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Gentileza
de http://www.hernandarias.edu.ar/ceiboysur/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
Albert
Gélin
Los
pobres de Yavé
CAPITULO
V
EL
MESÍAS
DE LOS ANAUIM
La
Iglesia de los pobres, de la que acabamos de trazar su esquema histórico,
termina por coincidir con el "pueblo de Dios", ese Israel permanente
que vive de oración y de esperanza. Esta actitud espiritual y escatológica lo
define en su interior. Es el pueblo que está en tensión constante hacia Dios,
es el pueblo amado por Dios y, cuando haya sonado la hora divina, será el
pueblo que se convertirá en mesiánico. Lo es ya en su actitud expectativa. De
generación en generación, desde el anuncio de Sofonías hasta las plegarias de
Qumram, desde los cantos del Segundo Isaías al silencio de Nazaret, se va
forjando constantemente en espera de la hora de su promoción. Esta hora depende
exclusivamente de Dios, pero el dinamismo de la fe reaviva sus preparativos,
supera las decepciones y mantiene viva la tensión en todo momento. Los
"pobres" cantan por anticipado las glorias de la era definitiva, en la
cual les está reservado un lugar de honor. Sus cánticos, a veces transidos de
impaciencia y de resentimiento, expresan la esperanza pura de quienes, más allá
de todo apoyo humano, confían sólo en Dios:
Los
pobres (aniyim'ptojoi) buscan el agua
y
no la encuentran.
Su
lengua está seca por la sed;
pero
yo, Yavé, les oiré;
yo,
el Dios de Israel, no los abandonaré (Is 41, 17).
Se
regocijarán en Yavé los humillados (anauim'ptojoi)
(Is 29, 19).
El
derribó y humilló la ciudad soberbia
y
es hollada por los pies de los pobres (aniyimíprais)
y
los pasos de los débiles (dal-lim,
tapeinoi) (Is 26, 6)...
El
pueblo pobre (ptojos) te bendecirá (ls
25, 3 griego)...
Todos
estos textos no revelan únicamente que las ideas de pobreza y de humildad eran
el centro de la fe de después del Exilio, sino que además nos hacen entrever
la promoción de los "pobres" en el Reino que se aproxima, teniendo en
cuenta que se han extraído del libro mesiánico por excelencia: el libro de Isaías.
*
* *
Este
era el sueño que acariciaba hacia las postrimerías del Exilio, el grupo de los
idealistas que se preparaban para el regreso. Cielos y tierra son invitados a la
exultación
porque
Yavé ha consolado a su pueblo
y
ha tenido piedad de sus pobres (aniyim)
(Is 49, 13).
El
brazo de Yavé iba a operar un nuevo Exodo. A través del desierto de Siria, por
el camino más corto, Israel, liberado por las victorias de Ciro, sobre todo
después de la caída de Babilonia, iba a reconquistar Sión. Sería como un
majestuoso cortejo conducido por Yavé (Is 52, 11-12), a cuyo paso se
transformaría el desierto (Is 40, 3-5; 41, 17- 19; 43, 19-20):
Voy
a poner agua en el desierto
y
torrentes en las tierras áridas,
para
abrevar a mi pueblo, a mi elegido...
Israel
se siente más que nunca el centro de la historia del mundo. Favorecido por la
empresa divina a la que deberá su restauración, tiene conciencia de su papel
de pueblo testimonio y mediador. Esa restauración tiene el valor de un mensaje
a las demás naciones y será el origen de su conversión (Is 40, 5; 42, 10; 45,
14; 52, 10; 54, 5):
Sólo
tú tienes un Dios, no hay ningún otro,
los
dioses no existen ya;
en
verdad tienes contigo un Dios escondido,
el
Dios de Israel, Salvador.
Recordemos
que este Israel del que se habla, se define en términos religiosos. Significa
el Resto (Is 41, 14; 46, 3), los pobres de Yavé (Is 49, 13) sus rescatados (Is
51, 11), sus discípulos (Is 54, 13), sus siervos (Is 44, 1; 54, 17), los que
esperan en El (Is 40, 31), los que guardan la ley de su corazón (Is 51, 7), la
"raza" de Israel-Jacob (Is 44, 3). La palabra (zera') va a tener también sentido religioso. A lo largo de estos
poemas se califica frecuentemente a Israel de "siervo de Yavé" (Is
41, 8-9; 42, 19; 43, 10; 44, 1-2.21).
Ahora
bien, hay cuatro pasajes distintos (Is 42, 1-4; 49, 1-6; 50, 4-9; 52,23 - 53,12)
en los que se modifica este ambiente. Cierto que el conjunto de esta sinfonía
suntuosa permanece inalterable: siempre se trata de la salvación de Israel y,
por medio de Israel, de la salvación universal; pero todo el elemento
maravilloso se diluye para dar paso a un sencillo cuadro de humilde predicación
y de martirio redentor. La salvación esperada llegará, pero a través de un
personaje misterioso de cuyos sufrimientos Dios se servirá para el cumplimiento
de sus designios.
¿Cómo
explicar este cambio de panorama? Lo único que nosotros podemos hacer es
aventurar una hipótesis de interpretación, cuyo nudo esencial es la
experiencia de un fracaso por parte del profeta.
El
retorno del Exilio, iniciado en 538, se realizó sin grandes maravillas y en número
limitado. Unos cien años más tarde, Esdras conduciría todavía hacia la
patria a una importante caravana de desterrados (Esd 8). Entretanto, el anuncio
del retorno había llegado a ser el tema de la literatura de después del Exilio
(Is 57, 19; Ag 2, 7-8; Zac 8, 7; 10, 10; Sal 69, 36). Por otra parte, las
naciones no se convertirían y, de nuevo, volvería a esperarse su conversión
en los textos de Ageo (2, 22) y de Zacarías (2, 15). Estos rasgos aparecían
como esenciales en los designios de Dios, según el anuncio del profeta del
Exilio. Tanto es así que volverá a reproducirlos en idéntico sentido, pero
con una nueva perspectiva. Esta vez se cumplirá la voluntad divina (Is 53, 10)
sobre la reagrupación de Israel y la conversión de los paganos; pero su
instrumento será un Hombre del futuro. No ya un Ciro (Is 44, 28), sino alguien
surgido del propio Israel, al que se le presenta con los rasgos característicos
de Moisés y de Jeremías, especialmente de este último. Y se describe la
eficacia de su martirio sirviéndose de la terminología litúrgica, igual que
el cristianismo primitivo lo hará con Jesús. Existen matices delicados,
tomados del mecanismo real (Is 42, 1 53, 12), que nos dicen claramente que se
trata de una figura del Mesías.
Así,
el Segundo Isaías, bajo la influencia de la Revelación, profundiza
considerablemente en sus primeras perspectivas. Nosotros suponemos que esto debió
de realizarse dentro del círculo de sus discípulos, al tiempo de transmitirles
lo que podríamos llamar su testamento. Y sus discípulos debieron incluirlo en
la trama de los poemas del maestro, al realizar algunas revisiones literarias.
Así suponemos que se conservó lo que el exegeta North llama "el corazón
palpitante del mensaje de Isaías": los cuatro cantos dedicados al
"Siervo de Yavé".
¿Cuál
es la fisonomía concreta de ese personaje escatológico? ¿Cuáles son los
elementos presentes y futuros de que se sirve el autor inspirado para construir
su figura? Se diría que él solo, el Siervo de Yavé, ha de encarnar y
sintetizar a este Israel cualitativo que el Exilio había puesto en marcha:
Yavé
me ha dicho: tú eres mi siervo,
en
ti, Israel, seré glorificado (Is 49, 3).
Si
no es lícito intentar eludir este texto que contiene una indicación tan
preciosa, tampoco podemos darle una interpretación colectiva, como si
"Israel hubiera sido individualizado poéticamente... habiendo resumido el
profeta en esta noción del Siervo de Yavé la misión providencial de Israel,
misionero de Dios en el mundo, víctima expiatoria del género humano" (Loisy).
En efecto, el Siervo de Yavé no se identifica simplemente con el Israel
fervoroso que tiene la misión de reunir (Is 49, 6).
Su
vinculación con Israel es muy profunda. A partir del Exilio, el papel de los
profetas no se reduce ya a instruir y corregir al pueblo escogido. Esos mentores
lúcidos y guías espirituales de la teocracia se convierten, a consecuencia de
la catástrofe, en elemento estructural de un pueblo sin reyes ni clero. Ellos
son, por decirlo así, su única referencia y su único vínculo jerárquico.
Esta posición especial explica también la promoción mesiánica que se hace de
su personaje: el Mesías-Rey cede el paso al Mesías-Profeta. La línea profética
se resumía en dos de sus personajes más representativos: Jeremías, cuya
figura se había agigantado durante el Exilio, y Moisés, el profeta por
excelencia de los Números (12, 6-8). El "Siervo" será la réplica
exacta de esas figuras, pero en un plano mucho más amplio. Su ministerio, lo
mismo que el de los profetas, será ministerio de intercesión (Is 53, 12; véase
Jer 7, 16; 11, 14; 15, 1; 37, 3; Ex 32, 32) y, lo mismo que ellos, estará al
servicio de la "palabra" divina y de la Torah (Ley) (Is 42, 4); su vida estará centrada en la lucha contra
el pecado (Is 53) como lo estaba la de ellos (Jer 6, 27, 30) y su ministerio
conocerá también la contradicción (Is 49, 4 50, 4-9). Este último rasgo lo
asemeja especialmente a Jeremías. Pueden también añadirse otras semejanzas,
como la vocación desde el seno de su madre (Is 49, 1; Jer 1, 5), la actitud de
diálogo constante con Dios (Is 49, 1-6), la entrega total a la obra de Yavé
hasta la aceptación del martirio (Jer 26). Pero la figura del "Siervo de
Yavé", aunque parecida a la de Jeremías, la desborda infinitamente: su
empresa es francamente universalista, su respuesta a Yavé es más absoluta, su
preocupación por el pecado más fundamental y el sentido redentor de su entrega
radicalmente distinto.
En
dos ocasiones, el Siervo es presentado usando la terminología de la pobreza (Is
53, 4, 7); la segunda vez -lo veremos en seguida-, el clima corresponde a la
idea espiritual de la anauah. Es un
nuevo ideal de piedad el que aquí nos presenta Isaías: el ideal de una
confianza en Dios, resignada, sumisa y dispuesta al sufrimiento; un ideal que,
si bien se ha ido forjando a través de los profetas, ninguno de sus
predecesores conoció -ni siquiera el propio Jeremías-, salvo en alguno de sus
momentos más brillantes. Solamente algunos de los salmistas más profundos, en
años posteriores, lo comprenderán y reprimirán el ardor de su corazón. Un día
surgirá el más grande de todos los profetas, el cual aceptará dulcemente y
con humildad la más ignominiosa de las muertes. Pero sus discípulos añadirán:
¡Ha resucitado!, y nos remitirán a esta profecía del Siervo del Señor,
muerto y resucitado.
Canto
cuarto del Siervo de Yavé
(Oráculo
de Yavé)
He
aquí que mi Siervo triunfará:
será
grande y ensalzado, puesto muy alto.
Como
de él se pasmaron muchos,
tan
desfigurado estaba su rostro
que
no parecía ser de hombre,
así
se admirarán de él las gentes
y
los reyes cerraron ante él su boca
al
ver lo que jamás vieron,
al
oír lo que jamás habían oído.
(Lamentación
de los reyes de la tierra)
¿Quién
creerá lo que hemos oído?
¿A
quién fue revelado el brazo de Yavé?
Sube
ante El como un retoño,
como
retoño de raíz en tierra árida.
No
hay en él apariencia,
no
hay hermosura que atraiga las miradas,
no
hay en él belleza que agrade.
Despreciado,
rechazado por los hombres,
varón
de dolores, conocedor de todos los quebrantos,
ante
quien se vuelve el rostro,
menospreciado,
estimado en nada.
Sin
embargo, fue él quien tomó sobre sí nuestras enfermedades
y
cargó con nuestros dolores,
mientras
nosotros le tuvimos por castigado
y
herido por Dios, y humillado.
Fue
traspasado por nuestras iniquidades
y
deshecho por nuestros pecados.
Sobre
él pesó el castigo salvador
y
en sus llagas hemos sido curados.
Todos
andábamos errantes, como ovejas,
siguiendo
cada uno su camino,
y
Yavé cargó sobre él
la
iniquidad de todos nosotros.
Maltratado
y afligido se sometió sin abrir la boca,
como
cordero llevado al matadero,
como
oveja muda ante los trasquiladores.
Fue
arrebatado por un juicio inicuo,
sin
que nadie, en la tierra ni en el cielo,
defendiera
su causa,
cuando
era arrancado de la tierra de los vivientes
y
muerto por las iniquidades de su pueblo.
Dispuesta
estaba entre los impíos su sepultura,
y
fue en la muerte igualado a los malhechores,
a
pesar de no haber en él maldad
ni
haber mentira en su boca.
Es
que quiso quebrantarle Yavé con padecimientos.
Ofreciendo
su vida en sacrificio por el pecado,
tendrá
posteridad y vivirá largos días,
y
en sus manos prosperará la obra de Yavé.
(Oráculo
de Yavé)
Después
del sufrimiento de su alma,
será
la luz a causa de su adversidad,
será
colmado en sus deseos.
El
Justo, mi Siervo, justificará a muchos
y
cargará con las iniquidades de ellos.
Por
eso yo le daré por parte suya muchedumbres,
y
recibirá muchedumbres por botín.
Por
haberse entregado a la muerte
y
haber sido contado entre los pecadores
cuando
llevaba sobre sí los pecados de todos
e
intercedía por los pecadores.
SALMO
21: Estamos asistiendo en este momento a un redescubrimiento, a una
revaloración, por parte de la crítica, de la figura del Mesías doliente
dentro del judaísmo. Basta con citar los nombres de H. Reisenfeld, J. Jeremías,
Stamm, Bentzen y Dupont-Sommer. Este último ha tenido especial interés en
subrayar la importancia que, en este aspecto, tiene el Salmo 22.
El
sentido mesiánico de este salmo fue descubierto mucho antes de la era cristiana
y parece fácil reconstruir el proceso de este hallazgo mesiánico dentro de la
comunidad viviente de Israel, que conservó el texto sagrado nutriéndose de su
contenido. Vamos a esbozar aquí cuatro interpretaciones sucesivas de dicho
salmo.
*
* *
Jeremías
fue el primero, en la historia de Israel, que expresó por escrito sus
experiencias dolorosas, las dificultades de su difícil ministerio, la confianza
y el desaliento que alternan en su alma, sus soliloquios que, más de una vez,
se transforman en diálogos místicos. Son, ni más ni menos, sus
"Confesiones", que Baruc, el fiel secretario, transcribió e incorporó
a la trama de los oráculos jeremíacos.
Ese
género literario, tan espontáneo, que inaugura Jeremías, tuvo un éxito
inmenso. A partir del Exilio, lo imitan los profetas (Is 49, 1ss; 50, 4ss) y los
salmistas (Sal 51). Nehemías, en su Memoria, sufre también su influencia. Y la
presencia de los "Cánticos espirituales" en nuestro Salterio (Sal 16,
88, 139) demuestra que el alma y el estilo de Jeremías continuaron siendo para
los anauim motivos de constante
meditación.
En
este ambiente es como hay que interpretar el salmo
22 en su primer impulso. Como su autor lo indica suficientemente, se trata
de un "pobre" (ani, ptojos)
(v. 25) que no se cansa de relatarnos sus miserias. La enfermedad constituye la
decoración de fondo:
Como
el agua se diluyen mis fuerzas;
todos
mis huesos están dislocados.
Mi
corazón es como cera
que
se derrite dentro de mis entrañas.
Seco
está como un tejón mi paladar
y
mi lengua está pegada a las fauces (vv. 15-16)...
La
Biblia no suele ser muy explícita al describir las enfermedades: los huesos
quebrados (Sal 51, 10) y la sangre que brota (Sal 51, 16) son imágenes que
nacen en diagnósticos elementales y que, de ordinario, tienen mero valor
descriptivo; aquí el infortunado relator nos habla de su estado febril, de
agotamiento físico, de su enflaquecimiento. Tal situación parece el resultado
de las persecuciones y de la cárcel, si nos atenemos a la interpretación de
San Jerónimo al v. 17:
Me
rodean como perros,
me
cerca una turba de malvados.
Me
han atado las manos y los pies
y
me han arrojado al polvo de la muerte.
Si
gimo doliente por todos mis sufrimientos
ellos
me miran con gozo y triunfan sobre mí.
Se
han repartido mis vestiduras
y
echan suertes sobre mi túnica (vv. 17, 16 c 18, 19).
La
experiencia de las prisiones es de sobra conocida por los relatos de Baruc sobre
Jeremías (Jer 37-38). El régimen de encierro no impedía totalmente la
comunicación con el público. El pobre del presente relato se lamenta de ser
"la risa de las gentes" (v. 7):
Se
burlan de mí cuantos me ven,
Lanzan
carcajadas y mueven la cabeza (v. 8).
¿Es
que la enfermedad representa para ellos una señal de pecado, como ocurría con
los amigos de Job? ¿o se trata, simplemente, de que para los orientales de espíritu
cruel es motivo de alegría perversa ver abatido al justo? El salmista sufre con
su actitud, pero sobre todo increpa a esos hombres a los que alude veladamente:
los responsables de su situación, directa o indirectamente, sean carceleros u
hombres de justicia. Contra ellos se acumulan los epítetos insultantes, llamándolos
toros, leones, búfalos y, sobre todo, perros; esta última expresión es
extraordinariamente dura en el lenguaje de la Biblia y creemos que el P.
Lagrange se muestra muy adulador con este personaje al no descubrir en él
"ningún rencor contra sus verdugos, ninguna maldición, ningún lamento de
amargura".
Humanamente
hablando, no cabe duda de que se encuentra desesperado. Dios no escucha su
clamor:
Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (v. 1).
Pero
este silencio de Dios no es habitual en su vida. Recurriendo a un tema de Jeremías
(Jer 1, 5 véase Isaías, 49, 1; Sal 139, 15ss), el salmista proclama la
proximidad divina que le sostiene:
Sí,
tú eres mi esperanza desde el útero,
mi
seguro refugio desde el seno de mi madre.
Desde
mi nacimiento fui entregado a ti,
desde
que colgaba de los pechos de mi madre tú eres mi Dios,
no
te apartes de mí (vv. 10-12).
Los
que le contemplan desde fuera, no se equivocan y saben perfectamente que confía
en Yavé y que le ama (v. 9). Esa actitud de espíritu, ese modo confiado de
recurrir a Dios, esa íntima relación de siervo de Yavé, definen la
"pobreza" espiritual, que germina y se hace más profunda ante el
fracaso y el sufrimiento.
Si
el "pobre" ha relatado con cierto detalle y extensión su desventura,
es porque ésta llegaba ya a su fin. Mas de pronto su relato se convierte en la
evocación de un final feliz. Los presos liberados de su prisión, los enfermos
que sanaban, las caravanas que lograban atravesar el desierto y los navegantes
que habían tenido una feliz travesía (Sal 107) acostumbraban acudir al Templo
para ofrecer un sacrificio de acción de gracias: el shelem. En una especie de
acto paralitúrgico, cuyo modelo podemos encontrar en el salmo 118; cumplían
allí sus votos, expresando en cánticos su alegría; ya el ani de nuestro salmo parece escuchar los coros del templo, entonando
sus acostumbrados "invitatorios" (v. 24), uniendo a las notas de la música
la alegría de su hermandad. Los anauim celebran su fiesta (v. 27) y forman un grupo de devotos cuya
fisonomía se describe aquí, lo mismo que el salmo 34, por los consabidos
paralelismos: ellos son "los que temen a Yavé" (v. 26), "los que
le buscan" (v. 27). "Los pobres de Yavé" forman el gran
movimiento religioso de la época posterior al Exilio, el "resto"
escogido que los profetas han tratado de construir. En ese día entrevisto por
el salmista, serán ellos los que ocuparán el atrio santo y alegrarán su espíritu
ante Yavé, tomando parte en el ágape sagrado que consumará el sacrificio. Y
el salmista evoca finalmente las felicitaciones que los judíos pronunciaban al
sentarse a la mesa:
Comerán
los pobres y se saciarán,
y
alabarán a Yavé los que le buscan.
"Viva
nuestro corazón siempre".
Esta
composición era una pieza original y su belleza hizo que se la incluyera en una
de las colecciones oficiales del Templo, patrocinada por determinadas
asociaciones. Esta inserción se desprende evidentemente del título colocado al
principio del fragmento que indica una clasificación y un modo de ejecutoria.
La
pieza merecerá más tarde el calificativo de salmo y conocerá una segunda
etapa de su historia: lo que podríamos llamar su fase litúrgica. Sin duda, fue
utilizada en los actos litúrgicos de acción de gracias que se acaban de
describir. Ordinariamente, los cánticos entonados en tales ocasiones tienen un
carácter más bien general (véanse los salmos 5 y 6); éste, por el contrario,
está lleno de rasgos concretos, que deberán difuminarse en este nuevo
ambiente. Podríamos hacer nuestras las palabras de monseñor Garrone, al hablar
de la ejecución de los antiguos salmos hebreos en nuestras iglesias: "¿Puede
negarse que haya en esas estrofas un sentido religioso, un poder de recogimiento
hasta cierto punto independiente del contenido intelectual del texto?".
*
* *
En
este terreno es donde adquiere su sentido más importante, esto es, su sentido
mesiánico. Un día -tal vez a finales del siglo IV- una adición importante
vino a polarizar hacia el futuro los detalles del salmo. Los versículos 28 a 32
contienen una ampliación extraordinaria de las perspectivas anteriores, una
descripción del reino de Dios, como pocas veces encontramos en la Biblia y que
lleva en sí misma el sello de una época anterior. Yuxtapuestos a los versículos
precedentes, nos presentan una visión del reino ecuménico de Yavé -a la
manera de los salmos llamados "del Reino" (por ejemplo, el salmo 98)-
que orquestan los conceptos de Isaías (52,8) -de la resurrección de los
muertos, que poblarán el nuevo Reino (ver Dan 12 e Is 29)- y en fin, la
generación del futuro. Desde todos los puntos del espacio, en un concierto
universal donde los muertos del pasado se unirán a los hombres del porvenir, se
reunirá una vasta asamblea en la que la humanidad alabará a su Señor:
Se
acordarán y se convertirán a Yavé
todos
los confines de la tierra,
y
se postrarán delante de El
todas
las familias de las naciones.
Porque
de Yavé es el Reino.
Y
El dominará a las naciones.
Ante
El se postrarán
todos
cuantos duermen sobre la tierra;
ante
El se arrodillarán
cuantos
al polvo descendieron
y
las almas privadas de la vida glorificarán su poder.
Su
posteridad te servirá,
hablará
de Yavé a las generaciones venideras;
y
predicarán tu justicia al pueblo que ha de nacer (vv. 28-32).
¿Cómo
ha sido posible esta desconcertante yuxtaposición? Evidentemente, es la obra de
una comunidad de chantres que profesaba el ideal de los anauim, identificada con esta actitud de espera mesiánica expresada
en el cuarto poema del Siervo de Yavé (Is 52, 13 - 53, 12). La nueva revelación
del Mesías lleva consigo rasgos de sufrimiento, de redención por el sacrificio
y de consecución del plan divino. El ritmo de Isaías iba del fracaso al éxito,
siendo idéntico el de nuestro salmo; el Pobre del salmo crece hasta dimensiones
escatológicas, como el Siervo de Isaías; el Siervo hace triunfar, por medio de
sus sufrimientos, los planes divinos y justo es reconocer que, en el caso
presente, no se da tal circunstancia. ¿Debemos, pues, deducir de ello, como
apunta el P. Lagrange, que el único rasgo verdaderamente característico de
parecido entre nuestro salmo y el pasaje de Isaías 53, no tiene consistencia?
Esto sería olvidar precisamente el carácter artificial de la adición que hizo
posible la mesianización del salmo. El procedimiento no es perfecto, pero sin
duda suficientemente evocador para espíritus menos "lógicos" que los
nuestros y que vivían de la esperanza a que alude Isaías en el capítulo 53.
La
tercera interpretación del salmo 22 viene a ser como sigue: el Pobre de la era
definitiva deberá pasar por el sufrimiento, pero será liberado por Dios,
coincidiendo esta liberación con la era mesiánica de la que el Pobre será su
centro. Todo esto se canta en un presente profético, como es habitual en las
composiciones mesiánicas, de modo que uno parece hallarse ya ante el
acontecimiento.
*
* *
La
cuarta interpretación -la cristológica- no es más que un concretamiento de la
tercera. En ella distinguiremos la interpretación del mismo Cristo y la primera
generación cristiana.
Desde
las tentaciones del desierto hasta el anuncio, tres veces repetido, de su marcha
hacia Jerusalén (Mt 16, 21ss; 17, 22-23; 20, 17-19), Jesús opta claramente por
un mesianismo humilde y doliente, plenamente acorde con la línea de esperanza
contenida en el Antiguo Testamento, cuyos testimonios esenciales hemos señalado.
Jesús expresa su oración filial, usando los mismos términos de estos
fragmentos que la anuncian. Es en extremo significativo que su última palabra
en la cruz sea precisamente el comienzo del salmo 22:
Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Para
un judío, citar la frase inicial de un libro o documento, significa evocar
dicho documento en su sentido completo. Esta forma de emplear las citas, a la
que quizá no se ha prestado la debida atención, puede comprobarse por ejemplo
en Jeremías (33, 11), el cual, para crear el clima de las festividades propias
del regreso del Exilio, cita sólo las primeras palabras del salmo 118. Por lo
tanto, en Jesús, el salmo 22 gravita en el sentido que se le había dado desde
hacía varios siglos, que nosotros hemos señalado como tercera interpretación:
estas palabras en sus labios, no podían ser más que el grito doliente del Mesías
afirmando su confianza en la conclusión de la obra redentora: Este lamento no
es, en modo alguno, el grito de un hombre que se rebela ni el de un desesperado;
es la exclamación del justo que sufre, pero con la seguridad del amor y de la
protección que le dispensa, hasta en la muerte, el Dios infinitamente santo. En
la mentalidad judía, el grito no es un signo de desesperación, ni expresa un
sentimiento de rebelde impiedad, sino que armoniza muy bien con la piedad del
Antiguo Testamento y expresa, en consecuencia, un sentimiento de comunión con
Dios. Este es el sentido primordial. Ver en ello "una sombra de desesperación"
(Goguel) o elaborar con este motivo una teoría oscura sobre el abandonamiento,
que ha tenido cierta resonancia en la predicación, es deformar completamente
este sentido.
Por
otra parte, la comunidad cristiana ha leído también el salmo a la luz de los
acontecimientos concretos de la Pasión, pudiendo reflexionar sobre ellos y
superar su escándalo. El terrible suplicio reservado al Mesías da cumplimiento
a la voluntad de Dios, tal como se expresa en el Antiguo Testamento: la
crucifixión encuentra así su justificación en los oráculos de los profetas.
Un verdadero estudio de los "Testimonios" se emprendió así,
meticuloso como sabe serIo el amor que envuelve a la persona de Nuestro Señor
Jesucristo.
Pero
aún hay más que decir. Sobre la Pasión de Cristo se conocían indudablemente
muchísimos más detalles de los recogidos en los Evangelios canónicos. El
criterio que debió seguirse para la selección de los hechos, estaría guiado
por el intento de narrar sólo los episodios más significativos para la fe, o
sea, los que habían sido profetizados en el Antiguo Testamento. Las escenas de
las injurias fueron recogidas por cuanto aparecían relatadas en nuestro salmo (Mt
27, 39.43 y Sal 22, 8-9). Así mismo el reparto de las vestiduras (Jn 19, 24; Mt
27, 35 y Sal 22, 19). Este último detalle es particularmente interesante y
tiene para nosotros cierta importancia apologética. Cuando Goguel afirma que la
profecía ha dado nacimiento al relato evangélico, desconoce el sentido de un
texto poético en el que el segundo verso no es más que la repetición paralela
del primero:
Se
han repartido mis vestiduras
y
echan suertes sobre mi túnica (v. 19).
Nadie
hubiera sido capaz de extraer de estos versos el relato concreto del cuarto
Evangelio, pero este relato encuentra en el texto antiguo, iluminado y como
enriquecido por la tragedia del Calvario, un apoyo tal que nos induce a pensar
en una armonía preestablecida.
*
* *
Casi
sin darnos cuenta, hemos irrumpido en el Nuevo Testamento. Y quisiéramos cerrar
este capítulo con uno de los textos antiguos que en él reaparecen. En la
segunda parte de Zacarías (9-14), escrita quizás en las últimas décadas del
siglo IV, en la que abundan un poco confusamente, las profecías mesiánicas, se
ha conservado un canto de bienvenida al Mesías. Se trata del Mesías Rey que
hace su entrada en la capital. Como réplica a la fastuosidad de los reyes
tradicionales (Jer 17, 25; 12, 4) se le da la vieja montura de los scheiks (Gen
49, 11; Jue 5, 10, 4; 12, 14). Este cariz arcaico no es lo más desconcertante:
el texto hebreo presenta al Mesías como "el salvado" y el texto
griego como "el salvador"; ambos insisten en la restauración que va a
hacer de la unidad de Israel y en su proclamación de la paz universal. Pero,
sobre todo, destaca el título que se le da, al que estamos ya acostumbrados, y
que no es otro que el de ani-práis:
Alégrate
con alegría grande, hija de Sión.
Salta
de júbilo, hija de Jerusalén.
Mira
que viene a ti tu Rey,
Justo
y Salvador, humilde (ani-práis),
montado
en un asno,
en
un pollino hijo de asna.
El
extirpará los carros de guerra de Efraim,
y
los caballos de Jerusalén,
y
será roto el arco de guerra,
y
promulgará a las gentes la paz.
De
mar a mar irá su señorío,
y
desde el río hasta los confines de la tierra (Zac 9, 9-10).
Por
lo tanto, cuadra al Mesías el título que Sofonías da al pueblo del futuro (Sof
3, 12) y que había sido atribuido a David en la época posterior al Exilio.
Realmente, es difícil no ver en este hecho la influencia del Segundo Isaías,
pues el ideal de humildad se adapta maravillosamente a la figura del Mesías que
aparece en el capítulo 40 y siguientes. Elliger, razonando sobre el título de
"justo", tan próximo al de la humildad, se pregunta si tras él no
estará también la figura del Siervo de Yavé, que nos presenta Isaías (Is
53).
Recientemente,
se ha tratado de aclarar el texto de Zacarías a través de comparaciones. De
ello ha resultado, tal como se desprende de la inscripción de Zakir que, desde
el siglo VIII antes de Cristo, el calificativo ani se interpretaba como un título honorífico. Aquel rey arameo de
Hamat, a orillas del Orontes, hizo esculpir en una columna los peligros corridos
al ser perseguido por los siete reyes y la protección que le dispensó en
aquella coyuntura el Baal de los cielos a quien se había encomendado en su
oración. Al principio de la inscripción puede leerse: ‘ish ‘ani ‘ani, esto es, "yo soy un hombre humilde",
que en el contexto piadoso en que se encuentra, no puede expresar sino una
actitud ante su dios.
Si
la interpretación del texto es exacta, nos encontramos ante un fenómeno
paralelo al que hemos señalado en la Biblia, pero cuya influencia sobre ésta
no se puede demostrar.