de los salmos y en la
historia del pueblo de Israel. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la
sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén por la Pascua. María
encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil. Ella garantizó
las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los
valores esenciales del crecimiento del hijo. María le dio una orientación
siempre positiva, sin necesidad de corregir y sólo ayudar a Jesús a crecer «en
sabiduría, en edad y en gracia» (Lc 2, 52) y a formarse para su misión. María y
José son modelos de todos los educadores. Su experiencia educadora es un punto
de referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en
condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del
desarrollo integral de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y
que corresponda al proyecto de Dios (Juan Pablo II).
Aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones
del pueblo de Israel, será él quien le revele su plena conciencia de ser el Hijo
de Dios, siguiendo la voluntad del Padre. De maestra de su Hijo, María se
convirtió en su discípula. Jesús empleó los años más floridos de su vida,
educando a su Madre en la fe. Lo trascendental que resulta y fecundo gastar
largos años en la formación de un santo. Tres años de vida itinerante y treinta
años de vida de familia. La mejor discípula del Señor, fue formada por el mismo
Señor, su Hijo. ¡Qué tierra más fértil la suya para recibir sus enseñanzas! Ella
fue la única que dio el ciento por uno de cosecha. En realidad dijo toda verdad
aquella mujer: "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!
-Más dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la practican" (Lc 11,27).
¿CULTO AL CORAZON?
Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado de María honramos a
la persona misma de la Santísima Virgen. "Proprie honor exhibetur toti rei
subsistenti” (Sum Theol 3ª q 5 a.1). El honor y culto que se da un órgano del
cuerpo se dirige a la persona. El amor al Corazón de Maria se dirige a la
persona de la Virgen, significada en el Corazón. Una persona puede recibir honor
por distintos motivos, por su poder, autoridad, ciencia, o virtud. La Virgen es
venerada en la fiesta de la Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad, o de
la Asunción con cultos distintos, porque los motivos son distintos. El culto a
su Corazón Inmaculado es distinto por el motivo, que es su amor. Todas las
culturas han visto simbolizado el amor en el corazón. En el de María, honramos
la vida moral de la Virgen: Sus pensamientos y afectos, sus virtudes y méritos,
su santidad y toda su grandeza y hermosura; su amor a Dios y a su Hijo Jesús y a
los hombres, redimidos por su sangre. Al honrar al Corazón Inmaculado de María
lo abarcamos todo, como templo de la Trinidad, remanso de paz, tierra de
esperanza, cáliz de amargura, de pena, de dolor y de gozo.
EL SIGNO DE LOS TIEMPOS
En cada época histórica ha predominado una devoción. En el siglo I, la Theotokos,
la Maternidad divina, como réplica a la herejía de Nestorio. En el siglo XIII,
la devoción del Rosario. En el XIX, la Asunción y la Inmaculada. A mediados de
ese mismo siglo se fue extendiendo la devoción al Inmaculado Corazón de María,
adelantada ya por San Bernardino de Sena y San Juan de Ávila; y en el siglo XVII,
San Juan Eudes. San Antonio María Claret, fundó la Congregación de los
Misioneros del Inmaculado Corazón de María Inmaculado de María en el XIX. Y en
el siglo XX, alcanza su cenit con las apariciones de la Virgen en Fátima y la
consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María. En Fátima la Virgen
manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a su
Inmaculado Corazón como medio para la salvación de muchas almas y para conservar
o devolver la paz al mundo. La Beata Jacinta Marto, le dijo a Lucía: "Ya me
falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al
Corazón Inmaculado de Maria". También se lo dirá después la Virgen. El año 1942,
después de la consagración de varias diócesis en el mundo realizadas por sus
respectivos obispos, Pío XII hizo la oficial de toda la Iglesia, con lo que la
devoción al Inmaculado Corazón de María se vio confirmada y afianzada. Y después
Pablo VI y, sobre todo, Juan Pablo II, que se declara milagro de María: “Santo
Padre, -le dijeron en Brasil-: Agradecemos a Dios, sus trece años de
pontificado”. Y contestó, tres años de pontificado y diez de milagro. El ha sido
el Pontífice que ha acertado a cumplir plenamente el deseo de la Virgen, cuyos
resultados se han visto con el derrumbamiento del marxismo y la conversión de
Rusia.
Cuando en el siglo XVIII el mundo se enfriaba por el indiferentismo religioso de
doctrinas ateas, se manifiesta Cristo a Santa Margarita María de Alacoque en
Paray le Monial, y la constituye promotora del culto al Corazón de Jesús, y
cuando en el siglo XX, el mundo se va a ver envuelto por amenazas de guerras,
divisiones y odios, herencia nefasta del materialismo y del marxismo, pide la
Virgen a los niños de Fátima, que difundan la devoción al Inmaculado Corazón de
Maria. Como remedio a los males actuales, la misma Virgen nos ofrece su Corazón
Inmaculado, que es ternura y dulzura, pero también exigencia de oración,
sacrificio, penitencia, generosidad y entrega. No basta el culto; hay que imitar
sus virtudes.
EL CORAZÓN
El corazón desarrolla una sinergia, un lazo invisible, pero de irresistible
fortaleza, que nos une con Dios, con los hombres y con las criaturas. El Corazón
de María, expresa el corazón físico que latía en el pecho de María, que entregó
la sangre más pura para formar la Humanidad de Cristo, y en el que resonaron
todos los dolores y alegrías sufridos a su lado; y el corazón espiritual,
símbolo del amor más santo y tierno, más generoso y eficaz, que la hicieron
corredentora, con el cúmulo de virtudes que adornan la persona excelsa de la
Madre de Dios.
El Corazón es la raíz de su santidad, y el resumen de todas sus grandezas,
porque todos sus Misterios se resumen en el amor. Dios, que creó el mundo para
el hombre, se reservó en él un jardín donde fuera amado, comprendido, mimado,
como el huerto cerrado del Cantar de lo Cantares. Es su obra primorosa y
singular. Su Corazón y su alma son templo, posesión y objeto de las delicias del
Señor. Sólo su corazón pudo ser el altar donde se inmoló, desde el primer
instante, el Cordero inmaculado. Según San Bernardo, Maria "fuit ante sancta
quam nata": nació antes a la vida de la gracia que a la de este mundo...No hay
un Corazón más puro, inmaculado y santo que el de María. Como el sol reverbera
sobre el fango de la tierra, su Corazón brilló sobre las miserias del mundo sin
ser contaminado por ellas. Es la Mujer vestida del sol del Apocalipsis (12,1).
La plenitud de la gracia que recibió María repercutió en su Corazón en el que no
existió la más leve desviación en sus sentimientos y afectos. Su humildad, su
fe, su esperanza, su compasión y su caridad, hicieron de su Corazón el
receptáculo del amor y de la misericordia. El Corazón de María es el de la Hija
predilecta del Padre. El Corazón de la Madre que con mayor dulzura y ternura
haya amado a su Hijo. El Corazón de la Esposa donde el Espíritu realizó la más
grande de sus maravillas, concibió por obra del Espíritu Santo.
El Corazón de María es también un corazón humano, muy humano. Es el corazón de
la Madre: Todos los hombres hemos sido engendrados en el Corazón Inmaculado de
Maria: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19,26. San Juan nos representaba a todos.
Porque amó mucho mereció ser Madre de Dios y atrajo el Verbo a la tierra; con
sufrimiento y con dolor, ha merecido ser Madre nuestra. El amor a su Hijo y a
sus hijos es tan entrañable y tierno, que guarda en su corazón las acciones más
insignificantes de sus hijos, hermanos de su Hijo Jesús, el Hermano Mayor.
EL CUELLO DEL CUERPO MÍSTICO
Dios quiere conceder sus gracias a los hombres por el Corazón Inmaculado de
María. Es el cuello del Cuerpo Místico por donde descienden las gracias de la
Cabeza. Sus hijos predilectos son los santos. Ella goza viéndoles interceder por
sus hermanos menores, y goza viendo que las gracias que le piden llegan a
nosotros a través de Ella. Por su Corazón pasa todo cuanto ennoblece y dignifica
al mundo: las gracias de conversión, la paz de las conciencias, las santas
aspiraciones, el heroísmo de los santos, los rayos más luminosos que señalan al
mundo los caminos de salvación. Como la imaginación, abandonada a sí misma es la
loca de la casa, el corazón dejado a la deriva, sin educar, es la perdición de
toda nuestra persona, María nos enseña a amar con ardor, pero con gran pureza.
El amor a Dios, a nosotros mismos y a nuestros hermanos, halla el modelo humano
más perfecto en el Corazón Inmaculado de Maria.
MADRE DE CADA HOMBRE
Si María fuera sólo Madre de la Iglesia como comunidad, y no Madre de cada uno
de los miembros, sólo se preocuparía del bien de la Iglesia. Pero cada cristiano
carecería de seguridad. Sería como un general que ama mucho a su ejército, pero
no vacila en sacrificar a todos los soldados para salvar a la nación; y de
intimidad, porque en una multitud tan grande, ¿cómo puede cada uno acercarse a
Ella? El soldado no tiene fácil acceso al general; ni el ciudadano al Jefe del
Estado. María no sería nuestra Madre, sino nuestra Reina, o nuestro general,
distante de nuestras pequeñas preocupaciones.
Si una madre de diez hijos los amara sólo en grupo, y no se preocupara de cada
uno en particular; si preparara comida, camas, descanso, trabajo, recreo para su
pollada, no sería madre de familia, sino administradora de un colegio o de un
cuartel, donde la revisión médica y la vacuna colectiva se hace para todos una
vez. La madre de familia, lleva al médico a cada hijo siempre que lo necesita o
se queja: no tiene un día al año de revisión ni de vacuna para todos. Con la
Virgen María no estamos en un cuartel, ni en un colegio, sino en una familia:
"No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el
Reino" (Lc. 12,32).
A María le sobra corazón para atendernos a todos como si fuéramos únicos: Dios
le ha dado Corazón de Madre para que con él ame a todos y cada uno de los
hombres, los de hoy y todos los de ayer y de mañana. Nosotros somos como la
última floración, como el benjamín, al que prodiga sus cuidados.
LOS MÁS DESVALIDOS
Toda madre tiene amor particular a cada hijo y más al más desvalido, al
subnormal, al extraviado al más necesitado. El Corazón de María nuestra Madre,
ama a cada hombre con el mismo amor con que ama a toda la Iglesia. Ninguna madre
cuando tiene el primer hijo restringe su amor, reservándolo para los que vengan.
Da todo su amor al primero y al segundo, sin quitar nada al primero, y sin
ahorrar nada para el tercero. Cuida de todos, y de cada uno como si no tuviera
otro. Sólo saboreando el amor singular de su Corazón a cada uno, se puede gustar
la delicia de sentirse amados por Ella, y se dialogará con ella y se intimará
con Ella y se gozará en Ella. Para llegar a su intimidad, que es importantísimo
para nuestra vida interior, es preciso tener firme fe en ese amor particular.
LA REDEMPTORIS MATER
Todos estos conceptos brotan del "Totus tuus" de Juan Pablo II, que en su
Encíclica "Redemptoris Mater", ha escrito: "Se descubre aquí el valor real de
las palabras dichas por Jesús a su madre cuando estaba en la Cruz: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo», y al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26). Estas
palabras determinan el lugar de María en la vida de los discípulos de Cristo y
expresan su nueva maternidad como Madre del Redentor: la maternidad espiritual,
nacida de lo profundo del misterio pascual del Redentor del mundo.... Es
esencial a la maternidad la referencia a la persona. La maternidad determina
siempre una relación única e irrepetible entre dos personas: la de la madre con
el hijo y la del hijo con la madre. Aun cuando una misma mujer sea madre de
muchos hijos, su relación personal con cada uno de ellos caracteriza la
maternidad en su misma esencia. En efecto, cada hijo es engendrado de un modo
único e irrepetible, y esto vale tanto para la madre como para el hijo. Cada
hijo es rodeado del mismo modo por aquel amor materno, sobre el que se basa su
formación y maduración en la humanidad. Se puede afirmar que la maternidad «en
el orden de la gracia» mantiene la analogía con cuanto «en el orden de la
naturaleza» caracteriza la unión de la madre con el hijo. En esta luz se hace
más comprensible el hecho de que, en el testamento de Cristo en el Calvario, la
nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a un
hombre: «Ahí tienes a tu hijo». Se puede decir, además, que en estas mismas
palabras está indicando plenamente el motivo de la dimensión mariana de la vida
de los discípulos de Cristo; no sólo de Juan, que en aquel instante se
encontraba a los pies de la Cruz en compañía de la Madre de su Maestro, sino de
todo discípulo de Cristo, de todo cristiano. El Redentor confía su madre al
discípulo y, al mismo tiempo, se la da como madre. La maternidad de Maria, que
se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace
personalmente a cada hombre. El Redentor confía María a Juan en la medida que
confía Juan a María"…Entregándose filialmente a Maria, el cristiano, como el
apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre de Cristo y la
introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su «yo» humano y
cristiano: «la acogió en su casa. Así el cristiano trata de entrar en el radio
de acción de aquella «caridad materna», con la que la Madre del Redentor «cuida
de los hermanos de su Hijo», «a cuya generación y educación coopera» según la
medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se
manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la
función de Maria a los pies de la Cruz y en el Cenáculo. Esta relación filial,
esta entrega de un hijo a la Madre, no sólo tiene su comienzo en Cristo, sino
que se puede decir que definitivamente se orienta hacia El.
Se puede afirmar que Maria sigue repitiendo a todos las mismas palabras que dijo
en Caná de Galilea: «Haced lo que él os diga. En efecto es El, Cristo, el
Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 4,6); es El a quien el Padre ha dado al mundo,
para que el hombre «no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16)… Para todo
cristiano y todo hombre, María es la primera que «ha creído», y precisamente con
esta fe suya de esposa y de madre quiere actuar sobre todos los que se entregan
a ella como hijos. Y es sabido que cuanto más perseveran los hijos en esta
actitud y avanzan en la misma, tanto más María les acerca a la «inescrutable
riqueza de Cristo (Ef 3,8). Porque sus hijos reconocen cada vez mejor la
dignidad del hombre en toda su plenitud, y el sentido definitivo de su vocación,
porque «Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre» (L. G.).
MADRE DE LA IGLESIA
Durante el Concilio, Pablo VI proclamó solemnemente que «Maria es Madre de la
Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de
los pastores» Más tarde, el año 1968, en el Credo del Pueblo de Dios, ratificó
esta afirmación de forma más comprometida: "Creemos que la Santísima Madre de
Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su misión maternal
para con los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la
vida divina en las almas de los redimidos. El Concilio ha subrayado que la
verdad sobre la Santísima Virgen, Madre de Cristo constituye un medio eficaz
para la profundización de la verdad sobre la Iglesia… Por consiguiente, María
acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la
Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia. En este
sentido, Maria, Madre de la Iglesia, es también su modelo. En efecto, la Iglesia
-como desea y pide Pablo VI- «encuentra en María, la más auténtica forma de la
perfecta imitación de Cristo».
El egoísmo afecta a todo amor creado, incluido el de las madres, con ser el más
puro. Sólo el amor de la Virgen María no tuvo jamás mezcla de egoísmo. El amor
de su Corazón es virginal, sin mezcla de egoísmo, amor puro. Amándonos con amor
virginal, sabemos que no se busca a sí misma: sólo busca nuestro bien. Incluso
nuestra correspondencia de amor a Ella, no la quiere por bien suyo, aunque en
ella se goce como madre, sino por bien nuestro, para poder lograr nuestra
transformación en Dios. El amor particular que nos tiene engendra nuestra
intimidad con Ella, y el abandono en su Corazón. Con el mismo amor con que ama a
su Jesús. Al amar a Dios lo ha hecho "Emmanuel", "Dios con nosotros" y al
amarnos a nosotros, nos identifica con El.
El amor de los padres resulta con frecuencia ineficaz para proteger y defender a
sus hijos, que no pueden impedir que enfermen, sufran accidentes, mueran. Hacen
por ellos lo que pueden, pero pueden muy poco. Pero como María nos ama con su
Corazón de Madre de Dios, su eficacia es absoluta, porque tiene en sus manos la
omnipotencia divina, no por ser madre nuestra, sino por ser Madre de Dios.
COMPARTIR
En una familia de cinco hijos si uno es muy rico y poderoso y los otros cuatro
pobres, la madre no consentirá que el rico no socorra a sus hermanos pobres.
María no podrá consentir que su Hijo Jesús le impida usar de su infinita riqueza
y poder para socorrernos a nosotros. Esto no va a ocurrir nunca, pues Jesús la
ha hecho nuestra madre, y administradora de su Corazón. Jesús jamás pondrá
límites al uso que su Corazón haga de sus tesoros infinitos.
Si el Padre hubiera concedido al Corazón de María algo a condición de que no
fuera también nuestro, ella lo hubiera impedido: Si me haces su madre no me des
nada que yo no pueda compartir con ellos. Al darnos el Corazón de su Madre y
nuestra Madre, ha hecho nuestros todos los dones y riquezas que puso en su
Corazón: su predestinación si la queremos, el cariño con que la envuelve, y los
regalos con que Dios la recrea. No se puede amar a la Madre, si no se ama a sus
hijos, ni se puede dar gusto a la madre, si se abandona a sus hijos.
SU CORAZON ES NUESTRA SEGURIDAD
Si a un niño pequeño le diéramos una joya preciosa, la perdería. Por eso se la
damos a su madre, para que la conserve. Por eso Dios no ha querido darnos sus
dones directamente, para que no nos pase como Adán. Se los ha confiado a María,
que nunca los perderá. Estando en sus manos son nuestros. Ella nos los conserva.
Su Corazón es nuestra seguridad, nuestro tesoro inviolable. Todo lo suyo es
nuestro, Ella lo quiere para nosotros. Toda la inocencia de María, su pureza, su
santidad, su humildad, su amor a Dios y a los hermanos es nuestro, porque Ella
es nuestra. (San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor, 26). Y como son nuestros
los podemos ofrecer a Dios, sobre todo cuando no tenemos nada que ofrecerle.
Entonces es cuando le ofrecemos más y la conquistamos más, porque somos más
pobres, como su Hijo, recibió los dos reales de la viuda.
SUFRE CON NOSOTROS
Su Corazón hace suyos nuestros pecados y dolores, como los hizo suyos Jesús en
su pasión y en la Eucaristía. Y nuestras tristezas y aflicciones. «Este es el
Cordero de Dios, que toma sobre sí, los pecados del mundo"; los dolores y
sufrimientos: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (He 9,4). Como en la
Eucaristía Jesús sufre viendo nuestras carencias que reactivan su pasión, y goza
inefablemente cuando nos ve a su lado, el Corazón de María, las considera suyas
como se identificó con los sufrimientos Jesús como Corredentora, sufriendo todos
nuestros dolores y pecados, y recibiendo hoy el consuelo de nuestra gratitud e
intimidad . Siempre y en cada momento compadece con nosotros. Cuando pecamos,
vuelve a sentirse como avergonzada y pecadora. Por eso Jesús nos perdona tan
fácilmente, para quitarle a su Madre la humillación de nuestros pecados, que la
oprime porque somos sus hijos. De la misma manera que el Padre nos perdona para
quitar a su Hijo el oprobio que en la Eucaristía siente de nuestros pecados
porque los hace suyos, y al quitárnoslos se los quita a El. Sin la Eucaristía
sería muy difícil nuestro perdón, a pesar de la pasión de Cristo, que quedaría
demasiado lejos, y es ahora cuando necesitamos que El haga suyo lo nuestro. Por
eso no debemos desconfiar ni desesperar. María es refugio de pecadores. Y cuando
después del pecado nos echamos en sus brazos, Ella nos anima diciendo: Me siento
Yo manchada; mas como mi Hijo quiere verme totalmente limpia, os limpiará a
vosotros para que todos estemos limpios.
El Corazón de María es nuestro consuelo. No nos acompaña en el sufrimiento por
pura fórmula. Llora con nosotros, sufre con nosotros nuestro mismo dolor, está
con nosotros, tratando de que superemos la depresión de vernos solos y
abandonados en el sufrimiento y en el dolor, especialmente en esta época de
angustia, vacío y ansiedad. Siempre nos queda su Corazón, sus brazos acogedores
maternales que llevan nuestra misma carga, haciéndola ligera. Y Jesús, amando a
su Madre, para hacer ligera la carga de Ella, la lleva con Ella y con nosotros,
y nos dice: "Venid a Mí todos los que estáis cargados y agobiados, y yo os
aliviaré, porque mi yugo es suave, y mi carga ligera" (Mt. 11,28). Si aprendemos
a ir a Jesús por María, hallaremos fortaleza y hasta verdadera delicia en el
sufrimiento y en el dolor.
La compañía que nos hacen los que nos aman es externa y desde fuera: son
incapaces de llegar al nivel de nuestro dolor. El Corazón de María siente en
nosotros y con nosotros todas nuestras angustias y dolores, porque conoce ahora,
y siente en su carne, lo que estamos pasando. Y si su Corazón prefiere sufrir
con nosotros ese dolor antes que quitárnoslo, es porque ve que es necesario
pasarlo. Cuántos bienes deben seguirse de estos sufrimientos, humillaciones,
anonadamiento y aislamiento, olvidos, desprecios, dolores físicos y morales, y
hasta los mismos pecados que nos humillan y confunden, cuando el Corazón de
María, pudiéndolos evitar, prefiere hacerlos suyos, y sufrirlos en nosotros y
con nosotros. Si lo tenemos presente veremos la luminosidad de la cruz, y
entenderemos lo que nos dice San Pablo: "Dios, a los que decidió salvar,
determinó hacerlos conformes a la imagen de su Hijo" (Rom. 8,29), y "seremos
conglorificados con El, si padecemos con El" (Rom. 8,17). Entonces comprendemos
los deseos ardientes que los santos tuvieron de sufrir, y no nos extrañará oír a
Santa Teresa: "O padecer o morir" y a San Juan de la Cruz: “Padecer y ser
despreciado por Vos”.
EL CRECIMIENTO
La ilusión mayor de una madre es que su pequeño llegue a adulto y se haga fuerte
como su padre: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mt.
5,48). Ese es el deseo del Corazón de María: que lleguemos a la perfección del
Padre Celestial, copiando a su Jesús, que agota la hermosura del Padre, pues es
esplendor de su gloria e imagen de su substancia. Esa es la clave para entender
el empeño del Corazón de María en dejarnos sufrir. Es muy provechoso que
reflexionemos y meditemos estas verdades y que desentrañemos con nuestro
esfuerzo el valor y la riqueza de las virtudes y la maldad y fealdad de los
pecados y la belleza del amor pero, como obra nuestra, esta reflexión y
actividad se queda a mitad camino, como diría San Juan de la Cruz, "con ella se
hace poca hacienda". Reflexionando vemos, pero ya decía el clásico: "Video
meliora, proboque, deteriora sequor". "Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo
peor". Y San Pablo: "No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero" (Rm
7,19). Lo vemos, pero nos faltan fuerzas para hacer la verdad y lo mejor. Son
las fuerzas que Dios nos ofrece por manos del Corazón de María, por eso lo más
lógico y eficaz de razón y de fe, es llevar a la Eucaristía los problemas y en
presencia y compañía del Corazón de María, derramar nuestro corazón, problemas y
tentaciones para que como por ósmosis y en otra dimensión de nuestro ser,
transformen nuestra vida, sin saber cómo y sin poderlo explicar.
10. El Niño Jesús en el templo
Fuente: Catholic.net
Autor: Misael Cisneros
Lucas 2, 41-51.
María y José iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando
tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse,
pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres.
Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le
buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a
Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el
Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos
los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.
Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos
has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. Él les
dijo: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi
Padre? Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y
vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas
las cosas en su corazón.
Reflexión:
Quién mejor que una madre como María sabe lo que significa “perder” al Hijo de
Dios, y a su propio hijo. Si en eso momentos Dios Padre le hubiese pedido
cuentas a María de la educación de su hijo ¿qué hubiese respondido María? ¿Se me
perdió y no lo encuentro o está cumpliendo tu voluntad? Por lo angustiada que
estaba parecería que respondería “se me perdió”. Con esto no hay otra prueba más
convincente de que María amaba a Jesús como tantas otras madres posiblemente
amaban sus hijos. Era su hijo y como tal lo amaba y lo cuidaba. Sin embargo, el
mismo amor de madre le llevó a callarse ante la respuesta de Jesús: “tenía que
ocuparme de las cosas de mi padre.” ¿Que Jesús no sabía que María estaba dando
su vida por Él? ¿No sabía que sin la ayuda de una madre no hubiese podido
sobrevivir? ¿Y que si no moría de hambre moriría asesinado por los hombres de
Herodes? Posiblemente lo sabía pero también tenía bien claro la misión que debía
cumplir, y debía comenzar cuanta antes.
Pero detengamos por más tiempo nuestra mirada en María. Una madre que ha cuidado
durante 12 años a su hijo y ahora su hijo le sale con esta respuesta tan
desconcertante. Son los riesgos de una madre. A más amor por el hogar más
sacrificios que debe afrontar.
Ojalá que en nuestra vida también se cumplan estas palabras que dijo Juan Pablo
II de ella: “toda su vida fue una peregrinación de fe. Porque caminó entre
sombras y esperó en lo invisible, y conoció las mismas contradicciones de
nuestra vida terrena”. Que como María también nuestra vida sea un peregrinar en
la fe cuando no entendamos los por qué de la vida.
11. El Corazón de María
Autor: Oscar Colorado Nates
Santa María no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús. Una vida y un
corazón humanos pero de Jesús. ¿Podemos, acaso, tu y yo amar y entregarnos de
igual manera? El corazón humano de María pudo hacerlo. Tú y yo tenemos su propio
corazón como un escalón a la Puerta Santa que es Jesús. Con el ejemplo de la
Santa Madre de Dios, no solo sabemos que podemos amar a Cristo, debemos amarle
así porque la tenemos a Ella misma como intercesora.
Corazón generoso y tierno corazón como por naturaleza es el de toda mujer que es
madre, el de María nos inspira profundamente. Y podríamos admirar a la Virgen
por amar al Niño Dios, de igual manera que admiramos a cualquier madre que
sostiene a su pequeño en los brazos. Pero el corazón de María ya era de Dios aún
antes de la Anunciación. Había decidido reservar su corazón a Dios sin necesitar
algún prodigio. En la Anunciación se consuma la previa entrega que ya se había
realizado. ¿Cómo nos extraña entonces que haya podido pronunciar esas palabras
que la han subido a la cúspide de la Fe "Hágase en mí según tu palabra"?
Pensándolo con mayor hondura el corazón de María, sí es corazón humano, no solo
era capaz de eso, sino de mucho más.
El corazón amoroso y entregado es, en su generosidad, un corazón fiel: Un
corazón humano al pie de la cruz. Si con facilidad podíamos imaginar la ternura
de la escena en el pesebre, con gran dificultad podemos apenas hacer un esbozo
en la imaginación de la Santísima Virgen recibiendo de José de Arimatea el
cuerpo ensangrentado de su hijo. ¿Cómo imaginar el dolor de una Madre que
limpia, con mano trémula, la sangre de su hijo? Remueve en lo más profundo aún a
nuestro propio y durísimo corazón el pensar en la mirada de María ante el rostro
desfigurado y atrozmente golpeado de Jesucristo. Y su corazón dolido estaba ahí,
fiel, al pie de la cruz. ¿Dónde está nuestra corazón? ¿Al pie de la cruz como el
de la Santísima Virgen o escondido y alejado como el de los discípulos que
abandonaron al Señor?
El corazón de María nos muestra todas las encontradas emociones que un corazón
es capaz de sentir. Es el corazón de la Virgen uno tan grande y tan generoso,
que es además nuestro propio refugio. Su corazón es, además de ejemplo y con
dignidad sobresaliente para ser admirado, el consuelo para la aflicción. ¿Cuánto
no comprenderás nuestros humanos dolores ella que enfrentó el dolor más profundo
que se pueda experimentar?
Pero el corazón humano de nuestra Madre en Cristo no solo es un ejemplo de
ternura amorosa o de abyecto dolor. María en su corazón es la Madre del buen
consejo, y quien mejor nos puede enseñar a vivir el amor al prójimo. Poderoso
corazón el de María, que puede convertir nuestro egoísmo y amor propio en
caridad y amor a Dios. El corazón entregado de María debería enseñarlos a
pedirle confiados a Dios: "Padre, mi corazón puede poco ¡Haz que te ame mas!".
Es a la Madre de Dios a quien hemos de acudir para pedirle que nos enseñe a amar
más, a entregar más, a ser más justos, a rogarle que con su corazón dulcísimo
nos proteja, nos enseñe, nos guíe.
El corazón humano de María. Humano. Como el tuyo y como el mío.
12. 2004
LECTURAS: 2CRON 24, 17-25; SAL 88; LC 2, 41-51
2Crón. 24, 17-25. A pesar de las infidelidades
del Pueblo, Dios jamás lo abandonará, ni dejará de cumplirle las promesas que le
hizo. Ojalá y no nos hagamos reos de la sangre derramada, desde el justo Abel,
hasta la de Zacarías, asesinado entre el Altar y el Santuario. No podemos negar
nuestras propias infidelidades a nuestro Dios y Padre. Sin embargo el Señor
jamás nos ha abandonado, sino que nos ha tendido la mano cuando le buscamos con
un corazón sincero. Él no se olvida de que es nuestro Padre. Él no quiere
castigarnos. Más bien Él espera que nos convirtamos y vivamos para Él en una
continua alabanza de su Santo Nombre. En Cristo Jesús, su Hijo, hemos recibido
el perdón y la gracia. Quienes aceptamos entrar en comunión de vida con Él no
escuchamos sentencia de condenación, sino palabras de perdón y de disculpa ante
el trono de Dios. ¿Aprovecharemos la gracia que Dios nos ofrece en su Hijo?
Sal. 88. Lo que Dios da lo da de una vez y para siempre.
Él jamás se arrepiente de sus promesas; Él cumplirá todo aquello en lo que
empeñó su Palabra. Dios nos ha llamado a la vida para que estemos con Él
eternamente. A veces la vida se nos complica un poco o un mucho. Mas no por eso
podemos pensar que Dios se ha olvidado de nosotros. Dios jamás nos retirará su
favor, y siempre estará junto a nosotros como poderoso Salvador. Tratemos de
vivir nuestro compromiso de fe con Él, de tal forma que en verdad podamos ser
dignos de alcanzar los bienes eternos, como gracia de Dios y como término de
nuestro camino tras las huellas del amor fiel de Jesucristo.
Lc. 2, 41-51. Jesús, haciendo en todo la voluntad de
su Padre Dios, entregará su vida por nosotros. Y a los tres días resucitará de
entre los muertos. A nosotros corresponde vivir en una continua búsqueda del
Señor, pues Él siempre es nuevo para nosotros. Si el pecado nos ha alejado de Él
será el amor el que nos impulse a ir tras su búsqueda hasta encontrarlo; hemos
de saber que encontraremos el sepulcro vacío, pero que a Él lo contemplaremos
confundido con todos y cada uno de sus hermanos. Ahí lo hemos de amar y servir.
Por eso la Palabra de Dios debe ser meditada en nuestro corazón para que se
convierta en vida, para que tome carne en nosotros. El Inmaculado Corazón de
María, que hoy celebramos, nos habla de cómo la Iglesia debe ser fiel en la
escucha y en la puesta en práctica de la Palabra de Dios. Vivamos comprometidos
plenamente con el Señor, pero también en el amor a nuestro prójimo.
En la Eucaristía entramos en comunión de Vida con el Señor Jesús. Su Palabra se
ha pronunciado sobre nosotros para que nosotros la hagamos vida, por obra del
Espíritu Santo, en nuestra existencia. Somos testigos de la entrega amorosa del
Señor por nosotros. A pesar de que somos pecadores, Él ha entregado su Vida para
que seamos perdonados. Él jamás ha dejado de amarnos. Lo contemplamos lleno de
gloria, sentado a la diestra de su Padre Dios. Él nos llama para que algún día
estemos con Él eternamente. Hacia Él se dirigen los pasos de nuestra vida por
este mundo. Mientras llega ese momento culminante de nuestra historia personal,
Él nos reúne para anticiparnos, en la Eucaristía, lo que será la Gloria de la
que quiere hacernos herederos para siempre.
La Palabra de Dios, meditada a profundidad por cada uno de nosotros, nos ha de
llevar a dar testimonio de la misma no sólo con nuestras palabras, sino con toda
nuestra vida. Hemos de hacer presente, cercano al Señor, a todos aquellos que le
buscan con sincero corazón. Será nuestro amor, nuestra alegría, nuestra cercanía
a los demás en los momentos difíciles de su vida, el saberles tender la mano en
sus pobrezas, lo que manifieste que en verdad nos hemos convertido en un signo
del amor salvador de Dios para los demás. Ojalá y la Palabra de Dios, sembrada
en nuestro corazón, rinda abundantes frutos de buenas obras, de tal forma que,
al experimentar los demás a Dios desde nosotros, alaben a nuestro Dios y Padre,
que está en los cielos.
Roguémosle al Señor, por intercesión del Inmaculado Corazón de María, que nos
conceda la gracia de saber ser fieles en todo a la voluntad de Dios, escuchando
su Palabra y poniéndola en práctica. Amén.
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