MARTES DE LA SEMANA 4ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Segundo Libro de Samuel 18,9-10.14.24-25.30-32.19,1-3.

De pronto, Absalón se encontró frente a los servidores de David. Iba montado en un mulo, y este se metió bajo el tupido ramaje de una gran encina, de manera que la cabeza de Absalón quedó enganchada en la encina. Así él quedó colgado entre el cielo y la tierra, mientras el mulo seguía de largo por debajo de él. Al verlo, un hombre avisó a Joab: "¡Acabo de ver a Absalón colgado de una encina!". Entonces Joab replicó: "No voy a perder más tiempo contigo". Y tomando en su mano tres dardos, los clavó en el corazón de Absalón, que estaba todavía vivo en medio de la encina. David estaba sentado entre las dos puertas. El centinela, que había subido a la azotea de la Puerta, encima de la muralla, alzó los ojos y vio a un hombre que corría solo. El centinela lanzó un grito y avisó al rey. El rey dijo: "Si está solo, trae una buena noticia". Mientras el hombre se iba acercando, El rey le ordenó: "Retírate y quédate allí". El se retiró y se quedó de pie. En seguida llegó el cusita y dijo: "¡Que mi señor, el rey, se entere de la buena noticia! El Señor hoy te ha hecho justicia, librándote de todos los que se sublevaron contra ti". El rey preguntó al cusita: "¿Está bien el joven Absalón?". El cusita respondió: "¡Que tengan suerte de ese joven los enemigos de mi señor, el rey, y todos los rebeldes que buscan tu desgracia!". El rey se estremeció, subió a la habitación que estaba arriba de la Puerta y se puso a llorar. Y mientras iba subiendo, decía: "¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón! ¡Ah, si hubiera muerto yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío!". Entonces avisaron a Joab: "El rey llora y se lamenta por Absalón". La victoria, en aquel día, se convirtió en duelo para todo el pueblo, porque todos habían oído que el rey estaba muy afligido a causa de su hijo.

Salmo 86,1-6.

Oración de David. Inclina tu oído, Señor, respóndeme, porque soy pobre y miserable;
protégeme, porque soy uno de tus fieles, salva a tu servidor que en ti confía.
Tú eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor, porque te invoco todo el día;
reconforta el ánimo de tu servidor, porque a ti, Señor, elevo mi alma.
Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan:
¡atiende, Señor, a mi plegaria, escucha la voz de mi súplica!


Evangelio según San Marcos 5,21-43.

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva". Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada". Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?". Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?". Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad". Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?". Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas". Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme". Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate". En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



 

1.-Hb 12, 1-4

3-1.

VER DOMINGO 20C


2.- 2S 18, 9-10.14b.24-25a.30-19, 3

2-1.

-La insurrección de Absalón condujo a la victoria de David.

La página leída ayer nos mostró al rey David acosado por su hijo y por sus enemigos: era el momento del fracaso duro. Hoy es el momento de la victoria: el rebelde es vencido, David podrá entrar en su capital, Jerusalén.

Meditemos primero sobre ese hecho; el fracaso, la debilidad no contrarrestan el plan de Dios. Dios puede lograr su fin, incluso sirviéndose de apariencias contrarias. Toda la historia de la salvación es buena prueba de ello.

Medito sobre mis propios fracasos.

Trato de comprenderlos a la luz del misterio de la cruz.

«Nosotros predicamos un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles... Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad divina, más fuerte que la fortaleza de los hombres... Lo débil del mundo es lo que Dios ha escogido, para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios...» (1 Corintios 1, 22-29)

Pablo también pedía a Dios, como nosotros, como David ser liberado de sus debilidades: «El Señor me declaró, "mi gracia te basta"... "porque mi poder se muestra perfecto en la flaqueza"». (II Corintios 12, 9-10)

-Pero David no se alegró porque su hijo Absalón había muerto.

David acaba de ganar una batalla y se ha dominado una insurrección. Esto podría alegrarle. Pero todo ello se esfuma ante el dolor de haber perdido a su hijo. Los allegados a David, sólo ven la eficacia del resultado: se ha batido al oponente, se ha destruido al usurpador... y van a anunciarlo al rey como una buena noticia.

Entonces el rey se estremeció, subió a la estancia alta y rompió a llorar. Decía entre sollozos: «¡Hijo mío, Absalón; hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!»

Dolor punzante; se retira solo a su cuarto para llorar.

Imagen de Dios.

Nuestro Padre celestial, aun cuando somos rebeldes y nos oponemos a El, sigue amándonos. «Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva» (Ezequiel 33, 11)

Me dispongo a meditar sobre mis propios pecados, para sentir en mí todo el dolor de Dios, toda la misericordia de Dios. Si David ha comprendido tan bien el perdón hacia su hijo, es porque él mismo había experimentado el perdón de Dios. Recuerda que después del homicidio de Urías, el profeta Natán había ido a su palacio, le había revelado su falta... y la superabundancia de la misericordia divina. El contagio de la misericordia divina había comenzado en el corazón de Dios, ¡acaso podrá David ser menos misericordioso!

Jesús recordará esta ley: «si no perdonáis vosotros, tampoco Dios os perdonará».

¿A quién tengo que perdonar, HOY?

-La victoria, se troco en duelo aquel día para todo el ejército y el pueblo.

Poco a poco, el pueblo de Dios llegará a entender que no necesita de técnicas militares para acabar con sus enemigos: el verdadero combate se da «contra las fuerzas del mal que alienan a la humanidad». «Perdonar» es una victoria mayor que «vencer».

¿Cuál será mi victoria interior?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 46 s.


2-2. /2S/18/06-17   /2S/18/24-29   /2S/19/01-04

El centro de interés de todo este episodio de la guerra civil suscitada por Absalón contra su propio padre es la generosidad de David para con su hijo rebelde. No lo hace por virtud especial alguna, sino porque le quiere extremadamente, por perverso y mal hijo que sea. Yahvé no ha retirado su amor a David pese a su grave pecado; David no retira su amor a Absalón pese al asesinato del primogénito Amnón y la posterior rebeldía. Todos oyen cómo David da orden expresa a sus generales Joab, Abisay e Itay de que no hagan ningún daño a Absalón (18,5). Pero el sanguinario y calculador Joab, que anteriormente había sido amigo y partidario del príncipe Absalón (cf. c. 14), cuando éste nombra a Amasá jefe de sus tropas, se pasa a David y se venga matando a Absalón (18,14) y más tarde a Amasá (20,10), repitiendo lo que había pasado cuando David había aceptado a Abner como general suyo, de acuerdo con aquella política de reconciliación que siempre siguiera. La angustia de David por su hijo Absalón es dramáticamente descrita. Más que el resultado de la batalla, lo que le interesa es saber si ha salido de ella con bien Absalón. Ajimás, que se había adelantado a llevarle la buena nueva de la victoria, no osa comunicarle que Absalón ha muerto. Un segundo mensajero se lo hace saber, y David hace un gran duelo por ello. Mas, en el triste espectáculo de su decrepitud, la bondad parece ser lo último que conserva David. Nunca, ni cuando Saúl lo perseguía a muerte, se nos había aparecido tan impotente como ahora, incapaz de castigar el crimen de Joab. Más aún: Joab le obliga a hacer de tripas corazón y, olvidando el dolor de padre, celebrar la victoria de rey, con la amenaza de que si no se muestra ante los soldados para compartir con ellos la alegría del triunfo, todos le abandonarán (19,6-9).

Tristemente vencedor, David ve volver a él, pidiéndole perdón, a cuantos le habían traicionado, atacado o insultado. A todos perdona, los restablece en sus cargos y bienes. En impresionante contraste con esta amnistía general después de la guerra civil, según 1 Re 2, da David antes de morir unas terribles instrucciones a Salomón, y le encomienda matar a cuantos antes había perdonado. En realidad, según los mejores estudios recientes, se trata de una interpolación posterior. La primitiva historia de la sucesión de David dejaba bien claro que Salomón se había afirmado en el trono gracias a una purga implacable de enemigos políticos; un redactor posterior prosalomónico habría añadido el testamento de David para atribuirle la responsabilidad moral y convertir la crueldad de Salomón en piedad filial y habilidad política.

Mientras David llora por su hijo muerto, el ejército vencedor no se atreve a celebrar el triunfo y entra en la ciudad «a escondidas, como se esconden abochornados los soldados cuando han huido del combate» (19,4). Como dice Valerio Máximo la más vergonzosa de las victorias es la obtenida en una guerra civil.

H. RAGUER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 687 s.


3.- Mc 5, 21-43

3-1.

Después del milagro de la "tempestad calmada" y el del "endemoniado liberado"... vamos hoy a oír el relato de otros dos milagros estrechamente imbricados y ligados uno a otro: asistimos a una especie de crescendo, a una progresión en la Fe de los discípulos para quienes son estos gestos...

El lector es llevado por san Marcos a creer en el poder de la resurrección de Jesús:

--poder sobre los elementos de la naturaleza (la tempestad en el mar).

--poder sobre los "espíritus inmundos" del hombre pagano (¡en Gerasa!)

--poder sobre la enfermedad (la hemorragia de la mujer)...

--poder sobre la muerte (resurrección de la hijita de Jairo)...

-Una mujer que padecía flujo de sangre (HEMORROISA) desde hacía doce años... vino entre la muchedumbre por detrás, y tocó su vestido... Al punto, se secó la fuente de la sangre, y sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal...

Por de pronto, podría decir de esto que fue una curación robada: esta mujer busca esconderse, se avergüenza de su enfermedad, que por otra parte la pone en estado de "impureza legal" según la Ley judía (Lv 15, 25). En tocar el vestido de Jesús, ha hecho algo prohibido, tabú. Nos cuesta hoy imaginar de qué modo Cristo ha liberado a los hombres de cantidad de miedos ancestrales, transmitidos de generación en generación por los antepasados y por las costumbres y las leyes.

¡Señor, libéranos!, ¡libéranos de nuestros miedos!

-La mujer, llena de temor y temblorosa se postró a sus pies...

Sí, es esto, se siente culpable porque ha infringido una Ley del Levítico, una ley de su pueblo.

Constantemente veremos a Jesús tomar en consideración a los marginados, a los rechazados, a los "dejados de lado" por la Ley... o a los que se sienten rechazados por sus semejantes.

Gracias, Señor, por este amor que tú tienes a todos, sin excepción. ¿Cual es mi actitud?

-"¿Quién ha tocado mis vestidos?"... "Hija mía, tu Fe te ha salvado. Vete en paz y seas curada de tu mal."

Jesús mismo provocó la confesión. Decididamente quiso que esta mujer que se escondía saliera del anonimato. La obliga a darse a conocer para que entre en relación personal con él. La hace pasar de la creencia mágica, algo elemental, -"si yo toco su vestido..."-, a una fe verdadera -"ella le contó toda la verdad..." La fe es una relación personal con Jesús.

Entonces, Jesús "vuelve a darle", por así decir, la curación que había "robado".

¿No tengo yo también, alguna vez, la tentación de situarme delante de Dios, como ante una magia pagana: como uno que quiere aprovecharse de Dios, forzar la mano a Dios, poner la mano sobre El?

-En este momento llegaron de la casa de Jairo para anunciarle: "Tu hija ha muerto. ¿Por qué molestar ya al maestro?" La fe de Jairo, y de los discípulos que viven estos acontecimientos en directo es puesta a prueba por la incredulidad de los que les rodean: "¿Por qué molestar...?" Sí, lo que Jairo pedía, está ya fuera de lugar. Su hijita no está solo enferma sino muerta: Será necesario que la Fe dé un salto suplementario a lo desconocido.

-"¡No temas! ¡Ten solo Fe!"... La niña no ha muerto, duerme.

Jesús mismo viene en ayuda de su Fe. Pero la incredulidad continúa alrededor de Jesús: "todos se burlaban de El" cuando dijo que dormía. Por otra parte, esta fórmula no puede comprenderse en toda su profundidad sino después de la resurrección de Jesús. Sí, con Cristo, la muerte ya no es totalmente muerte, es un sueño antes de un despertar.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 300 s.


3-2.

1. (año I) Hebreos 12,1-4

a) La comparación del estadio y los atletas que compiten es muy expresiva para la finalidad del autor de la carta: animar a sus lectores a que permanezcan firmes en su seguimiento de Cristo.

Son tres los aspectos de la comparación:

- ante todo, el atleta se despoja de todo lo que le estorba para poder correr ágilmente: el cristiano se despoja de todo lo que es pecado;

- la multitud de espectadores que ocupan los graderíos y que le aplauden y animan a llegar a la meta: en este caso, los animadores o «hinchas» son la multitud de testigos -los creyentes del AT y los contemporáneos- que han dado ejemplo a lo largo de la historia y estimulan a los cristianos de ahora a ser fuertes y alcanzar la meta;

- y el primer corredor, Cristo Jesús, el que va delante en la carrera de la fe, el que supo renunciar a todo, se entregó a la muerte y ahora está triunfante junto a Dios: la carta invita a todos a tener la mirada puesta en él.

b) Es fácil la aplicación de este símil deportivo a nuestra vida:

- deberíamos desprendernos de tantas cosas que nos estorban y nos hacen innecesariamente pesado el camino: las preocupaciones, el afán de tener cosas y más cosas, y sobre todo el pecado y las costumbres inconvenientes que nos atan con lazos más o menos fuertes y nos impiden correr; para el viaje de la vida necesitamos bastante menos equipaje del que llevamos

- nos deberíamos sentir acompañados y animados, en nuestra carrera de la fe, por esa innumerable multitud de testigos que nos han precedido y que han recorrido el mismo camino con éxito: la Virgen y los Santos de todos los tiempos -también los del AT- así como nuestros familiares y conocidos que nos han dado ejemplo de perseverancia; sentirse en unión con ellos, también con nuestros familiares difuntos, nos anima a no desfallecer en nuestra fe a pesar de las dificultades que encontremos; funciona la «comunión de los Santos»;

- sobre todo, deberíamos tener fija la mirada en Cristo Jesús, guía y modelo de nuestra fe, el que va delante de nosotros en la carrera, el que ya llegó a la meta triunfador habiendo padecido más que nadie; es lo que más nos estimula a un seguimiento fiel; un ciclista sigue la rueda del que más corre y se aprovecha de su empuje, al igual que un corredor de fondo que se aprovecha del que corta el aire y marca el ritmo; para nosotros es Cristo el que guía nuestra carrera; «fijos los ojos en Jesús»: un buen lema para nuestra vida de cada día; es lo que más nos ayudará a permanecer firmes en nuestra fe;

- la última pregunta del pasaje de hoy nos ayudará seguramente a no exagerar y a relativizar un poco nuestros méritos: ¿hemos llegado ya a derramar sangre en nuestra lucha por la fe? Esta vez no se trata del atleta que corre, sino tal vez del luchador que pelea hasta la sangre: ¿de veras se puede decir que es tan grande nuestro mérito en mantenernos fieles que hemos llegado a derramar sangre, como Cristo y tantos mártires? ¿o se trata de fatigas que nos resultan pesadas porque tenemos poco amor?

1. (año II) 2 Samuel 18,9-10.14.24-25.30-19,3

a) De nuevo una escena conmovedora: las lágrimas de David por la muerte de su hijo Absalón.

Con astucia y con habilidad militar, el ejército del rey ha logrado derrotar al rebelde y éste muere trágicamente entre los árboles del bosque. Pero lo que podría haber sido una victoria y el final de una rebelión incómoda, llena de dolor a David, que muestra una vez más un gran corazón. Había dado órdenes de respetar la vida de su hijo: pero el capitán Joab aprovechó para saldar viejas cuentas y mató al rebelde.

Como había llorado sinceramente por la muerte de Saúl, aunque se había portado tan mal con él, ahora David llora por su hijo. No hay fiesta para celebrar esta triste victoria.

Aunque luchaba contra el rebelde, ha seguido queriendo a su hijo y llora por él desconsoladamente: «Hijo mío Absalón, ojalá hubiera muerto yo en vez de ti».

El salmo pone en labios de David una súplica muy sentida a Dios para que le ayude en este momento de dolor: «Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado».

b) El buen corazón de David nos recuerda la inmensidad del amor de Dios, que se nos ha manifestado ya en el AT y de modo más pleno en Cristo Jesús, siempre dispuesto a perdonar. Como David no quería la muerte del hijo, por rebelde que fuera, así Dios nos dice: «yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva», y Cristo nos retrata el corazón de Dios describiéndolo como un pastor que se alegra inmensamente cuando encuentra a la oveja descarriada o un padre que celebra una gran fiesta por la vuelta del hijo pródigo.

¿Tenemos nosotros un corazón así? ¿sabemos perdonar a los que nos ofenden (o creemos que nos ofenden), o incluso nos persiguen? ¿cuánto tiempo dura el rencor en nuestro corazón?

2. Marcos 5,21-43

a) En la página evangélica de hoy se nos cuentan dos milagros de Jesús intercalados el uno en el otro: cuando va camino de la casa de Jairo a sanar a su hija -que mientras tanto ya ha muerto- cura a la mujer que padece flujos de sangre. Son dos escenas muy expresivas del poder salvador de Jesús. Ha llegado el Reino prometido. Está ya actuando la fuerza de Dios, que a la vez se encuentra con la fe que tienen estas personas en Jesús.

El jefe de la sinagoga le pide que cure a su hija. En efecto, la cogió de la mano y la resucitó, ante el asombro de todos. La escena termina con un detalle bien humano: «y les dijo que dieran de comer a la niña».

La mujer enferma no se atreve a pedir: se acerca disimuladamente y le toca el borde del manto. Jesús «notó que había salido fuerza de él» y luego dirigió unas palabras amables a la mujer a la que acababa de curar.

En las dos ocasiones Jesús apela a la fe, no quiere que las curaciones se consideren como algo mágico: «hija, tu fe te ha curado», «no temas, basta que tengas fe».

b) Jesús, el Señor, sigue curando y resucitando. Como entonces, en tierras de Palestina, sigue enfrentándose ahora con dos realidades importantes: la enfermedad y la muerte.

Lo hace a través de la Iglesia y sus sacramentos. El Catecismo de la Iglesia, inspirándose en esta escena evangélica, presenta los sacramentos «como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante»: el Bautismo o la Reconciliación o la Unción de enfermos son fuerzas que emanan para nosotros del Señor Resucitado que está presente en ellos a través del ministerio de la Iglesia. Son también acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia y «las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza» (CEC 1116).

Todo dependerá de si tenemos fe. La acción salvadora de Cristo está siempre en acto.

Pero no actúa mágica o automáticamente. También a nosotros nos dice: «No temas, basta que tengas fe». Tal vez nos falta esta fe de Jairo o de la mujer enferma para acercarnos a Jesús y pedirle humilde y confiadamente que nos cure.

Ante las dos realidades que tanto nos preocupan, la Iglesia debe anunciar la respuesta positiva de Cristo. La enfermedad, como experiencia de debilidad. y la muerte, como el gran interrogante, tienen en Cristo, no una solución del enigma, pero sí un sentido profundo. Dios nos tiene destinados a la salud y a la vida. Eso se nos ha revelado en Cristo Jesús. Y sigue en pie la promesa de Jesús, sobre todo para los que celebramos su Eucaristía: «El que cree en mi, aunque muera, vivirá; el que me come tiene vida eterna».

Para la pastoral de los sacramentos puede ser útil recordar el proceso de la buena mujer que se acerca a Jesús. Ella, que por padecer flujos de sangre es considerada «impura» y está marginada por la sociedad, sólo quiere una cosa: poder tocar el manto de Jesús. ¿Es una actitud en que mezcla su fe con un poco de superstición? Pero Jesús no la rechaza porque esté mal preparada. Convierte el gesto en un encuentro humano y personal, la atiende a pesar de que todos la consideran «impura» y le concede su curación.

Los sacerdotes, y también los laicos que actúan como equipos animadores de la vida sacramental de la comunidad cristiana, tendrían que aprender esta actitud de Jesús Buen Pastor, que con amable acogida y pedagogía evangelizadora, ayuda a todos a encontrarse con la salvación de Dios, estén o no al principio bien preparados.

«Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos» (1ª lectura, I)

«Tú nos ofreces el ejemplo de su vida, para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos como ellos la corona de la gloria que no se marchita» (prefacio de Santos)

«Jesús soportó la cruz y ahora está sentado a la derecha del Padre» (1ª lectura, I)

«Alegra el alma de tu siervo, que a ti te estoy llamando todo el día» (salmo, II)

«Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan» (salmo, II)11

«Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y con salud» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 100-105


3-3.

Primera lectura: 2 Samuel 18, 9-10.14b.24-25a.30 - 19,3
Hijo mío, Absalón, ¡ojalá hubiera muerto yo en vez de ti!

Salmo responsorial: 85, 1-2.3-4.5-6:
Inclina tu oído, Señor, escúchame.

Evangelio: San Marcos 5, 21-43:
Contigo hablo, niña, levántate.

Mientras Jesús se dirige a curar la hija de Jairo, en el camino se encuentra con una mujer a quien cura de una penosa enfermedad; esta, con sólo tocar la ropa de Jesús, y por la calidad de su fe, activa en él la fuerza de su poder sanador. La enunciación de este milagro, no sólo se limita a la curación física de la mujer enferma, sino que, le hace experimentar una transformación interior. La vuelta a la vida de la hija de Jairo, tal como ocurre, vuelve a ratificar que Jesús no desea sensacionalismos en torno a sus milagros; su misión está encaminada mucho más a hacer cambiar las estructuras mentales y sociales pecaminosas.

En aquella época, para la sociedad y para el sistema judío, el ser humano enfermo era excluido tanto de la vida pública como de la vida del templo; cuando por desgracia se trataba de una mujer, el asunto era más difícil de solucionar, porque las mujeres eran consideradas impuras en sí mismas, aun sin enfermedad. Al escuchar Jesús las razones que tuvo la mujer para desear ser curada, públicamente la está liberando de las opresiones que la sociedad y la religión le hacían sufrir, y le ofrece la posibilidad de iniciar una vida nueva.

En la lectura comunitaria debe quedar claro que la posibilidad de acceder a Dios no debe estar supeditada a ningún tipo de condición elaborada por los seres humanos, máxime cuando se hace por unas jerarquías interesadas en mantener su poder y sacar benéficos exclusivos. Lo que hace Jesús con ese milagro a la mujer, es dejar en claro que la mujer nunca más podrá ser excluida o señalada por su sexo ante Dios. Con ello les quita también toda la carga de purificaciones a las cuales debían estar sometidas.

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3-4.

Hb 12, 1-4: Eleven la mirada a Jesús y no se desanimen.

Sal 21, 26-28.30-32

Mc 5, 21-43: Jesús resucita a la hija de Jairo.

El autor de la carta a los hebreos llega aquí prácticamente al centro de su conclusión: eleven la mirada a Jesús para mantener su fe. Y da a Jesús un título bien original y significativo: el iniciador y consumador de nuestra fe. Jesús inicia y consuma nuestra fe.

Implícitamente está dicho que Jesús tiene fe, y con ella, con su ejemplo de fe, nos inicia en ese camino y nos propone la meta del camino de la fe.

La teología clásica, con santo Tomás a la cabeza, ignoraron la fe de Jesús. Por una concepción de Jesús que subrayaba especialmente su divinidad, ignoraron esta dimensión esencial de su humanidad: Jesús tiene fe; no sabe ni ve, sino que cree, como nosotros. Se arriesga a creer, igual que todos los humanos. Lo que pasa es que cree de tal modo y con tal calidad, que se convierte en modelo para todos.

Si Jesús hubiera estado gozando por dentro de la «visión beatífica», si Jesús hubiera tenido en cuanto hombre una forma de ver a Dios por su propio ser divino, no hubiera tenido fe, porque lo que se ve no es objeto de fe. Y entonces no hubiera sido realmente humano, porque entra dentro de la esencia del ser humano el ser como somos en ese punto de lo que mira a Dios, es decir, el estar anclados en el misterio y ser permanentemente buscadores de Dios. Quien no tiene esto, no es ser humano, sino otra clase de ser. Jesús fue plenamente humano, tan humano como sólo Dios podía ser. Y por eso es camino y ejemplo para nosotros, como señala en el centro de su argumentación el autor de la carta a los hebreos.

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3-5. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

"Se reían de él": "este tipo está chiflado. Confunde la muerte y el sueño. ¡Pobre infeliz! ¡Qué manera de hacer el ridículo!".

Y lo seguimos haciendo. Escribía hace más de diez años Alain Touraine: "el discurso propiamente religioso de la Iglesia sobre Dios, el nacimiento de Cristo, la resurrección de los muertos y la vida eterna, simplemente ya no se comprende". La tradición católica es por completo "ajena... al espíritu de nuestro siglo". Años antes había escrito Javier Sádaba: "... Irrelevancia cultural del viejo debate sobre Dios. Ser ateo o no serlo, ser teísta o no serlo... es algo marginal en nuestra vida social, ajeno al espíritu de la época. Se podrá ser creyente por originalidad, desesperación, inercia o quién sabe qué tipo de conveniencia... (Pero) un hombre adulto y razonablemente instruido no es un creyente o un incrédulo, sino que se despreocupa de tales cuestiones. Y si, a nivel personal, alguien razonablemente instruido sigue siendo un creyente, se da por supuesto que esa misma persona, en cuanto normal y partícipe en los cánones teóricos y prácticos vigentes, orientará su vida prescindiendo de tal religiosidad. La física ha sustituido a la vieja cosmología, y la aspirina a las novenas y a los santos. La religión permanece como un lujo o una seña del pasado que en poco o en nada afecta a la conducta del ciudadano a la altura de su tiempo". Podrían alargarse las citas sin especial dificultad.

"El espíritu de nuestro siglo", "el espíritu de nuestra época", "los cánones teóricos y prácticos vigentes", "ciudadano a la altura de su tiempo". ¿Han cambiado las cosas? Sabemos, sí, que ha habido un burbujeo de sensibilidad postmoderna, que han aparecido religiosidades salvajes, que se busca un reencantamiento del mundo, que Oriente ejerce cierta seducción, que no faltan discípulos de las doctrinas de la reencarnación. Esto no es un gran consuelo. La fe sufría ya el hostigamiento y acoso de los modernos incrédulos y, sobre todo, de la infinita masa de los indiferentes; pero la modernidad insatisfecha no ha iniciado en su conjunto un camino de reencuentro con la fe, y en el hueco de la insatisfacción se han instalado, junto con procesos respetables, distintas variedades de una misma especie: la credulidad.

La palabra de fe y el pensamiento creyente se ven, pues, urgidos a decirse a sí mismos (y a ofrecer de nuevo a esos "modernos despreciadores de la religión" [Schleiermacher] que, después de haberlos ridiculizado, quieran escucharlos) la sabiduría del evangelio. Esta "ciencia" tiene su método propio, pasado nada menos que por la cruz, el gran experimentum crucis, un método que nos enseña a deslindar lo real y lo irreal, lo posible y lo imposible, las esperanzas sensatas y las esperanzas locas, lo que está más acá y lo que está más allá, los proyectos viables y los inviables, el sueño y la muerte. Y a decir: ser creyente no es chuparse todavía el dedo a estas alturas de la historia. Luego puede invitar a ver la película Ordet.
 


3-6. ARCHIMADRID

¡Quieto! ¡No se mueva!... Ya no hace falta que arrastre usted ese fardo de cuerpo que lleva colgando por todo Madrid; ni que se sumerja en los embotellamientos, ni que soporte las apreturas del Metro, ni que castigue sus juanetes, ni que recorra las calles mirando al reloj y pensando "tengo prisa"... Ahora puede hacerlo todo desde casa, con tal de que tenga usted un ordenador en condiciones: basta conectarse a Internet, y sin despegar las posaderas de la butaca puede hacer la compra del mes, transferir su dinero, contratar sus vacaciones, hablar con su primo de Senegal, adquirir entradas para el fútbol y hasta controlar las andanzas del niño que ha dejado en la guardería... ¿Para qué moverse?
No reniego de estos avances. Es más, el día menos pensado -cuando al fin reciba el ADSL de Wanadoo que llevo esperando más de cincuenta días- voy, me conecto del todo y me pongo a chatear con Radomir Antic para explicarle lo que tiene que hacer con esos chicos de blaugrana que andan un poco deprimidos... Pero doy gracias a Dios de que nada sea más ajeno al Evangelio que esa nueva y cómoda "presencia digital". Al fin y al cabo, si alguien lo hubiera tenido fácil para el "no-se-mueva" habría sido Jesús: su poder era más que sobrado para obrar milagros a distancia... ¿o debería decir e-milagros? No. No hay e-milagros en el Evangelio (sin guión). En dos ocasiones sanó a enfermos que no hallaban presentes: fueron el hijo del centurión y la hija de la mujer cananea. Pero en ambos casos, otros tuvieron que moverse por ellos y llevar sus cuerpos serranos ante la presencia del Señor. En cuanto a los dos milagros de hoy...
En el caso de la hija de Jairo, se mueve Jairo y hace moverse al Señor, a quien lleva hasta su casa. Una vez allí, Jesús estrecha aún más las distancias y toca con su mano a la niña para devolverle la vida. También la hemorroisa -y ésta con más riesgo- se movió, se introdujo entre la muchedumbre y tocó con sus dedos la orla del manto del Maestro para quedar sana.
La orla del manto de Jesús es la Iglesia, y aquí no nos sirve ni el email, ni la telepatía, ni el chat... ¡Hay que tocarla con los dedos!. La oración mental, elevada a Dios desde tu casa, es buena y necesaria. Esta misma página, si te ayuda a rezar, es un medio valioso para fomentar tu trato con Dios. Pero recuerda que nada puede sustituir tu presencia corporal en el templo, ante el Tabernáculo -donde el mismo Jesús se halla corporalmente presente-, ante el altar o en el confesonario. Tienes que moverte, tienes que visitar al Señor todos los días, tienes que abrir los labios y comulgar, tienes que ir a ver al sacerdote y confesar de viva voz tus pecados si quieres quedar sano. No puedes dejar al cuerpo al margen de la aventura. Por tanto... "Talita qumi", "¡Levántate!". Haz como la Virgen, cuyo cuerpo fue Sagrario del Verbo, y compromete a tus miembros mortales y pesados en tu trato con Dios... ¿O es que vas a esperar una e-resurrección para llegar a un e-cielo? ¡Pues vas listo! Seguro que te quedas colgado.


3-7. CLARETIANOS 2003

El evangelio de hoy debe sobrecogernos si somos capaces de no perdernos en lo anecdótico.

Alrededor de Jesús surge la vida, la muerte es vencida y los sin-esperanza renacen. Jesús aparece ante nosotros como el único médico capaz de dar al ser humano su genuina dignidad, la paz autentica, la vida verdadera.

Ojalá los cristianos supiéramos de verdad celebrar la vida, es decir, esperar contra toda esperanza que la VIDA es más fuerte que la muerte. Esta aparece siempre más poderosa, porque la violencia, el caos,... son su rostro, y el amor ¡parece tan débil!. Sobre todo hoy que vivimos en un mundo que al mismo tiempo que exalta y defiende la vida, la juventud, la diversión, el ocio... inventa nuevas formas de muerte.

Celebremos la vida nueva que surgió de la muerte de Jesús, aquí debemos aprender a leer el misterio de la vida, tan cercano siempre a la muerte. Pues la vida está ligada esencialmente al amor, y ¿en que consiste amar sino en dar la vida libremente hasta la muerte?

El odio, el egoísmo, la insolidaridad, la injusticia, la pasividad engendran muerte. Quién lucha contra las formas de muerte, crea y comunica vida. Quién arriesga su vida y corre la carrera que le toca, sin retirarse, cansarse, desanimarse; quien da su vida por amor hace posible la esperanza y la vida de los otros. Sólo el amor crea vida y la devuelve a quien la ha perdido.

Rosa Pérez (rprmi@yahoo.es)


3-8. 2001

COMENTARIO 1

v. 21 Cuando Jesús atravesó de nuevo al otro lado, una gran multitud se congregó adonde estaba él, y se quedó junto al mar.

Una gran multitud judía acude a Jesús, el que ha roto con la institu­ción, mostrando su descontento con ella. Jesús vuelve de Gerasa: la mul­titud que acude a él aceptando su contacto con los oprimidos paganos, muestra que también ella ve en Jesús una esperanza de liberación.

A continuación desdobla Mc en dos personajes esta multitud de opri­midos por el régimen religioso judío: la hija de Jairo, que representa al pueblo sometido a la institución (23: hijita del jefe de sinagoga) y la mujer con flujos (5,24b-34), que representa al pueblo marginado por ella (impura). Tanto los fieles de la institución religiosa como los excluidos de ella son víctimas de la opresión que ella ejerce.



v. 22 Llegó un jefe de sinagoga, de nombre Jairo, y al verlo cayó a sus pies...

Con la figura de la niña, hija del jefe de sinagoga, describe Mc la dra­mática situación de los judíos integrados en la institución religiosa y sometidos a ella. El tema había sido iniciado en el episodio del hombre con el brazo atrofiado (3,1- 7a), donde se mostraba al pueblo como un inválido sin capacidad de acción, debido a la paralizante observancia de la Ley que se le impone. El legalismo mantiene a estas personas en una situación de dependencia tal, que se encuentran privados de toda liber­tad, creatividad e iniciativa y, por lo mismo, infantilizados (niña).

Los fariseos, que imponen este modo de proceder (3,1-7a), no apare­cen en esta perícopa, indicando que no se interesan por el estado del pueblo. Mc presenta en cambio, a un funcionario, encargado de la admi­nistración y organización de la sinagoga, quien, ante la imposibilidad de encontrar solución dentro de la institución que él mismo representa, se atreve, por amor al pueblo, a acudir a Jesús, el rechazado por el sistema religioso del que él forma parte.



v. 23 ...rogándole con insistencia: «Mi hijita está en las últimas; ven a apli­carle las manos para que se salve y viva».

El problema está en que la opresión legalista va llevando a ciertos sectores del pueblo a un estado de indiferencia y de inacción que equiva­le a una muerte en vida (mi hijita está en las últimas).

El jefe de sinagoga (cargo) no encuentra remedio en su sistema y opta como persona (Jairo) por acudir a Jesús, el excomulgado por ella. Piensa que Jesús puede evitar el desastre infundiendo vida en el contex­to de las instituciones del pasado (para que se salve y viva); espera una revitalización del pueblo antes que éste pierda la capacidad de reacción.



v. 24a Y se fue con él.

Sin decir palabra, Jesús lo acompaña, mostrando su entera disponibi­lidad para ayudar al que recurre a él.



v. 24b Lo seguía una gran multitud que lo apretujaba.

Aparece otra multitud, ésta de seguidores de Jesús (lo seguía, cf. 2,15) que no proceden de la institución judía (cf. 3,32.34; 4,10: «los que estaban en torno a él»); su cercanía y adhesión a Jesús las expresa aquí Mc con la observación lo apretujaba.



v.v. 25-26 Una mujer que llevaba doce años con un flujo de sangre, que había sufrido mucho por obra de muchos médicos y se había gastado todo lo que tenía sin aprovecharle nada, sino mas bien poniéndose peor...

En este punto intercala Mc el episodio de la mujer con flujos, repre­sentante del otro sector oprimido dentro de la sociedad judía. Enlaza temáticamente con el episodio del leproso (1,39-45), prototipo de los marginados por la institución religiosa, y expone la alternativa que ofre­ce Jesús a este sector del pueblo. Su colocación central, entre las dos par­tes de la narración sobre la hija de Jairo, muestra la importancia que tiene el problema de la marginación y la estrecha conexión que existe entre los dos modos de opresión.

La mujer, impura por su enfermedad (Lv 15,25-30), enferma y estéril, representa al Israel (doce años) marginado por la institución sinagogal. Tras intentar innumerables veces encontrar una solución, ha constatado la imposibilidad de salir de su situación dentro del marco de la Ley, mediante los ritos religiosos que ésta determina, pues es el legalismo fariseo el que la mantiene en ese estado, sometiéndola al mismo tiempo a una explotación económica.



v.v. 27-29 ... como había oído hablar de Jesús, acercándose entre la multitud, le tocó por detrás el manto, porque ella se decía: «Si le toco aunque sea la ropa, me salvaré». Inmediatamente se secó la fuente de su hemorragia, y notó en su cuer­po que estaba curada de aquel tormento.

Por eso, los grupos marginados representados por ella se vuelven hacia Jesús, de quien han oído hablar, animados por la presencia en torno a él de una multitud de seguidores que no proceden del judaísmo.

Tienen plena confianza en que Jesús puede acabar con su estado. Ahora, mezclada con el grupo no israelita, la mujer viola la Ley que prohibía el contacto con ella (Lv 15,25) y, al dejarla de lado y dar la adhesión a Jesús, experimenta su libertad ante la institución y la nueva vida que él comu­nica. La fuerza de vida que sale de Jesús es el Espíritu.



v.v. 30-33 Jesús, dándose cuenta interiormente de la fuerza que había salido de él, se volvió inmediatamente entre la multitud preguntando: «¿Quién me ha tocado la ropa?» Los discípulos le contestaron: «Estás viendo que la multitud te apretuja ¿y sales preguntando «quién me ha tocado»?» El miraba a su alrededor para distinguir a la que había sido. La mujer, asustada y temblorosa por ser consciente de lo que le había ocurrido, se acercó, se postró ante él y le confesó toda la verdad.

Es decir, los marginados de Israel encuentran en Jesús una alternati­va a su situación; no se atreven, sin embargo, a hacerlo público. Pero Jesús no quiere que estos grupos mantengan oculto nada de lo que ha sucedido. Con su decisión han ejercido su libertad y asumido su respon­sabilidad; ahora deberán afrontar la oposición de los círculos observan­tes haciendo saber el cambio que se ha producido en ellos por la ruptura con la institución y la adhesión a él.



v. 34 El le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Márchate a la paz y sigue sana de tu tormento».

Así se integrarán en su alternativa (márchate a la paz). El apelativo hija alude de nuevo a Israel (cf. Sof 3,14; Zac 9,9: «hija de Sión»); tu fe te ha salvado indica, a nivel narrativo, la curación; a nivel teológico, la salva­ción (el don de Espíritu) obtenida por la fe.



vv. 35-36 Aún estaba hablando cuando llegaron de casa del jefe de sinagoga para decirle: «Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar ya al maestro?» Pero Jesús, sin hacer caso del mensaje que transmitían, le dijo al jefe de sinagoga: «No temas; ten fe y basta».

Vuelve Mc al problema de los sometidos a la institución (la hija de Jairo). Para mostrar la fuerza de Jesús y la diferencia radical de su proyec­to con lo pasado, lleva la situación hasta el límite: la niña / pueblo muere.

La muerte significa que este pueblo, víctima de la opresión religiosa, pierde su fe en la institución, quedando sin objetivo en la vida y sin acce­so a Dios (cf. 6,34). Sin embargo, no hay situación desesperada para el que confía en Jesús. El estado de muerte sería irreversible si no hubiera alternativa, pero Jesús ofrece la suya. El pueblo desilusionado, sin espe­ranza y anulado por la opresión que ha sufrido no está definitivamente perdido; en la adhesión a Jesús tiene una nueva posibilidad de vida, independiente de las instituciones del pasado, que lo han llevado a la muerte.



vv. 37-42 No dejó que lo acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a la casa del jefe de sinagoga y contempló el alboroto de los que lloraban gritando sin parar. Luego entró y les dijo: «¿Qué alboroto y qué llantos son éstos? La chiquilla no ha muerto, está durmiendo». Ellos se reían de él. Pero él, después de echarlos fuera a todos, se llevó consigo al padre de la chiquilla, a la madre y a los que habían ido con él y fue adonde estaba la chiquilla. Cogió a la chiquilla de la mano y le dijo: «Talitha, qum» (que signi­fica: «Muchacha, a ti te digo, levántate»). Inmediatamente se puso en pie la muchacha y echó a andar (tenía doce años). Se quedaron viendo visiones.

Los tres discípulos que acompañan a Jesús forman el primer grupo de la lista de los Doce, a los que Jesús dio sobrenombres que indicaban su resistencia al mensaje (cf. 3,16s). Jesús los toma consigo para que com­prendan y sean testigos de que la fuerza de vida que hay en él es más potente que la muerte misma.

Entra Jesús en un ámbito donde reina la desesperanza (lloraban gri­tando sin parar) y la total incredulidad a que la situación tenga remedio (se reían de él).

Las designaciones de la niña van cambiando: en boca de Jairo es mi hijita, indicando dependencia y cariño (23); los emisarios la llaman tu hija, mera dependencia (35); Jesús, la chiquilla, que subraya su edad inmadura, pero no denota dependencia (40.41); luego se dirige a ella lla­mándola muchacha (joven casadera), señalando su independencia y el porvenir fecundo que le espera. Jesús, que da vida y fecundidad a este pueblo, es «el Esposo» (2,19).



v. 43 Les advirtió con insistencia que nadie se enterase y encargó que se le diera de comer.

La orden que nadie se entere, incongruente en el plano histórico, mues­tra el sentido teológico de la perícopa. Al contrario de lo sucedido con los marginados, representados por una mujer adulta (5,25-34), este pueblo, sometido desde siempre a la doctrina de los letrados y a una moral heterónoma y estricta (la observancia legalista) está infantilizado (niña). Por eso no se encuentra preparado para hacer frente a la oposición de los dirigentes si publica su adhesión a Jesús. Ésta, por el momento, debe mantenerse secreta; el grupo cristiano tiene que ayudarle a crecer y desa­rrollarse humanamente hasta que haga suya la propuesta de Jesús y tenga fuerza en sí mismo (que se le diera de comer). Solamente entonces será capaz de resistir el embate del sistema religioso, que se opone con todas sus fuerzas a este programa y actividad.



COMENTARIO 2

El primer milagro que realizó Jesús en este texto evangélico, pone de manifiesto que el amor del Padre misericordioso es gratuidad que incluye aun a los funcionarios de la sinagoga. Jesús estaba convencido de que la sinagoga era una institución que cobraba la vida de los indefensos, la vida de los sencillos de la historia. En el texto podemos observar cómo un funcionario de la institución religiosa vive en carne propia la injusta realidad de la muerte temprana de su hija, sin poder hacer nada.

El texto está cargado de una simbología maravillosa que se hace necesario entenderla para poder asumir los contenidos liberadores de dicho milagro. Se trata de una mujer joven, nos dice el texto, que apenas tenía doce años; es decir, era una mujer que apenas empezaba a vivir. No es normal que una persona empezando a vivir tenga que morir. Por eso, ella, que simboliza al nuevo Israel que nace, tiene que ser auxiliada por Jesús, para que la vida no sea consumida por las estructuras de muerte. Jesús frente a la muerte de la pequeña, lo da todo, lo empeña todo. Él sabe que solo su mano generosa y su palabra veraz harán posible el milagro de la vida para que el nuevo Israel que ha salido de él, llegue a su plenitud. Se trata –como lo dijimos antes- de una niña que tenía doce años y que, por lo mismo, podía ser dada en matrimonio. Ella es figura del nuevo Israel a quien Jesús simbólicamente desposará, pero que vive por su amor y por su cuidado. Es muy importante resaltar en el relato de milagro el papel que desempeña el padre de la niña. Él, un funcionario de la sinagoga, le ruega a Jesús por su hija. La sinagoga reconoce que el amor gratuito de Dios está en otra parte. El legalismo, lo contrario a la gratuidad de Dios, había enfermado espiritualmente al pueblo. Jesús le ofrece a todos los que se encuentran dominados por dicha estructura el amor incondicional de su Padre y los incluye en su proyecto de liberación. La comunidad tiene que alimentarse para seguir haciendo historia en medio de la historia. Es la tarea que tiene que asumir la Iglesia a la hora de marcharse Jesús.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. 2002

Sorprende que sea precisamente un jefe de sinagoga quien venga al encuentro de Jesús a pedirle que salve a su hija. La sinagoga se declara impotente para dar vida; sus líderes no pueden luchar contra la muerte. Y es que para encontrar la vida hay que salir de ese círculo de muerte, que ha puesto la Ley por encima del ser humano, el sábado por encima del bien del ser humano, única ley verdadera.

El jefe de la sinagoga lo ha comprendido bien y, al no encontrar remedio en ese sistema, opta como persona -se le llama por su nombre: Jairo- por acudir a Jesús, que había sido excomulgado por la sinagoga.

Cuando van de camino, recibe una embajada que le anuncia la muerte de su hija. Ante esta situación ya irremediable, le dicen: "¿Para qué molestar ya al Maestro?" Pero Jesús, sin hacer caso del mensaje, le dijo al jefe de sinagoga: "No temas, ten fe y basta". Sorprendentemente hay todavía una alternativa. Esta se encuentra en la fe-adhesión a Jesús, que puede hacer renacer la vida donde sólo hay llanto, alboroto y cantos de muerte.

Y una vida, capaz de engendrar vida.

Las designaciones de la niña van cambiando a lo largo del relato: Jairo la llama hijita, indicando dependencia y cariño (v. 3); los emisarios la llaman tu hija, mera dependencia (v. 35); Jesús, le dice: chiquilla, que subraya su edad inmadura, pero no denota dependencia (vv. 40. 41); luego Jesús se dirige a ella llamándola muchacha, esto es, joven casadera, señalando su independencia y el porvenir fecundo que le espera.

Si la muchacha representa al pueblo, este pueblo, antes abocado a la muerte, está preparado ya, gracias a Jesús, para la boda. Jesús será "el esposo" (2, 19).

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10. ACI DIGITAL 2003

21. Véase Mat. 9, 18 ss.

30. La pregunta del Señor tiene por objeto confirmar el milagro delante de toda la muchedumbre. La respuesta de los discípulos acusa su poca inteligencia del poder y sabiduría de Jesús, pues Él sabía muy bien quién le había tocado.

43. Parece que los padres, fuera de sí de alegría, olvidaban el alimento que requería su hija. Jesús no lo olvida. Véase S. 26, 10; 102, 13; Is. 66, 13.


3-11.

Comentario: Rev. D. Francesc Perarnau i Cañellas (Girona, España)

«Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad»

Hoy el Evangelio nos presenta dos milagros de Jesús que nos hablan de la fe de dos personas bien distintas. Tanto Jairo —uno de los jefes de la sinagoga— como aquella mujer enferma muestran una gran fe: Jairo está seguro de que Jesús puede curar a su hija, mientras que aquella buena mujer confía en que un mínimo de contacto con la ropa de Jesús será suficiente para liberarla de una enfermedad muy grave. Y Jesús, porque son personas de fe, les concede el favor que habían ido a buscar.

La primera fue ella, aquella que pensaba que no era digna de que Jesús le dedicara tiempo, la que no se atrevía a molestar al Maestro ni a aquellos judíos tan influyentes. Sin hacer ruido, se acerca y, tocando la borla del manto de Jesús, “arranca” su curación y ella enseguida lo nota en su cuerpo. Pero Jesús, que sabe lo que ha pasado, no la quiere dejar marchar sin dirigirle unas palabras: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5,34).

A Jairo, Jesús le pide una fe todavía más grande. Como ya Dios había hecho con Abraham en el Antiguo Testamento, pedirá una fe contra toda esperanza, la fe de las cosas imposibles. Le comunicaron a Jairo la terrible noticia de que su hijita acababa de morir. Nos podemos imaginar el gran dolor que le invadiría en aquel momento, y quizá la tentación de la desesperación. Y Jesús, que lo había oído, le dice: «No temas, solamente ten fe» (Mc 5,36). Y como aquellos patriarcas antiguos, creyendo contra toda esperanza, vio cómo Jesús devolvía la vida a su amada hija.

Dos grandes lecciones de fe para nosotros. Desde las páginas del Evangelio, Jairo y la mujer que sufría hemorragias, juntamente con tantos otros, nos hablan de la necesidad de tener una fe inconmovible. Podemos hacer nuestra aquella bonita exclamación evangélica: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad» (Mc 9,24).


3-12.

San Ambrosio (hacia 340-397) obispo de Milán, doctor de la Iglesia
Tratado sobre Lc 6,58-61; SC 45, pag. 249

“¡A ti te lo digo, levántate!”

Antes de resucitar a un muerto, para suscitar la fe de la gente, Jesús comienza por curar a la mujer aquejada de flujo de sangre. Este flujo cesa para nuestra instrucción: cuando Jesús se acerca a la mujer, ésta ya queda curada. Lo mismo, para creer en nuestra vida eterna celebramos la resurrección temporal del Señor que siguió a su pasión...

Los criados de Jairo que le dicen “no molestes al Maestro”, no creen en la resurrección anunciada en la Ley y realizada en el evangelio. Así, Jesús lleva consigo a poco testigos de la resurrección que va a realizar: en un principio no ha sido la multitud que ha creído en la resurrección. La gente se mofaba de Jesús cuando declara: “La niña no está muerta, duerme.” Los que no creen se mofan. Que lloren, pues, a sus muertos los que creen que están muertos. Cuando se cree en la resurrección, no se ve en la muerte un final sino un descanso...

Y Jesús, tomando a la niña de la mano, la cura; luego les dice que le den de comer. Es un testimonio de la vida para que nadie se crea que es cuestión de una ilusión sino que es la realidad. ¡Feliz la niña a quien la Sabiduría toma de la mano! ¡Quiera Dios que nos tome también de la mano en nuestras acciones. ¡Que la Justicia lleve mi mano; que el Verbo de Dios la tenga, que me introduzca en su intimidad y aparta mi espíritu de todo error y me salve! ¡Que me dé de comer el pan del cielo, el Verbo de Dios. Esta Sabiduría que ha puesto sobre el altar los alimentos del cuerpo y de la sangre del Hijo de Dios ha declarado: “Venid a comer de mi pan, bebed del vino que he mezclado!” (Pr 9,5)


3-13. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Dentro del evangelio de hoy encontramos dos relatos diferentes de milagro, uno de curación y otro de resurrección. Podríamos dividirlo así

vv. 21-24: El jefe de la sinagoga expone el caso de su hija a Jesús.
Vv. 25-34: Curación de un mujer con hemorragia
Vv. 35-43: Resurrección de la Hija del jefe de la sinagoga

Los dos relatos están ligados por elementos comunes:
-Son dos mujeres las destinatarias principales de la acción de Jesús.
-Ambas mujeres las une una relación cronológica en torno a los doce años. La edad de la niña corresponde a los años de la enfermedad de la mujer.
-La multitud es ajena a ambos milagros. En el de la mujer, la gente aunque está alrededor, no se da cuenta del milagro. En el de la niña, la multitud se queda afuera.
-Ambas, por sus enfermedades están excluidas de la sociedad.

En la primera parte (vv. 21-24), Jesús regresa del otro lado del lago (tierra extranjera) a su patria. El, que en el relato anterior es rechazado y expulsado por los garesenos, aquí es recibido por una muchedumbre, de donde surge, un jefe de los sacerdotes para suplicarle que vaya a su casa e imponga las manos sobre su hija enferma. El Jefe de los sacerdotes era el responsable de guardar el orden durante las celebraciones del culto. Un representante de la institución que duda y persigue a Jesús, ahora pone toda su fe en él y reconoce su autoridad al “ponerse a sus pies” (v. 22). Le pide que le imponga las manos, que es un gesto común de curación (Mc 6,5; 8,23.25). La respuesta afirmativa de Jesús no es con palabras sino con el gesto inmediato de ponerse en camino. Cuando se trata de un necesitado Jesús no discrimina.

Entre la multitud que acompaña a Jesús hacia la casa de Jairo, surge una mujer, que durante 12 años a cargado con una enfermedad triplemente grave, por el sufrimiento físico, el empobrecimiento económico, y su exclusión religiosa (no podía participar en el culto porque según Lv 15,25 era una enfermedad que hace impura a una persona).

Era común en la época intentar tocar el taumaturgo para alcanzar un milagro, que por la multitud resultaba imposible pedirlo personalmente. La mujer que había escuchado hablar de Jesús acude a este método.

La mujer “al instante” sintió la curación, y Jesús, también “al instante”, sintió que una fuerza salía de él. La mujer ha tocado la fuente de la vida. De Jesús no brota otra cosa que la vida en plenitud. Sin embargo, a Jesús no le gustan los anónimos, por eso mira alrededor buscando quien lo ha tocado. Los discípulos no entienden que la relación con Jesús es personal y comunitaria.

La mujer se acerca con temor y temblor. Sabe que con su actitud a hecho impuro al Maestro y que podría acarrearle un castigo severo. De todas maneras se acerca y le cuenta toda la verdad. Grata coincidencia, porque Jesús también quiere contarle toda la verdad. En primer lugar que no fue un “milagrero” o el vestido lo que la curó sino su fe. La fe es condición fundamental para que obren los milagros. Lo anterior ratifica que “no es el contacto físico lo que salva sino el encuentro personal con Jesús a través de la fe”.

Volvemos al relato de la hija de Jairo. El tiempo utilizado para la curación de la mujer, parece que fue el mismo que faltó para llegar hasta donde la niña. Unos mensajeros llegan para avisarle a Jairo que la niña ha muerto. ¿Para qué importunar al Maestro?

Jesús dándose cuenta del hecho, habla con el padre de la niña para pedirle, casi suplicante, que basta la fe para que juntos realicen el milagro de la vida. Para Jairo es la prueba mayor. Tener fe cuando la niña ya está muerta, es mucho pedir. Jesús se pone de nuevo en camino, solo permite que los acompañen Pedro, Santiago y Juan, los mismos que lo acompañarán en la Transfiguración (Mc 9,2) y en Getsemaní (Mc 14,33), dos relatos que anticipan la resurrección.

Los llantos y el alboroto significan que la liturgia de la muerte ya había comenzado, solo que no contaban con que el Reino de la vida había llegado. Jesús, alentado por la fe de Jairo que lo había seguido y en contraste con las risas de los presentes por la afirmación de Jesús, que la niña solo estaba dormida, entra a la casa en compañía solo de la familia y sus compañeros. El ambiente de familia es el mejor marco para la realización del milagro de la vida. Dos hechos le dan fuerza al milagro, el contacto físico (la tomó de la mano) y la palabra de Jesús “A ti te lo digo...”. Así como Jesús se había puesto al “instante” en camino para compartir la vida, la niña, al “instante” se levanta (resucita) y se pone a caminar ratificando el regalo de la vida.

Por qué la prohibición de que la gente se enterara?. Es probable que dentro de la pedagogía de la revelación el evangelista quiere distinguir entre la resurrección que da unos pocos años más de vida (reanimación) y la vida eterna. La gente se quedaría con la idea de un Jesús que ha vencido la muerte pero no en forma definitiva y temporal. Por eso es mejor guardar el secreto hasta después de la resurrección, tal como sucederá en el relato de la transfiguración, donde Jesús aparece como el vencedor definitivo de la muerte.


3-14.

La luz de la Palabra de Dios

Segundo libro de Samuel 18, 9‑10, 14‑24:

“Absalón iba montado en un mulo y, al meterse bajo las ramas de una encina, su cabellera quedó en­zarzada en las ramas de la encina, y quedó colgado entre el cielo y la tierra ... Cuando Joab lo vio colgado de la encina, tomó tres venablos y se los clavó en el corazón...

 David aguardaba noticias de la guerra... Al fin, un mensajero se acercó a él y le dijo: !Albricias, Majestad! ¡El Señor te ha hecho justicia de cuantos se habían rebelado contra ti! David le preguntó: ¿está bien mi hijo Absalón?... Entonces le anunciaron la muerte de Absa­lón. Y David se estremeció y se echó a llorar diciendo: ¡Hijo mío, Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío".

Evangelio según san Marcos 5, 21‑43:

 "En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo el lago hacia la otra orilla, y mucha gente se reunió a su alrededor, y se quedó junto al lago. . . Allí estaba cuando se le acercó Jairo, el jefe de la sinagoga y, echado a sus pies, le rogaba: mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva. Jesús le acompañó a su casa; y en el camino, una mujer que padecía hemorragias, tocó el manto de Jesús, para curarse, y en el momento quedó sana.

Cuando llegaron a la casa del jefe de la sinagoga, todos lloraban a gritos la muerte de la niña; pero Jesús les dijo: la niña no está muerta, está dormida. Y se reían de él. Pero Jesús tomó de la mano a la niña y le dijo: contigo hablo, niña, levántate. La niña inmediatamente se puso en pie y echó a andar".

 

Reflexión para este día

¡Triste vida en que uno muere a espada y a otro lo salva el amor!

Murió Absalón. ¿Era rebelde? Sí, pero era también, y más, hijo.

No importa que el hijo muerto fuera un traidor. Ante todo era un hijo; y un hijo vale más que todos los reinos del mundo. Por eso David llora amargamente su muerte.

¿Qué importan la victoria de la armas y la consolidación de un  reino si el hijo de las entrañas, el hijo del amor, ha muerto?.

¡Pobre es el poder y la gloria si en ellos ha muerto el amor!  Amemos, pues, como Jesús; actuemos en la vida desde la verdad y el amor, y demos vida a nuevas ‘hijas de Jairo’ que confíen en nosotros.

El Evangelio, con menos aparato folclórico y fiesta, nos insiste una vez más en que tratemos de entender bien el gesto de Jesús, nuestro Maestro, elevando sus brazos y clamando ante la multitud: ¡Todos cuantos cumplís la voluntad de Dios sois para mí, madre, hermanos, amigos!  

Coloquémonos, pues, entre esa multitud, y apreciemos la vocación, gracia, bondad de nuestro Dios para con nosotros.


3-15. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Una minucia, una aparente tontería, un nada, una pizca del mantel... ¡Y tan grande es la recompensa! Cuando leo esta página siempre recuerdo ese cuento del hombre callado que se queda con el dedo en el aire y todo el mundo empieza a mirar el dedo preguntándose qué tendrá de tan extraño y no se da cuenta de que lo que está haciendo el hombre es invitarles a mirar a la luna. Lo bueno es que en el caso del Evangelio Jesús no se queda callado y nos explica lo sucedido: “tu fe te ha salvado”. No ha sido el hecho de que me toques, ni tan siquiera ha sido la fuerza que ha salido de mi... “Tu fe te ha salvado”

“No temas, solamente ten fe”. Parece que Jesús no nos pide otra cosa: tener fe. Eso sí, a veces nos lo pide en situaciones de desesperación total, de muerte. Es ahí que nosotros necesitamos que Él nos grite con fuerza “ Talitá kum ”: chica, te estoy hablando a ti, levántate, no te quedes ahí, no te dejes vencer por la muerte, te hayas metido donde te hayas metido yo, tu salvador, te estoy llamando a ti, me quiero preocupar por ti, quiero que vivas, que tengas comida para que seas fuerte, que crezcas, que andes por tu pie, que seas fuente de alegría y de estupor para todos .

Pero cuando Jesús grita su “Talitá kum”, él no está solo, pide compañía, o puede que colaboración. Jesús echa a todo el mundo pero se queda con los padres de la niña y “los suyos”: Jesús y dos comunidades de creyentes con una única misión compartida, la de conseguir el milagro de volver a llamar a la vida a una niña. Ojalá escuchemos nosotros también ese fuerte grito “Talitá kum” que nos dé la fuerza de levantarnos.
Carlo Gallucci (galluccicarlo@hotmail.com)


3-16. ARCHIMADRID 2004

¡QUE NO ME TOQUEN!

“Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado”. Acudir a Dios en todo momento es tan necesario como el respirar. ¡Qué importante sería dar un sentido divino a las cosas más normales, o esas otras que nos contrarían cada jornada! El mero hecho de levantarnos por la mañana, o cuando nos importuna el vecino de arriba, o ese esperar la cola del autobús, o el conductor que ha hecho una maniobra que nos exaspera… ¡Pues sí!, todos esos son instantes en los que cabe Dios. Y es que cuando el salmista apela a la atención de Dios, nos está recordando que por mucho que hagamos o valgamos, nada podremos hacer verdaderamente bueno si no es contando con que somos hijos de Dios… “pobres desamparados”, y que necesitan la ayuda de Aquél que lo puede todo. No se trata de falsas humildades, sino del reconocimiento de lo que somos.

“¿Quién me ha tocado?”. Cuántas veces en el metro o en el autobús, por la mañana temprano, y de camino al trabajo o a la escuela, vamos apretujados… y cada uno a lo suyo. Unos leyendo un libro o el periódico, otros con los ojos aún cargados de sueño, y la mayoría con la mirada perdida en sus preocupaciones o en su imaginación. A veces, una parada brusca o una curva cerrada, nos hace perder el equilibrio y molestamos (o nos molestan) al que tenemos al lado. A pesar del correspondiente “perdón” o “disculpe”, a uno en su interior se le escapa: “¡que no me toquen! Somos tan “nuestros” que hay momentos o situaciones que nos fastidian de manera especial. La susceptibilidad que hemos adquirido parece que nos la ganamos a pulso. Sin embargo, nos es algo que podamos llamar, precisamente evangélico. No nos imaginamos al Señor, por ejemplo, con esos remilgos hacia su persona, más bien lo contrario: Él sabe “sintonizar” con el dolor, el sufrimiento o la necesidad de quien tiene junto a sí.

Resulta maravilloso observar, por otra parte, con qué naturalidad responden los discípulos de Jesús a la pregunta de quién le ha tocado. Incluso, podríamos imaginarnos a Pedro buscando al responsable de semejante atropello contra el Señor. Sin embargo, ¡no se enteran! No han adquirido aún la sensibilidad de lo que supone poseer la gracia de Dios “a flor de piel”. Es necesario recordar que, a pesar de nuestra pobreza, y que necesitamos constantemente de la ayuda de Dios, poseemos un tesoro maravilloso: su Gracia. ¡Sí!, en mayúsculas porque es un regalo verdadero que procede de Él. Podríamos reírnos de la conocida frase “que la fuerza te acompañe” de la Guerra de las Galaxias, si alcanzáramos a comprender el poder de la gracia de Dios… aunque sólo fuera con la fe de un grano de mostaza.

“No temas; basta que tengas fe”. Éste es el secreto. Pero la fe no se adquiere ni en los libros, ni en las revistas, ni en las recetas. Viene por otro camino. Aquí sí que es preciso gritar: “¡Que me toquen!”; que la gracia de Dios inunde todos los poros de mi ser y “toque” las durezas que entorpecen mi corazón.

Yo se lo pido a Dios todos los días. Es la mejor manera de llegar a Él. Ya verás cómo en algún momento tendrás la posibilidad, aunque sólo sea rozándolo, de tocar el manto de Jesús (una sonrisa a tiempo, un no protestar ante lo ingrato, un callar ante la crítica injusta,…). Entonces sentirás la fuerza de Dios, y aunque los demás se rían sentirás la caricia de Dios que, volviéndote a tocar, te dirá: “¡ánimo, levántate!”.


3-17.

LECTURAS: 2SAM 18, 9-10. 14. 24-25. 30-19, 3; SAL 85; MC 5, 21-43

2Sam. 18, 9-10. 14. 24-25. 30-19, 3. Realmente David es un signo profético del gran amor que Dios nos tiene, pues cuando aún éramos pecadores y enemigos de Dios, nos envió a su propio Hijo, el cual entregó su vida para el perdón de nuestros pecados. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Dios nos ha amado con un amor eterno; y podrán desaparecer los montes y retirarse los mares; pero el amor que Dios nos tiene permanecerá para siempre. Por eso nosotros no podemos perseguir a los pecadores para acabar con ellos; sino que, a imagen de Cristo, hemos de salir a su encuentro, buscándolos como el Buen Pastor busca a la oveja descarriada hasta encontrarla, cargarla sobre nuestros hombros y llevarla de vuelta al redil. Sólo cuando el hombre rechaza frontalmente a Dios él mismo se condena a sí mismo, pues no aceptó para sí la oferta de salvación que Dios nos ha ofrecido a todos en Cristo. Entonces el Señor podrá decirle: Ojalá hubiera muerto yo en tu lugar, pero tú no quisiste pues te buscaste a ti mismo queriendo conservar tu vida, y finalmente la perdiste. Abramos nuestro corazón al amor de Dios. Ojalá escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.

Sal. 85. Tu, Señor, eres bueno e indulgente, rico en amor con los que te invocan; Yahweh, presta oído a mi plegaria, atiende a la voz de mi súplica. Nosotros no tenemos mérito alguno para llegar ante Dios exigentes ante lo que queramos pedirle, conforme a nuestras necesidades. Sólo su amor, lleno de misericordia, le hace inclinarse ante nosotros para compadecerse de nosotros, perdonarnos y levantarnos de nuestras miserias. Por eso cuando lo invocamos no damos como razones, para ser escuchados, nuestras buenas obras, pues toda bondad procede de Dios. Llegamos ante Él, humildes y confiados en que no nos tratará conforme a nuestros pecados, sino conforme a su infinita misericordia. Y Dios siempre será bondadoso con nosotros, pues nos tiene como hijos suyos por nuestra fe y nuestra comunión de vida con su Hijo, Cristo Jesús.

Mc. 5, 21-43. La fe mueve montañas. Nuestras montañas de miedos, de cobardías, de falta de compromiso con la vida. Aquella mujer, con flujo de sangre, considerada impura y que no podía ser tocada por alguien, ni tocar a alguien, se atreve a tocar el manto de Jesús, pues tiene fe de que será curada; y a ella no le importa otra cosa sino recibir ese beneficio de Dios; y para ello no hay ley que le detenga. Ante la muerte de su hija, Jairo escucha al Señor que le dice: No temas; solamente ten fe. Tal vez esta es una de las frases más impresionantes que nos dirige el Señor: No temas; solamente ten fe. Ojalá y jamás permitamos que cosa alguna nos detenga en la consecución de todo aquello bueno que deseamos en nuestra vida. Pero no nos quedemos en aspiraciones sólo materiales o temporales; dirijamos la mirada hacia el final del horizonte de nuestra vida: veamos al Señor que nos ama, que nos espera para que estemos con Él sin sombras ni tropiezos. Encaminemos, con fe decidida, nuestros pasos hacia ese momento definitivo de nuestra vida. Que ante este empeño nada nos detenga. Puestos en manos de Dios, caminando a la luz de la fe en Él, fortalecidos con su Espíritu Santo, vayamos manifestando, con una vida cada vez más santa y perfecta, que en verdad Dios va haciendo brillar, día a día, su Rostro amoroso y misericordioso sobre nosotros.

En verdad que el Señor ha entregado su vida por nosotros. En la Eucaristía celebramos este Memorial de su amor. Él no ha venido sólo a sanar nuestras enfermedades corporales, sino que ha venido a liberarnos de la enfermedad del pecado. Dios nos quiere no sólo sanos en nuestros cuerpos, sino con un espíritu y un corazón renovados en el amor, en el amor a Él y en el amor al prójimo. Ciertamente que muchas veces hemos sido rebeldes a Dios, pero el Señor jamás nos ha abandonado, jamás ha dejado de amarnos. Esa fidelidad del Señor es la que estamos celebrando en esta Eucaristía. Aceptemos el amor que Dios nos tiene y dejémonos conducir por su Espíritu; no permitamos que la Redención de Cristo sea estéril en nosotros.

Tal vez en la vida nos encontremos con muchas personas que han tomado por caminos equivocados; tal vez encontremos la oportunidad de acabar con ellos con nuestras críticas, con nuestros desprecios, con nuestras persecuciones, e incluso asesinándolos pensando que así damos culto a Dios, pues limpiamos el mundo de pecadores y rebeldes contra Dios. Pero, puesto que Dios a nadie a creado para condenarlo sino para que todos estemos eternamente con Él, nosotros no podemos levantarnos en contra de los demás por muy malos que los consideremos. El trabajo de la Iglesia nos ha de llevar a trabajar para ganarlos a todos para Cristo. Incluso hemos de estar dispuestos a morir en lugar de los demás, con tal de que ellos logren vivir eternamente con el Señor. Por eso procuremos, por todos los medios, reavivar la fe y la esperanza de los demás. No los abandonemos en sus tristezas y desesperanzas. Seamos un signo de Cristo, que con gran amor, por medio nuestro, se acerca a ellos para hacerlos levantar la cabeza para que continúen caminando con grandes ilusiones, especialmente con la esperanza de llegar a poseer a Dios definitivamente, pues Él nos llama con santa llamada para que gocemos de Él eternamente.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, sabernos amar como hermanos; sabernos perdonar como Dios nos ha perdonado; saber preocuparnos de los pobres, de los enfermos, de los angustiados, de los tristes siendo para ellos un signo de la cercanía amorosa de Dios que les tiende la mano para salvarlos y conducirlos, a través de las pruebas de esta vida, a la posesión del gozo eterno en la Casa del Padre. Amén.

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3-18. Fray Nelson Martes 1 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante * ¡Óyeme, niña, levántate!.

1. Hasta la sangre
1.1 ¡Qué duro pero qué elocuente es el testimonio de la sangre! Ella habla de la vida arrancada y de la vida ofrecida; de la crueldad espantosa y de la misericordia sublime. Donde hay sangre la vida se está perdiendo o se está recuperando. La circulación de la sangre es el ritmo primero y más evidente de ese hilo de tiempo que hemos heredado entre dos eternidades.

1.2 Cristo nos amó hasta la sangre. Su perdón nos llegó en un discurso de sangre. El pecado quedó denunciado con caracteres de sangre. El amor quedó declarado en sus gotas. La cruz que da la gracia está empapada en sangre. Y la alianza fue sellada del único modo que entienden todos los pueblos y todas las culturas: con sangre.

1.3 Por eso es hasta cierto punto natural lo que hoy nos dice la Carta a los Hebreos. Si hemos amado con medida de sangre, la medida del amor que palpita en nosotros es la de la sangre. Hermosa y valiente consigna: amar hasta la sangre.

2. Cristo soportó contradicción
2.1 Una buena parte del éxito consiste en algo tan sencillo y tan poco ruidoso como saber soportar. Revisemos las vidas de los héroes, de los genios, de los santos, o incluso de los grandes artistas. Hay un denominador común: supieron soportar; supieron resistir; no se doblegaron, aunque a veces tuvieran que doblarse.

2.2 No todo puede resolverse con razones ni todas las contiendas se dirimen con argumentos y palabras. Pasa muchas veces que mostrar quién está en lo correcto es un asunto de tiempo, de fecundidad, de dejar que los frutos y las obras hablen.

3. ¡Levántate!
3.1 En el evangelio vemos el poder de la palabra de Jesús: "¡levántate!". Yo necesito esa palabra. Necesito escuchar que Jesús me dice esa palabra porque él, que es capaz de vencer a la muerte, puede superar lo que ha muerto en mí. Si mis proyectos, si la gracia preciosa, si mis esperanzas, si mi confianza en un mañana han muerto, hay uno que tiene una voz poderosa, una voz que, adentrándose en la caverna de la noche, arranca su presa a la muerte.

3.2 La palabra de Jesús causa un hecho extraordinario: ¡ha resucitado a una muerta! Y sin embargo lo que sigue es de lo más común y natural: hay que dar de comer a la niña. En esto hay una enseñanza que debemos recoger. Cristo no viene a introducirnos en la Isla de la Fantasía, como si por el solo hecho de creer en él tuviéramos que vivir como en circo, espectáculo tras espectáculo. Muchas veces el propósito de una sanación es restaurar el orden primero, el orden del Creador, y esto implica una existencia que puede ser de lo más normal y común. Tal vez sea ese un motivo para aquella advertencia de no contar a otros lo sucedido.

3.3 Cristo hizo el milagro de esta resurrección en una casa de familia. Y Cristo sigue visitando casas. La niña no estaba en la sala de recibo ni en la puerta de afuera; estaba adentro, muy adentro en el amor y en el dolor de esa familia. Cristo quiere llegar así a las casas: hasta dentro de su amor y su dolor, para también allí pronunciar su palabra hermosa y potente: "¡levántate!".


3-19.

Comentario: Rev. D. Francesc Perarnau i Cañellas (Girona, España)

«Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad»

Hoy el Evangelio nos presenta dos milagros de Jesús que nos hablan de la fe de dos personas bien distintas. Tanto Jairo —uno de los jefes de la sinagoga— como aquella mujer enferma muestran una gran fe: Jairo está seguro de que Jesús puede curar a su hija, mientras que aquella buena mujer confía en que un mínimo de contacto con la ropa de Jesús será suficiente para liberarla de una enfermedad muy grave. Y Jesús, porque son personas de fe, les concede el favor que habían ido a buscar.

La primera fue ella, aquella que pensaba que no era digna de que Jesús le dedicara tiempo, la que no se atrevía a molestar al Maestro ni a aquellos judíos tan influyentes. Sin hacer ruido, se acerca y, tocando la borla del manto de Jesús, “arranca” su curación y ella enseguida lo nota en su cuerpo. Pero Jesús, que sabe lo que ha pasado, no la quiere dejar marchar sin dirigirle unas palabras: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5,34).

A Jairo, Jesús le pide una fe todavía más grande. Como ya Dios había hecho con Abraham en el Antiguo Testamento, pedirá una fe contra toda esperanza, la fe de las cosas imposibles. Le comunicaron a Jairo la terrible noticia de que su hijita acababa de morir. Nos podemos imaginar el gran dolor que le invadiría en aquel momento, y quizá la tentación de la desesperación. Y Jesús, que lo había oído, le dice: «No temas, solamente ten fe» (Mc 5,36). Y como aquellos patriarcas antiguos, creyendo contra toda esperanza, vio cómo Jesús devolvía la vida a su amada hija.

Dos grandes lecciones de fe para nosotros. Desde las páginas del Evangelio, Jairo y la mujer que sufría hemorragias, juntamente con tantos otros, nos hablan de la necesidad de tener una fe inconmovible. Podemos hacer nuestra aquella bonita exclamación evangélica: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad» (Mc 9,24).


3-20.

Reflexión:

Heb. 12, 1-4. Nuestros antiguos Padres perseveraron en la fe con la firme esperanza de lograr la posesión de una tierra pasajera. Así la posesión y la permanencia en la tierra prometida se ve como consecuencia de la fe perseverante hasta el fin. En su camino por la vida tenían la mirada puesta en el cumplimiento de la promesa que Dios hizo a Abraham: "A ti y a tus descendientes daré esta tierra." Permanecer fieles a Dios, sin entregar el corazón a falsos dioses, les aseguraba a los Israelitas la permanencia en la tierra prometida. Nosotros nos encaminamos hacia la posesión de la Ciudad de sólidos cimientos, no construida por mano de hombres. Delante nuestro va Cristo y nuestra mirada está fija en Él, pues queremos llegar a donde está Aquel que es el Autor y Consumador de nuestra fe. Pero nuestro camino hacia la posesión de los bienes definitivos no es tanto físico, cuanto un identificarnos cada vez más con el Señor, de tal forma que libres de toda maldad no sólo busquemos nuestra salvación personal, sino que trabajemos para que todos podamos llegar a sentarnos a la derecha del trono de Dios, no importándonos si para lograrlo tengamos, incluso, que derramar nuestra propia sangre.

Sal. 22 (21). Anhelando alabar eternamente al Señor vivimos en el amor fiel a Él. Sabiendo que en su presencia somos pobres y que sin Él nosotros nada podemos hacer, nos confiamos plenamente a Él para que nos fortalezca y nos ayude a amarlo y servirlo ya desde esta vida. Ciertamente muchas veces nos hemos visto tentados por el mal, de tal forma que a veces quisiéramos volver a nuestra antigua forma de proceder. Sin embargo sólo el Señor es nuestra fortaleza, y guiados por su Gracia y por su Espíritu podremos encaminarnos seguros hacia la posesión de la Gloria que Él nos ofrece. Identifiquémonos con Cristo de tal forma que nos convirtamos en un signo de su amor, de su misericordia y de su salvación para las personas de todos los tiempos y lugares. Sólo entonces, no tanto desde lo que anunciemos con los labios, sino desde la experiencia que les transmitamos a los demás, podrán también ellos vivir en la justicia y la paz. Esto será, finalmente, la mejor de las herencias que dejemos a la siguiente generación y al pueblo que ha de nacer.

Mc. 5, 21-43. La fe mueve montañas. Nuestras montañas de miedos, de cobardías, de falta de compromiso con la vida. Aquella mujer, con flujo de sangre, considerada impura y que no podía ser tocada por alguien, ni tocar a alguien, se atreve a tocar el manto de Jesús, pues tiene fe de que será curada; y a ella no le importa otra cosa sino recibir ese beneficio de Dios; y para ello no hay ley que le detenga. Ante la muerte de su hija, Jairo escucha al Señor que le dice: No temas; solamente ten fe. Tal vez esta es una de las frases más impresionantes que nos dirige el Señor: No temas; solamente ten fe. Ojalá y jamás permitamos que cosa alguna nos detenga en la consecución de todo aquello bueno que deseamos en nuestra vida. Pero no nos quedemos en aspiraciones sólo materiales o temporales; dirijamos la mirada hacia el final del horizonte de nuestra vida: veamos al Señor que nos ama, que nos espera para que estemos con Él sin sombras ni tropiezos. Encaminemos, con fe decidida, nuestros pasos hacia ese momento definitivo de nuestra vida. Que ante este empeño nada nos detenga. Puestos en manos de Dios, caminando a la luz de la fe en Él, fortalecidos con su Espíritu Santo, vayamos manifestando, con una vida cada vez más santa y perfecta, que en verdad Dios va haciendo brillar, día a día, su Rostro amoroso y misericordioso sobre nosotros.

En verdad que el Señor ha entregado su vida por nosotros. En la Eucaristía celebramos este Memorial de su amor. Él no ha venido sólo a sanar nuestras enfermedades corporales, sino que ha venido a liberarnos de la enfermedad del pecado. Dios nos quiere no sólo sanos en nuestros cuerpos, sino con un espíritu y un corazón renovados en el amor, en el amor a Él y en el amor al prójimo. Ciertamente que muchas veces hemos sido rebeldes a Dios, pero el Señor jamás nos ha abandonado, jamás ha dejado de amarnos. Esa fidelidad del Señor es la que estamos celebrando en esta Eucaristía. Aceptemos el amor que Dios nos tiene y dejémonos conducir por su Espíritu; no permitamos que la Redención de Cristo sea estéril en nosotros.

Tal vez en la vida nos encontremos con muchas personas que han tomado por caminos equivocados; tal vez encontremos la oportunidad de acabar con ellos con nuestras críticas, con nuestros desprecios, con nuestras persecuciones, e incluso asesinándolos pensando que así damos culto a Dios, pues limpiamos el mundo de pecadores y rebeldes contra Dios. Pero, puesto que Dios ha nadie a creado para condenarlo sino para que todos estemos eternamente con Él, nosotros no podemos levantarnos en contra de los demás por muy malos que los consideremos. El trabajo de la Iglesia nos ha de llevar a trabajar para ganarlos a todos para Cristo. Más aún hemos de estar dispuestos a morir en lugar de los demás, con tal de que ellos logren vivir eternamente con el Señor. Por eso procuremos, por todos los medios, reavivar la fe y la esperanza de los demás. No los abandonemos en sus tristezas y desesperanzas. Seamos un signo de Cristo, que con gran amor, por medio nuestro, se acerca a ellos para hacerlos levantar la cabeza para que continúen caminando con grandes ilusiones, especialmente con la esperanza de llegar a poseer a Dios definitivamente, pues Él nos llama con santa llamada para que gocemos de Él eternamente.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, sabernos amar como hermanos; sabernos perdonar como Dios nos ha perdonado; saber preocuparnos de los pobres, de los enfermos, de los angustiados, de los tristes, siendo para ellos un signo de la cercanía amorosa de Dios que les tiende la mano para salvarlos y conducirlos, a través de las pruebas de esta vida, a la posesión del gozo eterno en la Casa del Padre. Amén.

Homiliacatolica.com


3-21.

Dos excelentes pasajes unidos en un solo relato en donde podemos ver la importancia de la fe. El elemento que hace posible la acción de Dios, incluso de manera extraordinaria, es la fe. Pero tiene que ser una fe como la que nos muestra el evangelio de hoy. Una fe que desafía todo y se lanza a tocar a Jesús o en el caso de los padres de la niña, en los cuales no obstante la evidencia de la muerte de la niña, dejan que Jesús haga las cosas a su manera. Creer significa confiar aun ante la evidencia contraria; creer significa tomar los riesgos de ser criticados, creer es actuar, diría el Apóstol Santiago. Muchas veces nuestra fe queda solo a nivel de razón y no de actuación. La verdadera fe es notoria pues expresa sin lugar a dudas la confianza y el abandono total en Dios. ¿Cómo es tu fe? ¿Es una fe intelectual, o es un fe que ante la evidencia contraria continua diciendo: No entiendo Señor, pero creo que tú me amas y que harás lo que sea mejor para mi y para los míos?

Pbro. Ernesto María Caro


3-22. 01 de Febrero

268. Comuniones espirituales

I. El Evangelio de la Misa (Marcos, 5, 21-43) nos relata la curación de una mujer que había gastado toda su fortuna en médicos sin éxito alguno: solamente alargó la mano y tocó el borde del manto de Jesús, y quedó curada. También nosotros necesitamos cada día el contacto con Cristo, porque es mucha nuestra debilidad y muchas nuestras debilidades. Y al recibirlo en la Comunión sacramental se realiza este encuentro con Él: un torrente de gracia nos inunda de alegría, nos da la firmeza de seguir adelante, y causa el asombro de los ángeles. La amistad creciente con Cristo nos impulsa a desear que llegue el momento de la Comunión, para unirnos íntimamente con Él. Le buscamos con la diligencia de la mujer enferma del Evangelio, con todos los medios a nuestro alcance, especialmente con el empeño por apartar todo pecado venial deliberado y toda falta consciente de amor a Dios.

II. El vivo deseo de comulgar, señal de fe y de amor, nos conducirá a realizar muchas comuniones espirituales. Durante el día, en medio del trabajo o de la calle, en cualquier ocupación. Prolongan los frutos de la Comunión eucarística, prepara la siguiente y nos ayuda a desagraviar al Señor. Es posible hacerlo a cualquier hora porque consiste en una acto de amor. Podemos decir: Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos (A.VAZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei). Acudamos hoy a nuestro Ángel Custodio para que nos recuerde frecuentemente la presencia cercana de Cristo en los sagrarios, y que nos consiga gracias abundantes para que cada día sean mayores nuestros deseos de recibir a Jesús, y mayor nuestro amor, de modo particular en esos minutos en los que permanece sacramentalmente en nuestro corazón.

III. Por nuestra parte, debemos esforzarnos en acercarnos a Cristo con la fe de aquella mujer, con su humildad, con aquellos deseos de querer sanar de los males que nos aquejan. La Comunión no es un premio a la virtud, son alimento para los débiles y necesitados; para nosotros. La Iglesia nos pide apartar la rutina, la tibieza y la Confesión frecuente, y que no comulguemos jamás con sombra alguna de pecado grave. Ante las faltas leves, el Señor nos pide el arrepentimiento y el deseo de evitarlas. Asimismo, el amor nos llevará a expresar a nuestra gratitud al Jesús después de la Comunión por haberse dignado venir a nuestro corazón. Nuestro Ángel nos ayudará a expresarle esa gratitud.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-23. Fray Nelson Martes 8 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza * Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones humanas.

1. Sobre la dignidad del hombre en su origen
1.1 El precioso relato del Génesis sobre el origen del cielo y la tierra culmina con la creación del ser humano. Su llegada es tan importante que de algún modo todo lo demás queda relegado al nivel de un escenario que ahora acoge a la estrella de esta obra en la que veremos desplegarse la soberanía de Dios a través de su administrador de confianza, el hombre.

1.2 La ciencia y la filosofía cuestionan de muchos modos esta perspectiva bíblica, que parece simplemente pretenciosa o infantil a los ojos ilustrados de muchos de nuestros contemporáneos.

1.3 Hay quien piensa que ese deseo de ser el "centro", el "resumen" o el "vértice" del universo es solamente una expresión de nuestra pequeñez, que, no teniendo otro modo de darse seguridad, pretende el mejor y más noble lugar. La verdad, según ellos, es que el universo produjo la conciencia de un modo o azaroso o forzoso, y por consiguiente, para decirlo de alguna manera, a nadie le importa si estamos aquí.

1.4 Otros opinan, sin negar lo anterior seguramente, que la vida inteligente es el fruto de una evolución que por simple estadística o supervivencia del más fuerte, y por tanto, como fenómeno, debe de haberse dado en multitud de lugares a lo largo y ancho de los miles de millones de galaxias que estamos empezando a conocer. En este sentido, la hipótesis de la vida inteligente extraterrestre es una especie de "evidencia" a la que toda mente sensata debería adherir, no como algo demostrado, en realidad, sino como algo que "debe" ser por la sola fuerza de un razonamiento que se considera irrebatible: "es imposible que estemos solos...".

2. Hagamos al hombre...
2.1 La Biblia no responde directamente a cuestiones como si hay o no vida inteligente en otras galaxias. De hecho, los presupuestos de su visión del mundo no van más allá de un sentido común, además desprovisto aun de los datos mínimos que nos brinda la ciencia moderna. Por eso conceptos como "tierra" son tremendamente elásticos cuando los entendemos en el contexto de la Biblia. "Tierra" no es forzosamente el planeta tierra, por la sencilla razón de que aquellos antiguos semitas desconocían la noción de planeta y mucho menos podían imaginar que hubiera otros planetas en algo llamado una "galaxia"...

2.2 Mas lo anterior no significa que podamos relegar el relato bíblico a la categoría de cuentos de hadas o al nivel de un mito compartido con otras culturas de la antigüedad. La Biblia quiere darnos un contenido, una verdad, pero no cualquier verdad, porque para eso están los esfuerzos de la inteligencia humana que no queda cancelada por la revelación. La verdad de la Escritura mira a nuestra salvación. Alguien dijo: "no nos dice cómo son los cielos sino cómo se va al cielo".

2.3 Y es mucho lo que podemos aprender del relato bíblico: No somos un accidente, ni un acto de azar, ni el fruto maduro de las solas fuerzas de la materia. Tenemos un encargo nobilísimo: ser administradores del universo en el lugar de Dios, con lo que esto implica de poder, pero también de sabiduría, compasión e incluso ternura para con todo lo que existe. Estamos llamados a compartir esa soberanía y por ello es intrínsecamente inmoral tratar al ser humano con una dignidad inferior a la que le es propia, por ejemplo, convirtiéndolo en un mero instrumento de trabajo, utilidad o placer para otro ser humano. La distinción de los géneros es algo querido por Dios y tiene un lugar en el plan de Dios para el mundo, de modo que toda supresión de esta diferencia termina introduciendo un desorden en la creación y volviéndose en contra del mismo hombre.

2.4 Ahora simplemente seamos sensatos y miremos el curso de la historia: ¿qué ha sucedido con el ser humano cuando se considera un accidente, un azar o cuando olvida que es parte de su esencia trascender los límites de la sola materia? ¿Qué pasa cuando somos dominados por las cosas en lugar de dominarlas? ¿Adónde nos conduce la instrumentalización del ser humano, sea bajo el rostro descarado de la esclavitud o bajo el manto sutil del consumismo o la alienación ideológica? ¿En qué han terminado las culturas que han abierto sus puertas a todo tipo de expresiones homosexuales? Leamos la historia y entenderemos cuánta fecundidad y cuánta verdad hay en estos bellísimos capítulos primeros de la Sagrada Escritura.