Introducción al Antiguo Testamento II 

LA HISTORIA DEUTERONOMISTA


José L. Sicre S. J.


Contenido
I - Una historia en cuatro actos 
Acto I 
Acto II 
Acto III 
Acto IV 

II - La historia deuteronomista 
1. Ficción y realidad
1.1. En el Acto I 
1.2. En el Acto II 
1.3. En el Acto III 
1.4 En el Acto IV 

2. Martin Noth entra en escena 
3. Reacciones a la teoría de Noth 
3.1. Con respecto a los elementos previos 
3.2. Con respecto a la unidad de la obra 
3.3. Con respecto a la finalidad de la obra 

III - Leyendo la historia 
1. Textos selectos de la historia deuteronomista 
1.1. Libro de Josué 
1.2. El libro de los Jueces 
1.3. Los dos libros de Samuel 

2. Historia de la subida de David al trono 
2.1. Lectura a nivel literario 
2.2. Lectura a nivel político 
2.3. Lectura a nivel religioso y teológico 

El presente folleto está compuesto por los capítulos 8 al 10 del libro 
Introducción al Antiguo Testamento (Verbo Divino, 1992), de José L. 
Sicre, a quien agradecemos el permiso que nos ha dado para esta 
publicación popular. Hemos hecho algunas pequeñas adaptaciones y 
hemos suprimido las notas y la bibliografía en otros idiomas. Este 
tema pretende poner en contacto con la obra histórica más importante 
del Antiguo Testamento, la historia deuteronomista (Dtr), que recibe 
este nombre por haberse inspirado en los principios teológicos del 
Deuteronomio. Su estudio nos permitirá conocer más de cerca los 
libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes. 
El capítulo 1 quiere dar a conocer el complejo proceso de formación 
y redacción de estos libros. Para ello me he inventado una Historia en 
cuatro actos. Espero que resulte amena. Es de fácil lectura. Quizá 
eche de menos las citas de los pasajes bíblicos a los que me voy 
refiriendo. No se preocupe. Los daré más adelante. 
El capítulo 2 ofrece, ante todo, una información sobre la Historia en 
cuatro actos, para que el lector sepa lo que hay en ella de ficción y de 
realidad. Sigue la historia de la investigación bíblica sobre el tema. Si 
no dispone de mucho tiempo, puede omitirla. Pero es conveniente que 
le dé un vistazo a los diversos epígrafes. 
El capítulo 3 es el principal. Tiene dos partes muy distintas. La 
primera ofrece una selección de los textos principales con pautas 
mínimas para su lectura. La segunda se centra en el análisis más 
detallado de la Historia de la subida de David al trono, indicando cómo 
debe leerse a nivel literario, político y teológico. Resumiendo. Lo 
importante es que se quede con una idea clara de la compleja 
formación de estos libros (capítulo 1) y que conozca los textos 
principales (capítulo 3, primera parte). 


I
Una historia en cuatro actos

Sin duda, usted ha oído hablar del combate de David con Goliat, la 
caída de las murallas de Jericó, Elías, Eliseo, la conquista de 
Jerusalén por los babilonios. Pero quizá no sepa que estos relatos 
forman parte de una larga historia de Israel que abarca desde el siglo 
XIII hasta el año 561 a.C. Actualmente se la conoce como la Historia 
deuteronomista, porque se basa en los principios teológicos del 
Deuteronomio. Pero su formación fue lenta y compleja. En el fondo, lo 
que voy a contarle de forma amena y sencilla es cómo nacieron los 
libros del Deuteronomio, Josué, Jueces, Samuel y Reyes. Es una 
historia en cuatro actos. 


Acto I
(La acción se desarrolla en Jerusalén, en el palacio real, 
durante la primavera y el verano del año 622 a.C.) 

Recuerdos de un día de fiesta 
El rey Josías tenía motivos para estar contento. Había sido un día 
agotador, pero valió la pena. Ya ni recordaba a quién se le había 
ocurrido la idea de celebrar la pascua. Fue pocos meses antes, en la 
gran reunión en la que participaron el sacerdote Jelcías, el cronista 
Safán, los ministros Ajicán, Acbor, Asaías y Yoaj. Otros muchos que 
no recordaba. Y, sobre todo, la profetisa Hulda. El caso era muy grave 
para decidirlo sólo entre ellos. Hacía falta una voz autorizada, un 
oráculo de Dios. incluso el sumo sacerdote Jelcías estaba de acuerdo 
en que era preciso consultarla. La reina Jamutal se revolvió en la 
cama. La luna llena iluminaba un rostro agotado por el día de fiesta. 
Es curiosa la vida, pensó Josías. Seis años de esfuerzo, procurando 
cambiar a Judá y Jerusalén, destruyendo ermitas paganas, eliminando 
a nigromantes y adivinos, convenciendo a la gente de que sólo diese 
culto al Dios verdadero. Con el respaldo moral de hacer lo que debía. 
Pero con fuerte oposición de parte del pueblo, apegado a largos años 
de ritos inútiles. Y la oposición de muchos levitas, encargados de los 
santuarios locales, que se encuentran de pronto sin trabajo ni medios 
de subsistencia. Habían sido años duros, pero se sentía satisfecho. 
De repente, aquella mañana, cambió todo. Safán venía de visita 
protocolaria, a darle cuenta del dinero recaudado para la restauración 
del templo. Al final, casi de pasada, le comentó: 
- El sacerdote Jelcías me ha dado un libro. Conocía de sobras a 
Safán. Seguro que lo había leído y lo consideraba interesante. De lo 
contrario, no le habría dicho nada. Lo agarró en sus manos. 
- No creo que acabe de escribirlo. Tiene polvo por todas partes. 
- Mucho más tenía hace unas horas. Estaba perdido en una 
habitación del templo y lo han encontrado durante las obras de 
restauración. Es el libro de la ley. Josías quedó inmóvil. Por primera 
vez tenía ante sus ojos ese libro del que tanto hablaban los ancianos 
del norte, las leyes reveladas por Dios a Moisés poco antes de morir, 
en la estepa de Moab. De niño, le contaron lejanas historias de 
israelitas que llegaron a Jerusalén huyendo de los asirios. Había sido 
un siglo antes, en tiempos de su bisabuelo Ezequías. Trajeron muchos 
libros, relatos maravillosos de héroes y patriarcas. Y también sus 
leyes. 
- No es raro que haya agarrado tanto polvo, comentó Safán. Tu 
abuelo Manasés no era un santo. Poco podía interesarle este libro. 
- Léemelo, ordenó el rey. Fue después de terminar la lectura 
cuando decidió convocar la gran reunión en presencia de la profetisa 
Hulda. El libro dejaba claro que la política religiosa emprendida seis 
años antes era la adecuada. Pero quedaba mucho por hacer. Sobre 
todo, hacía falta llegar al pueblo, convencerlo de que la religión 
auténtica podía ser tan atractiva o más que los cultos paganos. Fue 
entonces cuando surgió la idea de celebrar la pascua. Nadie 
recordaba esa antigua fiesta. Pero estaba allí, en el libro, 
perfectamente estipulada. Sin embargo, esta vez introducirían un gran 
cambio. No sería una simple fiesta de familia. Todos se reunirían en 
Jerusalén, y la corona correría con los gastos necesarios para que se 
celebrase con la mayor solemnidad. Jamutal se removió de nuevo. La 
miró con envidia. El no conseguía dormirse. Ha sido mí día grande, 
pensó. Y el pueblo ha estado magnífico, respondió como nunca. Ojalá 
no lo olvide. En realidad, lo que necesita es conocer mejor su pasado, 
dejarse de tantas absurdas novedades asirias y babilónicas. Conocer 
su pasado. El rey desea otro libro Finalmente lo venció el sueño. 
Aquella noche, Josías soñó con un libro. Pero no era el libro de la ley. 

- Safán, deberías escribir la historia de nuestro pueblo. El cronista 
de palacio lo miró con recelo. Se sentía feliz por la fiesta del día 
anterior, pero aún no había terminado de digerir tanto cordero. 
- ¿Otro libro, majestad? ¿Para qué? La gente no lee. 
- No lee, pero escucha. Sobre todo, si le contamos las hazañas de 
nuestros héroes, las historias de los profetas, lo grandes que fuimos 
en el pasado. ¿Cuantas veces me has tenido embobado mientras me 
leías la historia de David, su combate con Goliat, la guerra con los 
filisteos, la formación de su imperio? Eso le gusta a cualquiera. Safán 
quedó en silencio. El rey llevaba razón. El momento era ideal para una 
empresa de ese tipo. Después de un siglo de sometimiento a los 
asirios, pagándoles fuertes tributos, habían conseguido la 
independencia. Tenían una conciencia nacional, se sentían un gran 
pueblo. 
- No es fácil, majestad. Déjame algún tiempo para pensarlo. En 
búsqueda del material Una semana más tarde, tuvo lugar la primera 
sesión de trabajo. Ministros, sacerdotes, secretarios, todos los 
capaces de leer y escribir -no eran muchos, por cierto- habían sido 
convocados. 
- El primer paso, comenzó Safán, consiste en reunir todos los 
documentos importantes que se encuentren en los archivos de palacio 
y del templo. Yo dispongo de dos historias muy interesantes, que 
todos ustedes conocen. Una, sobre los primeros años de la vida de 
David hasta que llegó a rey. Otra sobre su reinado, con todos los 
problemas familiares que influyeron en la sucesión al trono. Están 
también las crónicas de los reyes de Judá. Pero debe de haber 
muchos más documentos. 
- En el archivo del templo está la historia de su construcción, con 
todos los pormenores. En realidad, es una historia del reinado de 
Salomón, pero esa parte es la más extensa e importante. También hay 
una crónica de la reforma religiosa del rey Ezequías. 
- Si vamos por los pueblos, seguro que los ancianos conocen otras 
muchas historias, indicó Ajicán. Podríamos recogerlas. 
-Y de tradiciones del norte, ¿qué tienen ustedes? La pregunta de 
Josías provocó un profundo silencio. Sólo Jelcías, con su autoridad 
moral de sumo sacerdote, se atrevió a romperlo: 
- Majestad, ¿quieres que incluyamos también las tradiciones del 
reino de Israel? 
- Es fundamental. Son nuestros hermanos, formamos un solo 
pueblo. ¿No se acuerdan de David? Safán me lo ha contado muchas 
veces. Siete años de rey del sur, simple rey de Judá, hasta que las 
tribus del norte acudieron a pedirle que reinase también sobre ellas. 
Quiero ser un segundo David. Ahora que están libres de los asirios, 
quiero que vengan a pedirnos la unión. No pretendo imponerla por la 
fuerza. Deseo que recuerden los grandes momentos del reino unido y 
vuelvan a nosotros. 
- No les fue demasiado bien, comentó Acbor. Salomón fue duro con 
ellos. Y Roboán provocó la división con sus estúpidas exigencias. 
- Lo reconoceremos, dijo Josías. No falsearemos la historia en 
ningún momento. Pero también quedará claro que después les fue 
mucho peor. No pararon de conjuras y de asesinar reyes. Siguieron 
una política funesta. La prueba es que perdieron la independencia 
hace un siglo. Nosotros, mal o bien, la conservamos. 
- Si incluimos las tradiciones del norte, el material se enriquece 
muchísimo, reconoció Jelcías. Tienen unas historias preciosas sobre 
sus profetas, especialmente sobre Elías y Eliseo. 
- Y el libro de los libertadores. Y las crónicas de sus reyes. Y una 
historia de las conquistas de Josué. 
- Los del norte siempre han escrito mucho, admitió Safán. No sé de 
dónde sacaban tiempo. Tienen ustedes tres meses para recoger el 
material, ordenó Josías. Quiero disponer de él a comienzos del 
verano. Fue una ardua tarea. Muchos documentos estaban a la mano. 
Otros resultó difícil conseguirlos. Los del norte habían traído sus libros 
a Jerusalén cuando huyeron de los asirios. Pero fue preciso visitar 
pueblos y aldeas recogiendo todas las historias posibles, copiándolas 
fielmente. 
- Y ahora, ¿qué?, preguntó Asaías. Era un cálido día de junio y la 
reunión comenzaba con una mezcla de satisfacción y de incerteza. El 
gran número de documentos apilados ante el rey demostraba el éxito 
de la tarea. Pero resultaban demasiado heterogéneos. 

Discusiones iniciales 
- He pasado estos meses pensando en ese tema, indicó Safán. 
Desde luego, no se trata de copiarlos uno detrás de otro. Lo primero 
que debemos dejar claro es el tipo de historia que queremos escribir. 
Cuando lo tengamos decidido, seleccionaremos el material que nos 
interese. 
-¿Seleccionar? ¿No vamos a usarlo todo? Acbor había 
empalidecido. Recordaba los viajes interminables, las pesquisas 
minuciosas para no pasar por alto nada interesante. Sólo faltaba que 
no utilizasen sus páginas. 
- Si aceptan ustedes mi criterio, no usaremos todo. No quiero 
acumular datos sobre los reyes, ni de Judá ni de Israel. Cualquiera 
puede consultarlos fácilmente. Y tampoco incluiremos los relatos 
anteriores a Moisés. 
- ¿Tampoco eso? Son historias preciosas. 
- Sin duda. Pero las dejaremos fuera. La historia comenzará con el 
libro de la ley. 
- ¿Con el libro de la ley? Nadie pasará de la segunda página. 
- Ya veremos la forma de hacerlo interesante. 
- Entonces, ¿qué historia quieres escribir? 
- Una historia que sirva de propaganda política y religiosa. He 
hablado con su majestad sobre este punto y estamos de acuerdo. 
Será una obra que entusiasme a todos, los del norte y los del sur, con 
la idea de la unidad. Y que los anime a servir a Yavé, nuestro Dios, 
renunciando a cualquier forma de idolatría. Fueron duras sesiones de 
trabajo. El primer problema consistió en agrupar las tradiciones por 
orden cronológico. La época de la monarquía estaba clara. Pero los 
siglos anteriores resultaban un enigma. Hizo falta gran dosis de 
paciencia y algo de imaginación hasta conseguir una secuencia 
aceptable. Lo más difícil fue aunar criterios de selección e 
interpretación. 

Etapa de Moisés 
- Comenzaremos, como ya dije, con el libro de la ley. Pero es 
preciso interesar al lector con esos mandamientos, ayudarle a 
descubrir su importancia. Asaías ya ha compuesto un largo discurso 
para ponerlo en boca de Moisés. Me gusta mucho. Pero creo que 
haría falta una introducción de otro tipo. 
- Si vamos a escribir una historia, deberíamos empezar contando 
algo. Es más entretenido. 
- Sí. Y creo que la solución consiste en escribir otro discurso de 
Moisés, en el que recuerde todo lo ocurrido desde el Sinaí hasta 
aquel momento. 
- ¿Otro discurso de Moisés? ¿No es demasiado? 
- Es un recurso literario interesante. Y la gente estima mucho a 
Moisés. Cualquier cosa que pongamos en sus labios la leerá con 
atención. Además, conseguiremos un comienzo muy homogéneo. La 
propuesta fue aceptada por unanimidad. 
- Lo importante óañadió Safánó es que esa primera parte deje 
claros los principios con que interpretaremos toda la historia. 
Especialmente los principios teológicos. Israel tiene un solo Dios y 
debe darle culto en un solo lugar. Así quedará justificada la política 
religiosa de Josías al destruir las ermitas y santuarios fuera de 
Jerusalén. 
Días más tarde, Ajicán y Acbor se presentaron con aire satisfecho. 
Iban a poder demostrar el fruto de sus pesquisas. Pero se les 
adelantó Safán. Josué y la conquista 
- La etapa después de Moisés es la de Josué y la conquista. 
Supongo que no hay duda sobre ello. Asaías me ha proporcionado un 
documento muy interesante sobre esos hechos, escrito en el Reino 
Norte. Servirá de base. Pero es fundamental presentar la conquista 
como una operación conjunta de todas las tribus, incluidas las de 
Transjordania. Acbor, que tanto había viajado, no estaba convencido 
de que eso fuese exacto. Tenía la impresión de que cada tribu se 
había instalado por su cuenta, y con muchas dificultades. 
- Tengo aquí todos los datos, tribu por tribu: lugares donde 
lucharon, donde se instalaron y donde fracasaron. Trabajo me ha 
costado hacer la lista. Cada tribu actuó por su cuenta. Sólo Simeón y 
Judá lucharon juntos. 
- Lo siento mucho, Acbor. Lo importante es inculcar la idea de 
unidad. Esa lista no interesa. Tampoco hablaremos del reparto de la 
tierra. Lo damos por supuesto. 
- ¿Cómo vamos a darlo por supuesto?, interrumpió Ajicán. Tengo 
aquí unas listas con los límites de las tribus y los nombres de los 
pueblos más importantes. Estaban en el archivo de palacio. 
- Lo siento. Se trata de escribir la historia del pueblo, no de aburrir 
al lector. 
- Pero estas listas son interesantes. Incluso podrían resolver 
conflictos territoriales que a veces continúan entre las tribus. 
- Que sigan discutiendo. Olvídalas. Otra cuestión importantísima es 
presentar a Josué luchando contra la idolatría. Si conquistó la tierra es 
porque se mantuvo fiel a Dios y aniquiló a los pueblos paganos: 
cananeos, fereceos, heveos, jebuseos... 
- Eso no es cierto, interrumpió Acbor. Todos esos pueblos siguieron 
conviviendo con los israelitas. Incluso se llevaban bien muchas veces. 
Olvida tu maldita objetividad histórica. Ya te he dicho que no se trata 
de contar las cosas tal como ocurrieron. Lo importante es inculcar 
unas ideas. Hay que meterle al pueblo en la cabeza que si nuestros 
antepasados conquistaron la tierra fue porque no aceptaron en 
ningún momento la idolatría ni a los idólatras. A la inversa, si ahora 
caen en ese pecado, la perderán. Lo dice el libro de la ley, y vamos a 
mantener sus principios. 
- Entonces, ¿cómo queda esta etapa? 
- Muy sencilla. Los relatos de la conquista procedentes del norte y 
dos discursos. 
- ¿Dos discursos? 
- Sí. Uno, al principio, de Dios a Josué, asegurándole la victoria y 
animándolo a observar la ley. Otro al final, cuando han terminado las 
operaciones militares. Josué hablará al pueblo desarrollando las 
mismas ideas e insistiendo en el peligro de la idolatría. Así 
preparamos la etapa siguiente. 
- ¿Qué etapa es ésa? 
- La de los jueces. 

Los jueces 
Quizá la culpa fue del hamsim, el cálido viento del desierto. Pero la 
reunión sobre los jueces tampoco resultó fácil. De nuevo se aceptó 
como base un documento del norte, el Libro de los libertadores, 
espléndidos relatos de los antiguos héroes que sucedieron a Josué y 
liberaron al pueblo de sus enemigos. Después comenzaron las 
disensiones. 
- Aquí, en el sur, por la zona de la Sefela, entre la montaña y el mar, 
he encontrado unas historias estupendas a propósito de Sansón. Fue 
un gran enemigo de los filisteos y encajaría muy bien en este 
momento. 
- Ya las he leído, cortó el sacerdote Jelcías con voz seca. No sé qué 
les encuentras de apasionante. Sansón era un mujeriego. Y no 
mantuvo su voto de consagración a Dios. 
- Nadie es perfecto. Y fue un gran héroe. 
- Fue un sinvergüenza. Acbor miró a Ajicán con una mezcla de 
comprensión e ironía. 
- Dame la historia de Sansón. Yo me encargo de guardar lo que 
descartemos. La próxima vez, van ustedes por los pueblos a recoger 
tradiciones. Safán ignoró la ironía. 
- Sin embargo, necesitamos un juez del sur. He pensado en Otoniel. 

- Yo sólo recuerdo que conquistase Quiryat Sefer. No es demasiado 
para ponerlo a la altura de los otros. 
- Le atribuiremos una gran victoria contra el rey de Siria. 
- ¿Contra el rey de Siria? Seguro que no se pelearon en toda su 
vida. 
- No importa. Resulta un gran enemigo. Lo importante es que 
Otoniel, del sur, aparecerá en primer lugar, como un juez modelo. 
Después vendrán los otros. Pero quede clara una cosa. Aquí no hay 
ni norte ni sur. Todos los jueces aparecerán gobernando y salvando a 
todo Israel. Luego volveré sobre este tema. ¿Qué más tenemos? 
- He encontrado una lista de lo que podríamos llamar “jueces 
menores”. Casi sólo hablan del número de hijos y del numero de 
burros que tuvieron. Una gran aportación histórica y teológica. 
- Podría servir para rellenar esa época. De lo contrario resulta muy 
breve. Pero dividiremos la lista en dos partes para que no llame tanto 
la atención. ¿Algo más? La voz de Acbor se alzó triunfante. 
- Dos historias explosivas. Una sobre la fundación del santuario de 
Dan y otra sobre una guerra entre las tribus por culpa del asesinato 
de la mujer de un levita. Ninguna de ellas menciona a los jueces, pero 
estoy convencido de que proceden de esa época. 
- ¿Son las que me diste ayer?, intervino Jelcías. 
- Sí. 
- Pues me niego a que se incluyan. La historia de la mujer del levita 
resulta muy escabrosa. Y la del santuario de Dan es inaceptable. Dice 
que siempre estuvo dirigido por sacerdotes descendientes de Moisés. 
Si queremos inculcar que a Dios sólo se le da culto en Jerusalén, no 
podemos admitirla. 
- Podríamos retocarla, ridiculizarla, sugirió Asaías. 
- Prefiero olvidarla. Además, como dice Acbor, no menciona a 
ningún juez. Resultaría una tradición perdida en medio de un bloque 
homogéneo sobre estos personajes. 
- ¿Qué nos queda después de esta purga? El tono de Acbor 
parecía de lo más inocente.
- Queda mucho. Los relatos de Otoniel Ehud, Débora, Barac, 
Gedeón, Abimelec, Jefté, las listas de jueces menores. Y, sobre todo, 
Samuel. Pero falta lo más importante. Ajicán y Acbor cruzaron una 
mirada entre recelosa y divertida. 
- Sé lo que va a decir Acbor: que esos “jueces” eran cada uno de 
una tribu, que nunca salieron de su pequeño territorio. A pesar de 
ello, el Libro de lo libertadores los presenta gobernando a todo el 
pueblo de Israel. Y esa idea nos viene como anillo al dedo. La 
mantendremos. También mantendremos que se trata de una época 
distinta. Esas generaciones no son como la de Josué. Caen 
continuamente en la idolatría. Dios se ve forzado a castigarlos. Sólo 
cuando el pueblo se convierte, el Señor los salva enviándoles un 
libertador. 
- ¿Siempre el mismo esquema? 
- Siempre. Al principio de cada juez. Aunque resulte pesado. 
- Esperemos que se les quiten las ganas de ser idólatras. 
- Y si no se les quitan, por lo menos les dejaremos claro que es 
preciso convertirse. 

Comienzos de la monarquía 
El calor comenzaba a ser insoportable presagiando un duro verano. 
Pero no había quien pudiese con Safán. 
Los orígenes de la monarquía y los reinados de Saúl, David y 
Salomón estaban muy bien documentados. Disponían de dos 
extensas obras sobre David, las que Safán mencionó el primer día: 
una sobre cómo de simple pastor llegó a rey, otra sobre los años 
posteriores. Había también una obra sobre Salomón, su sabiduría, sus 
construcciones -concediendo especial atención al templo- la 
prosperidad de su reinado. 
- Hay un problema con respecto a los orígenes de la monarquía, 
indicó Ajicán. Unas tradiciones la presentan muy bien, como algo 
querido por Dios. Otras la dejan fatal, como un atentado contra la 
realeza de Dios y un peligro de opresión para el pueblo. ¿Con cuáles 
nos quedamos? 
- Con las buenas, desde luego, sugirió Asaías. Me imagino que las 
malas vendrán del norte. No tenían muchos motivos para sentirse 
entusiasmados con sus reyes ni con la monarquía. 
- No pienso que la cosa sea tan fácil. La monarquía supuso un 
cambio muy profundo. Debió de provocar reacciones en favor y en 
contra desde el principio. 
- Entonces, ¿qué sugieres? 
- Que las mantengamos todas. Mezclándolas. 
- El lector se va a volver loco. 
- Pero podrá hacerse una idea más real de lo que ocurrió. 

Saúl 
- De acuerdo -Safán no quería alargar la discusión desde el 
comienzo-. Las conservamos todas. ¿Han encontrado ustedes mucho 
de Saúl, el primer rey? 
- En la primera historia de David se habla mucho de él. También hay 
otros relatos sueltos. Pero en ningún sitio queda demasiado bien. 
Tengo la impresión de que Saúl ha sido víctima de dos grupos muy 
distintos: de los partidarios de David, en el sur, y de los enemigos de 
la monarquía, en el norte. 
- Sí. Resulta una figura extraña. Grandiosa y patética al mismo 
tiempo. De todos modos, no vamos a rompernos la cabeza por eso. 
Escriban lo que puedan, aunque sean pocas páginas, y empalmamos 
con David. Aquí no hay problemas, ¿verdad? Tenemos mucho.

David 
- Demasiado. Hay unas tradiciones sueltas que no sé donde 
encajarlas. 
- ¿De qué tratan? 
- De todo un poco. De cómo eliminó a la familia de Saúl invocando 
un pacto con los gabaonitas. Cosas sueltas sobre la guerra con los 
filisteos. Un oráculo. Una lista de sus héroes más famosos. El encargo 
del censo de la población, que provocó un castigo de Dios y que se 
resolvió construyendo un altar en la era de Arauná. 
- ¿Podríamos repartirlas en distintos sitios? 
- Me parece imposible. La historia de David ya está escrita hace 
mucho tiempo. Basta empalmar las dos obras que tenemos y todo 
resulta perfecto. Estas tradiciones resultan un engorro. Una de ellas 
incluso dice que quien mató a Goliat no fue David, sino Eljanán. Por 
otra parte, David no queda muy bien. Yo las dejaría. Hasta Achor 
estuvo de acuerdo. Pero se encargó de guardar esos papiros. 
-¿Algún otro problema?, pregunto Safán. Sólo el sacerdote Jelcías 
intervino. 
- Rechacé las historias de Sansón y la de la mujer del levita porque 
me parecían inmorales. En las de David ocurre a veces algo parecido. 
Lo del adulterio con Betsabé y el asesinato de Urías me parece muy 
duro. Y, sobre todo, el relato del incesto de Amnón con Tamar. 
- Esas historias las conoce todo el mundo y es absurdo ocultarlas. 
El rey Josías insiste en que las mantengamos. Además, si suprimes el 
incesto, no se explica la revuelta de Absalón. 
- Puestos a suprimir, sugirió Acbor, podríamos quitar bastante de la 
construcción del templo. Me quedé dormido leyendo la lista de 
palanganeros, incensarios, aspersorios, barreños, ceniceros, 
aguamaniles, calderos... 
- De la construcción del templo no se suprime nada. La voz de 
Jelcías no admitía respuesta. Safán intervino en tono conciliador. 
- Esas paginas no resultan apasionantes, es cierto. Pero ya dije al 
principio que nuestra historia tendrá un claro matiz religioso. La 
construcción del templo será el momento culminante de la historia de 
Israel. Esas listas ayudarán a subrayar su importancia. Los dos reinos 
Todos acogieron con alegría la convocatoria a la que sería la última 
reunión del verano. Etapa programada: desde la muerte de Salomón 
hasta Josías. 
- ¿Hablamos de todos los reyes? Podríamos suprimir quince o 
veinte, para abreviar. Las ironías de Acbor ya no causaban impacto. 
- Mantendremos todos. Los del norte y los del sur. Pero los iremos 
mezclando. 
- ¿Qué significa eso? Ajicán parecía asustado. 
- Que no contaremos primero la historia de Judá y luego la de Israel. 
Las dos al mismo tiempo. 
- Eso es imposible, Safán. ¿Te imaginas el trabajo que supone? 
- Acbor y tú, que tanto les gustan las listas, podrían dedicarse 
ustedes a calcular los años de cada reinado y a ir poniendo cada rey 
en su sitio. Pero vamos a dejar clara una cosa. Sus hazañas, batallas, 
construcciones, reformas judiciales, etc., no interesan en principio. El 
que quiera, que las lea en los Anales de los reyes de Judá y de Israel. 
En cambio, interesa mucho la actitud que adoptaron ante los cultos 
paganos y si permitieron o prohibieron el culto fuera de Jerusalén. 
- El culto fuera de Jerusalén siempre ha estado permitido. 
- Pues nosotros lo prohibimos. Mejor dicho, lo prohibe el libro de la 
ley. Además, algunos reyes, como Ezequías, ya intentaron suprimirlo. 

- Entonces, todos los reyes del norte fueron malos. 
- Efectivamente. 
- ¿Y así quieres convencer a esa gente de que se unan con 
nosotros? 
- Todo depende de cómo contemos los hechos. La gran batalla hay 
que darla contra Jeroboán, el que independizó a las tribus del norte 
después de la muerte de Salomón. Dejaremos claro que sus reformas 
religiosas tuvieron un claro matiz idolátrico, y de allí les vinieron todos 
los males. 
- Yo no lo veo tan claro. 
- Pregúntaselo a los profetas del norte, desde Elías hasta Oseas. Y 
atente a los hechos. Durante dos siglos no han tenido más que 
conspiraciones, asesinatos, guerras civiles, hasta que los destruyeron 
los asirios. 
- Los del norte van a pensar que presentamos mal todo lo suyo. 
- Todo no. Sus profetas quedarán maravillosamente. Incluso van a 
constituir la mayor parte del relato de esta época. 
- Entonces se molestarán los del sur. 
- También hablaremos de los profetas del sur. 
- Nuestro querido sumo sacerdote Jelcías ¿estaría dispuesto a 
hablar del profeta Miqueas, que amenazó con la destrucción de 
Jerusalén y del templo? 
- No diremos nada de Miqueas. Pero tenemos unos curiosos relatos 
sobre Isaías. 
- Isaías tampoco se andaba por las ramas. 
- No me refiero a la colección de sus oráculos, sino a unas 
tradiciones sobre el momento en que Senaquerib asedió Jerusalén. El 
profeta dijo que no conquistaría la ciudad, y así fue. Lo importante es 
no dar la impresión de que sólo los del norte tuvieron profetas. 
- Pero si hablamos sólo de Isaías, resulta poco en comparación con 
tantos profetas del norte. 
- También aparecerá la profetisa Hulda. 
- Pero en nuestro tiempo. Parece como si en tiempos antiguos los 
del sur no hubiésemos tenido profetas. 
- Un momento, intervino Jelcías. En tiempos de Roboán ya aparece 
el profeta Semayas, que es del sur. 
- Pero sólo dice cuatro palabras. No lo compares con Elías. 
- Podríamos inventarnos algún profeta del sur. 
- Eso. Con nombre y apellidos. Como si la gente fuese tonta y no 
hubiese oído hablar de sus profetas. 
- Sería un profeta anónimo. 
- ¿Y qué haría? 
- Si queremos darle importancia, tendría que decir algo grande. Por 
ejemplo, condenar al rey Jeroboán por su idolatría. 
- Puesto a echarle imaginación, incluso podría anunciar el 
nacimiento de Josías. 
- Si te empeñas. 
- Como nos lea un historiador futuro, nos hace trizas. 
- Allá él. 
- Yo me estoy perdiendo, intervino Asaías. Hemos quedado en que 
Acbor y Ajicán van a ir mezclando las listas de los reyes de Israel y 
Judá. Y que todos los reyes del norte son malos por dar culto a Dios 
fuera de Jerusalén. 
- Por dar culto fuera de Jerusalén y por dar culto a los dioses 
cananeos. 
- De acuerdo. Pero, ¿qué pasa con los reyes del sur? 
- Depende. Si permitieron el culto a dioses paganos, fueron malos. 
Si se limitaron a permitir el culto a Yavé en las ermitas de Judá, fueron 
regulares. 
- ¿Nos queda alguno bueno? 
- Ezequías. Intentó una gran reforma religiosa. Tenemos un largo 
documento sobre ella. 
- Y Josías, añadió Acbor. No ha dejado ermita en pie. Lo digo con 
todo respeto. Safán, no estamos a veces de acuerdo, pero reconozco 
que no tienes un pelo de tonto. Hablaste de una historia de 
propaganda política y religiosa, y te sale perfecta. 

Discursos y reflexiones 
- Tú tampoco eres tonto, Acbor. Has visto dónde quería llegar 
desde el principio. Pero queda una cuestión muy importante. Por 
favor, presten atención aunque estén cansados. Ya tenemos los 
documentos que vamos a incluir en la historia. Hemos decidido las 
líneas generales. Pero debe quedar absolutamente claro que esta 
historia es una llamada a la conversión, al servicio exclusivo de Yavé, 
sin admitir otros dioses. Ahora comprenderán ustedes para qué sirven 
los discursos redactados por Asaías. Siempre que dispongamos de un 
gran personaje del pasado, pondremos en su boca palabras que 
animen al pueblo a servir a Dios y a convertirse. Esos discursos 
marcarán momentos fundamentales de la historia, sobre todo cuando 
termina un período. Ya tenemos varios de ellos para ponerlos en boca 
de Josué, Samuel y David. En el caso de Salomón, ha escrito una 
extensa oración para que la pronuncie durante la ceremonia de 
consagración del templo. Para el momento actual disponemos de lo 
que dijo al rey la profetisa Hulda. 
- El problema, intervino Asaías, era el comienzo de la época de los 
jueces y el final del Reino Norte. No disponíamos de un gran 
personaje. En vez de escribir un discurso, decidí escribir unas 
reflexiones personales que le hagan caer en la cuenta al lector de la 
importancia del tema. Safán dio por terminada la última sesión del 
verano. 
- Por ahora, esto es todo. 
- Querrás decir que es el principio. Veremos lo que sale. 
- Saldrá bien. Efectivamente, salió bien. Un conjunto bastante 
armónico, algo diverso en el enfoque de cada etapa, pero que se leía 
con sumo interés. Una historia religiosa, con clara tendencia política 
en favor de la reforma de Josías. Al cabo de unos años, Safán se la 
sabía casi de memoria, de tanto leérsela al rey. 


Acto II 
(Han pasado más de cincuenta años desde la escena anterior. La 
acción se desarrolla durante la época del destierro en Babilonia, hacia 
el año 560 a. C.). 

- Y después, ¿qué pasó? Ajimás cerró el volumen y miró a su hijo. 
Luego, su mirada se clavó en la lejanía. 
- Fueron años difíciles. El abuelo me lo contó a menudo. Todo 
empezó con la muerte de Josías. Algunos le aconsejaron que no lo 
hiciese, que no fuese a luchar contra los egipcios en Meguido. Pero 
no consiguieron convencerlo. Se respiraba ambiente de guerra, y el 
pueblo confiaba en su poderío militar. Fue una catástrofe terrible. 
Desde entonces, todo fue de mal en peor. Nos dominaron los 
egipcios, luego los babilonios. Nos rebelamos y nos deportaron. 
Volvimos a rebelarnos y volvieron a deportarnos. Eso ya lo viví yo. 
- Deberías contarlo. 
- Sí. Pero habría que cambiar tantas cosas... Ya nada ha vuelto a 
ser como antes. 
- ¿Por qué habría que cambiar tantas cosas? Basta que añadas lo 
que te contó el abuelo y lo que tú has vivido. No te llevaría mucho 
tiempo. 
- No es tan fácil. Esta historia fue escrita en un momento de 
optimismo. Ahora, todo ha caído por tierra. Habría que explicar este 
fracaso. 
- Todo no es tan negativo. Al rey Jeconías acaban de sacarlo de la 
cárcel. Incluso come a la mesa de Evil Merodac y le pasan una 
pensión diaria a cargo del rey de Babilonia. 
- Te parece maravilloso porque no conociste lo anterior. Lo de 
Jeconías no significa mucho. Me siento viejo y pienso poco en el 
futuro. Lo que me angustia es el pasado, por qué nos vino encima 
esta desgracia. 
- ¿Y tienes la respuesta? 
- Sí. Es dura de aceptar, pero la tengo. Fue culpa nuestra. Lo dice 
esta historia. Aunque fuese escrita en época de optimismo, insiste 
continuamente en la conversión. No nos convertimos, y aquí estamos. 

- La gente no piensa igual que tú. incluso algunos profetas dicen 
que la culpa es de los babilonios. Con conversión o sin ella, nos 
habrían atacado y deportado. 
- Tendrías que haber leído a Jeremías. El sí que vio claro la locura 
de la guerra. Hasta el último momento insistió en que nos rindiésemos 
a Babilonia. 
- ¿Y eso habría evitado la deportación? 
- Sin duda. Nabucodonosor no era tan cruel como a veces lo 
presentan. Se habría contentado con un fuerte tributo. Seguiríamos 
en nuestra tierra, e incluso tendríamos reyes en el trono. De todas 
formas, hay algo que no entiendo. 
- ¿Qué? 
- ¿Cómo es posible, después de toda la reforma de Josías, que 
Dios nos castigase de forma tan terrible? Sólo se me ocurre una 
respuesta: los pecados de Manasés. Fueron tan grandes, que ni 
siquiera la actitud de Josías pudo librarnos del castigo. 
- Tú ves las cosas de forma muy clara. 
- A ti lo que te pasa es que eres joven y no piensas las cosas. Dios 
no castiga así porque así. Tiene que ocurrir algo muy grave. Estoy 
convencido de que la culpa fue de Manasés. 
- No creo que con eso ayudes mucho a la gente. Pero dilo. En 
cualquier caso, deberías completar la historia. 
- ¿Aunque tuviese este mensaje tan pesimista? 
- Creo que sí. Cada cual podrá leerla como le guste. 
- Me asusta un poco la tarea. Llevaría mucho tiempo. Tendría que 
retocar algunos pasajes y escribir todo de nuevo. Tu madre dice que 
voy a quedarme ciego de tanto escribir. Y el papiro cuesta caro. 
- Aquí hay judíos que no viven en la miseria. No sé cómo lo 
consiguieron, pero se lo han montado muy bien. Podrían ayudarte 
económicamente. Ajimás se dejó convencer. Después de todo, no 
tuvo que cambiar demasiado. Aquella historia le gustaba tal como la 
había conocido desde niño. Fue añadiendo alguna frase aquí y allá, 
subrayando las amenazas en caso de infidelidad a Dios, incluso 
anunciando con siglos de anticipación el destierro a un país lejano si 
el pueblo caía en la idolatría. Casi al final no pudo evitarlo. Se ensañó 
con Manasés. Y las palabras pronunciadas por Hulda ante Josías se 
volvieron un anuncio evidente de la desgracia acaecida años más 
tarde. Fue triste recordar la muerte del gran rey: “Ni antes ni después 
hubo un rey como él, que se convirtiera al Señor con todo el corazón, 
con toda el alma y con todas sus fuerzas”. Quedó pensativo un 
momento. Luego, con dolor y rabia añadió: “Sin embargo, el Señor no 
aplacó su furor contra Judá, por lo mucho que le había irritado 
Manasés”. 
- Ahí estuvo la clave de todo, hijo mío. Lo repetiré más adelante, 
cuando hable del rey Joaquín. Para que quede claro. No quedaba 
mucho que contar. Pocos reyes, pobres hombres. Joacaz, deportado 
a Egipto a los tres meses de reinado. Joaquín, sometido a Babilonia, 
asaltado por pueblos muy diversos -por culpa de Manasés-. Jeconías, 
que también a los tres meses sufrió en propia carne la primera 
deportación a Babilonia. Sedecías, con su estúpida rebelión que 
provocó la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén, el asesinato de 
Godolías, la huida de un pequeño grupo a Egipto remataron su obra. 
Se negó a incluir sus recuerdos personales. 
- Israel termina donde empezó. En Egipto. Sin tierra, sin rey, sin 
libertad. 
- Es un final demasiado triste, le comentó su hijo. Por lo menos 
deberías añadir la liberación de Jeconías. Basta que escribas cuatro 
líneas. 
- Eres más pesado que tu madre. 
- Un poco de esperanza nunca viene mal. 


Acto III
(Ha pasado un siglo, quizá más, desde la escena anterior. 
Estamos de nuevo en Jerusalén). 

- No comprendo cómo pudieron escribir una historia de nuestro 
pueblo dejando al margen tantos relatos interesantes y tantos datos 
curiosos. La irritación de Merarí era evidente. Josafat lo miró 
extrañado. 
- ¿No te gusta? 
- Claro que me gusta. Pero faltan muchas cosas. Llevo años 
recogiendo documentos antiguos, todos los que se pudieron salvar 
del incendio de Jerusalén. Quienes escribieron esta historia tuvieron 
que conocerlos. No tenían derecho a omitirlos. 
- Quizá no les interesaban. 
- Eso es lo malo. Que no les interesasen. Un historiador no puede 
contar sólo lo que le gusta. 
- ¿Y qué has encontrado? 
- De todo. La historia de un tal Sansón, que luchaba con los 
filisteos. Además de interesante, es divertida. Menudo elemento era 
Sansón. Y también puede sacarse un mensaje religioso. 
- Si tú lo dices. ¿Qué más? 
- La historia de un levita que se peleó con su mujer. Esta se marchó 
a casa de su padre, a Belén. El levita fue a buscarla y le convenció de 
que volviese con él. En el camino la violaron los hombres de Guibea. 
- ¿Los hombres, o un hombre? 
- Todos. 
- Muy edificante. Comprendo que no quisieran recordar esa historia. 

- Es importantísima para conocer la época. Incluso provocó una 
guerra de todas las otras tribus contra los benjaminitas. Y esta otra 
historia sobre la fundación del santuario de Dan. Comprendo que no 
les gustase, porque lo relaciona con la familia de Moisés. Pero voy a 
hacerle unos retoques para dejar el santuario en ridículo. 
- ¿Es que piensas escribir otra historia? 
- No. Voy a completar ésta con todos los datos olvidados. Aunque te 
parezca extraño, pienso mantenerme fiel a la mentalidad de sus 
autores. 
- Lo que vas a hacer con el santuario de Dan no lo demuestra. 
- A veces hay que tomarse algunas libertades. Yo también estoy 
harto de los samaritanos y de sus santuarios. Merarí le mostró otras 
pocas hojas. 
- Fíjate, incluso dejaron fuera algunas tradiciones de David. No sé 
dónde meterlas. Sólo se me ocurre hacerlo antes de su muerte, entre 
la revuelta de Absalón y el intento de Adonías por llegar a rey. 
- Va a resultar un parche. 
- En algún sitio hay que meterlas. Lo que no podemos es olvidarlas. 

- Podrías incluir también las listas con los límites territoriales de las 
tribus y con sus pueblos principales. Sería de lo más ameno. 
- Lo he pensado, no te rías. Pero no sé dónde meterlas. Tampoco 
sé de qué época proceden. A veces me parecen de tiempos de 
Salomón. Otras veces me inclino a situarlas en el reinado de Josías. 
- Se las atribuyes a Josué, y asunto concluido. 
- Tú te tomas la historia a broma. 
- Te aseguro que no. Es el sitio más lógico. Después de la 
conquista, viene el reparto. Con todo detalle. Quedará perfecto. Lo 
que hace falta es que intercales alguna historieta entretenida de vez 
en cuando. Si no, no hay quien lo aguante. Y así surgió la tercera 
edición, ampliada, de nuestra historia. Las tradiciones descartadas 
por Safán, también algunas otras, quedaron incorporadas. Al 
aumentar notablemente su volumen, la dividieron en libros 
independientes, para que resultase más manejable. Ya sería muy 
parecida a nuestros libros actuales del Deuteronomio, Josué, Jueces, 
Samuel, Reyes. Debemos reconocer que en la división por libros no 
estuvieron muy acertados. Le añadieron otra introducción a la época 
de los jueces. Las tradiciones de Samuel quedaron unidas a las de los 
orígenes de la monarquía. Eran fallos casi inevitables. Pero no 
acabaron aquí las andanzas de nuestra historia. 

Acto IV
(La escena se desarrolla pocos años más tarde, a finales del siglo V, 
en el templo de Jerusalén). 

Esdras, escriba de la ley del Dios del cielo, ocupó su puesto de 
presidencia en la reunión. Se le veía consciente de los plenos 
poderes que le había le había otorgado el rey Artajerjes de Persia en 
cuestiones religiosas. El anciano que se puso en pie también parecía 
contento y orgulloso, pero por otros motivos. 
- Yo, Maluc ben Jasabías, ben Amasías, ben Jelcías, ben Amasí... 
- No sigas, Maluc. Ya sabemos que eres un levita de pura raza. 
Maluc agradeció el elogio de Esdras. Pero le molestó no haber podido 
seguir con su genealogía, que se remontaba hasta Quehat, hijo de 
Leví, hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abrahán. 
- Yo, Maluc, levita, vengo a comunicarte que terminé el trabajo. Aquí 
está. Todos miraron con interés y estupor el enorme montón de 
papiros depositados por Maluc ante Esdras. 
- Ya están unidas todas las tradiciones. Las he dotado de marcos 
cronológicos, como a nosotros nos gusta. He puesto al comienzo el 
relato de la creación que nuestros antepasados escribieron en 
Babilonia. He mezclado la antigua tradición del diluvio con la nuestra. 
He añadido otro nuevo relato de la alianza de Dios con Abrahán, otra 
vocación de Moisés, algunas plagas de Egipto que faltaban. He 
incluido en el monte Sinaí toda la legislación sacerdotal, para que 
aparezca en boca de Moisés. Aparte de otros muchos retoques 
sueltos. He seguido en todo momento tus indicaciones y sugerencias. 
Esdras contempló con admiración el esfuerzo de tantos meses de 
trabajo. La voz de Maluc lo sacó de su asombro. 
- Hay un detalle que no me gusta. La obra termina hablando de la 
herencia de las hijas de Salfajad. No me parece un final muy solemne. 

- ¿Por qué? 
- No es digno empezar por la creación del mundo y terminar 
diciendo que esas cinco muchachas se casaron con sus primos. Se 
oyeron risas de aprobación. 
- ¿No te queda alguna otra tradición de Moisés con la que 
terminar?, preguntó Merayot. 
- Ya están todas. He buscado por todas partes. 
- Cambia el orden. Trae un episodio más interesante al final. 
- ¿Volver a escribir la última parte? ¿Tú sabes el trabajo que 
supone? La voz de Esdras cortó los murmullos. 
- No te preocupes, Maluc. Hace unos días, cuando me enseñaste 
esas páginas finales, caí en la cuenta de eso. Pero tengo la solución. 
Una idea tan revolucionaria que no he querido hablarte de ella antes 
de consultar a la asamblea. Todos miraron a Esdras con curiosidad. 
Algunos con envidia. Con el respaldo del emperador, cualquiera 
puede tener ideas revolucionarias. 
- Vamos a robar un libro y colocarlo al final de la obra. 
- ¿Y a quién le vas a robar el libro? ¿Al gobernador Nehemías? La 
amistad de Ajitub con Esdras le permitía ciertas bromas. 
- Voy a robárselo a la historia de Israel y de Judá. No estaban 
preparados para aquel susto. A Esdras le costó acallar los murmullos. 

- Esa historia es importante, sin duda. Pero ésta que ahora les 
presento lo será más todavía. Será refrendada por Artajerjes de 
Persia. Hasta los samaritanos tendrán que aceptarla. Aquí no estará 
simplemente un pasado de luchas y fracasos. Estará el pasado 
glorioso de los patriarcas, la historia de la formación del pueblo, la 
liberación de Egipto, la alianza en el Sinaí, la marcha hacia la tierra 
prometida. Aquí está nuestra identidad como pueblo. La voz de 
Esdras sonó desafiante. 
- Todo lo referente a Moisés tiene que quedar incluido en estos 
libros. Cuenta algún rabino ignorado que el cronista Safán se revolvió 
en su tumba. Pero los muertos no pueden nada contra los vivos. 
Sobre todo, si el vivo es Esdras. Y así, según parece, nació el 
Pentateuco. Atentando contra la propiedad intelectual de la historia 
anterior, robándole su primera parte, su gran introducción legal y 
teológica, el Deuteronomio. Pero los sacerdotes no se contentaron 
con eso. Antes o después de la reunión que acabo de mencionar, 
quejosos de no ocupar un puesto importante en esos libros, fueron 
introduciendo sus propias tradiciones. En el reparto de la tierra, al 
cruzar el Jordán, en la conquista de Jericó, cuando los filisteos 
devuelven el arca... Pequeños añadidos, a veces ingenuos y 
chauvinistas, que entorpecen la lectura de nuestra querida historia. 
Por fin, sin que nadie sepa cuándo, decidieron dejarla en paz. Nadie 
tocaría el texto. Procurarían transmitirlo con la mayor fidelidad posible. 
Pero ya nadie hablaba de ella. Tantos retoques y añadidos habían 
hecho que se perdiese su unidad primitiva. La gente sólo hablaba del 
libro de Josué, del de los Jueces, Samuel o Reyes. Así ocurrió durante 
siglos y siglos, entre judíos y cristianos. Hasta que un individuo genial 
redescubrió la pista de esta apasionante historia. Pero de ello hablaré 
en otro capítulo.