COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 6, 51-59

También Evangelio de la Fiesta del Corpus en el Ciclo A

1.PAN/SENTIDO.

El pan eucarístico sigue las leyes de todo pan ofrecido por el padre de familia a los suyos. El pan, en efecto, no tiene significado especial en sí mismo; ha tenido que haber alguien que lo ganara y que lo fabricara, y no tiene sentido sino en cuanto que alguien lo va a comer. Al hacer entrega del pan, que representa su vida y su trabajo, el padre y la madre de familia pueden decir en cierto modo: "este pan es mi carne entregada para mis hijos" (v. 51), mientras que los comensales, al participar de ese pan, comparten en cierto modo la vida misma de quien se lo ha dado (v. 54). Si los padres y los hijos pueden cargar de un significado profundo al pan cada vez que lo comparten, ¿por qué Jesús, que es el hombre más perfecto que haya existido, no habría de poder dar al pan una significación completamente nueva, al nivel de la profundidad del ser del que vive, y hacer de él la participación de su vida con el Padre (v. 57) y el elemento constitutivo de un nuevo tipo de humanidad impregnado de vida eterna? (v. 54).

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 279


 

2.

Como en el cap. 5 tenemos aquí un duplicado del discurso del pan de vida que pretende lanzar aún más lejos la reflexión del tema anterior, es decir: Jesús como revelación y como eucaristía dentro del simbolismo del pan. Parece como si el autor quisiera terminar su discusión sobre la contraposición maná/Cristo, volviendo a sacar jugo de Dt 8, 3: el maná no era más que una profecía de la que ahora se saca la lectura y lección definitiva. Los judíos no han comprendido esta lectura y siguen aferrados a la perspectiva del alimento material. Esto va a dar pie a una nueva explicación, aún más en la línea dura de la presentación de la persona de Jesús. Se va yendo hacia posturas de aceptación o de no aceptación: de amor en definitiva.

Esta palabra "carne" va a ser en adelante la palabra clave en torno a la cual se desarrollará la profundización sobre el misterio revelador. La palabra "carne" designa todo lo que constituye la realidad del hombre con sus posibilidades y debilidades (cf. 1, 14; 3, 16; 8, 15). Jn tal vez ha conservado una tradición litúrgica independiente, que traducía literalmente la palabra aramea bisra (carne) que Jesús había podido emplear en la Cena. Jn insiste sobre todo en el valor salvífico de la encarnación. No hay posibilidad de fe más que a partir de Jesús. De un modo u otro hay que llegar a "comprender", a amar a este Jesús que posibilita el acceso a Dios.

v. 54: Lit.: "el que mastica mi carne". Jn utiliza un vocabulario particularmente realista para caracterizar la participación en la eucaristía. Según la costumbre judía, los alimentos de la comida pascual tenían que ser cuidadosamente masticados. En el fondo el escándalo nace de la comprensión a dos niveles que se da en un diálogo de sordos ya que los puntos de partida son diferentes: Jesús habla del todo de su persona, mientras que los judíos lo están comprendiendo en sentido material. Sin embargo, Jn quiere decir que los judíos no están dispuesto a aceptar al todo Jesús, al Jesús de la historia como revelador del Hijo. Por eso se aferran a un diálogo ficticiamente paralelo. En el fondo y de nuevo, la figura del Jesús evangélico es la piedra de discernimiento.

Vivir es entrar en comunión con el Hijo y desde entonces con el Padre. Este intercambio hecho de conocimiento y de amor mutuos queda asegurado por el hecho "Jesús" de una forma estable y definitiva. Esto es lo que celebra el creyente cada domingo: la vida de Jesús y, por la aceptación de ese Jesús, la vida del creyente como lugar único del encuentro con Dios. Huir en la vida es no creer, mientras que amar la vida y defenderla es comenzar el camino de la comprensión última del amor de ese Dios que tiene por Hijo al Jesús de la historia.

EUCARISTÍA 1985, 39


 

3.

Hasta ahora había hablado Jesús del pan de vida que baja del cielo, del pan con el que regala el Padre a los hombres enviándoles a su propio Hijo. Este es el pan de vida (v. 35, 48-51 a), de la misma manera que es también la luz del mundo (8, 12), y da vida a los que creen en él. Pero ahora habla Jesús del pan que él mismo les dará y se refiere expresamente a su carne y sangre, los dones eucarísticos.

El lugar paralelo a estas palabras "vida del mundo" lo encontramos en las que pronuncia Cristo sobre el pan en la Cena y precisamente en la forma que recoge la tradición paulina en 1 Cor 11, 24. La expresión "para la vida del mundo" significa lo mismo que "entregada para la vida del mundo" y es una alusión clara al sacrificio de su muerte en la cruz. Por lo tanto, el pan que da la vida es precisamente el cuerpo de Cristo entregado a la muerte para salvar al mundo. (cfr. Luc. 22, 19).

Los judíos entienden estas palabras literalmente, como verdadera comida de la carne de Jesús. Pero les parece un disparate, una locura. No obstante, Jesús no mitiga el escándalo que han producido sus palabras. Ahora, confirmando de nuevo el sentido, realista, añade que es también preciso beber su sangre, lo cual resultaba especialmente escandaloso para los judíos, a quienes les estaba prohibido el alimentarse de sangre (Lev. 17, 10 s.; Hech, 15, 20).

De la misma suerte que el alimento natural se une orgánicamente al hombre, así también el que come la carne y bebe la sangre de Cristo entra en una unión de vida con él. Esta unión es comparada a la que Jesús tiene con el Padre que le ha enviado al mundo. Así como el Hijo tiene vida por el Padre (cfr. 5, 26), así también el que coma la carne de Cristo tendrá vida por el Hijo, esto es, participará en aquella misma vida que el Hijo recibe del Padre.

Las palabras "vivirá por mí" son equivalentes a "vivirá por mi carne y sangre"; por lo tanto, esta última expresión debe entenderse de todo lo que Jesús es. El verdadero pan de vida bajado del cielo no es el "maná", sino el que da Cristo. Porque éste sí que viene verdaderamente del Padre y conduce a la vida eterna a todos los que lo reciben con fe y se unen de este modo a Cristo que se entrega para vida del mundo. Comulgar es entrar en unión de vida con Cristo para entregarse con él a todos los hombres y alcanzar así vida eterna.

EUCARISTÍA 1970, 48


 

4.LEY/CUALIDADES J/V.

Texto. Su comienzo recoge las afirmaciones finales del domingo pasado para cuestionarlas. El cuestionamiento lo hacen también los maestros responsables de la formación del pueblo. Seguimos pues en el debate iniciado el domingo pasado. Los maestros insisten en cómo una persona física puede tener capacidad de ser alimento para los demás.

En su respuesta reafirma Jesús que él es el alimento de vida eterna en su calidad de Hijo del Hombre enviado por el Padre. Entre el Padre y él hay una comunión de vida que le constituye a él en el alimento y bebida verdaderos. En esa misma comunión de vida entra todo el que se alimenta de Jesús.

Comentario. Puesto que la Ley procede y deriva de Dios, los maestros de Israel podían atribuirle las cualidades y virtualidades que se reflejan, por ejemplo, en el Salmo 19, 8-11: es perfecta, genera sosiego, instruye, ilumina, es más preciosa que el oro, más dulce que la miel. La consideraban fuente de libertad, bienestar y vida. Era sinónimo de sabiduría y amor.

El texto de hoy fundamenta la supremacía de Jesús sobre la Ley en algo que ésta no podía en absoluto poseer: la capacidad de comunión personal. Jesús es alguien, no algo. Alguien distinto del Padre y en comunión con El. Alguien que vive la misma vida del Padre y que por vivirla la puede transmitir a otros, haciéndoles capaces de ser hijos del Padre. A una persona no es una Ley, por divina que ésta sea, lo que de verdad puede saciar sus aspiraciones. Como personas creyentes vivimos la increíble sorpresa de poder comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre, entrenándonos para la vida de Dios.

ALBERTO BENITO
DABAR 1988, 43


 

5.

Texto. Comienza con las afirmaciones finales del domingo pasado, siendo la última de ellas la que va a concentrar la atención: "el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo".

El término "carne" designa aquí al ser humano, considerado bajo el aspecto de ser material, sensible y perceptible y, en consecuencia, perecedero y corruptible. En los vs. 51 y 52 se emplea sólo carne; en el resto de versículos se emplea en combinación-distinción con sangre. Son dos modalidades para expresar en definitiva lo mismo: Jesús como ser humano. De ahí que carne o carne-sangre puedan ser sustituidas por el pronombre personal en el v. 57.

Hay, sin embargo, una diferencia de matiz en el empleo de carne sólo o en combinación-distinción con sangre. Carne, sin más, designa al ser humano en estado o situación normales; carne-sangre designan al ser humano en estado o situación violentados.

La diferencia es significativa e importante y retoma lo que un lector del cuarto evangelio sabe desde Jn. 1, 29-36 y a lo que ya se hizo referencia hace tres domingos: Jesús es el cordero de pascua. La pregunta de los judíos tiene como finalidad introducir la reflexión sobre Jesús alimento en cuanto cordero sacrificado. No es una pregunta sobre el hecho de comer a Jesús, sino sobre la modalidad de comida ofrecida.

De esta manera, la dificultad formulada el domingo pasado de cómo un ser humano puede ser fuente de vida adquiere en el texto de hoy dimensiones mayores si cabe: Jesús es fuente universal de vida en cuanto carne (es decir, ser humano perecedero y corruptible) y, además, carne violentada, sacrificada.

En el fondo de la invitación a comer a Jesús (¡qué realismo de lenguaje!) empieza a vislumbrarse la presencia de la muerte violenta también en el discípulo. ¿Muerte? Resulta inevitable emplear este término, pero la realidad profunda nos dice que hay que hablar más bien de vida. De ahí que el texto siga insistiendo en la resurrección y en la vida.

Comentario. Quedar perplejos ante el texto, ante lo que dice y cómo lo dice, es probablemente la actitud inicial espontánea ante él. NI el fondo ni la forma son aquí convencionales. No lo es el fondo, porque choca con la razón; no lo es la forma, porque el lenguaje realista y crudo raya con la antropofagia. Todo es aquí provocativo y escandaloso.

Pero, superada la inicial perplejidad, descubrimos en este texto a un Jesús que vivió la historia, que quedó marcado por ella, pero que no fue vencido por ella. Es un Jesús con cicatrices, señal inequívoca de su paso por esta tierra nuestra; pero lleno de la vida cuyo hontanar está en el Padre. El alimento que se nos ofrece no es un ser etéreo e irreal, sino el hijo del hombre, no es alguien incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno probado en todo igual que nosotros excluido el pecado (Heb. 4, 15). Por eso es un alimento que satisface realmente.

ALBERTO BENITO
DABAR 1991, 41


 

6.

Continuamos con el discurso del pan de vida. El fragmento de este domingo entra de lleno en la clave eucarística, tal como era entendida y vivida por la comunidad joánica. "Mi carne para la vida del mundo", en el fondo de esta expresión hay una fórmula aramea en la que "carne" sustituye a "cuerpo" para designar la realidad creatural de la persona humana. "Para la vida" traduce la preposición griega "Hyper"., que en el cuarto Cántico del Siervo y en los relatos de la institución de la eucaristía denota el carácter sacrificial y expiatorio de la muerte de Cristo. "Mundo" acentúa el sentido universalista de la salvación. Las murmuraciones de los judíos del v. 42 nos recuerdan las de sus antepasados ante Moisés en la travesía del desierto del Sinaí.

La Eucaristía proporciona una comunión real de vida y de destino con la persona de Jesús. Lo acentúa nuestro texto de varias maneras: el cuerpo de Jesús nos hace participar en la resurrección, nos hace vivir "por Cristo", que es vida "para siempre". Ello hay que entenderlo no de una manera mágica, sino como una comunión auténticamente personal. La clave de comunión es, además, típica de la teología joánica: comunión de Cristo con el Padre (cf. 10, 38; 14, 10-11), del discípulo con Cristo (cf. 15, 4-10), y del creyente con el Padre y con Cristo (cf. 17, 21-23).

Cristo cumple las expectativas del Antiguo Testamento: es el verdadero Moisés que nos nutre con el maná de la Eucaristía, es la verdadera Sabiduría que nos ofrece el pan y el vino de su Palabra y de su Persona presente en el Sacramento. Esa vida de Cristo nos compromete a ponerla en obra en nuestra vida de cada día, como nos indicaba Pablo.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 1991, 12


 

7.EU/ESCANDALO:

Es un verdadero escándalo: los judíos están indignados ante lo que escuchan. "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?". Nosotros ya no nos extrañamos apenas: ¡estamos tan habituados a estas palabras....! Sin embargo, el realismo de las palabras de Jesús tiene motivos para desconcertar. Se trata de pan, de carne dada como comida, de sangre vertida para apagar la sed. Se trata de comer e incluso, en el texto original, de "masticar". Nos hallamos muy lejos de ese alimento espiritual que no se podía tocar con los dientes, so pena de sacrilegio. Para nosotros ya no existe el escándalo, porque hemos des-encarnado la Eucaristía: una hostia inmaculada muy distinta del grosero pan de cada día.

Pero nuestras asambleas eucarísticas deberían constituir verdaderos escándalos públicos. "¿Cómo puede ser eso?". Sí: los hombres deberían extrañarse al vernos tomar el grosero pan de nuestras vidas, la vida de todos los hombres, con sus miserias y sus esperanzas, y atrevernos a pronunciar sobre esas humildes realidades las palabras del Señor: "Esto es mi cuerpo". Porque ahí está el escándalo: Dios toma sobre sí la vida del mundo y, si nosotros hemos hecho del "símbolo" del pan el símbolo del símbolo, es porque ¡hemos deshumanizado a Dios! "¿Cómo puede ser eso?". No tenemos más testimonio que dar que el desconcertante anuncio de un Dios que ha dejado su casa para habitar el mundo de los hombres...

Comer es incorporarse, fusionar. "¡Te comería a besos!", dice la madre mientras estrecha en sus brazos a su hijo. Tomar el cuerpo y la sangre de Cristo es entrar en comunión de amor y de destino.

Tomar el cuerpo y la sangre es, además, reconocer la vida del Espíritu en la carne y en la sangre de la humanidad de hoy. La humanidad que sufre, que busca, que da a luz al mundo con dolor; la humanidad que se regocija, que canta y que baila. Humanidad de ricos y de pobres, humanidad de pecadores y de santos.

Tenían razón para escandalizarse, porque en lo sucesivo, cuando unos hombres y mujeres, reunidos en el nombre del Señor, compartan el pan dando gracias, se producirá una y otra vez el advenimiento de la sorprendente novedad de Dios que toma carne viva, la carne de la existencia entera de los hombres.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 164


 

8./Jn/06/53-60

La palabra de Jesús es tajante en tres afirmaciones fundamentales: mi carne es verdadera comida, yo doy mi carne para vida del mundo, el que no come este pan no tendrá vida, mientras que quien lo come vivirá eternamente.

Para desempeñar un oficio, para pertenecer a ciertas sociedades, para poder tener acceso a ciertas profesiones, para poder realizar ciertos planes... se requieren ciertas condiciones de edad, preparación, títulos académicos, etc.

La condición que Jesús pone para permanecer en él y para tener vida eterna es la de comer su pan y beber su sangre, comer de este pan que Jesús ofrece es una condición decisiva, comerlo es vivir eternamente, no comerlo es aceptar no tener vida. Desde nuestra experiencia vital esto es clarísimo. El que no come muere de hambre, y el que come poco está desnutrido, débil, sin fuerzas para el trabajo que otros bien nutridos, cumplen con relativa facilidad.

La vida del Espíritu, la vida de Dios, necesita su adecuado alimento que es el cuerpo de Cristo. No comerlo es resignarse o morir. Hacerlo con poca frecuencia o de manera inadecuada es condenarse a estar débil, desnutrido, sin fuerzas para las dificultades morales de la vida y los compromisos cristianos. No hay cristianos de distinta naturaleza. Aquí radica la diferente fortaleza o debilidad entre los cristianos. En la distinta manera de alimentarse de Cristo.

El alimento es el cuerpo de Cristo, a condición de que se reciba de manera adecuada: con reflexión y no por rutina, con debidas disposiciones y preparación, con voluntad de aceptar los compromisos que de ello se derivan.

"¿Esto os escandaliza?" Les dice Jesús "pues si vierais subir al Hijo del hombre donde estaba antes", esto sí que os terminaría de escandalizar.

Habla del Hijo del hombre que volverá a subir donde estaba antes. Dicho en otras palabras. Jesús no es un hombre cualquiera. No se trata de que se escandalicen más sino de dar la razón del mismo; el escándalo se produce sencillamente porque no se reconoce quién es Jesús. Los que lo reconocen como el Hijo del hombre saben que puede hacer lo que dice y aceptan su palabra.

"¿Y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu Santo es quien da vida; la carne no sirve de nada". El discurso sobre el pan de vida y el pan de la eucaristía alcanza su lugar exacto hablando de la "ascensión" y del Espíritu Santo. La carne en cuanto carne pertenece al ámbito del pan "perecedero". El Espíritu es el que da vida. Ahora bien, Jesús, en cuanto Hijo del hombre, pertenece a esa esfera de arriba, del Espíritu. Y solamente cuando esté dominado por el Espíritu, que lo resucitó de entre los muertos, podrá entregar la carne y la sangre, animadas del mismo Espíritu como principio de vida eterna.

El evangelista ha querido precisar al final del relato, algunos datos importantes relacionados con la eucaristía. Da importancia fundamentalmente a dos cosas: una relacionada a la ascensión del Hijo del hombre y otra relacionada con el Espíritu con mayúscula.

Sólo después de la ascensión del Hijo del hombre será posible recibir el pan vivo de la eucaristía. La mención del Espíritu alude, sobre todo, a la fe como medio absolutamente necesario para ver la eucaristía como la carne y la sangre del Hijo del hombre. O, dicho de otro modo, que sólo puede recibirse fructuosamente la Eucaristía cuando se está en posesión del Espíritu. Se trata por tanto de rechazar una interpretación mecánica o mágica de la eucaristía. Tal vez está en la mente del evangelista afirmar que no es el cuerpo terreno o muerto de Jesús, sino el cuerpo resucitado, lleno, penetrado por el Espíritu de vida, el que aprovecha en la eucaristía.

La fe es, por tanto, indispensable para comer el nuevo pan. Los discípulos que ese día abandonan al Maestro han renunciado a su fe: han preferido juzgar por su cuenta, han intentado comprender lo incomprensible. Pedro, por el contrario, en nombre de los doce, a la pregunta de Jesús sobre si ellos también quieren marcharse, contesta arrebatado. "Señor ¿a quien vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios".

Al hablar así, Pedro no demuestra haber comprendido -¿como iba a comprender nadie el misterio eucarístico?- lo que hace es una acto de inmensa fe, una protesta de adhesión incondicional, a pesar de la gran oscuridad que envolvía aquellas declaraciones de su Maestro.

Emplea S. Juan la misma palabra "carne" cuando habla de la encarnación: "el Verbo se hizo carne". Viene a decir que la realidad del cuerpo de Jesús en la comunión eucarística es la misma realidad que la del cuerpo de Jesús. Niega, por tanto, que exista solamente una unión espiritual por la fe con la persona de Jesús, y por eso repite machaconamente intentado poner de relieve que la carne y la sangre de Jesús son verdadera comida y verdadera bebida. Que no se trata simplemente de una comida y bebida simbólicas, sino de una comida real en la cual se participa realmente de la carne y de la sangre de Cristo.

Tres efectos de la recepción sacramental del cuerpo de Cristo:
-vida eterna y resurrección.
-inmanencia recíproca de Cristo y del cristiano. -consagración del cristiano a Cristo.


 

9.

El cuarto evangelio no relata la institución de la eucaristía. Al describir la última cena no se menciona la eucaristía para nada. Es algo realmente sorprendente. Probablemente la razón de esa ausencia está en que Juan traspasa la narración de la última cena, por lo que a la eucaristía se refiere, a este momento. Hay comentaristas que dicen que los vv. 51-59 no fueron pronunciados en Cafarnaún sino en el cenáculo.

A veces se oye hablar de la Eucaristía como si fuese sólo una cena de hermandad donde los cristianos hacen memoria de Jesús y de su muerte, casi de la misma manera como se podría recordar a cualquier otra persona querida. Es evidente que esta manera de hablar resulta totalmente insuficiente y ajena a la gran tradición de la Iglesia, que desde sus comienzos celebró la Eucaristía como el misterio absolutamente singular de la presencia viva y real de Jesús.

Cumpliendo este encargo de Cristo, en las celebraciones eucarísticas de la Iglesia primitiva recibían siempre todos los participantes el cuerpo del Señor, todos recibían la comunión. Después, frente al arrianismo se hizo especial hincapié en la divinidad de Cristo, mientras que su humanidad pasó a segundo plano en la conciencia de los fieles. Y esa actitud de amor y confianza para con la eucaristía fue sustituida por la de reverencia y temor.

Hasta el v. 51 todo el discurso del pan de vida se viene refiriendo a la persona de Jesús, recibida por la fe. Medio por el cual es dada la vida eterna. Ahora afirma Jesús, y pudiéramos decir de una manera descarada, que es su misma carne la que es el pan de vida. Se nos dice que la vida eterna es el efecto, no de "creer" en Jesús, sino de "comer" su carne. El protagonista ya no es el Padre, que da el verdadero pan del cielo, sino Jesús, que da su carne y su sangre.

Hay un crudo realismo -probablemente intentado por el evangelista- en estas expresiones: comer la carne y beber la sangre. Cuando Juan escribe estas palabras lleva más de 60 años celebrando la Eucaristía y han surgido -como aparecen en todos los tiempos- esos hombres tan espirituales que niegan la materialidad del cuerpo.


 

10. Juan 6,51-59. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida

Continuamos con el discurso del pan de vida. El fragmento de este domingo entra de lleno en la clave eucarística, tal como era entendida y vivida por la comunidad de Juan.

"Mi carne para la vida del mundo": en el fondo de esta expresión hay una fórmula aramea en la cual "carne" sustituye a "cuerpo" para designar la realidad criatural de la persona humana. "Para la vida" traduce la preposición griega "hyper", que en cuarto Cántico del Siervo y en los relatos de la institución de la eucaristía denota el carácter sacrificial y expiatorio de la muerte de Cristo. "Mundo" acentúa el sentido universalista de la salvación.

Las murmuraciones de los judíos del v. 52 nos recuerdan las de sus antepasados ante Moisés al atravesar el desierto del Sinaí.

La Eucaristía proporciona una comunión real de vida y de destino con la persona de jesús. Nuestro texto lo acentúa de diversas maneras: el cuerpo de Jesús nos hace participar en la resurrección, nos hace vivir "por Cristo", que es vida "para siempre". Lo cual se ha de entender no de forma mágica,-fino como una comunión auténticamente personal. La clave de comunión es, demás, típica de la teología juánica: comunión de Cristo con el Padre (c£10,38;14,10-11), del discípulo con Cristo (cf. 15,4-10), y del creyente con el Padre y con Cristo (cf. 17,21-23).

Cristo cumple las expectativas del Antiguo Testamento: es el verdadero Moisés que nos alimenta con el maná de la Eucaristía, es la verdadera Sabiduría que nos ofrece el pan y el vino de su Palabra y de su Persona presente en el Sacramento. Esta vida de Cristo nos compromete a ponerla en práctica en nuestra vida de cada día, como nos indicaba san Pablo.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 11, 8