TEMA IV
LA ACTUACIÓN DE JESÚS

 

 1.- Jesús en la historia

A la hora de afrontar el tema de La praxis de Jesús, se hace necesario comenzar diciendo que no se puede dudar razonablemente del hecho de que Jesús de Nazaret vivió en los tres primeros decenios de nuestra era en Palestina, entre los años 6-7 a.C. y 30 d. C. Que, aunque a comienzos de nuestro siglo se propuso de diversas formas la tesis de que Jesús no había existido y que la historia de Jesús era un mito y una leyenda, hace tiempo que estas tesis se han evidenciado como absurdo histórico. El establo, el hijo del carpintero, el profeta del Reino entre gente de mala fama, el patíbulo para remate, todo ello está labrado en material histórico.

Así pues, con toda seguridad podemos partir de que Jesús nació en tiempo del emperador Augusto 63 a. C. - 14 d. C.) (cf. Lc 2,1), actuó durante el régimen del emperador Tiberio (14-37), que Herodes, al que llama zorro (Lc 13,32), era tetrarca de Galilea (4 a. C.-39 d. C.) (Lc 3, 1) y que murió bajo el procurador Poncio Pilato (Mc 15, 1 par).

Además, como acuerdo de toda la investigación exegética, se puede constatar que de la oscuridad de la historia se destacan con relativa nitidez los rasgos característicos de actuación y predicación de Jesús. En esto se muestra como una personalidad de incomparable originalidad. Afirmar lo contrario no es serio.

2.- No es posible una biografía de Jesús

Toda la investigación es unánime también en que es imposible escribir una biografía de Jesús a base de las fuentes de que disponemos. Los contextos históricos de los relatos neotestamentarios se mencionan siempre a lo más de paso, y las fuentes extrabíblicas son más que escasas. Nada se nos dice de la vivencia de la llamada de Jesús; lo mismo ocurre de su exterior y su figura, y todavía menos se habla de su psicología. Los evangelios se interesan por la realización histórica del plan de Dios y no tanto por los personajes históricos en los que se funda y por su contexto histórico. Se entienden como testimonio de fe en el Jesús terreno y resucitado. Los evangelios testifican su fe en forma de historia, explicando ésta a la luz de la fe. Esto no significa que adoptemos un escepticismo histórico excesivo.

Los evangelios de la infancia de Jesús en Mateo y Lucas apenas si permiten escribir un desarrollo biográfico de Jesús. Narran la prehistoria de Jesús conforme a modelos veterotestamentarios, en especial en analogía con la historia de Moisés. En ellos mostraban más un interés teológico que biográfico. Quieren decir que Jesús es el cumplimiento del antiguo testamento.

Pero también existe inseguridad sobre el decurso y duración de la actividad pública de Jesús. Para los tres evangelios sinópticos el escenario de la actividad pública de Jesús es sobre todo Galilea y las ciudades de los alrededores del lago de Genesaret. Del tiempo de la actuación pública de Jesús los sinópticos mencionan únicamente una estancia de Jesús en Jerusalem, en la cual Jesús fue detenido y condenado a muerte. Si sólo tuviésemos los sinópticos, tendríamos que suponer que la duración de la actividad pública de Jesús había sido sólo quizás de un año. Más el evangelio de Juan narra tres fiestas pascuales de Jesús en Jerusalem (2, 13; 6, 4; 11, 55), hablando en total de cuatro viajes entre Galilea y Jerusalem (2, 13; 5, 1; 7, 10; 12, 12). El lugar de los acontecimientos es para el cuarto evangelio, ante todo, Jerusalem. Según esto tenemos que contar más o menos con dos o tres años de actividad pública de Jesús. También los sinópticos dan a entender que ya había habido choques en Jerusalem antes del último que fue grande y resultó mortal para Jesús. La exposición del evangelio de Juan, según la cual Jesús en repetidas estancias en Jerusalem y en varios enfrentamientos con la jerarquía judía se había ganado su enemistad, hace más comprensible el destino de Jesús. Parece que al principio de su actividad en Galilea hubo un período de relativo éxito; cuando Jesús se vio cada vez más frente a la mortal enemistad de los jefes del judaísmo de entonces, se limitó a su círculo íntimo de discípulos, hasta que en su última estancia en Jerusalem fue detenido y condenado a muerte de cruz.

3.- Fiabilidad histórica de los evangelios y actividad pública de Jesús

Terreno histórico relativamente firme pisamos cuando nos fijamos en el comienzo y el final de la actuación pública de Jesús: comenzó con su bautismo por Juan en el Jordán y acabó con la muerte en la cruz en Jerusalem. Entre estos dos puntos fijos se puede ordenar relativamente bien la actividad pública de Jesús.

Los cuatro evangelistas narran el bautismo de Jesús por Juan. Es imposible considerar este relato como mera teología de la comunidad carente de núcleo histórico, pues para las primitivas comunidades supuso una verdadera dificultad contra su anuncio de Cristo. El hecho de que Jesús se había sometido al bautismo de Juan podía ser, por ejemplo, para los partidarios de éste una buena ocasión para afirmar que era Juan la figura escatológica decisiva, pues Jesús mismo se había subordinado a Juan.

Podemos partir , por tanto, del hecho seguro del bautismo de Jesús por Juan. De ello se deduce que Jesús estaba de acuerdo con el movimiento bautista de Juan y con su predicación. Pero Jesús comenzó una actividad propia que admiró, escandalizó e hizo dudar también a Juan (Mt 11, 2s). Mientras que para Juan la llegada del Reino de Dios está bajo el signo del juicio, para Jesús el reino de Dios se halla bajo el signo de la misericordia y del amor de Dios para con los pecadores. El mensaje de Jesús es mensaje de alegría, último y definitivo ofrecimiento de gracia por parte de Dios.

Lo sorprendentemente nuevo en el mensaje de Jesús se muestra ante todo en su conducta. Entre las cosas más seguras de la vida de Jesús están su trato con los pecadores y, según el culto, impuros; el quebrantamiento del mandato sobre el sábado y de las prescripciones sobre la pureza. Parece que pronto corrió una expresión satírica sobre él: Comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores (Mt 11, 19). Esta conducta de Jesús únicamente puede entenderse en el contexto de su mensaje sobre el señorío y la voluntad de Dios. Dios es un Dios de los hombres, de todos los hombres, su mandamiento existe por amor del hombre.

También lo milagros y expulsiones de demonios por parte de Jesús, cuyo núcleo auténtico no se puede discutir históricamente, pertenece a este contexto. También ellas expresan que la llegada del reino de Dios en Jesús significa la salvación del hombre en cuerpo y alma y que esta salvación se ofrece incondicionalmente a todos y a cada uno con tal de que se convierten y crean.

Esta conducta de Jesús suscitó desde el principio sorpresa, fascinación y entusiasmo, así como sospechas, rechazo, escándalo y odio. Jamás se había visto ni oído una cosa así. Para un judío piadoso tal conducta y tal mensaje significaban un escándalo y hasta una blasfemia (Mc 2, 7 y par). El anuncio de un Dios cuyo amor vale también para el pecador, cuestionaba la concepción judía de la santidad y justicia de Dios. Por eso, a los dirigentes judíos, Jesús tenía que parecerles un falso profeta. Esto se castigaba con la pena de muerte según la ley judía (Dt 18, 20). El final violento de Jesús se sitúa, pues, en la consecuencia íntima de su conducta.

Con la muerte en la cruz nos hallamos ante el segundo punto nuclear en la vida de Jesús. El título de la cruz, transmitido por los cuatro evangelistas, apenas si puede ponerse en duda en su valor histórico. Da la causa de la condena: Rey de los judíos (Mc 15,26 par). Jesús es, por tanto, condenado como pretendiente mesiánico. Es muy improbable que él mismo se haya designado como mesías. Pero su predicación escatológica suscitó sin duda esperanzas mesiánicas y un movimiento mesiánico. La pretensión de ser el mesías no constituía un delito digno de muerte según la ley judía; pero el movimiento mesiánico que Jesús suscitó podían explotarlo las autoridades judías como excusa para acusar a Jesús de alborotador político ante el procurador romano, forzando así la crucifixión, la pena de muerte aplicada por los romanos a los alborotadores. De esta forma, Jesús es crucificado por los romanos como rebelde político.

En modo alguno este dato nos puede llevar a pensar en un Jesús alborotador político o una especie de cabecilla... El mensaje de Jesús sobre el amor, especialmente su mandamiento de amor al enemigo, excluye tal explicación. Jesús no siguió el camino de la violencia, sino el de la no-violencia y el servicio. Jesús hizo una revolución mucho más radical que la que hubiera podido representar un golpe político. Mediante la cruz se convirtió en lo más alto lo que se consideraba lo más ínfimo. La revolución que Jesús trae es la de un amor sin límites en un mundo de egoísmo y poder.

4.- Jesús hace saltar todos los esquemas

¿Y quién fue este Jesús de Nazaret? Unos lo tienen por el salvador mesiánico, otros lo condenan como blasfemo y falso profeta o como rebelde. Herodes se burla de él como de un loco (Lc 23, 6-12) y sus familiares más próximos lo consideran perturbado (Mc 3,21). Parece ser que en el pueblo corrieron los rumores más dispares sobre él. Se dijo que era Juan Bautista que había vuelto, Elías que había retornado, el profeta escatológico que se aguardaba.

La historia posterior prosiguió la serie de estos y otros pareceres. La galería de imágenes en la vida de Jesús es larga y cambiante; en cuanto se puede se la continúa también hoy. Y así vamos desde el dulcísimo corazón de Jesús al Jesús guerrillero... El acontecimiento de Jesús es inagotable: Jesús el moralista, el humanista, el reformador y revolucionario social, el iluso, el superstar, el inconformista, el hombre libre... Pero todos estos nombres se fijan siempre en aspectos concretos, sin abarcar jamás el fenómeno total de Jesús de Nazaret. Jesús no se deja modernizar de manera superficial. Jesús no encaja en ningún esquema previo; hace saltar todos los esquemas. Jesús se distingue de Juan bautista: no lleva una vida ascéticamente retirada, apartada del mundo. No se aleja ni se retira a un convento como la gente de Qumrán. Va a los hombres y vive con ellos. No desprecia el asistir a los banquetes de los ricos ni ser ayudado por piadosas mujeres. Pero no es Aliberal@ como los saduceos. La voluntad de Dios lo ocupa totalmente. De muchas de sus palabras se desprende una pretensión incondicional y una seriedad definitiva. Lo pide todo. Este dejarlo todo le lleva a romper con su familia. Sin embargo, no es un exaltado y fanático; su seriedad no es jamás algo feroz. Se distingue también de los fariseos. No es un piadoso en el sentido corriente de la palabra. No enseña ni una técnica religiosa ni una casuística moralista. Llama a Dios su padre, cuyo amor hace saltar todos los esquemas y, al mismo tiempo, libera en orden a una despreocupación confiada (Mt 6,25-34).

El amor de Dios lo ocupa totalmente en favor de los demás. No quiere nada para sí, pero quiere todo para Dios y los demás. Entre sus discípulos es como un servidor; no rehúye ni siquiera el servicio más bajo propio de los esclavos (Lc 22, 26 s). No ha venido para hacerse servir, sino para servir (Mc 10,45). No pertenece a los instalados, sino que indudablemente viene de gente insignificante, teniendo corazón para las necesidades y las penas diarias de los pobres. Es extraño para un hombre de la antigüedad el respeto con que trata a las mujeres. Para él la pobreza y la enfermedad no son castigo de Dios; más bien Dios ama a los pobres y a los enfermos. Va detrás de los perdidos. Lo más llamativo ya entonces era que admitía en su compañía y hasta a su mesa a los pecadores y marginados, a los cultualmente impuros y a los parias. Mas en ninguna parte aparece con odio o envidia frente a los ricos. Hasta con los explotadores, los publicanos, tiene buenas relaciones. Su lucha no va contra poderes políticos, sino contra los poderes demoníacos del mal. Por eso ni hace una guerrilla ni organiza una reforma agraria... Pero la vida y el mensaje de Jesús tienen un evidente alcance político.

Jesús no tiene programa. A su actuación le falta toda planificación y organización. Hace la voluntad de Dios, tal como la conoce aquí y ahora. Todo lo demás se lo deja a Dios, su padre, con una confianza de niño. Sus más profundas raíces las tiene en la oración al Padre. Su servicio a los demás vale para que los hombres reconozcan la bondad de Dios y lo alaben. De modo que no sólo es el hombre para los demás, sino igualmente el hombre de y para Dios.

En su comportamiento exterior tiene Jesús un cierto parecido con los escribas. Enseña como un rabbí y le rodea un círculo de discípulos; disputa sobre la explicación de la ley y le abordan para decisiones jurídicas. Pero le falta el presupuesto fundamental para ser un escriba: el estudio teológico y la ordenación final. Jesús no es un teólogo de carrera. Habla sencilla, concretamente y sin rodeos. Cuando se le llama rabbí, no se trata de un título teológico, como nuestro doctor, sino de un modo general de tratar educadamente, como nuestro señor. El pueblo notó en seguida, sin duda, la diferencia de Jesús respecto a los teólogos y juristas de profesión. Jesús enseña con poder.

Lo más acertado es, por ello, designarlo como profeta. Eso es lo que el pueblo decía de él. También sus discípulos vieron en él un profeta (Lc 24,19). Jesús mismo se colocó dentro de la serie de los profetas. Como falso profeta fue también acusado y condenado. Pero, si según Jesús ya el Bautista es más que un profeta y, con todo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él, )quién es entonces aquel que tan soberanamente se coloca incluso sobre el bautista? Es claro que tampoco la categoría de profeta basta para describir adecuadamente el fenómeno de Jesús de Nazaret. Su pretensión sólo puede expresarse en definitiva mediante fórmulas de superioridad: más que Jonás, más que Salomón (Mt 12,41).

Este más tiene un eco escatológico. Jesús no es solamente uno en la serie de los profetas, sino el profeta escatológico, el último, definitivo, que supera todo. Trae la palabra, la voluntad definitiva de Dios. Está lleno del espíritu de Dios. De acuerdo con la idea judía de entonces, el espíritu de Dios se había extinguido (= Dios está lejano, Dios está callado) tras la época de los profetas. Se espera otra vez el espíritu, pero sólo para el fin de los tiempos. Por tanto, si a Jesús se le considera poseedor del espíritu y como profeta escatológico, quiere decir: Se acabó el penoso tiempo de la lejanía de Dios. Dios rompe su silencio y se deja oír de nuevo. Actúa poderosamente entre su pueblo. Alumbra el tiempo de la gracia. Con todo, esta alborada era al mismo tiempo sumamente extraña, totalmente distinta a lo que uno se podía imaginar. ¿Un puñado de gente inculta, sumamente sospechosa, iba a representar el cambio del mundo? A este problema había que añadir el de la actuación de Jesús: ¿Podía ser verdadero profeta aquel que quebrantaba la ley y trataba con pecadores? ¿Era este el modo como Dios habla y actúa? Por eso a Jesús se le echaba en cara que tenía un espíritu malo (Mc 3,22 s). En Jesús con el que uno se las tiene que ver es, en definitiva, con Dios. En él se decide inapelablemente quién es Dios.

Jesús no encaja en ningún esquema. Para comprenderlo no son suficientes las categorías antiguas ni modernas. Representa un fenómeno extremadamente señero. Es y continúa siendo un misterio. Él mismo hace bien poco por aclarar este misterio. No le importa su propia persona. Sólo le interesa una cosa, total y exclusivamente: el venidero reino de Dios. Lo que le importa es Dios y los hombres, la historia de Dios con los hombres. Sólo preguntando por esto es como podemos acercarnos más al misterio de su persona.