TIEMPO DE NAVIDAD

 

DÍA 11 DE ENERO

 

1.- 1 Jn 5, 5-13

1-1.

Es preciso que el gesto ritual sea siempre la expresión del sacrificio interior de acción de gracias. La responsabilidad de los cristianos es considerable. Si es verdad que la institución eclesial es siempre sacramental, en el sentido de que la Cabeza está siempre presente en el Cuerpo, no es menos verdad que la sacramentalidad puede ser más o menos "desplegada" en el Cuerpo.

Está bien que las iglesias estén llenas el domingo, que nuestros actos litúrgicos sean bellos; pero lo esencial es que cada uno tenga un gesto de ofrecimiento agradable a Dios y que a El entregue el sacrificio de su vida.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 300


1-2.

-¿Quién es el que vence al mundo?

En el vocabulario de san Juan sabemos que el término "mundo" significa: «al hombre encerrado en sí mismo y tentado de construirse y salvarse por sus propias fuerzas». De hecho, el verdadero cristiano ha vencido esa tentación: no vive replegado en sí mismo, sino abierto a Dios... ha vencido la ridícula y vana tentativa de querer «divinizarse» por sí mismo y deja el éxito de toda su vida en las manos de Dios.

-El que cree que Jesús es el Hijo de Dios.

La Fe nos hace vencedores de aquella tentación.

La Fe nos «abre a Dios» que hace que nuestra salvación y el éxito de nuestra vida los confiemos a Jesús, Hijo de Dios.

¿Es así el modo como concibo yo mi Fe?

-Dios nos ha concedido la vida eterna, y esta vida eterna está en su Hijo.

Tal es el éxito, la salvación que debemos ambicionar. No simplemente un éxito humano... mediano, grande o inmenso... para sesenta u ochenta años... Sino un éxito divino... infinito y absoluto... un éxito eterno. La Fe consiste en creer que Jesús, Hijo de Dios, posee la vida eterna, especialmente después de su victoria sobre la muerte... y que esa vida eterna es también herencia nuestra si creemos en Jesucristo.

-Quien tiene al Hijo, posee la vida. J/PLENITUD-V

Quien no tiene al Hijo, no posee la vida.

Señor, quiero creer en tu Hijo.

Cristo es mi vida.

Pienso en todos esos jóvenes que dicen tener "la furia de vivir", un vehemente deseo de vivir... Señor, haz que descubran que Tú estás de parte de la vida, que eres un apasionado por todo lo que vive, que Tú eres el viviente por excelencia... y que Tú propones y ofreces la explosión de tu propia vida a todos los que están ávidos de vida en plenitud.

-Es El, Jesucristo, el que vino por el agua y por la sangre...

«El agua y la sangre» tienen un doble significado simbólico en san Juan: el agua y la sangre» simbolizan la obediencia filial de Jesús hasta la muerte, por amor a todos los hombres. Juan vio esto. Estaba al pie de la cruz. Lo afirma. Jesús lo ha dado todo. El Corazón abierto, del que mana «el agua y la sangre» ¡es el símbolo más fuerte y expresivo del amor!

-el agua y la sangre» simbolizan también la sacramentalidad eclesial: la presencia del resucitado es perpetuada por su Cuerpo que es la Iglesia, y que se expresa en unos ritos visibles, los sacramentos. En particular el bautismo y la eucaristía, «el agua y la sangre» el más fuerte testimonio, HOY, del don de Dios a los hombres.

-Tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre...

El procedimiento judicial de los tribunales judíos exigía tres testigos... Hoy diríamos que tenemos varios testimonios que recibir y que dar:

-el de los sacramentos: vivir el rito eucarístico en plenitud, recibir el agua y la sangre de Cristo...

-el de la vida: vivir nuestra vida cotidiana de tal manera que sea una ofrenda agradable a Dios vivida «según el Espíritu» comprometiendo el sacrificio de nuestra vida por amor.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 90 s.


2.- Lc 5, 12-16

2-1.

VER DOMINGO/06B


2-2.

Los tres sinópticos cuentan esta curación del leproso en la que ven una de las primeras manifestaciones del poder del joven rabí sobre el mal. Los sinópticos sitúan este milagro en Galilea; Lucas precisa más: "en una ciudad" (v. 12), cosa que parece casi del todo improbable dada la severidad de las leyes con respecto a los leprosos (Lev 13, 45-46).

Mateo tiene en cuenta este rigor en su narración del hecho (Mt 8, 5) y relata, además, la curación de un pagano y de una mujer (concretamente del siervo del centurión y de la suegra de Pedro: Mt 8, 1-15) para mostrar en Jesús al acogedor de categorías humanas excluidas hasta entonces del pueblo elegido. Lucas ve simplemente en este milagro una ocasión de admiración para las muchedumbres (v. 15).

* * *

El relato de la curación del leproso está marcado por las reacciones de Cristo ante el descubrimiento de su poder de taumaturgo.

En primer lugar se siente movido a compasión por el sufrimiento que le rodea. Al contrario de Mc 1, 41, Lucas no hace mención de estos sentimientos. Sin embargo, esta "emoción" y esta "compasión" tienen su importancia, ya que a través de ellas Cristo expresa el amor poderoso y curativo del Padre. Cristo desea la curación de los enfermos que encuentra a su paso y precisamente en lo más íntimo de este deseo es donde aparece su carisma de taumaturgo: no habría producido el milagro sin esta compasión. El amor de Cristo hacia sus hermanos les lleva al amor de Dios.

Por otra parte, Jesús teme el carisma que posee: obliga al que ha sido objeto de milagro a guardar el secreto (v.14) y le ordena someterse a los exámenes legales (Lev 13-14).

Finalmente, rehúye la admiración de las muchedumbres que podrían interpretar mal sus milagros (v.16). No exige tampoco la fe del que solicita la curación, como lo hará más adelante. Solamente pone de manifiesto el poder divino que lleva dentro de Sí y pide las condiciones óptimas para ponerlo en práctica.

Los contemporáneos de Cristo atribuían al alma y al cuerpo una unión mucho más estrecha que la que le atribuían los griegos.

La enfermedad era considerada como el reflejo y la consecuencia de una enfermedad moral. Al curar el cuerpo, Cristo ha tomado conciencia de que su predicación inauguraba los tiempos escatológicos de la victoria sobre el mal y la era de la consolación (Lc 4, 16-20; Lc 7, 22-23).

* * *

Al fundamentar su vida en el amor a sus hermanos y en la obediencia a su Padre, Jesús de Nazareth ha realizado el primer tipo de humanidad sin pecado y sin mal, convirtiéndose de esta manera en la única fuente del auténtico futuro de la humanidad.

Las curaciones realizadas por Cristo no son más que un momento de reparación de la creación entera mediante su vida y su persona.

La curación de la humanidad ha pasado a ser hoy atributo de la ciencia. El cristiano colabora en ella sabiendo que no curará verdaderamente a sus hermanos sin antes haberse librado del mal mediante su fidelidad al Padre.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 301


2-3.

Bajo el nombre de lepra se incluían en tiempos de Jesús diversas enfermedades de la piel de carácter más o menos grave, entre las cuales se incluía aquélla que actualmente recibe ese nombre. Común a todas ellas era el hecho de convertir en impuro al hombre que la padecía, excluyéndole de la comunidad cúltica y social del pueblo israelita.

La tradición evangélica recuerda varios casos de curaciones de leprosos. Sin negar la realidad de un trasfondo histórico, podemos suponer que la insistencia sobre el tema (cfr Lc 5, 12-16; 17,12 ss). Se debe al hecho de que el judaísmo consideraba estas curaciones como uno de los signos de la llegada de los tiempos mesiánicos (cfr Lc 7, 22 par. y Mt 10,8). Dentro de este contexto se sitúa el milagro al que se refiere nuestro relato.

La curación ofrece un orden típico: a la súplica del enfermo responde Jesús: "Quiero, queda limpio" (5, 13). Evidentemente hay un milagro externo. Sin embargo, el centro del relato no se encuentra en la narración del hecho, sino en las palabras finales: "Ve a presentarte al sacerdote..." (5, 14).

El leproso se hallaba excluido del pueblo de Israel: era un manchado y no podía tomar parte en la liturgia de la oración, en la alegría de las fiestas. Se trataba de un hombre social y religiosamente marginado: sólo, sin derechos, lejos de los pueblos, como ejemplo y testimonio de la palabra de Dios sobre la tierra. Así se hallaba Job en otro tiempo, abandonado de Dios y de los hombres.

Pero ahora Jesús ha dicho "Queda limpio". Sin duda, esas palabras tienen eficiencia externa; el leproso queda sano y se presenta al sacerdote; desde ahora puede formar parte del antiguo pueblo de la alianza y las promesas. Pero, la voz de Jesús es todavía más profunda: al sentenciar "queda limpio", penetra hasta la misma entraña de aquel hombre maldito y le declara transformado, transparente y puro; todo el perdón de Dios se hace presente en esa frase.

Ese perdón de Dios que Jesús ha ofrecido a los marginados de la tierra tiene que constituir ahora el fundamento de la vida de la iglesia. En contra de lo que pasaba en Israel, el cristianismo no admite ya leprosos: no margina a nadie por su enfermedad, por su miseria humana o por su raza. Ofreciendo al leproso la limpieza de Dios y de los hombres Jesús ha declarado que no se puede tomar a ningún hombre como impuro. Solamente cuando rompa todas las barreras, sólo cuando vaya congregando a todos como hermanos, la iglesia vendrá a ser lugar de Dios sobre la tierra. Entonces se cumplirá aquella vieja esperanza mesiánica de la curación de los leprosos.

Como nota final, señalaremos los dos rasgos de Jesús con que termina nuestra escena: cura a los enfermos que le traen y, a la vez, eleva su oración a Dios en solitario. La unión de estos rasgos (oración personal y servicio a los necesitados) constituye un elemento primordial de toda auténtica existencia.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1264 ss.


2-4. Mt/08/01-04

El primer milagro concreto relatado por S. Mateo, después del primer gran discurso de Juan, Mateo agrupará ahora una serie de milagros. Como ya lo había pedido a sus discípulos, Jesús no se contenta con "hermosas palabras", sino que pasa a los "actos": salvará concretamente a algunas personas que serán símbolo y anuncio del final de los tiempos en los que todo mal será vencido.

La elección de un leproso para este primer milagro, tiene su significación. Mateo escribe su evangelio para los judíos: en su contexto cultural y religioso, la lepra era el mal por excelencia, enfermedad contagiosa que destruía lentamente a la persona enferma y que era considerada por los antiguos como un castigo de Dios, signo del pecado que excluye de la comunidad. El leproso era considerado impuro; todo lo que tocaba pasaba a ser impuro; no podía participar ni en el culto, ni en la vida social ordinaria. Estaba prohibido tocarle. Era una situación espantosa.

Jesús extendió la mano. No podemos imaginar la alegría de este desgraciado al contacto de la "mano" de Jesús. El, a quien nadie podía tocar de meses o años atrás, él, el solitario, el abandonado, el maldito, encontrarse de golpe con una mano tendida hacia él, un signo de amistad que lo integra a la sociedad, a la compañía de los hombres.

Abandonado de todos y sentirse de golpe querido por alguien. Por alguien que sobrepasa la razón y la ley para mostrarle su amor que salva.


2-5.

-Estando Jesús en una ciudad, compareció un hombre cubierto de lepra.

La lepra era una enfermedad contagiosa, considerada como castigo divino por excelencia (Deuteronomio, 28, 27-35), signo del pecado que excluye de la comunidad.

Los leprosos debían evitar las ciudades, rasgar sus vestiduras y a todos los que se acercasen a ellos, gritarles: "¡Impuro, Impuro!" Esta enfermedad, hoy muy fácilmente vencida, era entonces incurable: el leproso era considerado un muerto.

Señor, ayúdanos hoy, con los medios científicos, a luchar contra esa plaga de la lepra que subsiste aún en ciertas regiones de la tierra.

-Viendo a Jesús, se postró de hinojos ante El diciendo: Señor, si quieres puedes limpiarme.

¡Qué sufrimiento! El leproso era muy consciente de su mal: hunde el rostro en el polvo. En el mundo hay "lepras" peores que la lepra.

¿Somos conscientes de ello? Lo que desfigura al hombre es, ante todo el "no-amor", el repugnante egoísmo; y de eso hay manchas y cicatrices en mi vida. ¿Sufro yo por ello? ¿Deseo librarme de ese mal? ¿Que hago para lograrlo?

-Jesús extendió la mano y le tocó.

Tocar a un leproso.

Jesús rehúsa los tabúes rigurosos de su tiempo: Deja abolida la frontera entre lo puro y lo impuro, y reintegra en la comunidad a los excluidos.

Contemplo este gesto: la mano sana de Jesús... toca la piel purulenta de un leproso. .. Es todo el símbolo de la Encarnación: por nosotros los hombres, por nosotros los pecadores, y por nuestra salvación bajó del cielo.

-"Quiero..."

Es voluntad de Jesús.

-"Sé limpio..."

Estoy aquí, delante de ti, Señor, yo también, con mi mal, del que soy consciente, y con toda la otra parte del mal que no conozco suficientemente.

Purifícame, también.

-Y al instante desapareció la lepra. Y le encargo: No se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu limpieza lo que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio.

Un testimonio sobre el poder de Jesús y sobre su obediencia a la Ley.

"¡Muéstrate al sacerdote!" ¿Es excesivo pensar que esta palabra es siempre actual? El sacerdote no es un hombre superior a los demás, es un hermano entre sus hermanos, pero ha recibido del Señor el asombroso honor de ser un mediador, de representar un papel de intermediario, mas aún, de representar al mismísimo Señor. Yo no puedo salvarme solo. Tengo necesidad de Cristo. El camino concreto que he de hacer para ir a encontrar a un sacerdote, a un ministro del Señor es el signo de que no me salvo por mis únicas fuerzas, sino por la gracia. Oigo que Jesucristo me repite: "Ve y preséntate al sacerdote".

-Numerosas muchedumbres concurrían para oírle y ser curados de sus enfermedades.

Pero él se retiraba a lugares solitarios y se daba a la oración.

Jesús no se deja engañar por el éxito. Busca la soledad. Le gusta orar. Es un acto habitual, corriente, continuo en El.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 94 s.


2-6.

1. El que cree en Jesús, vence al mundo y tiene la vida eterna. La carta va a terminar con las mismas ideas con las que empezó.

Jesús ha venido a este mundo ampliamente apoyado por los testimonios de Dios. Y si aceptamos el testimonio humano, más fuerza tiene el testimonio de Dios. El que cree en el Hijo, cree a Dios y tiene el testimonio de Dios.

El testimonio, para Juan, con su lenguaje simbólico, es triple: el Espíritu, el agua y la sangre. Este Jesús en quien creemos es el que fue bautizado por el Bautista en el agua del Jordán, con el Espíritu sobre él, y el que al final de su vida derramó su sangre en la cruz, y luego fue resucitado por ese mismo Espíritu. Agua y sangre que son certificadas siempre por el Espíritu, el maestro y el garante de toda fe verdadera. Por eso tenemos que creer el testimonio de Dios sobre Jesús de Nazaret.

Pero lo principal es lo que sucede a los que creen en el Enviado de Dios: vencen al mundo y tienen la vida eterna. «¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?». «Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo». «Quien tiene al Hijo tiene la vida: quien no tiene al Hijo, no tiene la vida».

2. El evangelio nos presenta otra de las manifestaciones iniciales de Jesús: la curación del leproso.

Es admirable la disposición y la oración del enfermo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Y la respuesta concisa y efectiva de Jesús: «quiero, queda limpio».

Nada extraño que su fama creciera y que su actuación misionera de predicación y de curación de los que sufrían levantara entusiasmo por todas partes.

Él, conjugando esta entrega a los demás con la unión con su Padre, «solía retirarse a despoblado para orar».

3. a) Nosotros ciertamente estamos entre los que creen en Jesús como el Enviado y el Hijo de Dios. Por eso hemos celebrado la Navidad con alegría y fe cristiana.

Pero deberían ser más claras las consecuencias de esta fe. ¿Podemos decir que estamos venciendo al mundo? ¿vamos venciendo al mal que hay en nosotros y en el mundo? ¿participamos con éxito en la gran batalla entre el bien y el mal? El que en verdad ha vencido al mundo es Cristo Jesús (Jn 16,33). Nosotros, si somos seguidores suyos, deberíamos estar ya participando de la misma victoria. Del creer o no creer en Cristo depende algo fundamental: participar en su victoria y tener vida en nosotros.

Si creemos en Cristo, deberíamos sentir ya dentro de nosotros la vida que él nos comunica. Sobre todo cuando le recibimos como alimento de vida en la Eucaristía: «quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene la vida eterna».

b) La figura de Jesús, tal como aparece en el evangelio, es la de una persona que tiene buen corazón, que siempre está dispuesto a «extender la mano y tocar» al que sufre, para curarle y darle ánimos. Nosotros, los que creemos en él y le seguimos, ¿tenemos esa misma actitud de cercanía y apoyo para con los que sufren? ¿o somos duros en nuestros juicios, agresivos en nuestras palabras, indiferentes en nuestra ayuda? Ser solidarios y extender la mano hacia el que sufre es ya medio curarle. Es darle esperanza, como hacía siempre Jesús.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Pág 152 s.


2-7.

1 Jn 5, 5-6.8-13: El que cree en Jesús ha vencido al mundo.

Sal 147, 12-15.19-20

Lc 5, 12-16: El leproso sanado.

Juan nos presenta la fe en Jesús como una «victoria sobre el mundo». No deja de ser un planteamiento llamativo. Y hoy especialmente interesante, cuando los creyentes que miramos el mundo y la realidad desde la perspectiva de los pobres estamos tentados generalmente de desaliento.

La Agenda Latinoamericana'97 (pág. 30) hace, entre sus «análisis de coyuntura» iniciales para tomar el pulso al año entrante, un «análisis de coyuntura de la hora psicológica de América Latina» (ver al final la referencia bibliográfica). Las sociedades, como las personas, tienen su psicología, su tono vital, sus horas altas y sus horas bajas. La «hora psicológica, o espiritual» de América Latina en este momento es una hora «baja», de depresión. Por un sin fin de cosas que han ocurrido. Los militantes, personas que en otros años han sido esforzados luchadores por utopías generosas y valientes, hoy se encuentran -en un porcentaje muy alto- desanimados, desilusionados, cuando no se da el caso de haber abjurado de los principios y utopías por los que en años pasados estuvieron a punto de dar la vida.

Los militantes cristianos no sabemos con frecuencia cómo interpretar esta hora. Porque estamos experimentando el fracaso, un fracaso que es, sin duda, el fracaso mismo de Jesús. Porque no hay que olvidar que Jesús también se sintió perdido, y acorralado, y solo. No era del «Mundo» (en el lenguaje de Juan), y el Mundo lo odió. Murió víctima del mundo. Prefirió dejarse matar antes que apartarse de su camino. Pareció que su fracaso fue completo. Pero lo que ocurrió fue lo contrario: fue él quien venció al mundo. Con su fe, se mantuvo firme, «como viendo al invisible».

Hoy también nosotros estamos como acorralados, sin salida, sin alternativa a este sistema social que, a nuestro leal parecer, va contra los intereses de los pobres, contra los intereses de la Humanidad, y por eso mismo contra los intereses de Dios, pero que sin embargo es el sistema triunfante de hecho... Estamos acorralados por el «sistema-mundo» (world system), como dicen ahora los sociólogos ante el mundo mundializado (globalization).

Pues bien, también ante ese mundo, nuestra victoria es la fe: seguir creyendo en Jesús, seguir apostando por su Causa, por su utopía (¡el Reino!), sin acobardarse y dejando la vida en el empeño, si fuese preciso, como Jesús...

El que cree en Jesús, ha vencido al mundo... dice Juan. El que a pesar de la mala situación actual, sigue creyendo que merece la pena seguir apostando la vida por la Causa de Jesús, ése vence al mundo, al sistema del mundo, aunque aparentemente el mundo le desprecie... Aguantar, resistir ahora, es nuestra fuerza, nuestra victoria. Resistiendo, manteniéndonos fieles, nuestra fe vence al mundo, a este sistema mundializado...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-8. CLARETIANOS 2002

Decíamos ayer que la primera carta de Juan es la carta del discernimiento. Le caiga bien, o no tanto, este título, lo cierto es que nos invita varias veces a hacer una discreción de espíritus, incluido el nuestro. La comunidad destinataria de la carta andaba muy necesitada de esa "discreción". También respecto a la verdad del propio Jesús.

Para unos, Jesús era el que había venido en agua. Allá, en su bautismo, fue revestido de una fuerza divina especial. Hasta el acontecimiento del Jordán había sido un hombre cualquiera y sin relieve. Pero cuando lo invadió el Espíritu, se sucedió una serie imponente de manifestaciones de gran altura y señorío: primero fue al desierto a luchar contra el demonio, y lo venció. Luego se puso a anunciar la llegada del Reino de Dios con signos y palabras: las palabras revelaban una sabiduría extraordinaria (Jesús hablaba con la autoridad del Espíritu), que provocaba el asombro de la gente y la movía a declarar: "nadie ha hablado nunca como este hombre"; en las obras no se sabía qué admirar más, si la sencillez con que actuaba, o el dominio sobre los elementos y las enfermedades, o la victoria sobre los poderes demoníacos. La autoridad de Jesús se manifestaba también en su capacidad de arrastre: la gente acude de todas partes, a veces lo siguen multitudes, un grupo de varones y de mujeres lo ha dejado todo y se ha ido con él. La exousía (poder) de Jesús: ése es su rasgo típico que asoma en cualquier página evangélica. Sí, el Espíritu de Dios había descendido sobre él en el Jordán.

¿"En cualquier página", hemos dicho? No es del todo exacto. En efecto, no se sabe por qué, al poco de llegar Jesús a Jerusalén, lo dejó el Espíritu a merced de las circunstancias y de su propia suerte. Se volvió impotente, lo apresaron sus enemigos, lo abandonaron las masas, escaparon los seguidores incondicionales y, en fin, para colmo, se sintió abandonado del mismo Dios en la cruz. Está claro: Jesús no vino en sangre.

Hay que responder con un "no" sin fisuras, todas las veces que sea preciso, a esta visión de las cosas. Jesús vino en sangre. Es en la muerte de Jesús donde se cumple máximamente su historia. En ella contemplamos la incondicionalidad de su obediencia, la fidelidad en medio de la prueba, el amor desmedido a los suyos y la entrega a favor del mundo, la oblación plena de sí al Padre. Sólo ahí reconoceremos la hondura abismal de su filiación divina, lo radical de su solidaridad con nosotros, la presencia en él del Hombre Nuevo. Jesucristo vino con agua y con sangre.

Pablo Largo (pldomizgil@hotmail.com)


2-9.

Nadie hubiera pensado que curarse de la lepra fuera tan fácil. Lo único que precisó este enfermo, fue acercarse humildemente a Cristo y pedírselo. Él sabía que Cristo bien podía hacerlo. Además, cree con todo su corazón en la bondad del Maestro. Quizá por esto, es que se presenta tan tímido y sencillo a la vez: “Maestro, si quieres, puedes curarme”. La actitud denota no sólo humildad y respeto, revela además, confianza... La vida de muchas personas, y a veces la nuestra, se ve llena de enfermedades y males, sucesos indeseados y problemas de todos los tipos, que nos podrían orillar a perder la confianza en el Maestro, Buen Pastor. Quizá alguna vez, hemos pensado que Él nos ha dejado, que ya no está con nosotros; pues sentimos que nuestra pequeña barca ha comenzado a naufragar en el mar de la vida... Pero de esta forma, olvidamos que el primero en probar el sufrimiento y la soledad fue Él mismo, mientras padecía su muerte en la cruz. Y así, nos quiso enseñar que Dios siempre sabe sacar bienes de males, pues por esa muerte ignominiosa, nos vino la Redención. La lección de confiar en Cristo y en su infinita bondad, no es esperar que nos quitará todos los sufrimientos de nuestras vidas. Sino que nos ayudará a saber llevarlos, para la purificación de nuestra alma, en beneficio de toda la Iglesia.

H. Rodrigo Saucedo


2-10. CLARETIANOS 2003

La fe es una realidad compleja; implica varias dimensiones y desempeña diversas funciones. La fe es el fundamente de la esperanza. Y la esperanza es el horizonte de la fe. Esperamos y por eso creemos. La actitud creyente se basa en el testimonio de Dios; Dios mismo se comunica, nos habla. Antes de fijarnos en lo que Dios dice, es importantísimo caer en la cuenta de que Dios habla, de que da testimonio de si mismo, se dirige a nosotros, nos interpela.

El autotestimonio que Dios da es su mismo al Hijo Jesucristo, que nos ha dado la vida. Quien tiene al hijo tiene la vida. Quien no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.

Además de este fundamento la fe cristiana tiene importantes funciones. Libera del miedo; libra de la autosuficiencia, del poder destructor de la ignorancia de Dios. Pero el texto de la lectura joánica pone de relieve una función decisiva de la fe: nuestra fe vence al mundo. El que cree que Jesús es el Hijo de Dios vence al mundo.

La fe vence al mundo. ¿Es realmente así? ¿Ha vencido al mundo nuestra fe cristiana personal? ¿Qué quiere decir que vence al mundo? La fe en el Hijo tiene la fuerza en si misma para vencer el temor a la muerte; tiene luz para iluminar la oscuridad de la vida y de la muerte; tiene coraje para superar el miedo que nos paraliza; cura las heridas de las fracasos en la lucha por cambiar este mundo y convertirlo en reino de Dios. ¿Nos dan miedo los poderes de este mundo: el poder del dinero, el poder de los medios de comunicación, el poder de la apariencia y del consumismo...? Nuestra fe vence al mundo. No nos deja encerrarnos en lo finito e inmediato. Nos mantiene despiertos, enhiestos, con capacidad de lucha y de superación hacia el futuro. Tiene siempre una pregunta de más para nuestras respuestas.

La fe cristiana es confianza en el Dios que hace posible lo que parece imposible; que cumple sus promesas, a veces por caminos desconocidos para nosotros.

Bonifacio Fernández (boni@planalfa.es)


2-11 COMENTARIO 1

NO HAY LEPROSOS, Y LOS QUE SE LO CREAN

SERAN UNOS PAPANATAS



En la escena siguiente, situada «en uno de aquellos pueblos», Lucas enfoca («y mirad») «un hombre lleno de lepra» (5,12a). El leproso era, en aquella cultura, el caso extremo y el prototipo del marginado religioso y social, que continuaba creyendo en la validez de la institución política, social y religiosa (connotada aquí por la «ciudad»), aunque hubiera sido excomulgado tempo­ralmente por ella en nombre de la Ley de Israel (cf. Lv 13,45-46). La exclusión podría deberse tanto al hecho de no haber obser­vado la Ley como Dios manda, como al hecho de haber osado denunciar las injusticias del sistema político-religioso (la Ley mosaica era para Israel, tratándose de un pueblo teocrático, lo que para nosotros representa la Constitución).

Los excluidos de Israel tienen conciencia clara de que Jesús los puede liberar de aquella situación de marginación. Por eso se le acercan, violando la Ley, y le suplican por boca del leproso:

«Señor, si quieres, puedes limpiarme» (Lc 5,12b). Jesús no sola­mente «quiere», sino que lo «toca», violando también él la prohi­bición de la Ley, que amenazaba a los infractores con la impureza legal. Demuestra así ostentosamente que no cree en la Ley de lo puro e impuro, y que sólo se libera uno de ella cuando se la salta. Pero el buen israelita no está todavía preparado para tama­ña libertad. Por eso Jesús lo reintegra a la sociedad que lo había marginado, es decir, lo libera del sentimiento de marginación, pero no lo integra todavía en su grupo.

Jesús no quiere que se divulgue este hecho, puesto que toda­vía es demasiado pronto y no están maduros para proclamar la invalidez de esta Ley que consagra la injusticia en nombre de Dios, si bien las prescripciones son de Moisés y fueron debidas a su dureza de corazón (cf. Dt 31,26). El episodio se cierra subrayando una de las constantes del comportamiento de Jesús: «Pero él solía retirarse a despoblado para orar» (Lc 5,16). Jesús ha quedado marginado, pero aumenta el concurso de la gente; él, con un gesto significativo, rehúye la fama y la popularidad y pide por el éxito de la misión antes de hacer público el mensaje de la universalidad.



COMENTARIO 2

El leproso, excluido por el modelo social que imperaba, descubre en Jesús una alternativa real para experimentar en su vida el amor gratuito de Dios y sentir que en la historia había un puesto para él, un puesto que le había sido arrebatado por las leyes frías y caducas de la religión de su tiempo.

Este excluido y muchos excluidos del tiempo de Jesús, se arriesgan y se acercan al Maestro, a pesar de que estaba prohibido por preceptos rituales estrictos. Lo grandioso del encuentro de Jesús con el leproso es que Jesús la toca con sus manos, violando también él la prohibición de la ley (que amenazaba a los infractores de la pureza legal con la muerte). Jesús demuestra de esta forma que no cree en la falsa ley de lo puro e impuro, y que sólo se libra uno de ella cuan­do no se la obedece.

Un israelita común y corriente no estaba todavía preparado para tamaña libertad, para vivir según el Espíritu que libera a todo individuo de la letra fría y rígida de la ley. Por eso la actitud de Jesús es sabia: lo reintegra a la sociedad que lo había marginado.

¿Cuántas veces, por cumplir las leyes y hacerlas prevalecer en medio de nuestras comunidades, termi­namos destruyendo la vida de las personas? ¿Cuántas veces cerramos los ojos y los oídos del espíritu y no escuchamos al Dios misericordioso que nos quiere re­velar su proyecto de amor y que nos dispone a incluir a los hermanos y hermanas excluidos por los sistemas deshumanizantes que se imponen en la historia?

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-12.

Reflexión

Este pasaje de la Escritura nos muestra cómo pedir un favor: “Si quieres”. Esta es la actitud de aquel que sabe que está hablando con Dios, y que por lo tanto para El “todo” es posible; pero al mismo tiempo es la actitud de aquel que sabe que Dios no solo es todopoderoso, sino que es la misma sabiduría, por lo que sabe lo que es o no bueno para nosotros. De esta manera tengo la confianza de pedir todo cuanto quiero (aun lo que pudiera considerar una necedad) pero al mismo tiempo, me pongo en sus manos para que él me dé lo que sabe que será bueno para mi y para que Reino de los cielos crezca en el mundo. Ojalá que tu oración siempre sea: “Señor, si quieres dame lo que te estoy pidiendo, de cualquier manera siempre te amaré igual”.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-13. Curación de un leproso

Autor: H. Rodrigo Saucedo

Reflexión

Nadie hubiera pensado que curarse de la lepra fuera tan fácil. Lo único que precisó este enfermo, fue acercarse humildemente a Cristo y pedírselo. Él sabía que Cristo bien podía hacerlo. Además, cree con todo su corazón en la bondad del Maestro. Quizá por esto, es que se presenta tan tímido y sencillo a la vez: “Maestro, si quieres, puedes curarme”. La actitud denota no sólo humildad y respeto, revela además, confianza...

La vida de muchas personas, y a veces la nuestra, se ve llena de enfermedades y males, sucesos indeseados y problemas de todos los tipos, que nos podrían orillar a perder la confianza en el Maestro, Buen Pastor. Quizá alguna vez, hemos pensado que Él nos ha dejado, que ya no está con nosotros; pues sentimos que nuestra pequeña barca ha comenzado a naufragar en el mar de la vida... Pero de esta forma, olvidamos que el primero en probar el sufrimiento y la soledad fue Él mismo, mientras padecía su muerte en la cruz. Y así, nos quiso enseñar que Dios siempre sabe sacar bienes de males, pues por esa muerte ignominiosa, nos vino la Redención. La lección de confiar en Cristo y en su infinita bondad, no es esperar que nos quitará todos los sufrimientos de nuestras vidas. Sino que nos ayudará a saber llevarlos, para la purificación de nuestra alma, en beneficio de toda la Iglesia.


2-14. 2004

LECTURAS: 1JN 5, 5-13; SAL 147; LC 5, 12-16

1Jn. 5, 5-13. Conforme al Evangelio de san Juan, la vida de Jesús se teje entre su Bautismo por Juan en el Jordán, en que el Espíritu reposa en Jesús; y la muerte de Jesús en que éste entrega el Espíritu al Padre para que lo derrame sobre los creyentes. Después de su resurrección el Señor se manifestará con todo el Poder que el Padre Dios le ha dado para infundir el Espíritu Santo en los apóstoles y en todos los creyentes, realizando así una nueva creación: Hacernos hijos de Dios. Así, el Espíritu, el agua (Bautismo) y la sangre (Muerte en cruz) dan testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios. Quien acepta unir su vida a Cristo por medio de la fe y del Bautismo, hace suya la Redención de Cristo y acepta convertirse en Templo del Espíritu Santo. La vida íntegra del creyente se convierte en un testimonio de que Dios ha venido como Salvador de la humanidad. Quien dice creer en Dios pero vive en contra del amor que Dios nos ha manifestado por medio de su Hijo, está haciendo de Dios un mentiroso, pues piensa encontrar la salvación por otro camino. Sin embargo no hay otro camino, otra verdad ni otra vida mediante la cual podamos salvarnos. Si decimos que somos de Cristo seamos leales a la fe que hayamos depositado en Él.

Sal. 147. Glorifiquemos a Dios porque Él se ha convertido en nuestro Salvador y en nuestro poderoso defensor. No ha hecho nada igual con ninguna otra nación. Por pura voluntad suya Él nos eligió y nos hizo hijos suyos. Él nos ha manifestado sus caminos para que los sigamos. Más aún: Él mismo, por medio de Jesucristo, se ha convertido para nosotros en Camino que nos conduce al Padre. A nosotros corresponde tomar nuestra cruz de cada día e ir tras sus huellas. Su Palabra no sólo debe resonar en nuestros oídos, sino ser fielmente meditada en nuestro corazón. Así el Espíritu Santo nos ayudará para que esa Palabra nos transforme, de tal manera que dé abundantes frutos de salvación en nosotros. Entonces podremos, a impulsos del mismo Espíritu, colaborar para que el Reino de Dios se manifieste cada vez con mayor fuerza entre nosotros.

Lc. 5, 12-16. Por muy grandes que sean nuestros pecados o nuestras miserias, jamás podrán apagar el amor que Dios nos tiene. El leproso, tocado por Jesús, nos habla de cómo Dios se hace cercanía a todo hombre para liberarlo de cualquier mal; lo único que se necesita es reconocerse enfermo, pecador, necesitado de Dios; e ir al Señor para ser curados, perdonados, ayudados. No podemos llegar exigentes, sino humildes y confiados pidiéndole: Si tú quieres puedes curarme, perdonarme, ayudarme. Ante una súplica humilde, sencilla y confiada el Señor no tendrá reparo en decir: Si quiero, que se cumpla lo que pides conforme a tu fe. La Iglesia de Cristo está llamada a hacer el bien a todos; no puede hacer distinción de personas; pero tampoco puede atribuirse a sí misma el poder que sólo proviene de Dios para proclamar el Evangelio y hacerlo realidad entre los hombres. Por eso jamás debe buscar su propia gloria, pues un orgullo de esta naturaleza le apartaría de su Señor. Más bien debe aprender a retirarse a orar a Dios, para que sólo a Él se dé todo honor y toda gloria.

A pesar de que el pecado nos haya dispersado, alejándonos de Dios y de la comunión fraterna, el Señor nos reúne, como un sólo pueblo, que alaba al Padre Dios en la Eucaristía. Él ha entregado su vida para el perdón de nuestros pecados, pues para eso Él ha venido. A nosotros corresponde acoger, con gran amor, ese perdón y esa manifestación de la misericordia divina hacia nosotros. Por eso nosotros, pecadores, nos reunimos en esta Eucaristía para pedirle al Señor que, si Él quiere, nos sane de nuestros males espirituales. No podemos venir con el corazón podrido por la maldad y tener como única intención pedirle al Señor que nos socorra con bienes materiales. Antes que nada hemos de pedirle que nos purifique, que nos reciba en su casa como hijos, libres de maldad y reconciliados como hermanos. Este debe ser el principal fruto de nuestro encuentro con Cristo y de nuestra participación de este único Pan que nos da vida eterna.

Hay muchos males que aquejan a nuestra humanidad. Hay pandemias contra las que se busca, a veces inútilmente, la curación definitiva tan anhelada. Hay muchos que dan su vida en favor de los enfermos en los hospitales o en lugares donde hay que atender a quienes viven en condiciones infrahumanas. Alabamos el grado heroico de servicio en el amor de quienes se desvelan en favor de los que nada tienen. Sin querer minimizar esos esfuerzos tan importantes y tan necesarios veamos cuántos, bajo todos los riesgos, tratan de remediar el mal interior del hombre. Porque es muy bien visto quien dejando familia y patria se va a servir a los que nada tienen. Pero son perseguidos aquellos que tratan de despertar las conciencias de quienes viven aletargados por el egoísmo, por el afán de dinero, por el afán de brillar social y políticamente destruyendo a los demás o pisoteando sus derechos. Tender la mano para tocar a los enfermos corporales y espirituales para ayudarles a salir de sus males y esclavitudes, sin miedo a lo que esto nos pudiera traer como consecuencia, es vivir nuestra fe con una auténtica lealtad a Aquel que, no sólo por llenarnos la boca de alimento, sino por librarnos de nuestra esclavitud al pecado, fue perseguido, calumniado y clavado en una cruz.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con fidelidad la fe que hemos depositado en Cristo, y que nos ha de llevar a amar a nuestro prójimo con una verdadera lealtad al Evangelio vivido hasta sus últimas consecuencias. Amén.

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2-15. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

1Juan 5,5-13: El Espíritu, el agua y la sangre
Salmo responsorial: 147
Lucas 5,12-16: Pero él solía retirarse a despoblado

«Pero él solía retirarse a despoblado para orar». Interesante la anotación del evangelista Lucas, que es, por cierto, el que más veces nos habla de la oración de Jesús. Se hablaba cada vez más de él, dice, «pero...». Como un contraste. Por más que se hablara mucho de él, él necesitaba otro tipo de momento. Y por eso, «solía» retirarse. No era algo sólo ocasional...

Sería importante subrayar que el hecho de que Jesús ore no es algo peculiar suyo, comouna novedad extraña... La oración es universal, y es también característica de todos los maestros religiosos. Pero más allá de los maestros, diríamos que es de todos los humanos. «Rezar es humano». Para ser humano en profundidad, la persona necesita esos momentos de encuentro consigo misma y con la dimensión de la profundidad. «Quiero estar solo, para estar conmigo mismo», decía Rubén Darío. «La grandeza de un alma se mide por la capacidad de soledad que tiene», dice un adagio. «Oración», diríamos nosotros, no es un concepto estrictamente religioso, ni mucho menos eclesiástico, sino sencillamente humano. Puede llamarse también meditación, o tiempo de silencio y concentración, o como se quiera, pero hace la misma función que lo que religiosamente se llama oración.

Recordemos las palabras de Teresa de Ávila: «El alma sin oración, es como huerto sin agua, como sin fuego la fragua, como nave sin timón». Jesús hubiera resultado buen discípulo de Teresa, pero es al revés.


2-16.

1Jn 5,5-6.8-13 : Quien tiene al Hijo tiene la vida
Salmo responsorial: 147
Lc 5,12-16: Acudía mucha gente a oírlo y a que los curara

La lepra sigue siendo hoy en día una enfermedad que produce rechazo social. Aunque ahora existen medicamentos que retardan y alivian sus devastadores efectos, estos no están al alcance de todos las personas pobres que la padecen. En la época de Jesús, la lepra era muchísimo peor: se creía un castigo de Dios, los leprosos eran rechazados por su familia y su comunidad, no podían participar en el culto por ser considerados impuros, otras enfermedades visibles de la piel eran confundidas con ella. Por eso la petición que hace el leproso a Jesús suena tan dramática, tan llena de confianza y a la vez tan desesperada. Cuando Jesús sana al leproso le devuelve no sólo la salud sino la propia estima, la posibilidad de vivir en familia, de pertenecer a una comunidad humana, de alabar a Dios junto a los demás creyentes.

San Lucas no nos cuenta este episodio para mostrarnos el modelo de nuestro acción frente al dolor humano, a los enfermos, a los indigentes, a las víctimas de la violencia y de la guerra, todos aquellos que llevan en el cuerpo o en la mente las señales del mal, de la enfermedad y de la muerte. Jesús quiere curarlos a través de nuestro compromiso de discípulos suyos. También hoy la los seguidores de Jesús se ocupan de los leprosos, de los que padecen sida, de los enfermos a quienes nadie quiere cuidar. Al obrar de este modo, muestran al mundo la dignidad incomparable de los hijos y las hijas de Dios. Dignidad que nadie ni nada puede arrebatarles porque en sus enfermedades y miserias es el mismo Dios quien reclama nuestra solidaridad y nuestro amor.


2-17.

Reflexión

Este pasaje de la Escritura nos muestra cómo pedir un favor: “Si quieres”. Esta es la actitud de aquél que sabe que está hablando con Dios, y que por lo tanto para Él “todo” es posible; pero al mismo tiempo es la actitud de aquél que sabe que Dios no sólo es todopoderoso, sino que es la misma sabiduría, por lo que sabe lo que es o no bueno para nosotros. De esta manera tengo la confianza de pedir todo cuanto quiero (aun lo que pudiera considerar una necedad) pero al mismo tiempo, me pongo en sus manos para que él me dé lo que sabe que será bueno para mí y para que Reino de los cielos crezca en el mundo. Ojalá que tu oración siempre sea: “Señor, si quieres dame lo que te estoy pidiendo, de cualquier manera siempre te amaré igual”.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-18.  Curación de un leproso

Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan Pablo Menéndez

Reflexión

Nadie hubiera pensado que curarse de la lepra fuera tan fácil. Lo único que precisó este enfermo, fue acercarse humildemente a Cristo y pedírselo. Él sabía que Cristo bien podía hacerlo. Además, cree con todo su corazón en la bondad del Maestro. Quizá por esto, es que se presenta tan tímido y sencillo a la vez: “Maestro, si quieres, puedes curarme”. La actitud denota no sólo humildad y respeto, revela además, confianza...

La vida de muchas personas, y a veces la nuestra, se ve llena de enfermedades y males, sucesos indeseados y problemas de todos los tipos, que nos podrían orillar a perder la confianza en el Maestro, Buen Pastor. Quizá alguna vez, hemos pensado que Él nos ha dejado, que ya no está con nosotros; pues sentimos que nuestra pequeña barca ha comenzado a naufragar en el mar de la vida... Pero de esta forma, olvidamos que el primero en probar el sufrimiento y la soledad fue Él mismo, mientras padecía su muerte en la cruz. Y así, nos quiso enseñar que Dios siempre sabe sacar bienes de males, pues por esa muerte ignominiosa, nos vino la Redención. La lección de confiar en Cristo y en su infinita bondad, no es esperar que nos quitará todos los sufrimientos de nuestras vidas. Sino que nos ayudará a saber llevarlos, para la purificación de nuestra alma, en beneficio de toda la Iglesia.