Gentileza
de http://www.hernandarias.edu.ar/ceiboysur/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
Albert
Gélin
Los
pobres de Yavé
CAPITULO
III
LA
ESPIRITUALIDAD DE LOS “POBRES”
El
Salterio, al ponernos en contacto con los "pobres", nos descubre el
lugar prominente de su sentido comunitario. El Israel cualitativo, idea tan
grata para Jeremías (Jer 31, 31-34) y para Ezequiel (Ez 36, 24-28), se realiza
exclusivamente en ese grupo: ya hemos visto cómo ellos mismos lo proclaman
ingenuamente, dando tanto alcance al significado de grupo que, a menudo, su
propia experiencia religiosa desemboca en una reverencia a ese Israel que es el
santuario espiritual donde sus almas se expansionan (Sal 130, 7-8; 131, 3).
Pero
hay que intentar penetrar en su secreto interior para descubrir a qué nivel se
produce el encuentro con su Dios.
Observemos
que, en sus cánticos espirituales, se lamentan constante y monótonamente. Yavé
cierra sus caminos, obstruye sus sendas (Lam 3, 9). El "camino de la
vida" es para ellos abrupto, jalonado de trampas y de espinas. Las palabras
infortunio (oni) y miseria (sarah)
se repiten hasta la saciedad en sus confidencias, contribuyendo no poco a
imprimirles un carácter elegíaco. Su vida es desafortunada. Toda la gama del
sufrimiento humano desfila ante nosotros en extraño cortejo.
Las
literaturas antiguas nos han interesado siempre en las gestas de los grandes y
de los héroes; estaba reservado a la Biblia el evocarnos toda esa inmensa teoría
de los pequeños, de los humildes, que atraviesa de parte a parte la historia y
cuya voz despierta la conciencia de los hombres: esa sangre de Abel que clama
desde los orígenes del mundo, esa muchedumbre de la que Cristo sentirá piedad,
hace llegar a nosotros su infinita cadena de lamentos a través del viejo
salterio. Víctimas de las injusticias sociales, de ]as vejaciones de ricos
insolentes o de las burlas de jueces inicuos, los salmistas nos cuentan su
opresión (Sal 94, 73) haciéndose eco de las quejas de Malaquías (3, 5) y
Nehemías (5, 1-5). A esas voces se mezclan, tal vez, las de los levitas en
situación poco estable (Neh 13, 10-l1), pues, con intrigas diversas, se pretendía
desposeerlos de sus cargos (Sal 5, 9; 27, 11-12).
Podechard
ha analizado muy bien el comportamiento de los enfermos, grupo
extraordinariamente numeroso: La desventura del enfermo es motivo de alegría
para sus enemigos, los cuales se burlan de él (22, 8), le insultan (102, 9), se
complacen ante la inminencia de su muerte (41, 8-9), comercian con ella (22,
18-19), la desean (41, 3-6), si no llegan a contribuir a provocarla en algunas
ocasiones (22, 13-14; 17, 21-22). Más de una vez aparece también la impiedad
junto a esos otros sentimientos (22, 9 38, 21): se regodean de ver al justo
abatido y de que Dios parece mostrarse impotente para acudir en su ayuda (22, 9;
38, 21). Este gozo satánico de sus enemigos hace sufrir profundamente a los
salmistas (22, 7; 30, 2; 38, 17; 41, 12; 102, 9)... Y estos enemigos parecen
estar al margen de toda desdicha. Nada les afecta: desconocen la desgracia y la
debilidad (38, 20)... A veces les abandonan sus propios amigos (38, 12), si es
que no llegan a alzarse traidoramente contra ellos, después de haber comido su
pan (41, 10)... Si uno se traslada al ambiente de aquella época, menos
individualista que la nuestra, donde cada uno dependía esencialmente de los demás,
moral y materialmente; donde apenas existía la vida privada; donde la pérdida
de la consideración pública llevaba consigo una serie inimaginable de
humillaciones y de inconvenientes de todas clases; si, en fin, se considera el
estado de hipersensibilidad de un hombre debilitado al que su imaginación
ensombrece aún más la realidad, quizá pueda llegarse a comprender todo lo que
significan los lamentos dolorosos que resuenan en nuestros salmos.
A
esto hay que añadir, además, los horrores de la prisión en la que se debatían
los héroes de los salmos 22 y 69 y la difusa hostilidad que se cierne sobre el
autor del salmo 120, tanto bajo el dominio de los bárbaros del extremo norte
como del este:
¡Ay
de mí, peregrino en Mesec,
que
habito en las tiendas de Cedar!
Demasiado
se ha prolongado mi destierro
entre
estos enemigos de la paz (vv. 5-6).
Es
preciso repetir que estos devotos personajes en modo alguno se complacían en su
desgracia ni se resignaban a ella. "Vivir la vida en la tierra de los
vivos": ésta era su aspiración común. Los términos "vida",
"felicidad", "luz", "bienestar", "paz",
"seguridad". "salud" (ver Sal 85), tan abundantes en los
salmos, expresan la cualidad de la recompensa que ellos esperan acá en la
tierra. Por eso, cuando ven frustradas sus aspiraciones, sopesan su propia
responsabilidad, analizan su conciencia y no cesan de confesar sus pecados, que
consideran la causa de su estado:
Porque
me rodean males sin número,
se
me echan encima mis iniquidades
y
ni siquiera puedo levantar la vista (Sal 40, 13).
Pero,
a la larga, ese control permanente de sus pecados resulta depresivo y hasta
desilusionador. Es cierto que, a su juicio, una desgracia personal señala un
pecado. Esta es una idea que nunca se abandona. Pero, de acuerdo con ella, ¿cómo
no preguntarse el porqué de que Dios se muestre tan exigente sólo con sus
amigos? Los fieles de aquel tiempo no sabían mucha teología, pero conocían
bien que la fe, la confianza absoluta, es el camino recto hacia Dios. Pues bien,
los fracasos humanos indican la existencia del pecado; pero acaso tengan un
sentido mucho más profundo y sean el medio doloroso de que se sirve Dios para
conducir al hombre a una renuncia absoluta, a una especie de desnudez completa
ante _l, a una purificación dramática de la fe que hace exclamar finalmente:
"De lo más profundo clamo a ti, Señor"... El sufrimiento no destruye
al hombre, pero nos revela lo que somos en realidad... Tenemos ciertas barreras
que el pensamiento, por sí solo, jamás sería capaz de atravesar. Necesitamos,
para cruzarlas, la experiencia de la pobreza, de la cárcel, de la enfermedad...
Es como si viéramos una cara distinta de las cosas que hasta entonces ni
siquiera habíamos sospechado. Tal vez se trate de una nueva dimensión del
mundo, la dimensión vertical, el camino más corto que lleva desde la desgracia
hasta la invocación:
Yo
soy un pobre menesteroso (ani) (ebion).
¡Socórreme,
oh Dios!
Tú
eres mi ayuda y mi libertador.
¡Oh
Yavé, no te detengas! (Sal 70, 6).
Este
itinerario lo recorrió antes el profeta Jeremías, precursor e inspirador de
los anauim. No se puede exponer aquí
en detalle todo el cuadro de sus sinsabores: llamado por Dios a una vocación,
ya de sí penosa, encuentra poca acogida por parte de un auditorio reacio, que aún
se volvía más hostil con el tono punzante del profeta rodeado de pocos discípulos,
sin tener un techo donde cobijarse, fue despreciado por las gentes de su tierra,
por los sacerdotes y profetas oficiales, por los capitanes y jefes de Judá;
querellas, acusaciones, persecuciones y fracasos de toda índole constituyen la
trama de esas "Confesiones" cuya forma y fraseología, e incluso cuya
orientación imitarán mas tarde los anauim. Pero, sobre ese fondo de tragedia, se yerguen las
afirmaciones de la fe: diríase que las dificultades han actuado sobre ella a
modo de trampolín. Empleando una imagen de los salmos de los enfermos, Jeremías
exclama:
Sáname,
¡oh Yavé!, y seré sano;
sálvame
y seré salvo,
pues
tú eres mi esperanza (Jer 17, 14).
Cuando
más duras eran sus recriminaciones contra el gobierno de la Providencia, en lo
más agudo de la crisis que puso en peligro incluso su vocación, el profeta
recibe del Señor la orden de cesar en sus lamentaciones demasiado humanas, las
mismas que, siglos más tarde, continuarán en labios de sus discípulos:
Si
sabes distinguir lo noble de lo mezquino,
seguirás
siendo como mi propia palabra (Jer 15, 19).
Yavé
no quiere dar ninguna razón de sus designios, como lo había hecho algunos años
atrás (Jer 12, 5), pero nadie puede pretender objetarle lo más mínimo sobre
su justicia (Jer 12, 1). La única actitud religiosa que cabe ante el misterio
de la justicia divina es el silencio de la fe.
Porque
yo estaré contigo (Jer 15, 20).
¿No
basta, acaso, la certeza esencial, dada por Dios a su servidor? Jeremías, el
"pobre" (ebión) (Jer 20,
13), acaba por ponerse totalmente en manos del Señor, con una confianza sin límites
que lleva en sí misma la claridad. Cuando, viviendo totalmente sumergido en el
mundo, el hombre se esfuerza en dejarse llevar por Dios hacia el bien y se
termina por chocar en el fracaso, no queda sino esta única realidad, fuera de
toda medida: ES DIOS.
Ideas
semejantes aparecen también en una composición realmente compleja que. a
nuestro entender, data de las postrimerías del Exilio. La tercera Lamentación es obra de un discípulo del profeta. El
autor se sumerge en la gran corriente literaria de los anauim, de la que es, ciertamente, más tributario que iniciador.
Pero el escriba, a través de las formas de su estilo antológico, ha dado una
interpretación personal del ejemplo patético de su maestro sensible al dolor
colectivo nacional y mezcla en él su propio sufrimiento:
Acuérdate
de mi miseria y de mi aflicción,
ajenjo
y veneno.
Cuando
me acuerdo, se abate mi alma dentro de mí (vv. 19-2O).
Pero,
de pronto, aparece esa actitud de silencio religioso y de fe incondicional:
Yavé
es mi parte, dice mi alma;
por
eso quiero esperar en él...
Y
es bien esperar, callando,
el
socorro de Yavé...
Sentarse
en soledad y silencio,
porque
es Yavé quien lo dispone...
Poner
la boca en el polvo
sin
perder jamás la esperanza (vv. 24, 26, 28, 29).
Y
henos aquí, con estas palabras, frente a la actitud final de Job. Poco importa
la consistencia histórica del antiguo personaje a quien un autor genial
atribuye su inmortal poema: ese problema pierde todo su interés en cuanto se ha
comprendido el sentido del libro. Porque los monólogos y diálogos de este
amigo íntimo de Dios están cargados de la experiencia anónima de los anauim
y la hacen penetrar en la gran literatura, siendo tan "auténticos"
como las Confesiones de Jeremías. El mérito particular del libro de Job
consiste en proporcionarnos un tipo de pobre literario y teológico. Job es un
Jeremías de colores más subidos. Las desventuras se ceban en él: Jeremías
presenta a Dios como alguien que le ha seducido y vencido (Jer 20, 7): para Job
es, además, un enemigo que le acomete (16, 12 19, 12), que ni siquiera le deja
tragar la saliva (7, 19), ni respirar (9, 19), una especie de Fuerza ciega (14,
13.18-19) cuyo poder es manifiesto, pero cuya equidad es difícilmente
identificable. Sin embargo, todas estas consideraciones no llegan nunca a
interrumpir la corriente de la fe. Mientras reza y confía, Job sabe
conscientemente que la Justicia de Dios es un misterio y que las categorías
mentales en que se pretende encasillarla, son algo completamente ajeno a ella.
Los teólogos de su tiempo le acusan de "destruir la piedad" (15, 4),
cuando lo que hace es salvarla, al vivir su dimensión transcendente, al llegar
a Dios mismo -ipsissimus Deus- más allá de toda "representación" y
de toda "imagen". Al mismo tiempo, presiente que el hombre jamás
puede considerarse completamente puro ante su Creador, pero sin dejar de
preguntarse por qué Dios exige tanto de su criatura. Helo ahí ante un doble
misterio: la trascendencia divina y la miseria humana. Pero su fe, intacta y
purificada, resuelve la interminable cuestión. Y no es que Job llegue a una
conclusión a fuerza de razonamientos, sino por la misma intensidad del
sentimiento religioso que le inquieta. Y el poema desemboca, lógicamente, en
una solución religiosa...: el hombre debe someterse a Dios confiadamente,
perseverando en su fe incluso cuando su espíritu se encuentra totalmente
desasosegado:
Sé
que lo puedes todo
y
que nada puede impedir que tu voluntad se realice.
Cierto
que proferí palabras sin tino
y
hablé de cosas para mi ignoradas,
rehuyendo
tus consejos
con
excusas sin sentido.
Por
todo me retracto y hago penitencia
entre
el polvo y la ceniza (42, 2-3. 6).
Este
silencio, esta contrición, esta humildad, este sometimiento total, este
abandono absoluto de sí mismo, es la actitud esencial del pobre. Según los
temperamentos y las situaciones, el tema podrá variar más o menos, pero en
definitiva se tratará siempre de lo mismo: del crédito infinito que se abre a
Dios. He aquí el salmo 131, en el que ya Orígenes descubría, en su tratado
contra Celso, un clima bíblico completamente distinto del concebido por la
sabiduría helénica:
No
se ensoberbece, ¡oh Yavé!, mi corazón,
ni
son altaneros mis ojos;
no
corro detrás de grandezas,
ni
tras cosas demasiado altas para mi.
He
reprimido mis deseos,
y
como niño destetado en los brazos de su madre,
así
está mi alma satisfecha de lo que es.
Espera,
¡oh Israel!, en Yavé
ahora
y para siempre.
Cualquiera
que sea el obstáculo que se haya interpuesto en la vida de estos hombres, la
miseria (‘oni) o la desventura (sarah)
que tan a menudo mencionan, o simplemente, la desilusión experimentada por el
discreto salmista que acabamos de leer, es evidente que, a través de él,
encontraron su verdadero camino hacia Dios:
Antes
de ser humillado (‘eíaneh)
estuve
descarriado (Sal 119, 67).
El
sufrimiento adquiere una indiscutible dignidad: es el camino que conduce al
Padre. El relato del Siervo de Dios (Segundo Isaías) y el símbolo de la cruz
(Cristo) constituyen la antítesis de la trágica fatalidad griega. La religión
bíblica está libre de conciencia trágica, o por lo menos, la ha superado. Un
día el autor de la Epístola a los Hebreos dirá de Cristo: "Aunque era
Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia" (Heb 5, 8). Esta última
palabra, según el más moderno comentarista, refleja e! primitivo sentido de la
expresión anauah en la que
insistiremos de nuevo. Tal es también la dialéctica del Antiguo Testamento que
ha transformado la escoria humana del hombre de Yavé.
Yavé
ha encontrado en ellos esa "fisura" que es para él una posibilidad de
acogida, la "atención de la fe", en expresión de San Pablo (Gal 3,
2), confianza sin límites y humildad feliz y radical, cuya idea está como
incrustada en el término anauah.
*
* *
A
lo largo del itinerario espiritual que acabamos de recorrer, hemos encontrado,
como sucesivas flechas indicadoras, las palabras que expresan la pobreza en sus
diversos matices. El Salterio es el lugar donde se emplean en forma masiva, como
veremos, más ordenada. Por lo tanto, debemos detenernos en él.
Ani, ebión, dal, son las
palabras a las que recurren espontáneamente los salmistas para expresar la
miseria de su condición:
Pues
soy mísero (aniÁ) y desvalido (ebión)
y
mi corazón está herido en mi pecho,
voy
desapareciendo como sombra que se alarga. (Sal 100, 22-23).
Estoy
afligido (ani ) y dolorido (ko'eb);
sosténgame,
¡oh Dios! tu ayuda (Sal 69, 30)...
Todos
mis huesos dirán:
¿Quién
semejante a ti, oh Yavé!,
que
libras al desvalido (ani) del
poderoso,
al
pobre (ebión) y al afligido (ani)
de quien le despoja? (Sal 35, 10).
Inclina,
Yavé, tus oídos y óyeme,
porque
estoy afligido (ani) y soy menesteroso
(ebión).
Guarda
mi alma, pues soy tu devoto;
salva,
mi Dios, a tu siervo, que en ti confía (Sal 86, 1-2).
Que
no se vea confuso el oprimido (dak)
y
el pobre (ani) y el indigente (ebión)
glorifiquen
tu nombre (Sal 74, 21).
Como
ya lo hemos dicho, hay en estas palabras una referencia habitual y ardiente al
Dios salvador. Estos hombres exponen patéticamente ante él una situación que
les parece violenta, como si tuvieran la certeza de estar destinados a una
suerte mejor. De hecho, como ya se ha visto, ellos siempre se consideraban del
grupo de los justos:
Yo
sé que Yavé saldrá en defensa del pobre (ani),
en
defensa de los desvalidos (ebionim),
y
sólo los justos alabarán tu nombre (Sal 140, l3-14).
Pero
lo más característico es que se consideran opuestos a los orgullosos. Esta antítesis,
que ellos subrayan insistentemente (Sal 9-10, 86, 94, 119, 123), les sitúa sin
más requisitos en un clima religioso:
Tu
salvas al humilde (am-ani)
y
humillas a los soberbios (ramoth) (Sal
18, 8).
No
olvides a tus (aniyim) (Sal 74, l9).
Porque
oye Yavé a los afligidos (ebionim)
y
no desdeña a sus fieles (Sal 69, 34).
Todas
estas censuras y afirmaciones ¿no representan algo más que la simple certeza
de salir de un mal paso? ¿No significan, acaso, un estado de dependencia y de
adhesión profunda a su Dios?
La
palabra anau expresa directamente esta
actitud espiritual. Anau es el título
privilegiado de aquel que "no se enfrenta" a Dios; la virtud
correspondiente, la anauah suena algo
así como a humildad. Lo que ocurre es que esas expresiones son difíciles de
traducir en una sola palabra, como ocurre siempre con las experiencias
espirituales demasiado abundantes. Es el caso de la "fe" paulina. Son
palabras que tienen una especie de aura, y ya hemos visto en el capítulo
anterior cómo la expresión anau había
llegado a convertirse en sinónimo de hombre religioso. El traductor griego del
salterio se da cuenta de que está abordando un terreno nuevo: en su idioma,
utiliza las palabras dulce, clemente, benigno, dulzura, benevolencia, que
tienen, en su acepción corriente, una resonancia de nobleza. Al hacerlo así,
parece haber puesto en claro un matiz original del término anau: el hombre que está siempre delante de Dios, temiendo su
palabra, obedeciendo sus órdenes, acogiendo sus dones y desconcertado, sin
duda, al recibir sus golpes, consciente de ser pecador y frágil, pero seguro al
mismo tiempo de formar parte de "la legión de sus hijos"... Este
hombre se irá inclinando poco a poco -por una especie de lógica vital- hacia
una calma y serenidad interiores y hacia una forma determinada de paciencia e
incluso de comprensión fraternal. Se trata, evidentemente, de un tipo de hombre
religioso que solamente el cristianismo realizará de un modo completo, pero
cuya presencia se insinúa ya, sin duda alguna, en la Antigua Alianza.
Los
demás vocablos griegos de que dispone el traductor para verter a su lengua el
vocabulario hebreo de la pobreza, le han parecido inadecuados para expresar esa
dimensión religiosa de las palabras originales, por lo que de ordinario las usa
tan sólo para expresar la condición sociológica de los salmistas y ani,
ebión, dal,
aparecen traducidos por penes, ptojos ytapeinos.
"La
vida del ptojos, de la que me hablas,
es la forma de vida del que no tiene nada: en cambio, la del penes
es la del que vive ahorrando y vigilando constantemente lo que puede o no puede
hacer", leemos en el Pluto de Aristófanes (vv. 552-553); el primero es,
pues, el pedig_eño o mendigo: el segundo vive con estrecheces y dificultades:
el típico proletario necesitado. No obstante, en algún caso, el traductor
griego del Salterio ennoblece ambas palabras al darles el sentido de la expresión
anaua (Sal 22, 27; 69, 33). Pero esto
ocurre raras veces.
Tampoco
a la palabra tapeinos había conferido
el helenismo un significado excesivamente noble. Representaba, más bien, una
idea de insignificancia, de bajeza: "Temo que Lisias me parezca falto de
envergadura (tapeinos fane)",
leemos en el Fedro de Platón, y para Aristóteles (Política, IV, II) el tapeinos
es un hombre desprovisto de los bienes normales, como la suerte, la fuerza, la
riqueza, los amigos. Una vez, sin embargo, en un hermoso pasaje de las Leyes de
Platón, el término aparece ennoblecido:
"El
Dios que tiene en sus manos, siguiendo la antigua creencia, el principio y el
fin de todos los seres, va cumpliendo sus designios a través de las
revoluciones de la naturaleza: su Justicia nunca deja sin castigo las
infracciones cometidas contra la ley divina, a cuyas normas se sujeta, modesto y
ordenado (tapeinos kai kekosmemenos),
todo aquel que desea vivir feliz, mientras que algunos, henchidos de orgullo,
exaltados por las riquezas, los honores y hasta la belleza física asociada a la
Juventud y a la ligereza, inflaman su espíritu de suficiencia (hibris);
a su juicio, no necesitan ser regidos por nadie ni sujetarse a ley alguna, sino
que incluso se sienten capaces de conducir ellos a los demás; a éstos, Dios
les deja de su mano...".
Vemos
aquí que, frente al orgullo, se elogia esa actitud prudente, llena de moderación
y modestia. No se trata de la humildad, que es la toma de conciencia de esa
relación con el Dios Soberano y Misericordioso, partiendo de un estado de
reconocimiento de la propia impotencia y de la imposibilidad en que se halla el
hombre de satisfacerse a sí mismo, lo cual desemboca en una apertura hacia los
demás. La perfección del "hombre griego" es una técnica personal de
orden y equilibrio; la del "hombre bíblico" es la resultante de ese
drama trascendental en el que interviene el Dios personal y su criatura: ésta
puede aceptar su llamada -esto es la anauah-
o puede rechazarla -esto es el pecado-. El equilibrio tiene un límite que
incluso lo define; pero ese límite no lo es la anauah, porque su dimensión se amolda a la dimensión de Dios.
La
concepción griega de los dioses es, por regla general, pesimista y sombría.
Sin embargo, parece que el helenismo llega a la conclusión de que la actitud
humilde y suplicante atrae el favor de los dioses, "capaces de humillar con
un simple gesto a los grandes y de salvar con la misma facilidad a los humildes
(mikroi) de los mayores
peligros". Esta afirmación de Jenofonte, en un discurso dirigido a sus
tropas al acabar de hacer una ofrenda a los dioses (Anábasis, III, 2, 10; véase
también VI, 3, 18) se acerca mucho a la idea de humildad, aun cuando no llega a
utilizar el término tapeinos. Esta
palabra, usada a veces en el Salterio griego sin carácter religioso (por
ejemplo el Sal 88, 16), aparece evidentemente ennoblecida en el Salmo 18, 28,
anteriormente citado; y en el Salmo 131, 2, el "silencio espiritual"
expresado en hebreo tiene ya un contenido: "mantenía mi alma en la
humildad".
Esta
valoración de los términos griegos, obligados a soportar una carga para la
cual no estaban dispuestos, se aprecia menos en el Salterio que en otros libros
bíblicos. Sin embargo, sería interesante comprobar el criterio seguido por los
traductores posteriores a "los Setenta" en este libro concreto. A través
de ellos, nos podremos dar cuenta de la evolución semántica que se va
desarrollando y que se fija en los términos más "sociológicos".
Tomemos de nuevo el texto del Salmo 18, 28:
Tú
salvas al humilde (am-ani).
Los
Setenta traducen ani por tapeinos,
Aquila por penes y Símaco por práis. Hay una especie de promoción espiritual de todo el
vocabulario griego de la pobreza. No hay que olvidarlo al leer la primera
Bienaventuranza, incluso en San Lucas: "Bienaventurados los pobres (ptojoi).
La
misma tradición manuscrita hebrea puede ofrecer alguna duda al respecto. En el
Salmo 9-10, que ha sido llamado "el cántico por excelencia de los pobres y
de los humillados", los pasajes 9, 13.19; 10, 12.17, ¿se refieren a los aniyim,
oprimidos e infortunados, o bien a los anauim,
humildes y abiertos a Dios? La traducción griega -penes
y ptojos- nos inclina hacia la primera
hipótesis y por ella optan también muchos manuscritos hebreos en los versículos
10, 17 y los masoretas en lo que se refiere al 9, 19. Sin embargo, es
significativo que estos últimos hayan interpretado como sigue los versículos
9, 13 y 10, 12.17:
(Yavé)
no se olvida de los clamores de los humildes...
No
olvida jamás a los humildes..
Tú,
¡oh Yavé! oyes las preces de los humildes...
Nos
hemos limitado, en nuestro examen, al vocabulario del Salterio, cuyo lenguaje
muestra cierta regularidad. Pero hasta en el Salterio se nota cierta variación,
aún más acentuada en otros libros bíblicos. A nuestro entender, hay dos
hechos que se pueden dar por sentados.
a)
El vocabulario hebreo se ha ido haciendo apto para traducir una actitud
espiritual. A veces se siente el paso de la acepción sociológica a la
religiosa, como si el término guardara el recuerdo del itinerario recorrido:
tal es el caso del salmo 9-10. Otras veces, sin embargo, no encontramos en las
palabras ni sombra de evolución: ani,
ebión, dal, tienen sentido religioso desde el primer momento. Es lo que ya
hemos visto en el texto de Sofonías, 3, 12.
b)
El vocabulario griego ha sufrido una sublimación no menos extraordinaria. Los
Setenta daban siempre a la palabra ptojos
el mismo significado religioso de las expresiones hebreas que traducía. Cosa lógica,
pues la lengua griega no poseía otros términos más claros: la palabra taloeinos,
bajo, vil, no designaba ordinariamente más que una condición social -la misma
a que aludía la palabra ptojos-, y
eso cuando no tenía un sentido peyorativo; su significado moral y religioso les
viene de los Setenta, y precisamente porque traducen el sentido de las
expresiones hebreas.
Bastará
con pocos ejemplos para ilustrar esta doble realidad.
En
Isaías, 66, 2 se afirma que Yavé posa su mirada sobre los humildes (ani),
que los Setenta traducen por tapeinos,
Aquila por práis y Símaco por ptojos.
El
capítulo tercero, versículos 31-35 de los Proverbios, forma parte de las
advertencias que sirven de introducción a las colecciones de máximas y
reemprende los paralelismos que tan bien conocemos ya: "justos" =
"rectos" = "prudentes" = "humildes". "A los
humildes (quere': anauim;
ketib: aniyim) (Dios) les
da su gracia." Los Setenta también lo traducen por tapeinos.
En
un proverbio que sigue a una crítica del orgullo (qa'on, hibris), en la primera colección salomónica se lee:
Mejor
es humillarse en espíritu (shefal-rouh)
con los humildes (queré: anauim; kebit: aniyim )
que compartir el botín con los soberbios (ge'im)
(Prov 16, 19).
Los
Setenta lo traducen así:
Mejor
es el humilde de corazón (praizimos)
con la pobreza (tapeinosis)
que
compartir el botín con los soberbios.
Isaías
(29, 19), señalando al pueblo escogido el camino de la salvación, afirma:
Se
regocijarán en Yavé los humillados (anauim)
y
aun los más pobres (ebionim) se gozarán
en
el Santo de Israel.
Los
Setenta traducen el primer término por ptojos.
Aquila, Símaco y Teodoción por práis.
El segundo término ha sido glosado por los Setenta en la expresión "los
sin esperanza", empleando Aquila la palabra ptojos y Teodoción la de endées.
En
un poema en el que se lanzan duras diatribas contra una ciudad soberbia, Isaías,
en su Apocalipsis (26, 6), la presenta pisoteada por los humildes (ani)
y los pobres (dal). Los Setenta, acentuando la nota espiritual, han empleado las
expresiones práis y tapeinos.
*
* *
La
palabra anauah, que encontramos por
primera vez en Sofonías, aparece luego en la literatura sapiencial designando a
la humildad. Por tres veces, en las viejas colecciones de proverbios, se la
equipara a la prudencia o al temor de Dios, en oposición a la soberbia, como si
fuera el fundamento mismo de la religión. Sofonías la había situado al nivel
de la justicia (Sof 2, 3). Miqueas (6, 8) e Isaías (2 6-22), sin usar la
palabra, presentan la idea como la consecuencia lógica de la fe y su perfección.
Riquezas,
honra y vida
son
premio de la humildad (anauah)
y
del temor de Yavé (Prov. 22, 4).
El
temor de Yavé es enseñanza de sabiduría,
y
a la honra precede la sumisión (anauah)
(Prov 15, 33).
Antes
de la caída se exalta el corazón del hombre,
y
a la gloria precede la humillación (anauah)
(Prov 18, 12).
El
sabio habla siempre con una visión de eudemonismo terreno: la felicidad de este
mundo se compra todavía con el dinero de la virtud; pero esa virtud se concibe
en su sentido más puro y profundo. Ben Sirá, el buen burgués de Jerusalén,
en el siglo II, convirtió la palabra anauah
en uno de los slogans de esa sabiduría que él deseaba comunicar tanto a los
ricos como a los pobres. _l que, como es propio del sabio, vivió observando,
vio malos ricos, contra los que increpa duramente (Eclo 13, 18-19) y pobres impíos
(13, 23) o vagos (10, 27); para unos y otros tiene consejos en abundancia, ya
que él no se evade jamás de la realidad social ni de la tradición. Sin
embargo, concibe siempre al hombre en un plano superior al de su condición
social:
Rico,
noble o pobre,
su
gloria estará en el temor del Señor.
No
es justo afrentar al pobre (dal)
inteligente
ni
honrar a todo hombre prepotente.
El
grande, el juez y el poderoso son honrados,
pero
ninguno mejor que el que tema al Señor (Eclo 10, 25-27).
Temer
a Dios, ¿no es acaso tener conciencia de su propia condición?
Hijo
mío, honra a tu Dios, pero con humildad (anauah)
(10,28).
Abominable
es para el orgullo (ge'ut) la humildad
(anauah) (13-20).
La
actitud fundamental del hombre religioso se nos da en el capítulo 1, versículo
34:
y
se complace (Dios) en la fe y la mansedumbre (praites),
teniendo
en cuenta que los dos sentimientos son casi idénticos entre sí: la fe
significa fidelidad; la humildad, docilidad y aceptación. En el elogio que hace
de los patriarcas, Ben Sirá alaba a Moisés:
Por
su fe (emunah) y su mansedumbre (anauah),
(Dios)
le escogió de entre toda carne (45,4).
Son
los mismos términos que aparecen en los Números (12, 3-7) y que ayudan a
comprender ese difícil pasaje. Por consiguiente:
No
es propio de hombres la soberbia (ga'auah)
(10, 18).
Humilla
(safal) infinitamente tu orgullo (ga'auah)
(7, 17).
La
humildad irradia bondad, y casi diríamos que hombría de bien:
Inclina
tu oído al pobre (ani)
y
con mansedumbre (anauah) respóndele
palabras amables (4, 8).
Hijo
mío, pórtate con modestia (anauah),
y
serás amado más que el dadivoso.
Cuanto
más grande seas, humíllate más,
y
hallarás gracia ante el Señor.
Porque
grande es la misericordia de Dios
y
revela sus secretos (sod) a los
humildes (anauim) (3, 17-19.
Desde
luego, no es uno de los menores encantos de Ben Sirá este presentimiento que le
lleva a usar las mismas palabras con que en el Evangelio se nos hará la
revelación de los misterios del Reino de Dios: "Te alabo, Padre, Señor
del Cielo y de la tierra, porque has ocultado esas cosas a los sabios y
prudentes y las has revelado a los pequeños (nepioi)"
(Lc 10, 21).
Ben
Sirá -ha dicho Gauthier- ha desvinculado la actitud religiosa que entraña la anauah
"del substrato material donde había germinado. La condición social, para
él, no cuenta en absoluto: la humildad no es más que una actitud interior del
alma, una idea moral accesible a todos, lo mismo a los ricos que a los
pobres". En realidad, esta postura difiere notablemente de la de Sofonías:
para éste, es evidente que la anauah
era una virtud que sólo se daba en un clima más concreto. Pero cabe
preguntarse si dicha virtud no necesita este condicionamiento externo para poder
desarrollarse. ¿Hay posibilidades de "pobreza espiritual" al margen
de la "pobreza pobre" de que habla monseñor Ancel? Esto es tan
verdadero que los adeptos de la anauah,
un siglo después de Ben Sirá, sentirán espontáneamente la necesidad de esta
base real y tratarán de proteger la anauah
con una especie de voto de pobreza.
Hay
un autor, J. Van der Plo‘g, que por primera vez ha esbozado un sugestivo
paralelismo entre anauah e is!ani,
entre anau y musIim . El sentido
religioso técnico de la palabra islam
es: sumisión a Alá. "El Corán fundamenta su credo religioso en una
actitud de sumisión, humilde y confiada que, por definición, repugna al
temperamento natural del alma árabe. Y Abraham es presentado como prototipo del
hombre religioso, como el verdadero muslim,
completamente sumiso a Dios por su fe en la Revelación. Incluso la paternidad
de esta definición es atribuida al patriarca: "Es él quien os ha llamado
ya "almuslimi" (Sourate, 22,
77).
*
* *
Este
ideal, expresado en los términos ani-anau,
la Biblia nos lo presenta encarnado en esas maravillosas personalidades que van
jalonando su ruta histórica. Y aparecen precisamente en la época en que se había
logrado plenamente este ideal, especialmente después del Exilio.
En
uno de los salmos litúrgicos compuestos, que conmemora la fundación del
santuario de Jerusalén y la promesa revelada por Samuel (2 Sam 7) hecha por Yavé
a la dinastía de David, la comunidad comienza así su plegaria:
Acuérdate,
¡oh Yavé!, de David
y
de todas sus dificultades (`unnot).
Una
nueva lectura, garantizada por los Setenta, reemplazó la expresión "sus
dificultades" por "su humildad" (anauah, praités), refiriéndose a una forma determinada de piedad.
Pero
hay más todavía. Al retorno del Exilio, cuando se les dio título a los salmos
y se trató de identificarlos con las situaciones del pasado, el rey David, a
causa de las dificultades que había tenido que superar y de la confianza que
supo manifestar en ello, fue considerado como el "héroe
representativo" de los pobres. Los mismos títulos de los salmos pueden ser
altamente significativos: atestiguan la grandeza de David e incluso le dotan de
una aureola mesiánica que envuelve su persona, siendo éste el clima en que
debemos situar el título religioso de ani,
dado a su descendiente Zacarías (Zac 9, 9). De sesenta y nueve veces que se
emplea la palabra ani en los salmos,
treinta y cinco figura en los salmos atribuidos a David. Y es que David vivió
realmente afligido y oprimido como los pobres, siendo esta aflicción la que le
permite comprender que su alto destino es un don gratuito de Dios y que su misma
pobreza le ha conducido a la gloria real.
"Moisés
era un hombre muy humilde (anau, práis),
el más humilde de toda la tierra." Esta reflexión de los Números, 12, 3,
¿no será realmente una glosa, como defiende Sellín? Lo que es indudable, por
lo menos, es que está íntimamente relacionada con los versículos siguientes (vv.
5-8: alabanza de Moisés, prototipo de los profetas), con los fragmentos más
recientes del Elohísta. En este caso no hay razón para dudar del sentido
religioso del término anau. Según
Spicq: Moisés "estaba humildemente sometido a Dios, siendo su proceder la
antítesis del de Faraón -cuyo corazón era duro y como impermeabilizado a la
voluntad divina- y de algunos israelitas indóciles que murmuraban contra
Dios".
Hasta
Abraham, nadie ha sido considerado como el auténtico modelo de los
"pobres". En las Sentencias de los Padres, cuyos orígenes se remontan
a la época inmediatamente precristiana, se diferencian claramente los discípulos
de Abraham de los de Balaán: "Una mirada benévola, un corazón humilde (shafal)
y un espíritu pobre (namokah) son las
características del discípulo de Abraham. Una mirada perversa, un corazón
orgulloso (rabah) y un espíritu de
soberbia (gebuha) caracterizan, por el
contrario, al discípulo de Balaán".
Sólo
nos queda la aplicación del título al Mesías. Pero, antes de abordar esta
nueva faceta del tema, lo seguiremos tratando en el capítulo siguiente, desde
el punto de vista comunitario.