1.
COMENTARIO 1
Jesús envía a sus discípulos a predicar por todo el mundo; su misión es universal. Ahora va a cumplirse la promesa hecha a Abrahán: "serás padre de una multitud de pueblos" (Gn 17,4s; 22,18). Galilea abre el camino hacia los paganos. El medio para hacer discípulos será el bautismo, que vincula al Padre, fuente del Espíritu, al Hijo, de quien se recibe, y al Espíritu mismo, que potencia al hombre, completa su ser y lo pone en la línea del "Hijo del Hombre".
Quienes den la adhesión a Jesús, podrán repetir y actualizar las señales salvadoras de Jesús: liberarán a la gente de las ideologías opresoras (echar demonios); tendrán una capacidad de comunicación nunca antes vista (hablar lenguas nuevas); el mal, representado en la serpiente, no les hará daño, y devolverán la salud a los enfermos.
Ellos continuarán, por tanto, anunciando que la vida triunfará contra la muerte, como mensaje central del mensaje de Jesús.
Con la resurrección de Jesús ha comenzado ya una nueva era en la que la salvación de Dios no tiene fronteras y llegará a todos. Bastará con no cerrarse a la luz.
COMENTARIO 2
Después de la
resurrección, Jesús se aparece a sus discípulos para reiterarles la encomienda
de la misión de anunciar la buena noticia. A quienes acojan el mensaje y se
bauticen les promete la salvación y les da el poder de hacer señales
prodigiosas: expulsar demonios, hablar nuevas lenguas, dominar serpientes, curar
enfermos... pero para quienes no acojan el mensaje de los enviados, anuncia la
condenación (v. 16b)... Con estas palabras, ¿está el evangelio condenando a la
cultura que no lo acepte? ¿Está propiciando la arrogancia de los evangelizadores
para que impongan los criterios de su cultura sobre los demás pueblos?
Estos cuestionamientos nos obligan a tener claridad sobre lo que es el anuncio
del evangelio, para no tergiversar su sentido. Digamos, ante todo, que todas las
culturas poseen "semillas" o elementos del evangelio, ya que todas están llenas
de valores de justicia. Anunciar el evangelio frente a una cultura no es
avasallarla, destruirla, desvirtuarla frente al evangelio, sino descubrir los
valores que el mismo Dios ha puesto en ellas. En este sentido, «evangelizar es
entrar en diálogo» con las otras culturas, sin caer en la condenación.
Cuando estamos convencidos de que Dios se revela a todas las culturas, en todos
los tiempos, entendemos las evangelización como un mutuo enriquecimiento: el
evangelio comunica a la cultura novedad y claridad en sus contenidos de
justicia, mientras la cultura le ofrece la fuerza de su propia tradición, la
riqueza de sus propias búsquedas y la novedad de sus propias expresiones
simbólicas. En este sentido, la evangelización es un proceso dinámico,
dialéctico, respetuoso, en el que la conciencia y no la fuerza o la violencia,
tiene la última palabra. Finalmente, la evangelización se enfrenta a diversas
culturas que exigen atención a la pluralidad y respeto a la diversidad. No
responder a esto es reducir a Dios a los estrechos límites de un solo pueblo,
haciéndole perder a él y al evangelio la riqueza de la pluralidad.
«El mejor servicio al hermano es la evangelización», decía Puebla (1145).
1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
2. CLARETIANOS 2002
Queridos amigos:
San Marcos no fue un testigo de la resurrección del Señor, pero estuvo tan cerca
de los testigos ... Un día se le ocurrió escribir no tanto una biografía de
Jesús cuanto una confesión de fe. No pudo menos de trasladar al exterior aquello
que un día le traspasó el corazón. Por eso escribió algo de su Señor. Fue un
evangelio breve. Fue un evangelio escrito para los paganos, probablemente en
Roma, recogiendo la predicación de Pedro. Aquellos paganos estaban fuera. Veían
los ritos de los cristianos, sus plegarias, su modo de vivir, y todo les parecía
enigmático, no alcanzando a entender su razón de ser. ¿Por qué oraban de esta
manera? ¿Por qué no eran como los demás? ¿Por qué tenían un modo de vivir tan
lleno de amor, de sencillez, de fraternidad? ¿Por qué sufrían los tormentos con
tanta serenidad y morían con tanta generosidad?
San Marcos les da la clave en su evangelio. Sencillamente porque habían encontrado a Jesús que se les había hecho visible en la vida de los apóstoles. Habían encontrado a Jesús que era Hijo de Dios y les ofrecía la salvación: una patria definitiva para el último día cuando todo en este mundo se haya terminado, y un hogar entrañable en esta tierra para vivir en fraternidad, llevar los males de la vida con serenidad, estar cerca de los otros con magnanimidad, tener un corazón limpio en la intimidad, y hacer el paso de esta vida a la otra con tranquilidad.
Muchos de aquellos paganos se adhirieron en masa a
la fe cristiana. ¿Seremos capaces nosotros, en nuestro tiempo, quizás un poco
paganizado, de sentirnos estremecidos por estas palabras esenciales de San
Marcos acerca de Jesús e iniciar nuestro itinerario de salvación?
Vuestro amigo.
Patricio García, cmf (patgaba@hotline.com)
3. SAN MARCOS EVANGELISTA. EL AUTOR DEL SEGUNDO
EVANGELIO.
Año 42 de la Era cristiana. Estamos en el equinoccio de primavera. La Iglesia
recién nacida, sufre persecución, sangre y terror. Herodes, para agradar a los
judíos, ha degollado a Santiago. Pedro está en la cárcel. Los cristianos velan
y oran en la ansiedad. Ya son tantos, que no caben en un solo cenáculo. Se
reúnen por grupos en las casas más espaciosas y hospitalarias, como ésta,
situada cerca de la Torre Antonia, que es la prisión donde Pedro está
encarcelado, que es la misma en la que Jesús estuvo apresado. Son las tres de la
mañana. Los cristianos recitan salmos, rezan afligidos la oración del Padre
Nuestro, comentan preocupados con el pensamiento en la cárcel de Pedro. Toda la
Iglesia está rezando por él. En esto, llaman a la puerta y la inquietud se
convierte en miedo. Sale a abrir la criada Rodé, rosa en griego. Sin abrir la
puerta, regresa llena de alegría, y les susurra: "Es Pedro." Siguen golpeando la
puerta. Rode abre y allí está Pedro embozado en su manto. Entra, toma resuello y
cuenta que el ángel le ha librado, besa a los hermanos, y se aleja de la ciudad
huyendo del peligro de su búsqueda cuando se alerten de su celda vacía en la
cárcel. Probablemente se va a Antioquía. Otros sostienen que a Roma.
Allí está Juan Marcos, vive allí. Está en su casa. Casa con prestigio, fe y “agape”,
amor, caridad. Tiene una sala amplia y bien amueblado. Es la casa de María,
madre de Juan Marcos. Un hogar judio, pero con gustos helenizantes. Aquel
muchacho joven tiene dos nombres, Juan para los judíos, sus compatriotas, y
Marcos para los grecorromanos, desciende de Chipre. Allí tiene familia, y el
chipriota Bernabé es primo suyo. También habla griego, lo que le será muy útil
para difundir el evangelio, cuando acompañe a Pablo y Bernabé en la primera
misión por las ciudades de Asia. Él no predica. Le han encargado la
administración, recibe las limosnas, busca alojamiento, paga los gastos y ayuda
a los misioneros. Al llegar a Perge de Panfilia, Pablo decide viajar más a
dentro, atravesando la cordillera del Taurus, lo que suponía un cambio en todos
los sentidos. Había que pasar de Tarso y Antioquía de Siria, situadas a 80
metros sobre el nivel del mar, a Antioquía de Pisidia con una altura de 1200
metros, con escasa provisión de víveres, pan duro mojado en agua, un puñado de
aceitunas, y lo que ofrecía la naturaleza. Tal vez su timidez joven no llegó a
congeniar con la audacia de Pablo. Tal vez se ha sentido molesto porque su primo
Bernabé ha perdido la iniciativa que ha recaido ya en Pablo, le deja y se vuelve
a Jerusalén, preocupado también por estar tanto tiempo sin noticias de su madre.
Añora su casa, sus comodidades, su vida tranquila, frente a los peligros que
acechan a los misioneros intrépidos, peligros en el mar, peligros de ladrones,
peligros en las altas montañas. Se embarcó para Cesarea y de allí a Jesusalén.
Marcos venció más tarde este acceso de flaqueza juvenil y se convirtió en
valioso colaborador de Pablo en la cárcel Mamertina en Roma, “el hombre muy útil
para el ministerio” (2 Tm 4, 11).
La deserción del joven Marcos lastimó profundamente a Pablo. Pasados los años,
aún sentía el dolor. Tuvo a Marcos por pusilánime y pensó que “El que pone la
mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para el trabajo del reino
de los cielos (Lc 9, 62). Pero detrás de la resolución de volverse en Marcos
había otra causa más profunda, que no quiso expresar y que tampoco expresa
Lucas. Marcos se había criado en Jerusalén en medio de los antiguos apóstoles,
en la tradición judía, a la que la joven Iglesia se sentía muy unida y que Pablo
estaba resuelto a separar de la sinagoga. De hecho Marcos era el más fiel
discípulo de Pedro. Era su intérprete griego, y quería seguir siéndolo. Pedro le
llama “su hijo Marcos” (1 Pe 5, 13).
Marcos camina ahora junto a Pedro recogiendo las palabras de aquel hombre, que
le había enseñado a amar a Jesús. Pertenecía a esas almas admirables que brillan
en segunda fila, o que saben permanecer en la penumbra para consagrarse a la
gloria de un maestro, mereciendo asi el premio de la modestia y haciendo au
acción más fecunda, aunque menos personal. El pescador de Betsaida, escogido por
Cristo no llegó a hablar con facilidad el griego. Pero a su lado estaba el
hombre abnegado, el discípulo amable, dispuesto a transmitir su pensamiento en
las reuniones de la primitiva comunidad de Roma. Y Marcos, al lado del apóstol,
traducia sus palabras, identificándose completamente con aquellas catequesis
históricas que era la particularidad de su maestro. Era el secretario, la voz,
del apóstol Pedro.
Un día los oyentes le pidieron que pusiese por escrito aquellos bellos relatos;
él accedió, y así nació el segundo Evangelio. Pedro sabía que Jesús les había
enviado por el mundo no a escribir, sino a predicar. Encerrar la Palabra en un
libro, era despojaarlo de su bravía libertad, imponerle un corsé invariable,
privarla del esplendor especial con que la vestía cada uno de los mensajeros del
Evangelio. Pero sabía también que, a pesar de los escritos, la Palabra
permanecería infaliblemente fecunda y eternamente fresca en la enseñanza de sus
sucesores.
Pedro vio en el libro de Marcos vio una copia exacta de su predicación, y cuando
la persecución le crucificó cabeza abajo a petición suya, los cristianos de Roma
que leían aquellas paginas inspiradas se imaginaban que estaban oyendo la voz de
su pastor. Eran las enseñanzas, los relatos, la expresión misma de Pedro. Es lo
que imprime su carácter especial al segundo Evangelio. Marcos deja hablar a los
hechos. No glosa, no diserta, no comenta, ofrece un relato lleno de viveza y
colorido. Y lo consigue plenamente. Su característica es la precisión del
detalle, la nitidez de la visión, el gusto por lo pintoresco. Sabe animar de tal
modo a las personas, que nos pone en contacto con ellas. Penetramos en sus
sentimientos, las vemos moverse delante de nosotros; nos las representamos en su
actitud real. Un gesto, una palabra, bastan para hacernos presenciar la acción.
Cuando los demás sinópticos nos hablan de algunos hombres, Marcos los enumera:
eran cuatro. Sabe que la barca de Pedro estaba junto a la de Juan cuando Jesús
los llamó; nos hace ver a la hija de Jairo corriendo por la habitación después
de resucitar; parece que hubiera visto en la barca el único pan que llevaban en
una travesía. Y cuando presenta a Jesús, no olvida ni un gesto, ni una mirada,
ni una actitud. Su figura divina aparece realzada con un realismo encantador.
Sin eembargo esas imágenes en que resplandece la vida, se consiguen con un
esquema simple; su sensación de realidad obedece a fórmulas rígidas y simples,
iguales, con el mismo molde. Describe dos milagros diferentes, con la misma
fórmula. El vigor en la pintura, está unido con la penuria en los colores; la
riqueza descriptiva, carece de imaginación creadora y la ausencia de arte, tiene
un hechizo irresistible: este contraste es que caracteriza el estilo de Marcos y
el que le otorga su originalidad. El sencillo narrador que carece de invención y
del genio de un artista, só!o pretende fijar el recuerdo limpio de la realidad
vivida. El color y la vida no son productos de su imaginación, sino reflejos de
la realidad. Dice que ha visto, y lo dice siempre de la misma manera popular. Es
un testigo ocular, más hábil en retener los detalles plásticos de las escenas,
que en dibujar la psicología de un personaje, o en reproducir un discurso. En
Marcos apenas hay discursos. Su evangelio es un evangelio de hechos más que de
ideas. Ni el menor vestigio del sermón de la montaña; narra algunas parábolas,
pero bosquejadas rápidamente; resume en pocas palabras las conversaciones de
Jesús con los Apóstoles. Hechos y milagros, sí, muchos milagros. Se adaptaba a
sus lectores romanos, aquella raza viril de la que decia Tácito: "Obrar y sufrir
animosamente: esto es todo el romano."
Aquella sociedad romana de las primeras misiones evangélicas buscaba con avidez
lo maravilloso. Era su alimento. Aquellos hombres creían en la astrología, en
los sueños y en los adivinos; los magos y agoreros eran condenados por la ley,
pero las gentes temblaban ante de ellos; y los grandes escritores, el mismo
Tácito, multiplicaba los prodigios en sus historias. Marcos supo satisfacer
estos anhelos, reemplazando las imposturas con obras divinas que había
presenciado toda Judea. Marcos conoce los gustos de los romanos, y les presenta
la verdad para complacerles. Sabe también que escribe para occidentales, y omite
lo que pueda delatar en él al hebreo de raza. El giro de su frase es semita,
arameo. Mateo escribía para los los hijos de Israel. Marcos se dirige a los
gentiles. No sigue la tendencia de Pablo a hacer teología, aunque él también
tiene su tesis. Mateo presenta a Jesús como el Mesías esperado por los judíos.
Lucas lo propone a los grecorromanos como el Salvador de que les hablaban sus
oráculos. Marcos quiere que se vea en Él, ante todo, al Hijo de Dios. Así lo
indica el comienzo de su Evangelio: "Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo
de Dios". La confesión de Pedro en Cesárea de Filipo, es el centro al que
convergen todos los relatos del segundo Evangelio. Marcos era el intérprete de
Pedro. Marcos llevó el evangelio a Egipto, lo predicó en Alejandría. Allí le
apresaron, le ataron con cordeles y le arrastraron por peñascales; le encerraron
en un calabozo, y allí se fue al cielo en el año octavo del Imperio de Nerón.
JESUS MARTI BALLESTER