Introducción al Antiguo Testamento I
EL PENTATEUCO
José L. Sicre S. J.
Contenido:
I - Los narradores e historiadores de Israel
1. Importancia de la historia en Israel
2. Diversas concepciones de la historia
2.1. La historiografía épico-sacral
2.2. La historiografía profana
2.3. La historiografía religioso-teológica
3. Principales géneros literarios en los libros narrativos
II - Introducción al Pentateuco
1. Nombre
2. Contenido
3. ¿Escribió Moisés el Pentateuco?
4. Argumentos contra la teoría tradicional
5. ¿Cómo se formó el lago?
6. Discusiones posteriores
7. Conclusiones de un escéptico
8. El lago se transforma en palacio
9. Bibliografía
III - Capítulos selectos del Pentateuco
1. El drama de Abrahán
2. La primera teología de la liberación
3. Un viaje nada turístico
IV - Las leyes de Israel
1. Importancia y dificultad del tema
2. El toro de Zacarías
3. ¿Dónde surgen las leyes?
4. ¿Por qué se multiplican las leyes?
5. ¿Cómo se formulan las leyes?
6. Recopilación de las leyes
7. Pequeña historia de la legislación de Israel
El presente folleto está compuesto por los capítulos 4 al 7 del libro
Introducción al Antiguo Testamento (Verbo Divino, 1992), de José L.
Sicre, a quien agradecemos el permiso que nos ha dado para esta
publicación popular. Hemos hecho algunas pequeñas adaptaciones y
hemos suprimido las notas y la bibliografía en otros idiomas.
Entramos en el primer gran bloque del Antiguo Testamento, los
cinco libros más sagrados para los judíos. Remontándose a la
creación del mundo, nos hablan de la historia del pueblo hasta el
momento de la muerte de Moisés. Pero no sólo cuentan las vicisitudes
de este grupo humano; hablan también de cómo Dios orienta su
conducta a través de unas leyes justas. Narradores y legisladores
desempeñan en el Pentateuco una labor primordial.
El capítulo 1 de este librito trata una cuestión previa, que servirá
también para el tema sobre los narradores e historiadores de Israel.
Es preciso tener una idea de la importancia de la historia en Israel y
de las distintas formas de contarla antes de adentrarse en estos
complejos libros.
El capítulo 2 constituye la auténtica introducción al Pentateuco. Es
importante tener una idea clara de su contenido y temática.
En cuanto al autor, resulta fácil demostrar que Moisés no escribió el
Pentateuco. Pero es difícil explicar cómo se formó. Utilizo para ello un
cuentecillo que puede ayudar a comprender las diversas posturas. El
análisis concreto de las teorías es cuestión secundaria y puede
omitirlo si no dispone de tiempo o no le interesa demasiado.
En cambio, considero fundamental el capítulo 3, donde doy pautas
para leer unos capítulos selectos. Me centro en tres temas capitales:
las tradiciones de Abrahán, la liberación de Egipto, la marcha por el
desierto. Lo esencial es que lea el texto bíblico. Mi comentario es
simple complemento para captar mejor el mensaje.
Pero no podemos abandonar el Pentateuco sin hablar de los
numerosos cuerpos legales que contiene (c. 4).
La historieta del toro de Zacarías le ayudará a descubrir el valor
humano de estas páginas aparentemente áridas de la Biblia. Es
importante el apartado final sobre la breve historia de la legislación
israelita, en el que indico los momentos fundamentales.
I. Los narradores e historiadores de Israel
Quizá fue una noche de frío, junto al fuego, cuando comenzó a
contarse la historia de Israel. Primero los ancianos que recordaban las
andanzas de antepasados famosos. Llegaron más tarde los grupos
del desierto, relatando y exagerando las penalidades sufridas en
Egipto, la terrible marcha hacia la tierra prometida, la revelación
concedida por el Señor a Moisés. Vendrían luego los poetas
populares, cantores de gestas realizadas contra los filisteos, que
cambiaban batallas y ejércitos por una buena comida antes de seguir
su viaje. No faltaban sacerdotes que, en las peregrinaciones anuales
a los santuarios, relataban al pueblo cómo se apareció Dios en aquel
lugar sagrado.
Así, de boca en boca, transmitidas oralmente, comenzaron a
conservarse y enriquecerse las tradiciones históricas de Israel. Hasta
que surgió una clase más culta, en torno a la corte de Jerusalén, en el
siglo X a.C. También le interesaban otros datos: la lista de los
gobernadores de Salomón, los distritos en que dividió su reino, el
lento proceso de construcción del templo de Jerusalén y del palacio,
con sus numerosos objetos de culto o de adorno. Todos ellos
comienzan a usar la escritura. No quieren que datos tan importantes
se pierdan con el paso del tiempo.
Por último, dentro de esta tradición escrita, surgen verdaderos
genios, que recopilan con enorme esfuerzo los relatos antiguos y los
unen en una historia continua del pueblo. Algunos se concentraron en
los orígenes. Otros se limitaron a acontecimientos fundamentales de
su época, como la subida de David al trono o las terribles intrigas que
provocó su sucesión. Incluso hubo un grupo que emprendió la
tremenda tarea de recopilar las tradiciones que iban desde la
conquista de la tierra (siglo XIII) hasta la deportación a Babilonia,
componiendo lo que conocemos como “Historia deuteronomista”
(Josué, Jueces, Samuel, Reyes).
Pero, siglos más tarde se produce un hecho curioso. Un autor
vuelve a contar la historia de la monarquía. Para ello, agarra los libros
de Samuel y Reyes y los copia al pie de la letra, pero suprimiendo lo
que no concuerda con su punto de vista y añadiendo otras
tradiciones. Surge así la “Historia cronista” (1 y 2 Crónicas). También
en el siglo II a.C., dos autores distintos contarán la historia de la
rebelión macabea. De este modo, siglo tras siglo, incansablemente, el
pueblo de Israel puso en práctica la consigna de Goethe de que “cada
generación debe escribir de nuevo la historia”.
1. Importancia de la historia en Israel
¿Por qué los israelitas concedieron tanta importancia a contar la
historia? La respuesta “oficial”, la más difundida entre los estudiosos
de la Biblia, es que la historia es para Israel el lugar del encuentro con
Dios. La fe de este pueblo no se basa en mitos atemporales, ajenos al
espacio y al tiempo que nos rodean. Es una fe que nace y se
desarrolla en contacto directo con los acontecimientos de nuestro
mundo. A través de ellos, Dios revela su amor, su perdón, su interés
por el hombre, su afán de justicia, sus deseos y planes con respecto a
la humanidad. No es una revelación que cae del cielo, perfectamente
esbozada y concretada en todos sus pormenores, de una vez para
siempre. Dios se revela poco a poco, paso a paso, no a través de un
libro, sino a lo largo de la vida. El Antiguo Testamento es una
búsqueda apasionada de Dios, un intento divino de ser conocido más
perfectamente, una lucha humana por penetrar en el misterio del
Señor.Y así, igual que los cristianos conocemos a Jesús por lo que él
hizo y dijo, por lo que el Espíritu sigue realizando en la Iglesia, también
los antiguos israelitas conocieron a Dios por lo que hizo y dijo a lo
largo de la historia. Nada tiene de extraño que los israelitas se
preocupasen tanto de escribir lo ocurrido o, mejor dicho, de recordar
“las maravillas que el Señor ha hecho por su pueblo”.
Esta interpretación oficial corre el peligro de idealizar los hechos y
no valorarlos rectamente. Sin duda, hubo en Israel autores que vieron
la historia como lugar del encuentro del hombre con Dios, y
precisamente por ello dedicaron gran parte de su vida a escribirla.
Pero muchos de los documentos que utilizan no fueron escritos desde
esa perspectiva.
La comparación con otro ámbito cultural puede aclarar la situación.
A. K. Grayson, hablando del interés que concedían los asirios y
babilonios a contar el pasado, lo explica por los siguientes motivos: 1)
propaganda política; 2) finalidad didáctica; 3) exaltación del héroe; 4)
utilidad práctica, para los calendarios, la adivinación, etc.; 5)
conciencia de la importancia de recordar ciertas cosas.
Si excluimos el cuarto apartado, los restantes nos ayudan a
comprender por qué los israelitas escribieron tanto sobre el pasado.
Personalmente, pienso que el motivo de la propaganda política está, a
veces, mucho más presente en la Biblia incluso que el estrictamente
religioso. Así lo advirtieron los fariseos, que no aceptaron en el canon
los libros de los Macabeos, sus grandes adversarios. Ellos no se
fijaron en su valor religioso, sino en su valor como arma política. Por
otra parte, ya a comienzos de siglo hablaba H. Winckler de esta
tendencia de la historiografía antigua:
“Una exposición histórica siempre persigue [en oriente] un fin
determinado, y éste es, naturalmente, demostrar lo justificado de las
pretensiones políticas planteadas por las partes que daban pie a
redactar el conjunto de la historia (rey, partido)»
Aunque la distinción entre lo político y lo religioso carece de sentido
para un israelita antiguo, puede ser esclarecedora para un lector
actual. Por otra parte, así se explica que muchas páginas de la Biblia
resulten poco “edificantes” para los cristianos actuales y no les vean
ningún provecho; leídas a la luz de motivos políticos, adquieren todo
su relieve e interés. Cuando lleguemos a la historia de David —la más
extensamente tratada en la historiografía bíblica—, percibiremos este
hecho.
2. Diversas concepciones de la historia
Al hablar de los “historiadores” de Israel no debemos proyectar
nuestra idea del historiador moderno, o del filósofo de la historia. El
historiador israelita no tiene la mentalidad de nuestro tiempo ni analiza
los hechos con nuestros mismos criterios de objetividad y fidelidad al
pasado por encima de todo. Esto no tiene nada de extraño, ya que
incluso entre los historiadores actuales se advierten notables
diferencias en los puntos de vista (basta pensar en un historiador
marxista y otro no marxista).
Pero, aparte de esta diferencia natural, impuesta por la época y la
cultura, también debemos tener presente que, dentro del mismo Israel,
existen concepciones distintas de la historia y formas diversas de
escribirla. Cosa natural si pensamos que las primeras obras están
separadas de las últimas por más de diez siglos. A continuación
intentaré esbozar a grandes rasgos estas diversas concepciones.
2.1. La historiografía épico-sacral
Puede resultar extraño que empecemos hablando de este modo de
enfocar la historia, tan poco actual y científico, pero esta concepción
tuvo gran importancia en los primeros siglos de Israel y no podemos
pasarla por alto.
Sus rasgos fundamentales los detectamos en las llamadas “sagas
de héroes”, narraciones centradas en un personaje famoso por sus
hazañas militares: Sansón, Gedeón, etc. Los autores que nos
transmitieron estas sagas (primero oralmente, luego por escrito)
carecen de una visión profunda de la historia: les falta un análisis
serio de los factores económicos, políticos o sociales; son incapaces
de captar una relación de causa y efecto entre los diversos
acontecimientos; a su obra le falta unidad y continuidad. En definitiva,
las sagas de héroes no son más que un conglomerado de relatos
individuales. Transmiten a veces noticias de gran valor histórico, pero
carecen de una concepción auténtica de la historia.
Esta historiografía épico-sacral no se encuentra sólo en dichas
sagas; aparece también en numerosas páginas del Pentateuco y de
los restantes libros históricos. Tomando el material en conjunto,
podemos indicar dos rasgos fundamentales. Primero, la tendencia a
exagerar los datos: los ejércitos son de enormes proporciones; las
dificultades, casi insuperables; el botín conquistado, inmenso, etc.
Segundo, la afición a introducir milagros. Quizá sería más exacto
decir que estos autores no conciben que la historia marche adelante
sin una serie de intervenciones directas de Dios. De hecho, el Señor
siempre ocupa el primer plano, por encima del héroe o del
protagonista.
Esta forma de concebir la historia y de escribirla es típica de los
primeros siglos de Israel, pero sigue dándose en tiempos posteriores,
incluso hasta el siglo II a.C.
Como ejemplos concretos de este tipo de historiografía, aconsejo la
lectura de Jue 7,1-8; Is 37,36 (comparándolo con Is 37,37-38); 2 Mac
3,24-30.
2.2. La historiografía profana
Frente a la postura anterior, que introduce el milagro como
elemento esencial de la historia, nos encontramos aquí con una
actitud totalmente opuesta. La historia se desarrolla según sus fuerzas
inmanentes, dirigida por la voluntad de los hombres, arrastrada por
sus pasiones y ambiciones, sin que en ningún momento se perciba
una intervención extraordinaria de Dios. Este enfoque lo encontramos
también en tiempos muy antiguos.
No se puede comparar a estos historiadores con los actuales, pero
se encuentran mucho más cerca de nosotros que los de la anterior
concepción. Véase, por ejemplo, el modo en que se cuenta un
episodio tan importante de la historia de Israel como la división del
reino a la muerte de Salomón (1 Re 12). O compárese la batalla de
Gedeón contra los dos reyes madianitas (Jue 8,4ss) con el capítulo
anterior (Jue 7), ejemplo típico de la postura épico-sacral.
Para algunos, la producción más perfecta de este tipo de
historiografía es la “Historia de la sucesión al trono de David” (2Sam
9-20; 1 Re 1-2). Shotwell muestra gran estima de las “Memorias de
Nehemías”: “El restaurador de Jerusalén no se hace eco de los
ampulosos elogios de los reyes asirios al relatar sus grandes hazañas.
Por el contrario, parece haber mantenido una apreciación
especialmente sensata de la proporción de las cosas. Su sentido de la
importancia de lo que está haciendo no oculta el hecho de que tiene
que vérselas con pequeñas tribus vecinas, que lo echarían todo a
rodar si él se atreviera a penetrar en alguna de sus villas. El detalle
corriente eleva el relato hasta esa zona del realismo a que tan sólo los
escritores auténticamente grandes pueden atreverse a penetrar sin
perder su autoridad” (Historia de la Historia, 148).Y un juicio parecido
le merece Mac: “Hay, por último, una espléndida pieza de
historiografía en ese cuerpo considerable de la literatura judía que no
está incluido en el Antiguo Testamento tal como lo conocen los
lectores protestantes. El primer libro de los Macabeos es un relato
conmovedor de los días más heroicos de la nación judía, relato
sincero tomado de testigos presenciales y de fuentes escritas, de la
gran guerra de liberación iniciada por Judas Macabeo (…) La historia
de esta hazaña está narrada con escrupulosidad científica, y con una
minuciosidad de detalle y exactitud en la información que la sitúa muy
alto entre cualquiera de las historias de la antigüedad” (Id., 150).
2.3. La historiografía religioso-teológica
El tipo de historiografía que predomina en el Antiguo Testamento es
el religioso- teológico. Los autores o redactores han dedicado un
enorme esfuerzo a recopilar datos del pasado y a ofrecerlos desde un
punto de vista que no es, ni pretende serlo, el del historiador
imparcial, sino el del teólogo con un mensaje que transmitir y unas
ideas que inculcar. Naturalmente, los puntos de vista varían según las
épocas y los autores (profetas, sacerdotes). Sólo la común
preocupación teológica permite que los englobemos en el mismo
apartado, que abarca las grandes obras “históricas” de Israel, como la
Historia deuteronomista (Jos Jue S.M. Re), la Historia Cronista, y, si
admitimos la teoría tradicional sobre el Pentateuco, la producción del
yavista (J), el Elohísta (E) y el Sacerdotal (P).
Al servicio de su idea o su mensaje, estos autores no tienen
inconveniente alguno en prescindir de hechos de gran interés
histórico para nosotros, o incluso en falsear los acontecimientos o
deformarlos. Tendremos ocasión de ver numerosos ejemplos. Pero su
ingente trabajo nos hace pensar que eran personalidades
enormemente creativas, especialmente dotadas para la exposición
histórica. Tenemos la impresión de que, si no fueron grandes
historiadores, en el sentido técnico del término, no es porque no
pudieron, sino porque no quisieron. Así se explica ese extraño
fenómeno, que Shotwell ha expresado de forma genial: “Fueron los
deformadores de la historia hebrea quienes hicieron que esa historia
valiera la pena”.
Aunque de estas tres concepciones se pueden indicar ejemplos
concretos, como hemos hecho, sería absurdo querer diseccionar las
páginas de la Biblia repartiéndolas entre ellas. El resultado final ha
sido una amalgama de las tres posturas. En ciertos momentos
predomina la primera, en pocas ocasiones la segunda, en gran parte
la tercera. En definitiva, cada autor, con su mentalidad, intentó dejar
claro a sus contemporáneos que el pasado no es algo accesorio, que
conviene tenerlo siempre presente (“el que no aprende la lección de
la historia, corre el riesgo de volver a repetirla”, dirá Santayana).
3. Principales géneros literarios en los libros narrativos
Quien abre el diario por la mañana sabe que cada noticia hay que
leerla a su manera. No son lo mismo las páginas de información
política que las deportivas. Ni el chiste del día tiene nada que ver con
los anuncios por palabra. Cada autor, según la materia que trata,
utiliza un “género literario” distinto. De acuerdo con él, valoramos sus
afirmaciones. No leemos con la misma seriedad las últimas
declaraciones del futbolista de moda y las del presidente de los
Estados Unidos (aunque algunos piensen que, a veces, se parecen
bastante). También nosotros, cuando escribimos, usamos géneros
literarios diversos. Si nos piden un “curriculum vitae”, no empleamos el
mismo estilo que si escribimos una carta a nuestros padres o una
carta comercial.
Este detalle, tan elemental, tardó tiempo en ser advertido en la
ciencia bíblica. Pero es importantísimo para valorar rectamente las
afirmaciones de sus autores. Lo que dice un poeta no podemos
interpretarlo tan literalmente como una lista de funcionarios de
Salomón. Un narrador popular, enfrentado directamente a su
auditorio, se dejará llevar por la imaginación más fácilmente que un
historiador serio, encerrado en su despacho.
Sin embargo, no es tarea fácil descubrir y catalogar todos los
géneros literarios que se usan en la Biblia, y no todos los autores
utilizan la misma terminología. Limitándome a los libios narrativos
(Pentateuco e Históricos), ofrezco la siguiente clasificación tomada de
Otto Eissfeldt en su Introducción al Antiguo Testamento:
1. Discursos de despedida: Jos 23 y 24; 1 S.M. 12; 1 Re 2,1-9; 1
CRT 28,2-10; 1 Mac 2,49-68.
-políticos: Jue 9,7-20; 2 Re 18,19-25.28-35.
-arengas: 2 S.M. 10,12; 2 CRT 20,20; 1 Mac 9,8.10.44- 46; 13,3-6;
Dt 20,5-8.
2. Oraciones intercesión: Jue 16,28; 1 Re 3,6-9; 8,23-53; 2 CRT
20,6-12; Jdt 9.
-confesión: Jue 10,10.15; 1 S.M. 12,10; Esd 9,6-15.
-acción de gracias: 2 S.M. 7,18-29.
3. Documentos contratos: 1 S.M. 8,11-17; 1 Mac 8,22-32; 1 Re
5,22-23.
-cartas: Esd 4,11-16.17-22; 5,7-17; 1 Mac 14,20-23; 2 Mac
1,1-2,18.
-listas: genealógicas (1 CRT 1-9); de oficiales y héroes (2 S.M.
8,16-18; 20,23-26; 23,8-39; 1 Re 4,7-19); de ciudades y pueblos (Jos
15-19). Aunque Eissfeldt no lo hace, en este apartado incluiría los
decretos como 2 CRT 36,23; Esd 1,2-4 y los memorándum como Esd
6,2-12.
4. Narraciones poéticas
-mito: se discute mucho si en la Biblia existen auténticos mitos. Al
menos podríamos incluir Gén 6,1-4, sobre el origen de los gigantes.
-cuento: comienzo de Job.
-saga: local, o relacionada con un fenómeno de la naturaleza (Jue
15,9-19); tribal (Jue 18); de héroes (Josué, Gedeón, Sansón, etc.).
-leyendas: 1 S.M. 4-6 (arca); Jue 6,11-24; 1 S.M. 1-4.
5. Narraciones históricas informes (anales): 1 Re 14,19.29, etc.; 1
Re 6-7 (templo).
- historia popular: Jue 8,4-21; 2 S.M. 9-20; 1 Re 1-2, etc.
-autobiografía: Nehemías.
-relatos de sueños y visiones: Jue 7,13-14; 1 Re 3,4-15.
Lo más importante es caer en la cuenta de que, ante géneros tan
distintos, debemos adoptar posturas distintas a la hora de valorarlos
históricamente. Por ejemplo, el primer apartado habla de discursos.
En una época en que no existía la grabadora ni la taquigrafía,
debemos suponer que mucho de lo que dicen (incluso todo a veces)
ha sido inventado por el autor del libro.
No nos extrañemos; también el gran historiador griego Tucídides se
inventaba discursos y los ponía en boca de sus personajes. En cuanto
a los documentos, no es lo mismo una lista de ministros de David (que
ofrece todas las garantías) y la lista de los descendientes de Noé
(Gén 10), que pretende abarcar a todos los pueblos del mundo. No
podemos poner al mismo nivel una leyenda popular sobre un
personaje famoso (Sansón) y el relato objetivo de Nehemías cuando
vuelve a Jerusalén desde el destierro.