MENSAJE DE LAS PARABOLAS (4)
CAPÍTULO VI
LA RUPTURA
La obstinación de las autoridades judías, fariseos, doctores de la Ley, funcionarios del
Templo, sólo podía conducir a la instauración de un régimen religioso nuevo, en el que los
discípulos de Cristo ocuparan el sitio abandonado por los judíos. Se cumplían los anuncios
proféticos del Antiguo Testamento: «Y todos los árboles del campo sabrán que yo soy
Yavé, que humillo al árbol elevado y elevo al árbol humillado» (Ez 17, 24; 21, 31).
Jesús recoge el proverbio del profeta. Lo ha colocado como conclusión de la parábola del
fariseo y del publicano: «El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será
ensalzado». Volvemos a encontrarlo como final de una parábola del banquete, en Lc 14,
11. San Mateo lo introduce en su discurso contra los escribas y fariseos, en 23,12. Es el
mismo fundamento de la justicia cristiana, que san Pablo expresa de otro modo con
palabras de Jeremías: «Que el que se gloría, se gloríe en el Señor» (Jer 9, 22; I Cor I,
31; 2 Cor 10, 17; cf. Gál 6,14).
Los niños que juegan en la plaza
(Mt/11/16-19; Lc/07/31-35)
PARA/NIÑOS-JUEGAN: Esta pequeña parábola tiene su punto de partida en una
escena vivida. Unos niños están jugando en la plaza; los chicos proponen una boda; las
chicas, un entierro.
«¿A quién compararé los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se
parecen a unos niños sentados en la plaza, que se dicen así unos a otros:
Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado. Hemos entonado cánticos de duelo, y no
habéis llorado.
Efectivamente, ha venido Juan Bautista, que ni comía ni bebía vino, y decís de él: es un
endemoniado. Y ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe como los demás, y decís
de él: es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y de pecadores. Pero la sabiduría ha
sido justificada por sus obras».
El estilo está rezumando verdad. La tradición ni siquiera se ha ofuscado por esas injurias
dirigidas a Cristo: las ha retenido, con el cuidado de reproducir fielmente sus recuerdos. El
rasgo final en el que la redacción de Mateo (por sus obras) es preferible a la de Lc (por
todos sus hijos), se explica por Lc 7,30: «Los fariseos y los doctores de la Ley han hecho
vano para ellos el designio de Dios».
Las autoridades judías contemporáneas de Cristo han rechazado el mensaje de Dios; se
han desvinculado del plan de salvación. Sólo una pequeña parte del pueblo, la menos
interesante para los fariseos, puesto que en ella abundan los publicanos y los pecadores,
ha seguido creyendo en la Buena Nueva. En este sentido se puede hablar de una ruptura.
La responsabilidad de la misma incumbe a las autoridades oficiales, los fariseos y los
legistas.
Los dos hijos
(Mt/21/28~32)
PARA/HIJOS-DOS: San Mateo (nuestro evangelista griego) ha reunido tres parábolas de
ruptura: los dos hijos, los viñadores, el gran banquete. En el comienzo de esta composición,
que se remonta indudablemente a la tradición aramea, nos indica la ocasión de las mismas
(Mt 21, 23-27). Jesús, en Jerusalén, discute con las autoridades judías que le han exigido la
prueba de la delegación divina, que él se atribuye. El Maestro devuelve el problema,
haciéndoles una pregunta sobre Juan Bautista: ¿de dónde venía el mandato de Juan? Si
venía del cielo, ¿por qué no le han seguido las autoridades judías? He aquí la primera
parábola:
«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Y dirigiéndose al primero, le dice: Hijo,
vete hoy a trabajar a la viña. Y respondió: Voy, Señor. Pero no fue. Dirigiéndose al
segundo, le dijo lo mismo. Y obtuvo esta respuesta: No quiero ir. Después, arrepentido, fue.
¿Quién de los dos ha hecho la voluntad del padre?» «El último», responden ellos.
Jesús les dice: «En verdad os digo, que los publicanos y las rameras van delante de
vosotros en el Reino de Dios. Porque, vino Juan a vosotros por el camino de la justicia, y no
habéis creído en él; en cambio, los publicanos y las rameras creyeron en él; y vosotros,
ante este ejemplo, ni siquiera tenéis un remordimiento tardío que os haga creer en él».
Por su intención y su carácter de controversia, esta parábola es paralela a la de los niños
que juegan en la plaza. Jesús no tiene ya miramientos. Esta vez Mateo añade a los
publicanos las rameras, que han dado ejemplo a los fariseos. Estamos en los últimos días
de Jesús en Jerusalen, cuando las autoridades —él lo sabía— habían decidido ya su
muerte.
Son comunes a las dos parábolas la atmósfera de controversia, el estilo directo y popular,
el recuerdo de la misión del Bautista, que se frustra como la de Jesús. En los dos casos, se
trata de una verdadera «parábola», sin intención alguna de alegorización, al menos en
los detalles. La introducción es familiar. Jesús, en lugar de decir «hijo», dice «niño».
El diálogo está tomado a lo vivo. De los dos hijos, el primero es obsequioso, muy
respetuoso, pero por dentro es un pinta. El segundo tiene la cabeza floja, pero posee un
buen corazón. El padre tiene sus razones para no fiarse del primero. Los príncipes de los
sacerdotes y los ancianos quedan cogidos en la trampa con la pregunta de Jesús. No han
entendido la lección. Han visto a los publicanos y a las mujeres de mala vida correr hacia el
Bautista y convertirse a una vida mejor, mientras ellos han seguido cerrados en su idolatría
de la Ley.
Acerca del trabajo de la viña, que es el Reino de Dios, hay un profundo malentendido
entre Jesús, con Juan, por una parte, y las autoridades del judaísmo por otra. Hay un
trabajo religioso que no es el de Dios, que tiene el aire de responder a su voluntad, pero no
conoce el verdadero alcance de las exigencias divinas.
El relevo de los viñadores
(Mt/21/33-46; Mc/12/01-12; Lc/20/09-19)
PARA/VIÑADORES-HOMICIDAS: El negarse a recibir el mensaje, la incomprensión de
los judíos ante los «signos del tiempo», adquiere a los ojos de Jesús toda su
significación: esos hombres, a los cuales, desde el comienzo estaba llamando Jesús al
Reino, los pobres, los pecadores, los publicanos, los samaritanos, constituyen en lo
sucesivo la única categoría de privilegiados.
Los tres sinópticos coinciden en considerar la parábola de los viñadores como un adiós
profético de Jesús al pueblo judío. Al mismo tiempo se abre una visión del futuro: la viña
será entregada a unos viñadores más honrados; Jesús, la piedra rechazada por los
constructores, se convertirá en la piedra angular de un nuevo edificio.
No hay que dar importancia a las divergencias existentes entre los tres evangelistas.
Lucas, según su costumbre, copia a Marcos. Abrevia la cita de Isaías, a la que se refiere
Jesús, pero la frase: «plantó una viña» basta para localizarla. Cita solamente en parte el
texto del Sal 118,22s.; pero en compensación, lo comenta.
En los tres evangelistas, la parábola se desarrolla entre el texto de Is 5, 2 y el salmo
citado, salmo que recoge san Pedro (Hech 4, 11; 1 Pe 2, 7). No tiene que extrañarnos la
utilización por Jesús de textos del Antiguo Testamento, ni, en particular, la presencia de
estos textos en este pasaje. El cántico de la viña, inolvidable para quien lo haya oído y
entendido, resume toda la misión de los grandes profetas. ¿Es una objeción válida la
utilización del salmo 118 en el libro de los Hechos, a propósito de la resurrección? Es
preciso que alguien haya sido el primero en observar una palabra tan elocuente para la
historia del movimiento cristiano. La imagen de la «construcción», es familiar a Jesús.
«En conclusión —resume V. Taylor—, lo más probable es que ese interés que tiene el
cristianismo por la idea de Cristo, como piedra rechazada por los hombres, pero convertida
por Dios en piedra angular de un nuevo Templo, esté basado en la tradición y que Jesús
mismo se ha servido del salmo 118, 22s. en un ataque aplastante contra la jerarquía judía.
Tomamos como texto de base el de Lucas, porque es el más conciso.
«Un hombre plantó una viña, la arrendó después a unos viñadores y marchó al
extranjero [por largo tiempo].
Cuando llegó el tiempo oportuno, envió a los viñadores un siervo para que le dieran el
fruto de su viña. Pero los viñadores le azotaron y le despidieron con las manos vacías.
Volvió a enviar otro siervo. Y también a éste le azotaron, le llenaron de ultrajes y le
despidieron con las manos vacías. Volvió a enviarles otro siervo. Y también le hirieron y le
echaron fuera.
Entonces dice el dueño de la viña: ¿Qué haré ? Enviaré a mi hijo querido; tal vez por ser
él, le respeten. Pero cuando los viñadores le vieron, se dijeron unos a otros: Este es el
heredero. Matémosle, para que la herencia sea nuestra. Y echándole fuera de la viña, le
mataron.
¿Qué hará con ellos el dueño de la viña? Vendrá y hará perecer a esos viñadores y dará
la viña a otros. Al oír estas palabras, dijeron: No lo quiera Dios. Y clavando sus ojos en
ellos, les dijo: ¿Qué significa entonces lo que está escrito: La piedra que habían desechado
los constructores, ésa es la que se ha convertido en piedra angular?».
Los Padres se han sentido grandemente tentados a buscar en esta parábola la historia
detallada del pueblo de Dios y leer en ella su reprobación. San Ireneo amplía el horizonte:
«Dios ha plantado la viña con la creación de Adán y la elección de los Patriarcas; la ha
arrendado a los viñadores con la Ley que fue dada por Moisés...». Orígenes, basándose
en Mt 21,43, ve en la viña la doctrina de las Escrituras unidas a la contemplación de Dios;
en adelante, los misterios de la Escritura pertenecen a los cristianos. Es la formula de san
Pablo.
El carácter de la parábola y sus circunstancias imponen un cierto alegorismo. Está
incluida naturalmente en un diálogo polémico. Jesús inicia la ofensiva contra los Fariseos y
doctores de la Ley. La parábola los está mirando; describe, bajo un velo transparente, su
situación dramática. ¿Cómo no se iban a inclinar algunos rasgos hacia la alegoría? Que la
tradición evangélica los haya subrayado es normal. El que falten en el evangelio de Tomás,
¿es un argumento perentorio para rechazarlos? Aun en el caso de que este apócrifo tuviera
alguna probabilidad de representar en ciertos detalles una tradición original, su alegorismo
de carácter gnóstico permanente le aconsejaba no conservar el alegorismo de nuestros
sinópticos.
En este momento, en que todo parece perdido, Jesús contempla el porvenir de su obra.
La repulsa de los judíos es perfecta. El judaísmo, inseparable en su masa de sus jefes, no
aceptará el último esfuerzo profético. No renegará de su pasado glorioso por un porvenir de
misterio. El no va a renunciar a su posición de pueblo elegido, para aceptar un cuadro
religioso en el que sus privilegios amenazan ser desconocidos, su Ley despreciada, y el
Templo, sus sacrificios y su sacerdocio, sustituidos por un culto interior. Dios sacará las
consecuencias.
Esta parábola-alegoría de Jesús, su testamento y al mismo tiempo su última protesta
contra el judaísmo legalista, está edificada sobre un cañamazo muy sencillo, que viene a
traducir la alegoría de la viña de Isaías. Aquí aparecen los viñadores, ausentes en Isaías;
pero ¿no eran ya ellos, en Isaías, los responsables de la infecundidad de la viña? A ellos
les reclama Dios los frutos. Por otra parte, el castigo de la viña de Isaías, ¿no era el castigo
de sus viñadores? El cántico de Isaías concluía con una misteriosa promesa para el
porvenir. Jesús la traslada a su horizonte. La viña es a la vez el Israel de Dios, el Reino, la
verdadera justicia que Dios pide; pueblo, Reino y justicia tendrán que pasar a un orden
nuevo, al orden que Jesús comienza en la tierra con todos los que le escuchan.
El llamamiento de la parábola es patético, en este momento en el que Jesús se ve
rechazado por aquellos a quienes él quería abrir los tesoros del Reino de los cielos. Los
viñadores han llegado hasta el colmo de su malicia. Tratan al último mensajero del Reino
como han tratado a los profetas. Los males que ellos anunciaban van a descargar sobre
Jerusalén, que no ha querido entender el último llamamiento de Dios. Pero este llamamiento
es palabra de Dios; no puede, pues, caer en el vacío. ¿Quién lo oirá? Nadie queda
excluido. Ninguno es privilegiado en absoluto. ¿Lo son los cristianos de hoy? El
llamamiento es eminentemente personal, y la respuesta es personal. La parábola ha
condenado definitivamente la falsa seguridad de los doctores de la Ley y de los sacerdotes.
Ya no existe seguridad alguna, fuera de la confianza en la obra de Dios.
¿Se ha observado que la parábola no determina la parte que se restituye al propietario?
Es que el propietario es Dios, y El pretende exigir la totalidad del fruto de su viña. Todo
hombre es su viña, según la doctrina de Jesús. A él le pertenece la totalidad de las vidas. El
hombre no dispondrá ya de nada, a fin de quedar totalmente libre para el porvenir que se le
abre. Los judíos morirían en su legalismo, sus «prácticas» de piedad, sus sacrificios y su
liturgia. Ellos habían decretado por su cuenta que el llamamiento de Dios no podía ya
rebasar ese cuadro. Nosotros somos distintos, por influjo de nuestros siglos cristianos y de
nuestra cultura contemporánea. Nosotros sabemos que no son suficientes los diezmos, ni
los ayunos; sabemos que todo esto no agota el llamamiento de Dios. La voz de Dios es más
exigente, más totalitaria, más apremiante también, hasta el punto de que el único recurso
que nos queda para evadirnos de ella es el ruido del mundo. Si al menos supiéramos que
ese ruido procede de la armonía de las esferas...
El gran banquete
(Mt/22/01-14; Lc/14/16-24)
PARA/INVITADOS: Esta parábola nos llega en dos versiones bastante diferentes. En
san Mateo, el «banquete nupcial» sigue al relevo de los viñadores, y, por la intención
general, es equivalente. La atmósfera sigue siendo la de los últimos dias de Jerusalén y de
la crisis decisiva. Jesús saca la lección de sus fracasos, con la certeza de que la obra de
Dios se hace y concluirá a pesar de las contradicciones humanas. Oigamos primero el
relato de san Mateo.
«El Reino de los cielos es semejante a una rey que preparó el banquete de bodas para
su hijo. Y envió a sus criados a llamar a los invitados a la boda, y ellos no querían venir. De
nuevo envió otros criados con este encargo: Decid a los invitados: Mirad, he preparado mi
banquete; se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está preparado; venid
al banquete. Pero ellos, sin preocuparse, se marcharon, quién a su campo, quién a su
comercio, y los otros se apoderaron de los criados, los maltrataron y los mataron. El rey
montó en cólera, envió sus ejércitos, hizo perecer a aquellos asesinos y prendió fuego a su
ciudad.
Entonces dice a sus criados: el banquete está preparado, pero los invitados no eran
dignos. Salid, pues, a los cruces de los caminos y convidad a todos los que encontréis. Los
criados se fueron por los caminos, recogieron a todos los que encontraron, malos y buenos,
y la sala de bodas se llenó de comensales» (Mt 22,1-10).
La versión de san Lucas nos permitirá «criticar» la de san Mateo. San Lucas inserta
esta parábola dentro de una sección que habrïa que titular el «Banquete» (la vieja forma
literaria de los griegos, ya conocida). Para introducir la parábola sirve la exclamación de un
invitado: «Dichoso el que tome parte en el banquete del Reino de Dios». De esta manera
se espera una parábola del Reino, en la cual san Lucas tratará de conservar el giro de una
conversación familiar.
«Un hombre daba una gran cena, a la cual invitó a mucha gente. A la hora del
banquete, envió a su criado a decir a los invitados: Venid, ya está todo preparado. Y todos
a la vez empezaron a excusarse.
El primero dijo: He comprado una tierra y tengo que ir a verla; te ruego que me
dispenses. Otro dijo: Yo he comprado cinco pares de bueyes y voy a probarlos; te ruego
que me dispenses. Otro dijo: Acabo de casarme, y, naturalmente, no puedo acudir. A la
vuelta, el criado refirió todo esto a su amo. El dueño de la casa, montando en cólera, dijo a
su criado: Sal en seguida por las plazas y calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los
lisiados, a los ciegos y a los cojos. Y el criado dijo: Señor, se ha hecho lo que mandaste, y
todavía queda sitio.
El dueño dijo entonces a su criado: Sal por los caminos y cercados, y obliga a la gente a
entrar para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que
habían sido invitados, gozará de mi banquete» (Lc 14,16-24).
El Talmud palestinense nos relata incidentalmente una historia análoga. El rico publicano
Bar Majan había organizado un gran festín para los principales de su pueblo. Ellos
rechazaron la invitación. Entonces, antes de dejar que se echara a perder, hizo venir a los
pobres para que comieran su banquete. Pero el mismo san Lucas no se para en una
historieta. La introducción indica que el relato se refiere, de una u otra manera, al Reino de
Dios; y la alusión final al castigo por la exclusión del festín, hace pensar a todo buen
entendedor en el banquete mesiánico. Los puestos de los primeros invitados quedan
definitivamente ocupados por los recién llegados; la conclusión coincide con la parábola de
la viña.
A primera vista, la conclusión actual de la parábola, en Mt 22,11-14, introduce la idea del
juicio escatológico: «Entonces entró el rey para ver a los invitados, y se dio cuenta de que
un hombre no llevaba el traje de bodas. Amigo, le dice, ¿cómo has entrado aquí sin tener el
vestido de bodas? El otro enmudeció. Entonces el rey dijo a los sirvientes: Atado de pies y
manos, arrojadlo fuera, a las tinieblas: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Porque
muchos son los llamados, y pocos los escogidos».
Algunos comentaristas piensan que san Mateo ha reunido dos parábolas distintas, la del
banquete al que llegan como comensales unos invitados improvisados, y la de la inspección
de estos convidados, que termina con el castigo escatológico. Sin embargo, ya se sabe que
el banquete mesiánico (que, de hecho, representa a la Iglesia terrestre, gozando
misteriosamente ya de las alegrías eternas) se transforma fácilmente en festín escatológico
(que mira directamente a la eternidad); y esto, tanto en el pensamiento de Jesús como en el
de los evangelistas, según la natural inclinación del ambiente judío.
Los Padres han comprendido bien la parábola del banquete. San Agustín nos ofrece un
breve comentario de la misma, distinguiendo, dentro de una aplicación histórica y moral, las
diversas categorías de invitados. «Todos esos mendigos que llegan de la ciudad, dice él,
son los judíos, pecadores, publicanos, etc., debilitados por sus pecados, que por fortuna no
tienen ese orgullo de la falsa justicia farisea, obstáculo insuperable que impide a las
autoridades recibir el don de Dios. En cuanto a los otros, añade san Agustín, a los que el
rey manda traer de los cercados y de los caminos, son los paganos enredados en sus
sectas filosóficas y religiosas y en las espinas de sus pecados».
¿Puede realmente reprocharse a esta exégesis el apoyarse en la significación alegórica?
Sin embargo, Jesús poseía la clara visión de los destinos de su obra humana. ¿Iba a
detenerse su mensaje en las fronteras del mundo judío?
El pueblo que da fruto
(Mt 21, 43)
San Mateo, al terminar la parábola de los viñadores, esboza como otra parábola que
tiene puesta la mira en el futuro cristiano:
«Por eso os digo que se va a quitaros el reino de Dios para dárselo a un pueblo que dé
sus frutos».
Todo el mundo reconoce en este pueblo a la Iglesia. Lo cual no es una razón para
rechazar la autenticidad de un logion muy antiguo (que no pertenece a la redacción de
Mateo, lo muestra la expresión «Reino de Dios», inusitada en él).
Jesús no ha dudado nunca del porvenir de su mensaje. ¿Por qué iba a dudar ante la
perspectiva de su muerte? Pero si su obra, es decir, el Reino fundado en la tierra, debe
durar, ¿será agregándose unos sujetos que sustituyan a los judíos? La profecía de Jesús
(pues esta visión del porvenir es la de un profeta, como la supervivencia de un «resto»,
de un «tronco», después del castigo de la nación judía, es un tema eminentemente
profético) no hace más que expresar claramente lo que anunciaban de una manera
simbólica las parábolas de la ruptura. Ya estas parábolas oponían a la incredulidad de las
autoridades judías la fidelidad de los viñadores que entregan al Dueño de la viña el tributo
en especie que le es debido, o la buena voluntad de los comensales improvisados. Desde
la parábola de la cizaña y de la red hasta la de los obreros de la última hora, se abre paso,
en la enseñanza de Jesús, la idea de un período temporal que pertenece a la historia del
Reino. Unos y otros, los buenos y los malos, están esperando la hora, desconocida todavía,
de tener que rendir cuentas delante de Dios.
Las imágenes tradicionales evocan la Iglesia. Bajo este aspecto podríamos recoger las
parábolas del grano de mostaza y de la levadura, y en general las parábolas del
crecimiento. Toda la realidad de la Iglesia está ya presente en ese Reino que comienza en
lo secreto y al cual está prometido un glorioso destino.
Dos imágenes se llevan la palma, la del rebaño y la de la viña. Ambas están fuertemente
enraizadas en el Antigno Testamento. Desde tiempo inmemorial, el rebaño de ovejas y de
cabras pertenece al paisaje palestinense. El buen pastor de los profetas no ha cambiado
apenas de aspecto para convertirse en el buen pastor de Lc 15, 3-7. Del pequeño rebaño
que forman los discípulos (Lc 12,32), combinado con Zac 13, 7 ((cf. Mc 14, 27; Mt 26, 31),
surge una parábola conmovedora sobre el destino de la Iglesia. Y al identificarse Jesús con
el pastor de Zacarías, la parábola se hace alegoría. La alegoría se desarrolla en otra
dirección cuando el tema de la oveja perdida se aplica a los guias de la comunidad en Mt
18, 12-14. El evangelio de san Juan da vueltas, para enseñar todas sus facetas, a la misma
alegoría del rebaño (Jn 10, 1-16.26-28; cf. 21, 15-17). En cuanto a la alegoría de la viña de
la tradición sinóptica, se profundiza en un sentido místico en la «vid verdadera» del mismo
evangelio (Jn 15, 1-8). Este sentido pasará luego a la liturgia de la Didajé: «Te damos
gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, que nos has revelado por
medio de Jesús, tu Siervo» (Didajé 9, 3), donde claramente se manifiesta la unidad de la
obra de Dios realizada por la glorificación del Creador en la humanidad de Jesús.
LUCIEN CERFAUX: MENSAJE DE LAS
PARÁBOLAS
ACTUALIDAD BÍBLICA 11.EDICIONES FAX. MADRID-1969
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