VIERNES DE LA SEMANA 12ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Gn 17, 1.9-12.15-22

1-1.

-Dios dijo a Abraham... Dios le dijo también... Dios siguió diciendo... Abraham contestó... De nuevo dijo Dios...

Solamente en esta página Dios toma la palabra cinco veces. Y no se trata de palabras vagas, inútiles o en el aire.

Dios habla con Abraham «en lo íntimo de su vida». El objeto de su conversación es la gran preocupación de Abraham de no tener un hijo. Con frecuencia quisiera yo también que rompieras tu silencio, Señor. Tengo la impresión de que te callas. Y me gustaría oír tu voz. Si te oigo tan pocas veces, ¿no será porque no sé interrogarte sobre lo que constituye «lo íntimo de mi vida»? Mis relaciones contigo no pueden quedar en vaguedades.

Como sucedió con Abraham, mi vida debería ser la materia de nuestras conversaciones, entre Tú y yo. ¿Cuál es mi preocupación, mi sufrimiento en este momento? ¿Qué responsabilidades tengo, qué proyectos? ¿Qué tengo que hacer HOY? Sobre todo esto te pido que me digas una palabra. ¿Qué piensas de todo ello?

Pero, si te oigo tan pocas veces, ¿no será, sobre todo, porque «no quiero oír» lo que Tú dices? O ¿será quizá porque sólo quiero escuchar lo que me agrada? Hago oídos sordos cuando oigo Palabras que no corresponden a mis deseos. En lugar de decir sinceramente: «Hágase tu voluntad»... siento la tentación de cambiar los papeles, diciendo «hágase mi voluntad»...

-Anda en mi presencia y sé perfecto.

Primera palabra. Esto es lo que también me pides a mí: «¡Anda!» «¡Avanza!» No seas pasivo. Levántate. Encárgate de tu vida. «En mi presencia». Estoy contigo, te ayudaré si tú empiezas la andadura. «Sé perfecto». Haz todo lo que puedas, progresa en todas tus empresas, ve más lejos, más alto, continúa, no te desanimes nunca, puedes hacerlo mejor todavía.

Repítemelo, Señor.

-Observarás mi alianza... estableceré mi alianza contigo.

Segunda palabra. Tú te adelantas, Señor, te comprometes.

Te alías. Y me pides que me comprometa contigo lealmente.

«Una Alianza» =un contrato, una promesa firme de la cual no puede retractarse cuando se es hombre de honor y se ha dado palabra.

«Entre tú y yo»=es ya una alianza de amor, como un desposorio. Para lo mejor y para lo peor. ¡Qué misterio, Señor! Tal es tu manera de amar.

Y para sellar esa alianza con un signo concreto, un signo de pertenencia, Dios pide que toda la raza judía sea marcada por la «circuncisión».

Dios hará de nuevo «Alianza» en el Sinaí, con su pueblo, en la sangre del cordero pascual. Pero, sobre todo, renovará una «Alianza» en el sacrificio del Cordero Verdadero, Jesucristo.

Para poder vivir como «aliados» tuyos, Señor, no podemos apoyarnos en nuestras propias fuerzas. Todo se apoya en tu gracia. En Ti, Jesús. Gracias.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 148 s.


1-2. /Gn/17/01-27

Nos encontramos ante uno de los capítulos más importantes de la tradición sacerdotal, que lo ha elaborado con sumo cuidado valiéndose de las restantes fuentes del Pentateuco (especialmente de Gn 15 y 18), así como de materiales de procedencia desconocida, y mediante unas técnicas que ponen de relieve el centro de gravedad de todo el desarrollo: la circuncisión. La tensión narrativa prácticamente no existe: desaparece ante las cinco alocuciones divinas. Abrahán se mantiene, de esa manera, en una pasividad casi absoluta.

De acuerdo con las preocupaciones cronológicas sacerdotales se indica la edad del patriarca al principio y al final del capítulo (vv 1 y 24). No conocemos el sentido exacto del término El-Saddai, nombre con que Dios se manifestó a los patriarcas según la tradición sacerdotal. Una de las mejores explicaciones es la de «Dios de las montañas». La vida es tanto un camino como un movimiento. Dios nos lo exige. Caminar en presencia de Dios o dedicarle totalmente la existencia ha de constituir la suprema aspiración de los justos y perfectos, como Abrahán.

Ya antes, el mismo Génesis había hablado de modo semejante de Henoc y de Noé (5,22.24; 6,9). A continuación, Dios anuncia su compromiso con Abrahán, en virtud del cual su descendencia será numerosa.

Con 3b comienza una nueva alocución divina, paralela a la anterior. La novedad consiste en el cambio de nombre del patriarca. Abrán significa etimológicamente «mi padre es elevado, de noble estirpe». La forma larga no es más que una variación dialectal, a la que la tradición sacerdotal ha otorgado un valor teológico. «Padre de una multitud de pueblos» corresponde a una etimología popular. No hay que identificar a tales pueblos con las naciones vecinas de Israel, como los ismaelitas, los edomitas, etc. (cf. 25,1s), sino que los forman todos aquellos que se incorporan a Abrahán por la fe. El cambio de nombre, como en el caso de Jacob (Gn 32,29), en el de Pedro (Jn 1,42; Mt 16,18) y en el de Sara, en este mismo capítulo (con evolución semejante a la de Abrahán; Sara etimológicamente significa «princesa»), expresa que Dios se apropia de tales personas.

El compromiso se mantendrá. Dios será el Dios de la descendencia de Abrahán, que poseerá la tierra de Canaán, en la que los patriarcas han sido sólo forasteros. La circuncisión se convierte en signo de la aceptación, por parte del hombre, del compromiso liberador de Dios, y por eso se vincula tan íntimamente a la fe de Israel, sobre todo a partir del exilio, cuando nació la tradición sacerdotal.

A pesar de la importancia que se reconoce a Ismael, las promesas pasan por Isaac, el hijo de Sara.

La realización de la circuncisión «aquel mismo día» manifiesta claramente la obediencia de Abrahán. Un ejemplo que deben seguir todos aquellos que han recibido un nombre en el bautismo, un nombre nuevo que indica que en las fuentes del agua del bautismo han sido acogidos por el guía y cabeza de nuestra historia.

J. MAS ANTO
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981. Pág. 77 s.


2.- 2R 25, 1-12

2-1.

Apenas instalado sobre el trono de Jerusalén (cf. 2 Re 24, 99, 17), Sedecías se rebela contra Nabucodonosor. Es la época de las múltiples agitaciones políticas que marcan las fronteras del nuevo imperio de Babilonia.

Jeremías recorre entonces las calles de Jerusalén (Jer 27-29) y llega a convencer al rey de que Yahvé no es solamente el rey de Judá: rige el universo y si estima deber confiar momentáneamente el poder a Nabucodonosor, esto pertenece a su secreto y hay que plegarse a él.

Pero Sedecías, solicitado sin cesar por los egipcios, antiguos aliados de Jerusalén, se coloca pronto al lado del Faraón Hofra en su nueva campaña contra el Oriente.

Nabucodonosor comienza inmediatamente el sitio de Jerusalén por tercera y última vez. Al desmantelar este bastión, espera sofocar las reivindicaciones orientales de Egipto.

A pesar de las censuras de Jeremías (Jer 34, 1-7), Sedecías se parapeta en la ciudad y mantiene un sitio sin salida. Sin embargo, se presenta una esperanza cuando Nabucodonosor relaja provisionalmente su opresión alrededor de Jerusalén para ir a aplastar a los ejércitos egipcios. El profeta pronuncia entonces nuevos oráculos (Jer 37, 1-10), pero el rey, que decididamente no sabe leer los acontecimientos a la luz del designio de Dios, aprovecha esta circunstancia para huir de la ciudad santa (v. 4).

Estamos en julio del 586. Alcanzada por los caldeos, su tropa es pronto diezmada. Nada quedará. La dinastía es aniquilada (v. 7), el templo incendiado (v. 9) y nuevos cautivos se unen en Babilonia a los primeros exiliados (v. 11). No quedan en el país más que los pobres (v. 12) con su miseria y su esperanza. Pero ¿hace falta más para creer en el futuro? Además Jeremías, conducido a la cárcel por los dignatarios judíos (Jer 37), pero liberado por el enemigo y promovido a los honores, elige deliberadamente participar de su vida para transformar su espera en esperanza (Jer 40, 1-6).

Nosotros tenemos la tendencia a leer el relato de la caída de Jerusalén con indiferencia, creyendo frecuentemente que un desastre de este calibre no podría producirse en la Iglesia, que se apoya sobre una roca mucho más sólida que Sión. Sería, sin embargo, demasiado extraño que Cristo, que encontró en la muerte la posibilidad de reinar, pusiera su cuerpo al abrigo de las catástrofes. La Iglesia sabe que la muerte no dirá la última palabra, pero no le ha sido prometido que no la conocerá.

Las promesas han procurado a veces a los cristianos una falsa seguridad, y se han creído dispensados de vivir a su vez el paso de la muerte a la vida. Quizá sea esto lo que explique el miedo a morir que conocen algunas instituciones y el temor de ciertas personas a tener que despojarse de sí mismas para sobrevivir a la coyuntura actual. Jesús no prometió que la iglesia no moriría; le prometió que, incluso en la muerte, viviría para una vida nueva.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 94


2-2.

Humanamente hablando, se trata de los últimos sobresaltos de ese pobre reino. De hecho sabemos que un pueblo más «espiritual» purificado por la prueba, saldrá de él. En 597, cuando la primera toma de Jerusalén, y después de la primera deportación, Nabucodonosor instaló en Jerusalén a un rey fantoche, Sedecías.

Entre los deportados, hay un sacerdote, de nombre Ezequiel, que, desde Babilonia, continuará meditando y revelando la «Palabra» de Dios.

En Jerusalén otro profeta, Jeremías, grita al pueblo y al rey los mensajes de Dios: paradójicamente Jeremías recomienda la sumisión y la colaboración ¡con el «ocupador»! Pero Sedecías no le escucha. Y él también, como sus predecesores se las da de listo aliándose con Egipto.

Es un mal cálculo político. La reacción de Nabucodonosor será terrible.

-Nuevo asedio a la ciudad... Al cuarto mes de sitiada arreció el hambre en la ciudad...

Jeremías, en sus lamentaciones, enumera los dramas humanos que se desarrollan en esa ciudad sitiada: los niños que lloran... Ios cadáveres sin enterrar... el mercado negro que arrecia...

Una noche el rey trató de escapar. Fue capturado por las milicias babilónicas.

Nabucodonosor mandó degollar a los hijos de Sedecías, a la vista de su padre, luego sacó los ojos de Sedecías, lo encadenó y lo llevó a Babilonia.

Tal es el fin del último rey de Israel, el fin de esa dinastía a la que Dios, por el profeta Natán, había prometido una posteridad eterna: «uno de tus hijos reinará para siempre en el trono que te he dado, había dicho a David.» De hecho se degolló a sus hijos a su vista... y ésta será la última visión que el rey se llevará consigo, pues el babilónico le sacó los ojos inmediatamente después. Era cosa corriente en aquella época: los bajorrelieves representan a menudo tales escenas.

Dios ¿abandonaría a su pueblo? Las promesas de Dios ¿serían vanas y falsas? Hay que reflexionar y orar mucho ante tales acontecimientos. Porque aportan una significación para todos los tiempos y por consiguiente también para nuestra época, para la Iglesia de HOY. Las promesas de Cristo -«las fuerzas del infierno no prevaldrán contra la Iglesia»- no dispensan a la Iglesia de ciertas formas de muerte aparente... puesto que él mismo pasó por ello, el primero. Pueden imaginarse muy grandes dramas, como el de Sedecías.

Algunos Papas han sido ya martirizados.

Las promesas de Cristo no preservan a la Iglesia, tan sólo le aseguran su presencia en el corazón mismo de la muerte, en vistas a una nueva vida.

La única respuesta a esta interrogación trágica: «Dios ¿había abandonado a su pueblo?» está en la historia de ese mismo pueblo. Ese pueblo retornará del exilio. Ese pueblo purificado producirá, para el mundo entero, una de las más bellas páginas del más hermoso libro sagrado, la Biblia.

Señor, creo que la respuesta al «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» ¡se halla en la mañana de Pascua! Pero qué duro es, Señor, creer cuando se está en la noche, y cuando, humanamente triunfa el fracaso aparente, cuando es la hora del Viernes Santo.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 148 s.


3.- Mt 8, 1-4

3-1.

Ver VER DOMINGO/06B


3-2.

-Al bajar Jesús del monte lo siguió un gran gentío.

Todos los evangelistas notaron el éxito de la predicación de Jesús al comienzo de su vida pública. "Grandes muchedumbres", atraídas por su palabra, lo acompañaban en sus desplazamientos para escuchar de nuevo su palabra y para asistir a algún milagro.

Nosotros, conocedores de que este entusiasmo acabará en los abandonos y decepciones dentro de unos meses solamente, reflexionamos sobre la verdadera calidad de la Fe: los entusiasmos sensibles, las grandes concentraciones humanas, los milagros mismos... pueden ser un camino hacia la verdadera Fe. Pero ello puede ser también una coartada, una búsqueda de religiosidad ambigua... ¡que no conduce a nada! Señor, a ti confiamos nuestras sensibilidades humanas, nuestros entusiasmos pasajeros: transfórmalos en fe verdadera. Y si ya no experimentamos estos fervores sensibles, haz, Señor, que tu gracia nos ayude a mantenernos firmes en nuestras fidelidades: seguirte, Señor, incluso en la noche de la Fe despojada de todo sentimiento.

-En esto se acercó a Jesús un leproso, y se puso a suplicarle: "Señor, si quieres, puedes limpiarme".

Es el primer milagro concreto relatado por san Mateo.

Después del primer gran discurso de Jesús, Mateo agrupará ahora una serie de milagros. Como ya lo había pedido a sus discípulos Jesús no se contenta tampoco con "hermosas palabras" sino que pasa a los "actos": salvará concretamente a algunas personas, que serán símbolo y anuncio del final de los tiempos en los que todo mal será vencido. La elección de un leproso para este primer milagro, tiene su significación. Mateo escribía su evangelio para los judíos: en su contexto cultural y religioso, la lepra era el mal por excelencia... enfermedad contagiosa que destruía lentamente a la persona afectada, hombre o mujer, y que era considerada por los antiguos como un castigo de Dios, signo del pecado que excluye de la comunidad. (Dt 28, 27-35; Lv 13, 14). El leproso era considerado impuro; todo lo que tocaba pasaba a ser impuro. no podía participar ni en el culto, ni en la vida social ordinaria; el leproso estaba afectado de un interdicto, de un tabú, que espantaba. Estaba prohibido tocarle.

-Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: "¡Quiero, queda limpio!" Y en seguida quedó limpio de la lepra.

Me imagino la alegría de ese desgraciado al contacto de la "mano~ de Jesús... él a quien nadie había "tocado" desde meses y años... él, el solitario, el abandonado, el maldito.

La mano tendida, el contacto es un signo de amistad, por este humilde gesto, Jesús reintegra al pobre enfermo en la sociedad ordinaria de los hombres.

Esta "mano tendida" es también un gesto de victoria y de maestría soberana.

Contemplo detenidamente ese gesto de Jesús: gesto de amor.

Señor, si quieres, ¡puedes limpiarme! Señor, si quieres, ¡puedes limpiar el mundo!

-Jesús le dijo: "Cuidado con decírselo a nadie; eso sí, ve a presentarte al sacerdote y ofrece el donativo que mandó Moisés, para que les conste." Actitud constante de Jesús: no quiere propaganda en torno a sus milagros. ¡Qué diferencia con los falsos taumaturgos y las sectas! que se valen de la atracción que tiene lo maravilloso para abusar de la fe de las gentes sencillas... naturalmente atraídas por todo lo que sobrepasa lo ordinario.

Señor, danos una fe sencilla, una fe que no tenga necesidad de lo extraordinario.

"No he venido a derogar la Ley" decía Jesús... y, en un espíritu de sumisión a esta ley, prescribe al leproso hacer todo lo que la Ley mandaba. No pasarse de listo. Jesús actúa con sencillez, no busca llamar la atención. Acepta las costumbres y las instituciones de su país y de su tiempo... muy sencillamente.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 40 s.


3-3.

1. (Año I) Génesis 17,1.9-10.15-22

a) La fe de Abrahán, su espera contra toda esperanza, está a punto de ser premiada.

Dios se le aparece de nuevo y renueva su promesa: Sara, su mujer, a pesar de su ancianidad, va a dar a luz. El relato de hoy, en el capitulo 17, es distinto del que leíamos anteayer, en el 1 5: aquella versión era del redactor «yahvista»; el de hoy, del «sacerdotal». Son dos de las tradiciones que se van mezclando en diversos libros del AT.

Los planes de Dios siguen adelante, aunque humanamente parezcan irrealizables. Ya se anuncia el nacimiento de Isaac, a pesar de la sonrisa incrédula de Abrahán. Dios también se preocupa de Ismael, al que asegura gran descendencia: los ismaelitas, los árabes.

El pacto de Dios con Abrahán toma rasgos más concretos: «camina en mi presencia, con lealtad»; y también aparece lo que después será el signo externo de la pertenencia a este pueblo, la circuncisión de los hijos varones. La circuncisión, que en diversas culturas obedece a razones higiénicas o de iniciación sexual, aquí tiene sentido religioso, es signo de pertenencia al pueblo de Dios y de la fidelidad a su alianza. Luego, en el NT, se relativiza su importancia para los cristianos, espiritualizando su sentido.

b) Nosotros pertenecemos a la Iglesia, el pueblo de la nueva Alianza, la que Jesús selló entre Dios y la humanidad en la Cruz, con su sangre. Somos los descendientes de Abrahán en el sentido espiritual de la fe.

Los signos de nuestra pertenencia a esta comunidad son más espirituales, aunque tengan también carácter visible y eclesial: el Bautismo, la celebración de la Eucaristía, la comunión con la Iglesia local y la universal.

Debemos aprender de Abrahán su fe en Dios: él sabe oír su voz y seguir sus caminos, a pesar de que no vea, de inmediato, las realidades que se le prometen. Nosotros, que vivimos después de Cristo, tenemos muchos más motivos para creer en Dios y en su proyecto de un cielo nuevo y una tierra nueva, y esperar contra toda esperanza en el futuro de la Iglesia y el de la humanidad, a pesar de que las apariencias sean desalentadoras.

Dios sigue adelante con sus planes, que son sorprendentes. No le podemos controlar, no podemos predecir su actuación. Cuando todo parece perdido, Dios suscita personas y movimientos que hacen avanzar sus proyectos de salvación. La fe en la fuerza de Dios hará que prosperen nuestros mejores planes: no la alianza con fuerzas humanas, que sólo nos conducen al fracaso.

El salmo nos invita a aumentar esta confianza en Dios: «dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos... esta es la bendición del hombre que teme al Señor; que el Señor te bendiga desde Sión, todos los días de tu vida».

1. (Año II) 2 Reyes 25,1-12

a) El destierro del año 597 no fue el definitivo. Entonces, Nabucodonosor y sus tropas saquearon todo lo valioso de Jerusalén y deportaron a los mejores del pueblo. Quedaron los más sencillos, con unos gobernantes más débiles que los anteriores.

Jeremías fue el profeta que habló en este tiempo, entre la primera y la segunda deportación. Intentó por todos los medios convencer al pueblo para que volviera a la práctica religiosa de la alianza y, políticamente, que desistiera de las alianzas con Egipto, porque no les iban a librar del poderío de los babilonios. No le hicieron caso y, en el año 586 (once años después), volvió Nabucodonosor y el destierro fue ya total.

Es la página más negra de la historia del pueblo elegido: el fin del reino de Judá, como antes había sucedido con el del reino de Samaria. Nabucodonosor quiso dar a Sedecías un castigo ejemplar: mandó ajusticiar en su presencia a sus hijos y luego le dejó ciego. Destruyó Jerusalén y envió a todos al destierro.

El salmo de hoy no podía ser otro: «Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión». Es un salmo que surgió hacia al final de este destierro (un poco antes de que el rey Ciro abriera el camino para que volvieran a Jerusalén los israelitas). Estuvo a punto de consumarse la desaparición total del pueblo y de su religión, incluida la promesa mesiánica. Si también los ancianos se hubieran olvidado de la Alianza, era lógico que dijeran: «si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha... que se me pegue la lengua al paladar» (ya no necesitaban las manos para tocar la cítara o la lengua para cantar salmos).

b) En nuestra historia personal y comunitaria hay dias que parecen totalmente negros, como en la del pueblo elegido del AT.

El Templo destruido, la nación deshecha, la fe perdida, las promesas de Dios irrealizables. La Iglesia se debilita, las vocaciones escasean, la sociedad se paganiza, las familias se tambalean en su misma estructura, nuestras fuerzas fracasan.

Muchas veces, es culpa nuestra. Como en el caso de los judíos, que no hicieron caso al profeta Jeremías y se fiaron de alianzas efímeras -políticas, militares- con Egipto, cuando lo que tenían que haber hecho es volver a los caminos rectos de la Alianza, que incluían los verdaderos valores personales y comunitarios, que les hubieran salvado del desastre. Así nosotros, a veces, nos hemos apoyado en alianzas humanas o nos hemos dejado seducir por ideales que no nos llevan a ninguna parte.

Escarmentar en cabeza ajena es de sabios. A la fidelidad de Dios debe responder, día a día, nuestra propia fidelidad, corrigiendo los desvíos que pueda haber en nuestro camino. Pero Dios es fiel a sus promesas. A la oscuridad le sigue la luz, como a la noche la aurora o al túnel la salida. La puerta sigue abierta.

2. Mateo 8,1-4

a) Ayer, con el capítulo séptimo de Mateo, terminamos de leer el sermón del monte. Ahora, con el octavo, iniciamos una serie de hechos milagrosos -exactamente diez-, con los que Jesús corroboró su doctrina y mostró la cercanía del Reino de Dios. Como había dicho él mismo, a las palabras les deben seguir los hechos, a las apariencias del árbol, los buenos frutos. Las obras que él hace, curando enfermos y resucitando muertos, van a ser la prueba de que, en verdad, viene de Dios: «si no creéis a mis palabras, creed al menos a mis obras».

Esta vez cura a un leproso. La oración de este buen hombre es breve y confiada: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Y Jesús la hace inmediatamente eficaz. Le toca -nadie podía ni se atrevía a tocar a estos enfermos- y le sana por completo. La fuerza salvadora de Dios está en acción a través de Jesús, el Mesías.

b) Jesús sigue queriendo curarnos de nuestros males.

Todos somos débiles y necesitamos su ayuda. Nuestra oración, confiada y sencilla como la del leproso, se encuentra siempre con la mirada de Jesús, con su deseo de salvarnos. No somos nosotros los que tomamos la iniciativa: tiene él más deseos de curarnos que nosotros de ser curados.

Jesús nos «toca» con su mano, como al leproso: nos toca con los sacramentos, a través de la mediación eclesial. Nos incorpora a su vida por el agua del Bautismo, nos alimenta con el pan y el vino de la Eucaristía, nos perdona a través de la mano de sus ministros extendida sobre nuestra cabeza.

Los sacramentos, como dice el Catecismo, son «fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, obras maestras de Dios en la nueva y eterna alianza» (CEC 1116).

Además, tenemos que ser nosotros como Jesús, acercarnos al que sufre, extender nuestra mano hacia él, «tocar» su dolor y darle esperanza, ayudarle a curarse. Somos buenos seguidores de Jesús si, como él, salimos al encuentro del que sufre y hacemos todo lo posible por ayudarle.

«Yo soy el Señor, tu Dios: camina en mi presencia, con lealtad» (1ª lectura I)

«Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos» (salmo I)

«Nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión» (salmo II)

«Señor, si quieres, puedes limpiarme» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 77-81


3-4.

Primera lectura : 2º de Reyes 25, 1-12 Marchó Judá al destierro.

Salmo responsorial : 136, 1-2.3.4-5.6 Que se me pegue la lengua al paladar si no me cuerdo de ti.

Evangelio : Mateo 8, 1-4 Si quieres puedes limpiarme.

En el tiempo de Jesús, la persona que era considerada impura, era relegada a vivir fuera de la ciudad. La desobediencia de esta norma costaba la vida. Lo único que podía esperar un impuro era la muerte. Lo hecho por Jesús con el leproso puede entenderse como un deseo de cambiar el sistema de pureza e impureza por la práctica del amor. Con este gesto, Jesús descalifica toda ley que deshumanice las personas. Lo que resulta en el fondo de todo es el anhelo de Jesús por demostrar que es posible liberarse de la ley injusta que margina a los más débiles.

La enseñanza que este texto trae a la comunidad es la manera como Jesús cuestiona la ley al no respetar la ley de la pureza. Tocar al leproso y luego enviarlo al templo se entiende que ya el papel de esta institución ha quedado relegado a la parafernalia del legalismo. El leproso va al templo para ser borrado de la lista de impuros y poder transitar libremente sin temor. Allí van a notar que su purificación se ha dado en la calle, fuera de la institución y por alguien que no es sacerdote, lo cual convierte al templo en un espacio muerto.

En este texto llama la atención la manera como suceden los hechos. Se presentan de forma que hacer ver los errores cometidos por los responsables del templo. Ellos se reservaban el derecho de declarar impuros e impuros a los pobres que no tenían con qué pagar la curación de sus enfermedades. Este método inhumano era consecuencia de las inexistentes garantías sociales propias de una sociedad injusta que no atiende las necesidades básicas de los pobres; entonces la coartada de los poderorosos era la de declarar impuras a las personas a las que se desecha.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Gn 17, 1.9-10.15-22: Camina delante de mi y sé perfecto

Sal 127, 1-5

Mt 8, 1-4: Si quieres puedes sanarme

El evangelio del Reino (capítulos 5-7) no solo es proclamado, sino confirmado con obras (capítulos 8-9) porque la salvación de Dios se revela por signos y palabras. La misma multitud que en el sermón de la montaña ha sido testigo de las palabras de Jesús, lo es ahora de la manifestación por las obras. El contenido básico de esta sección consta de 10 milagros.

El primer milagro es la curación de un leproso. Según la mentalidad judía, el leproso era impuro por su enfermedad, la cual desde el punto de vista religioso, lo excluía del acceso y en consecuencia de la pertenencia al pueblo elegido. Era asimismo transmisor de impureza.

El leproso quedaba fuera de la sociedad, temerosa de verse físicamente contagiada y religiosamente contaminada. Estaba obligado a avisar a gritos su presencia, para que nadie se acercara a él y tenía que vivir segregado. Era, en cierto modo, visto como un maldito, un castigado por Dios.

Según la doctrina oficial judía, apoyada en las prescripciones de la ley, no había para el leproso posibilidad de acceso a Dios ni a su Reino, pero el mensaje de Jesús se convierte para él en un horizonte de esperanza. El deseo de salir de su miseria y marginación vence el temor de infringir la ley y se acerca a Jesús. Su actitud es de humildad, súplica y confianza en el poder de Jesús; sólo quiere que lo limpie. Desea que elimine la barrera que lo separa del amor de Dios y le impide participar en su Reino. Esta es la reacción de los marginados, de los empobrecidos, a la proclamación de Jesús.

Con la curación del leproso Jesús denuncia la mentalidad social y religiosa de los judíos que margina, excluye y genera la muerte. Con esta curación Jesús quiere afirmar su postura en la defensa de la vida y la dignidad del hombre y de esta manera sacude los cimientos teológicos del judaísmo que están construidos en el legalismo y en la observancia ciega de la ley.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. 2002

COMENTARIO 1

vv. 1-4. Esta escena está separada de la anterior, como lo muestra la orden de Jesús al leproso: «Cuidado con decírselo a nadie», que resultaría imposible de colocar en un contexto de multitudes que siguen a Jesús (8,1). El leproso es el prototipo del marginado. La lepra, en sus múltiples Variedades de erupciones de la piel, además de ser repelente por su apariencia, era considerada como causante de impureza religiosa; es decir, el hombre afectado de tal enfer­medad no podía tener acceso a Dios. En Jerusalén, lugar del tem­plo y del culto oficial, no tenían entrada los leprosos, que habrían impurificado la ciudad santa. Les estaba prohibido acercarse a los sanos. Este hombre, sin embargo, ve en Jesús la posibilidad de salir de su marginación y, contra lo que estaba mandado, toma la iniciativa y se acerca a Jesús, esperando de él la curación.

El término que usa, «limpiarse», tenía una triple acepción: 1) materialmente limpio o sucio; 2) médicamente limpio (de piel sana) o sucio (leproso); 3) religiosamente limpio/puro o sucio/impuro (aceptado o rechazado por Dios). Solamente las sacerdotes, mediante ritos en el templo, podían declarar al hombre libre de la impureza religiosa después de constatar su curación física. Al acercarse a Jesús, el leproso le pide sencillamente la salud.

Un israelita observante habría expresado su rechazo por el le­proso, distanciándose de él por temor a contraer impureza. La Ley prohibía tocar a una persona impura (Lv 5,3), pues su con­tacto transmitía impureza (cf. Nm 5,2); según ella, Dios sancio­naba la marginación. En lugar de rechazar al hombre, Jesús lo toca, violando la Ley; muestra así que en nombre de Dios no se puede marginar al hombre. El resultado no es que Jesús quede impuro, sino que el leproso queda limpio. La violación de la Ley ha permitido la curación del hombre; la Ley era el obstáculo que impedía la relación humana y la relación con Dios. Jesús distingue entre la impureza física (la enfermedad) y la religiosa, y no acepta la segunda. La enfermedad no separa al hombre de Dios, porque no viene de él ni es efecto de un castigo divino o maldición, como se pensaba en el judaísmo. Jesús no quiere que se divulgue la noticia. Recomienda al hombre que cumpla con los ritos de puri­ficación, para que conste oficialmente su curación y pueda ser aceptado por la sociedad en que vive.

Jesús distingue, pues, dos aspectos de la Ley: uno religioso, que él no acepta ni respeta; otro social, como código de costumbres que organiza una comunidad humana; como tal, manda respetarla, para hacer posible la integración del hombre en su medio. Con su acción niega Jesús el valor religioso de las prescripciones de la Ley y relativiza las instituciones israelitas.

Este episodio puede relacionarse con el compendio hecho por Jesús de la moral del AT (7,12). Si la conducta prescrita por la Es­critura puede resumirse en el buen comportamiento con los demás, caen por tierra todos los preceptos rituales. Nótese que antes del discurso no se mencionan leprosos entre los enfermos curados por Jesús (4,24).

El leproso es figura de todo marginado por motivo religioso. De ahí el episodio siguiente.


COMENTARIO 2

El sentido de las palabras con autoridad, pronunciadas en la montaña, se concretan en las acciones realizadas con autoridad relatadas en los cc. 8-9. Las acciones poderosas de estos capítulos pertenecen a dos categorías: los “relatos vocacionales” que muestran el poder de Jesús para suscitar el seguimiento, y las “señales” (milagros) derivadas del mismo poder, capaces de triunfar sobre los males, que se agrupan a lo largo de estos capítulos en bloques de tres o cuatro episodios.

En el primero de esos bloques se relata sucesivamente tres curaciones de las que son beneficiarios un enfermo de lepra, el siervo de un centurión y la suegra de Pedro cuyo sentido se consigna en 8, 17: “Él tomó nuestras dolencias y quitó nuestras enfermedades”.

La categoría a la que pertenecen los curados revela el carácter universal de la acción de Jesús. Sucesivamente se presenta a un judío (debe presentarse al sacerdote), a un pagano (miembro de la casa de uno de los miembros de las tropas de ocupación), a un miembro de la comunidad eclesial (la suegra cuyo yerno que en Mc y Lc es Simón aquí recibe su nombre eclesial de Pedro).

El primero de los milagros, relatado en 8, 1-4 se presenta en íntima conexión con el sermón de la montaña gracias a la circunstancia descripta en el v.1: “Al bajar del monte”. Como todo relato de milagro es la verificación del poder de Jesús como mensajero de Dios. El beneficiario en este caso, como en repetidos pasajes del relato evangélico, es un enfermo de lepra.

La naturaleza de la enfermedad ha colocado a la persona al margen de la vida social del pueblo. Las enfermedades de piel, normalmente consideradas como lepra, habían dado origen a una complicada legislación, uno de cuyos puntos fundamentales era el aislamiento del enfermo. En torno a este caso, como en otros casos semejantes en que la enfermedad puede suscitar una cierta repugnancia, surgen tabús y prejuicios a lo largo de toda la historia humana.

Jesús se aparta decididamente de estos prejuicios. Deja acercarse al leproso (v. 2) y lo toca (v. 3) colocándose así El mismo en situación de impureza. Frente a la ecuación de enfermedad, pecado, demonio, presente en el pensamiento de sus contemporáneos, Jesús considera la enfermedad como un signo y no como consecuencia de la existencia del pecado en el mundo. Por ello no teme el contacto con el enfermo, más aún presenta ese contacto como la única forma de actuación del Reino.

Esta palabra poderosa de Jesús enmarca el Reino como superación de toda marginación. Por ello el leproso debe ir a presentarse al sacerdote para que sean reconocidos sus derechos de plena reintegración al pueblo.

Jesús revela la salvación mesiánico ligada a la actuación del Servidor sufriente. El, considerado como pecador, llevaba sobre sí los pecados causados por el egoísmo de los seres humanos. Entrando en íntima comunión con un enfermo de lepra, Jesús muestra que el auténtico camino de salvación sólo puede realizarse en la superación de toda marginación. De esa forma, se señala también el camino que deberá recorrer todo discípulo llamado a su seguimiento.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. DOMINICOS 2004

Palideced, ciudades y pueblos

Ayer no pudimos leer el capítulo 24 del libro de los Reyes cómo el rey de Judá, Joaquín, año 598 a. C., fue deportado a Babilonia, por orden de Nabucodonosor , y llevó consigo a todos los hombres aptos para el trabajo. Hoy leemos el capítulo 25, cómo un nuevo rey impuesto, Sedecías, sobrino de Joaquín, comenzó a reinar y se rebeló contra el rey de Babilonia. Su conciencia le decía que un Dios, una religión, un templo y un pueblo tenían que ser defendidos y mantenidos en su identidad histórica. ¡Legítima defensa y singular audacia!

Para acallar esa voz y conciencia, volvieron los ejércitos caldeos dispuestos a asolar Jerusalén, y tanto la ciudad como el templo, tras el asedio, fueron pasto de las llamas. Así es la lucha incomprensible que una y otra vez mantenemos los humanos en nuestra historia. Se desprecia la convivencia en igualdad y se impone la ley del fuerte para que siempre haya opresores y oprimidos, señores y esclavos, ricos y pobres, poderoso y débiles.

¿Seremos capaces alguna vez de romper esas mallas o estructuras que nos envilecen?


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Segundo libro de los Reyes 25, 1-12:
“El año noveno del reinado de Sedecías (597-587)..., Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino a Jerusalén con todo su ejército. Acampó frente a la ciudad y construyó torres de asalto alrededor. La ciudad quedó sitiada... El hambre se apoderó de ella... Los soldados abrieron brecha en las murallas y huyeron de noche... camino de la estepa. Pero el ejército caldeo persiguió al rey... y se llevaron a todos a Babilonia.... Los hijos de Sedecías fueron degollados, y a Sedecías le sacaron los ojos...”·

Evangelio según san Mateo 8, 1-14:
“En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Él extendió la mano y lo tocó diciendo: ¡Quiero, queda limpio! El enfermo enseguida quedó limpio de la lepra. Y Jesús les dijo: No se lo digáis a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés”.


Reflexión para este día
El mensaje de Jesús se parece muy poco a las batallas sangrientas del entorno de Jerusalén, de ayer y de hoy. Él no sabe de odios, ambiciones, torturas y destierros.

Su ley es el amor, la justicia, la verdad, la fraternidad.

Entendamos su lenguaje espiritual, convivencial, que caldea el corazón. Él nos dice que obremos siempre con fidelidad a nuestra conciencia, a la rectitud de corazón, a las leyes justas, a la dignidad de todas las personas. Así lo haremos, si asumimos paciente y sinceramente las consecuencias de nuestra conducta, sabiendo que, al final, triunfará la verdad, y que será nuestra propia conciencia quien la cantará como juez, alabándonos o condenándonos.

Nuestra conciencia sabrá muy bien en qué hemos delinquido y en qué hemos obrado rectamente, en qué fuimos solidarios de los abatidos y en qué nos sumamos a las injusticias reinantes en el mundo.

Señor, al ver en nuestros días tantas víctimas de la inhumanidad de los hombres ¿no nos persuadiremos de que hacer la vida teniendo en nuestro horizonte la luz, la mirada, el rostro de Dios que es padre, amigo, salvador y juez, es una fuente inagotable de felicidad?


3-8. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Después de la extensa instrucción del monte , la fuerza del reino se revela a través de las curaciones y exorcismos reunidos en estos capítulos. De este modo, el reino anunciado con palabras tiene una incidencia concreta en la realidad de los hombres liberándolos del pecado y de sus consecuencias. Los milagros son acciones portentosas y expresiones concretas de misericordia, pero sobre todo son el sello de autenticidad de las palabras de Jesús.

Con la narración de hoy comienza la primera serie de tres milagros . En los tres Jesús se acerca a personas excluidas o marginadas: un leproso, un pagano y una mujer, para mostrar que la fuerza salvadora del reino no tiene fronteras. Mateo subraya en las palabras del enfermo una confianza total en Jesús. Y él le insiste para que cumpla todos los requisitos para ser reintegrado en la comunidad, es decir, quiere para él una sanación total que le devuelva la alegría de vivir y de convivir.

Pocas personas leprosas he tratado en mi vida de misionero por la campaña paraguaya, pero siempre recuerdo el encuentro con Zacarías, un enfermo con los muñones de las manos vendados y empapados en sangre. En aquellos bosques todo saludo de bienvenida se expresa con un apretón de manos. Recuerdo aún la sensación que experimenté y cómo instintivamente, al retirar mi mano y sentir la humedad de los trapos, la restregué con fuerza en mi pantalón. Fue un gesto egoísta, lo reconozco, y poco amable hacia el pobre enfermo, pero no me pude controlar y seguir como si nada hubiera tocado.

Por eso cuando leo en el texto: “Jesús extendió la mano, lo tocó ...” Mt 8,3) me siento admirado ante la cercanía humana de Jesús y el dominio de sí mismo para acoger a las personas por más repugnantes que pudieran ser.

Vuestro hermano en la fe,
Carlos Latorre (carlos.latorre@claretianos.ch)


3-9.

Comentario: Rev. D. Xavier Romero i Galdeano (Cervera-Lleida, España)

«Señor, si quieres, puedes limpiarme»

Hoy, el Evangelio nos muestra un leproso, lleno de dolor y consciente de su enfermedad, que acude a Jesús pidiéndole: «Señor, si quieres puedes limpiarme» (Mt 8,2). También nosotros, al ver tan cerca al Señor y tan lejos nuestra cabeza, nuestro corazón y nuestras manos de su proyecto de salvación, tendríamos que sentirnos ávidos y capaces de formular la misma expresión del leproso: «Señor, si quieres puedes limpiarme».

Ahora bien, se impone una pregunta: Una sociedad que no tiene conciencia de pecado, ¿puede pedir perdón al Señor? ¿Puede pedirle purificación alguna? Todos conocemos mucha gente que sufre y cuyo corazón está herido, pero su drama es que no siempre es consciente de su situación personal. A pesar de todo, Jesús continúa pasando a nuestro lado, día tras día (cf. Mt 28,20), y espera la misma petición: «Señor, si quieres...». No obstante, también nosotros debemos colaborar. San Agustín nos lo recuerda en su clásica sentencia: «Aquél que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Es necesario, pues, que seamos capaces de pedir al Señor que nos ayude, que queramos cambiar con su ayuda.

Alguien se preguntará: ¿por qué es tan importante darse cuenta, convertirse y desear cambiar? Sencillamente porque, de lo contrario, seguiríamos sin poder dar una respuesta afirmativa a la pregunta anterior, en la que decíamos que una sociedad sin conciencia de pecado difícilmente sentirá deseos o necesidad de buscar al Señor para formular su petición de ayuda.

Por eso, cuando llega el momento del arrepentimiento, el momento de la confesión sacramental, es preciso deshacerse del pasado, de las lacras que infectan nuestro cuerpo y nuestra alma. No lo dudemos: pedir perdón es un gran momento de iniciación cristiana, porque es el momento en que se nos cae la venda de los ojos. ¿Y si alguien se da cuenta de su situación y no quiere convertirse? Dice un refrán popular: «No hay peor ciego que el que no quiere ver».


3-10. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano


Estudio de los textos

(Algunas indicaciones generales sobre los libros de Reyes se ofrecen en el comentario del lunes pasado)

Tras el paréntesis de ayer en que celebrábamos la fiesta de San Juan Bautista, la primera lectura continúa el tema que se venía desarrollando: la historia de Israel. Hoy asistimos a uno de sus acontecimientos más traumáticos: la caída de Jerusalén y la deportación de sus habitantes a Babilonia. Es prácticamente el final de este segundo libro de los Reyes. Situemos brevemente los acontecimientos.

A Josías le sucedió su hijo Joacaz (609 a.C.) que reinó tres meses, hasta que fue depuesto por el faraón Nekao, quien constituyó rey al hijo de aquél, Joaquín (609-598 a.C.). Durante su reinado Jerusalén fue invadida por todos los imperios circundantes. A éste le sucedió su hijo Jeconías (598-597 a.C.). En sus días los soldados de Nabucodonosor, rey de Babilonia (604-561 a.C.), cercaron Jerusalén y deportaron al rey con su familia y súbditos. El monarca babilónico entronizó en su lugar a su tío Sedecías (597-586 a.C.). Éste se rebeló contra Babilonia, por lo que Nabucodonosor llevó a cabo la destrucción total de Jerusalén y del templo y la deportación de sus habitantes a Babilonia (586 a.C.). Es lo que se ha venido llamando el destierro babilónico. A los que quedaron del pueblo les nombró a Godolías como rey . Pero a los siete meses de su reinado se alzó contra él Ismael, mas todo el pueblo, por temor a las represalias del imperio babilónico, huyó a Egipto. En Babilonia, por su parte, subió al trono Evil Merodac (561-559 a.C.) quien indultó al rey Jeconías y lo trató benignamente. Y así llegamos al final del segundo libro de los Reyes.

2Re 25, 1-12 recoge los sucesos más importantes de la caída definitiva de Jerusalén. Se trata de una narración puramente histórica, aunque está escrita desde la perspectiva deuteronomista. Según nos narra el profeta Jeremías (Jer 37, 16-38, 28), el comportamiento del rey Sedecías respecto a Babilonia fue ambiguo, y estuvo muy mediatizado por el partido proegipcio (Jer 27, 14-22; 28, 1-7; 29, 1-32). De hecho, en el año 593 a.C. los reyes de Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón enviaron mensajeros a Jerusalén para luchar contra Babilonia. La idea fue apoyada por los antibabilónicos y algunos profetas como Ananías (Jer 28). No obstante, Sedecías no siguió el plan que el mismo Jeremías consideraba contrario a la voluntad divina (Jer 27, 1-11). Pero al cabo de cinco años negó el tributo a Babilonia, lo cual supuso un enfrentamiento directo contra Nabucodonosor (2Re 24, 20). El rey Sedecías trataba de este modo de aprovecharse del levantamiento del cerco provocado por la amenaza del faraón Ofrá, dejándose llevar por el entusiasmo, como si se tratara de una repetición de los sucesos acaecidos en tiempos de Senaquerib (2Re 19, 25-37). El profeta Jeremías vuelve a levantar la voz pronosticando que Egipto regresaría a su tierra y Nabucodonosor cercaría de nuevo Jerusalén (Jer 37, 6-10; 38, 2-3), con lo que hubiera sido mejor no haberse enfrentado contra los caldeos. El texto de hoy narra las consecuencias de la política llevada a cabo por el rey de Judá. El asedio de Jerusalén duró dieciocho meses hasta que el nueve de Tammuz (18 de julio) del año 586 a.C. se abrió una brecha en la ciudad por donde intentaron escapar sus habitantes a la desesperada. El rey fue capturado y llevado ante Nabucodonosor que se encontraba en Riblá. Tras sufir un duro castigo fue llevado prisionero a Babilonia. La destrucción de Jerusalén fue protagonizada por Nabusardán, jefe de la guardia del ejército babilónico. Estos últimos acontecimientos fueron profetizados por Jeremías y Ezequiel e interpretados como el justo castigo por las injusticias e idolatrías de los jefes de Israel.

Otros detalles de interés a tener en cuenta en esta lectura son, por ejemplo, la “huida de noche” del rey, la ejecución de sus hijos ante sus propios ojos que posteriormente le fueron inutilizados y su traslado a Babilonia encadenado. Todo ello era el castigo previsto para los rebeldes por haber quebrantado el juramento solemne hecho a Nabucodonosor (Ez 17, 11-21). Respecto a Nabusardán es mencionado en Jer 39, 13-14; 41, 10; 43, 6, debía ser jefe de la guardia personal del rey. Su obra de destrucción se realizó un mes después de la caída de Jerusalén, es decir, el mes de Ab (agosto). Parece ser que el país fue totalmente devastado y su población reducida a unas diez o quince mil personas.

En respuesta a lo narrado en la primera lectura la liturgia nos ofrece algunos versículos del salmo 136 (que corresponde al 137 de la Biblia Hebrea). Es un salmo de lamentación que contiene 9 versos, probablemente compuesto en el destierro babilónico para uso de los desterrados, aunque la crítica también se inclina por situarlo después del destierro y lo que realmente se esté haciendo sea una transposición al pasado ante el panorama desolador de Jerusalén. Se trata de una composición de gran belleza lírica. Un motivo clave para comprenderlo es seguir la trama que se plantea en el canto en su totalidad: en medio de una situación desesperada (“en tierra extranjera”, “con nostalgia de Sión”) los opresores invitan a los deportados a entonar un canto (“cantadnos un cantar de Sión”), y tras la lamentación (“¡cómo cantar un cántico del Señor!”) se accede a la petición en una respuesta terrible y truculenta (“Toma cuentas, Señor, a los idumeos del día de Jerusalén”, “Babilonia... ¡Dichoso el que agarre y estrelle a tus hijos contra la peña!). Precisamente por la dureza del cántico entonado por los desterrados se han suprimido en la liturgia estos versos (7-9). Pasemos a analizar algunos detalles de los versículos que se nos proponen.

El salmo comienza dibujando plásticamente la situación geográfica y espiritual del pueblo (“junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar”). Resulta una escena contradictoria, a un entorno apacible lleno de caudales, una naturaleza que invita al sosiego y regocijo se opone la angustia de sus moradores (Ez 27, 30-31; Lam 2, 10; Jon 3, 6). Probablemente se tratase de un lugar de reunión del pueblo de Israel junto con las casas de sus mayores (Lam 1, 2.16; 3, 48; 2, 10). La imagen de los canales de agua es un recurso utilizado en los profetas (Nahún 3, 8; Is 33, 20-21) y en otros salmos (Sal 46). Tras esto entran en escena los babilonios, quienes en son de burla mezclado con el exotismo del ambiente, piden a los desterrados que cambien su llanto por la cítara (la petición trae el recuerdo de Sansón cuando se encontraba en la cárcel en Jue 16, 26). Pero el pueblo desterrado no puede cantar a Sión en un lugar que no le es propio (cfr. Sal 65, 2), a lo que se une el recuerdo de la ruina de la Ciudad Santa (cfr. Lam 2, 15). Los cantos están unidos a Sión y ésta a Yhwh (Lam 1, 17; 2, 10.13). El final de estos versos son un juramento de fidelidad a Jerusalén con una condición contra sí mismos: la mano que toca la cítara quedará inservible, la lengua que entona los cantos se pegará al paladar (Ez 3, 25-26). Bajo esta imagen está la concepción de que el olvido de la Ciudad es signo de apostasía (Sal 78). La alegría sólo será manifestada en donde se encuentra la morada de Dios (Ez 24, 25).


(Algunas indicaciones generales sobre el evangelio de Mateo se ofrecen en el comentario del lunes 21 de junio.)

El relato evangélico de hoy se agrupa dentro de los que hemos tratado a lo largo de esta semana, es decir, en la segunda parte del evangelio que Mateo dedica a la predicación de Jesús y anuncio del reino de los cielos a Israel (4, 17-12, 50). El texto da inicio a una sección que se extiende hasta el final del capítulo 9 donde se narran una serie de diez milagros que bien podemos comprender como la manifestación del Reino y la confirmación de la identidad mesiánica y divina de Jesús con obras prodigiosas (vaticinadas ya en el AT y profetizadas por él mismo). En primer lugar se recoge la curación de un leproso, que es el texto que nos corresponde hoy (8, 1-4), a continuación la curación del criado del centurión (8, 5-13), siguen luego diversas curaciones (8, 14-17), seguidamente se narra el milagro de la tempestad calmada (8, 23-27), después el prodigio de los endemoniados gadarenos (8, 28-34), luego la curación de un paralítico (9, 1-8), la sanación de la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo (9, 18-26), la curación de dos ciegos (9, 27-31) y, finalmente, la curación de un mudo endemoniado (9, 32-34). Dentro de esta misma sección encontramos también algunos dichos de Jesús referidos a diversas cuestiones (condiciones del seguimiento, el ayuno, la metáfora de la mies) y la historia de la vocación de Mateo.

Mt 8, 1-4 está en paralelo con Mc 1, 40-45 y Lc 5, 12-16. Una mirada de conjunto nos hace comprender el milagro junto a los dos que vienen a continuación realizados sobre un pagano (8, 5-13) y una mujer (8, 14-15), es decir, personas excluidas o marginadas a las que se acerca Jesús y manifiesta la fuerza salvadora del Reino. Tal como se desprende de las leyes levíticas, la lepra era considerada como una enfermedad que excluía de la vida social y religiosa tanto a personas como a animales. Además, la curación debía ser confirmada por el sacerdote (Lev 14, 2-32). La ley prohibía, a su vez, cualquier contacto físico con quien la padeciese. La escena es muy escueta y se desarrolla de manera sencilla y clara, aunque no dejan de tener importancia sus elementos simbólicos. Parte del gran discurso anterior de la montaña (5, 1-7, 29). La muchedumbre que sigue a Jesús en este momento parece ser distinta, aunque igualmente admirada por su modo original y personal de enseñar (7, 28; Mc 1, 22; Lc 4, 32). A continuación se desarrolla la escena de la curación del leproso en un marco de fe y de adoración de Jesús, es decir, de vinculación entre el milagro y la persona de Jesús y su soberana autoridad manifiesta. Otro de los elementos importantes es la contraposición que se da entre las “fuerzas físicas”, incapaces de restaurar la condición del que se le acerca y la manifestación de la identidad de Jesús. El mandato de no decir nada a nadie es la expresión del “secreto mesiánico”. Este secreto, que en Mc es especialmente significativo, puede aludir, como hemos dicho en otros comentarios, a que Jesús no quería ser considerado como un mesías político, aunque no le falta razón si se considera esta prohibición como un recurso literario para expresar que la verdadera identidad de Jesús sólo se manifiesta a partir de la resurrección. Por último, la orden de presentarse al sacerdote para que conste (cfr. 9, 30; 12, 16; Mc 7, 36; Lc 14, 2.4.32; 17, 14) probablemente aluda a que se quiere dejar clara la identidad de Jesús ante los sacerdotes y los dirigentes que lo rechazan, aunque también se está aludiendo a la reincorporación a la comunidad del que fue leproso.


Comentario teológico

El deuteronomista... tenía razón: por culpa del comportamiento de los reyes de Israel cayó el reino del Norte y ahora nos acaba de presentar el patético final de Judá. Si hubieran promovido el culto a Yhwh y destruido los altozanos dedicados a los baales otra cosa hubiese sucedido... No es tan sencillo, en este esquema de pensamiento hay más preguntas que respuestas en la mente del lector, o ¿acaso no fue significativo y determinante que en tiempos de David Egipto y Asiria no estuviesen en el esplendor de su poderío? ¿O es que con los grandes David y Salomón no había cultos a “dioses extraños”? ¿Y por qué entonces les fueron tan bien las cosas a ellos? ¿Es que no cuenta el pecado de adulterio y asesinato del primero? ¿Y no fue el mismísimo Salomón quien llenó su palacio con un inmenso harén de extranjeras cada una con sus divinidades particulares? ¿Tan poco tiempo cuenta la unanimidad del pueblo entero declarando su sí incondicional al rollo de la Ley hallado en tiempos de Josías? ¿No se trata más bien de hurgar en el pasado para dar razón de una situación presente a primera vista incomprensible? Más aún, ¿por qué aferrarse a una imagen de Dios juez y celoso por el cumplimiento de sus leyes? No es un juego lógico que gire del presente al pasado y viceversa.

El salmo 136 es una interpretación distinta de acontecimientos similares. La historia presentada es posterior a lo narrado en la primera lectura. Al superar el anacronismo de la transposición de nuestras coordenadas de pensamiento a las del salmista, la belleza que apreciamos en la composición se troca en expresión latente de odio que abriga la esperanza de la venganza del Dios que habita en Sión. El lector (cantor, orante) de los acontecimientos dialoga, más que con su razón, con un Dios que mantiene en sus manos la situación del pueblo. Al comprender al salmista como contemporáneo de la situación, la impotencia de la comunidad transciende en poder de Dios. Si lo entendemos como posterior, se abre una nueva lógica de interpretación pasado-presente: la confianza en Dios en las situaciones sin salida.

El evangelio conduce los hechos al ámbito personal: el dolor de un individuo frente a la divinidad. Algunas características que encontrábamos en el texto anterior se repiten, el pueblo que sigue a Jesús, la confianza absoluta en Dios que parte de la humillación del leproso y la situación que queda en manos de Dios. Pero el silencio de Dios toma, en este caso, la palabra. sanando la enfermedad. Queda superada la situación sin salida planteada: Dios ha hablado, da sentido al pueblo peregrino, ha acogido el sufrimiento de un individuo y confirma la economía salvífica veterotestamentaria, una vertiente distinta de la planteada en la primera lectura.

Por tanto, ante la situación del dolor o del sufrimiento planteada en los textos, se proponen tres reflexiones distintas. La primera, el presente sin salida es la confirmación de los planes divinos de una conducta de la comunidad analizada como errónea. En la segunda, la burla de los enemigos y la desolación dan paso a la confianza en que Dios instaurará un futuro opuesto al presente. Y en el evangelio, la enfermedad y el aislamiento encuentran la respuesta del Dios que se encarna, sana la situación y se sitúa en la tradición religiosa del pueblo.


3-11. La curación de un leproso

Fuente:
Autor: Buenaventura Acero

Reflexión

No hay duda que la vida de los hombres está llena de sufrimientos más o menos visibles, físicos, mentales, morales. El leproso del evangelio de hoy es una de estas miserias. Aunque los hombres se afanen por buscar las riquezas y finjan vivir en un mundo inmortal, los signos de la muerte que cada hombre lleva en sí mismo son inevitables. Los encontramos en cada paso de nuestra vida. Drogas, matrimonios deshechos, suicidios, abusos, enfermedades y un sin fin de desgracias que hasta el hombre más famoso, más rico, más sabio y más sano conoce personalmente. Para muchas personas muchas de estas realidades son hechos de cada día. Sin embargo, ellas mismas saben que a pesar de ello se debe ir adelante en la vida lo mejor posible.

Por eso, Jesús pone en sus manos este elenco de desdichas y lo transforma en gracias y en bendiciones. Realiza milagros para que veamos que es capaz de darnos una vida que no sólo es sufrimiento sino que también hay consuelos físicos y morales que, son más profundos porque tocan el alma misma. Para esto ha venido a esta vida, para traernos un reino de amor y unión.

Basta que nosotros usemos correctamente nuestra libertad para que se realicen todas las gracias que Cristo quiere darnos. Basta confiar en Él, en su palabra que nos habla del Padre misericordioso e interesado por nuestra felicidad.


3-12.

Una condición importante se presenta en este leproso que recibe la sanación física: Cree que Jesús puede curarlo. Es el primer paso en el proceso de su sanación, creer. Jesús, quién nunca duda en concedernos un deseo, si es la voluntad de su Padre, cura al leproso. Es interesante ver cómo Jesús aprovecha la oportunidad para una sanación completa, la física y la social.

Tener lepra en aquellos tiempos era una condición para ser marginado
socialmente, aislado, tal y como hacemos con una enfermedad como el SIDA en nuestros días, aunque no existe un mandato explícito. Pues Jesús, para restablecer la dignidad de esta persona ante la sociedad le pide que vaya a presentarse al Sacerdote, tal y como era la costumbre según la Ley de Moisés y presentara la ofrenda correspondiente a su sanación.

Jesús sabía que esta acción devolvería también la sanación en el aspecto social, el cuál también es importante pues vivimos en el mundo y en el mundo debemos seguir. Jesús recupera nuestra dignidad como hijas e hijos de Dios, pero también como miembras y miembros de una sociedad, como seres humanos que necesitamos vivir en comunidad y ser aceptados por la misma.

Gracias Señor por tu sanación completa que me integra a la vida espiritual y social con la misma condición de ser hija amada por Dios.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-13.


3-14.