VIERNES
DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA
LECTURAS
1ª: Hch 9, 1-20
2ª: Jn 6, 53-60 (Ver Jn 6, 51-59 = DOMINGO 20B)
1. PABLO/CV
La conversión de Pablo es, después de la resurrección de Cristo, el acontecimiento al cual el Nuevo Testamento hace alusión más a menudo (Act 9, 1-20; 22, 6, 21; Gál 1, 11-17; 1 Cor 15, 3-8). Los relatos de los Hechos concuerdan en ciertos elementos, como la ocasión del viaje del perseguidor a Damasco, el tema de la luz que le rodea, su breve conversación con Cristo, su bautismo y su vocación misionera, pero acusan también algunas diferencias, de las que la principal se centra sobre la presencia de Ananías en Act 9 y 22 y su ausencia en Gál 1 y Act 26. ¿Pablo recibió su Evangelio directamente de Cristo o bien de Ananías? De hecho, la omisión o mención del papel de Ananías en uno u otro relato pueden explicarse sin que sea necesario recurrir a la hipótesis de dos fuentes contradictorias. De todas maneras, la misión de este discípulo no se opone al origen divino de la vocación de Pablo.
Por otra parte, ninguno de los relatos de la conversión de Pablo afirma claramente que él haya visto al Señor en persona. Este detalle ha sido suministrado por tradiciones ulteriores (Act 9, 27; 1 Cor 9, 1).
Las diferencias entre los relatos son de tal manera insignificantes que no se sabe por qué San Lucas, generalmente conciso, ha repetido tres veces la conversión de San Pablo. Sin duda quería justificar la vocación apostólica de éste. Debía, en efecto explicar a sus lectores cómo Pablo era verdaderamente apóstol, aunque no pertenecía al colegio de los Doce y no había conocido a Jesús (cf. Act 1, 21-22). El relato del cap. 9 prueba que Pablo vio al Resucitado como los Doce, y que el Señor le envió a predicar como envió a los Doce. Leno del Espíritu como los apóstoles lo estuvieron en Pentecostés (Act 2, 4), Pablo se afana como ellos en predicar la palabra (v. 20; cf. Act 2, 4). Y el sufrimiento que encuentra en el curso de su apostolado (v. 16) autentifica su misión (cf. Act 5, 11).
Las otras dos narraciones, que relatan los discursos de Pablo a las autoridades imperiales (Act 22; Act 26), reivindican para la religión cristiana un estatuto legal: ésta merece ser reconocida como religión autorizada, ya que sus jefes proceden del judaísmo, religión aprobada, y que las autoridades han aprobado, por dos veces, la actitud de Pablo.
a) Sin ser el elemento esencial del relato, la conversión de Pablo no merece menos, por ello, alguna atención.
Los móviles de esta conversión son dobles: en primer lugar, la certidumbre de la glorificación de Cristo (tema de la claridad: v. 3) y después el de la presencia de Cristo en los fieles perseguidos por Pablo (v. 4).
El tema de la gloria de Dios es importante. Saulo, como se sabe, vociferaba con la muchedumbre contra Esteban, que pretendía ver esta gloria rodeando a Jesús (/Hch/07/54-57). Para un fariseo, en efecto, la gloria era propia de un Dios único, y era una blasfemia afirmar que Jesús se beneficiaba de ella. Pero más tarde, rodeado de una luz cegadora de la que surgía una voz, Pablo comprendió que se beneficiaba de una teofanía en la más pura tradición del monoteísmo bíblico (Ex 24, 7: Dt 4, 123; Ez 1, 4, 27-28, etc.). Sin embargo, la voz que se dirigía a él no era la de Yahvé, sino la de Jesús (v. 5). Pablo se unía así a la experiencia de Esteban.
Pero este nuevo apóstol no podía ver la gloria de Jesús, porque ¿cómo ver a Dios sin estar cegado? (Ex 3, 6; 1 Re 19, 13; Ex 33, 18-22). Su ceguera le confirma en su fe, ¡siendo el no ver a Cristo un argumento mucho más fuerte en favor de su divinidad que pretender reconocerlo! Pero Pablo da un paso más en el descubrimiento del Señor: no puede verle en su misma persona, pero puede descubrirle en su hermanos: la dimensión horizontal suplida al misterio de la dimensión vertical (v. 3b; cf. 1 Jn 3, 18-23).
PABLO/CATECUMENADO: Pablo no es hombre que se oculta: desde que ha comprendido el misterio de Cristo resucitado, se ocupa de la fe y sigue las reglas fijadas en la época por el catecumenado. Después de haberse planteado la pregunta casi ritual "¿qué debo hacer?" (v. 6; cf. Act 22, 10; 2, 37; 16, 30; Lc 3, 10), el convertido es puesto bajo el cargo de la comunidad que "apadrina" su esfuerzo.
Ananías ejerce aquí este padrinazgo. La iniciación dura al menos tres días (cf. Mc 8, 2; Act 10, 30; 9, 9); lleva consigo una imposición de las manos (v. 12; cf. Mc 7, 32) y una cura de los sentidos (Ephpheta) para introducirlos en el régimen de la fe (v.17; cf. Act 22, 14-16); termina con el bautismo propiamente dicho (v. 18).
b) Pero al narrar la conversión de Saulo, Lucas quiere sobre todo describir su vocación apostólica. El evangelista ve en Pablo el responsable de la propagación del Evangelio de Jerusalén a Roma.
Los tres relatos de la conversión se sitúan además en los tres momentos decisivos de esta extensión: cuando la comunidad de Jerusalén empieza a emigrar (Act 9), cuando el cristianismo se separa del judaísmo (Act 22) y, por fin, cuando llega a los confines de la tierra, esta Roma hacia la cual tiende todo el ministerio de Pablo, e incluso la narración de los Hechos (Act 26).
La visión luminosa del camino de Damasco ha influenciado la misión de Pablo y el contenido de su mensaje. Yendo a revelar esta luz a las naciones (Act 26, 17-18; 13, 47), el apóstol une mística y misión, revelación y apostolado.
La primera consecuencia de la conversión de Pablo sobre su mensaje es el aspecto de "revelación" de este último (Gál 1, 11-12). Esta conversión pudo producirse al término de una larga reflexión o de una crisis psicológica: no por eso dejaría de ser un encuentro con un Dios desoído y el descubrimiento de una verdad insospechada.
La segunda consecuencia está en el aspecto histórico: el Dios que se aparece a Saulo se revela dentro de todo el aparato del monoteísmo judío. Pablo no tiene que renegar del pasado: está profundamente convencido de la unidad de la acción de Dios y de la continuidad de la historia de la salvación. Esto explica esa parte considerable del Antiguo Testamento en sus escritos.
La tercera consecuencia es la doctrina paulina de la resurrección y del valor salvador de la cruz. En tanto que él era fariseo, Pablo no podía considerar la cruz más que como una maldición (Dt 21, 23; cf. Gál 3, 13). El haber descubierto que el maldito había resucitado entraña para él la obligación de reconocer en la cruz un instrumento de salvación y sustituirla a la antigua ley.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág.
103
2.
Lanzada más allá de las fronteras del judaísmo, nada podrá ya detener la Iglesia: la conversión de Saulo, futuro apóstol de los paganos constituye una etapa capital. Dios prepara el porvenir y dirige el movimiento de su Iglesia: el que es hoy perseguidor, en el plan de Dios, será mañana el gran apóstol de la buena nueva.
-Saulo respiraba todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor. Así comienza la relación de la «vocación» de san Pablo.
Comienza así la vida de uno de los más grandes «santos».
¡Señor, transfórmanos! ¡Señor, mira los países perseguidos! ¡Señor, cambia nuestros corazones! Señor, ayúdanos a ver cómo tu designio puede ir progresando misteriosamente en todas las situaciones aparentemente opuestas al evangelio.
-Yendo de camino y cerca ya de Damasco, de repente le rodeó la claridad de una luz venida del cielo.
Por el camino que conduce de Jerusalén a Damasco -capital de Siria-. Los caminos tienen mucha importancia en los Hechos de los Apóstoles. Porque por las vías de comunicación el evangelio se propaga de ciudad en ciudad.... por viajeros... Yo soy responsable de la propagación de la fe, de la difusión de la buena nueva. ¿Cómo cumplo ese deber?
-Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué «me» persigues?"
Saulo creía perseguir a discípulos, hombres y mujeres. Encuentra a «Jesús». Es sorprendido por Cristo viviente, resucitado, presente en sus discípulos. «Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, había dicho, me lo habréis hecho a mí.» Pablo encuentra a Jesús, en esos hombres y esas mujeres a quienes está persiguiendo: "¿por qué «me» persigues?" Desde el primer día de su encuentro con Jesús, se encuentra con el Cuerpo total de Jesús: los cristianos son el Cuerpo de Cristo, como dirá más tarde a los Romanos (12,5) «Vosotros sois el Cuerpo de Cristo... miembros de su Cuerpo...»
Al comer el «Cuerpo de Cristo» en la eucaristía, los cristianos pasan a ser «cuerpo de Cristo». Gran responsabilidad la nuestra: en nosotros hacemos visible a Cristo, somos el cuerpo de Cristo... Ayúdame, Señor, a sacar las consecuencias concretas de este descubrimiento.
-¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero, levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.
Esta es una de las maneras de afirmar el «hecho» de la resurrección. En aquel día, Jesús es para Pablo un ser vivo.
Ese diálogo de hoy lo seguirá cada día a lo largo de toda su vida, en una oración incesante. «¿Quién eres?>~ «Yo soy Jesús.» Todas las epístolas de san Pablo serán fruto de ese diálogo. Desde ahora, Pablo y Jesús vivirán juntos, como dos compañeros, uno «visible» que hace el trabajo y toma la palabra... el otro «invisible» que anima el trabajo desde el interior, que sugiere la palabra...
Pablo, lugarteniente de Cristo, teniendo-el-lugar de Cristo, otro Cristo.
-Este hombre es el instrumento que he elegido para que lleve mi nombre ante las naciones, los reyes y los hijos de Israel.
Señor, haz de mí también un instrumento de tu salvación, de tu alegría.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 206 s.
La perícopa narra la conversión de Saulo, su vocación al apostolado (1-19a) y el comienzo de su labor misionera en Damasco (19b-22). Como de costumbre, la redacción de Lucas ya nos había presentado de antemano la figura de Saulo en su papel de perseguidor de los discípulos de Jesús (7,58.60; 8,3). Pero a partir de este momento pasa al primer plano de las narraciones del libro de los Hechos y será el principal protagonista de las gestas misioneras de la segunda parte del libro. De hecho, la conversión y vocación de Saulo fueron un acontecimiento trascendental para el cristianismo naciente: imprimieron un nuevo giro a la misión cristiana abriéndola decididamente a los gentiles. Lucas subraya esto enfáticamente con el triple relato que nos ha dejado en los Hechos (9,1-19; 22, 3-21; 26,9-20). El momento elegido para presentar al futuro apóstol de los gentiles es muy adecuado: tras el relato de la conversión del eunuco de la reina Candaces por Felipe, que ha insinuado el paso de la misión a los gentiles (8,26-40), y antes de la conversión de Cornelio por Pedro, que sella oficialmente esa misión (10,1-11.18).
Los paralelos de este texto en las epístolas auténticas de Pablo (Gál 1,13-17; 1 Cor 15,8-9...) permiten valorar o entrever al mismo tiempo la historicidad de fondo y las libertades del género literario de las narraciones de los Hechos. Ambas fuentes testimonian claramente tanto el papel de perseguidor de la comunidad cristiana desempeñado por Pablo antes de su conversión como su visión del Señor, que es el origen de su conversión y vocación al apostolado, y su primer trabajo misionero en Damasco. Pero no se ha de excluir la presencia de una intensa e imaginada dramatización literario-teológica en el relato de la visión de Pablo, como parece ocurrir en las narraciones de las apariciones del Resucitado en los evangelios y como inclina a pensar la sobriedad con que Pablo alude a estos acontecimientos en sus escritos. Las notables diferencias que la crítica bíblica descubre en la triple versión de los Hechos no parece que deban explicarse por las diferentes fuentes que use Lucas, y avalarían las conclusiones apuntadas antes. El generoso recurso a lo maravilloso que hace el relato de los Hechos tanto en el caso de la visión de Pablo camino de Damasco como en el de la visión de Ananías puede ser una manera muy bíblica y plástica de contar cómo Dios está presente en los grandes acontecimientos de la historia de salvación. Y la vocación de Pablo al apostolado es uno de estos hechos trascendentales. Una lectura indiscriminadamente historicista de la Biblia puede estar llena de inconvenientes para los lectores de hoy: hace surgir innecesarios malentendidos en lo que respecta a los relatos bíblicos e incapacita para ver la misteriosa mano de Dios en el desarrollo de nuestro mundo secular. También la nuestra es de alguna manera una historia de salvación.
F.
CASAL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 190 s.
4.
"Saulo, ¿por qué me persigues?" (/Hch/09/04). «¿Desde dónde grita? Desde el cielo. Luego está arriba, ¿Por qué me persigues? Luego está abajo» (·AGUSTIN-SAN:Serm. 122, 6, 6 en PL 38, 684). Referencia a la cabeza y al cuerpo, al Señor glorificado y a la comunidad de los creyentes, que forman juntos el Cristo uno.
5.
-Discutían entre sí los judíos: "¿Cómo puede este darnos a coma su carne?
Ellos lo interpretan de la manera más realista; y les choca.
-Jesús dijo entonces: "Sí, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del
Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros." Lejos de atenuar el choque, Jesús repite lo que ya ha dicho; lo enlaza explícitamente con el "sacrificio da caIvario"... "el pan que yo daré, es mi carne... que habré dado antes en la Pasión, para la vida del mundo". La alusión a la "sangre", en el pensamiento de Jesús, remite también a la cruz y a la muerte que da la vida.
No olvidemos que cuando San Juan puso por escrito este discurso había estado celebrando la eucaristía desde más de 60 años. ¿Cómo podría admitirse que sus lectores de entonces no hubiesen aplicado inmediatamente estas frases a la eucaristía: cuerpo entregado y sangre vertida? Por otra parte, si Jesús no hubiese nunca hablado así, ¿cómo los apóstoles, la tarde de la Cena, hubiesen podido comprender algo de lo que Jesús estaba haciendo? La institución de la eucaristía, la tarde del jueves santo, hubiera sido ininteligible a los Doce, si Jesús no les hubiera jamás preparado anteriormente.
-El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y Yo le resucitaré en el último día. En efecto, mi carne es la verdadera comida, y mi sangre es la verdadera bebida
"Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre..." San Juan no relata la institución de la eucaristía. Pero el paralelismo es aquí suficientemente riguroso con los Sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas.
Tres efectos de la Eucaristía quedan indicados:
-1º "La vida eterna y la resurrección"
Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo le resucitaré.
¡En la eucaristía comulgamos a "Cristo vivo resucitado"! Y este Cuerpo resucitado pasa a ser en nosotros "simiente" de vida divina. En el momento de la Cena Jesús hablará del "banquete celestial" donde reunirá de nuevo a sus amigos.
"No beberé más del fruto de la viña hasta el día en que beberé con vosotros el vino nuevo en el Reino de mi Padre".
Vamos hacia ese encuentro feliz.
2º La inmanencia recíproca de Cristo y del cristiano"
"Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y Yo en él".
Es una palabra muy apreciada por Juan: habitar, "¡permanecer!.
¿Sabéis lo que es el estar con alguien a quien se ama? ¿Ser feliz con él? La vocación de todo hombre es "estar con Dios, permanecer en Dios" Es el tema fundamental de la Alianza, que se ha expresado, al curso de la historia, en la Escritura, por fórmulas cada vez mas íntimas: Vosotros seréis mi pueblo, y Yo seré vuestro Dios"... "Mi amado está conmigo y Yo estoy con él"... "Permaneceréis en mí y yo en vosotros ...
3º "La consagración del cristiano a Cristo"
"Así como vivo Yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí".
Hubiera sido mejor traducir:... vivo "para" mi Padre. ¡Vivir "para alguien"! Jesús ha consagrado su vida al Padre, ha vivido totalmente para El. Y, a su vez, nos pide vivir para El.
Gracias, Señor. Amen.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág.
210 s.
6.
1. a) La conversión de Pablo debe ser un acontecimiento importante para la primitiva comunidad, porque Lucas la cuenta nada menos que tres veces en el libro de los Hechos (capítulos 9, 22 y 26), y el mismo Pablo hace varias alusiones al episodio en sus cartas (por ejemplo en Ga 1). Tal vez es porque esta aparición del Resucitado a Pablo confiere autoridad a su ministerio apostólico, que algunos tenían por menos justificado que el de los doce, y sobre todo avala su carácter de misionero abierto a todos los países y razas, que era visto con suspicacia en ciertos ambientes. Las diferencias de matices entre los varios relatos no nos interesan mucho aquí.
Al escuchar hoy por extenso el relato de la conversión de Pablo y del inicio de su ministerio predicador en Damasco, uno no sabe qué admirar más: el plan sorprendente de Dios, la respuesta de Pablo o la actitud acogedora de la comunidad de Damasco.
La iniciativa ha sido de Cristo Jesús. Pablo era de las últimas personas que uno esperaría que fueran llamadas como apóstoles de Cristo. Dios nos sorprende siempre: tanto en el AT como en el NT la elección que hace de las personas parece a veces la menos indicada para los fines que se pretenden conseguir. «Soy Jesús, a quien tú persigues». ¿Elegir como testigo suyo al que más está persiguiendo a su comunidad? Ante las reticencias lógicas de Ananías, Jesús responde defendiendo a Pablo: «anda, ve, que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre».
Esta elección de Cristo tiene éxito porque también Pablo pone de su parte una respuesta decidida. Tiene calidad humana y religiosa, ofrece buena «materia prima» a la obra de Dios. «¿Quién eres, Señor?». La respuesta de Pablo a Cristo es firme y generosa, y lo será toda su vida. Hasta ahora ha puesto su entusiasmo al servicio de una causa que creía justa, hasta con intransigencia. Ahora el encuentro con el Resucitado le transforma. Se levanta, va a Damasco, recorre el camino de la «iniciación» bautismal y se dedica con decisión a la nueva causa, empezando a anunciar a Cristo Jesús. Pronto se convencerá de que esto le va a acarrear muchos disgustos: no le recibirán siempre bien en la comunidad cristiana, y sobre todo los judíos le tacharán de traidor. Por eso Jesús le manda decir: «yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre».
Tiene mérito también el que Ananías y la comunidad de Damasco, superando bastante rápidamente las naturales suspicacias, acojan a Pablo en su seno y se presten a guiarle a su nueva situación. (Luego, en Jerusalén, no le reciben tan bien: sólo Bernabé le facilita el camino para su adaptación a la comunidad).
b) Después de escuchar la conversión de Pablo, podemos preguntarnos, a modo de examen, si nosotros solemos actuar como los tres protagonistas del relato. ¿Sabemos dar un voto de confianza a las personas, como hizo Cristo con Pablo? ¿en nuestra vida personal, respondemos nosotros a la llamada de Dios con la misma prontitud incondicional que Pablo? ¿como comunidad, tenemos un talante de acogida para todos, incluso para aquellos que han caído en falta o nos resultan menos cómodos? o ¿ha habido personas que podrían haber sido muy válidas si hubieran encontrado en nosotros más acogida que la que encontraron?
El relato ha sido proclamado, no para que nos enteráramos de lo que sucedió hace dos mil años, sino para que ilumine nuestra actuación concreta en la vida.
2. a) En el final del discurso de Jesús sobre el Pan de la vida, el tema es ya claramente «eucarístico». Antes hablaba de la fe: de ver y creer en el Enviado de Dios. Ahora habla de comer y beber la Carne y la Sangre que Jesús va a dar para la vida del mundo en la cruz, pero también en la Eucaristía, porque ha querido que la comunidad celebre este memorial de la cruz.
Ahora, la dificultad que tienen sus oyentes (v. 52) es típicamente eucarística: «¿cómo puede éste darnos a comer su carne?». Antes (v. 42) había sido cristológica: «¿cómo dice éste que ha bajado del cielo?».
El fruto del comer y beber a Cristo es el mismo que el de creer en él: participar de su vida. Antes había dicho: «el que cree, tiene vida eterna» (v.47). Ahora: «el que come este pan vivirá para siempre» (v.58).
Hay dos versículos que describen de un modo admirable las consecuencias que la Eucaristía va a tener para nosotros, según el pensamiento de Cristo: «el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece (habita) en mí y yo en él» (v. 56): la intercomunicación entre el Resucitado y sus fieles en la Eucaristía. Y añade una comparación que no nos hubiéramos atrevido nosotros a afirmar: «el Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre: del mismo modo, el que me come vivirá por mí». La unión de Cristo con su Padre es misteriosa, vital y profunda. Pues así quiere Cristo que sea la de los que le reciben y le comen. No dice que «vivirá para mi», sino «por mi». Como luego dirá que los sarmientos viven si permanecen unidos a la vid, que es el mismo Cristo.
b) También el discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra celebración de la Eucaristía produce en nosotros esos efectos que él anunciaba en Cafarnaúm.
Lo de «tener vida» puede ser una frase hecha que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la Eucaristía y en ella participamos de la Carne y Sangre de Cristo, estamos más fuertes en nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿o seguimos débiles, enfermos, apáticos? Lo que dice Jesús: «el que me come permanece en mí y yo en él», ¿es verdad para nosotros sólo durante el momento de la comunión o también a lo largo de la jornada?
Después de la comunión -en esos breves pero intensos momentos de silencio y oración personal- le podemos pedir al Señor, a quien hemos recibido como alimento, que en verdad nos dé su vida, su salud, su fortaleza, y que nos la dé para toda la jornada. Porque la necesitamos para vivir como seguidores suyos día tras día.
«Que el Espíritu, con su amor, nos haga resucitar a una vida nueva» (oración)
«Id a todo el mundo a predicar el evangelio» (salmo)
«El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (evangelio)
«El que me come, vivirá por mi, como yo vivo por el Padre» (evangelio)
«Que esta Eucaristía nos haga progresar en el amor» (poscomunión)
J.
ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 74-77
7.
El encuentro de Saulo con el Señor fue un hecho sorprendente. Iba para Damasco a perseguir a los cristianos que habían escapado de Jerusalén, pero, en el camino, el Señor lo puso por el suelo. Permaneció tres días prácticamente muerto. Al tercero, por mano de Ananías, cuyo nombre significa «Dios tiene misericordia», Pablo abre los ojos a una nueva realidad: el resucitado lo llama a anunciar el Evangelio a las naciones paganas. Misión que la comunidad apostólica no había terminado de aceptar.
Por la imposición de manos se levanta de su postración y es bautizado. Luego, comienza a defender la causa que había perseguido. El Espíritu lo irá llevando por caminos que no imaginaba, hasta cumplir la misión encomendada: anunciar el Evangelio a los gentiles.
En el Evangelio, Jesús responde a la objeción planteada por sus discípulos: "¿Cómo puede éste darnos de comer su carne?". En la mentalidad de los contemporáneos de la comunidad cristiana, comer la carne y beber la sangre era una verdadero sacrilegio. La sangre debía ser vertida en la piedra del sacrificio (Gen 9, 4; Lv 7, 14). La separación de sangre y carne significaba la muerte. En este contexto se refiere por igual a la Eucaristía y a la muerte en la cruz. Quien se decidiera a participar de la suerte de Jesús debía ser consciente de que arriesgaba su propio destino. La Eucaristía es, en este contexto, solidaridad total con los crucificados. Entregando la vida se recibe la resurrección en el momento definitivo.
La sinagoga, y todos los discípulos que seguían fieles a esa mentalidad, se resintieron inmediatamente. Las exigencias de Jesús superaban el límite de su fidelidad religiosa. "Este discurso es bien duro. ¿Quién podrá escucharlo?".
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
8. CLARETIANOS 2002
Queridos amigos:
Aquí interrumpimos de momento la lista de verbos de movimiento. Está bien que
nos tomemos un descanso. Juan va a poner hoy el acento en una relación de
pertenencia mutua e inmanencia recíproca. Cristo no es un punto de paso, como si
en su caso nos halláramos ante otra manifestación más de Dios, caduca al fin y
al cabo, que debiera ser trascendida cuando llegara no sé qué pleamar de los
tiempos; o como si su muerte en cruz fuera no más que el destino trágico de otro
profeta; o como si su sangre hablara igual que la de Abel y la de tantos otros
justos del pasado o del presente. La sangre de Esteban y de los mártires que le
han seguido habla bien gracias a lo bien que había hablado la sangre de Jesús.
Tampoco somos nosotros lugar de paso para él: somos estación terminal. Su amor quiere descansar en nosotros, y él quiere que nuestro amor descanse en él. No se nos invita, pues, a vivir un encuentro momentáneo y fulgurante, una experiencia transitoria, un saludo fugaz. Se nos concede permanecer en Cristo; y él promete una permanencia fiel en nosotros. Establecidos en ese amor, podemos sentirnos libres de zozobras. Él puede dar consistencia y fijeza, pero no una fijeza paralizada e inmóvil, a nuestro vivir. No debiéramos pertenecer a la vejez de los pueblos, en la que, según el poeta, el corazón está sin dueño, y el amor sin objeto.
Somos sentados a la mesa. Se nos invita a
participar en un sacrificio de alabanza y de acción de gracias, a comer el pan
vivo, a beber la sangre de la alianza, como comensales de Dios. Caemos quizá más
de una, de dos y de tres veces en la tentación de reducir nuestra vida a
trabajar por él, servir a su causa, ser jornaleros en su viña, movernos
azacanados de acá para allá como si el porvenir de la fe y de la Iglesia
dependiera de nosotros. Alguno podrá decir incluso con P. Casaldáliga en un
bello soneto: "por causa de tu Causa me destrozo...". Pero quizá olvidamos que
llamó a los primeros discípulos al seguimiento no sólo para que fueran
colaboradores suyos, sino para que estuvieran con él. ¿Qué tiempos reservamos
para el encuentro, para la escucha, para la acogida de su amor peregrino que
llama con los nudillos a la puerta de nuestro mesón? ¿Cómo celebramos las
eucaristías? ¿Qué alabanzas y acción de gracias le dirigimos? ¿Le dejamos
habitar en nosotros y buscamos habitar en él? ¿Sabremos vivir unificadamente la
mística y la práctica, la comunión y el servicio, el encuentro y la misión, la
fecundidad hacia dentro y hacia fuera, la pertenencia y el trabajo? ¿Nos daremos
más cuenta de que sólo comiendo su carne y bebiendo su sangre podrá la nuestra
ser una vida entregada, partida, derramada? ¿Sabremos vivir la polifonía de la
vida cristiana? Si éstas son preguntas retóricas, brindo por ti, a la vez que te
envidio. Y pido que Él nos enseñe y ayude; sí, Él que era experto en comunión y
oración ante el Padre y cuyo alimento era hacer Su voluntad.
Vuestro amigo.
Pablo Largo, cmf (pldomizgil@hotmail.com)
9. CLARETIANOS 2003
Hemos llegado al revolcón de Pablo, que constituye el prólogo obligado a los capítulos que los Hechos van a dedicar al tal Saulo-Pablo. Este personaje ya había aparecido, como personaje secundario, en el relato de la muerte de Esteban. Lucas tuvo mucho interés en acentuar su manía persecutoria para poner de relieve su posterior “manía evangelizadora”.
¿Qué podemos decir del relato de su conversión? Lo primero que se me ocurre es lo que, hace ya bastantes años, nos explicaba el profesor de Nuevo Testamento. En este relato de la conversión, como en los dos posteriores narrados por Lucas (cf Hch 22,3-21; 26,2-23), por ninguna parte aparece el famoso caballo del que supuestamente se cayó Pablo. Pero me temo que a estas alturas de la película va a ser difícil cambiar el guión. Lo de "caerse del caballo" ha pasado al arte, a la literatura y hasta al habla popular. Una vez que una expresión se encarna en el pueblo, no hay manera de eliminarla.
Con caballo o sin él, lo que nos interesa ahora es
caer en la cuenta de algunos detalles:
El encuentro de Saulo con el Señor Jesús también se produce “en el camino”,
concretamente en el camino de Jerusalén a Damasco, del centro a la periferia.
Por primera vez se denomina “camino” al estilo de vida de la comunidad cristiana: Todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres.
Se da una identificación entre Jesús y su comunidad: Soy Jesús, a quien tú persigues.
Antes de comprender y creer, Saulo vive su “triduo pascual”: Allí (en Damasco) estuvo tres días ciego, sin comer ni beber.
A diferencia de los otros dos relatos de conversión, en este cobran importancia las mediaciones eclesiales en el proceso de la fe. Ananías representa la figura del mistagogo: Hermano Saulo, el Señor Jesús que se te apareció cuando venías por el camino (¡Ojo al camino!), me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de espíritu Santo.
El fruto del encuentro es el anuncio: Se puso a predicar en las sinagogas afirmando que Jesús es el Hijo de Dios.
¿Qué significa hoy convertirse? Cuando examinamos
algunos relatos de conversiones, caemos en la cuenta de que, de un modo u otro,
se reproducen los elementos que Lucas describe en la conversión de Pablo.
Leyendo el relato con ojos de hoy, teniendo como fondo el desafío evangelizador,
¿podemos aprender algo? ¿Vemos con claridad alguna nueva perspectiva? ¿Nos ayuda
este relato en nuestra tarea de acompañar a aquellos que están siendo alcanzados
por la gracia del Señor? Y, más directamente aún, ¿entendemos mejor lo que nos
está pasando a nosotros mismos?
Gonzalo (gonzalo@claret.org)
10. 2002
COMENTARIO 1
vv. 52.54: Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros diciendo:
-¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Les dijo Jesús: -Pues sí, os lo aseguro: Si no coméis la carne del Hijo del
Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54Quien come mi carne
y bebe mi sangre tiene vida definitiva y yo lo resucitaré el último día...
Jesús hace una segunda declaración: Comer y beber significan asimilarse a Jesús,
aceptar y hacer propio el amor expresado en su vida (su carne) y en su muerte
(su sangre). En el éxodo, la carne del cordero fue alimento para la salida de la
esclavitud, su sangre liberó de la muerte. En el nuevo éxodo, la carne de Jesús
es alimento permanente; la carne y la sangre dan vida definitiva. El Hijo del
Hombre en su plenitud es el que hace esa entrega y puede comunicar el
Espíritu. No hay realización para el hombre (no tenéis vida en vosotros) si no
es por la asimilación a Jesús; el Espíritu que se recibe lleva a una entrega y
a una calidad humana como la suya.
v. 55: porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
Contexto eucarístico en el que se muestra el doble aspecto de la eucaristía:
nuevo maná, alimento que da fuerza y vida, y nueva norma de vida, no por un
código externo (Ley), sino por la identificación con Jesús y su entrega (cf.
1,16: un amor que responde a su amor).
vv. 56-57: Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él;
57como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también
aquel que me come vivirá por mí.
Jesús no es un modelo exterior que imitar, sino una realidad interiorizada;
sintonía. La vida que Jesús posee procede del Padre (cf. 1,32) (57) y él vive en
total dedicación al designio de Dios de dar vida al mundo (4,34; 6,39-40.51).
Él comunica esa vida a los suyos: la actitud de éstos ha de ser dedicarse a
cumplir el mismo designio, tal como lo hace Jesús.
v. 58: Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres
y murieron; quien come pan de éste vivirá para siempre. 59Esto lo dijo enseñando
en una sinagoga, en Cafarnaún.60Muchos discípulos suyos dijeron al oírlo: -Este
modo de hablar es insoportable; ¿quién puede hacerle caso?
A diferencia del antiguo pueblo, la nueva comunidad podrá alcanzar la tierra
prometida, la de la vida definitiva. Termina la perícopa indicando la ocasión y
el lugar donde pronunció Jesús este discurso (v. 59) y constatando la protesta
de un numeroso grupo de discípulos contra las exigencias propuestas por Jesús
(v. 60).
COMENTARIO 2
Hoy escuchamos la primera de las tres versiones que el libro de los Hechos nos
trae de la llamada “conversión” de Saulo. Las otras dos están en Hch 22, 5-16 y
26, 10-18. Las tres son muy similares y solo difieren en pequeños detalles,
entre otros que las de los capítulos 22 y 26 están en primera persona, en boca
misma de Pablo que evoca su experiencia ante diversos auditorios. En cambio, la
que leímos hoy es narrada por el autor de Hechos.
Nadie esperaba que el joven fariseo fanático y celoso, que estuvo presente en el
linchamiento del protomártir Esteban, aprobando su muerte y guardando los mantos
de los que lo apedreaban, y que luego perseguía encarnizadamente a los
cristianos, fuera a terminar convertido en un fervoroso cristiano. Es que los
caminos de Dios no son nuestros caminos, ni sus pensamientos los nuestros. Es lo
que parece reprocharle el anciano Ananías al Señor que le ordena visitar y
bautizar a Saulo. ¿Acaso no es un perseguidor de la Iglesia? ¿Acaso no viene a
Damasco para hacer prisioneros a los cristianos? Pero Cristo lo ha elegido como
instrumento de evangelización de los paganos. Una elección extraña, paradójica,
que nos muestra el poder infinito del Señor resucitado que puede convertir al
más violento perseguido en el más fervoroso de los apóstoles.
Se ha discutido mucho si el episodio narrado en el libro de los Hechos es
histórico, real, si no se tratará más bien de una leyenda. Pero, aún tratándose
de leyendas, estas reflejan de alguna manera la realidad, a veces de manera más
sugerente y viva que los fríos documentos históricos que tanto valoramos hoy en
día. El hecho de que el relato aparezca tres veces en el mismo libro, y que
encuentre alguna confirmación en los mismos escritos paulinos, sustenta su
veracidad fundamental. El joven perseguidor se dirige de Jerusalén a Damasco con
un encargo de las autoridades judías respecto a la naciente comunidad cristiana.
De paso se nos informa que ya en la capital de Siria, la milenaria ciudad de
Damasco que existe hasta nuestros días, había un grupo de cristianos. En el
trayecto Saulo experimentó de alguna manera el llamado irresistible del Señor,
un poco al estilo de los profetas del AT, Isaías o Jeremías. El también quedó
deslumbrado por la luz que irradia la divinidad, el también oyó las palabras que
le señalaban el destino fijado por Dios, al que ningún profeta puede sustraerse.
Iba para Damasco a encarcelar cristianos. Ahora es enviado a todos los caminos
del mundo a suscitar discípulos de Jesucristo entre todos los pueblos. Su
experiencia vocacional lo debió llevar, como sugiere el texto, a integrarse a la
comunidad cristiana de la capital de Siria, a recibir el bautismo con el don del
Espíritu y a iniciar inmediatamente la misión que le fue encomendada. El libro
de los Hechos de los Apóstoles se convertirá a partir de este momento, poco a
poco, en el libro de los Hechos del apóstol san Pablo, que terminará por llenar
todo el escenario de sus páginas.
Como Pablo, cada cristiano deberá experimentar algún día, de manera profunda, su
vocación. Cristo nos llama a cada uno, a todos. Para Él todos somos instrumentos
de evangelización.
Vamos llegando a la conclusión del discurso eucarístico en el capítulo 6º del
evangelio de san Juan. Comienzan las reacciones de los oyentes. En primer lugar
de los judíos en general que se preguntan escandalizados como podrá Jesús darles
a comer su carne. Jesús reasume entonces los temas centrales del discurso que
hemos desarrollado en los días anteriores: la vida verdadera, la “vida eterna”
se alimenta del cuerpo y de la sangre del Señor resucitado, de la eucaristía.
Aunque Juan no nos narre la institución del sacramento en la noche pascual, como
lo hacen los sinópticos, él sabe que Jesús ha convertido el pan y el vino de la
cena judía de acción de gracias, sea la que se celebraba cada tarde del viernes,
al comenzar el sábado, o la que se celebraba anualmente en la noche pascual, en
el memorial de su entrega a la muerte por nosotros, en el alimento de su
comunidad. Alimento de la fe y del amor. Alimento para la vida fraterna, para la
vida de la familia de Dios.
Se insiste en el acto de comer y de beber, porque la eucaristía es un verdadero
banquete, como los banquetes sacrificiales del AT en los que los fieles y el
sacerdote comían parte de la carne inmolada, entrando en comunión con Dios a
quien se ofrecía el sacrificio. Se insiste en la vida alimentada por este pan
maravilloso: es la vida misma de Cristo, de su amor y de su sabiduría salvífica,
por eso el que comulga habita en Cristo y Cristo en El. Como en un convite
amoroso, como el banquete del Cantar de los Cantares, el que han probado los
grandes místicos y místicas de la Iglesia, que han llegado a sentirse
transformados en Cristo para amar y servir a sus hermanos.
Pero la vida de Cristo es la vida de Dios, pues Cristo vive por el Padre y el
que comulga vivirá por Cristo. Ya no hay pues, para el cristiano, otra forma de
vida sino la del mismo Dios. Vida que se dona, se sacrifica, se regala. Tiene
que superase el egoísmo; como Dios, el cristiano ha de vivir para los otros,
para los favoritos de Dios: los pobres, los pequeños, los sufridos. Ha quedado
superada la muerte, precio y consecuencia del pecado de egoísmo. El cristiano,
en Dios y en Cristo, vive para siempre. Como ha quedado superada, en Cristo, la
alianza del AT, cuyo alimento era el maná del desierto. Ahora, en Cristo, todos
pueden llegarse a la mesa misma del Señor.
1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987
(Adaptado por Jesús Peláez)
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
11. DOMINICOS 2003
Ayer nos era muy grata la presencia del diácono Felipe con su acción evangelizadora que dio origen probablemente a la comunidad cristiana de Etiopía.
Hoy la liturgia nos pide que escuchemos con atención otra página impresionante: la conversión del perseguidor de la Iglesia, Pablo, que pasa de perseguidor a testigo del mismo Señor Jesús al que perseguía en sus discípulos. ¡Milagros de la gracia! ¡Rectificación de conductas!
Las obras excepcionales del amor divino, que rompen los esquemas habituales del comportamiento humano, son para nosotros lección de vida, estímulo para emprender nuevas rutas, motivo de gratitud a Dios que cada día hace nuevas todas las cosas.
Recojamos en forma de oración uno de los himnos en que se pide a Dios, por medio de san Pablo, que su conversión nos lleve a imitar sus acciones:
Pablo, maestro y hermano: descúbrenos la victoria de Jesús crucificado, para compartir la gloria del Señor resucitado. Pablo, si derribado caíste, fue para ser elevado. Ya nunca traicionarás al Jesús que perseguiste. Mírame, ruega por mí, pues otro Saulo, ciego y triste, con mis errores yo fui. Si en el pecado me hundí, en vuelo quiero seguirte. Guíame con luz de fe. Amén.
“Saulo, perseguidor de la Iglesia, seguía profiriendo amenazas de muerte contra los discípulos del Señor. Fue a ver al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándole a traer presos a Jerusalén a los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres.
En el viaje, cerca ya de Damasco, de repente, un relámpago lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra, y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?.
¿Quién eres, Señor?, preguntó él. La voz respondió: Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad, y allí te dirán lo que tienes que hacer...
En Damasco, el Señor dijo a Ananías: ve a la calle Mayor, a la casa de Judas, y pregunta por Saulo de Tarso. Está orando... Ananías contestó: Señor, he oído a muchos hablar... del daño que hace a tus fieles… además trae autorización para llevarse presos... El Señor le dijo: anda, ve, que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas. Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre. Salió Ananías, entró en la casa, impuso las manos a Saulo y dijo: Hermano Saulo, el Señor me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo...”
Dios ama, corrige, perdona, elige. A cada cual llama por su nombre y envía su gracia. Este texto es una composición hermosa que describe la transformación interior de Pablo de Tarso, el proceso de esa transformación y la preparación para un enorme cambio exterior de perseguidor en discípulo. Algunos detalles pueden ser secundarios; la sustancia, no lo es.
“Al oír las palabras de Jesús, los judíos disputaban entre sí: ¿cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él...”
Palabras verdaderamente fuertes. Jesús se presenta como pan de vida, como alimento que hemos de comer, como sangre que hemos de beber. No se trata de antropofagia o de comer carne humana físicamente. El misterio radica en que Él está ahí, se hace presencia ‘sacramentalmente’ en los signos-símbolos de pan y vino. La inteligencia no entiende ‘cómo puede ser verdad’. Pero es trabajo de la fe creer que Él está ahí, y que es fuente de vida.
La narración del episodio acontecido a Pablo, por voluntad y elección de Dios, sorprende gratamente e ilumina. Sorprende, porque quien había visto al perseguidor profiriendo amenazas de muerte contra los cristianos no podía sospechar que Pablo fuera un hombre predestinado a hacer –en el futuro- todo lo contrario de lo que proclamaba en ese momento.
Las leyes de la naturaleza y de la psicología humana no cambian fácilmente. Un servidor de la ley muere por la ley, no por otros ideales y un judío realista, que sabe distinguir muy bien el pan y la carne, no puede aceptar lo que dice Jesús: “comer mi carne y beber mi sangre”. Sin embargo, la gracia hace milagros: Pablo puede hacerse “amigo, hermano en la fe”, y creer que bajo los signos del “pan” puede estar “Cristo”.
Señor, tu acción sobre Pablo nos ilumina, nos revela que tus designios divinos no son los nuestros; que tus intuiciones no son las nuestras; y que tu gratuidad de amor y elección está por encima de los meros recursos naturales y psicológicos.
Los primeros cristianos no hubieran pedido ni elegido como pastor a Saulo de tarso, porque era intratable. Pero Dios, que puede cambiar el corazón y la mente, contó con él, y lo aceptó en su servicio como él era. Así resultó tan impetuoso, valiente y decidido en la nueva vida como lo fue en la vida anterior a la conversión.
Danos, Señor, la gracia de poner a tu disposición, y a disposición de los hombres, todo lo que nos diste, y no permitas que olvidemos la elección que has hecho de nosotros al otorgarnos el don de ser hijos tuyos. Amén.
12. ACI DIGITAL 2003
54. Por cuarta vez Jesús promete juntamente la vida del alma y la resurrección del cuerpo. Antes hizo esta promesa a los creyentes; ahora la confirma hablando de la comunión eucarística. Peligra, dice S. Jerónimo, quien se apresura a llegar a la mansión deseada sin el pan celestial. La Iglesia prescribe la comunión pascual y recomienda la comunión diaria. ¿Veríamos una carga en este don divino? "La Iglesia griega se ha sentido autorizada por esto para dar la Eucaristía a los niños de primera edad. La Iglesia latina exige la edad de discreción. Puede apoyarse en una razón muy fuerte. Jesús recuerda que el primer movimiento hacia El se hace por la fe (vv. 35, 45, 57)". Pirot. Cf. 4, 10 ss. El verbo comer que usa el griego desde aquí ya no es el de antes: estío, sino trogo, de un realismo aún más intenso, pues significa literalmente masticar, como dando la idea de una retención (cf. v. 27, Luc. 2, 19 y 51). En el v. 58 contrastan ambos verbos: uno en pretérito: éfagon y otro en presente: trogon.
57. El que me come: aquí y en el v. 58 vuelve a hablar de El mismo como en el v. 50. Vivirá por Mí: de tal manera que vivamos en El y El en nosotros, como lo revela el v. anterior. Cf. 1, 16; Col. 2, 9; véase la "secreta" del Domingo XVIII p. Pentecostés. S. Cirilo de Alejandría compara esta unión con la fusión en una de dos velas de cera bajo la acción del fuego: ya no formarán sino un solo cirio. Cf. I Cor. 10, 17. Nótese que Cristo se complace amorosamente en vivir del Padre, como de limosna, no obstante haber recibido desde la eternidad el tener la vida en Sí mismo (5, 26). Y esto nos lo enseña para movernos a que aceptemos aquel ofrecimiento de vivir de El totalmente, como Él vive del Padre, de modo que no reconozcamos en nosotros otra vida que esta vida plenamente vivida que Él nos ofrece gratuitamente. Es de notar que por el Padre y por Mí pueden también traducirse para el Padre y para Mí. S. Agustín y Sto. Tomás admiten ambos sentidos y el último parece apoyado por el verbo vivirá, en futuro (Lagrange). ¡Vivir para Aquel que muriendo nos dio vida divina, como Él vivió para el Padre que engendrándolo se la da a Él! "El que así no vive ¿lo habrá acaso comido espiritualmente?". Véase v. 63; II Cor. 5, 15; I Tes. 5, 10; Gál. 2, 20; cf. Hech. 17, 28; Rom. 14, 8; II Cor. 4, 11; 6, 9; I Juan 4, 9. 59. He aquí, pues, las maravillas de la comunión explicadas por el mismo Jesús: nos da vida eterna (v. 50, 55 y 59) y resurrección gloriosa (55), siendo una comunidad ("comunión") de vida con Jesús (57) que nos hace vivir su propia vida como El vive la del Padre (58).
13.
Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.
Entrada: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Aleluya» (Apoc 5,12).
Colecta (compuesta con textos del Gregoriano y del Sacramentario de Bérgamo): «Te pedimos, Señor, que, ya que nos has dado la gracia de conocer la resurrección de tu Hijo, nos concedas también que el Espíritu Santo, con su amor, nos haga resucitar a una vida nueva».
Comunión: «El Señor crucificado resucitó de entre los muertos y nos rescató. Aleluya».
Ofertorio: «Santifica, Señor, con tu bondad estos dones, acepta la ofrenda de este sacrificio espiritual y a nosotros transfórmanos en oblación perenne».
Postcomunión: «Después de recibir los santos misterios, humildemente te pedimos, Señor, que esta eucaristía, celebrada como memorial de tu Hijo, nos haga progresar en el amor».
–Hechos 9,1-10: Este hombre es un instrumento elegido por Mí para dar a conocer mi nombre a los pueblos. Saulo es llamado misteriosamente por Dios a convertirse en uno de los grandes apóstoles de la religión de Jesús a la que perseguía. La conversión de Saulo es una verdadera vocación a ser primero discípulo de Cristo y luego un gran apóstol de su mensaje de salvación. Esto es uno de los acontecimientos más grandes de la historia de la Iglesia. Un instrumento elegido por Dios para ser el apóstol de todos los siglos. Él murió, pero sus Cartas siguen proclamando ese mensaje salvífico de Jesucristo. San Juan Crisóstomo dice del apóstol:
«Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje... En medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores, y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios... Imbuido en estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros la vida; la pobreza más que nosotros las riqueza...
«Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios y, lo que era para él más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos; sin esto le era indiferentes los poderosos y los príncipes; prefería ser con este amor, el último de todos... Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor; para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable» (Homilía 2 sobre las alabanzas de Pablo).
–Por eso lo mejor que podemos hacer es cantar con el Salmo 116: «Alabad al Señor todas las naciones, celebradlo todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad permanece por siempre».
–Juan 6,53-60: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Respondiendo a la admiración de sus oyentes, Jesús afirma con claridad: si uno quiere poseer la vida ha de comer su carne y beber su sangre. El maná del desierto fue importante, pero mucho más lo es el alimento eucarístico que da la vida eterna. Comenta San Agustín:
«Lo que buscan los hombres en la comida y en la bebida es apagar el hambre y la sed, mas esto no lo logra de verdad sino este alimento y bebida que a los que lo toman hace inmortales e incorruptibles, en la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y unidad plena y perfectas... Comer aquel manjar y beber aquella bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo que permanece en sí mismo. Y, por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo: sino antes, por el contrario, come y bebe para su perdición el sacramento de la realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a acercarse a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir sino los limpios...» (Tratado 26 sobre el Evangelio de San Juan 17-18).
14. DOMINICOS 2004
Yo soy Jesús, a quien tú persigues
Señor, danos luz para vivir en la verdad, danos voluntad de hacer el bien y
valorar a los demás, danos espíritu de servicio para vivir en comunión de amor.
Ayer nos era grata en la liturgia la presencia de santa Catalina de Siena, y la
del diácono Felipe que en su acción evangelizadora, daba origen probablemente a
la presencia de la comunidad de cristianos en Etiopía. Hoy reclama nuestra
atención, con una página impresionante, Pablo de Tarso.
Su conversión de perseguidor de la Iglesia a discípulo y testigo del mismo Señor
Jesús al que había perseguido, sobrepasa los límites normales del cambio de
rumbo en las personas. ¡Milagros de la gracia!
Las obras excepcionales del amor divino trascienden todo comportamiento humano.
En el testimonio de Pablo, y en la insistencia de Jesús sobre el “pan de vida”,
tenemos el alimento espiritual de este día. Séanos saludable, como lo fue para
el Papa, san Pío V (1504-1572), gran reformador de la vida eclesial.
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 9, 1-20:
“Saulo, perseguidor de la Iglesia, seguía profiriendo amenazas de muerte contra
los discípulos del Señor. Fue a ver al sumo sacerdote y le pidió cartas para las
sinagogas de Damasco, autorizándole a traer presos a Jerusalén a los que seguían
el nuevo camino, hombres y mujeres. En el viaje, cerca ya de Damasco, de
repente, un relámpago lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra, y oyó una
voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor?,
preguntó él. Y la voz respondió: Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate,
entra en la ciudad, y allí te dirán lo que tienes que hacer....
En Damasco, el Señor dijo a Ananías: ve a la calle Mayor, a la casa de Judas, y
pregunta por Saulo de Tarso. Está orando... Ananías contestó: Señor, he oído a
muchos hablar... del daño que hace a tus fieles..; además trae autorización para
llevarse presos... El Señor le dijo: anda, ve, que ese hombre es un instrumento
elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los
israelitas. Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre. Ananías fue la
casa de Judas, entró en ella,, impuso las manos a Saulo, y dijo: Hermano Saulo,
el Señor me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu
Santo...”
Evangelio según san Juan 6, 53-60:
“Al oír las palabras de Jesús sobre el pan de vida, los judíos disputaban entre
sí: ¿cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: Os
aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna, y yo lo resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y
mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en
mí y yo en él...”
Reflexión para este día
¡Cambia, Señor, nuestro corazón, como cambiaste el de Pablo! Nadie que hubiera
conocido a Pablo en sus acciones violentas podría pensar que estaba ante un
elegido de Dios. Dios nos sorprende con frecuencia. Démosle gracias por ello.
Pablo, según las leyes de su naturaleza y de su psicología humana no parecía
fácilmente maleable, incluso por la acción de lo alto. Un servidor de la ley,
como él, muere por la ley, no por otros ideales; y un judío realista como él,
que sabe distinguir muy bien el pan y la carne, no acepta prontamente lo que
dice Jesús: “come mi carne y bebe mi sangre” para ser mi discípulo.
Sin embargo, por gracia de lo alto, ahí tenemos a Pablo amigo, discípulo,
testigo, misionero. Probablemente los primeros cristianos no hubieran pedido ni
elegido a Pablo como pastor, porque era intratable. Pero Dios, que puede cambiar
el corazón y la mente, contó con él, y lo aceptó en su servicio como él era. Así
resultó tan impetuoso, valiente y decidido como lo fue en la vida anterior a la
conversión.
15. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
¡Qué bonitas las lecturas de hoy! Por una parte, la conversión de Saulo y, por
otra, el final del discurso del Pan de Vida.
¿Con quién os identificáis más, con Saulo o con Ananías?
Saulo, un hombre practicante, de firmes convicciones religiosas, empeñado en
combatir lo que él considera una secta que cree en una herejía. Un hombre que,
de pronto, es cegado por un resplandor e interpelado por una voz, pues debe
morir a su ceguera interior para poder acceder a una nueva comprensión de la
realidad. ¿Cuántas veces estamos tan obcecados con nuestra visión de las cosas
(o prejuicios) que nos creemos en posesión de la verdad y no oímos ni a Dios?
Ananías, otro hombre religioso, discípulo de Jesús, que no se niega
explícitamente a cumplir la voluntad de Dios, pero que no se resiste a poner en
antecedentes a Dios... ¡como si Dios no supiera quién era Saulo! ¿Cuántas veces
ponemos “peros” a la voluntad de Dios o nos hacemos los remolones porque lo que
Él nos pide parece no tener sentido o porque nos cuesta llevarlo a cabo?
Sin embargo, ambos personajes confían, y por eso pueden abandonar sus actitudes
previas. ¡Qué buen ejemplo para todos nosotros! También nosotros somos invitados
a vivir en plenitud, para lo cual hemos de comer la carne y beber la sangre de
Jesucristo, el Pan de Vida. Y esto no significa sólo celebrar la eucaristía con
relativa frecuencia y comulgar, sino entender que ésta es un don que comunica su
amor y su vida (el Espíritu), lo cual nos debe llevar a renovar nuestro
compromiso, nuestra vocación, de en todo momento entregar nuestra vida a los
demás desde el amor. Sólo dando vida-amor, como Él hizo, viviremos en plenitud.
Por eso, dejemos atrás nuestras cegueras y nuestros miedos, y ¡seamos auténticos
generadores de vida!
Vuestra hermana en la fe,
Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana (lidiamst@hotmail.com)
16. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano
1ª Lectura
He 9,1-20
1 Saulo, por su parte, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos
del Señor, se presentó al sumo sacerdote 2 y le pidió cartas para las sinagogas
de Damasco, con el fin de que si encontraba algunos que siguieran este camino,
hombres o mujeres, pudiera llevarlos presos a Jerusalén. 3 En el camino, cerca
ya de Damasco, de repente le envolvió un resplandor del cielo; 4 cayó a tierra y
oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». 5 Él preguntó:
«¿Quién eres, Señor?». Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. 6 Levántate y
entra en la ciudad; allí te dirán lo que debes hacer». 7 Los que lo acompañaban
se quedaron atónitos, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. 8 Saulo se levantó
del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada; lo llevaron de la
mano a Damasco, 9 donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber. 10 Había
en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor llamó en una visión:
«¡Ananías!». Y él respondió: «Aquí estoy, Señor». 11 El Señor le dijo: «Vete
rápidamente a la casa de Judas, en la calle Recta, y pregunta por un tal Saulo
de Tarso, que está allí en oración 12 y ha tenido una visión: un hombre llamado
Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista». 13 Ananías
respondió: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y decir todo el mal que
ha hecho a tus fieles en Jerusalén. 14 Y está aquí con plenos poderes de los
sumos sacerdotes para prender a todos los que te invocan». 15 El Señor le dijo:
«Anda, que éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los
paganos, a los reyes y a los israelitas. 16 Yo le mostraré cuánto debe padecer
por mí». 17 Ananías partió inmediatamente y entró en la casa, le impuso las
manos y le dijo: «Saulo, hermano mío, vengo de parte de Jesús, el Señor, el que
se te apareció en el camino por el que venías, para que recobres la vista y
quedes lleno del Espíritu Santo». 18 En el acto se le cayeron de los ojos como
escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. 19 Comió y recobró
fuerzas. Y se quedó unos días con los discípulos que había en Damasco.
PREDICA EN DAMASCO Y ES PERSEGUIDO
20 Y en seguida se puso a predicar en las sinagogas proclamando que Jesús es el
Hijo de Dios.
Salmo Responsorial
Sal 117,1-2
1 ¡Aleluya! Alabad al Señor, todos los pueblos, aclamadlo, todas las naciones, 2
pues su amor por nosotros es muy grande y su lealtad dura por siempre.
Evangelio
Jn 6,52-59
52 Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su
carne?». 53 Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del
hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. 54 El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. 55
Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come
mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. 57 Como el Padre que me ha
enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. 58 Éste
es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y
murieron. El que come este pan vivirá eternamente». 59 Dijo todo esto enseñando
en la sinagoga de Cafarnaún.
* * *
En la sección de Hch dedicada a los Hechos de los Helenistas (6, 1 - 15, 35)
Lucas inserta una sección dedicada a Saulo, posteriormente llamado Pablo. El
texto litúrgico toma solamente 9,1-20, pero es recomendable leer la sección
completa: 9, 1-31.
Estructura de los Hechos de Saulo: 9, 1-31.
a) Saulo persigue a la Iglesia: vv. 1-2
b) Encuentro con Jesús camino a Damasco-resistencia de Pablo: vv.3-9
c) Encuentro de Pablo en Damasco con Ananías
conversión de Pablo: vv.10-19a
d) Actividad misionera de Pablo y persecución: vv. 19b-30:
Misión en Damasco: vv.19b-22
Persecución contra Pablo-huída de Damasco: 23-25
Misión en Jerusalén: vv. 26-28
Persecución en Jerusalén- huída a Cesarea y Tarso: vv. 29-30
e) Sumario conclusivo: v.31
Pablo persigue a la Iglesia: vv.1-2: Estos versículos retoman el hilo de la
presencia de Saulo en la muerte de Esteban (7, 58b. 8, 1a) y su posterior
persecución a la Iglesia de Jerusalén (8, 3). El movimiento de Jesús es
identificado como "los discípulos del Señor" (9, 1), "los del camino" (9, 2).
Los discípulos son "hombres y mujeres" (este lenguaje inclusivo aparece muy
seguido en Hechos: 5, 14 /8, 3.12/9, 2/ 22, 4). Saulo quiere traer a los
discípulos atados a Jerousalén (nombre sagrado de la ciudad); se usa este
nombre, pues Pablo quiere reintegrar el movimiento de Jesús a la
institucionalidad Judía. En 8, 1 se dice que la Iglesia vive en Jerosólima
(nombre civil), pues la Iglesia perseguida (de los Helenistas) no está integrada
a la institucionalidad judía y por eso es perseguida.
Encuentro de Saulo con Jesús camino a Damasco: vv.3-9: Pablo se encuentra con
Cristo resucitado en sus víctimas. Jesús está vivo corporalmente en los
cristianos que Pablo persigue. Pablo ve a Jesús resucitado. Esto no aparece
aquí, pero se explicita en 9, 17 y 27. Pablo también dirá en sus cartas: "¿Acaso
no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?" (1Cor 9, 1 cf. también 15, 8). Pablo cae
en tierra y queda ciego: "aunque tenía los ojos abiertos no veía nada". Pablo
todavía no entiende nada y se resiste a creer, por eso pasó tres días sin ver,
ni comer, ni beber. Pablo, después de ver a Jesús, queda derribado, ciego y como
muerto.
Encuentro de Pablo con Ananías y conversión: vv. 10-19a: Jesús se aparece a un
discípulo llamado Ananías y le ordena visitar a Pablo. Ananías entra en la casa
donde está Pablo y le impone las manos: Pablo recupera la vista, es bautizado y
queda lleno del Espíritu Santo. Luego toma alimento y recupera las fuerzas.
Pablo resucita así física y espiritualmente. Jesús revela a Ananías quién es
Pablo: un instrumento elegido para la evangelización de los gentiles. Esto se
desarrollará en el segundo relato de la conversión de Pablo (22, 14-21).
Pablo en sus cartas nunca habla directamente de este encuentro con Jesús camino
a Damasco. Esta experiencia está implícita en su carta a los Filipenses 3, 5-12.
Pablo habla aquí de su conocimiento personal de Cristo Jesús. Todo lo que antes
era para Pablo ganancia, ahora es pérdida, después de haber conocido a Jesús.
Por Cristo Pablo perdió todo y todo lo considera basura por ganar a Cristo. No
se trata de un conocimiento puramente intelectual, sino de un
conocimiento-encuentro. Por esto Pablo afirma haber sido alcanzado (capturado)
por Cristo (Fil.3, 12). En su carta a los Gálatas Pablo presenta su conocimiento
de Cristo como resultado de una revelación: "el Evangelio anunciado por mi...no
lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación (apocalipsis) de
Jesucristo" (Gal 1, 11-12). En ninguno de los dos casos se trata propiamente de
una "conversión" de Pablo, sino de un encuentro-conocimiento-revelación, que le
hizo descubrir la justicia de Dios de una manera distinta a cómo la buscaba
antes. Pablo antes buscaba la justicia en la ley, según la cual él se
consideraba intachable ("en cuanto a la justicia según la ley, intachable" Fil
3, 6). Ahora, busca la justicia de Dios que viene por el conocimiento de Cristo
(Fil 3, 9). Pablo no era antes de su "conversión" un pecador, sino un hombre
justo según la ley. Después de su encuentro con Cristo Pablo sigue buscando ser
justo, pero ahora de una manera radicalmente distinta: no en la ley, sino en
Cristo. Este encuentro con Cristo es la raíz de su vocación o elección en
función de la evangelización de los gentiles. Toda su vida, teología y misión,
estará marcada por este encuentro-conocimiento-revelación personal de Jesús.
Actividad misionera de Pablo y persecución: vv. 19b-30: inmediatamente después
de su encuentro con Cristo, Pablo se puso a predicar en las sinagogas de Damasco
que Jesús era el Mesías. Según Gal 1, 17-18 Pablo fue tres años a Arabia (al sur
de Damasco, al reino de los nabateos) y luego volvió a Damasco. Ahí fue
perseguido a muerte por los judíos (según Hch 9, 23-25) o por los nabateos
(según 2 Cor 11, 32-33). Pablo se salva de noche, cuando lo descuelgan en un
canasto por la muralla. Después de esta experiencia traumática, Pablo va a
Jerusalén. Es la primera visita de Pablo a Jerusalén, después de su encuentro
con Cristo. Tenemos dos versiones de esta visita: la que nos cuenta Lucas aquí
en Hch 9, 26-30, y la que nos cuenta Pablo mismo en Gal 1, 18-24. Pablo nos dice
en Gálatas que en Jerusalén estuvo 15 días y sólo vio a Cefas y a Santiago, el
hermano del Señor. En Hch Pablo encuentra a Bernabé que lo presenta a todos los
Apóstoles; predica a los judíos helenistas que tratan de matarlo, por lo cual
los hermanos lo llevan a Cesarea y luego a Tarso. Hch coincide con Gal 1, 21
donde Pablo dice que se fue a las regiones de Cilicia (capital Tarso) y Siria
(capital Antioquía). El asunto de las fechas es muy discutido. Una hipótesis muy
aceptada es que Pablo tuvo su experiencia camino a Damasco el año 35 p.C. y que
hizo su primera visita a Jerusalén, después de estar tres años en Damasco y
Arabia, el año 38 d.C. Del 38 al 48, después de estar un tiempo en Tarso, se
integrará a la Iglesia fundada por los Helenistas en Antioquía (Hch 11, 19-30).
Sumario conclusivo: v. 31: con la conversión de Pablo la Iglesia goza de paz.
Las tres regiones aquí mencionadas: Judea, Galilea y Samaría, designan el
territorio de los judíos (o semi-judíos en el caso de los samaritanos). Lucas
considera que ya hay una Iglesia (o "Iglesias" según una variante) en territorio
judío, que se edificaba y que progresaba, llena del consuelo del Espíritu Santo.
Los 12 apóstoles han ya construido una comunidad cristiana en Jerusalén (Hch
capítulos 2 al 5). Los Helenistas dispersados después del martirio de Esteban,
evangelizan Judea y Samaría (en general en 8, 1 y Felipe en 8, 5-40). Pero ¿por
qué Lucas menciona la Iglesia en Galilea? Lucas no nos ha dicho nada de una
misión específica en esa región. Quizás Lucas refleja aquí la existencia de las
comunidades cristianas de Galilea, de las cuales da testimonio una tradición
diferente a la de Lucas, llamada tradición galilea o petrina, contenida en el
"evangelio de Galilea" (documento Q) y en el Evangelio de Marcos (que Lucas
utiliza en la confección de su Evangelio). Asegurada la Paz en las Iglesias en
territorio judío, Lucas puede ahora seguir con su relato sobre la evangelización
de los gentiles: tanto en el texto intercalado de los Hechos de Pedro (9, 32 -
11,18), como en el relato de los Hechos de los Helenistas (11, 19-30). Son los
dos textos que veremos a continuación.
Reflexión pastoral sobre los Hechos de Pablo
1) En momentos de persecución de la Iglesia, se vive siempre una especial
presencia de Cristo resucitado en las víctimas y en los mártires de la
persecución. Esta presencia de Cristo en los mártires es una fuerza inquietante,
y a veces insoportable, para los que persiguen a la Iglesia. Lo mismo sucede, no
en tiempos extraordinarios de persecución, sino en tiempos corrientes de
opresión de la Iglesia, especialmente cuando ésta tiene una dimensión profética
y misionera. También aquí se da una presencia inquietante de Cristo resucitado
en la Iglesia de los pobres y de los excluidos. En tales circunstancias pueden
darse conversiones como la de Pablo, tanto fuera como dentro de la Iglesia.
2) La conversión de Pablo, en el texto de Hch iluminado con los textos que hemos
citado de las cartas de Pablo, nos desafía a pensar en nuestra propia
conversión, como personas o como Iglesia. ¿Estamos realmente convertidos? ¿Nos
hemos encontrado también nosotros con Cristo resucitado? ¿De qué manera, cómo y
cuándo? ¿Encontramos realmente a Cristo resucitado en los pobres y excluidos?
¿Se da en este encuentro con Cristo un conocimiento o una revelación de Cristo
con la profundidad que se dio en Pablo? ¿Nos lleva este conocimiento a
considerar todos nuestros privilegios y seguridades religiosas anteriores como
pérdida y basura? La gran cuestión es saber si verdaderamente hemos encontrado a
Cristo y si nos hemos convertido. ¿No será Cristo para nosotros sólo una
doctrina o una figura histórica, pero no una persona con la cual nos hemos
realmente encontrado? ¿Quién es Cristo para nosotros?
3) Hay personas en la Iglesia, en la actualidad, que son como Pablo perfectas
según la ley. Son personas buenas, que buscan a Dios en el fiel cumplimiento de
la ley. Muchas de estas personas se encuentran en movimientos eclesiales más
bien conservadores. Estas personas son buenas y perfectas según la ley, pero
todavía no se han encontrado personalmente con Cristo. La única manera de
encontrarse con Cristo, de conocerlo y de recibir su revelación, es descubrirlo
en los pobres y oprimidos, en los perseguidos, o en nuestras propias víctimas.
4) ¿Se dan hoy en la Iglesia figuras como la de Pablo, Ananías y Bernabé, tal
como aparecen aquí en Hch 9, 1-31?
5) La Iglesia, después de la conversión de Pablo, vive en paz, se edifica y
progresa, llena de la consolación del Espíritu Santo. ¿Cuáles son las
conversiones que hoy dan a la Iglesia una situación semejante? ¿Qué significa, a
la luz de Hch, una Iglesia llena de la consolación del Espíritu Santo?
17.
Reflexión
En este pasaje de Juan 6 se encuentra la medula del significado y del valor de
la Eucaristía. Jesús dice, que “el que no coma y beba no tendrá vida”, por ello
lo primero que surge es que este alimento espiritual no es “optativo”, es algo
que se exige si verdaderamente se quiere tener la “Vida” y aspirar a la
resurrección eterna. El efecto de este pan de vida, es la unión y permanencia
con Jesús. De manera que el pan se convierte en la sabia que da vida a nuestra
vida injertada en Cristo. En Jn 15 nos dice Jesús que de la misma manera que el
sarmiento lo hace con la vid, nosotros debemos permanecer unidos a él. Es decir
no se trata de estar a ratitos (ser cristiano a ratitos) sino de una
permanencia. Aclara para que no haya dudas que el pedazo de pan que se consagra
en la Eucaristía es verdaderamente su cuerpo. Por lo tanto, no es una presencia
“simbólica”, como dicen algunos; o meramente espiritual, sino que es real y
substancialmente su cuerpo (lo mismo decimos para la sangre en el cáliz).
Finalmente, y como consecuencia de esto, se trata de comer, de masticar (el
verbo griego que usa Juan es “trogon” que significa roer, morder, masticar), de
darnos cuenta que estamos “comiendo” a Jesús y que esto es precisamente lo que
nos da la vida. Te invito a que este domingo, en la celebración eucarística
tengas la experiencia de “comer”, de “masticar” a Jesús. Que te hagas consciente
de lo que comes y que te unas íntimamente, como el sarmiento a la vida, a Jesús.
Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
18.
Comentario: Rev. D. Àngel Caldas i Bosch (Salt-Girona,
España)
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros»
Hoy, Jesús hace tres afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la
carne del Hijo del hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede
tener vida; y que esta vida es la vida eterna y es la condición para la
resurrección (cf. Jn 6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan
rotundo y tan definitivo como estas afirmaciones de Jesús.
No siempre los católicos estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a
veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y, sin
embargo, como ha escrito Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don demasiado
grande para admitir ambigüedades y reducciones».
“Comer para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo
del hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un “comer”, y decimos “comer”
para que quede clara la necesidad de la asimilación, de la identificación con
Jesús. Se comulga para mantener la unión: para pensar como Él, para hablar como
Él, para amar como Él. A los cristianos nos hacía falta la encíclica eucarística
de Juan Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía. Es una encíclica apasionada:
es “fuego” porque la Eucaristía es ardiente.
«Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc
22,15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor
eucarístico. Ninguna otra religión tiene una iniciativa semejante. Es Dios que
baja hasta el corazón del hombre para establecer ahí una relación misteriosa de
amor. Y desde ahí se construye la Iglesia y se toma parte en el dinamismo
apostólico y eclesial de la Eucaristía.
Estamos tocando la entraña misma del misterio, como Tomás, que palpaba las
heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que revisar nuestra
fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos
lo propone. Y tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la Eucaristía:
genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones
espirituales... Y, a partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán
sagrados, tal como son. Y les serviremos con una renovada ternura.
19. 2004
LECTURAS: HECH 9, 1-20; SAL 116; JN 6, 52-59
Hech. 9, 1-20. Aquel que Pablo, como todo fariseo, consideraba un maldito
clavado en una cruz, se le aparece en su camino hacia Damasco. Aquel, a quien
Esteban contempló con la misma Gloria del Padre, y cuya confesión por ese
Diácono ocasionó que lo apedrearan por querer asemejar a Jesús con Dios, ahora
envuelve con su gloria a Pablo diciéndole: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Y
después de la conversión de Pablo se inicia el proceso que le lleva al bautizo:
Reconocimiento de Jesús por medio de una fe inicial, Catecumenado, imposición de
manos para liberación de los sentidos, contemplarlo todo de un modo nuevo con la
Luz que nos viene de Dios, y ser bautizado, concretando así la conversión y
unión a Cristo. Y una vez bautizado convertirse en misionero que se esfuerza
denodadamente por hacer llegar la salvación, que procede de Dios, hasta el
último rincón de la tierra. Esto es consecuencia del amor que se siente por
Cristo, que no sólo está sentado a la diestra del Padre, sino que sigue
caminando y clamando hacia nosotros desde el rostro dolorido o deteriorado por
el pecado en la humanidad de todos los tiempos. Si nuestra fe y nuestro bautismo
no nos llevan a convertirnos en misioneros del Señor para hacer llegar su
salvación a todos, debemos examinar la lealtad de nuestra fe en Cristo Jesús;
pues el que realmente se ha dejado envolver por su Vida y por su Gloria debe dar
testimonio de la gracia que ha recibido del Señor, y del amor misericordioso con
que Dios lo ha distinguido.
Sal. 116. Glorifiquemos a Dios y démosle gracias, pues Él
ha hecho que su salvación no se quede como privilegio de una raza o de un sólo
pueblo, sino que llegue a todas las naciones, de todos los tiempos, lugares y
culturas. Efectivamente Dios quiere que todos los hombres se salven. Y aquel
pueblo que era considerado un olivo silvestre ha sido injertado en el olivo
verdadero, en Cristo Jesús, pues la salvación, conforme al plan previsto y
sancionado por Dios, nos ha llegado por medio de los judíos. Así, por medio de
Cristo Jesús, Señor nuestro, todo aquel que lo acepte en su propia vida podrá
convertirse en una oblación pura y en una continua alabanza del Nombre de Dios,
nuestro Padre. Dios, en Adán, prometió enviarnos un salvador. Y en Adán no
estaba simbolizado un pueblo, sino la humanidad entera. Y Dios ha cumplido sus
promesas, dando así a conocer su amor por nosotros y que su fidelidad es eterna.
Aprovechemos la oportunidad de ser renovados en Cristo, pues no tendremos ya
otro nombre en el cual podamos alcanzar el perdón de los pecados y la salvación
eterna.
Jn. 6, 52-59. El Hijo de Dios se hizo hombre, carne y sangre de nuestra raza, en
el seno de María Virgen, por obra del Espíritu Santo. Mediante su Misterio
Pascual nos ha redimido, pues por su muerte fuimos perdonados de nuestros
pecados, y por su gloriosa resurrección, recibimos Vida nueva. Quien se alimenta
de Jesús en la Eucaristía hace suya la Encarnación y la Redención que Dios nos
ofrece en Cristo Jesús. Por eso el Señor nos dice: Mi carne es verdadera comida
y mi sangre es verdadera bebida. Si no nos alimentamos de Él no tendremos vida
en nosotros, pues sólo aquel que lo coma vivirá por Él, ya que sólo Él es el
verdadero Pan del cielo que nos da vida, y Vida eterna. Vayamos pues, hacia
Cristo, no sólo para escucharle, no sólo para reconocerlo como nuestro Dios por
medio de la fe, no sólo para arrodillarnos y suplicarle que nos socorra en
nuestras necesidades, sino para hacernos uno con Él.
Mediante la Eucaristía, que estamos celebrando, hacemos nuestro el Misterio
Pascual de Cristo en su totalidad: su Encarnación, su Pasión y Glorificación, y
su Eucaristía. A través de este Misterio Pascual que estamos celebrando nosotros
recibimos la Vida que Él ofrece a todo hombre de buena voluntad que, creyendo en
Él, lo acepte en su totalidad en la propia vida. Por eso podemos decir que la
Iglesia de Cristo se edifica en torno a la Eucaristía, que es el Sacramento que
nos sirve como el mejor eslabón que une a Dios con la humanidad. Quien desprecie
la Eucaristía estará perdiendo la mejor de las oportunidades para unirse a Dios
y a la comunidad de creyentes que lo alaban, que lo escuchan y que se
comprometen con Él desde esta vida. Al participar de la Eucaristía el Señor nos
dice: Yo soy Jesús, muchas veces despreciado y perseguido por ti; ven conmigo
para que medites sobre lo que en adelante has de hacer y comiences a ser motivo
de salvación y no de condenación para tus hermanos.
Por eso participar de la Eucaristía es todo un compromiso para nosotros. No
podemos vivir estos momentos de un modo intranscendente. Llegamos ante el Señor
ofuscados por nuestros egoísmos, tal vez convertidos en opresores de los demás,
tal vez llenos de maldades y crímenes en nuestras manos, tal vez con la mirada
llena de cegueras a causa de nuestras injusticias provenientes de nuestras
esclavitudes a lo pasajero, tal vez sujetos a tradiciones religiosas a las que
hemos querido encadenar la salvación, como si no fuera el Señor sino la forma
externa de darle culto lo que nos condujera a la salvación eterna. En fin, hay
muchas cosas que nos han dividido y nos han convertido en perseguidores unos de
otros, como si sólo nosotros tuviésemos la razón y los demás tuviesen que seguir
nuestras huellas y no las de Cristo para llegar al Padre. Quien se alimenta de
Cristo, quien hace suya su Vida y su Misión debe saber que el Señor no nos envió
al mundo para condenarlo, sino para que el mundo se salve por nosotros, y no
porque nosotros seamos los autores de la salvación, sino porque el Señor quiere
que su primera encarnación se prolongue, con toda su entrega, con toda su fuerza
salvadora, por medio de su Iglesia.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, que nos conceda la gracia de vivir con responsabilidad y con lealtad
nuestro compromiso de fe con el Señor para que, alimentados de Él, lo sepamos
entregar como alimento de vida, no de muerte ni de condenación, al mundo al que
hemos sido enviados para hacer que llegue a él la salvación que Dios nos ofrece
en Cristo Jesús, su Hijo y Señor nuestro. Amén.
www.homiliacatolica.com
20. ARCHIMADRID 2004
¡AQUÍ ESTOY SEÑOR!
Cuando en una ocasión le pregunté a un sacerdote, qué podía hacer ante la
situación de un amigo que pasaba una depresión, de esas que llamamos “de
caballo”, me contestó escuetamente: “estar ahí”. Y es que no es extraño observar
con qué facilidad nos evadimos ante el sufrimiento o la necesidad de otros.
Huimos como si se tratara de la “peste”. Decimos que ya tenemos bastantes
problemas, como para complicarnos la vida en asuntos “que ni nos van, ni nos
vienen”. La pregunta es: ¿Cuáles son, verdaderamente, nuestros problemas?
Ananías, que parece ser el “actor secundario” del relato de la conversión de san
Pablo, responde sin vacilar ante la llamada de Jesús: “Aquí estoy, Señor”. Desde
luego, no le haría ninguna gracia acudir a casa de Judas, en Damasco, para
encontrarse con aquel Saulo que se dedicaba a “cazar” cristianos. Sin embargo,
allá fue. ¡Qué importante es que Dios nos encuentre en el sitio donde debemos
estar! Porque, hemos de reconocer, que muchos de nuestros problemas, de los que
decimos que tenemos, son de la clase: “¿qué hace un tipo como tú, en un sitio
como éste?”.
“El Señor Jesús (…) me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de
Espíritu Santo”. También pueden pertenecer al gran capítulo de “bastantes
problemas”, el que no veamos las cosas como nos gustaría que fueran. Quizás,
hemos olvidado que las “escamas” que cubren nuestros ojos nos impiden ver la
realidad. Pero, tal vez, eso de las “escamas”, no sea otra cosa que: recelos,
sospechas, desconfianzas y suspicacias. ¿No eran éstos, precisamente, los
sentimientos que tenía Saulo hacia aquellos que perseguía?… ¿Qué necesitaba
nuestro “actor principal”?: De un “actor secundario” para que, mediante la
imposición de las manos, recibiera el Espíritu Santo.
¿La moraleja?… Que nunca nos creamos los protagonistas de la película. Éste sí
que es origen de muchos de nuestros problemas. ¿Hubiera sido mejor que la gente
te hubiera aplaudido a ti que tenías el verdadero mérito? ¿Te gustaría que a la
hora de ir a un sitio te dijeran que te sentaras en un lugar principal? ¿Te
molesta que otro sea el centro de la reunión, en vez de ti que tienes más
cultura y “salero”?… Aprende de Ananías: Nunca más aparecerá en el Nuevo
Testamento, y, sin embargo, fue el instrumento, elegido por Dios, para que la
conversión de san Pablo fuera completa. Si nuestra oración sólo consistiera en
repetir, una y otra vez: ¡Aquí estoy Señor! (en la cocina de tu casa, al
levantarte por las mañanas sin gana alguna, al entrar en la oficina sin que te
saluden, al encontrarte con el vecino inoportuno, al ponerte a estudiar cuando
te entra el sueño…), sería una oración que daría muchos más frutos de los que
podríamos imaginar.
“El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que
me come vivirá por mí.” Gracias a los sacramentos (de manera especial la
Eucaristía y la Confesión), y a la oración, tenemos los medios, más que
suficientes, para “no tirar la toalla”. Precisamente, el trato con Dios nos hace
situarnos muy en nuestro sitio (en el que espera encontrarnos), y así responder
con prontitud a cualquiera de sus llamadas.
¡Por cierto!, ese amigo de la “depre”, tiene también muy buenos amigos que lo
cuidan (a veces lo miman demasiado), y, sobre todo, “están ahí” cuando es
necesario. Gracias.
21. Fray Nelson Viernes 15 de Abril de 2005
Temas de las lecturas: Es el instrumento escogido
por mí, para que me dé a conocer a las naciones * Mi carne es verdadera comida y
mi sangre es verdadera bebida.
1. Triunfo del Resucitado
1.1 Es tan grande el evento de la conversión de Pablo que la Iglesia, desde
tiempo inmemorial, ha honrado con fiesta litúrgica a la gracia de Dios que fue
tan abundante y fecunda ese día, otorgando la fe cristiana al más ilustre de los
hijos de Tarso.
1.2 La fiesta de la conversión de este gigante entre los apóstoles es el 24 de
enero. Pero, como en Pascua leemos extensamente el libro de los Hechos de los
Apóstoles, hoy hemos llegado al capítulo noveno en que precisamente se cuenta
este maravilloso testimonio de la gracia.
1.3 Es decir que al leer en Pascua la conversión de Pablo nos interesa sobre
todo mirar el triunfo del Resucitado y es en ello en lo que meditamos
principalmente. De hecho, cuando Pablo cae derribado por la luz del cielo y
pregunta: "¿quién eres?", Jesús le responde: "Yo soy Jesús, a quien tú
persigues". ¡Aleluya! ¡Está vivo! Y cuando tocan a sus discípulos él siente como
si le hubieran tocado a él. ¡Está vivo y es el Señor!
2. Alimento que alimenta
2.1 "Mi carne es verdadera comida", dice el Señor. Palabras que nosotros los
católicos agradecemos con humilde y ferviente adoración delante de cada sagrario
y en cada Eucaristía. De la Encíclica "Ecclesia de Eucharistia" de Juan Pablo II
tomamos algunos textos entresacados de los números 22 al 24. La numeración aquí
ofrecida es nuestra.
2.2 La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el Bautismo, se renueva y se
consolida continuamente con la participación en el Sacrificio eucarístico, sobre
todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental. Podemos decir que no
solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos
recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros: "Vosotros
sois mis amigos" (Jn 15, 14). Más aún, nosotros vivimos gracias a Él: "el que me
coma vivirá por mí" (Jn 6, 57). En la comunión eucarística se realiza de manera
sublime que Cristo y el discípulo "estén" el uno en el otro: "Permaneced en mí,
como yo en vosotros" (Jn 15, 4).
2.3 Al unirse a Cristo, en vez de encerrarse en sí mismo, el Pueblo de la nueva
Alianza se convierte en "sacramento" para la humanidad, signo e instrumento de
la salvación, en obra de Cristo, en luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,
13-16), para la redención de todos. La misión de la Iglesia continúa la de
Cristo: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21). Por tanto, la
Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando
en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de
Cristo. Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la
evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo
y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo.
2.4 Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como
cuerpo de Cristo. San Pablo se refiere a esta eficacia unificadora de la
participación en el banquete eucarístico cuando escribe a los Corintios: "Y el
pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo
muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo
pan" (1 Co 10, 16-17). El comentario de san Juan Crisóstomo es detallado y
profundo: "¿Qué es, en efecto, el pan? Es el cuerpo de Cristo. ¿En qué se
transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo; pero no muchos cuerpos sino
un sólo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que esté compuesto
de muchos granos de trigo y éstos se encuentren en él, aunque no se vean, de tal
modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta fusión; de la misma
manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos a otros y, todos
juntos, con Cristo". La argumentación es terminante: nuestra unión con Cristo,
que es don y gracia para cada uno, hace que en Él estemos asociados también a la
unidad de su cuerpo que es la Iglesia. La Eucaristía consolida la incorporación
a Cristo, establecida en el Bautismo mediante el don del Espíritu (cf. 1 Co 12,
13.27).
2.5 La acción conjunta e inseparable del Hijo y del Espíritu Santo, que está en
el origen de la Iglesia, de su constitución y de su permanencia, continúa en la
Eucaristía. Bien consciente de ello es el autor de la Liturgia de Santiago: en
la epíclesis de la anáfora se ruega a Dios Padre que envíe el Espíritu Santo
sobre los fieles y sobre los dones, para que el cuerpo y la sangre de Cristo
"sirvan a todos los que participan en ellos [...] a la santificación de las
almas y los cuerpos". La Iglesia es reforzada por el divino Paráclito a través
la santificación eucarística de los fieles.
2.6 El don de Cristo y de su Espíritu que recibimos en la comunión eucarística
colma con sobrada plenitud los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón
humano y, al mismo tiempo, eleva la experiencia de fraternidad, propia de la
participación común en la misma mesa eucarística, a niveles que están muy por
encima de la simple experiencia convival humana. Mediante la comunión del cuerpo
de Cristo, la Iglesia alcanza cada vez más profundamente su ser "en Cristo como
sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de
todo el género humano".
2.7 A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia
cotidiana muestra tan arraigada en la humanidad a causa del pecado, se
contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo. La Eucaristía,
construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres.