LUNES DE LA SEMANA 29ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Rm 4, 20-25

1-1.

Ver DOMINGO 10A


1-2.

Pablo acaba aquí el análisis de los lazos de unión entre la fe y la justificación, a partir del ejemplo de Abraham (cf. Rom 4, 1-8, 13-17). Ha demostrado ya que Abraham era "pecador" en el momento de su justificación y llamado a ser padre de una multitud antes de ser circuncidado y de haber observado las obras de la ley. Por tanto, la fe sola le ha "justificado". Pero, entonces, ¿qué es esta fe? a) Es, en primer lugar, una esperanza más allá de toda esperanza (v. 18). La fe del patriarca se mantiene en la seguridad de que Dios es capaz de suspender los determinismos de la Naturaleza que engendran automáticamente el futuro a partir del pasado, para crear un futuro verdaderamente nuevo e inesperado. De esta manera, Abraham no se ha confiado en sí mismo encerrándose en su pasado, sino que se ha fiado de Dios como aquel que puede renovar todo. Como creyente, Abraham no ha dirigido los ojos sobre su estado físico que contradecía su esperanza; sino que ha superado esta contradicción confiando a Dios el cuidado de sobrepasarla.

Hay que advertir que Pablo se sitúa en un plano teológico mucho más que en un plano histórico: no se puede olvidar que Abraham será aún capaz de dar un hijo a Agar y seis a Quetura (Gén 25).

b) La fe de Abraham remite en primer lugar a la persona del mismo Dios y no al contenido de la promesa (léase cambiar las leyes de la Naturaleza). Esta fe es eminentemente personal. Supone la consciencia de la incapacidad del hombre para definir por sí mismo su futuro (v. 19), tomando así la actitud contraria a la de los ateos o los idólatras (Rom 1, 21).

Todo esto manifiesta bien claramente que Abraham está ligado a Aquel que había prometido más que a lo que había prometido...; el patriarca podrá, más tarde, liberarse del objeto de la promesa -su propio hijo-, sin poner en tela de juicio su ligadura a Aquel que había prometido.

c) Pablo, que elabora una teología de la fe más que la historia de la fe de Abraham, ve en esta un tercer componente: la fe en la resurrección (vv. 19 y 24) o, más exactamente, la fe en Aquel que ha resucitado a Jesús. Imposible creer en el milagro o en la resurrección sin el acto previo de confianza en el que opera estos milagros.

Dando vida al cuerpo apagado de Abraham, Dios anticipa algo sobre la resurrección de Cristo, y el Isaac que nace siendo estéril Abraham puede ser comparado a Jesús resucitado de la muerte. En su materialidad, los dos hechos no son comparables más que al precio de una alegorización; pero se relacionan, efectivamente, por la fe idéntica que suponen.

Cristo resucitado es verdaderamente el "si' de la promesa de Dios, porque en El Dios mismo se da al hombre, porque un don así no se merece y porque en El, además, el hombre se une a Dios en una apertura y una confianza perfectas. El orden de la promesa y de la fe es entonces el de la reciprocidad en Jesucristo de dos fidelidades personales.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 163


1-3. 

-Hermanos, ante la promesa de Dios, Abraham no cedió a la duda con incredulidad...

La fe se presenta a menudo como una esperanza aparentemente contraria a toda esperanza. Humanamente hablando, Abraham tenía todas las razones para desesperar, para «dudar» de su porvenir, era demasiado viejo para tener hijos. En esta situación sin salida, bloqueada, Abraham se remitió a Dios, confiándole el cuidado de superarla y de crearle un «porvenir nuevo», una salida.

Sencillamente, sin tensión excesiva, evoco en mi memoria las «situaciones» sin salida humana aparente, las mías o las del mundo que me rodea, mis preocupaciones, mis responsabilidades aplastantes, las cargas que pesan sobre mí... mis pecados, mis impotencias... Señor, todo esto que me podría «hacer caer en la duda», te lo ofrezco como Abraham, lo confió a tu cuidado, creo en tus promesas.

-Sino que halló su fuerza en la fe y dio gloria a Dios...

En griego se encuentra el término «dunamis»: «fue dinamizado por su Fe»...

Pablo nos dijo ya que el evangelio era «una fuerza de Dios». La fe no es una cosa. La fe no es estática, inerte.

Es una fuerza motriz, una palanca, una levadura, una potencia de vida, que empuja a la acción, que da un sentido a la acción.

«Y dio gloria a Dios». Expresión bíblica frecuente que significa «la actitud del hombre que reconoce a Dios y no se apoya más que en El». La incapacidad del hombre para resolver sus problemas más fundamentales no lleva a la desesperación, ni a la «náusea», sino a la «Acción de gracias», a la «Eucaristía»: a la confianza ilimitada en Dios.

Así el creyente toma una actitud inversa a la de los ateos, los cuales «no dan gloria a Dios» (Romanos 1, 21).

Señor, sé Tú mi solidez. En mi fragilidad y en mis miedos quiero apoyarme totalmente en Ti y hallar en Ti el dinamismo de mi vida, mi gusto de vivir, mi alegría. ¡Y te doy gloria! Gracias, gracias.

-Porque estaba plenamente convencido de que Dios tiene poder de cumplir «lo que ha prometido».

Evoco las «promesas de Dios»...

Repito para mí la certidumbre: «estoy plenamente convencido que...

-Por ésta su fe, Dios le «declaró justo».

Estas palabras se repiten muchas veces en la epístola a los Romanos. Tres veces en las páginas que meditamos hoy.

Bien lo sé, Señor, no es la apreciación que tengo de mí mismo lo que cuenta... sino tu apreciación...

¿Me declaras justo? Tu declaración no es una ficción jurídica, que me dejará tal cual soy, al cubrirme artificialmente con el «manto de la justicia» -ésta fue a veces la interpretación de ciertos protestantes-. De hecho, hablándose de Dios, «declarar a alguien justo», ¡es hacer un verdadero acto! Es "justificar", es «crear en el hombre esta justicia».

Señor, crea en mí un corazón puro. Señor, crea en mí la santidad.

-Dios nos declarará justos también a nosotros, porque creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos, en Jesús, Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.

El objeto central de nuestra Fe, es la «fe en Cristo resucitado». Pablo señala un vínculo muy fuerte entre Cristo y nosotros: fue entregado «por» nosotros, y resucitó «por» nosotros... Es casi inverosímil. Dios entregado por el hombre. Dios entregado por mí... tan pobre, tan pecador, tan insignificante, tan efímero. ¡Me aferro a Ti, oh Cristo, entregado y resucitado!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 344 s.


2.- Ef 2, 1-10

2-1.

-Por naturaleza... Por gracia...

La página que leemos hoy está totalmente compuesta en torno a la antítesis naturaleza y gracia. "La naturaleza", es el hombre abandonado únicamente a sus fuerzas humanas, el hombre-sin-Dios. «La gracia», es el hombre elevado por la potencia divina, el hombre-con-Dios.

Según se considere una u otra nuestra visión es o muy pesimista o muy optimista.

1º El hombre-sin-Dios.

-Estabais destinados a la muerte como consecuencia de vuestras faltas. Vivisteis en pecado según el proceder de este mundo, según el príncipe de los demonios, ese «espíritu» que prosigue su obra en los rebeldes.

Hay resabios demoníacos en el hombre abandonado a sí mismo. Uno se extraña a veces de ciertas aberraciones inverosímiles de que es capaz la humanidad -maldad, opresión, injusticia, violencia, etc.- Es así porque existe un Príncipe, una especie de orfebre satánico, un Director de orquesta muy hábil, un Espíritu maligno que arrastra al hombre a su perdición.

-Todos nosotros hemos sido también rebeldes en otro tiempo, vivíamos según las tendencias egoístas de la carne, esclavos de sus caprichos y de los malos pensamientos y así, por naturaleza, estábamos destinados a la cólera como los demás.

La "naturaleza" humana no es tan sólo frágil sino también desordenada y culpable.

Naturalmente, siguiendo su tendencia habitual, el hombre suele volverse hacia sí mismo y no hacia otro... tiende a satisfacerse egoístamente en lugar de amar...

«Todos nosotros hemos sido de éstos.» Pero, ¿sólo en el pasado? ¿No lo somos todavía alguna vez?

Ayúdanos, Señor, a saber detectar el egoísmo escondido, el amor propio hábilmente disfrazado, que impregna, inconscientemente a veces, nuestros mejores actos. Haznos lúcidos respecto al mal que nos envenena y hace sufrir a los que viven con nosotros.

Ayúdanos a "reconocer que somos pecadores".

2º El hombre-con-Dios.

-Dios es rico en misericordia. Por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestras faltas, nos vivificó juntamente con Cristo: ¡Es ciertamente por gracia que habéis sido salvados!

El tono pesimista de san Pablo sólo está ahí para hacer más patente la intervención de Dios en esta pobre humanidad: el poder divino ha sido puesto a disposición del hombre. El hombre no es ya un «simple hombre», ha venido a ser «un hombre + Dios en él» y Cristo es quien ha realizado esto.

¡Y éste es «el gran amor»!

Y es «la vida» en lugar del abandono mortal. ¡Salvados! ¡Los hombres hemos sido salvados!

-Con El nos resucitó... Con El nos hizo sentar en los cielos... «En» Cristo Jesús.

El Poder de Dios se ha manifestado por vez primera en la persona de Jesús, por su gloria y por su gozo pascual, como por su victoria en la Ascensión. «Con El y en El», nosotros, pobres condenados a muerte, somos «ya» unos resucitados y partícipes de su gloria.

-Y esto no proviene de vosotros; es un don de Dios: que nadie se engañe.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 344 s.


2-2. 

En el conocimiento de Cristo que le fue otorgado -véase el texto de ayer-, Pablo ha descubierto su propia condición humana, que es la de todos los hombres, sin Cristo.

Sujetos a las pasiones de la carne y tratando de satisfacer las quimeras y deseos mundanos (v 3), los hombres están muertos por sus culpas y pecados (1), hasta el punto de ser, de por sí, «hijos de ira». Ahora bien, en dicho conocimiento mismo, el Apóstol vislumbró a la vez qué significaba para sí, y para cuantos quieren creer, de cara a la propia vida y existencia, este Jesucristo que conoció: la reanimación, salvación, resurrección y glorificación escatológica de todos sin distinción, judíos y paganos. Y eso de forma totalmente gratuita, como don de la misericordia y el amor de Dios, que muestra su amor sin medida hacia todos los hombres en Cristo Jesús (4-7).

En este pasaje habla Pablo, pues, de aquello que le fue dado a conocer, personalmente, acerca de Jesucristo y su misterio, y dice a los cristianos de Efeso qué eran antes y qué son ahora. Sin este don de conocimiento, ellos no conseguirán saberlo nunca de verdad, tal como lo conoce Pablo. Por eso la enseñanza del Apóstol, en último término, no pretende hacer "teólogos", sino sostener a los creyentes para que perseveren en la manera de vivir -cristiana- que han emprendido. Esta consiste en la práctica de las «buenas obras», que desconocían antes de tener la fe y que ahora sí conocen, porque han sido instruidos. Sin embargo, tienen que tener presente que tales obras no son fruto tampoco de su bondad personal, no ponen de manifiesto que se deban a ellos, por haberse hecho buenos. Si son llamados a hacer obras buenas, y pueden hacerlas, la razón auténtica descansa en lo que Dios ha obrado en ellos por su gracia, creándolos de nuevo en Jesucristo, para que practiquen precisamente aquellas buenas obras que Dios mismo tenía preparadas de antemano y que, por tanto, no pueden dejar de hacer. De todo eso que son como creyentes no les cabe, pues, gloriarse ni enorgullecerse personalmente. Nada proviene de ellos, sino que todo «es un don de Dios» (8-10).

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 717 s.


3.- Lc 12, 13-21

3-1.

Ver DOMINGO 18C


3-2. RIQUEZA/SEGURIDAD 

Jesús no ha venido al mundo con el encargo de dirimir los litigios jurídicos entre los hombres. Él se niega a poner su autoridad en favor de esta o la otra opción, de este o el otro orden social.

Él viene a salvar a los hombres, todos e integralmente. Viene a encender en el mundo el fuego del amor, el que resolvería, evitándolos, todos los litigios entre los hermanos (cf. 1 Co 6. 1-11).

El hombre se halla siempre tentado a buscar su salvación en los bienes, en las posesiones, a poner en las riquezas su seguridad.

El discípulo debe estar siempre en guardia contra esta tentación insidiosa. Los bienes no aseguran ni la misma vida. Menos aún la salvación. El hombre de la parábola dialoga consigo mismo. Este diálogo falla en el orden de la salvación. Le faltan interlocutores. No interviene Dios. Ni intervienen los demás hombres. Querer resolver su destino a solas es insensato. Sólo el que atesora bienes, que sean valores ante Dios y para los hermanos, se muestra cuerdo, saca provecho para un futuro definitivo (cf. Mt 6. 19-21; Ap 3. 17-18).

COMENTARIOS BIBLICOS-5.Pág. 542


3-3.

La parábola del rico insensato (vv. 16-21) pertenece, sin duda, a una tradición muy antigua, puesto que figura también, según una versión más primitiva, en el Evangelio apócrifo de Tomás (núm.63). La discusión, en cuyo contexto Lucas ha situado esta parábola (vv. 13-14), es también -y por la misma razón- muy antigua, pero probablemente es propio de Lucas el haberla unido a la parábola mediante el añadido del v. 15. Lucas, además, no se ha limitado a añadir la introducción: seguramente se le debe también a él la conclusión del v. 21.

a) La discusión entre Jesús y los dos hermanos les lleva a un problema de herencia. El mayor querría sin duda conservar intacta la herencia para sí, según la costumbre. El menor, por el contrario, querría recibir su parte (cf. Lc 15, 11-13). Jesús interviene en esta discusión para decir que El no intenta en absoluto ejercer una justicia distributiva. La razón que invoca para ello (v. 14) es evidente: no ha recibido mandato alguno de la autoridad competente para tratar estos asuntos.

Esta discusión adquiere, pues, todo su relieve dentro del cuadro de las reflexiones de Cristo acerca de su misión: El acepta el ser juez a la manera que lo es el Hijo del hombre, pero esta justicia no se parece en nada a la justicia distributiva de los hombres (cf. Mt 20, 1-15); aquella es una justicia que justifica, que salva, y signo de un amor gratuito.

Nos encontramos aquí en un contexto escatológico, en el que Cristo dice, al menos negativamente, lo que no será su juicio. El niega a sus discípulos el derecho de sacralizar aquello que no debe ser sacralizado.

b) Pero Lucas entiende este incidente en su sentido más moral.

Preocupado fuertemente por la pobreza y por la dificultad de los ricos para vivir la vida comunitaria del Reino, intenta convencer a sus lectores de los peligros que encierra el uso del dinero.

Añade, entonces, el v. 15, en el que Jesús da una segunda razón para negar el derecho a juzgar; los bienes de la tierra no tienen la suficiente importancia como para requerir su juicio de Hijo del hombre. Para adornar esta explicación introduce la parábola del rico insensato añadiéndole, además, una conclusión muy significativa en el v. 21 ("para él"..., "para Dios").

Pero no debemos pensar que Lucas proponga únicamente una moral de pobreza sin un horizonte escatológico. Jesús no quiere inculcar en sus auditores ricos el miedo a una muerte repentina e individual que acabaría con todas sus esperanzas. En realidad, la muerte de la que se trata aquí se refiere a la catástrofe escatológica y al juicio que ha de seguirle. La lección que se debe sacar es, pues, evidente: querer apoyarse en sus riquezas precisamente cuando tan solo el apoyarse en Dios podrá salvar a los hombres de la catástrofe, es una actitud "insensata" (en el sentido bíblico de la palabra: incapacidad de reconocer a Dios y de unirse a El: Sal 13/14, 1).

Nos encontramos, pues, lejos de la doctrina terrena y moralizadora propuesta por el Antiguo Testamento (Dt 6, 10-13; Sab 16, 20-21; Eclo 11, 10-19). El relato de Lucas eleva la cuestión a un plano escatológico y preconiza una actitud que sea signo de que el Reino es una realidad adquirida ya y con la que hay que contar ahora (alcanzando así la concepción moral de Ef 4, 30-5, 2).

Textos como este Evangelio han servido de ejemplo a los predicadores cristianos para atacar el terrible poder del dinero.

Y, sin embargo, el dinero no es algo diabólico; lo hace diabólico el uso que el hombre hace de él. Tampoco es un poder que esclavice de por sí, sino que es el hombre quien se hace esclavo suyo o quien lo utiliza para esclavizar a sus hermanos.

Hoy el dinero es, además, el símbolo del trabajo del hombre, de una economía que progresa, del amor que se debe a los pobres y hambrientos. Es el símbolo de la prosperidad de una nación y también de la ayuda que ésta consagra a la promoción del Tercer Mundo.

El dinero es algo satánico cuando el hombre, al servirse de él, no tiene otro horizonte: el dinero es un bien cuando el hombre o el Estado que lo utilizan lo destinan a la felicidad de los demás. En este aspecto el Evangelio del rico que amontona tesoros adquiere un matiz muy actual cuando contemplamos los innumerables "graneros" o "silos" en donde los países ricos acumulan de año en año el trigo que les sobra, mientras que los países pobres cuentan los granos de arroz que les son repartidos.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 165


3-4.

No me gusta nada ir a dar un pésame ni las cámaras mortuorias con su olor a flores marchitas. Sin embargo, hoy me toca detenerme ante el catafalco del rico de la parábola. Está gordo y bien lleno, diría el salmo. ¡Y ayer mismo estaba soñando con agrandar sus graneros! ¡Pobre necio!... Pero permitid que me retire ya, pues se acercan los herederos, igualmente gordos y lustrosos...

La verdad es que todos ellos son más necios que malos. Es su necedad y la vaciedad de su vida lo que tenemos que denunciar. El dinero... se necesita para vivir. pero nuestro héroe, en vez de hacer fructificar sus bienes para el bien de todos, los ha enterrado; sí, es un hombre estúpido que encierra su cosecha en sus graneros, como si el grano no estuviera hecho para el pan y para la siembra, que volverá a lanzar un himno a la vida. En definitiva, ese hombre no merecía vivir: con su conducta, frenaba la vida.

Bloquear la vida: ¡ése es el gran pecado! Y el dinero no es aquí más que un símbolo: ese hombre creía que podía comprar la vida, encerrarla, dominarla; pensaba "agarrar" la vida, y la vida se le escapa. Fue la conducta de los fariseos la que obligó a Jesús a contar esta parábola: ellos encerraban a las gentes en unas reglas tan estrechas que les impedían respirar. "Estabais muertos... en medio de la concupiscencias de vuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos": Pablo denuncia ese mismo mal que roe el corazón del hombre. Círculo infernal del tener, embriaguez del poder, desmesura del saber...; el resultado es idéntico: la vida queda encadenada. "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma". El grano está hecho para el pan y para la siembra, la religión para el hombre; el don de la vida está hecho para vivir de él.

"Buscad las cosas de arriba". Lo que nos propone el Evangelio es una cura de alta montaña. En el fondo, ni el trabajo ni el capital son la última palabra sobre el hombre; tanto el uno como el otro se quedan sin respuesta ante la muerte, y la muerte es la mayor cuestión que persigue al hombre. "Estabais muertos..., pero Dios, rico en misericordia... nos vivificó juntamente con Cristo". Habéis resucitado; lo que ahora se necesita es vivir.

"Esto no viene de nosotros, sino que es don de Dios". "¿Por qué te afanas y preocupas?", le preguntaba Jesús a Marta al verla tan atareada; "sólo hay necesidad de una cosa". "Buscad el Reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura". En cuanto a vuestro dinero, miradlo con humor; está hecho para la vida; gastadlo a tiempo, compartidlo, hacedlo fructificar para la felicidad de todos. "Estabais muertos y ahora estáis vivos"; entonces, hermanos, haced una cura de alta montaña, respirad bien hondo el aire puro de Dios que es su Espíritu..., el Espíritu de un mundo nuevo, un mundo al revés, ¡el mundo de arriba!

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS XXII-XXXIV T.O. EVANG.DE LUCAS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 329 s.


3-5.

Lucas es el único, de entre los cuatro evangelistas, que nos relata la página siguiente.

Reconocemos, una vez más, su insistencia sobre la "pobreza".

-Uno del público le pidió a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".

El derecho de sucesión estaba regido, como siempre en Israel, por la ley de Moisés (Deuteronomio 21, 17). Pero se solía pedir a los rabinos que hicieran arbitrajes y dictámenes periciales. En este caso una persona va a Jesús para que influya sobre su hermano injusto.

-Le contestó Jesús: "¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?" ¡Notemos bien este rechazo! Se ha pedido a Jesús asumir una tarea temporal. El ha rehusado. Es una tentación constante de los hombres pedir al evangelio una especie de garantía, una sacralización de sus opciones temporales. Anexionar el evangelio a su partido o a su interés.

La razón de ese rechazo, Jesús la da muy clara: no ha recibido ningún mandato, ni de Dios ni de los hombres para tratar de esos asuntos temporales.

El Concilio Vaticano II ha insistido varias veces sobre ese principio esencial de una autonomía relativa de las "instituciones temporales": "Es de suma importancia distinguir claramente entre las responsabilidades que los fieles, ya individualmente considerados, ya asociados, asumen, de acuerdo con su conciencia cristiana... y de los actos que ponen en nombre de la Iglesia en comunión con sus Pastores... La Iglesia no está ligada a ningún sistema político". (G. S. 76) El Concilio en ese sentido, no deja de repetir a los laicos que se atengan a su conciencia y a su propia competencia: "Que los cristianos esperen de los sacerdotes la luz y el impulso espiritual, pero no piensen que sus pastores vayan a estar siempre en condiciones de tal competencia que hayan de tener al alcance una solución concreta e inmediata por cada problema, aun grave, que se les presente." (G. S. 43)

-Luego, dirigiéndose Jesús a la multitud dijo: "Cuidado, guardaos de toda codicia porque la vida de una persona, aunque ande en la abundancia, no depende de sus riquezas. " Está claro que Jesús no renuncia a decir algo sobre asuntos temporales.

Jesús recuerda un principio esencial. Se mantiene a ese nivel y deja a los jueces y magistrados que hagan la aplicación al caso concreto.

-Y les propuso esta parábola: "Un hombre rico... cuyas tierras dieron una gran cosecha... decidió derribar sus graneros y construir otros más grandes para almacenar más grano y provisiones. Se dijo: "Tienes reservas abundantes para muchos años. Descansa. Come. Bebe. Date la buena vida".

Pero Dios le dijo: "Estás loco: Esta misma noche te van a reclamar la vida".

Tenemos aquí en profundidad, la razón por la cual varias veces Jesús ha rehusado intervenir en lo "temporal": afirma, de modo rotundo, que el horizonte del hombre no se acaba aquí abajo, y que es por "esa otra parte" de la vida del hombre -la parte esencial para Jesús- tan fácilmente olvidada en beneficio de la vida temporal -Come, bebe, date la buena vida-, por la que Jesús no ha dejado nunca de "tomar partido" y de "movilizar" a todos los que quieren hacerle caso. El hombre que olvida o descuida esa "parte" de la vida está "loco", dice Jesús

-Eso le pasa al que amontona riquezas "para sí" y no es rico "para Dios".

El uso que hacemos del dinero lo cambia todo: quien lo usa "para sí", está loco, quien lo usa "para Dios", es un sabio.

Fórmula lapidaria que condena cualquier egoísmo, cualquier esclavitud del dinero.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 236 s.


3-6.

1. (Año I) Romanos 4,20-25

a) Sigue el ejemplo de Abrahán, que a Pablo le parece muy válido para reafirmar su doctrina de la salvación por la fe y no por las obras.

La fe del gran patriarca no fue precisamente fácil. Tuvo un gran mérito, porque las dos promesas de Dios -la paternidad a su edad y la posesión de la tierra- se hacían esperar mucho. Como decía Pablo el sábado pasado, Abrahán "creyó contra toda esperanza", contra toda apariencia. Y es esa fe la que se alaba en él, la que se "le computa como justicia", o sea, como agradable a Dios. Igual nos pasa a nosotros cuando creemos "en el que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús".

Cuando Pablo habla de "justicia" y "justificación", no se refiere a lo que ahora podríamos llamar "buscar excusas" o ser objeto de una decisión judicial: "justicia" equivale a santidad, gracia, ser agradable a Dios.

b) Con razón es llamado Abrahán "padre de los creyentes" y le miramos como modelo de hombre de fe los cristianos, los judíos y los musulmanes.

Abrahán nos enseña a ponernos en manos de Dios, a apoyarnos, no en nuestros propios méritos y fuerzas, sino en ese Cristo Jesús que ha muerto y ha resucitado para nuestra salvación. Como la Virgen María, que es para el NT el modelo de creyente que para el AT era Abrahán, y a la que Isabel alabó por su fe: "dichosa tú, porque has creído".

Se trata de que nos descentralicemos de nosotros mismos y que orientemos la vida según el plan de Dios, fiándonos de él. Hoy, en vez de un salmo, como meditación después de la primera lectura, rezamos el Benedictus evangélico, que, en continuidad con Abrahán, nos hace ser más conscientes de lo mucho que hace Dios y de lo poco que somos capaces de hacer nosotros por nuestra cuenta: "el Señor Dios ha visitado a su pueblo... realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos que le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días". Es él mismo el que nos "concede" vivir la jornada "con santidad y justicia": no son obras nuestras que le ponemos delante, como exigiendo el jornal al que tenemos derecho.

1. (Año II) Efesios 2,1-10

a) Toda esta semana y parte de la siguiente continuamos con nuestra lectura de la carta a los Efesios.

Pablo ya ha descrito cuál es el admirable misterio que Dios nos ha revelado en Jesús. Hoy nos presenta el contraste:

- antes estábamos muertos, "siguiendo la corriente del mundo presente, las tendencias sensuales: destinados a la reprobación",

- pero ahora Dios, "por el gran amor con que nos amó", "nos ha hecho vivir con Cristo, nos ha resucitado con Cristo, nos ha sentado en el cielo con él"; Pablo tiene que inventar neologismos que puedan expresar nuestra íntima comunión con Cristo: "convivir, conresucitar, contentarse".

b) Esta convicción nos tendría que llenar de alegría. Dios nos ha amado antes de que lo mereciéramos -"no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios"- y nos ha llenado de su vida.

Hemos muerto y resucitado con Cristo en nuestro Bautismo, vivimos con él, ya estamos con él sentados en el cielo junto a Dios. Y todo eso tiene como consecuencia que nuestra vida debe ser coherente con este misterio: "nos ha creado en Cristo Jesús para que nos dediquemos a las buenas obras".

Dios ha intervenido en la vida de cada uno de nosotros. Nunca se lo agradeceremos bastante. Pero es bueno que recordemos el peligro de nuestra frágil fe. El mundo de hoy sigue estando, como en tiempos de Pablo, "bajo el jefe que domina en la zona inferior". El mal sigue existiendo y nos obliga a una lucha permanente, de manera que ya no recaigamos en una vida "según las tendencias sensuales, obedeciendo los impulsos del instinto y de la imaginación". Ya cada uno somos débiles, pero encima el mundo nos tienta en todas direcciones.

Nosotros seguimos a Cristo. Le hemos admitido decididamente en nuestra vida, tratando de actuar según su mentalidad. Pero sigamos pidiendo a Dios su fuerza, para que podamos perseverar en ese camino. Para que no estemos unidos a Cristo sólo teológicamente, por el Bautismo, sino de hecho, también en nuestro estilo de vida.

2. Lucas 12,13-21

a) Alguien le pide a Jesús que intervenga en una cuestión de herencias. Jesús contesta que no ha venido a eso: él siempre rehusa hacer de árbitro en asuntos de política o de economía. Lo que le interesa es evangelizar y llamar la atención sobre los valores más profundos, como en este caso, en que la pregunta le sirve para dar su lección: "guardaos de toda clase de codicia".

La codicia o la avaricia, el afán inmoderado de dinero, o los peligros de la riqueza, es uno de los aspectos que Lucas más veces trata en su evangelio (y en el libro de los Hechos). Tal vez, cuando él los escribía, en la comunidad habían entrado personas en buena posición social, creando algunos inconvenientes, y por eso Lucas resalta el contraste con la pobreza radical, evangélica, que Jesús practicó y enseñó a los suyos.

La parábola es sencilla pero muy expresiva. Uno se imagina al buen terrateniente gordo y satisfecho con su cosecha, haciendo planes para el futuro. Jesús le llama "necio". Su estupidez consiste en que ha almacenado cosas no importantes, que le pueden ser quitadas hoy mismo, e Irán a parar a otros. Mientras que él se quedará en la presencia de Dios con las manos vacías. ¿De qué le habrá valido sacrificarse y trabajar tanto?

b) Una de las idolatrías que sigue siendo actual, en la sociedad y también en la Iglesia, es la del dinero.

No hace falta, para aplicarnos la lección, que seamos ricos y que la cosecha de este año no nos quepa en los graneros. La codicia puede ser de dinero, y también de fama, poder, placer, ideologías, afán organizativo, éxitos... Pero siempre es idolatría, porque ponemos nuestra confianza en algo frágil y caduco, y no en los valores duraderos, y eso nos bloquea para otras cosas más importantes. No nos deja ser libres, ni ser solidarios con los demás, ni estar abiertos ante Dios.

Ya nos dijo Jesús que es imposible servir a dos señores, al dinero y a Dios. Y que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los cielos: está cargado con demasiado equipaje como para tener agilidad de movimientos.

Aquel joven que se acercó a Jesús se marchó triste, sin seguir su llamada: era rico. Al contrario, ¡cuántas veces subraya Lucas que algunos llamados por Jesús, "dejándolo todo, le siguieron"!

La ruina del buen hombre nos puede pasar a nosotros: "así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios". Su pecado no era ser rico, ni preocuparse de su futuro. Sino olvidar a Dios y cerrarse a los demás. Ser ricos ante Dios significa dar importancia a aquellas cosas que sí nos llevaremos con nosotros en la muerte: las buenas obras. En concreto, el haber sabido compartir con otros nuestros bienes sí que es una riqueza que vale la pena ante Dios. El examen final será: "me diste de comer". Y el no hacerlo -como fue el caso del rico Epulón- es, para el evangelio, la mayor necedad. No se nos invita a la pereza. El mismo Jesús nos dijo la parábola de los talentos que hay que hacer fructificar.

Se trata de que no nos dejemos apegar a las riquezas. Hay cosas más importantes que el dinero, en la vida humana y cristiana.

Aunque ya estemos bien orientados en la vida de fe y centrados en los valores de Dios, podemos preguntarnos si de alguna manera no se nos pega también la idolatría del dinero que reina en el mundo, y si no tendríamos que relativizar algo nuestras preocupaciones materiales. Cuando en un país como ahora en Europa- se cambia de moneda oficial, hay que ir deshaciéndose de las monedas que ya no valdrán nada y adquirir las buenas. No vaya a ser que nos tengan que llamar "necios" porque no hemos dado importancia a lo que en verdad la tiene.

"Abrahán creyó que Dios es capaz de hacer lo que promete" (1ª lectura I)

"Dios nos ha creado en Cristo Jesús para que nos dediquemos a las buenas obras" (1ª lectura II)

"Guardaos de toda clase de codicia" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 192-195


3-7.

Ef 2, 1-10: Dios nos da una nueva vida en Cristo

Lc 12, 13-21: Trabajar para Dios y no acumular innecesariamente

La segunda parte de la instrucción a los discípulos antes de comenzar la enseñanza a las multitudes tiene que ver con un asunto muy debatido: la plata, el dinero, que tiene en cada uno de nuestros países un nombre popular típico...

El dinero siempre es fuente de conflictos, agresiones y opresión. Uno quita a otro sus derechos por apoderarse de un capital. Los empleados públicos se corrompen dando y recibiendo sobornos. Los candidatos a altos cargos del estado reciben dineros de dudosa procedencia. Fondos destinados a obras sociales van siendo «serruchados» a su paso por las diversas dependencias burocráticas de la administración del Estado y llegan a su destino muy disminuidos, incluso a veces no legan. En toda campaña electoral se aparecen dineros que vienen de nadie sabe dónde... Malversación de fondos, tráfico de influencias, especulación financiera, fuga de capitales, quiebras empresariales ficticias...

De este modo la sociedad se convierte en un mercado donde se negocia con la honestidad, la justicia y el derecho. La ambición, al acaparamiento y el enriquecimiento se tornan entonces, en la medida de toda acción interhumana dando al traste con los grandes valores que deben sostener la sociedad.

En medio de este imperio del dinero, Jesús clama por una comunidad fraterna donde se respete el derecho y la dignidad de las personas. Para llegar allá, es necesario cambiar nuestra actitud ante el dinero. Es necesario dejarlo de considerar el bien supremo, el mayor valor. Es necesario no creer que su poder es omnipotente y superior a la acción de Dios. En pocas palabras, Jesús nos pide que pongamos a Dios y su reinado como supremo valor de nuestra vida, y que le quitemos ese lugar al dinero. De esto depende la salvación, pues, ¿qué saca el ser humano con atesorar bienes y capitales si a cambio lo único que obtiene es explotación, marginación y la destrucción de la naturaleza?

La comparación que Jesús propone para comprender la ficción que en nuestras mentes crea la riqueza, nos debe ayudar a comprender que el mayor bien humano es la vida en sí misma. Y que ésta no se alcanza acumulando cosas, sino ganando espacios donde ella florezca en todo su esplendor: una sociedad justa, un ser humano nuevo, una naturaleza respetada y protegida.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-8. CLARETIANOS 2002

¿En qué consiste la codicia? Es como un gusano pequeño que se introduce secretamente en una manzana. Por fuera no se aprecia su "trabajo", pero, al cabo de un tiempo, cuando ya no se puede hacer nada, la manzana acaba destruida. El hombre codicioso es un hombre infeliz. Nadie le ha enseñado a disfrutar de lo que es y de los pequeños detalles que se nos regalan cada día en el banquete de la vida. Experimenta un enorme vacío interior y cree -al principio ingenuamente, después compulsivamente- que será feliz el día que consiga rellenar ese vacío con los objetos de su deseo (una casa nueva, un coche, un cuadro caro, una persona de usar y tirar...). Trastornado por esta fe vana, se embala en un sistema de vida que lo va minando poco a poco. La enfermedad del codicioso es su incapacidad para disfrutar.

En buena medida, el estilo de vida que hoy se nos vende, el que sustenta la economía de mercado, es el estilo del codicioso insaciable, la antesala de la depresión y del sinsentido. ¡Estamos atrapados en una fábrica de depresivos! El evangelio de hoy es un evangelio-alarma. Nos abre los ojos. Nos muestra a las claras la insensatez del camino codicioso. Nos pone delante "otro" estilo de vida que no se basa en la acumulación sino en la capacidad de saborear la vida. Jesús es tan feliz que no necesita codiciar nada. Es tan feliz que quiere compartir con nosotros su secreto. ¿Seremos capaces de caer en la cuenta de que la propuesta de Jesús es una propuesta de vida sencilla y feliz?

La carta a los efesios expresa este mismo camino hablando del poder sanador de la gracia. ¡Estamos salvados por pura gracia! Lo mejor de nuestra vida nunca es el resultado del esfuerzo personal (¡lo siento por el mito americano del self-made man!) sino de lo que recibimos con gratitud. Donde hay gracia hay gratitud. Donde hay gratitud hay gratuidad. ¡Y luego dicen que lo cristiano ha pasado de moda! A veces, en lo más sustancial, es un camino por estrenar.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-9. 2001

COMENTARIO 1

EL DINERO COMO CUESTIÓN DE FONDO

Se presenta ahora la interpe-lación de «uno de la multitud» interesado en cuestiones de he-rencia, secuela del falso valor del dinero: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia» (12,13). De nuevo podría sorprendernos este requerimiento, si interpretásemos las advertencias anteriores contra el fariseísmo en sentido moralizan-te. Esta interpelación central revela que el problema de fondo es la cuestión del dinero (medios, posición social, eficacia). Que no se trata de una 'herencia' en sentido figurado, lo evidencia la respuesta de Jesús y la parábola con que la apoya. La multitud que, aunque presente, había sido dejada de lado constantemente por Jesús, interviene por medio de alguien que la representa. Este lo considera un 'maestro' y le pide que ejerza como 'juez' o 'árbitro' (12,14). Jesús no viene a echar remiendos al sistema. Su 'magisterio' no va en la línea de los rabinos o maestros de Israel. La respuesta, en segundo lugar, se dirige a todos: «Cuidado: guardaos de toda codicia, que, aunque uno ande sobrado de dinero, la vida no depende de los bienes» (12,15). La interpretación de la parábola se halla en la acomodación que hace de ella el último versículo: «Eso le pasa al que amontona riquezas para sí y no es rico para con Dios» (12,21).


COMENTARIO 2

La existencia cristiana, desde su comienzo, tiene adversarios que acechan a todos los que quieren asumirla. Algunos ya desde ese momento inicial se dejan arrebatar la Palabra sembrada en ellos y destinada a fructificar en su corazón y en el de todos los hombres.

Pero las amenazas no se reducen a este momento inicial sino que acompañan al creyente a lo largo de toda su existencia. Cada uno de ellos debe enfrentarse durante toda su vida a "pruebas", amenazas desde el exterior que llevan a considerar una pérdida el seguimiento de Jesús. Este aparece, en ciertos momentos, como amenaza para la estructura social existente que, por un sentimiento de autodefensa, puede asumir formas agresivas persiguiendo a los portadores del mensaje.

Un peligro mayor que impide la producción de los frutos reside en la adopción por parte de los cristianos de un estilo de vida en contradicción con la propuesta aceptada. La actitud de desconfianza frente a Dios y la primacía de la búsqueda de posesión y del placer están presentes en el entorno en que el cristiano debe realizar su existencia.

Este entorno no es totalmente exterior a la existencia del creyente. El contagio de estos valores predominantes en la sociedad es una posibilidad real que amenaza nuestra existencia, que puede impedir la obtención de la finalidad propuesta y llenar de frustración nuestra existencia.

Sólo la actitud de "un corazón noble y generoso" junto a una fidelidad constante y sin límites en la duración puede asegurar la llegada a la meta de la existencia.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10. 2002

La parábola que Jesús hoy nos presenta tiene su presentación, su desarrollo y su conclusión (y hasta su moraleja). Una lección, pues, completa, independiente, una "unidad didáctica" en sí misma.
Como el capitalismo moderno, que necesita siempre crecer, ampliar mercados, acumular reservas… el protagonista de la parábola también tuvo que destruir sus graneros no porque estuvieran viejos, sino porque se le quedaban pequeños, para reconstruirlos en mayor escala. Soñaba con que llegara el día en que poder decirse a sí mismo aquello de: "tengo suficiente acumulado, para muchos años…, me llegó la hora de derrochar y gozar: come bebe y pásalo bien".
Pero se introduce un factor inesperado, que irrumpe en dirección contraria. Dios dice: "esta misma noche te pedirán el alma"… Una vida exitosa aparentemente, pero realmente fracasada: pasarse la vida acumulando para "perderlo todo" y sin sentido, en un momento.
Moraleja: "así es el que amontona para sí mismo y no trabaja para Dios".
Una parábola pues muy adecuada para el capitalismo burgués, tan trabajador y aplicado, o para la "cultura occidental" en un sentido más amplio. Es la civilización que más ha valorado el trabajo, el esfuerzo, el éxito, la creación de riqueza, la previsión y la acumulación. Y no sólo en la tradición histórica sino en el presente más actual: crear más riqueza, crecer más, y más, insaciablemente, concentrar el capital, a pesar de la extensión también de la pobreza en el mundo, es el sueño del capitalismo actual. La única diferencia con el protagonista de la parábola es que para nuestro ser humano actual nunca llega el momento de sentirse satisfecho y de decidirse a descansar…
La pregunta de Jesús vale igualmente para hoy. No es que no sea valioso y necesario el trabajo la creación de bienes. Lo que Jesús denuncia es el hacer consistir la vida en una desenfrenada carrera por conseguir más y más dinero. Es una pregunta muy semejante a aquella otra: ¿de qué sirve ganar el mundo entero si se pierde uno a sí mismo…?

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-11.  Lunes 20 de octubre de 2003

Rom 4, 20-25: Está escrito también por nosotros
Salmo Interleccional: Lc 1, 69-75
Lc 12, 13-21: Lo acumulado, ¿de quién será?

Jesús no acepta la mediación. No quiere hacer de juez entre dos hermanos que sólo tienen de ello el nombre. Ser hermano es, ante todo, compartir lo que se tiene y lo que se es, y uno de los dos quiere quedarse con lo que pertenece a los dos.

No obstante, Jesús no se inhibe y quiere enseñar cuál es el camino para que esto no suceda.

Pocos textos como éste reflejan la inmensa pobreza de un rico, la gran soledad de quien se creía tenerlo todo, la inseguridad de quien piensa que sus posesiones le garantizan no sólo el presente, sino el futuro, el egoísmo de quien podía permitirse el lujo de ser generoso y ayudar con sus bienes a los demás y sólo sueña en acumular para sí y darse la buena vida, aunque los otros no tengan ni para comer.

Jesús se muestra, por su parte, realista. Para él, los bienes no son malos, pues son necesarios para la vida, pero se convierten en perversos cuando se concentran en manos de uno, produciendo como consecuencia que unos carezcan precisamente de aquello que a otros sobra y no sirve de nada.

Este rico es paradigma de todos los ricos. Los bienes que posee –una gran cosecha- no aparecen en la parábola ni siquiera como producidos por él, ni como fruto de su trabajo, pues la parábola comienza con estas palabras: “Las tierras de un hombre rico dieron una gran cosecha”. Las tierras son de Dios y pertenecen a todos; no sólo al rico. Dios quiere que se compartan especialmente -según la legislación del Deuteronomio que el rico debía conocer-, con el pobre, el huérfano, la viuda y el extranjero, esto es, con los seres desvalidos y desamparados de Israel, los “sin papeles” de hoy, los balseros, los emigrantes, los sin pensión, sin trabajo y sin futuro ni presente.

Pero el rico, que se supone del pueblo de Dios, no tiene esta idea. Su problema es cómo almacenar una cosecha tan grande. Acumular, no compartir es su plan. Y acumular, no como hizo José en Egipto, cuando hubo una época de “vacas gordas”, para que cuando hubiese escasez no faltasen alimentos para el pueblo, sino acumular para sí, para darse una buena vida, con la vana ilusión de garantizarse incluso el futuro.

Rico, como era, no pensó que el bien más preciado, la vida, no era de su propiedad. Creado para amar, para vivir en comunidad, para compartir y ser feliz mostrando amor, aquel rico se convierte con su egoísmo en el ser más solitario. Ni siquiera tiene ya con quien hablar, pues la parábola termina con un monólogo en el que su personalidad se desdobla en dos: “Entonces se dijo”...

Y como está solo, como no consulta con nadie, como vive centrado en sí mismo, es Dios mismo quien interviene en la parábola, la única vez que lo hace Dios en una parábola, para decirle: “Insensato, esta misma noche te van a reclamar la vida. Lo que tienes preparado, ¿para quién va a ser?”.

Tenía que haber compartido la cosecha con los demás; lo que Dios había dado para todos, debería haber sido para disfrutarlo todos. Muerto el rico, tal vez la cosecha volvería al pueblo necesitado, que de este modo podría saciar su hambre. Toda una utopía que casi nunca se cumple. Pero, ¡qué actual es este viejo evangelio!...

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-12. ACI DIGITAL 2003

14. El Señor no se entromete en cosas temporales. De acuerdo con esta directiva, la Iglesia prohibe que sus ministros se mezclen en tales asuntos (II Tim. 2, 4 y I Tim. 3, 8). "Con razón rehusa ajustar diferencias mundanas El que había venido a revelar los secretos celestiales" (S. Ambrosio). Véase 20, 25 y nota; Juan 18, 30. En las palabras Quién me ha constituido hay como un recuerdo irónico de lo que ocurrió a Moisés cuando se rechazó su autoridad (Ex. 2, 14; Hech. 7, 27). Véase Hech. 3, 22 y nota. "¡Qué ocasión habría tenido aquí Jesús para intervenir como se lo pedían, si hubiera querido ganar influencia e imponer su reino en este mundo!" (cf. Juan, 6, 15; 18, 36; Mat. 11, 12).

21. Jesús condena el atesorar ambiciosamente (I Tim. 6, 9: "Porque los que quieren ser ricos caen en la tentación y en el lazo (del diablo) y en muchas codicias necias y perniciosas, que precipitan a los hombres en ruina y perdición.); no la ordenada economía, como en 9, 17 (Todos comieron hasta saciarse y de lo que les sobró se retiraron doce canastos de pedazos).


3-13. 2003 

LECTURAS: ROM 4, 19-25; LC 1; LC 12, 13-21

Rom. 4, 19-25. Los Israelitas, liberados de la esclavitud en Egipto, sólo vieron cumplida la promesa hecha por Dios a Abraham cuando tomaron posesión de la tierra prometida. Así, quienes mediante la Muerte de Cristo hemos sido liberados de la esclavitud al pecado, sólo vemos plenamente realizada nuestra salvación, nuestra justificación, cuando participamos de la Glorificación de Cristo resucitado. Entonces llega a su plenitud la promesa de justificación, de salvación para nosotros, pues ésta no se realiza sólo al ser perdonados, sino al ser glorificados junto con Cristo, pues precisamente este es el Plan final que Dios tiene sobre la humanidad. Aceptar en la fe a Jesús haciendo nuestro su Misterio Pascual nos acreditará como Justos ante Dios, el cual nos levantará de la muerte de nuestros pecados y nos hará vivir como criaturas nuevas en su presencia. No perdamos esta oportunidad que hoy nos ofrece el Señor.

Lc. 1, 69-75. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo, pues se ha manifestado hacia nosotros con un amor constante y fiel. Por medio de su Hijo nos ha liberado de la esclavitud de nuestros pecados y de la mano de todos los que nos odian. Haciéndonos hijos suyos ha cumplido las promesas hechas a nuestros antiguos padres. Justificados en Cristo y en Él hechos hijos de Dios sirvamos, alabemos y bendigamos el Nombre de Dios desde ahora y para siempre.

Lc. 12, 13-21. La vida no depende de las riquezas. Llegado el momento de partir de este mundo todos los bienes acumulados se quedan, y los disfrutan quienes no los ganaron con el sudor de su frente. ¿Por qué no disfrutarlos honestamente y compartirlos con los que nada tienen? El Señor nos dice al respecto: Gánense amigos con los bienes de este mundo. Así, cuando tengan que dejarlos, los recibirán en las moradas eternas. El amor que nos lleva a partir nuestro propio pan para alimentar a los hambrientos, a vestir a los desnudos, a procurar una vivienda digna a los que viven en condiciones infrahumanas, son los bienes acumulados que nos hacen ricos a los ojos de Dios. Si vivimos así, en un amor comprometido hacia los demás, al final serán nuestras las palabras del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel, entra a tomar posesión del gozo y de la vida de tu Señor.

En esta Eucaristía el Señor nos hace partícipes de la riqueza más grande que Él posee: La Vida eterna recibida de su Padre Dios. Por eso no vengamos sólo como espectadores a esta Celebración. Tampoco vengamos sólo con la intención de rezar, pidiéndole a Dios infinidad de cosas para llenar con ellas únicamente nuestras manos. Más que con las manos, vengamos con el corazón abierto hacia Dios, para que Él habite en nosotros. Su presencia en nuestro interior, además de hacer realidad nuestra justificación, nos impulsará para que llevemos a los demás la misma Vida que Él nos ha comunicado. Entremos, pues, en comunión de vida con el Señor. Permitamos que su Vida se haga realidad en nosotros. Dejemos que su Espíritu guíe nuestros pasos por el camino del bien.

Llamados a ser portadores de la Vida, que hemos recibido por nuestra comunión con Cristo, hemos de pasar haciendo siempre el bien a todos. Hemos de morir a nosotros mismos para dar vida a los demás. Y nuestra muerte más que física, ha de convertirse en un despego de las cosas temporales para ayudar a los que nada tienen a vivir de un modo más humano. Pero también hemos de morir a nuestros egoísmos, a nuestras miradas miopes que cierran nuestros ojos ante el dolor ajeno. Si en verdad queremos vivir como quien ha sido justificado por Cristo, no podemos destruir a los demás; no podemos despreciarlos ni causarles más dolor, pues quien lo hace, con ello está indicando que aún permanece en la esclavitud y que no ha iniciado, siquiera, su camino hacia su libertad en Cristo.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, que nos conceda tener una verdadera apertura a su Palabra, a su Vida y a su Espíritu, de tal forma que, renovados en Cristo, nos convirtamos, por nuestras buenas obras, en un signo creíble del amor de Dios para todos.

www.homiliacatolica.com  


3-14. DOMINICOS 2003

Nuestro Señor Jesús fue entregado por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación (Pablo)
Lo que hayas acumulado en la tierra, ¿de quién será? (Jesús)

Quienes hemos conocido el misterio de Dios hecho hombre, y hemos aceptado en actitud de fe que Cristo murió por nosotros, reconciliándonos con el Padre, no deberíamos ser víctimas de las tentaciones de autosuficiencia, poder, egoísmo, riqueza.

Nuestra conducta debería responder al ideal del seguimiento de Cristo que pensó más en nosotros que en sí mismo, y que se sacrificó por nuestro bien.

Pero la triste realidad nos despierta cada día con aires perfumados de soberbia, codicia y otros aromas que nada tienen que ver con el amor puro y limpio por el que teóricamente suspiramos desde lo más íntimo del corazón.

No podemos engañarnos: el mundo, nuestro mundo, está colmado de bondades, porque hay gestos de justicia y amor en muchos espíritus que buscan su perfección; pero está salpicado también de liviandades y miserias que ofenden por todas partes a la dignidad humana.

Confiemos en que la Palabra y la Eucaristía reparen nuestras fuerzas, quebrantadas como muchas otras por los latigazos de la deslealtad e ingratitud, y programemos una jornada de vida en que busquemos para nosotros y para cuantos nos rodean la felicidad en la verdad amada.

ORACIÓN:

Tú nos hiciste, Señor, para ti, y somos tuyos. Queramos o no, somos tuyos. Concédenos la gracia de reconocer lo que somos y de vivir complacidos en tus manos, poniendo de nuestra parte el mayor interés en que todas las criaturas sean un canto a tu gloria y vivan hermanadas y felices. Amén.

 

Palabras de fe vida

Carta de san Pablo a los romanos 4, 20-25:

“Hermanos: Ante la promesa de Dios, Abrahán no fue incrédulo sino que se hizo fuerte en la fe, por la gloria de Dios, persuadido de que Dios es poderoso para hacer lo que promete; y esto le fue computado como justificación...

También a nosotros se nos computará como justicia el que creamos en el Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado de entre los muertos, para nuestra justificación”.

Pablo alude en este párrafo a uno de los grandes temas del mensaje bíblico: la adhesión incondicional a Dios por la fe; adhesión que supone plena confianza en Él y dejarse guiar por su Espíritu.

Evangelio según san Lucas 12, 13-21:

“Cierto día..., Jesús dijo a la gente: Mirad; guardaos de toda clase de codicia, pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende sus bienes.

Y les propuso una parábola:

Un hombre rico tenía una gran cosecha; y empezó a hacer cálculos: ¿qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha... Derribaré graneros y construiré otros muy grandes... Y me diré..: túmbate, como, bebe y date buena vida.

Pero Dios le dijo: ”Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.  Así acontecerá al que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”.

Casi toda la Biblia, y todo el Evangelio, se expresan en términos que aluden a la tensión en que vive el ser humano: pecado y gracia, amor y desamor, verdad y mentira, coherencia e incoherencia, egoísmo y generosidad, cautela y despreocupación. En todo ser humano luchan dos fuerzas o inclinaciones contrarias: el bien-virtud, el mal-vicio. Lo primero salva, lo segundo condena.

 

Momento de reflexión

También a mí me salva la fe en Cristo.

La doctrina paulina de la justificación por la fe, no por la ley, no fue privilegio concedido sólo a Abrahán sino que se extiende a cuantos se adhieren al Señor sinceramente.

Yo puedo y quiero ser uno de éstos.

Si reconozco mis pecados, y si me humillo ante mi Padre del cielo y le suplico perdón, teniendo ante mis ojos el rostro de Cristo sufriente y el rostro de Cristo resucitado, al que me adhiero, agradecido, entonces estoy salvado. Si lo rechazo, me condeno.

La fe y entrega a Jesús me devuelve la amistad con Dios y me hace santo, que es como ser amigo de Dios. Todo lo demás me vendrá por añadidura.

Si soy víctima de la codicia, lo pierdo todo.

Hiriente parábola, dicha para despertar a cualquier alma dormida sobre el montón de trigo de sus graneros.

Necesito pan, y debo buscarlo; es mi deber. Pero no debo amontonar el grano para que se pudra, máxime si otros se mueren de hambre. Está bien que ahorre para mi futuro y para el de los míos, pero ¿qué sentido tiene programar sólo mis gozos y placeres del cuerpo, privándome de las alegrías y gozos del espíritu solidario, caritativo, benefactor, justo?

¡Qué desgraciado es el hombre que no siente y vive la felicidad de ayudar a los demás a ser felices!


3-15. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

La tentación de entrada es la de decir “esto no va conmigo, esto es para los que son ricos de verdad, los que tienen los millones bien guardados en el banco...”. Por eso creo yo que esta parábola se conoce como la del “rico necio”, o sea del rico que no sabe que lo es y debería de saberlo.

Aunque sea incómodo debemos ser conscientes de que nosotros pertenecemos a la categoría de los ricos, de los que viven sobrados, en la abundancia: tenemos muchos bienes almacenados para muchos años, no tenemos nada de qué preocuparnos túmbate, come, bebe y date la buena vida.

Pues no nos avergoncemos de eso, Jesús no nos quiere condenar por eso, sencillamente nos quiere avisar de un peligro: Cuidado: guardaos de toda codicia, que aunque uno ande sobrado, la vida no depende de los bienes.

¡Eso es! La vida y la muerte no dependen de los bienes que tengamos: el problema no es tener los bienes sino cómo los repartimos. El problema es amontonar riquezas para sí y no para Dios.

Carlo Gallucci (ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3-16. La esperanza de la vida

El Señor explica una parábola en el Evangelio de Lucas 12, 13-21 sobre un hombre rico que obtuvo una gran cosecha, hasta el punto que no cabía en sus graneros. Su horizonte se reducía a administrar la abundancia, en comer y beber. Se olvidó de la inseguridad aquí en la tierra y su brevedad. Dios se presentó de improviso en la vida de este rico labrador y lo llamó a cuentas. La necedad de este hombre consistió en haber puesto su esperanza, su fin último y la garantía de su seguridad en algo tan frágil y pasajero como los bienes de esta tierra, por abundantes que sean. El amor desordenado ciega la esperanza en Dios, que se ve entonces como algo lejano y falto de interés. La legítima aspiración de tener lo suficiente para la vida y la familia, no deben confundirse con el afán de tener más a toda costa. Nuestro corazón ha de estar en el Cielo, y la vida es un camino que hemos de recorrer.

La Sagrada Escritura nos amonesta con frecuencia a tener nuestro corazón en Dios (1 Pedro 1, 13). San Pablo afirma que la avaricia está en la raíz de los males (1 Timoteo 6, 17). El desorden en el uso de los bienes materiales puede provenir de la intención, cuando se desean las riquezas como si fueran bienes absolutos; de los medios que se emplean para adquirirlas, con posibles daños a terceros, a la propia salud, a la atención que requiere la familia. También el desorden se manifiesta en la manera de usar de ellas: solamente en provecho propio, con tacañería, sin dar limosna. El amor desordenado a los bienes materiales es un fuerte obstáculo para seguir al Señor. El desprendimiento y el recto uso de lo que se posee, es un medio para disponer el alma a los bienes divinos. Si estamos cerca de Cristo, poco nos bastará para andar por la vida con la alegría de los hijos de Dios. Lejos de Él, nada bastará para llenar un corazón siempre insatisfecho.

Cristo nos enseña continuamente que el objeto de la esperanza cristiana no son los bienes terrenos. Cristo mismo es nuestra única esperanza. (1Timoteo 1, 1). Nada más puede llenar nuestro corazón, y junto a Él encontraremos todos los bienes prometidos, que no tienen fin. Los mismos medios materiales pueden ser objeto de la virtud de la esperanza en la medida que sirvan para alcanzar el fin humano y sobrenatural del hombre: No los convirtamos en fines. Nuestra Señora, esperanza nuestra con ayudará a poner el corazón en los bienes que perduran, ¡en Cristo!

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-17.

servicio bíblico latinoamericano 2004

Ef 2, 12-22 Él es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa
Salmo responsorial: 84, 9ab-10. 11-12. 13-14 Dios anuncia la paz a su pueblo
Lc 12, 35-38: Estén también ustedes preparados.

La venida de Jesús, la visita del amo a la comunidad cristiana, una comunidad de siervos-servidores voluntarios –pues no se puede ser cristiano sin convertirse en servidor de los demás- se efectúa en dos momentos: uno, en la eucaristía, en la que Jesús se hace presente en medio de la comunidad por la palabra y por la fracción del pan; el otro, en la persecución y en la muerte de cada uno. Para estos dos encuentros, el cristiano tiene que estar alerta, en vela. Y para ello hay una actitud fundamental y básica: ejercer de servidor, pues la esencia del cristianismo es el servicio incondicional al prójimo hasta la muerte, siendo conscientes de que somos meros administradores, no propietarios, de aquello que llamamos “nuestro”; y, como administradores, debemos servir sin abusos ni egoísmos; cuanto más elevados estemos en el escalafón social, más exigente será el servicio que debamos prestar. Sólo así estaremos preparados para la vuelta del amo de la boda, imagen del reino definitivo, que se anticipa cada vez que celebramos la eucaristía, expresión del servicio de Jesús hasta la muerte, nuestro único modelo, que en la cena –como culmen de una actitud constante durante su vida- se puso el delantal y lavó los pies a sus discípulos, acción propia y exclusiva de los siervos, que él hace propia, invitando a los suyos a hacer otro tanto.

El texto del evangelio representa la negación de toda jerarquía. El siervo no debe convertirse en déspota, sino ejercer de servidor. Y el Señor tiene que hacerse siervo, para que no haya siervos y señores, sino servidores, todos unos de otros. Una humanidad organizada sobre esta base daría lugar a un mundo nuevo, al mundo anhelado por los pobres-oprimidos de la tierra y tan temido por los señores.


3-18. La esperanza de la vida

Lunes de la Vigésima Novena Semana del Tiempo Ordinario 2004

I. El Señor explica una parábola en el Evangelio de la Misa (Lucas 12, 13-21) sobre un hombre rico que obtuvo una gran cosecha, hasta el punto que no cabía en sus graneros. Su horizonte se reducía a administrar la abundancia, en comer y beber. Se olvidó de la inseguridad aquí en la tierra y su brevedad. Dios se presentó de improviso en la vida de este rico labrador y lo llamó a cuentas. La necedad de este hombre consistió en haber puesto su esperanza, su fin último y la garantía de su seguridad en algo tan frágil y pasajero como los bienes de esta tierra, por abundantes que sean. El amor desordenado ciega la esperanza en Dios, que se ve entonces como algo lejano y falto de interés. La legítima aspiración de tener lo suficiente para la vida y la familia, no deben confundirse con el afán de tener más a toda costa. Nuestro corazón ha de estar en el Cielo, y la vida es un camino que hemos de recorrer.

II. La Sagrada Escritura nos amonesta con frecuencia a tener nuestro corazón en Dios (1 Pedro 1, 13). San Pablo afirma que la avaricia está en la raíz de los males (1 Timoteo 6, 17). El desorden en el uso de los bienes materiales puede provenir de la intención, cuando se desean las riquezas como si fueran bienes absolutos; de los medios que se emplean para adquirirlas, con posibles daños a terceros, a la propia salud, a la atención que requiere la familia. También el desorden se manifiesta en la manera de usar de ellas: solamente en provecho propio, con tacañería, sin dar limosna. El amor desordenado a los bienes materiales es un fuerte obstáculo para seguir al Señor. El desprendimiento y el recto uso de lo que se posee, es un medio para disponer el alma a los bienes divinos. Si estamos cerca de Cristo, poco nos bastará para andar por la vida con la alegría de los hijos de Dios. Lejos de Él, nada bastará para llenar un corazón siempre insatisfecho.

III. Cristo nos enseña continuamente que el objeto de la esperanza cristiana no son los bienes terrenos. Cristo mismo es nuestra única esperanza. (1Timoteo 1, 1). Nada más puede llenar nuestro corazón, y junto a Él encontraremos todos los bienes prometidos, que no tienen fin. Los mismos medios materiales pueden ser objeto de la virtud de la esperanza en la medida que sirvan para alcanzar el fin humano y sobrenatural del hombre: No los convirtamos en fines. Nuestra Señora, esperanza nuestra con ayudará a poner el corazón en los bienes que perduran, ¡en Cristo!

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-19. 29ª Semana. Lunes 2004

Uno de entre la multitud le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Pero él le respondió: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y añadió: «Estad alerta y guardaos de toda avaricia, porque si alguien tiene abundancia de bienes, su vida no depende de aquello que posee». Y les propuso una parábola diciendo: «Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto, y pensaba para sus adentros: "¿qué haré, pues no tengo donde guardar mi cosecha?". Y dijo: "Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces diré a mi alma: alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásatelo bien". Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche te reclamarán el alma; lo que has preparado, ¿para quién será?". Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios». (Lc 12, 13-21)


I. Jesús, aunque no quieres dar normas concretas para resolver cada problema económico y social -¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?- sí quieres dar unas normas generales que guíen la moralidad de nuestras acciones. Lo mismo sigue haciendo la Iglesia cuando propone sus directrices sobre doctrina social. No son soluciones concretas o recetas para cada caso, sino puntos de referencia morales que pueden seguirse de diversas maneras.
Corresponde a la sociedad -y no a la Iglesia- decidir cómo aplicar esas guías morales en cada caso.

En concreto, Jesús, hoy me hablas de uno de los pecados capitales: la avaricia, que va contra el décimo mandamiento. El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales [110].

Tu consejo es claro: guardaos de toda avaricia. El avaro nunca se contenta con lo que tiene, porque, en el fondo, su único fin está en la posesión de riqueza material. Y como es un fin que no llena, el avaro pierde absurdamente su vida en una continua búsqueda por acaparar dinero y poder.

Jesús, yo también he de luchar contra la avaricia. ¿Sé dejar a otros lo mío cuando lo necesitan? ¿Me creo necesidades por lujo, capricho, vanidad, comodidad, etc? ¿Dónde tengo puesto el corazón? O lucho por despegarlo de las cosas materiales, o acabaré siendo avaricioso.

II. Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra está como sujeto por una cadena, o por un «hilillo sutil», que le impide volar a Dios [111].

Jesús, el hombre de la parábola se trazó el siguiente plan de vida: Descansa, como, bebe, pásatelo bien. No parece que haya nada incorrecto en ninguno de estos objetivos personales. Sin embargo, Tú le llamas insensato. No es que sea malo descansar, o comer, o pasárselo bien. El problema es que eso era lo único en lo que aquel hombre pensaba y, por tanto, su vida estaba vacía espiritualmente: no era rico ante Dios.

Jesús, me has enseñado muchas veces que no se puede servir a dos señores: a Dios y a las riquezas [112]. No es que la riqueza sea mala. Se puede hacer mucho bien o mucho mal con los bienes de la tierra. Depende de dónde se ponga el corazón: si lo pongo en servir a Dios -en ser rico ante Dios-, o si lo pongo en los bienes materiales. Por eso, la medida de la riqueza espiritual no la da el tener más o menos dinero, sino el tener más o menos amor a Dios y a los demás.

Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra está como sujeto por una cadena. Jesús, para amarte de verdad, necesito tener el corazón libre, despegado, capaz de volar. Si mi cabeza y mi corazón no van más allá de las preocupaciones materiales, -de lo que tengo, de lo que puedo gastar, de las vacaciones-, estoy como encarcelado espiritualmente. Ayúdame, Jesús, a guardarme de toda avaricia, y a tener libre el corazón para ser más generoso con los demás y con Dios.

[110] Catecismo, 2536.
[111] Forja, 486.
[112] Mt 6,24.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA