Gentileza de  http://www.hernandarias.edu.ar/ceiboysur/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

Albert Gélin

 

Los pobres de Yavé  

 

CAPITULO II

 

LA IGLESIA DE LOS “POBRES”

DESDE SOFONÍAS A LOS SALMISTAS

 

La teología de la Alianza es el centro de gravedad de la Biblia. Sin excluir de su llamamiento a la humanidad, a la que se alude en los grandes textos sobre Adán, esa imagen universalista que es como el trasfondo de toda la historia sagrada, para facilitar incluso ese universalismo, Dios elige un pueblo-testimonio y mediado. Entre todas las familias de la tierra, Israel es "la primera sazón de los frutos" (Jer 2, 2), el primogénito (Ex 4, 22), el pueblo de sacerdotes (Ex 19, 5-6). Dios e Israel trabajarán para siempre unidos en la obra común; sus relaciones se expresarán en un vocabulario de índole afectiva, el de los desposorios (Os 2, 21-22; Jer 2, 2; 3, 1; Ez 23; Is 50, 1), que pervivirá hasta los últimos versículos de la Biblia (Apoc 21, 17). La acción salvadora de Dios en favor del pueblo que _l mismo se eligió, es un acto de "justicia" (sedakah) electiva: el término, sea en singular (Os 2, 21; Sal 36, 11; Is 46, 12ss.), sea en plural (Jue 5, 11;1 Sam 12, 6ss), encierra una idea de autoridad y de lealtad dentro del marco de la Alianza. Israel, en su trayectoria histórica, vive constantemente en presencia de Dios: la historia está llena de los "días de Yavé", de sus epifanías, benevolentes o airadas, según que Israel, por su conducta moral, se haya hecho acreedor de la bendición o del castigo.

Este castigo, en la perspectiva inicial de la Alianza, tenía un carácter exclusivamente terapéutico y educativo. Pero, a partir del siglo VIII, los pecados aumentan cada vez más en número y gravedad. Amós se escandaliza de los quebrantamientos de la justicia, Isaías se ve rodeado de un pueblo de labios impuros, Sofonías reprende severamente el orgullo de Judá y Jeremías llega a la afirmación de un pecado-estado que hace prácticamente imposible la conversión (Jer 6, 30; 13, 23). Hay que someter a Israel a un régimen de "justicia" vindicativa. Y sin embargo, ninguno de estos profetas, ni siquiera el más pesimista, ha desesperado jamás del cumplimiento de los designios de Dios. Porque, para ellos, la teología de la Alianza está salvaguardada por la teoría de "el Resto de Israel".

Es un Israel cualitativo el que se perfila como objeto de las promesas y como sujeto de la tarea encomendada en principio al Israel histórico y, a partir de Amós, así lo anuncian todos los profetas. La idea del "Resto" es uno de los pensamientos fundamentales de Isaías (Is 4, 3; 6, 13; 7, 3). Se trata, ante todo, de una visión escatológica: el Resto será el Israel del futuro. Y este futuro se considera inminente: está al llegar el momento en que Dios reconstruirá por sí mismo un pueblo totalmente nuevo. Y desde Jeremías (Jer 31, 31-34) y Ezequiel (Ez 34, 30-31; 36, 26-28) el sueño colectivo es esa "Nueva Alianza" que establecerá por fin una comunidad digna de Dios. De decepción en decepción, se irá atrasando este ensueño. Después del destierro, los judíos de Judá se proclamarán altivamente "el Resto" (Neh 13), pero siglo y medio más tarde Zacarías (Zac 13, 8-9) seguirá pidiendo todavía a Israel que se purifique para que se pueda establecer en él el pueblo de Dios.

Sabemos que los profetas, anunciadores del futuro, son también sus constructores. Junto con los discípulos que agrupan en torno a ellos, construyen ya como un bosquejo de la sociedad futura. Así ocurre con Isaías cuando, al percatarse de su fracaso con la masa, se consagra a la enseñanza de sus discípulos, iniciativa que preludia la que adoptará Cristo dedicándose a la formación de los Apóstoles, después de su fracaso en Galilea; es el propio Isaías (Is 8, 16s) el que señala el nacimiento de una sociedad religiosa espiritual, distinta de la nacional. Todos los profetas tienen, pues, sus discípulos, que conservan y difunden las palabras de sus maestros; en torno a su predicación se observan claramente zonas de simpatía, a veces en forma entusiasta, como en el caso de Isaías. Esta influencia puede ejercerse a distancia o incluso con carácter póstumo, como le ocurrió a Jeremías. El resultado es siempre el mismo: poco a poco se va constituyendo el Resto de Israel.

 

* * *

Pero hay una expresión privilegiada que, a partir del siglo VII, califica siempre a ese Resto, dándole -hasta el advenimiento de Cristo- una característica especial. El profeta Sofonías, cuyos escritos datan aproximadamente de los años 640 a 630, identifica por primera vez al pueblo del futuro como un pueblo de "pobres":

En aquel día:

No te avergonzarás ya de las rebeliones

con que te alzaste contra mi,

porque yo arrancaré de tu seno

a tus fanfarrones jactanciosos

y dejarás de ensoberbecerte

sobre mi santo cerro.

Dejaré en tu seno como resto

un pueblo pobre (ani) y humilde (dal),

que buscará refugio sólo en Yavé.

El Resto de Israel no cometerá iniquidad,

no dirá mentira,

ni tendrá en su boca lengua mendaz.

Se apacentarán y dormirán

sin que nadie los inquiete (Sof 3, 11-l3).

Sofonías fue testigo de la primera gran humillación de Judá. A fines del siglo VII, su territorio había sido reducido a la mitad por los asirios, como consecuencia de las conquistas de Senaquerib, y sólo un milagro evitó la caída de Jerusalén (Is 37, 30-38). La situación del pueblo escogido, bajo la tutela de Asur, no podía ser más precaria. Es posible que fuera ese estado de humillación el que condujera al profeta a elegir el vocabulario expresivo que forma la base de su síntesis espiritual. El pauperismo, endémico en Israel, había atraído la caritativa piedad del Deuteronomio y de los profetas. Amós se pronuncia en favor de los pobres (ani, anau) y de los desvalidos (dal) (Am 2, 6-7). Sofonías insiste, pero en un sentido distinto, de esas mismas palabras: además de expresar el fracaso, tienen también un sentido de invocación. Hay que hacerse "pobre" ante Dios, lo mismo que se es pobre ante Asur. Esto consiste en eliminar toda forma de orgullo. Como discípulo de Isaías, el profeta sabe que la esencia del pecado es la soberbia (Is 2, 6ss) e induce a sus contemporáneos a esa "pobreza" espiritual, que es la fe, y que se manifiesta en un sentido de abandono, de humildad y de confianza absoluta:

Buscad a Yavé,

vosotros, los pobres (anauim) de la tierra,

que cumplís su Ley;

Buscad la justicia,

buscad la pobreza (anauah),

y tal vez quedéis al abrigo

el día de la ira de Yavé (Sof 2, 3).

El profeta tiene ya ante sus ojos un grupo indiscutiblemente fiel, cuyo fervor alienta él cada vez más. El término con el que los designa, suena aproximadamente como muslim (musulmán: hombre sometido totalmente a Dios). La idea de pobreza se explica inmediatamente por la de la justicia (sedek), dado que la religión, en el Antiguo Testamento, se presentaba generalmente como un sistema de derechos y deberes.

El oráculo de Sofonías que hemos leído en primer lugar, anuncia la realización futura del ideal que empieza a vivirse en torno a él y gracias a sus exhortaciones. Su expresión es muy rica en contenido: la "pobreza" se opone al orgullo (gaíja, gabah) como una actitud espiritual auténtica (Sof 3, 11). Este comportamiento fundamental lleva consigo la rectitud de la vida moral (Sof 3, 13). En definitiva, el sentido de la Alianza es lo que determina el verdadero vocabulario de la pobreza y de la justicia: el "Resto" de Israel es el "pueblo" del futuro, al cual se dirigen las promesas mesiánicas de seguridad y de abundancia (Sof 3, 13c). Esta última afirmación es contraria a las exégesis que, en esta materia, dan al vocabulario de la pobreza un sentido puramente sociológico, pues evidentemente Israel no es un pueblo de indigentes.

Sofonías, secundario por el número de sus vaticinios, se nos muestra como un genio religioso, cuya síntesis ha pesado considerablemente en la marcha de la historia.

 

* * *

La catástrofe del 587 fue un "fracaso" de consecuencias muy diferentes de las del vasallaje impuesto por los asirios. Judá vio partir al destierro a los mejores de sus hijos, lejos de sus habituales estructuras y garantías. Pero este fracaso fue la ocasión de un resurgimiento espiritual, de cuya importancia podemos darnos cuenta por el lenguaje de Sofonías.

De las ruinas del Israel político empieza a surgir un Israel cualitativo. Tres profetas contribuyen activamente a su formación: Jeremías cuya obra fue leída revisada y editada; Ezequiel y el Segundo Isaías. Es fácil descubrir dónde se ha inspirado este último para lanzar su llamamiento a Israel, para que prepare su retorno con palabras dedicadas "al pueblo que tiene la Ley en su corazón" (Is 51, 7) y cuyos "hijos han sido instruidos por Yavé" (Is 54, 13), que no es otro sino el pueblo anunciado por Jeremías en la más fundamental de sus profecías (Jer 31, 31-34). En ella, la comunidad del futuro se entrevé como un grupo compuesto por miembros selectos, cuyo espíritu habrá de ser semejante al que, con su religión personal y mística del "hombre de Yavé", alienta en el profeta. Jeremías no se nombra a sí mismo "pobre" más que una sola vez (Jer 20, 13: ebión), pero es realmente el hombre que ha sabido sumergirse totalmente en Dios, que ha sabido apoyarse en _l abandonándose absolutamente en una relación confiada y personal, que proporciona la felicidad y la paz. La lección de su vida no la despreciará el grupo original cuyo retorno es saludado en aquella antífona triunfal:

¡Canten los cielos y salte de gozo la tierra!

¡Que los montes hagan resonar sus cantos!

Porque Yavé ha consolado a su pueblo

y de sus pobres (aniyim) ha tenido piedad! (Is 49, 13).

La ambivalencia entre "pueblo" y "pobres" es evidente.

¿Qué ocurrirá cuando, gracias a Ciro, tenga lugar el retorno de los judíos de Babilonia?

 

* * *

Desgraciadamente, a su retorno, acechaban graves e inesperados contratiempos a los entusiasmados sionistas. No se puede sino conjeturar las dificultades inherentes a su reinstalación en la tierra de sus antepasados; se sabe algo de la obstrucción samaritana y de la miseria relativa en la que hubieron de vivir (Ag 1, 5). Pero el problema más grave que plantea el profeta de aquella época es la falta de homogeneidad de la población de Judá: los elementos indígenas -judaicos-benjaministasó, estancados en un semipaganismo, se incorporaban con dificultad a la élite que volvía del exilio. Estos últimos, con el mismo afán con que esperan el retorno de los judíos todavía cautivos en Babilonia, intentan obtener la adhesión -la conversión- de sus "hermanos" al yaveísmo, aun cuando se trata de un yaveísmo menos puro. Así se irá constituyendo ese Israel cualitativo, cuya formación parece ser la mayor preocupación de los capítulos 56 a 66 del libro de Isaías.

Recientes trabajos de investigación, particularmente los de Elliger, han hecho progresar la cuestión del Triple-Isaías en el sentido de la unidad del autor. Autor que no podría ser sino un profeta que se esfuerza por establecer en tierra firme la comunidad ideal prevista por Sofonías y preparada en el Exilio. En la descripción de esta comunidad encontramos las mismas palabras de los tres vocabularios usados ya por Sofonías, consolidándose y reforzándose mutuamente.

En primer lugar, el vocabulario de la Alianza, Dios construye "su pueblo" (Is 60, 21; 62, 12; 63, 8; 65, 10.19.22; 57, 14; 58, 1), el cual será depositario de una Alianza eterna (Is 61, 8) y al que se le aplican los calificativos tradicionales: raza bendecida por Yavé (Is 65, 9,23), pueblo santo (Is 62, 12), elegidos de Yavé (Is 65, 9.15.22), rescatados (Is 62, 12).

Inmediatamente después, el vocabulario de la justicia. El término "justo" define al hombre de la Alianza (Is 60,21) que tiene frente a sí a los "impíos" (Is 57, 20.21), a los escépticos (Is 66, 6), a los idólatras (Is 57, 13), a los ladrones y violentos (Is 58, 6-7; 61, 8). La justicia (sedakah) es la fidelidad a un credo religioso, moral y social del que,lo mismo que Ezequiel, el Triple-Isaías es testimonio y prueba viviente.

Las gentes piadosas se caracterizan (Is 57, 11) por su temor de Dios (Is 57, 11), que es una parte de la justicia y como su resorte religioso. Los deberes sociales se enumeran como complaciéndose en ellos (Is 56, 10-12; 58, 7; 59, 4.14ss). El legalismo ocupa, desde luego, el primer plano.

 Pero no es éste el inspirador del concepto de la pobreza que podemos deducir del vocabulario con que se nos habla de ella. Cuando el profeta indica su misión diciendo:

predicar la buena nueva a los pobres (anauim),

sanar a los de corazón quebrantado (nishberé-Ieb),

consolar a los afligidos (abelim) (Is 61, 1-3),

el sentido inmediato nos induce, ciertamente, a pensar en una pobreza real, fácilmente concebible en las condiciones de Judá. Es indudable que la atención recae primeramente sobre el estado físico de la comunidad; pero la palabra "pobres" entraña algo más. Este otro sentido se pone de manifiesto en dos textos maravillosos:

Así habla el Altísimo,

cuya morada es eterna y cuyo nombre es santo:

Yo habito en la altura y en la santidad,

pero habito también con el contrito y el humillado;

para hacer revivir los espíritus humillados (chafal)

y reanimar los corazones contritos (daka) (Is 57, 15).

B. Duhm llega a la conclusión de que estas palabras no pueden referirse solamente a una situación física, sino qué además expresan "el desaliento que resulta de esa situación material, el cual provoca en los fieles una ardiente búsqueda de Dios, por medio de la oración, el arrepentimiento y la mortificación, actitud que da como resultado esa humildad que convierte a los pobres en piadosos". Pero esta explicación puede considerarse incompleta y un tanto escasa, desde el momento en que la "pobreza" se afirma en un contexto religioso, en el que el hombre aparece situado frente a la trascendencia divina. _sta es la única idea que hay que considerar en Is 66, 1-2; en ese pasaje sublime, la pequeñez del hombre ante la grandeza de Dios, su temor y anonadamiento frente a la voluntad del Creador que habla, han sido expresadas en circunstancias exactas desconocidas, que tal vez se refieran a los primeros intentos de Sheshbassar para reconstruir el santuario de Sión.

Así dice Yavé:

El cielo es mi trono

y la tierra el escabel de mis pies

¿Qué casa podrías edificarme?

¿En qué lugar moraría yo?

Todo eso lo hicieron mis manos;

todo me pertenece, dice Yavé.

Pero mis ojos se posan sobre los humildes (ani)

y sobre los de corazón contrito (neké)

que temen mis palabras.

Jamás, sin duda alguna, se había expresado de forma tan exacta en qué consiste la pobreza espiritual: entrega total a Dios, absoluta humildad en el respeto, obediencia y sentimiento de culpabilidad -o mejor aún- de compunción. En esto consiste la perfección de la fe.

Los Salmos posteriores al Exilio armonizarán estos principios básicos. Por medio de ellos se manifestará directamente la comunidad de los Anauim.

 

* * *

El Salterio es una colección muy compleja, en la que figuran buen número de textos anteriores al Exilio. La reacción antiwelhausiana que se manifiesta, por ejemplo, en el magnífico comentario de Gunkel, ha reconquistado muchas de las posiciones tradicionales. Pero también es cierto que, a partir del retorno del Exilio, tuvo lugar una gradual adaptación y edición de los salmos, con vistas a su utilización litúrgica en el segundo Templo. Esas ediciones contenían, sin duda, las viejas composiciones y los "cánticos de Sión" que los desterrados cantaban "junto a los ríos de Babilonia" (Sal 137, 1-4); y recogían también los fragmentos más recientes, nacidos en el Exilio o durante la dominación persa, con el carácter de "cantos espirituales". Los espíritus religiosos, sensibilizados al modo de Jeremías, reflejaban en ellos sus plegarias, sus anhelos, sus confesiones. Es en estos pietistas donde el alma del profeta se "democratizaba", por decirlo así, donde los sueños de los profetas tomaban cuerpo: ellos son ese "Resto" y esos "pobres" que Sofonías y el Segundo y Tercer Isaías habían intentado formar, una vez concebida la figura ideal.

No pretendemos, desde luego, penetrar en el interior de su alma; para ello deberíamos evocar a Jeremías, el "pobre" (Ebión, Jer 20, 13) que influyó sobre todos ellos; pero quisiéramos esbozar su comportamiento "como grupo", su conciencia colectiva de ser, como alguien ha dicho, una ecclesiola in ecclesia, su convicción de que ellos constituían el verdadero Israel:

porque se complace Yavé con su pueblo,

glorifica a los anauim y les salva.

Este audaz paralelismo que aparece en el salmo 149, 4, nos obliga a la lectura de otros cuatro salmos indispensables para su comprensión, porque el movimiento de los "pobres" se nos describe en ellos, partiendo de su nexo de solidaridad, de su alma comunitaria.

El salmo 34 es alfabético, lo mismo que los otros tres. Cada verso comienza, sucesivamente, por una de las veintidós letras del alfabeto hebreo. Nos cuesta mucho admitir que el verdadero poeta, lejos de sentirse limitado por esas exigencias de "forma", encuentra en ellas mayor estímulo: los poetas bíblicos no escribían como Paul ValeryÉ Por eso nos encontramos con una ordenación deficiente y con múltiples repeticiones. Pero lo que nos interesa es, precisamente, esto: descubrir las sensaciones que despertaba en un judío la palabra anauim y comprobar las contradicciones que podía suscitar.

El salmo 34 se basa en un hecho individual: el ani que ha recibido un favor divino y quiere expresar su agradecimiento al Señor (v. 7): pero su sentido comunitario es tan profundo que le lleva a invitar a los anauim a regocijarse y orar con él. El hecho contiene un doble sentido apologético: de cara a los "impíos", que acaso sientan conmoverse su corazón, y de cara a los "pobres" que, en todo caso, se sentirán reafirmados en su camino: ¡La fidelidad a Yavé tiene siempre recompensa!

El autor viene a ser para los suyos maestro prudente y sabio, y la misma lección, que va reiterando pacientemente, nunca incurre en monotonía. El término honorífico que ha situado al comienzo de su exposición, se repite a modo de tema, ampliando y detallando su contenido en siete paralelismos: los "pobres" son, sucesivamente, "los que temen a Yavé" (vv. 8,10), "los que se refugian en él" (v. 9), "los que le buscan" (v. 11), "sus santos" (v. 10), "los justos" (vv. 16, 20, 22), "los de corazón contrito" y "los afligidos de espíritu" (v. 19), quedando estas últimas expresiones perfectamente aclaradas en el salmo 51, versículo 19, en el que se refieren, más que a las pruebas materiales que sufren los justos, a problemas puramente espirituales. Uno de los editores añade un octavo paralelismo: los "pobres" son también "los servidores de Yavé" (v. 23). Así es como toda la religión del Antiguo Testamento, con su temor impregnado de confianza, nos explica la actitud espiritual contenida en esa palabra-clave: anauim. De la misma manera, en los tiempos de Cristo, la primera bienaventuranza óy en realidad la únicaó quedará aclarada e ilustrada por todas las siguientes.

El salmo 37 es también una lección de sabiduría, pero dirigida a un impaciente que no comprende la lentitud con que actúa la Providencia y al que se le recuerda la consigna Wait and see!:

Aquiétate en Yavé y espera en él (v. 7).

Parece que el amonestado es un joven, al que se le recomienda que tenga fe en las sentencias y en la experiencia de un anciano; éste, por su parte, conoce las costumbres de Yavé en su gobierno del mundo. Dios hace justicia a los anauim:

Los "pobres" poseerán la tierra (v. 11).

El optimismo sano de la fe confía en los esplendores del futuro esos; "pobres" se sienten agobiados bajo el peso de su suerte y de su situación insostenible, pero su título de tales no es una simple referencia a un estado sociológico determinado, sino que tiene, además, un innegable sabor religioso. Se trata de los que se han sometido a Yavé y le obedecen, y también, en este caso, el estudio de los paralelismos resulta revelador: los anauim "son los que esperan en Yavé" (v. 9), los "justos" (v. 17), "los irreprochables" (v. 18), "los benditos de Dios" (v. 22), "sus fieles" (v. 28), "los íntegros" y "los rectos" (v. 37), "los que confían en Dios" (v. 40). En una palabra: el triple vocabulario de la Alianza, de la justicia y de la pobreza -mencionado al referirnos al Triple Isaías- confluye para designar a este grupo de gentes llamado "muchedumbre viviente, animada por un aliento común".

 El salmo 9-10 sigue siendo un manifiesto del mismo grupo de personas. Es también un caso concreto el que sirve de partida: uno de los miembros de la comunidad ha sido salvado de la desgracia (vv. 14-15); inmediatamente el asunto se convierte en un caso típico: así es como Yavé trata a sus fieles en el curso de la historia y así como, en cualquier caso, actuará cuando esa historia llegue a su término:

Tu, ¡oh Yavé!, oyes las preces del humildeÉ (10, 17).

Porque Yavé es el asilo del oprimidoÉ (9, 10).

La alusión a los anauim adquiere un ritmo constante (9, 14.17; 10, 2.9.12); los individuos van apareciendo con sus problemas concretos e incluso con sus características espirituales. Dejémonos llevar, también en este caso, por el significado de los paralelismos. Los anauim son "aquellos que conocen el nombre de Yavé" (9, 11) -con todo lo que la expresión hebrea "conocer" implica de experiencia, de intimidad, de entrega y de sensibilidad espiritual- "y aquellos que buscan a Yavé" (9, 11). Dejémonos llevar, sobre todo, por esa antítesis que opone constantemente los "pobres" a los "impíos" y "orgullosos". Pero ya volveremos sobre este punto, pues estamos convencidos de que la mejor forma de hallar la definición del grupo de los anauim es descubrir lo que se opone a ellos.

Aun cuando el salmo 25 tiene un sentido más personal, en él encontramos siempre esa tendencia ingénita en el judaísmo a vibrar simpáticamente y a darles el carácter de lección. El orante, en una situación difícil, manifiesta su confianza en Yavé:

No me abandonen la integridad y la rectitud,

pues que en ti espero, Yavé (v. 21).

Y así termina. Pero ha quedado ya claramente perfilado el programa de la comunidad, que nunca deja de evocar, como tratando de encontrar en ella el sostén de la fe. Los anauim del versículo 9, son "aquellos que hacen profesión sincera de sumisión y obediencia a Dios" los mismos que "son fieles a su alianza y a sus mandamientos" (v. 10), que le "temen" (vv. 12-14) y "esperan en él" (v. 3).

En resumen, estos salmos de después del Exilio nos trazan un esquema bastante completo de los pietistas, que la palabra anauim acaba por definir casi técnicamente. Tan sólo nos falta intentar concebirlos en bloque, como el "núcleo piadoso de la nación". Y esto resultará tanto más claro, cuanto mejor los comparemos con el bloque opuesto, también perfectamente caracterizado.

 

* * *

Hay que imaginar a los anauim como rodeados por círculos concéntricos de enemigos: el Israel poco ferviente, las clases dirigentes, los que se sentían atraídos por la cultura pagana y todos los que ambicionaban las riquezas y lo que san Juan llamará "el orgullo de la vida". De estos enemigos -de ellos sobre todo- los anauim trazan un retrato muy rico en colorido. Quizá sea un cuadro excesivamente apasionado y no exento de retórica. Pero este cargar las tintas no desfigura la realidad, antes al contrario, nos permite comprender en toda su amplitud el drama eterno de las dos Ciudades, cuyas fronteras se encuentran en el corazón mismo de Israel. En contraste con el grupo anterior, nos hallamos ante el grupo de los "impíos" (rashá: Sal 34, 22), de los "pecadores" (pescha: Sal 37, 38; hatta: Sal 25, 8), de los "orgullosos" (ge«eu: Sal 37, passim). Es de notar que este último epíteto figura como contrapuesto a "pobre", fijando así su significación profunda.

Más que estas acepciones constantes que les son aplicables, lo que hay que notar es el comportamiento concreto del grupo. Los hombres que lo componen son a un mismo tiempo enemigos de los pobres (Sal 9, 14) y enemigos de Yavé (Sal 37, 20). Ahí está precisamente el punto clave del dilema que se desarrolla entre el verdadero Israel y el Israel "según la carne". Dios tiene sus testimonios que constituyen "la comunidad de sus hijos" (Sal 73, 15): lo paradójico es que su testimonio se produce en las peores condiciones. Estos íntimos de Dios nunca dejan de gritar, de protestar y de quejarse de _l. ¿Cómo es que Yavé no se muestra más solícito en reconocer a los suyos?

Vuestras palabras contra mí, son duras, dice Yavé. Porque vosotros decís: ¿qué hemos hablado contra ti? Como diciendo: es inútil servir a Dios. ¿De qué nos aprovecha servirle y guardar su Ley y afligirnos en presencia de Yavé Sebaot? Bien dichosos son los soberbios y prosperan los impíos, y aunque tientan a Dios, escapan. He aquí lo que unos a otros se dicen los que temen a Yavé:

Estas murmuraciones sorprendidas y transcritas por Malaquías (3, 13-16) hacia el año 430, provienen del campo de los "pobres" y señalan, en plena época persa -ese período de profunda expansión espiritual- un evidente malestar y casi una crisis de fe. Al oirles, se diría que la vieja ley de la recompensa temporal sólo está vigente en un sentido único. Por un proceso de generalización que es, sin duda, un sistema de patentizar más claramente su escándalo, los "hombres justos" estiman que, en el gobierno del mundo, las cosas no marchan como es debido:

...Miré con envidia a los impíos

viendo la prosperidad de los malos.

Pues no hay dolores para ellos;

sano y robusto está su cuerpo.

No tienen parte en las humanas aflicciones

y no son atribulados como los demás hombres.

Por eso la soberbia los ciñe como collar

y los cubre la violencia como vestido.

Sus ojos se les saltan de puro satisfechos

y dejan traslucir los malos deseos de su corazón.

Motejan y hablan malignamente,

amenazan altaneramente...

Por eso seduce a mi pueblo su conducta

y se sorben a boca llena esas aguas.

Y dicen: ¿Lo sabe acaso Dios?

¿Lo conoce el Altísimo? (Sal 73, 3-l1).

En boca de Job -que encarna el personaje literario del "pobre"- encontramos reflexiones parecidas:

¿Cómo es que viven los impíos,

se prolongan sus días y se aseguran en su poder...?

Y eso que decían a Dios: Apártate lejos de nosotros,

no queremos saber de tus caminos (Job, 21, 7.14).

Ya alguien, en la antig_edad, había dejado constancia de la facilidad con que los "satisfechos" negaban al Señor (Prov 30, 9). Job insistirá en ello señalando en el impío que desafía a Dios, esa grosura de hombre "maduro" y ese abotagamiento que le obstruye la inteligencia (Job 15, 27). No hay nada de satírico en esas frases, pues difícilmente se encuentran rasgos de humor entre los "pobres". Hay "burlones" (les) que, precisamente, no pertenecen a su clase. Para el "pobre" todo esto es trascendental, por cuanto es toda su visión en ese debate con un adversario que se lleva todas las ventajas. Situados en el terreno de la eficacia, la habilidad humana y la ausencia de escrúpulos, rinden mucho más que la observancia de la ley de Dios. Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luzÉ Lo lamentable es que el terreno donde se sitúan espontáneamente los pobres y los impíos, es el terreno de la eficacia. El triunfo terrenal, eso que en la Biblia se llama "bendición" (beraka), paz (salom), salud (yesha) ¿es o no una prueba del amor de Dios a los suyos?

La tradición así lo asegura. Pero los espíritus fuertes se reían de estas antiguallas; en realidad,

Dios ha escondido su rostro y no ve nada (Sal 10, 11).

Para el justo, éstas son palabras desatinadas, fruto de situaciones desesperadas. Porque para él, cualquier forma de fracaso -pobreza, enfermedad, prisión, destierro- es siempre una señal del cielo, una teofanía negativa, un gesto de cólera o una prueba que el Señor le envía: algo que invita al hombre a reflexionar y a convertirse. Para los impíos todo eso es palabrería, mojigatería, cuentos... Lo único que prueba todo esto es que Dios no se ocupa para nada de sus amigos, lo cual les da pie para sus bravatas y sus fanfarronadas:

Búrlanse de mí cuantos me ven,

se ríen y mueven la cabeza:

Se encomendó a Yavé -dicen-; líbrele él;

sálvele él, pues dice que le es grato (Sal 22, 8-9).

Y como en Oriente apenas hay diferencia entre el gesto y la palabra, "el hombre lenguaraz" (Sal 140, 12) burlón y calumniador, se convierte fácilmente en "sanguinario" (Sal 26, 9; 55, 24), pronto a la acción violenta y a los atentados y "obrador de iniquidad" (Sal 94, 4).

A través de los salmos, se enfrentan dos mundos espirituales separados, vigilándose mutuamente. Y "los extremos se tocan": los impíos, al igual que los "pobres", tienen también sus reuniones y conciliábulos -"compañía de malvados" (Sal 1, 1) o "congregación de justos" (Sal 111, 1)-. En uno y otro bando se piensa "en bloque". Unos y otros se alegran y regocijan en grupo. Se detestan mutuamente y a los sarcasmos del bloque infiel replican las maldiciones de los anauim, tan extrañas a nuestros oídos cristianos, pero que en aquel entonces no eran sino un intento apasionado de restablecer la justicia divina concebida dentro de los límites de una recompensa temporal.

 

* * *

Vale la pena insistir en este aspecto de la sensibilidad comunitaria. Los anauim son inclinados al sod (Sal 111, 1), palabra que expresa una amigable conversación, una reunión íntima, un círculo donde se expansiona con toda confianza, más bien que una sociedad organizada; es la palabra que se emplea para expresar las relaciones entre Dios y los fieles (Sal 25, 14) o el afecto entre dos seres (Sal 55, 15). Loeb tiene razón al no querer dar a esta expresión un sentido demasiado sociológico, aun cuando caiga en ello alguna vez. "Está claro -nos dice- que los ‘pobresí tenían tendencia a reunirse en grupos, organizados o no, y que se sentían especialmente felices viviendo en común con algunos de sus amigos o, por lo menos, pasando muchos ratos juntos".

Ved cuán hermoso y agradable es

reunirse y habitar con los hermanos.

Es como finísimo óleo sobre la cabeza,

que desciende sobre la barba, sobre la barba de Aarón,

y baja hasta la orla del vestido (Sal 133, 1-2).

San Agustín señala estas palabras como las que dieron origen a los monasterios. El salmista hace alusión al "óleo de alegría" que los judíos esparcían, después de la comida, sobre la cabeza de sus comensales y que era el mismo que se usaba para consagrar a los sumos sacerdotes y a los reyes, responsables de la fecundidad y el bienestar del país. La idea de alegría compartida y expresada por toda la comunidad se manifiesta en dos ocasiones, y precisamente cuando se describe el clima en el cual se desarrollaba la liturgia de acción de gracias. Cuando un miembro de la comunidad escapaba de un peligro, con lo que se demostraba la Providencia ejercida sobre él, los anauim iban al templo y, después de agradecer a Yavé su misericordia, celebraban juntos el ágape sagrado. En este momento tan fraternal "expresaban a Yavé la alegría de su corazón":

Comerán los pobres, y se saciarán,

y alabarán a Yavé los que le buscan.

¡Viva nuestro corazón siempre! (Sal 22, 27).

Lo verán los afligidos y se alegrarán,

y se fortalecerá nuestro corazón,

los que buscan a Dios.

Porque oye Yavé a los afligidos

y no desdeña a sus fieles (Sal 69, 33-34).