SÁBADO DE LA SEMANA 24ª DEL TIEMPO ORDINARIO
1.- 1Tm 6, 13-16
1-1.
-Hijo muy querido, en presencia de Dios que da vida a todas las cosas...
¡Es un Dios vivo aquel frente al cual estoy!
¡Qué emoción, que profunda paz y alegría exultante nos embargaría y cuál sería nuestra respuesta de amor... si pensáramos que, efectivamente, vivimos en «presencia de Dios que nos da la vida»!
-Y en presencia de Cristo Jesús que ante Poncio Pilato rindió tan solemne testimonio...
¡Admirable perspectiva! Nuestra modesta profesión de fe tiene como ejemplo la que Jesús mismo profirió ante Pilato: Contemplo ese «hermoso testimonio» de Jesús de pie, delante de los que le juzgan: «Mi realeza no es de este mundo... Sin embargo sí soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad... Todo el que es de la verdad, escucha mi voz...» (Jn 18, 36.)
Toda búsqueda de la verdad, toda recta búsqueda doctrinal o moral, es una búsqueda de Jesús. Cada vez que cumplo mi deber con rectitud de vida, cada vez que afirmo mis convicciones, me asemejo a Jesús y estoy «ante Jesús». El me mira y ve que soy, a mi vez, un testigo de la verdad.
-Mira lo que te ordeno: conserva el mandato del Señor, permanece irreprochable y recto hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Ya conocemos el mandato del Señor: «Amarás». Toda la vida cristiana, y podría decirse, toda la vida humana, está aquí.
«Quien ama, conoce a Dios.» «Dios es amor.» Una jornada resulta llena si está llena de amor. Una jornada resulta vacía si no ha habido amor en ella. A pesar de todas las bellas palabras, una vida «sin amor» es una vida sin Dios.
Amar es manifestar a Dios, porque Dios es amor.
No amar es negar a Dios, incluso si la boca habla de El.
San Pablo invita a Timoteo a vivir en el amor, en el «mandato de Jesús» mientras espera la plena manifestación de Cristo, ¡cuando el amor será por fin manifiesto y perfecto!
-Manifestación que, a su debido tiempo, hará ostensible el bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores...
Este es otro himno litúrgico que estalla como un grito de alegría. Constantemente el alma de san Pablo exulta y arde cuando piensa en Dios, lo que se convierte en una exclamación, un cántico, una «doxología», ¡una alabanza de gloria!
En el mundo del tiempo de san Pablo, a los emperadores, a los reyes, se les divinizaba y ellos, por su parte, aceptaban esos títulos superlativos: «¡rey de reyes!» Oponiéndose valientemente a esos títulos paganos, Pablo nos enseña a poner nuestra absoluta confianza sólo en Dios: ningún poder humano, ninguna ideología merece nuestra sumisión incondicional. Sólo Dios es Dios.
-El único que posee lnmortalidad...
El que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver. A El el honor y el poder por siempre. Amén.
¡Tan evidente es que los reyes como los demás hombres son mortales! ¡Tan claro es que las civilizaciones son mortales! El único porvenir absoluto es Dios. La inmortalidad de Dios, la inaccesibilidad de Dios, la eternidad de Dios... ofrecidas en Cristo al hombre. ¿Nos damos perfecta cuenta de que en esto consiste nuestra Fe? Gracias, Señor. A Ti honor y poder eternos. Amén.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 294 s.
2-1.
La oposición entre los corintios y Pablo, venía, en gran parte, de dos esquemas mentales diferentes, de dos concepciones del hombre:
--Los griegos y los occidentales en general tienen una concepción dualista, que separa el cuerpo del alma, hasta llegar a dar a ésta una cierta autonomía.
--Los judíos, por el contrario tienen una concepción unitaria del hombre: cuerpo y alma juntos constituyen la "persona".
Dios salva a todo el hombre.
Pablo inicia la controversia: «¿Cómo resucitarán los muertos?» No se trata tanto del "hecho" de la resurrección, como de la manera, el como. Para contestar a sus objetores
Pablo usará tres tipos de argumentos:
1º Comparación con la «semilla».
-¡Insensato! Lo que siembras no revive sin morir primero. No siembras la planta, sino un simple grano.
En efecto, el universo visible, si sabemos «mirarlo», nos ofrece cada día un «signo» del poder divino, y un anuncio de la resurrección: millones de granos vivos se pudren en la tierra y parecen morir en el frío húmedo del invierno... pero la primavera y el verano se preparan en ellos. Jesús utilizo esa imagen del «grano que muere» para expresar el conocimiento que El tenía de su muerte y de su supervivencia. Decía también «ved que ya salen los brotes, la primavera y el verano están viniendo». Sí, ¡lo creo!, ¡lo espero! ¡Ven!
2º Reflexión sobre la «calidad» del cuerpo resucitado.
-Se siembra un ser perecedero... Lo que crece es imperecedero. Se siembra un ser despreciable... Lo que crece es vigoroso. Se siembra un cuerpo humano... y crece un cuerpo espiritual.
La comparación de la simiente prosigue: lo que crece es diferente de lo sembrado. No crece otro grano de trigo sino un tallo verde... No una bellota sino un roble.
Comparación muy simple, pero elocuente.
Todas nuestras objeciones vienen en el fondo de allí: no llegamos a imaginar lo que es un cuerpo resucitado. Pues bien, renunciemos, como san Pablo a representaciones extravagantes: contemplemos la naturaleza; tratemos de contemplar en ella el poder maravilloso de Dios, y ¡confiemos en El!
Resucitados seremos "otros" y mejores que hoy. Lo feo será hermoso; lo débil, fuerte; el «pecado» en nosotros será por fin (!) santificado, como deseamos. Pero, de hecho, ¿deseamos todo esto? ¿Nos basta quizá la vida terrestre? ¿Somos hombres de deseo? ¿Cuál es nuestra ambición? ¿Vamos trabajando para esta resurrección que viene? ¿en nosotros y a nuestro alrededor?
3º Argumento de tipo filosófico sobre el «principio vital» del hombre.
-Hecho de barro, Adán, el primer hombre, viene de la tierra, tiene un cuerpo humano.
El segundo hombre, Cristo, venido del cielo, tiene un cuerpo espiritual. («Psíquico» en griego... psyjé significa «alma»). («Neumático» en griego... neuma significa «espíritu»), son unos matices casi intraducibles.
Decimos que Adán recibió un principio de animación que es simplemente «humano» un «espíritu» en minúscula.
Mientras que Cristo posee un principio de animación que es «divino», un «Espíritu» en mayúscula... y san Pablo, siguiendo a Jesús, dice que este «Hombre viene del cielo» y no de la tierra.
La resurrección no es debida al hombre, no es exigida por la naturaleza humana. Naturalmente el hombre es mortal. Pero ha recibido el Espíritu, que lo hace participar de lo "divino".
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 294 s.
3-1.
VER DOMINGO 15A
3-2.
-Salió el sembrador a sembrar. Una parte del grano cayó:
- en la vereda, lo pisaron y los pájaros se lo comieron...
- en la roca y al brotar se secó por falta de humedad...
- entre zarzas y éstas, brotando al mismo tiempo lo ahogaron...
Una siembra lamentable, laboriosa.
Todos los mesianismos judíos esperaban una manifestación brillante y rápida de Dios.
Jesús parece querer rebajar su entusiasmo: el "Reino de Dios" está sujeto a los fracasos... va progresando penosamente en medio de un montón de dificultades... ¡Mucha paciencia es necesaria! Como Jesús, ¿me atrevo yo a mirar de cara las dificultades de mi vida personal... de mi medio familiar o profesional... de la vida de la Iglesia?...
-Otra parte cayó en tierra buena, brotó y dio el ciento por uno.
Mateo y Marcos hablaban de rendimientos diferenciados según la calidad de la tierra: treinta por uno... sesenta por uno... ciento por uno...
Lucas se contenta con un sólo rendimiento: ¡el más elevado! ¡Cada grano de trigo produce otros cien! Un buen ejemplo, una vez más, de la adaptación del evangelio: La preocupación de Lucas no ha sido solamente reproducir, palabra por palabra, los menores detalles de sus predecesores. El evangelio es viviente. Quedando a salvo lo esencial del mensaje, cada predicador le da una vida nueva. Lucas se beneficiaba de una más larga experiencia de la vida de la Iglesia y podía ya poner el acento sobre tal o cual punto, según las necesidades de la comunidad a la que se dirigía.
Aquí, por ejemplo, en el crecimiento del Reino de Dios pasa del "nada" al "todo"... del fracaso total de la semilla, a su éxito total. Porque, a diferencia de Mateo y de Marcos, quiere insistir solamente sobre la perseverancia en el fracaso.
-Quien tenga oídos para oír, ¡que oiga! Jesús invita a estar atentos.
Lo sabemos muy bien: se puede soslayar... no oírle.
Señor, agudiza nuestras facultades de atención, de recogimiento, para poder oír.
-A vosotros, os ha sido dado el poder comprender los misterios del reino de Dios. A los demás, en cambio, se les habla en parábolas, así, viendo no ven y oyendo no entienden. Dios no es injusto; sino que respeta la libertad.
"La propuesta" divina no es tan evidente que llegue a forzar nuestro asentimiento. Es uno de los Pensamientos de ·Pascal-B: "Hay claridad suficiente para alumbrar a los elegidos, y bastante oscuridad para humillarlos. Hay suficiente oscuridad para cegar a los réprobos, y bastante claridad para condenarlos y hacerlos inexcusables." (443) "Si hay un Dios, es infinitamente incomprensible... Somos pues incapaces de conocer quién es El, ni si El es".
"¿Quién censurará a los cristianos no poder dar razón de su creencia, ellos que profesan una religión de la que no pueden dar razón? Si la dieran, no serían consecuentes; y es siendo faltados de prueba que no son faltados de sentido" (343).
¡El mismo Jesús no ha querido convencer "a la fuerza"!
-Lo que cae en buena tierra, son los que, después de haber oído la Palabra, la conservan con corazón bueno y recto, y dan fruto con su perseverancia.
¡Perseverancia! ¡Uno de los más hermosos valores del hombre! ¡Ah, no! El Reino de Dios no es un "destello" estrepitoso y súbito: viene a través de la humilde banalidad de cada día, en el aguante tenaz de las pruebas y de los fracasos. Para mejor descubrir a Dios, para entrar en sus misterios, es necesario, cada día, con perseverancia, tratar de llevar a la práctica lo que ya se ha descubierto de El: ésta es condición para entrar y adelantar en su intimidad.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 186 s.
3-3.
1. (Año I) 1 Timoteo 6,13-16
a) Concluimos hoy la lectura de esta carta de Pablo a Timoteo con una "doxología", alabanza final, y un marcado tono escatológico, de mirada hacia la venida última del Señor.
Con solemnidad, apelando a la presencia de Dios Creador y de Jesús, le pide Pablo a Timoteo que "guarde el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida del Señor".
También el salmo nos invita a esta mirada de profunda adoración y alabanza del Señor: "aclama al Señor, tierra entera... entrad por sus puertas con acción de gracias".
b) Empezar no es difícil. Ser fieles durante un cierto tiempo, tampoco. Lo costoso es perseverar en el camino hasta el final.
La solemne invitación va hoy para nosotros: convencidos de la cercanía de ese Dios que nos ha dado la vida y de ese Cristo que nos la comunica continuamente -de un modo particular en la Eucaristía- debemos esforzarnos por responder con nuestra fidelidad "hasta la venida del Señor".
Sea cual sea ese "mandamiento" que Timoteo tiene que guardar (¿la sana doctrina? ¿la "verdad" de la que dio testimonio Jesús ante Pilato: Jn 18,36? ¿la gracia que ha recibido? ¿el mandamiento concreto del amor?), todos somos conscientes de que nuestra fe cristiana es un tesoro que tenemos que conservar y hacer fructificar. Y que, además, lo llevamos en frágiles vasijas de barro. Haremos muy bien en no fiarnos demasiado, para esa perseverancia, de nuestras propias fuerzas en medio de un mundo que, como en tiempo de Pablo, tampoco ahora nos ayuda mucho en nuestra fidelidad a Cristo.
Nos ayudará el tener nuestros ojos fijos en ese Cristo del que Pablo gozosamente afirma que es "bienaventurado y único soberano, rey de los reyes y señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad...". En ese Cristo creemos. A ese Cristo seguimos. Y esperamos que, con su gracia, logremos serle fieles hasta el final y compartir luego para siempre su alegría y su gloria.
1. (Año II) 1 Corintios 15,35-37.42-49
a) "¿Y cómo resucitan los muertos?". Para responder a la objeción de los Corintios sobre la resurrección de los muertos, Pablo se ha basado sobre todo en la íntima conexión entre la de Cristo y la nuestra. Es lo que escuchamos en los dos días anteriores. Ahora quiere ayudar a entender de alguna manera el "cómo" de este hecho.
Para él es evidente que el modo de existir de nuestro cuerpo resucitado no será como el anterior. Pensar en esto le parece "tonto". Y recurre a una comparación muy gráfica: la semilla que se siembra en la tierra luego se convertirá en una espiga de trigo o una planta, distintas, evidentemente, de lo que era la semilla, pero que brotan de una misma realidad. Así el cuerpo humano: "se siembra corruptible (cuando muera y es enterrado), pero resucita incorruptible". Hay de por medio una transformación: era miserable y ahora glorioso, era débil y ahora fuerte. Antes se podía llamar "cuerpo animal" y ahora, "cuerpo espiritual". Es lo que ha pasado entre el primer Adán y el segundo y definitivo. El primero era terreno, hecho de tierra. El segundo, celestial, un espíritu que da vida. Nosotros pasaremos de ser "imagen del hombre terreno", del primer Adán, a ser "imagen del hombre celestial", Cristo Jesús.
b) Es un buen modelo de una catequesis que, sin pretender resolver el misterio, lo quiere acercar a una relativa y gozosa comprensión.
Dios nos tiene destinados a la vida, como al mismo Cristo. Ya el salmo lo decía: "libraste mi alma de la muerte, mis pies, de la caída, para que camine en presencia de Dios a la luz de la vida". No sabemos "cómo". Eso lo dejamos en sus manos. Pero nos ayuda a entender algo del misterio la comparación de la semilla y la planta, del primer Adán y del segundo. En nuestra resurrección seremos los mismos, pero transformados. Como Jesús, que en su Pascua no volvió a la existencia de antes, sino a una nueva y definitiva vida, en la que está. Como el niño que nace pasa del ambiente del seno materno a una vida fuera de este seno: es el mismo, pero ha llegado a la existencia para la que estaba destinado. Así nosotros, al morir, al atravesar como Cristo la puerta de la Pascua, pasaremos a una existencia nueva, transformada, definitiva, para la que estamos destinados. La semilla habrá muerto, pero era para dar origen a la espiga o a la planta nueva, porque "lo que tú siembras no recibe vida si antes no muere".
El prefacio de la misa de difuntos expresa esta convicción con otras comparaciones: "la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo".
2. Lucas 8,4-15
a) La parábola del sembrador la explica luego el mismo Jesús: la homilía la hace, por tanto, él.
Lo que parecía empezar como una llamada de atención sobre la fuerza intrínseca que tiene la Palabra de Dios -una semilla que al final, y a pesar de las dificultades, "dio fruto al ciento por uno"-, se convierte en un repaso de las diversas reacciones que se pueden dar en las personas respecto a la palabra que oyen. Las situaciones son las de la semilla que cae en el camino o en terreno pedregoso o entre zarzas o en tierra buena, con suerte distinta en cada caso.
Jesús es consciente de que sus parábolas pueden ser entendidas o no, según el ánimo de sus oyentes. Estas parábolas tienen siempre la suficiente claridad para que el que quiera las entienda y se dé por aludido. O para que no se sienta interpelado: "a vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan". Depende de si están o no dispuestos a dejarse adoctrinar en los caminos de Dios, que son distintos de los nuestros. Siempre será verdad lo de que "el que tenga oídos para oír, que oiga".
b) La Palabra de Dios es poderosa, tiene fuerza interior. Pero su fruto depende también de nosotros, porque Dios respeta nuestra libertad, no actúa violentando voluntades y quemando etapas.
¿Dónde estoy retratado yo? Cuando, por ejemplo en la Eucaristía, escucho la palabra, o sea, cuando el Sembrador, Cristo, siembra su palabra en mi campo, ¿puedo decir que cae en buen terreno, que me dejo interpelar por ella? ¿o "viene el diablo" o "los afanes y riquezas y placeres de la vida" y la ahogan, y así no llega nunca a madurar, porque no tiene raíces? ¿Qué tanto por ciento de fruto produce en nosotros la Palabra que escucho: el ciento por uno?
Acoger la Palabra "con un corazón noble y generoso" y perseverar luego en su meditación y en su obediencia: ésa es la actitud que Jesús espera de nosotros, y que es la que nos conducirá a una maduración progresiva de nuestra vida cristiana y a la construcción de un edificio espiritual que resistirá a los embates que vengan.
"Guarda el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida de Nuestro Señor Jesús" (1ª lectura I)
"Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial" (1ª lectura II)
"La tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la Palabra, la guardan y dan fruto perseverando" (evangelio)
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997.
Págs. 87-90
3-4.
1 Cor 15, 35-37.42-49: La resurrección, una transformación definitiva
Lc 8, 4-15: Sembrar en muchos terrenos
Muchas veces nos preguntamos por qué la Palabra de Dios no ha prendido lo suficiente entre nosotros. Nos preocupamos por anunciar el mensaje, por hacer homilías y cursos, por comprar algunos libros que nos ayuden a profundizar. Pero nada. Podemos seguir ignorando la Palabra y, muchas veces, la cambiamos por cualquier otra cosa. Esto puede tener varias causas que se pueden comprender por medio de la parábola.
La semilla es buena, pero el terreno no está suficientemente preparado. Muchas veces tenemos sincero interés en lo que Dios nos comunica en la Biblia y en la vida. Pero, las preocupaciones nos cubren como una maraña insalvable. Y que son estas preocupaciones sino afanes, muchas veces desmedidos, por alguna de las cosas que la sociedad nos ha impuesto como ideal de vida.
Por esto, la recepción de la Palabra no ocurre de cualquier modo. Hace falta un ejercicio de limpieza interior, de desbloqueo mental. Mientras permanezcamos atrapados por interminables preocupaciones nunca podremos ocuparnos de la Palabra. Es necesario crear un espacio vital donde la buena semilla del evangelio germine.
También ocurre que la semilla es buena, pero el terreno carece de profundidad. En otras ocasiones somos presa de un entusiasmo inicial que no tiene continuidad. Recibimos con gozo la semilla, pero somos incapaces de seguirla cultivando para que desarrolle toda su potencialidad. Esto es fruto de la superficialidad. Somos superficiales en nuestra formación cristiana y nos contentamos con lo poco que aprendimos en la catequesis. Maduramos nuestros conocimientos profesionales, técnicos, pero no profundizamos en el conocimiento de la Palabra de Dios en la Biblia y en la vida.
La parábola de hoy nos lanza un profundo cuestionamiento que debe ser madurado. Si no somos capaces de dar respuesta a esta interpelación, es muy probable que no tengamos preparado el terreno para que crezca la Buena Semilla en nuestra vida.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
3-5.
COMENTARIO 1
LAS CUATRO POSIBLES ACTITUDES DEL OYENTE
La parábola (a) va dirigida a la multitud: es una invitación a preparar el
terreno donde se siembra la semilla. Todo depende de la clase de terreno, es
decir, de la disposición de los oyentes. Por eso termina con una máxima: «
¡Quien tenga oídos para oír, que escuche! » (8,8b).
Hay tres clases de terreno donde la semilla se pierde. Sólo si cae en tierra
fértil (8,8a), la nueva tierra prometida, llegará a dar fruto. Los cuatro
terrenos se hallan en un mismo lugar, donde hay un camino, rocas, márgenes
húmedos repletos de zarzas, la tierra fértil. El sembrador siembra a voleo, sin
preocuparse de si una parte de la semilla se pierde.
La máxima, colocada al final, nos descubre ya hacia dónde irá la explicación de
la parábola. ¡No depende de cómo se siembre, sino de cómo se escuche el mensaje!
De manera casi imperceptible hemos pasado de una cultura donde predominaba el
escuchar a otra donde -según se piensa- predomina la letra impresa o
visualizada. Afortunadamente, mientras no se demuestre lo contrario, el hombre
continuará teniendo oídos. Y eso explica que las cosas leídas, donde sólo
interviene la vista, no hacen el mismo efecto que las proclamadas, donde
interviene la voz, el clima del auditorio, los tonos de voz de quien está
hablando, el calor vital que lo acompaña, el testimonio de la persona. La fe
viene por el oído, por la transmisión de la palabra que transporta unida a ella
vivencias de la persona que la proclama. Tendríamos que revisar seriamente la
praxis de dar a leer libros como un médico que se limita a recetar medicamentos.
¡Es todo tan impersonal...!
LA REFLEXION DE LA COMUNIDAD
La explicación de la parábola (b) responde a una pregunta formulada por los
discípulos. Todo lo que vendrá después irá dirigido exclusivamente a los
discípulos. La adhesión a Jesús se ha traducido en ellos en una fuente de
experiencias: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reinado de
Dios» (8, 10a). La expresión «se os ha concedido», apunta a Jesús como agente de
los conocimientos ya adquiridos por los discípulos. Lucas reduce al mínimo la
cita de Is 6,9-10, reservando la cita in extenso para el final del libro de los
Hechos (Hch 28,26-27), cuando Pablo tomará conciencia de la obstrucción
sistemática de Israel al mensaje. Los discípulos, el nuevo Israel, han sido
iniciados en los secretos del reinado de Dios. Poseen la clave para interpretar
la enseñanza y la actividad de Jesús. El tema dominante es la manera de escuchar
el mensaje (vv. 10. 12.13.14.15) y de hacerlo fructificar (v. 15).
Los del «camino» (8,12) son los que escuchan, pero no asimilan nada, porque
están imbuidos de otras ideologías contrarias al designio de Dios. «El diablo»
personifica la ideología del poder en todas sus facetas y concreciones.
«Los del pedregal» (8,13) son los que aceptan el mensaje con alegría, pero que
no asumen a fondo ningún compromiso. Solamente han asimilado del mensaje aquello
que se avenía con su ideología y expectaciones. Cuando llega la prueba, en
tiempos difíciles, desertan.
La parte que cayó «entre las zarzas» (8,14) son los oyentes que no han hecho la
ruptura. Siguen aferrados a las riquezas, a los placeres de la vida, a las
exigencias de la sociedad de consumo, atenazados por las preocupaciones de la
vida.
«La parte de la tierra fértil» son los oyentes que, «al escuchar el mensaje, lo
van guardando en un corazón noble y bueno» (8,15). El fruto del reino no es
instantáneo, sino que requiere constancia. Ni se trata de un fruto estacional,
sino que «van dando fruto con su firmeza». Es toda una vida al servicio de los
demás. Todos tenemos una parcela de 'tierra fértil/buena'.
COMENTARIO 2
La existencia cristiana, desde su comienzo, tiene adversarios que acechan a
todos los que quieren asumirla. Algunos ya desde ese momento inicial se dejan
arrebatar la Palabra sembrada en ellos y destinada a fructificar en su corazón y
en el de todos los hombres.
Pero las amenazas no se reducen a este momento inicial sino que acompañan al
creyente a lo largo de toda su existencia. Cada uno de ellos debe enfrentarse
durante toda su vida a "pruebas", amenazas desde el exterior que llevan a
considerar una pérdida el seguimiento de Jesús. Este aparece, en ciertos
momentos, como amenaza para la estructura social existente que, por un
sentimiento de autodefensa, puede asumir formas agresivas persiguiendo a los
portadores del mensaje.
Un peligro mayor que impide la producción de los frutos reside en la adopción
por parte de los cristianos de un estilo de vida en contradicción con la
propuesta aceptada. La actitud de desconfianza frente a Dios y la primacía de la
búsqueda de posesión y del placer están presentes en el entorno en que el
cristiano debe realizar su existencia.
Este entorno no es totalmente exterior a la existencia del creyente. El contagio
de estos valores predominantes en la sociedad es una posibilidad real que
amenaza nuestra existencia, que puede impedir la obtención de la finalidad
propuesta y llenar de frustración nuestra existencia.
Sólo una audición y recepción de "un corazón noble y generoso" junto a una
fidelidad constante y sin límites en la duración puede asegurar la llegada a la
meta de la existencia.
1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
3-6. Sábado 20 de septiembre de 2003
1 Tim 6, 13-16: Conservar el testimonio
Salmo responsorial: 99, 2-5
Lc 8, 4-15: Parábola del sembrador
Esta parábola nos habla de la suerte que pueden correr los que escuchan la
Palabra de Dios, es decir, los que están oyendo el mensaje que Jesús está
proclamando por aldeas y pueblos.
Lo que nos presenta la parábola, el arrojar indiscriminadamente las semillas por
todas partes, de manera que algunas caigan sobre un camino o entre piedras o
entre abrojos, corresponde al método en el que el labrador esparce la semilla
sobre todo el campo, sobre los caminos, las plantas, las piedras y todo lo
demás. Después ara el campo, enterrando las semillas en el suelo y en el proceso
también entierra las malas hierbas, destruye el camino y entierra las piedras
que estaban en la superficie. Esta forma de sembrar es la que presupone la
parábola de Jesús.
Jesús habla a la gente de esta manera porque las parábolas, como las alegorías,
las fábulas, las leyendas y los proverbios, hacen parte de la forma de hablar de
la gente sencilla, son características comunes de nuestra vida diaria, además
reflejan fielmente las condiciones de vida de la gente. Jesús le habla al pueblo
utilizando su propias palabras, por eso para entender el mensaje de esta
parábola, debemos estar familiarizados con los métodos palestinos de siembra en
tiempos de Jesús.
Los discípulos piden a Jesús que les explique el sentido de la parábola.
Entonces Jesús les dice: “A ustedes les ha sido concedido como regalo conocer lo
secreto del Reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en
parábolas, de forma que mirando, miren y no vean, oyendo, oigan y no entiendan”.
Esta frase hay que entenderla en su sentido fuerte: Jesús hablaba de esta manera
para que no cualquiera captara lo que quería decir. Simplemente buscaba provocar
una inquietud de búsqueda de sentidos más profundos en los que lo oían; pero
también quería hacer una advertencia a sus discípulos: Pónganse más atentos
porque si no entienden esta parábola, no podrán entender ninguna otra. Y les
explica por qué la respuesta que se daba a su enseñanza dependía del lugar
social en el que se estuviera y de los intereses que se defendieran.
El sembrador siembra la Palabra. Hay unos (los sembrados en la tierra dura del
camino) en los que se siembra la palabra y, en cuanto la oyen, viene el Tentador
y arrebata la palabra sembrada en ellos. Hay otros que se parecen a éstos: son
los sembrados en terreno pedregoso; en cuanto oyen la palabra reaccionan con
gran alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, son inconstantes y oportunistas
y en cuanto les llega un conflicto o una persecución por causa de la palabra que
escucharon, sucumben. Otros son diferentes: los sembrados entre las espinas; son
los que oyen la Palabra pero las preocupaciones por el presente, la trampa de
las riquezas, y todos los tipos de codicias que les entran ahogan la palabra y
le impiden dar fruto. Y hay también los sembrados en tierra buena, los que oyen
la palabra y la acogen y dan un fruto sobreabundante.
Siguiendo con la explicación alegórica de la parábola nos podríamos preguntar:
¿qué clase de terreno somos?, mejor dicho, ¿cómo estamos asumiendo en nuestra
vida la Palabra de Dios?, y ¿cuál es nuestro compromiso con el mensaje del Reino
que Jesús nos anunció?
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
3-7. DOMINICOS 2003
“Querido hermano:
En presencia de Dios, que da la vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato, te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.
A él, en tiempo oportuno, se mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita una luz inasequible, que niongún hombre ha visto ni puede ver. A él honor e imperio eterno”
Junto al encarecimiento de la fidelidad a la palabra y al mensaje salvífico está el canto a la grandeza de Cristo, a quien el Padre, Señor, Soberano, Rey, mostrará en trono de eternidad. ¡Bendito sea el Señor Jesús, nuestro Salvador!
“En cierta ocasión, Jesús dijo esta parábola a la gente que se le juntaba al pasar por los pueblos: Salió el sembrador a sembrar su semilla.
Al sembrarla, algo cayó al borde del camino; lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas... lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno...”
Parábola de todos conocida, y por todos valorada como expresión de lo que debe ser nuestra respuesta a la gracia, a la fe, dando frutos de buenas obras. Que nuestro corazón sea tierra fecunda, regada por el Espíritu.
San Pablo ha insistido a Timoteo en el misterio de Dios y en el mensaje salvífico de Cristo. Ahora, en este párrafo del capítulo sexto subraya con energía que toda enseñanza y recomendación pastoral ha de hacerse con la mirada puesta en Jesús.
Si alguien introdujera otro corazón para sentir u otro cerebro para pensar, fuera de Jesús, no sería digno de llamarse cristiano.
Retengamos este cuadro de vida virtuosa:
“Tu, hombre de Dios –dice a Timoteo- , practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que has sido llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos” (6,10-12).
Si asumimos esa vida con heroísmo, estaremos anunciando en todo momento cuán grande ha sido con nosotros la generosidad de nuestro Dios, creador y padre.
El texto de la parábola de la semilla -que cae en campos fértiles, áridos, entre espinas, al borde los caminos- no precisa de comentario. Solo requiere lectura meditativa:
- ¿Soy camino trillado por todo tipo de tentaciones, corazón que pisotea a nobles sentimientos de amor, justicia, paz, solidaridad, oblación por los demás?
- ¿Soy vida complicada y amarga, indiferente, egoísta, que no retiene sentimientos de piedad, compasión, altruismo?
- ¿Soy persona enredada en la maleza y espinas y no logro despegarme de los intereses mezquinos que me encadenan?
- ¿Cuánto tengo en mi alma de tierra fecunda, con hambre de Dios, sed de justicia, espíritu de servicio, de entrega a la misión evangélica a que he sido llamado?
3-8.
LECTURAS: 1TIM 6, 13-16; SAL 99; LC 8, 4-15
1Tim. 6, 13-16. Cumplir fiel e irreprochablemente todo lo mandado. Esto no es
otra cosa sino dar un testimonio de la fe y de la verdad que profesamos en
Cristo Jesús. Él, ante Poncio Pilato al declararse Rey, Rey Mesías y testigo de
la verdad a pesar de llegar a ser considerado un loco soñador, se convirtió para
nosotros en modelo de cómo hemos de dar testimonio de nuestra fe y de la
aceptación de Aquel que es la Verdad. El perseverar en ese testimonio a pesar de
las burlas, persecuciones y peligros, debe brotar en nosotros al saber que en la
venida de nuestro Señor Jesucristo nosotros participaremos de la luz inaccesible
del mismo Dios, no sólo para contemplarlo, sino para gozarnos en Él eternamente.
Por eso, ya desde ahora nuestra vida se ha de convertir en un reconocimiento
constante del honor que merece y de su poder salvador, de tal forma que toda
nuestra vida sea una continua glorificación de su santo Nombre.
Sal. 99. Dios, creador de todo, se ha dignado escogernos
como pueblo y rebaño suyo. Él no se ha quedado en promesas, sino que las ha
cumplido manifestándonos así que su misericordia es eterna y que su fidelidad
nunca se acaba. En Cristo estas promesas han llegado a su plenitud. En Él no
sólo se ofrece la salvación al pueblo de la Primera Alianza, sino a toda la
humanidad. Por eso nos dirigimos hacia su santuario cruzando por sus atrios
entre himnos, alabándolo y bendiciéndolo. Nuestra existencia no puede
convertirse en una ofensa al Señor, sino en una continua alabanza de su santo
Nombre. Así, guiados por Cristo, que nos ama, podremos llegar al Santuario
Eterno para alabar a nuestro Dios y Padre eternamente, disfrutando de la Gloria
que nos ha reservado en Cristo.
Lc. 8, 4-15. Dios espera de nosotros un corazón bueno y bien dispuesto, que nos
haga dar fruto por nuestra constancia. Ya en una ocasión el Señor nos había
anunciado: Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá,
sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé
simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi
boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y
haya cumplido aquello a que la envié. Dios no quiere que seamos terrenos
estériles, ni que sólo nos conformemos con aceptar por momentos sus Palabra; Él
nos quiere totalmente comprometidos con su Evangelio, de tal forma que, sin
importar las persecuciones, manifestemos que esa Palabra es la única capaz de
salvarnos y de darle un nuevo rumbo a la historia. Siempre estará el maligno
acechando a la puerta de la vida de los creyentes para hacerlos tropezar, pues
no quiere que creamos ni nos salvemos; al igual podrá entrar en nosotros el
desaliento cuando ante las persecuciones perdamos el ánimo para no
comprometernos y evitar el riesgo de ser señalados, perseguidos e incluso
asesinados por el Nombre de Dios; finalmente los afanes, las riquezas y placeres
de la vida nos pueden embotar de tal forma que, tal vez seamos personas que
acuden constantemente a la celebración litúrgica, pero sin el compromiso, sin
renovar la alianza que nos hace entrar en comunión con el Señor y nos hace
fecundos en buenas obras. Permanezcamos firmemente anclados en el Señor, de tal
forma que, no nosotros, sino su Espíritu en nosotros, nos haga tener la misma
fecundidad salvífica que procede de Dios y que hace de su Iglesia una comunidad
donde abunda la Justicia, la verdad, el amor fraterno, la paz y la alegría,
fruto del Espíritu de Dios que actúa en nosotros.
Quienes nos consideramos discípulos de Cristo, nos hemos reunido en esta
Eucaristía para que el Señor nos dé a conocer los secretos del Reino de Dios,
pues Él sabe que somos un terreno fértil capaz de esforzarnos por hacer que su
Palabra vaya poco a poco produciendo el fruto deseado. La Palabra de Dios no
produce fruto de un modo violento. Hay que armarse de paciencia de ánimo para
trabajar constantemente por el Señor, a pesar de que, al paso del tiempo
pareciera que el cambio en el corazón de los hombres se genera con demasiada
lentitud. No debemos desesperar, sabiendo que, incluso en el campo el sembrador
siembra la semilla y tendrá que esperar las lluvias tempranas y tardías y,
después de mucha paciencia y cuidado, finalmente podrá recoger el fruto,
esfuerzo de sus desvelos. El Señor nos comunica, en esta Eucaristía, su misma
Vida y su mismo Espíritu. Permitámosle crecer en nosotros. No vengamos como
sordos de los oídos y del corazón; vengamos como discípulos que en verdad creen
en el Señor y se dejan instruir y conducir por Él.
Quienes hemos acudido a esta celebración Eucarística hemos de examinarnos a
nosotros mismos para darnos cuenta si en verdad no sólo escuchamos, sino hacemos
nuestra la Palabra de Dios, de tal forma que produzca en nosotros el fruto
deseado. Tal vez han pasado muchos años en nuestra vida de fe en la que se ha
pronunciando continuamente la Palabra de Dios sobre nosotros, donde el Señor nos
ha manifestado su voluntad, pero ¿Hemos vivido más comprometidos con esa Palabra
del Señor, o sólo nos presentamos a las acciones litúrgicas por costumbre, con
el corazón lleno de preocupaciones por los afanes, riquezas y placeres de la
vida, embotados de tal forma que la Palabra de Dios llegue a nosotros
inútilmente? El Señor quiere de nosotros personas capaces de dejarse guiar por
su Espíritu, santificar por su Palabra, de tal manera que seamos constructores
de un mundo que día a día se va renovando en el amor, en la verdad, en la
justicia, en la solidaridad, en la misericordia. Si sólo venimos a la Eucaristía
de un modo piadoso, pero faltos de deseos de trabajar para que las cosas vayan
mejor en la familia y en la sociedad, tenemos que cuestionarnos si en verdad
creemos en Dios y confiamos en Él, o si sólo queremos tranquilizar inútilmente
nuestra conciencia. Si nuestra fe nos lleva a un verdadero compromiso con el
Reino de Dios que Jesús nos anunció, debemos convertirnos en sembradores de su
Palabra en todos los ambientes en que se desarrolle nuestra vida. El mundo no va
a cambiar mientras no se preparen los corazones como un buen terreno para
sembrar en ellos la Palabra del Señor. Quienes creemos en Cristo no podemos
pasarnos la vida sentados y quejándonos porque nuestro mundo se va deteriorando
cada vez más y los auténticos valores se nos pulverizan entre las manos. Tenemos
que hacer nuestra la Palabra de Dios y comenzar a sembrarla con la valentía que
nos viene del Espíritu, y armarnos de paciencia y constancia para que, a pesar
de que el proceso de que la vida nueva brote sea demasiado lento, no confiemos
en nuestros esfuerzos, sino en el Poder de Dios que es el único que hará que
nuestros desvelos logren el fruto deseado.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de poder trabajar, con sinceridad, por construir el Reino de
Dios, de tal forma que la salvación llegue cada día a más y más personas; y así,
produciendo todos abundantes frutos de salvación hagamos de nuestro mundo un
reflejo de la paz, de la alegría y del amor que se nos ha prometido en la vida
eterna. Amén.
www.homiliacatolica.com
3-9. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004
1 Cor 15, 35-37.42-49
Salmo responsorial: 55
Lc 8, 4-15: Parábola del sembrador.
Hay quien dice que esta parábola expresa el estado de Jesús en un momento en que
entra en crisis en su ministerio, al ver la escasa acogida que tiene su
palabra-semilla en el pueblo judío, representado por cuatro terrenos, de los que
en tres no madura: en uno, junto al camino, se pisa y se la comen los pájaros;
en otro, en las rocas, brota, pero se seca por falta de humedad; en el tercero,
entre zarzas, brota, pero es ahogada; sólo en el cuarto, en tierra buena, da un
fruto generoso: cien veces más. Es este anhelado resultado final el que debe
mantener al misionero en el tajo. El desánimo o la desilusión son palabras que
no deben entrar en su vocabulario. La confianza en que la palabra dará fruto
debe ser siempre el elemento constante en su talante misionero. Tanto esfuerzo
no será en vano; habrá un terreno que aceptará la palabra y la hará vida de su
vida. Es verdad que no todo terreno será adecuado para dar fruto. Hay que
aceptarlo de ante mano para no caer en vanos desalientos. Hay que contar de
antemano con el rechazo. Cada uno de los resultados que produce la siembra
corresponde a una situación a la hora de escuchar a Jesús: los primeros
escuchan, pero los pájaros -el diablo, símbolo de la ideología del poder-, les
quita el mensaje del corazón para que no den su adhesión al mensaje; los
segundos aceptan el mensaje, mientras éste no les complique la vida; cuando
llega la persecución, lo abandonan; son inconstantes; los terceros escuchan el
mensaje, pero siguen aferrados a los bienes de la tierra y a una vida hedonista,
incompatibles con el seguimiento de Jesús; sólo en los últimos madura la semilla
y, poco a poco, va dando fruto; estos son los verdaderos seguidores de Jesús:
los que no sólo escuchan, sino que ponen en práctica su mensaje y producen fruto
abundante. Y este fruto no es otra cosa, sino la disposición del seguidor de
Jesús a servir hasta la muerte, disposición ausente en quien confía en el poder
como método para transformar el mundo, en el hedonismo como ideal de vida, en
los bienes de la tierra como Dios a quien hay que dar culto.
3-10. Comentario: Mn. Lluís Raventós i Artés
(Tarragona, España)
«Lo que cae en buena tierra son los que dan fruto con perseverancia»
Hoy, Jesús nos habla de un sembrador que «salió a sembrar su simiente» (Lc 8,5)
y aquella simiente era precisamente «la Palabra de Dios». Pero «creciendo con
ella los abrojos, la ahogaron» (Lc 8,7).
Hay una gran variedad de abrojos. «Lo que cayó entre los abrojos, son los que
han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones, las
riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez» (Lc 8,14).
—Señor, ¿acaso soy yo culpable de tener preocupaciones? Ya quisiera no tenerlas,
¡pero me vienen por todas partes! No entiendo por qué han de privarme de tu
Palabra, si no son pecado, ni vicio, ni defecto.
—¡Porque olvidas que Yo soy tu Padre y te dejas esclavizar por un mañana que no
sabes si llegará!
«Si viviéramos con más confianza en la Providencia divina, seguros —¡con una
firmísima fe!— de esta protección diaria que nunca nos falta, ¡cuántas
preocupaciones o inquietudes nos ahorraríamos! Desaparecerían un montón de
quimeras que, en boca de Jesús, son propias de paganos, de hombres mundanos (cf.
Lc 12,30), de las personas que son carentes de sentido sobrenatural (...). Yo
quisiera grabar a fuego en vuestra mente —nos dice san Josemaría— que tenemos
todos los motivos para andar con optimismo en esta tierra, con el alma desasida
del todo de tantas cosas que parecen imprescindibles, puesto que vuestro Padre
sabe muy bien lo que necesitáis! (cf. Lc 12,30), y Él proveerá». Dijo David:
«Pon tu destino en manos del Señor, y él te sostendrá» (Sal 54,23). Así lo hizo
san José cuando el Señor lo probó: reflexionó, consultó, oró, tomó una
resolución y lo dejó todo en manos de Dios. Cuando vino el Ángel —comenta Mn.
Ballarín—, no osó despertarlo y le habló en sueños. En fin, «Yo no debo tener
más preocupaciones que tu Gloria..., en una palabra, tu Amor» (San Josemaría).
3-11. DOMINICOS 2004
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Primera Carta a los corintios 15, 35-37.42-49:
Hermanos: Alguno preguntará: ¿Y cómo resucitan los muertos? ¿Qué clase de cuerpo
tendrán?. Qué tontos somos. Lo que se siembra no recibe vida si antes no muere.
Al sembrar, no se siembra lo mismo que va a brotar después, sino un simple
grano, de trigo, por ejemplo... Pues, así también sucede en la resurrección de
los muertos: Se siembra lo corruptible, y resucita lo incorruptible; se siembra
lo miserable, y resucita lo glorioso...
Evangelio según san Lucas 8, 4-15:
En aquel tiempo, decía Jesús a la gente esta parábola: Salió el sembrador a
sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y
los pa7 aros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, y, al crecer,
se secó por falta de humedad... El resto cayó en tierra buena, y, al crecer, dio
fruto al ciento por uno...
Reflexión para este día
Seamos tierra fecunda, como san Juan Macías.
Si miramos a san Juan Macías, y le seguimos sus pasos, podemos ver su figura
como pastor en dehesas extremeñas, como soñador de otros mundos más allá del
mar, como obrero que se va contratando a merced de las oportunidades, como
peregrino que quiere llegar y aposentarse en Lima, como paciente sufridor de
todas las adversidades, como alma que se expresa en una sonrisa de placidez....
Y para comprenderlo en su variedad y grandeza necesitamos de sabiduría divina,
dimanante de la fecundidad de la fe.
La suya es una imagen completamente distinta de la que gráficamente se nos
describe en el Evangelio del día como perteneciente a los necios: éstos, a la
hora de llorar, ríen, y a la hora de reír lloran; a la hora de mostrarse
heroicos en el sacrificio, se abandonan a sus pasiones; a la hora de elevar los
ojos al Cielo para descubrir a Dios, se miran y se burlan de sí mismos
considerándose náufragos en el mar de polvo de la tierra.
Recordemos una y mil veces que, como dice la Escritura, toda la gloria del
hombre noble está en el interior, en el espíritu, y que desde allí se irradia al
exterior.
3-12. CLARETIANOS 2004
Queridos hermanos y hermanas,
Cuando Jesús entra en crisis su mensaje da un salto de calidad. Sin las crisis
de Jesús, hubieran quedado en la penumbra muchas de las encrucijadas por las que
nosotros atravesamos. Jesús debió de pasarlo mal al comprobar que su mensaje
liberador no era tan aceptado como cabía esperar, que ante él se suscitaban
actitudes muy diversas. Esto le dio pie a clarificar un par de cosas: la semilla
siempre es buena y sobreabundante. Pero no produce fruto automáticamente. Entra
en un juego de productividad con los terrenos. Hay fincas muy buenas y otras que
son “manifiestamente memorables”. Así sucedió con la predicación de Jesús y así
sucederá siempre con su evangelio.
Quizá no deberíamos sorprendernos tanto de lo que hoy sucede. Puede que hayan
cambiado las proporciones de los terrenos, pero siempre habrá personas que
acojan con alegría y hondura el mensaje, personas que lo acojan superficialmente
y personas que lo rechacen. Y, sin embargo, la vitalidad del evangelio no
depende de ninguna. La semilla lleva dentro la vida.
Creo que hay, pues, dos actitudes fundamentales que nos ayudan a vivir el
presente: confianza absoluta en el poder soberano de la semilla ( la Palabra de
Dios) y discernimiento sobre la calidad de nuestro propio terreno. El juicio
sobre el terreno de los demás no nos compete a nosotros.
Vuestro hermano en la fe:
Gonzalo Fernández, cmf. (gonzalo@claret.org)
3-13. Sábado, 18 de setiembre del 2004
Se siembran cuerpos corruptibles
y resucitarán incorruptibles
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto
15, 35-38. 42-49
Hermanos:
Alguien preguntará: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo?
Tu pregunta no tiene sentido. Lo que siembras no llega a tener vida, si antes no
muere. Y lo que siembras no es la planta tal como va a brotar, sino un simple
grano, de trigo por ejemplo, o de cualquier otra planta. Y Dios da a cada
semilla la forma que Él quiere, a cada clase de semilla, el cuerpo que le
corresponde.
Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos
corruptibles y resucitarán incorruptibles; se siembran cuerpos humillados y
resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de
fuerza; se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos
espirituales.
Porque hay un cuerpo puramente natural y hay también un cuerpo espiritual. Esto
es lo que dice la Escritura: "El primer hombre, Adán, fue creado como un ser
viviente"; el último Adán, en cambio, es un ser espiritual que da la Vida.
Pero no existió primero lo espiritual sino lo puramente natural; lo espiritual
viene después. El primer hombre procede de la tierra y es terrenal; pero el
segundo hombre procede del cielo. Los hombres terrenales serán como el hombre
terrenal, y los celestiales como el celestial.
De la misma manera que hemos sido revestidos de la imagen del hombre terrenal,
también lo seremos de la imagen del hombre celestial.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 55, 10-14
R. ¡Caminaré delante de Dios en la luz de la vida!
Mis enemigos retrocederán cuando te invoque.
Yo sé muy bien que Dios está de mi parte.
Confío en Dios y alabo su palabra;
confío en Él y ya no temo:
¿qué pueden hacerme los hombres? R.
Debo cumplir, Dios mío, los votos que te hice:
te ofreceré sacrificios de alabanza,
porque Tú libraste mi vida de la muerte
y mis pies de la caída,
para que camine delante de Dios en la luz de la vida. R.
EVANGELIO
Lo que cayó en tierra fértil son los que retienen la palabra,
y dan fruto gracias a su constancia
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 8, 4-15
Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades,
Él les dijo, valiéndose de una parábola: «El sembrador salió a sembrar su
semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue
pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo. Otra parte cayó sobre .las
piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad. Otra cayó entre las espinas,
y éstas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron. Otra parte cayó en tierra
fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno».
Y una vez que dijo esto, exclamó: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!»
Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola, y Jesús les dijo:
«A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los
demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin
comprender.
La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios. Los que están
al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y arrebata
la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.
Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría,
apenas la oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de
la tentación se vuelven atrás.
Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las
riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no
llegan a madurar. Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra
con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su
constancia»,
Palabra del Señor.
Reflexión:
1Cor. 15, 35-37. 42-49. Nosotros nacimos como hijos de Adán, inclinados al
pecado a causa de nuestra concupiscencia. Aquel que, a pesar de haber sido hecho
hijo de Dios en Cristo Jesús, continúa pecando, está manifestando con eso que
sigue sujeto al primer Adán, terreno y pecador. No podemos en verdad llamarnos
hijos de Dios cuando argumentamos haber recibido el Bautismo, pero vivimos como
si no conociéramos a Dios. Nuestra vida debe ser como un terreno fecundo, en el
cual se siembre Aquel que es el Evangelio Viviente del Padre, Cristo Jesús; pues
no son sólo sus palabras las que han de resonar en nuestros oídos y en nuestro
corazón, es Cristo el que llega para habitar en nosotros. Él es la buena semilla
sembrada en nosotros, que gracias a su muerte y resurrección, hace brotar en
nosotros la Vida nueva y nos transforma en personas vivificadas por el Espíritu
para que, en adelante, seamos hombres celestiales. Sabemos de nuestra frágil
condición humana; pero no olvidemos que el Espíritu de Dios trabaja
constantemente en nosotros para que lleguemos a ser conforme a la imagen del
Hijo de Dios; por eso estemos dispuestos a vivir en una continua conversión,
como barro tierno en manos de Dios.
Sal. 56 (55). Si Dios está con nosotros ¿quién estará en contra nuestra? Nadie
podrá levantarse para hacernos daño, pues el Señor será nuestro poderoso
protector. Y a pesar de que nuestro cuerpo esté sujeto a la muerte, sin embargo
nuestro Dios y Padre no nos abandonará a ella, sino que, libres de la corrupción
de la muerte, nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial. Pero no queramos
sólo recibir los beneficios que nos vienen de Dios. Vivamos fieles a la Alianza
pactada con Él, en que Él se compromete a ser nuestro Padre y nosotros nos
comprometemos a ser sus hijos por nuestra unión a su Hijo único, Cristo Jesús.
Unidos a Cristo, en Él el Padre Dios nos contemplará con gran amor como
contempla al Hijo de sus complacencias, y nos librará, por el amor que nos
tiene, de todo mal y peligro que pudiera amenazarnos. Pero ¿en verdad vivimos
como dignos hijos de Dios?
Lc. 8, 4-15. La Palabra de Dios no ha sido pronunciada sólo para ser escuchada;
sino que ha sido enviada, como la buena semilla que se siembra en el buen
terreno que es el corazón humano para que tome carne en nosotros. Así la obra de
salvación no es algo que nos desencarne de nuestra realidad, sino que nos
compromete con mayor fuerza a darle un nuevo rumbo a nuestro mundo y a su
historia. La Iglesia debe hundir fuertemente sus raíces en Cristo, para recibir
de Él la Vida que Él ha recibido del Padre. Sólo unidos a Cristo y siendo fieles
a Él podremos hacer que de la abundancia de la vida de Dios en nuestro corazón,
nuestras obras sean el lenguaje a través del cual el Señor continúe su obra
salvadora entre nosotros. No seamos un terreno estéril en el que la vida de Dios
caiga como en saco roto. Dejemos que el Espíritu de Dios nos transforme en
Cristo, Evangelio viviente del Padre, para que, hechos semilla como Él, podamos
incubar la vida divina en el corazón de la humanidad entera, de tal forma que
todos tengan la oportunidad de producir abundantes frutos de salvación.
Nuestro Dios y Padre nos ha convocado para que estemos con Él en esta
celebración Eucarística. Él ha pronunciado su Palabra sobre nosotros para
santificarnos y transformarnos en hijos suyos. Él nos alimenta con el Pan de
Vida para que, el que coma de Él, no perezca sino que tenga Vida eterna.
Nosotros no sólo hemos venido a invocar al Señor. Hemos venido para hacer
nuestra su Vida, y para aceptar la Misión que quiere continuar confiándonos de
ser sembradores de su Palabra, de su Vida y de su Espíritu en el corazón de la
humanidad entera, para que, día a día, vaya surgiendo con toda su fuerza, el
Reino de Dios entre nosotros. Contemplemos a Cristo, sembrador de vida eterna, y
no dejemos que pase de largo frente a nosotros.
El Señor nos envió a evangelizar. Por voluntad divina, nosotros somos los
responsables de Cristo en el mundo. La Iglesia tiene la Misión de hacer llegar a
la humanidad entera la presencia salvadora del Señor. No podemos, por tanto,
convertirnos en mensajeros de ideologías ajenas al Evangelio; no podemos hacer
relecturas del Evangelio para acomodarlo a nuestros intereses egoístas o
injustos. La fuerza salvadora del Evangelio viene de Aquel que lo ha pronunciado
y enviado al mundo como nuestra salvación; por eso hemos de ser fieles en el
anuncio de lo que se nos confió, y no ser portadores de fábulas. Que la Palabra
de Dios, con toda su potencia, sea sembrada en aquellos a quienes proclamamos el
Evangelio, de tal forma que transformados en Cristo, puedan manifestar con sus
buenas obras, fruto de la presencia de Cristo en su Vida, que realmente Dios,
por medio de quienes creemos en Él, continúa pasando entre nosotros haciendo el
bien a todos.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, que nos conceda la gracia de trabajar incansablemente a favor del
Evangelio, hasta poder llegar a participar en plenitud del Reino de Dios en la
eternidad. Amén.
Homiliacatolica.com
3-14. 24ª Semana. Sábado
I. Jesús, me quieres dejar claro que cuando la semilla no da el fruto esperado,
no es por culpa de la semilla, sino de la tierra en la que se encuentra. De la
misma manera ocurre con tu palabra, pues la semilla es la palabra de Dios. Si la
gente no te sigue, no es por culpa de tu doctrina, sino porque no reciben tu
palabra con un corazón bueno y generoso.
En el primer caso -los que están junto al camino- tu palabra se queda en la
superficie. Esas personas sólo captan lo más superficial de tu mensaje,
interpretando la religión en clave política o económica. En el segundo caso -el
terreno rocoso- tu palabra penetra más profundamente, pero no echa raíces.
En un principio esas personas reciben la palabra
con alegría, tal vez movidos por su atractivo sentimental, psicológico o
sociológico. Pero a la hora de la tentación se vuelven atrás.
En el tercer caso -la que cayó entre espinas- tu semilla echa raíces, pero
también echan raíces otras semillas. Es el caso de los que entienden la palabra
de Dios, pero no tienen la fortaleza ni la prudencia de evitar las tentaciones
del mundo: preocupaciones, riquezas y placeres de la vida. Unos ponen el trabajo
o el estudio por delante de Dios; otros no luchan contra la comodidad, la
sensualidad o la avaricia. Y se ahogan espiritualmente, porque el corazón no da
para tantos dueños.
II. Salió el sembrador a sembrar, a echar a voleo la semilla en todas las
encrucijadas de la tierra... -¡Bendita labor la nuestra!: encargarnos de que, en
todas las circunstancias de lugares y épocas, arraigue, germine y dé fruto la
palabra de Dios [14].
Jesús, esperas de mí que ponga mi buena tierra, para que la semilla de tu gracia
dé fruto mediante la paciencia, venciendo las dificultades del ambiente y de mi
propia flaqueza. Sólo si tu semilla arraiga de verdad en mi vida, podré
encargarme de que arraigue, germine y dé fruto en los demás.
El modelo perfecto de esta espiritualidad apostólica es la Santísima Virgen
María, Reina de los Apóstoles, la cual mientras vivió en este mundo una vida
igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos,
estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo singularísimo a la
obra del Salvador [15].
María, tú eres modelo de tierra buena: tú supiste cultivar -Con oración y lucha
interior- un corazón bueno y generoso, entregado al cumplimiento de la vocación
que habías recibido. Por eso has dado el mayor fruto, el fruto de tu vientre,
Jesús. Ayúdame a ser generoso con Dios, para que también yo pueda dar el fruto
que Él me pide.
[14] Forja, 970.
[15] Concilio Vaticano 11, Decreto Apostolicam actuositatem, 4.
Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA
3-15. Explicación de la parábola del sembrador
Fuente: Catholic.net
Autor: P . Clemente González
Reflexión:
Todos los hombres, de todos los países y épocas, hemos recibido la redención de
Cristo. El pagó por todos los pecados; los de ayer, los de hoy y los de mañana.
A todos se nos han abierto las puertas del cielo.
Sin embargo, la actitud de cada uno ante este regalo de infinito valor es muy
diversa.
Para algunos, Cristo no representa nada en su vida. O porque no han recibido
todavía su mensaje, o porque no les interesa. Dan verdadera lástima, porque
viven sin saber a lo que están llamados. Pasan los años como si todo terminase
aquí, sin más esperanza.
Otros han oído hablar del Señor, pero su fe es superficial. Viven metidos en el
pecado sin preocuparse lo más mínimo. Son los cristianos que han adaptado sus
costumbres a las del mundo. Piensan que así están bien y que al final todo se
solucionará. Pero sus malas acciones le duelen profundamente al Corazón de
Jesús.
Sin embargo, un número considerable de personas es consciente de que realmente
Dios les ama y tiene un plan de salvación para cada uno. Son los que, a pesar de
sus limitaciones y caídas, se levantan y siguen por el camino que Cristo les ha
marcado. Son los que han acogido el Evangelio, y los que dan frutos, construyen
y santifican la Iglesia. Son el modelo y testimonio de la vida cristiana. Por
ellos ha valido la pena la entrega de Cristo en la cruz
3-16.
“los que escuchan la Palabra con un corazón bien
dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia”.
(Lc 8, 4-15)
Los discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola, y Jesús les dijo:
"A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los
demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin
comprender".
El que mejor nos puede explicar una parábola es el mismo Jesús, y el que mejor
la entenderá, no es el que sepa más de teología, y que se haya leído la Biblia
muchas veces. Para comprender las palabras de Jesus, se debe estar libre de toda
arrogancia en la contemplación de las cualidades propias, con menosprecio de las
de los demás, porque no entenderán el evangelio los que viven seguros de poseer
la verdad, sentados cómodamente en el sillón de la fe, sin ningún compromiso con
la justicia, sin interés por amar a su prójimo, y sólo pueden entender lo que dé
la razón a su modo de vivir, lo que les convenga. No pueden entender las
palabras de Jesús los que están cerrados a "conocer los secretos del reino".
Difícilmente entenderán el mensaje de Jesús, aquellos no les interese vivir de
acuerdo a sus enseñanzas, sin embargo los que escuchan, y profundizan sus
palabras y la atesoran en el corazón y la ponen en practica, no la acomodan a su
estilo de vida, sino que buscan vivir a semejanza de Jesús, no solo las han
entendido de oído, sino que de corazón y mente.
Pero cuidado con esos que aparentan haber recibido bien las palabras de Jesús y
que luego pierden de a poco lo que han recibido, que mientras estuvieron bien
estaban comprometidos y luego por motivos inspirados por la soberbia o la
vanidad la abandonan.
“A los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y
oigan sin comprender", para estimularlos a pensar por sí mismos, para que el
corazón le encuentre sentido a la enseñanza, la parábola es la narración de un
suceso fingido de la que se deduce una enseñanza moral o una verdad y tiene
grandes ventajas. La verdad presentada de esta forma queda más grabada en la
memoria que una mera exposición didáctica, ninguna enseñanza acerca de la
misericordia del Señor hacia los pecadores arrepentidos habría producido el
efecto de la parábola del hijo pródigo (Lc. 15:11-32). Por otra parte, cuando un
profeta o predicador debía reprender a un personaje importante que no fuera a
aceptar su culpabilidad, podían usar una parábola habilidosa para cautivarlos e
iluminar su conciencia.
“Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades,
él les dijo, valiéndose de una parábola: "El sembrador salió a sembrar su
semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue
pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo.”
Esta parábola nos narra de un sembrador que sale a sembrar a voleo, el no ha
escogido el terreno, y en el voleo la simiente cae en lugares diferentes,
entonces no le es fácil saber si esta fructificará o no, además por ser terrenos
distintos donde cae esta, encuentra dificultades para crecer, es así como cae en
cuatro terrenos diferentes.
Parte de la semilla cayó al borde del camino; esos pequeños caminos que
atraviesan los campos. Los pájaros, siempre al acecho, se la comieron. Lucas
añade que antes fue pisada por los caminantes. La conclusión es hacernos ver que
se perdió.
Hemos de distinguir entre escuchar y entender. El desarrollo de la palabra debe
pasar desde lo externo a ser algo interior, lo que exige tiempo y un trabajo del
individuo por el que se va identificando con unos valores que deben llevarle,
lógicamente, a un cambio de conducta. Si no se llega a este cambio de vida, nos
quedaremos en unos conocimientos que para poco o nada nos van a servir. De ahí
que Jesús nos hable de lo sembrado al borde del camino. Es cuando la palabra
queda al margen de la vida de la persona, sin comprometerla. Estaremos en este
grupo si rechazamos la palabra abiertamente, y no integramos en nuestra vida,
como los que adaptan externamente al mensaje que escuchan, pero no lo asimilan
interiormente por no llegarles como algo válido para su vida, sino como una
rutina social o una imposición familiar; sin olvidar las resistencias que pueden
surgir dentro del hombre para no enfrentarse con los valores en uso en la
sociedad. Así son esa mayoría que se declara cristiana sociológicamente, que se
bautiza y hasta cumple con algunos ritos establecidos, pero interiormente
comparten los mismos criterios de vida que el resto de la sociedad no cristiana.
Escuchan sin entender, por ser terreno duro, impenetrable, empedrado y machacado
por la costumbre y la rutina. Todo lo escuchan como ya sabido. La semilla cae
sobre ellos, pero no puede penetrar, esto es, rebota.
Toda religión que no es fruto de la convicción personal termina creando el
repudio, haciendo el ridículo. Por esa razón Lucas nos dice que antes de ser
comida por los pájaros fue pisada por los hombres (Lc 8,5).
Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad.
Lo sembrado en terreno pedregoso también se pierde. Al tener poca tierra, sin
raíces profundas, el sol la secó. Somos de este grupo si aceptamos la palabra
sin profundizarla y cuando nos vienen las dificultades lo dejamos todo. Pero
también es necesario destacar que muchos jóvenes en sus escuelas reciben
inicialmente su formación religiosa, muchos niños asisten a catecismo a fin de
preparase para su primera comunión o para la confirmación, y se saben ciertas
cosa que repiten y poco sienten, porque no les hemos enseñado a valorar lo que
han recibido, y no profundizan las enseñanzas porque les hemos dejado
permisivamente que le den mas importancia a otros valores que no son de nuestra
fe, no es como dicen algunos por falta de edad madura, porque los retoños se
deben cuidar y regar para crezcan fuertes y si no se hace así, seguro que se
secaran antes de crecer.
Otra cayó entre las espinas, y éstas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron.
Otra cayó entre las espinas o las zarzas, que ahogaron la semilla al
desarrollarse. La tierra era fecunda y profunda, en ella la semilla podía haber
germinado. Sin embargo, también se secó. En este grupo podemos incluirnos si
tenemos mucho que dejar para poder ser cristianos: las riquezas, los criterios
de clase, los placeres, la posición social y por estos motivos nos apresuramos a
ahogar la simiente por miedo a las complicaciones que podrían ocasionarnos. Aquí
están los que pretenden engañarse compaginando los valores de Dios con los que
representa el dinero. Aquí se sitúan los que suelen gozar de buena reputación y
ocupar puestos preferentes en la Iglesia. ¿Estamos dentro de estos?
Vemos cómo en tres ocasiones falla la siembra. Lo que no quiere decir que se den
claramente estos tres tipos de personas. Suelen darse mezclados y coexistir en
el mismo individuo. Lo que importa destacar es que el reino es rechazado por
unos, por las razones que sean, y aceptado por otros; y que los que lo aceptan
lo demuestran con una vida a favor del pueblo, con una vida en la que están
presentes las bienaventuranzas.
Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno".
una parte cayó en buena tierra y dio el fruto esperado, esto nos representa,
solo si hemos escuchado y entendido plenamente, y lo hemos puesto en práctica.
Porque sólo si la semilla echa raíces dentro del corazón humano podremos hacer
frente a las dificultades que han de llegar inevitablemente. A este grupo
pertenecen los que entienden que, aunque hayan recibido el evangelio con corazón
sincero, las situaciones externas pueden cambiar y hacerles entrar en crisis.
Entienden que cada etapa de la vida tiene sus propias dificultades, que no son
seres ya hechos, sino en constante crecimiento, que las situaciones son siempre
distintas, que cada día trae sus propias inquietudes y dudas y que diariamente
deben plantearse lo que ayer parecía seguro...
Son los que reciben el reino de Dios como una revelación, como una interpelación
personal, como una llamada constante a superarse. Son los que se dejan vaciar,
desenmascarar, desalojar de su seguridad y de su buena conciencia. Son los que
toman para sí cuanto se dice, los que están en actitud permanente de conversión
y de arrepentimiento, los que se han reconocido en los tres grupos anteriores.
El mensaje de Jesús no es aceptable sin más. Es necesario estar libre de toda
estima y ambición de poder y de tener; hacerlo nuestro, carne de nuestra carne y
espíritu de nuestro espíritu; desprendernos de todo agobio por la subsistencia y
del deseo de comodidad. ¿Escuchamos la palabra convencidos de estar ya en el
buen camino y aplicándolo sólo a los demás? ¿La escuchamos con entusiasmo y la
dejamos cuando nos exige esfuerzo y constancia? ¿Nos vemos con ánimo para irla
llevando de verdad a la práctica?...
En todo los casos, el que mejor nos puede explicar una parábola es el mismo
Jesús
Y una vez que dijo esto, exclamó: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!" La
parábola quiere decir esto: "La semilla es la Palabra de Dios. Los que están al
borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y arrebata la
Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los que están sobre las
piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no
tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven
atrás. Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las
preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar
poco a poco, y no llegan a madurar. Lo que cayó en tierra fértil son los que
escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto
gracias a su constancia".
Caminando con Jesús
3-17.