Gentileza
de http://www.hernandarias.edu.ar/ceiboysur/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
Albert
Gélin
Los
pobres de Yavé
CAPITULO II
LA IGLESIA DE LOS “POBRES”
DESDE
SOFONÍAS
A LOS SALMISTAS
La
teología de la Alianza es el centro de gravedad de la Biblia. Sin excluir de su
llamamiento a la humanidad, a la que se alude en los grandes textos sobre Adán,
esa imagen universalista que es como el trasfondo de toda la historia sagrada,
para facilitar incluso ese universalismo, Dios elige un pueblo-testimonio y
mediado. Entre todas las familias de la tierra, Israel es "la primera sazón
de los frutos" (Jer 2, 2), el primogénito (Ex 4, 22), el pueblo de
sacerdotes (Ex 19, 5-6). Dios e Israel trabajarán para siempre unidos en la
obra común; sus relaciones se expresarán en un vocabulario de índole
afectiva, el de los desposorios (Os 2, 21-22; Jer 2, 2; 3, 1; Ez 23; Is 50, 1),
que pervivirá hasta los últimos versículos de la Biblia (Apoc 21, 17). La
acción salvadora de Dios en favor del pueblo que _l mismo se eligió, es un
acto de "justicia" (sedakah)
electiva: el término, sea en singular (Os 2, 21; Sal 36, 11; Is 46, 12ss.), sea
en plural (Jue 5, 11;1 Sam 12, 6ss), encierra una idea de autoridad y de lealtad
dentro del marco de la Alianza. Israel, en su trayectoria histórica, vive
constantemente en presencia de Dios: la historia está llena de los "días
de Yavé", de sus epifanías, benevolentes o airadas, según que Israel,
por su conducta moral, se haya hecho acreedor de la bendición o del castigo.
Este
castigo, en la perspectiva inicial de la Alianza, tenía un carácter
exclusivamente terapéutico y educativo. Pero, a partir del siglo VIII, los
pecados aumentan cada vez más en número y gravedad. Amós se escandaliza de
los quebrantamientos de la justicia, Isaías se ve rodeado de un pueblo de
labios impuros, Sofonías reprende severamente el orgullo de Judá y Jeremías
llega a la afirmación de un pecado-estado que hace prácticamente imposible la
conversión (Jer 6, 30; 13, 23). Hay que someter a Israel a un régimen de
"justicia" vindicativa. Y sin embargo, ninguno de estos profetas, ni
siquiera el más pesimista, ha desesperado jamás del cumplimiento de los
designios de Dios. Porque, para ellos, la teología de la Alianza está
salvaguardada por la teoría de "el Resto de Israel".
Es
un Israel cualitativo el que se perfila como objeto de las promesas y como
sujeto de la tarea encomendada en principio al Israel histórico y, a partir de
Amós, así lo anuncian todos los profetas. La idea del "Resto" es uno
de los pensamientos fundamentales de Isaías
(Is 4, 3; 6, 13; 7, 3). Se trata, ante todo, de una visión escatológica: el
Resto será el Israel del futuro. Y este futuro se considera inminente: está al
llegar el momento en que Dios reconstruirá por sí mismo un pueblo totalmente
nuevo. Y desde Jeremías (Jer 31, 31-34) y Ezequiel (Ez 34, 30-31; 36, 26-28) el
sueño colectivo es esa "Nueva Alianza" que establecerá por fin una
comunidad digna de Dios. De decepción en decepción, se irá atrasando este
ensueño. Después del destierro, los judíos de Judá se proclamarán
altivamente "el Resto" (Neh 13), pero siglo y medio más tarde Zacarías
(Zac 13, 8-9) seguirá pidiendo todavía a Israel que se purifique para que se
pueda establecer en él el pueblo de Dios.
Sabemos
que los profetas, anunciadores del futuro, son también sus constructores. Junto
con los discípulos que agrupan en torno a ellos, construyen ya como un bosquejo
de la sociedad futura. Así ocurre con Isaías cuando, al percatarse de su
fracaso con la masa, se consagra a la enseñanza de sus discípulos, iniciativa
que preludia la que adoptará Cristo dedicándose a la formación de los Apóstoles,
después de su fracaso en Galilea; es el propio Isaías (Is 8, 16s) el que señala
el nacimiento de una sociedad religiosa espiritual, distinta de la nacional.
Todos los profetas tienen, pues, sus discípulos, que conservan y difunden las
palabras de sus maestros; en torno a su predicación se observan claramente
zonas de simpatía, a veces en forma entusiasta, como en el caso de Isaías.
Esta influencia puede ejercerse a distancia o incluso con carácter póstumo,
como le ocurrió a Jeremías. El resultado es siempre el mismo: poco a poco se
va constituyendo el Resto de Israel.
*
* *
Pero
hay una expresión privilegiada que, a partir del siglo VII, califica siempre a
ese Resto, dándole -hasta el advenimiento de Cristo- una característica
especial. El profeta Sofonías, cuyos
escritos datan aproximadamente de los años 640 a 630, identifica por primera
vez al pueblo del futuro como un pueblo de "pobres":
En
aquel día:
No
te avergonzarás ya de las rebeliones
con
que te alzaste contra mi,
porque
yo arrancaré de tu seno
a
tus fanfarrones jactanciosos
y
dejarás de ensoberbecerte
sobre
mi santo cerro.
Dejaré
en tu seno como resto
un
pueblo pobre (ani) y humilde (dal),
que
buscará refugio sólo en Yavé.
El
Resto de Israel no cometerá iniquidad,
no
dirá mentira,
ni
tendrá en su boca lengua mendaz.
Se
apacentarán y dormirán
sin
que nadie los inquiete (Sof 3, 11-l3).
Sofonías
fue testigo de la primera gran humillación de Judá. A fines del siglo VII, su
territorio había sido reducido a la mitad por los asirios, como consecuencia de
las conquistas de Senaquerib, y sólo un milagro evitó la caída de Jerusalén
(Is 37, 30-38). La situación del pueblo escogido, bajo la tutela de Asur, no
podía ser más precaria. Es posible que fuera ese estado de humillación el que
condujera al profeta a elegir el vocabulario expresivo que forma la base de su síntesis
espiritual. El pauperismo, endémico en Israel, había atraído la caritativa
piedad del Deuteronomio y de los profetas. Amós se pronuncia en favor de los
pobres (ani, anau) y de los desvalidos
(dal) (Am 2, 6-7). Sofonías insiste,
pero en un sentido distinto, de esas mismas palabras: además de expresar el
fracaso, tienen también un sentido de invocación. Hay que hacerse
"pobre" ante Dios, lo mismo que se es pobre ante Asur. Esto consiste
en eliminar toda forma de orgullo. Como discípulo de Isaías, el profeta sabe
que la esencia del pecado es la soberbia (Is 2, 6ss) e induce a sus contemporáneos
a esa "pobreza" espiritual, que es la fe, y que se manifiesta en un
sentido de abandono, de humildad y de confianza absoluta:
Buscad
a Yavé,
vosotros,
los pobres (anauim) de la tierra,
que
cumplís su Ley;
Buscad
la justicia,
buscad
la pobreza (anauah),
y
tal vez quedéis al abrigo
el
día de la ira de Yavé (Sof 2, 3).
El
profeta tiene ya ante sus ojos un grupo indiscutiblemente fiel, cuyo fervor
alienta él cada vez más. El término con el que los designa, suena
aproximadamente como muslim (musulmán:
hombre sometido totalmente a Dios). La idea de pobreza se explica inmediatamente
por la de la justicia (sedek), dado
que la religión, en el Antiguo Testamento, se presentaba generalmente como un
sistema de derechos y deberes.
El
oráculo de Sofonías que hemos leído en primer lugar, anuncia la realización
futura del ideal que empieza a vivirse en torno a él y gracias a sus
exhortaciones. Su expresión es muy rica en contenido: la "pobreza" se
opone al orgullo (gaíja, gabah) como
una actitud espiritual auténtica (Sof 3, 11). Este comportamiento fundamental
lleva consigo la rectitud de la vida moral (Sof 3, 13). En definitiva, el
sentido de la Alianza es lo que determina el verdadero vocabulario de la pobreza
y de la justicia: el "Resto" de Israel es el "pueblo" del
futuro, al cual se dirigen las promesas mesiánicas de seguridad y de abundancia
(Sof 3, 13c). Esta última afirmación es contraria a las exégesis que, en esta
materia, dan al vocabulario de la pobreza un sentido puramente sociológico,
pues evidentemente Israel no es un pueblo de indigentes.
Sofonías,
secundario por el número de sus vaticinios, se nos muestra como un genio
religioso, cuya síntesis ha pesado considerablemente en la marcha de la
historia.
*
* *
La
catástrofe del 587 fue un "fracaso" de consecuencias muy diferentes
de las del vasallaje impuesto por los asirios. Judá vio partir al destierro a
los mejores de sus hijos, lejos de sus habituales estructuras y garantías. Pero
este fracaso fue la ocasión de un resurgimiento espiritual, de cuya importancia
podemos darnos cuenta por el lenguaje de Sofonías.
De
las ruinas del Israel político empieza a surgir un Israel cualitativo. Tres
profetas contribuyen activamente a su formación: Jeremías cuya obra fue leída
revisada y editada; Ezequiel y el Segundo
Isaías. Es fácil descubrir dónde se ha inspirado este último para lanzar
su llamamiento a Israel, para que prepare su retorno con palabras dedicadas
"al pueblo que tiene la Ley en su corazón" (Is 51, 7) y cuyos
"hijos han sido instruidos por Yavé" (Is 54, 13), que no es otro sino
el pueblo anunciado por Jeremías en la más fundamental de sus profecías (Jer
31, 31-34). En ella, la comunidad del futuro se entrevé como un grupo compuesto
por miembros selectos, cuyo espíritu habrá de ser semejante al que, con su
religión personal y mística del "hombre de Yavé", alienta en el
profeta. Jeremías no se nombra a sí mismo "pobre" más que una sola
vez (Jer 20, 13: ebión), pero es
realmente el hombre que ha sabido sumergirse totalmente en Dios, que ha sabido
apoyarse en _l abandonándose absolutamente en una relación confiada y
personal, que proporciona la felicidad y la paz. La lección de su vida no la
despreciará el grupo original cuyo retorno es saludado en aquella antífona
triunfal:
¡Canten
los cielos y salte de gozo la tierra!
¡Que
los montes hagan resonar sus cantos!
Porque
Yavé ha consolado a su pueblo
y
de sus pobres (aniyim) ha tenido piedad! (Is 49, 13).
La
ambivalencia entre "pueblo" y "pobres" es evidente.
¿Qué
ocurrirá cuando, gracias a Ciro, tenga lugar el retorno de los judíos de
Babilonia?
*
* *
Desgraciadamente,
a su retorno, acechaban graves e inesperados contratiempos a los entusiasmados
sionistas. No se puede sino conjeturar las dificultades inherentes a su
reinstalación en la tierra de sus antepasados; se sabe algo de la obstrucción
samaritana y de la miseria relativa en la que hubieron de vivir (Ag 1, 5). Pero
el problema más grave que plantea el profeta de aquella época es la falta de
homogeneidad de la población de Judá: los elementos indígenas -judaicos-benjaministasó,
estancados en un semipaganismo, se incorporaban con dificultad a la élite que
volvía del exilio. Estos últimos, con el mismo afán con que esperan el
retorno de los judíos todavía cautivos en Babilonia, intentan obtener la
adhesión -la conversión- de sus "hermanos" al yaveísmo, aun cuando
se trata de un yaveísmo menos puro. Así se irá constituyendo ese Israel
cualitativo, cuya formación parece ser la mayor preocupación de los capítulos
56 a 66 del libro de Isaías.
Recientes
trabajos de investigación, particularmente los de Elliger, han hecho progresar
la cuestión del Triple-Isaías en el
sentido de la unidad del autor. Autor que no podría ser sino un profeta que se
esfuerza por establecer en tierra firme la comunidad ideal prevista por Sofonías
y preparada en el Exilio. En la descripción de esta comunidad encontramos las
mismas palabras de los tres vocabularios usados ya por Sofonías, consolidándose
y reforzándose mutuamente.
En
primer lugar, el vocabulario de la Alianza, Dios construye "su pueblo"
(Is 60, 21; 62, 12; 63, 8; 65, 10.19.22; 57, 14; 58, 1), el cual será
depositario de una Alianza eterna (Is 61, 8) y al que se le aplican los
calificativos tradicionales: raza bendecida por Yavé (Is 65, 9,23), pueblo
santo (Is 62, 12), elegidos de Yavé (Is 65, 9.15.22), rescatados (Is 62, 12).
Inmediatamente
después, el vocabulario de la justicia. El término "justo" define al
hombre de la Alianza (Is 60,21) que tiene frente a sí a los "impíos"
(Is 57, 20.21), a los escépticos (Is 66, 6), a los idólatras (Is 57, 13), a
los ladrones y violentos (Is 58, 6-7; 61, 8). La justicia (sedakah) es la fidelidad a un credo religioso, moral y social del
que,lo mismo que Ezequiel, el Triple-Isaías es testimonio y prueba viviente.
Las
gentes piadosas se caracterizan (Is 57, 11) por su temor de Dios (Is 57, 11),
que es una parte de la justicia y como su resorte religioso. Los deberes
sociales se enumeran como complaciéndose en ellos (Is 56, 10-12; 58, 7; 59,
4.14ss). El legalismo ocupa, desde luego, el primer plano.
Pero
no es éste el inspirador del concepto de la pobreza que podemos deducir del
vocabulario con que se nos habla de ella. Cuando el profeta indica su misión
diciendo:
predicar
la buena nueva a los pobres (anauim),
sanar
a los de corazón quebrantado (nishberé-Ieb),
consolar
a los afligidos (abelim) (Is 61, 1-3),
el
sentido inmediato nos induce, ciertamente, a pensar en una pobreza real, fácilmente
concebible en las condiciones de Judá. Es indudable que la atención recae
primeramente sobre el estado físico de la comunidad; pero la palabra
"pobres" entraña algo más. Este otro sentido se pone de manifiesto
en dos textos maravillosos:
Así
habla el Altísimo,
cuya
morada es eterna y cuyo nombre es santo:
Yo
habito en la altura y en la santidad,
pero
habito también con el contrito y el humillado;
para
hacer revivir los espíritus humillados (chafal)
y
reanimar los corazones contritos (daka)
(Is 57, 15).
B.
Duhm llega a la conclusión de que estas palabras no pueden referirse solamente
a una situación física, sino qué además expresan "el desaliento que
resulta de esa situación material, el cual provoca en los fieles una ardiente búsqueda
de Dios, por medio de la oración, el arrepentimiento y la mortificación,
actitud que da como resultado esa humildad que convierte a los pobres en piadosos".
Pero esta explicación puede considerarse incompleta y un tanto escasa, desde el
momento en que la "pobreza" se afirma en un contexto religioso, en el
que el hombre aparece situado frente a la trascendencia divina. _sta es la única
idea que hay que considerar en Is 66, 1-2; en ese pasaje sublime, la pequeñez
del hombre ante la grandeza de Dios, su temor y anonadamiento frente a la
voluntad del Creador que habla, han sido expresadas en circunstancias exactas
desconocidas, que tal vez se refieran a los primeros intentos de Sheshbassar
para reconstruir el santuario de Sión.
Así
dice Yavé:
El
cielo es mi trono
y
la tierra el escabel de mis pies
¿Qué
casa podrías edificarme?
¿En
qué lugar moraría yo?
Todo
eso lo hicieron mis manos;
todo
me pertenece, dice Yavé.
Pero
mis ojos se posan sobre los humildes (ani)
y
sobre los de corazón contrito (neké)
que
temen mis palabras.
Jamás,
sin duda alguna, se había expresado de forma tan exacta en qué consiste la
pobreza espiritual: entrega total a Dios, absoluta humildad en el respeto,
obediencia y sentimiento de culpabilidad -o mejor aún- de compunción. En esto
consiste la perfección de la fe.
Los
Salmos posteriores al Exilio armonizarán estos principios básicos. Por medio
de ellos se manifestará directamente la comunidad de los Anauim.
*
* *
El
Salterio es una colección muy
compleja, en la que figuran buen número de textos anteriores al Exilio. La
reacción antiwelhausiana que se manifiesta, por ejemplo, en el magnífico
comentario de Gunkel, ha reconquistado muchas de las posiciones tradicionales.
Pero también es cierto que, a partir del retorno del Exilio, tuvo lugar una
gradual adaptación y edición de los salmos, con vistas a su utilización litúrgica
en el segundo Templo. Esas ediciones contenían, sin duda, las viejas
composiciones y los "cánticos de Sión" que los desterrados cantaban
"junto a los ríos de Babilonia" (Sal 137, 1-4); y recogían también
los fragmentos más recientes, nacidos en el Exilio o durante la dominación
persa, con el carácter de "cantos espirituales". Los espíritus
religiosos, sensibilizados al modo de Jeremías, reflejaban en ellos sus
plegarias, sus anhelos, sus confesiones. Es en estos pietistas donde el alma del
profeta se "democratizaba", por decirlo así, donde los sueños de los
profetas tomaban cuerpo: ellos son ese "Resto" y esos
"pobres" que Sofonías y el Segundo y Tercer Isaías habían intentado
formar, una vez concebida la figura ideal.
No
pretendemos, desde luego, penetrar en el interior de su alma; para ello deberíamos
evocar a Jeremías, el "pobre" (Ebión, Jer 20, 13) que influyó sobre todos ellos; pero quisiéramos
esbozar su comportamiento "como grupo", su conciencia colectiva de
ser, como alguien ha dicho, una ecclesiola
in ecclesia, su convicción de que ellos constituían el verdadero Israel:
porque
se complace Yavé con su pueblo,
glorifica
a los anauim y les salva.
Este
audaz paralelismo que aparece en el salmo 149, 4, nos obliga a la lectura de
otros cuatro salmos indispensables para su comprensión, porque el movimiento de
los "pobres" se nos describe en ellos, partiendo de su nexo de
solidaridad, de su alma comunitaria.
El
salmo 34 es alfabético, lo mismo que
los otros tres. Cada verso comienza, sucesivamente, por una de las veintidós
letras del alfabeto hebreo. Nos cuesta mucho admitir que el verdadero poeta,
lejos de sentirse limitado por esas exigencias de "forma", encuentra
en ellas mayor estímulo: los poetas bíblicos no escribían como Paul ValeryÉ
Por eso nos encontramos con una ordenación deficiente y con múltiples
repeticiones. Pero lo que nos interesa es, precisamente, esto: descubrir las
sensaciones que despertaba en un judío la palabra anauim
y comprobar las contradicciones que podía suscitar.
El
salmo 34 se basa en un hecho individual: el ani
que ha recibido un favor divino y quiere expresar su agradecimiento al Señor
(v. 7): pero su sentido comunitario es tan profundo que le lleva a invitar a los
anauim a regocijarse y orar con él.
El hecho contiene un doble sentido apologético: de cara a los "impíos",
que acaso sientan conmoverse su corazón, y de cara a los "pobres"
que, en todo caso, se sentirán reafirmados en su camino: ¡La fidelidad a Yavé
tiene siempre recompensa!
El
autor viene a ser para los suyos maestro prudente y sabio, y la misma lección,
que va reiterando pacientemente, nunca incurre en monotonía. El término honorífico
que ha situado al comienzo de su exposición, se repite a modo de tema,
ampliando y detallando su contenido en siete paralelismos: los
"pobres" son, sucesivamente, "los que temen a Yavé" (vv.
8,10), "los que se refugian en él" (v. 9), "los que le
buscan" (v. 11), "sus santos" (v. 10), "los justos" (vv.
16, 20, 22), "los de corazón contrito" y "los afligidos de espíritu"
(v. 19), quedando estas últimas expresiones perfectamente aclaradas en el salmo
51, versículo 19, en el que se refieren, más que a las pruebas materiales que
sufren los justos, a problemas puramente espirituales. Uno de los editores añade
un octavo paralelismo: los "pobres" son también "los servidores
de Yavé" (v. 23). Así es como toda la religión del Antiguo Testamento,
con su temor impregnado de confianza, nos explica la actitud espiritual
contenida en esa palabra-clave: anauim.
De la misma manera, en los tiempos de Cristo, la primera bienaventuranza óy en
realidad la únicaó quedará aclarada e ilustrada por todas las siguientes.
El
salmo 37 es también una lección de
sabiduría, pero dirigida a un impaciente que no comprende la lentitud con que
actúa la Providencia y al que se le recuerda la consigna Wait and see!:
Aquiétate
en Yavé y espera en él (v. 7).
Parece
que el amonestado es un joven, al que se le recomienda que tenga fe en las
sentencias y en la experiencia de un anciano; éste, por su parte, conoce las
costumbres de Yavé en su gobierno del mundo. Dios hace justicia a los anauim:
Los
"pobres" poseerán la tierra (v. 11).
El
optimismo sano de la fe confía en los esplendores del futuro esos;
"pobres" se sienten agobiados bajo el peso de su suerte y de su
situación insostenible, pero su título de tales no es una simple referencia a
un estado sociológico determinado, sino que tiene, además, un innegable sabor
religioso. Se trata de los que se han sometido a Yavé y le obedecen, y también,
en este caso, el estudio de los paralelismos resulta revelador: los anauim
"son los que esperan en Yavé" (v. 9), los "justos" (v. 17),
"los irreprochables" (v. 18), "los benditos de Dios" (v.
22), "sus fieles" (v. 28), "los íntegros" y "los
rectos" (v. 37), "los que confían en Dios" (v. 40). En una
palabra: el triple vocabulario de la Alianza, de la justicia y de la pobreza
-mencionado al referirnos al Triple Isaías- confluye para designar a este grupo
de gentes llamado "muchedumbre viviente, animada por un aliento común".
El
salmo 9-10 sigue siendo un manifiesto
del mismo grupo de personas. Es también un caso concreto el que sirve de
partida: uno de los miembros de la comunidad ha sido salvado de la desgracia (vv.
14-15); inmediatamente el asunto se convierte en un caso típico: así es como
Yavé trata a sus fieles en el curso de la historia y así como, en cualquier
caso, actuará cuando esa historia llegue a su término:
Tu,
¡oh Yavé!, oyes las preces del humildeÉ (10, 17).
Porque
Yavé es el asilo del oprimidoÉ (9, 10).
La
alusión a los anauim adquiere un
ritmo constante (9, 14.17; 10, 2.9.12); los individuos van apareciendo con sus
problemas concretos e incluso con sus características espirituales. Dejémonos
llevar, también en este caso, por el significado de los paralelismos. Los anauim
son "aquellos que conocen el nombre de Yavé" (9, 11) -con todo lo que
la expresión hebrea "conocer" implica de experiencia, de intimidad,
de entrega y de sensibilidad espiritual- "y aquellos que buscan a Yavé"
(9, 11). Dejémonos llevar, sobre todo, por esa antítesis que opone
constantemente los "pobres" a los "impíos" y
"orgullosos". Pero ya volveremos sobre este punto, pues estamos
convencidos de que la mejor forma de hallar la definición del grupo de los anauim
es descubrir lo que se opone a ellos.
Aun
cuando el salmo 25 tiene un sentido más
personal, en él encontramos siempre esa tendencia ingénita en el judaísmo a
vibrar simpáticamente y a darles el carácter de lección. El orante, en una
situación difícil, manifiesta su confianza en Yavé:
No
me abandonen la integridad y la rectitud,
pues
que en ti espero, Yavé (v. 21).
Y
así termina. Pero ha quedado ya claramente perfilado el programa de la
comunidad, que nunca deja de evocar, como tratando de encontrar en ella el sostén
de la fe. Los anauim del versículo 9,
son "aquellos que hacen profesión sincera de sumisión y obediencia a
Dios" los mismos que "son fieles a su alianza y a sus
mandamientos" (v. 10), que le "temen" (vv. 12-14) y "esperan
en él" (v. 3).
En
resumen, estos salmos de después del Exilio nos trazan un esquema bastante
completo de los pietistas, que la palabra anauim
acaba por definir casi técnicamente. Tan sólo nos falta intentar concebirlos
en bloque, como el "núcleo piadoso de la nación". Y esto resultará
tanto más claro, cuanto mejor los comparemos con el bloque opuesto, también
perfectamente caracterizado.
*
* *
Hay
que imaginar a los anauim como
rodeados por círculos concéntricos de enemigos: el Israel poco ferviente, las
clases dirigentes, los que se sentían atraídos por la cultura pagana y todos
los que ambicionaban las riquezas y lo que san Juan llamará "el orgullo de
la vida". De estos enemigos -de ellos sobre todo- los anauim trazan un retrato muy rico en colorido. Quizá sea un cuadro
excesivamente apasionado y no exento de retórica. Pero este cargar las tintas
no desfigura la realidad, antes al contrario, nos permite comprender en toda su
amplitud el drama eterno de las dos Ciudades, cuyas fronteras se encuentran en
el corazón mismo de Israel. En contraste con el grupo anterior, nos hallamos
ante el grupo de los "impíos" (rashá:
Sal 34, 22), de los "pecadores" (pescha:
Sal 37, 38; hatta: Sal 25, 8), de los
"orgullosos" (ge«eu: Sal
37, passim). Es de notar que este último epíteto figura como contrapuesto a
"pobre", fijando así su significación profunda.
Más
que estas acepciones constantes que les son aplicables, lo que hay que notar es
el comportamiento concreto del grupo. Los hombres que lo componen son a un mismo
tiempo enemigos de los pobres (Sal 9, 14) y enemigos de Yavé (Sal 37, 20). Ahí
está precisamente el punto clave del dilema que se desarrolla entre el
verdadero Israel y el Israel "según la carne". Dios tiene sus
testimonios que constituyen "la comunidad de sus hijos" (Sal 73, 15):
lo paradójico es que su testimonio se produce en las peores condiciones. Estos
íntimos de Dios nunca dejan de gritar, de protestar y de quejarse de _l. ¿Cómo
es que Yavé no se muestra más solícito en reconocer a los suyos?
Vuestras
palabras contra mí, son duras, dice Yavé. Porque vosotros decís: ¿qué hemos
hablado contra ti? Como diciendo: es inútil servir a Dios. ¿De qué nos
aprovecha servirle y guardar su Ley y afligirnos en presencia de Yavé Sebaot?
Bien dichosos son los soberbios y prosperan los impíos, y aunque tientan a
Dios, escapan. He aquí lo que unos a otros se dicen los que temen a Yavé:
Estas
murmuraciones sorprendidas y transcritas por Malaquías (3, 13-16) hacia el año
430, provienen del campo de los "pobres" y señalan, en plena época
persa -ese período de profunda expansión espiritual- un evidente malestar y
casi una crisis de fe. Al oirles, se diría que la vieja ley de la recompensa
temporal sólo está vigente en un sentido único. Por un proceso de
generalización que es, sin duda, un sistema de patentizar más claramente su
escándalo, los "hombres justos" estiman que, en el gobierno del
mundo, las cosas no marchan como es debido:
...Miré
con envidia a los impíos
viendo
la prosperidad de los malos.
Pues
no hay dolores para ellos;
sano
y robusto está su cuerpo.
No
tienen parte en las humanas aflicciones
y
no son atribulados como los demás hombres.
Por
eso la soberbia los ciñe como collar
y
los cubre la violencia como vestido.
Sus
ojos se les saltan de puro satisfechos
y
dejan traslucir los malos deseos de su corazón.
Motejan
y hablan malignamente,
amenazan
altaneramente...
Por
eso seduce a mi pueblo su conducta
y
se sorben a boca llena esas aguas.
Y
dicen: ¿Lo sabe acaso Dios?
¿Lo
conoce el Altísimo? (Sal 73, 3-l1).
En
boca de Job -que encarna el personaje literario del "pobre"-
encontramos reflexiones parecidas:
¿Cómo
es que viven los impíos,
se
prolongan sus días y se aseguran en su poder...?
Y
eso que decían a Dios: Apártate lejos de nosotros,
no
queremos saber de tus caminos (Job, 21, 7.14).
Ya
alguien, en la antig_edad, había dejado constancia de la facilidad con que los
"satisfechos" negaban al Señor (Prov 30, 9). Job insistirá en ello
señalando en el impío que desafía a Dios, esa grosura de hombre
"maduro" y ese abotagamiento que le obstruye la inteligencia (Job 15,
27). No hay nada de satírico en esas frases, pues difícilmente se encuentran
rasgos de humor entre los "pobres". Hay "burlones" (les)
que, precisamente, no pertenecen a su clase. Para el "pobre" todo esto
es trascendental, por cuanto es toda su visión en ese debate con un adversario
que se lleva todas las ventajas. Situados en el terreno de la eficacia, la
habilidad humana y la ausencia de escrúpulos, rinden mucho más que la
observancia de la ley de Dios. Los hijos de las tinieblas son más astutos que
los hijos de la luzÉ Lo lamentable es que el terreno donde se sitúan espontáneamente
los pobres y los impíos, es el terreno de la eficacia. El triunfo terrenal, eso
que en la Biblia se llama "bendición" (beraka),
paz (salom), salud (yesha) ¿es o no una prueba del amor de Dios a los suyos?
La
tradición así lo asegura. Pero los espíritus fuertes se reían de estas
antiguallas; en realidad,
Dios
ha escondido su rostro y no ve nada (Sal 10, 11).
Para
el justo, éstas son palabras desatinadas, fruto de situaciones desesperadas.
Porque para él, cualquier forma de fracaso -pobreza, enfermedad, prisión,
destierro- es siempre una señal del cielo, una teofanía negativa, un gesto de
cólera o una prueba que el Señor le envía: algo que invita al hombre a
reflexionar y a convertirse. Para los impíos todo eso es palabrería, mojigatería,
cuentos... Lo único que prueba todo esto es que Dios no se ocupa para nada de
sus amigos, lo cual les da pie para sus bravatas y sus fanfarronadas:
Búrlanse
de mí cuantos me ven,
se
ríen y mueven la cabeza:
Se
encomendó a Yavé -dicen-; líbrele él;
sálvele
él, pues dice que le es grato (Sal 22, 8-9).
Y
como en Oriente apenas hay diferencia entre el gesto y la palabra, "el
hombre lenguaraz" (Sal 140, 12) burlón y calumniador, se convierte fácilmente
en "sanguinario" (Sal 26, 9; 55, 24), pronto a la acción violenta y a
los atentados y "obrador de iniquidad" (Sal 94, 4).
A
través de los salmos, se enfrentan dos mundos espirituales separados, vigilándose
mutuamente. Y "los extremos se tocan": los impíos, al igual que los
"pobres", tienen también sus reuniones y conciliábulos -"compañía
de malvados" (Sal 1, 1) o "congregación de justos" (Sal 111,
1)-. En uno y otro bando se piensa "en bloque". Unos y otros se
alegran y regocijan en grupo. Se detestan mutuamente y a los sarcasmos del
bloque infiel replican las maldiciones de los anauim,
tan extrañas a nuestros oídos cristianos, pero que en aquel entonces no eran
sino un intento apasionado de restablecer la justicia divina concebida dentro de
los límites de una recompensa temporal.
*
* *
Vale
la pena insistir en este aspecto de la sensibilidad comunitaria. Los anauim
son inclinados al sod (Sal 111, 1),
palabra que expresa una amigable conversación, una reunión íntima, un círculo
donde se expansiona con toda confianza, más bien que una sociedad organizada;
es la palabra que se emplea para expresar las relaciones entre Dios y los fieles
(Sal 25, 14) o el afecto entre dos seres (Sal 55, 15). Loeb tiene razón al no
querer dar a esta expresión un sentido demasiado sociológico, aun cuando caiga
en ello alguna vez. "Está claro -nos dice- que los ‘pobresí tenían
tendencia a reunirse en grupos, organizados o no, y que se sentían
especialmente felices viviendo en común con algunos de sus amigos o, por lo
menos, pasando muchos ratos juntos".
Ved
cuán hermoso y agradable es
reunirse
y habitar con los hermanos.
Es
como finísimo óleo sobre la cabeza,
que
desciende sobre la barba, sobre la barba de Aarón,
y
baja hasta la orla del vestido (Sal 133, 1-2).
San
Agustín señala estas palabras como las que dieron origen a los monasterios. El
salmista hace alusión al "óleo de alegría" que los judíos esparcían,
después de la comida, sobre la cabeza de sus comensales y que era el mismo que
se usaba para consagrar a los sumos sacerdotes y a los reyes, responsables de la
fecundidad y el bienestar del país. La idea de alegría compartida y expresada
por toda la comunidad se manifiesta en dos ocasiones, y precisamente cuando se
describe el clima en el cual se desarrollaba la liturgia de acción de gracias.
Cuando un miembro de la comunidad escapaba de un peligro, con lo que se
demostraba la Providencia ejercida sobre él, los anauim iban al templo y, después de agradecer a Yavé su
misericordia, celebraban juntos el ágape sagrado. En este momento tan fraternal
"expresaban a Yavé la alegría de su corazón":
Comerán
los pobres, y se saciarán,
y
alabarán a Yavé los que le buscan.
¡Viva
nuestro corazón siempre! (Sal 22, 27).
Lo
verán los afligidos y se alegrarán,
y
se fortalecerá nuestro corazón,
los
que buscan a Dios.
Porque oye Yavé a los afligidos
y no desdeña a sus fieles (Sal 69, 33-34).