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Gentileza de  http://www.hernandarias.edu.ar/ceiboysur/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

Albert Gélin

 

Los pobres de Yavé  

 

CAPITULO VI  

MARÍA Y SU CANTO DE POBREZA

 

La Virgen María ocupa en la nueva Ley un lugar tan destacado que, espontáneamente, el creyente adquiere el convencimiento de que, en el Antiguo Testamento, ha de descubrir la predicción de su figura, de sus virtudes y de su misión. Digamos inmediatamente que esta esperanza no queda defraudada, si se sabe centrar en buen eje la orientación mariana de la Antigua Alianza. Ahora bien, si no puede negarse que han sido minuciosamente realzadas las innumerables figuras bíblicas que la piedad litúrgica ha comparado con la Virgen, desde el arco iris de Noé hasta el amparo recibido en el desierto, pasando por el vellón de lana de Gedeón y la puerta cerrada de Ezequiel; si es cierto que han sido siempre presentadas como sus anunciadoras todas las mujeres que en la historia sagrada han desempeñado un papel importante, desde Eva hasta Judit; si es cierto también que le han sido aplicados los textos sobre la sabiduría personificada, que encontramos en los Proverbios 8, y en el Eclesiástico 24; si, así mismo, es verdad que se han llegado incluso a identificar como literalmente marianas unas profecías de Isaías (7, 14) y de Miqueas (5, 2), no es menos cierto que, con excesiva frecuencia, se ha prescindido del camino central que conduce a María más directamente.

Dom Charlier, en un estudio que produjo bastante revuelo no hace mucho tiempo, planteaba el problema entre "tipología o evolución", demostrando que la primera debía estar, en cierto modo, integrada en la segunda. Dom Charlier pedía a sus lectores un esfuerzo para tratar de penetrar hasta lo más profundo en el movimiento de la fe del Antiguo Testamento y descubrir en él la continuidad profunda, viviente y objetiva que contiene. Sobre este fondo sólido, destacarían entonces las "figuras" con toda nitidez y jalonaría, por decirlo así, este recorrido espiritual.

En el caso que nos ocupa, hay que preguntarse dónde queda situada María con respecto a Israel, para respondernos inmediatamente que su figura aparece como la auténtica perfección. La comunidad de Israel ha ido variando en su expresión sociológica: primero fue una confederación de tribus, reunidas en torno al santuario (anfictionía), después se convirtió en un reino centralizado en torno a una capital y a una dinastía y luego fue una sociedad poco menos que eclesiástica a la sombra del Templo. En la época posterior al Exilio, los elementos cualitativos y dinámicos que los profetas habían tratado de poner en marcha, habían constituido prácticamente el "Resto" que merecía en forma exclusiva el título de Pueblo de Yavé. Dios vela por su purificación, con vistas al Día por todos esperado:

Y llegará el día en que de toda esta tierra

-oráculo de Yavé-

serán exterminados los dos tercios, y perecerán,

pero será preservado un tercio.

Yo pondré al fuego este tercio

y le fundiré como se funde la plata,

y le acrisolaré como se acrisola el oro,

e invocará mi nombre y yo le escucharé.

Yo diré: "éste es mi pueblo".

Y él dirá: "Yavé es mi Dios" (Zac 11, 8-9).

Concretamente, este pueblo, siempre en continua formación, se compone de "Pobres",

porque Yavé se complace en su pueblo,

glorifica a los anauim y les salva (Sal 149, 4).

Estamos oyendo las plegarias y aspiraciones de todos estos pietistas anónimos. Un día se concentrarán todas ellas en María, verdadero puente de unión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. María será el eco instantáneo de una larga cadena de orantes; su espíritu refundirá todo el deseo de recibir al Dios que se aproxima y resumirá toda esta esperanza que constituye la dimensión espiritual de Israel que, por fin, va a engendrar a Cristo.

La Iglesia de los Pobres, en su inmensa sinfonía de plegarias, entona el preludio del Magnificat. Toda la vida espiritual del tiempo antiguo alcanza en María su apogeo, su punto de perfecta madurez. Y cada uno de los anauim, miembro de este verdadero Israel, lo preparaba y anunciaba su advenimiento.

 

* * *

Y un día tuvo lugar el misterio de Nazaret. La Encarnación se realizó en el más profundo silencio, como supo describir un autor piadoso de la Antología Palatina que, en un resumen evocador, hizo resaltar el contraste entre el Sinaí y la modesta aldea:

Las trompetas, los relámpagos: tiembla la tierra.

Pero, cuando descendiste al seno de una humilde Virgen,

tus pasos fueron imperceptibles, silenciosos (I, 37).

En el Antiguo Testamento no se hace mención alguna de ese pueblecito de Galilea. La gente se pregunta irónicamente si es posible que salga de allí algo bueno (Jn 1, 48). Esta pequeña localidad sin historia -semejante al humilde pueblecillo del que el pagano Porfirio dice que atrae la mirada de los dioses- es la que recibe el jubiloso anuncio mesiánico. Y es que, en su centro, existía un silencio, una disponibilidad, un vacío, una llamada: Allí estaba María. En el círculo de piadosos que esperaban el advenimiento del Reino (Lc 2, 25.38), ella era la más fiel a esa actitud de atención a la fe, en la que san Pablo descubre la actitud religiosa fundamental (Gal 3, 2).

Dichosa la que ha creído, le dice como saludo Isabel a la Virgen de la Anunciación. Y aquel día María comprende -en la medida de lo posible- la unidad de su vida, penetra en el misterio de su vocación y se entrega, con toda la fuerza de su juventud, a la Aventura espiritual que la desborda y en la que ella no es más que la Esclava del Señor.

 

* * *

María no rechaza el calificativo de "bienaventurada". El saludo de su prima le da pie y le sugiere el tema del Magnificat (Lc 2, 46-55). Es como un manantial que brota, dice el P. Lagrange; en esta escena descubrimos reminiscencias del Antiguo Testamento y oímos claramente la voz de la mujer que ha asimilado perfectamente el espíritu de anauim, hasta el punto de llegar a ser, bajo el impulso de la novedad de la Encarnación, su más vibrante y perfecta expresión.

46 Mi alma engrandece al Señor

47 y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador,

48 porque ha mirado la humildad de su sierva;

 por eso todas las generaciones me llamarán bienaventurada,

49 porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso,

 cuyo nombre es santo.

50 Su misericordia se derrama de generación en generación

 sobre los que le temen.

51 Desplegó el poder de su brazo

 y dispersó a los que se engríen con los pensamientos de su corazón.

52 Derribó a los potentados de sus tronos

 y ensalzó a los humildes.

53 A los hambrientos los llenó de bienes

 y a los ricos los despidió con las manos vacías.

54 Acogió a Israel, su siervo,

 acordándose de su misericordia.

55 Según lo había prometido a nuestros padres,

 a Abraham y a su descendencia para siempre.

La primera parte de este poema (vv. 46-49) es una explosión de alegría y una efusión de gratitud. Esta joven presiente en forma oscura que se halla situada en el corazón mismo de la historia de la salvación: todas las edades venideras la recordarán, pero también todos los tiempos pasados prepararon su advenimiento inventando las fórmulas de plegaria y de magnificencia que ella misma haría suyas. Ana, la estéril, que forma parte de la generación de los anauim, ¿acaso no había cantado anteriormente su Magnificat al nacer el pequeño Samuel?

Mi alma salta de júbilo en Yavé;

Yavé ha levantado mi frente

y ha abierto mi boca contra mis enemigos,

porque esperé de él la salud.

No hay santo como Yavé,

no hay fuerte como nuestro Dios (1 Sam 2, 1-2).

Para exponer la alegría del advenimiento del Mesías, María deja que acudan a sus labios las mismas expresiones que designaban las más brillantes obras de Dios. Las "maravillas" del pasado se llamaban Creación (Job 5, 9), milagros del Exodo (Ex 3, 20; 34, 10; Jos 3, 5), don de la Ley (Sal 119, 18); María es el instrumento de "maravillas" aún más asombrosas. Veámosla llena de admiración ante la "conducta" divina que ha presidido esta elección y a la que san Pablo dará, un día, categoría de ley: A los débiles del mundo elige Dios... (1 Cor 1, 27). Ella misma nos habla de su tapeinosis y esta palabra parece constituir de tal modo el núcleo central del poema, que difícilmente se podría creer a primera vista, que no se nos descubra el alma misma de la Virgen. Sin embargo, esta expresión ha puesto en aprietos a los traductores, temerosos de atribuirle un significado excesivo. Se trataba de la condición oscura e ignorada de María, de la miseria de su condición humana. Los traductores se inclinan más bien por la palabra en el sentido de "sencillez" y algunos otros por el sentido de "humildad". Hasta se da el caso que, de una edición a otra se pasa de la primera a la segunda traducción.

El problema está en conocer si el sentido explícito de humildad se expresa, en esta época, por la palabra tapeinosis. Sería difícil recurrir al testimonio de los Setenta y, como recordaremos, solamente lo encontramos en la versión de Teodoción a propósito de Daniel (Dan 3, 39). El testimonio de los Testamentos de los Doce Patriarcas sería de importancia capital, si tuviéramos la certeza de que no han sufrido ninguna revisión cristiana. Rubén exhorta a sus descendientes para que se acerquen a Leví con humildad de corazón (tapeinosis kardias), para recibir de su boca la bendición (Rubén, VI, 10). En el Testamento de Gad (V, 3) encontramos estas sentencias en las que tapeinosis se emplea esta vez en un sentido absoluto:

La justicia destierra el odio,

la humildad (tapeinosis) lo mata.

Porque el justo y el humilde (tapeinos)

se averg_enzan de cometer el mal.

Por lo demás, si el sentido de la palabra hubiera sido tan claro, ¿qué necesidad hubiese tenido san Pablo de recurrir al término tapeinofrosine para significar la idea de humildad? Por lo tanto, es más prudente considerar que a diferencia del adjetivo tapeinos que significaba hace mucho tiempo "humilde", la semántica del sustantivo correspondiente evolucionó más lentamente hacia el sentido de humildad.

Pero, para comprender el espíritu que animaba a la Virgen, tampoco es necesario insistir en esta sola palabra aislándola del contexto donde se halla. María repite una fórmula clásica para expresar la solicitud divina. La madre de Samuel, estéril, imploraba de Yavé, en el templo de Silo, "que se dignara reparar en la humillación de su sierva" (Sam 1, 11), (‘oni tapeinosis). En las súplicas y acciones de gracia de los salmistas, la misma fórmula servía para designar la situación violenta, circunstancial o permanente, de los orantes (Sal 25, 18 31, 8). "Tú miraste la aflicción (‘oni tapeinosis) de nuestros padres en Egipto", dice un texto tardío, inserto en el libro de Nehemías (Neh 9, 9). La expresión parece haber adquirido en el lenguaje litúrgico, un sentido bastante genérico, sin alusiones a una determinada situación. El Salmo 119, 153, de acuerdo con el vocabulario de la pobreza, puede traducirse perfectamente por: "Contempla mi pobreza y líbrame de ella".

Sólo los santos saben hablar humildemente de su humildad. En el Magnificat, María ha sabido transmitirnos su humildad sin ponerla de relieve.

 

* * *

La segunda parte de este "canto de pobreza" extiende el beneficio de la Encarnación a todos los que son dignos de él (vv. 50-53). Para los que tienen presentes los paralelismos y las líneas armónicas del Antiguo Testamento, no cabe duda de que la expresión "los que temen a Yavé" (v. 50) no alude en este caso a sus "amigos", a sus "clientes" los anauim. Concretamente, no pertenecen en absoluto a los afortunados de este mundo: podemos decir que, en esta pobreza real, germina su impulso espiritual. En el lado opuesto, aparecen tres "grandezas" humanas, encerradas en sí mismas, tres "suficiencias" en conflicto con Dios: el orgullo (vv. 50-51), el poder (v. 52) y la riqueza (v. 53). Pero Dios invierte las situaciones y, si es cierto que esto constituye una de las constantes providenciales, no cabe duda de que esta "conducta" alcanzará, en la época mesiánica, un auge y una trascendencia asombrosas. Maurras ha hablado del "germen revolucionario" del Magnificat, lo cual es poner muy bajo el centro de proyección. María, en este caso, hereda un antiguo tema que, desde el paganismo, define los "hábitos" de la Divinidad. Marduk, recibió en la asamblea de sus padres, el poder de hundir o levantar; y Hesíodo, refiriéndose a Zeus, canta: "Doblega fácilmente a los soberbios y exalta a los humildes"; y Esopo ha dado, de esta intervención divina que regula sin cesar el orden del mundo, una fórmula muy sorprendente: "_l encumbra lo que está hundido y hunde lo que está encumbrado". Pero este poder, ¿obedece a normas morales? Veamos cómo crea en Eurípides ese pesimismo fatal ante los dioses, idea completamente ajena a la Biblia, cuyos hechos discurren siempre en un clima de monoteísmo moral:

Yavé da la muerte y la vida,

hace bajar al sepulcro y subir de él;

a uno empobrece o enriquece,

humilla o exalta.

Levanta del polvo al pobre,

saca de la basura al indigente,

para hacer que se siente entre los príncipes

y darle parte en un trono de gloria...

_l guardará los pasos de sus piadosos,

pero los malvados perecerán en las tinieblas.

No cabe duda de que el Magnificat de María es con un eco de este otro Magnificat entonado por Ana (1 San 2, 6-9). Pero las viejas fórmulas habían sufrido no sólo influencia de la tradición bíblica, sino que habían recibido también el sello del espíritu de la Virgen, iluminadas por su "pobreza", y definían desde este momento a los adeptos del cristianismo.

 

* * *

Lo único que le queda por hacer a la Virgen, en una última parte de su canto (vv. 54-55) es dar la bienvenida a la realización comunitaria de la salvación. El Israel a que ella alude no es otro que aquel pueblo cualitativo al que san Pablo llamará algún día, el Israel de Dios (Gal 6, 16), el mismo que el Segundo Isaías había vinculado a Abraham, en su retrospectiva histórica (Is 41, 8) y del cual conocemos, desde entonces, su constitución íntima:

Cantad, cielos; tierra, salta de gozo;

montes, que resuenen vuestros cánticos,

porque ha consolado Yavé a su pueblo

y de sus pobres ha tenido piedad (Is 49, 13).

Bossuet, al comentar el Magnificat, exclama: "¿Qué puedo yo decir de este cántico divino? Su simplicidad, su elevación que sobrepasa mi inteligencia, me mueven, más que a hablar de él, a guardar silencio religioso". Es que el célebre orador había comprendido bien que el espíritu profundo de María se proyectaba sobre la temática, ahondando en su interior. Hay en ello una especie de hálito espiritual que mantiene la unidad del poema, desde el principio hasta el fin.

No se ha dejado de notar la íntima vinculación que existe entre el Magnificat y las Bienaventuranzas. Si se pudiera llevar hasta ese punto el análisis del desarrollo humano de Jesús, diríamos que había en él, como en muchos otros, rasgos debidos a la influencia de su Madre. Sí, no cabe duda de que fue en Nazaret donde el Salvador, íntimamente unido a su Madre, amó a aquellos anauim a los que, un día, llamaría sus discípulos.