VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

 

LECTURAS 

1ª: Os 14, 2-10 

2ª: Mc 12, 28-34 = DOMINGO 31B


 

1.

Oseas termina su libro con ese canto a la conversión al Dios del amor. Es esta la expiación que Él quiere: la del corazón contrito y obediente que se deja conducir y moldear por Dios, y que reconoce que sólo en Él se encuentra la Vida y la felicidad (expresadas paradisíacamente por un pueblo agrícola).

MISA DOMINICAL 1990/06


2.

El texto que hoy meditamos son las palabras finales de su mensaje profético. En realidad son las únicas palabras de consuelo y esperanza que aparecen en sus largos catorce capítulos. Pero no creáis que Oseas es un profeta melancólico. Es mucho más profundo el mensaje que nos transmite en su libro. En general, todos los profetas han hecho gestos que eran signos a través de los cuales trataban luego de explicar al pueblo sencillo el mensaje del Señor.

También el profeta Oseas se ofrece a sí mismo como símbolo y materia de enseñanza. Es su misma vida la que tiene valor de signo en medio de un terrible drama, el más lastimoso de todos los dramas: la traición de su mujer.

Oseas se ha casado con una mujer a la que ama. Pero ésta le es infiel y le engaña yéndose con otro. Oseas la sigue amando y, tras someterla a prueba, la vuelve a tomar como esposa.

Este episodio doloroso del profeta, con el que comienza su mensaje, se convierte en el símbolo del amor que Dios tiene a su pueblo. Israel, con quien Dios se ha desposado, se ha conducido como una mujer infiel, como una prostituta, y ha provocado el furor y los celos de su esposo divino. Este sigue queriéndola, y si la castiga, es para atraerla hacia sí y devolverle la alegría del primer amor.

Con una audacia que sorprende y una pasión que impresiona, el alma tierna y violenta de Oseas expresa por vez primera las relaciones de Dios con Israel mediante la imagen y terminología del matrimonio. Todo su mensaje tiene como tema fundamental el amor de Dios despreciado por su Pueblo.

Oseas arremete con furia mal contenida contra todo cuanto en la historia de Israel ha sido desprecio para el Señor. Sus críticas a las clases dirigentes, a los sacerdotes y a los explotadores son duras. Habla desde su propia rabia convertida ahora en símbolo: la Palabra de Dios adquiere ahora en su lengua todo el fuego pasional de un marido engañado.

El libro de Oseas conmovió profundamente a los hombres del AT. No es de extrañar que los evangelistas se inspiren en él y lo citen con alguna frecuencia. La comunidad cristiana vio en sus páginas la imagen del amor que Cristo tiene a su Iglesia; y los místicos cristianos como Teresa de Ávila y Juan de la Cruz la extendieron a todas las almas fieles, esposas amadas de Cristo.

En este contexto es donde tenemos que situar las palabras que hoy meditamos. El corazón de Oseas se ha ido vaciando poco a poco, a lo largo de trece capítulos, de toda la ira y amargura que se almacenaron en su alma. Han sido palabras en las que se mezclaron el símbolo y la realidad de su dolor. Pero no son la palabra última de su corazón creyente.

El Dios de Oseas, tan herido, tan maltratado por su pueblo, no se consume en lamentos estériles y rencorosos, sino que al final de tanto desprecio, queda brillando en este último capítulo la esperanza de que el pueblo se volverá al Señor al cabo de una larga experiencia.

Pero el retorno a Dios no puede lograrse sin esta confesión humilde de los equivocados caminos que se han seguido. "Israel, conviértete al Señor Dios tuyo porque tropezaste con tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: perdona del todo la iniquidad". Lo mismo que el menor de la parábola, debemos preparar nuestras palabras: "Me levantaré, iré a mi Padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo".

-La mayor falta de todas es la resistencia a encontrar a Dios en la vida diaria. El pecado es negarse a ver a Dios en la historia.

Por eso la conversión esencial no consiste en hacer cosas sino que vivamos cada acontecimiento de cada día como iniciativa de Dios.

"Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos; los pecadores tropiezan en ellos". Os/14/10.

El camino del Señor es su Palabra viniendo a nosotros los hombres, para que el hombre pueda por ella volver a Dios.

-"No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar dios a la obra de nuestras manos".

No nos salvará Asiria, es decir, no queremos depender del poder del mundo que trata de imponerse.

No montaremos a caballo (los carros de combate eran los más poderosos medios militares para lograr el poder), quiere decir, no queremos confiar en los propios medios para conseguir el poder.

-No volveremos a llamar dios a la obra de nuestras manos.

Unos siguen creyendo en los poderes del mundo, como pilares de la Iglesia de Cristo; otros creemos en nosotros mismos y en nuestras teorías como salvación de la comunidad cristiana.


3. IDOLOS/CUA:

Con demasiada frecuencia los hijos de Abrahán llevaban de la ciudad conquistada los pequeños ídolos que han escondido bajo sus mantos o en las alforjas.

Hay que hacer un alto en el camino -la cuaresma- y registrar todos los equipajes de los que vamos a la tierra prometida siguiendo la voz del Padre. Tenemos que desnudarnos con humildad y quemar los ídolos que hay en el corazón de muchos de nosotros.


4.

En el evangelio de hoy, Jesús resume toda la ley en el amor

-Vuelve, Israel, al Señor, tu Dios.

Oseas, en el Antiguo Testamento, era también el profeta y el poeta del amor.

Ese amor es aún más hermoso.

No es sólo un amor que promete la felicidad, si se es fiel.

Es un amor que perdona y que pide «Volver».

-Has tropezado a causa de tu pecado... Pero ¡vuelve al Señor!

El profeta Oseas vivió esa experiencia en su propio hogar.

El mismo narra en su libro que su propia mujer lo había abandonado. Y cuenta cómo vio en ello una parábola del sufrimiento de Dios, abandonado por nosotros frecuentemente. Dios le pidió que aceptase de nuevo a esa mujer a pesar de haberle traicionado... para simbolizar con ello lo que El mismo está haciendo sin parar.

Después de cada una de nuestras faltas, Dios es capaz de volver de nuevo a amarnos.

Nos dice: «¡Vuelve!».

Como dos esposos que se perdonan. Como dos amigos que reemprenden su amistad después de una temporada de frialdad.

-Queremos reparar... No montaremos ya caballos de guerra...

Eres Tú quien se apiada de nosotros.

El hombre tiende siempre a querer contar con sus propias fuerzas, con «sus caballos de guerra». Pero, quebrantado, reconoce a veces, como Israel, que el único salvador es Dios.

-Entonces sanaré sus infidelidades; les amaré generosamente.

Dios, amor decepcionado, es quien dice esas cosas.

He de escuchar esas palabras de ternura.

-Seré como rocío para Israel que florecerá como el lirio. Hundirá sus raíces como el cedro del Líbano, cuyas ramas se desplegarán. Su belleza será la del olivo: su fragancia, la del Líbano. Volverán a sentarse a su sombra. Florecerán como la vid; su renombre será como el del vino del Líbano.

Sorprendente acumulación de imágenes de prosperidad y de felicidad.

Frescor. Fecundidad. Belleza. Fragancia. Flores. Solidez.

Hay que "saborear" cada una de las imágenes: el rocío... el lirio... el árbol frondoso... el vino... los perfumes... las frutas... Y estamos en plena cuaresma, en medio de la cuaresma.

¡Y Dios nos promete todas esas cosas!

Con demasiada frecuencia Israel ha caído en una religión «interesada»: doy para que mes des... Si Israel volvía a su Dios, era en búsqueda, a menudo apasionada, de dicha y de abundancia. Sabemos que no debemos caer en esa especie de cálculo.

Pero siempre será verdad que Dios quiere nuestro crecimiento y expansión. Si lo hubiésemos olvidado, los textos de la Escritura nos lo repiten casi diariamente.

-Que el sabio entienda esas palabras. Porque los caminos del Señor son rectos. Los justos caminan por ellos; pero los pecadores en ellos tropiezan.

«Caminar»... "Tropezar"...

Ayúdanos a caminar. Ayúdanos a no tropezar.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983
.Pág. 134 s.


5. 

La predicación del profeta Oseas, menor por la extensión de la obra literaria, no por la cualidad de su mensaje, termina con una especie de liturgia penitencial. En los vv 2-4 tenemos la invitación a la conversión y la bella plegaria del Israel convertido. En los vv 5-10 se ofrece la respuesta de Yahvé. Es el doble retorno que acaba en aquella intimidad de amor, que a lo largo de toda la obra ha sido figurada por el simbolismo del amor conyugal, simbolismo que describe no simplemente la alianza, la unión entre dos seres, sino también su auténtica dialéctica.

La conversión, el arrepentimiento es un presupuesto para que el hombre pueda ser salvado, presupuesto que muy bien recoge el dicho agustiniano: «Quien te creó sin contar contigo, no te salvará sin ti». Los judíos han hecho una dramática experiencia de la lejanía de Dios. Pero ahora Yahvé no espera que Israel ofrezca dones, sino que se dé él mismo: "Ya se te ha explicado lo que es bueno y lo que de ti pide Yahvé: que defiendas el derecho y ames la libertad, y que seas humilde en la presencia de tu Dios" (/Mi/06/08). La fe en el Dios Salvador significa orientar toda la vida hacia él. Israel ha de estar dispuesto a asignar un nuevo fin a su vida volviendo de nuevo a Dios y abandonando lo que antes centraba su existencia: "Perdona del todo nuestra culpa; acepta el don que te ofrecemos, el fruto de nuestros labios. Nuestra salvación no está en Asiria ni en montar a caballo, no volveremos a llamar dios nuestro a las obras de nuestras manos" (vv 3-4). Las armas, las alianzas, los ídolos, los tres elementos en los cuales se había apoyado, no serán ya su fuerza.

/Os/TEOLOGO-A: La respuesta del Señor representa el triunfo del amor, del cual Oseas era el gran teólogo y poeta. Este amor gratuito de Dios será como el beso del rocío que devuelve el frescor y la vida. La más bella glosa a la teología del amor, de la conversión y del perdón, según Oseas, podría ser la parábola del padre misericordioso, que no habla solamente de la mutación de sentimientos, sino que expone además la respuesta de Dios a la conversión. El padre, lleno de gozo, acoge a aquel hijo perdido que rehace el camino: «Estaba muerto y ha vuelto a la vida se había perdido y se le ha encontrado» (Lc 15,32).

Quien no encuentra el camino de Dios, quien no se deja hallar como oveja perdida, pierde el sentido de la vida.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 748 s.


6.

He aquí la ultima página del maravilloso libro de Oseas: a través de su amor nupcial doloroso, a través de su sufrimiento de padre humillado por sus hijos... ha leído en su propia vida que el Amor de Dios era mayor que todo.

Evidentemente, como en todos los profetas, hemos encontrado en él la lúcida intransigencia que diagnostica la corrupción de una sociedad. No hay que temer al escalpelo: abre las llagas para sanarlas. ¡Que surjan profetas en nuestra época, y que nos digan la verdad! ¡Que nos revelen los síntomas de las gangrenas que se están infiltrando en nuestra sociedad!

Pero las amenazas no son la última palabra del profeta Oseas.

-Vuelve Israel al Señor, tu Dios, porque has tropezado por tus culpas. Llevad con vosotros palabras sinceras... Quita toda culpa... Acepta lo que es bueno...

"Convertíos y creed en la buena nueva". (Marcos 1, 15) Nunca se repetirá bastante que la Fe en Dios, la Alianza con el Señor implica actitudes morales, sociales, políticas. Y ya hemos empezado a ver que los profetas intervienen en esos dominios temporales que comprometen las relaciones sociales, el comercio, los procedimientos jurídicos, los acontecimientos internacionales, la vida sexual, la vida familiar, etc...

Sin embargo, habitualmente, los profetas no son jefes de partido, ni líderes sociales o políticos. Son conscientes de que no basta con cambiar las estructuras. La alienación, la opresión, la injusticia existen en formas nuevas en todos los sistemas y bajo todos los cielos.

«Cambiar la sociedad», como decimos hoy puede ser una auténtica gestión profética. Pero puede ser también, por desgracia, una coartada fácil: ¡porque la sociedad son los demás! Se pide que cambien los demás.

No, no basta con "cambiar las estructuras", hay que "cambiar los corazones". Y a esta conversión radical nos invitan los profetas

-Asiria no puede salvarnos, no montaremos ya a Caballo, y no diremos más "Dios nuestro" a la obra de nuestras manos.

Es la desmitificación radical de todos los sistemas humanos. Cuando el poder de Samaria flaquea, cuando el régimen social vacila apenas sirve fiarse del poder de Asiria, que tiene también muchos puntos débiles. Sólo Dios es capaz de relativizarlo todo.

Es ridículo fiarse sólo de la fuerza de los "caballos" o de la precisión de nuestros aparatos, "obras de nuestras manos", tan frágiles como esas manos humanas que los han construido.

-¿Quién es sabio para entender estas cosas, inteligente para conocerlas? Sí, los caminos del Señor son rectos y los justos caminan por ellos, mas los rebeldes tropiezan en ellos. Apoyarse en Dios. Cambiar el corazón. Crecer en amor.

¡He ahí la sabiduría! ¡He ahí la verdadera inteligencia!

Yo sanaré su infidelidad... les amaré gratuitamente...

Seré como rocío para Israel... florecerá como el lirio... hundirá sus raíces como el Líbano... sus retoños crecerán... Su esplendor será como el del olivo... Su perfume como el del Líbano... Harán crecer el trigo... florecerán como la vid... Su renombre será como el del vino del Líbano...

Dejo resonar en mí cada una de esas imágenes.

Los cultos naturistas de la fertilidad no son más que una caricatura. La verdadera fertilidad, el profundo dinamismo vital, la vida fecunda, es Dios.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 172 s.


7.

La combinación de citas de Dt y Lv nos sitúan en el centro de la actitud religiosa. El que quiere pertenecer al Reino de los cielos ha de unir los dos mandamientos, porque ninguno de los dos se puede comprender sin el otro.

MISA DOMINICAL 1990/06


8.

Toda la ley se resume en "el amor".

-"¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?" pregunta un escriba...

Jesús contestó: "El primero es... Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.

Jesús contesta primero recitando las mismas palabras que todo judío fiel pronunciaba cada mañana como plegaria matinal.

Esta vez Jesús va de acuerdo con los escribas. Esto era exactamente lo que ellos enseñaban (Dt 6, 4).

Primer mandamiento: "Amar a Dios".

Tal es el punto de vista constante de Jesús, su respuesta. Y ¿yo? ¿Es ésta también mi respuesta, no solo con los labios, sino con toda mi vida? En Jesús no eran solamente palabras.

Toda tu vida, Señor, decía: "Amo al Padre". Cada instante, cada pensamiento, cada gesto, cada decisión era motivada por el Padre. Nada para ti, todo para El.

De todo corazón... alma... mente... fuerzas... Estas palabras traducen aproximadamente las palabras hebreas intraducibles. Todo el ser, todas las fuerzas vitales, cuerpo y alma, sensibilidad e inteligencia, todas las capacidades.

Dejo que mi oración suba hacia ti, a partir de esto...

-"El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo".

Mayor que éstos no hay mandamiento alguno.

El escriba sólo preguntaba por un mandamiento. Jesús contesta con dos. Así sueles Tú hacerlo, Señor. Siempre nos llevas más allá de lo que pensamos. Y para ello, Tú completas la cita del Deuteronomio con otra del Levítico 19, 18. ¡Qué bien conocías la Biblia, Señor! Segundo mandamiento: "Amar a mi prójimo".

El amor es esencial del evangelio y de la vida evangélica. Es la "buena nueva" que mi vida toda debería estar proclamando. ¿Amo yo, efectivamente? ¿A quién amo? ¿A quién dejo de amar? ¿Cómo se traduce este amor? ¿Quién es mi prójimo? Como tú mismo... Como tú misma...", ¡no es decir poco! ¿Como me amo a mí mismo/a? ¿Qué deseo yo para mí? ¿Cuáles son mis aspiraciones profundas? ¿A qué cosas estoy más aferrado? ¿Qué es lo que más me falta? Y todo esto quererlo también para mi prójimo. No debo pasar muy rápidamente sobre todas estas cuestiones. Debo tomar, sobre ellas, una decisión en este tiempo de cuaresma.

-Díjole el escriba "Muy bien, Maestro, tienes razón...

Viendo Jesús cuán atinadamente había respondido, le dijo: "No estás lejos del reino de Dios." ¡Jesús felicitó a un escriba! En cualquier conversación, saber reconocer los aciertos en las intervenciones de los otros para valorarlos y estimularlos es una forma humilde de amor al prójimo, que Jesús, pone aquí en práctica.

"EI Reino de Dios" = ¡amar! ¡a Dios y a los hermanos! Este es también el contenido esencial de la Iglesia y que la liturgia cristiana expresa.

Cada asamblea eucarística debería ser a la vez:

--Un lugar de encuentro y de amor de Dios.

--Un lugar de encuentro y de amor fraterno.

¿Lo es verdaderamente para mí? ¿Suelo, quizás, encerrarme en mí mismo/a, en lugar de abrirme al otro?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 138 s.


9.

1. Hoy, viernes, de nuevo se nos habla de la conversión.

El profeta Oseas habla a las tribus del Norte -Israel- antes del destierro y les urge a que se conviertan.

La primera parte del pasaje es una oración humilde del pueblo, prometiendo su vuelta a Dios. Es interesante que el mismo Dios ponga en labios de su pueblo las palabras que está deseando oírle: «perdona nuestra iniquidad, recibe el sacrificio de nuestros labios».

El pecado principal había sido contra el primer mandamiento, «no tendrás otro dios más que a mí». Por eso el arrepentimiento se refiere a la idolatría: «no nos salvará Asiria, no montaremos a caballo (o sea, no buscaremos alianzas militares con pueblos extranjeros, sino que nos fiaremos de Dios), no volveremos a llamar dios a la obra de nuestras manos (no fabricaremos ni adoraremos ídolos)».

La segunda parte es la respuesta amable de Dios acogiendo de nuevo a su pueblo, como se acoge al hijo pródigo que vuelve o a la esposa caprichosa después de su escapada: «yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, seré rocío para Israel».

Oseas añade por su cuenta que será sabio el que siga este camino de conversión y prudente el que haga caso de la invitación de Dios.

2. Gracias a la pregunta de este buen letrado sabemos a cuál de las numerosas normas que tenían los judíos -más de seiscientas- le daba más importancia Jesús.

La respuesta es clara y sintética: «amarás al Señor tu Dios... amarás a tu prójimo como a ti mismo: no hay mandamiento mayor que estos».

Los dos mandamientos no se pueden separar. Toda la ley se condensa en una actitud muy positiva: amar. Amar a Dios. Amar a los demás. Esta vez la medida del amor al prójimo es muy cercana y difícil: «como a ti mismo». Porque a nosotros sí que nos queremos y nos toleramos. Pues así quiere Jesús que amemos a los demás.

3.

a) ¿Es actual la tentación de la idolatría? ¿podriamos estar faltando al primero y más importante mandamiento?

Sí, también para nosotros se ha repetido hoy el salmo: «yo soy el Señor, Dios tuyo... no tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero... ojalá me escuchase mi pueblo y caminase por mi camino». También a nosotros nos dice Jesús que «el Señor nuestro Dios es el único Señor» y que hay que amarle «con todo el corazón».

En nuestro caso no serán ídolos de madera o de piedra hechos por nuestras manos. Pero sí pueden ser otros valores que absolutizamos: el dinero, el éxito, el placer, la comodidad, las estructuras, nuestra propia persona.

Seguimos teniendo la tentación de pactar con Asiria o montar a caballo: de poner nuestra confianza en medios humanos, sin escarmentar por los fracasos que vamos teniendo ni por las veces que quedamos defraudados por haber recurrido a ellos. Cada uno sabrá, en el examen más exigente de la Cuaresma, cuáles son los ídolos en los que está poniendo demasiado interés, olvidándose de Dios.

b) Haremos bien en escuchar las apasionadas palabras de Dios, asegurándonos que nos quiere curar, que está dispuesto a perdonarnos también este año, que nos sigue amando a pesar de nuestras distracciones.

Y en saber orientar nuestra vida según lo que Jesús nos ha dicho que es lo principal: el amor. Preguntémonos sinceramente si nuestra vida está organizada según este mandamiento: ¿amamos? ¿amamos a Dios y al prójimo? ¿o nos amamos sólo a nosotros mismos?

Tal vez hubiéramos preferido que Jesús contestase a aquel buen hombre diciéndonos que debemos rezar más, o bien ofrecer tales o cuales sacrificios.

Pero le dijo, y nos dice a nosotros, que lo que debemos hacer es amar. Y eso es lo que más nos cuesta en la vida. Se entiende, amar gratuitamente, sin pedir nada a cambio, entregando nuestro tiempo, interesándonos por los demás. Es una consigna que nos ocupa las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana.

Una vez más hemos de recordar que, antes de ir a comulgar con Cristo, se nos invita a dar la paz a los que tenemos al lado, como representantes de todos los que encontraremos a lo largo del día en nuestra vida. Comulgamos con un Cristo entregado por los demás, para que vayamos aprendiendo a amar: a entregarnos y a ser pan partido para los demás. La Cuaresma consiste en seguir el camino de Cristo a su Pascua: y ese camino es de entrega, de amor total.

«Que sepamos dominar nuestro egoísmo y secundar las inspiraciones que nos vienen del cielo» (oración)

«Rectos son los caminos del Señor, los justos andan por ellos» (1ª lectura)

«Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase por mi camino» (salmo)

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y amarás al prójimo como a ti mismo» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 71-73


10.

Primera lectura : Oseas 14, 2-10 Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan
Salmo responsorial : 80, 6c-8a.8bc-9.10-11ab.14 Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.
Evangelio : Marcos 12, 28-34 ¿Qué mandamiento es el primero de todos?

Jesús sigue rodeado de personas ansiosas por saber más acerca de su mensaje. Uno de los convidados toma la palabra queriendo saber qué mandamientos seguir para acceder al Reino. Jesús le resume todos los mandamientos en una antigua ley del Deuteronomio (6, 4-5), que recalca el amor a Dios con todo nuestro ser antes que ninguna otra cosa. Y luego toma otro mandato antiguo, que aparece en el Levítico (19, 18), y ratifica el amor que se debe dar al prójimo. La gran originalidad de Jesús está en que une los dos mandamientos, indicando que uno no se puede cumplir sin el otro. Sólo se puede amar a Dios amando al prójimo.

Las preguntas que con bastante sabiduría le hacen a Jesús algunas personas del pueblo nos dan a entender que Dios siempre ha estado presente y trabajado en todos los pueblos, en sus culturas, en todos los tiempos, depositado siempre las semillas de su Reino. Y esas preguntas un día llegan a su plenitud, se encuentran con Jesús y quedan respondidas por él. Las leyes antiguas que utiliza Jesús para responder a la pregunta que le hacen, así lo ratifican. Jesús responde con libertad y confianza porque comprueba que está vivo el deseo por encontrar el camino correcto y de tener acceso a Dios.

La comunidad, a partir de la respuesta de Jesús, entiende que el amor a Dios no está puesto fuera de la esfera humana. Es decir, amar a Dios sólo es posible amando al prójimo; y el amor que se practique con Dios debe ser igual al practicado con las demás personas. Con esta forma de unir a Dios y al ser humano, Jesús abre un panorama nuevo: se sale de la práctica deshumanizada de la ley, para llegar a lo importante: la humanización, el crecimiento cualitativo del ser humano. Aquí está la gloria de Dios y su máximo mandamiento. Lo importante será el ser humano y no las leyes que matan a las personas para rendir culto a un falso dios. Ahora el hombre es reconocido en su verdadera dimensión y se le quita al poderoso la oportunidad de manipular la ley en su favor.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


11.

En el texto evangélico de hoy se da la confluencia de los textos centrales del cristianismo y del judaísmo. El "shema Yisreel" es el texto que, junto con el rito de la circunsición, dan identidad y nutren la espiritualidad y la acción del pueblo judío.

Mientras que en la religión cristiana, el amor a Dios y al prójimo son los puntos se deberían volver centrales e importantes; deberían ser el centro de nuestra reflexión y acción.

Porque es en estos tres elementos donde se encuentra el Reino: Dios, el prójimo y uno mismo, van entretejiendo una trama de relaciones que, al fin de cuentas, van a hablar y a dibujar mi tipo de religión y mi tipo de relación, van a acercarme o a alejarme del Reino.

Con este mandamiento se juega, se apuesta y se consigue el Reino. Jesús podría decir de mí como dijo de aquel maestro respecto a su cercanía con ell Reino de los Dios .

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


12. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

El mensaje central del profeta Oseas se condensa en la conversión a Dios. La vuelta a Él se traducirá después en alianza nupcial. Pero el peor pecado para el profeta es siempre el de la idolatría. No sólo porque se adoren dioses de madera, sino porque el mismo hombre se coloca en el lugar de Yahvé. Cae en la trampa prometeica y se atreve a "llamar dios a la obra de sus manos". La tentación no es exclusiva del s. VIII a.C. Quizá echando un vistazo a nuestro alrededor descubramos algún cristiano (quizá nosotros mismos) que confía más en toda la actividad que lleva entre manos, que en el Espíritu que guía el camino y la acción de la Iglesia. Cuando ponemos la fuerza en la letra pequeña, los titulares nos pasan desapercibidos.

El pueblo judío se sentía muy aferrado a la letra pequeña de la ley. Por eso, la pregunta del letrado no carece de sentido y, a la vez, lleva toda una carga de profundidad. De los 613 preceptos (248 prescripciones positivas y 365 prohibiciones) que constituían la Torá, no resultaba ocioso, sino muy fundamental, saber qué mandamiento era el principal. A nosotros, como al letrado, nos hubiera gustado una respuesta precisa, segura, fácil. Pero Jesús, como tantas veces, desconcierta. Combina los dos textos de la tradición mosaica y crea entre ellos un vínculo indisoluble. He ahí la novedad. Amar a Dios y a los hermanos vale más que todos los holocaustos.

Qué buen evangelio para celebrar la fiesta de San Juan de Dios. Para celebrar a aquél "loco de Dios" que entendió como pocos que el amor al Señor pasa siempre por los prójimos, es decir, por los próximos en situación más precaria.

Vuestro amigo.

Carlos Oliveras (carlosoliveras@hotmail.com)


13. CLARETIANOS 2003

El profeta Oseas nos ofrece un guión para nuestras celebraciones penitenciales. Haríamos bien en aprovecharnos de él durante esta Cuaresma. Primero nos sugiere como “preparar nuestro discurso de petición de perdón”. Por si no sabemos qué hacer, prestemos atención a estas sugerencias: Perdona del todo la iniquidad ... no volveremos a llamar dios a la obra de nuestras manos. Es una forma de reconocer que nos hemos mirado mucho el ombligo y que no hemos puesto nuestros ojos en Dios. A continuación, nos recuerda todo lo que el Señor nos tiene preparado. No hay proporción. Nuestro discurso es apenas un borrador. El relato de los regalos del Señor es un volumen de tomo y lomo: Los amaré sin que lo merezcan ... Seré rocío para Israel ...Brotarán sus vástagos ...

El evangelio de hoy nos ofrece un mensaje muy parecido al de la liturgia del pasado miércoles. Un letrado le pregunta a Jesús: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Jesús no juega a dar respuestas ocurrentes. Como enamorado de la ley que es, le recuerda lo que dice el Deuteronomio (Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser) y el Levítico (Amarás a tu prójimo como a ti mismo). Y se acabó la historia. Aquí está todo. El letrado, que es un experto en estas cuestiones, después de haber escuchado la respuesta de Jesús, le pone un sobresaliente: Muy bien, Maestro. Y, siguiendo la mejor pedagogía no directiva, se dedica a “reflejar/repetir” lo mismo que Jesús ha dicho, con pequeñas adiciones. La conclusión a la que llega Jesús no puede ser mas positiva: No estás lejos del reino de los cielos.

Hay mucho tomate encerrado en este texto, pero quizá sea suficiente con poner de relieve lo fundamental: Jesús establece un nexo indisoluble entre el primer mandamiento (el referido al amor a Dios) y el segundo (el referido al amor al prójimo), hasta el punto de que la redacción de Marcos da una patada a la gramática para poner de relieve la unidad de ambos: No hay mandamiento mayor que “estos”. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


14. 2001

COMENTARIO 1

v. 28 Se le acercó un letrado que había oído la discusión y notado lo bien que respondía, y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»

Hasta ahora se han presentado grupos, ahora lo hace un individuo, un letrado, que, según el esquema de Mc, es fariseo. En dos ocasiones (3,22; 7,1) han sido letrados de Jerusalén los que han vigilado la activi­dad de Jesús y se han opuesto a ella. Este hombre es una excepción. Aunque pertenece al círculo de los adversarios de Jesús (11,27b), su con­ciencia personal domina sobre su pertenencia al grupo dirigente. No pretende comprometer a Jesús, sino que, al ver la maestría con que inter­preta la Escritura, busca solución a una cuestión muy debatida. El fondo de su pregunta es éste: qué es lo más importante para Dios según la tra­dición de Israel, cuál es la expresión suprema de su voluntad y lo prima­rio en el comportamiento del hombre.



vv. 29-31 Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel: el Señor nues­tro Dios es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas". El segundo, éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay ningún mandamiento mayor que éstos».

Jesús comienza su respuesta haciendo suyo el llamamiento a Israel de Dt 6,4-5 (Escucha, Israel). No solamente va a enunciar el mandamiento, sino que va a proclamarlo, tomando la exhortación de Moisés al pueblo; pero no nombra a Moisés ni cita explícitamente la Escritura, hace un lla­mamiento personal suyo, que es una invitación implícita a la enmienda (cf. 1,15).

Recuerda a todo Israel que su único Señor es Dios, no los dirigentes que explotan al pueblo (11,17), ni el César que lo somete (12,16) ni el dios de muertos (12,27). Rectifica la pregunta del letrado: en la antigua alian­za no había un solo mandamiento principal, sino dos, pues el amor-fide­lidad a Dios era inseparable del amor-lealtad al prójimo. Para ser verda­dero, el amor a Dios tenía que traducirse en amor al hombre.

Dios era el valor absoluto (con todo tu corazón, etc.), el hombre, relati­vo (como a ti mismo), pero el mandamiento tendía a crear una sociedad de iguales. Su práctica habría sido la preparación para la plena realidad del Mesías.

Con la afirmación que sigue (no hay ningún mandamiento mayor que éstos) relativiza Jesús todos los demás, que aparecen como secundarios, accesorios, dispensables. Son estos dos los que deben regular la vida del israelita; ninguna otra práctica es esencial. Del amor a Dios no se deriva el culto religioso, sino el amor al hombre, su imagen.

Jesús echa así abajo la pretensión de muchas piedades religio­sas, entre ellas la farisea, que pretenden honrar a Dios olvidándose del hombre.

El ideal de amor propio del Reino será propuesto en la institución de la eucaristía (14,22-25; cf. 10,45; 13,37).



vv. 32-33 El letrado le dijo: «Muy bien, Maestro, es verdad lo que has dicho, que es uno solo y que no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a uno mismo supera todos los holocaustos y sacrificios».

El letrado manifiesta su pleno acuerdo con Jesús (Muy bien) y ahora, ante la respuesta de éste, lo llama Maestro. Funde en un solo bloque la relación con Dios y con el prójimo y explicita la relativización hecha antes genéricamente por Jesús: el culto religioso según la Ley pierde su importancia. Invierte la escala de valores existente, según la cual el obje­tivo primordial de la vida del hombre era dar culto a Dios; se alinea con los profetas contra los sacerdotes (cf. Os 6,6: «misericordia quiero, no sacrificios; conocimiento de Dios [= justicia], no holocaustos»). En el templo, donde están Jesús y el letrado, se pretende dar culto a Dios opri­miendo y explotando al pueblo: han eliminado el amor al prójimo.



v. 34 Viendo Jesús que había respondido inteligentemente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y ya nadie se atrevía a hacerle más preguntas.

Jesús aprecia la respuesta del letrado (inteligentemente), viendo que es un hombre a quien interesa la verdad. Quien está por el bien del hombre no está lejos del Reino. Jesús abre al letrado el horizonte del reinado de Dios, que deja atrás toda la antigua época (1,15). Hay en sus palabras una invitación implícita: ya que ha aprobado su primera respuesta, después de la frase elogiosa (no estás lejos) debería buscar mayor cercanía. La dificultad está en que el letrado quiere ser fiel a Dios, pero dentro de su tradición, sin deseo de novedad. Ha reconocido en Jesús un maestro, pero, como aparece en la perícopa siguiente, no puede darle su adhesión como Mesías.

Al ver el acierto y el rigor de las respuestas de Jesús, que ha puesto en su sitio a los saduceos y corregido al letrado, nadie se atreve a hacerle más preguntas.



COMENTARIO 2

Jesús sigue rodeado de personas ansiosas por saber más acerca de su mensaje. Uno de los convidados toma la palabra queriendo saber qué mandamientos seguir para acceder al Reino. Jesús le resume todos los mandamientos en una antigua ley del Deuteronomio (6, 4-5), que recalca el amor a Dios con todo nuestro ser antes que ninguna otra cosa. Y luego toma otro mandato antiguo, que aparece en el Levítico (19, 18), y ratifica el amor que se debe dar al prójimo. La gran originalidad de Jesús está en que une los dos mandamientos, indicando que uno no se puede cumplir sin el otro. Sólo se puede amar a Dios amando al prójimo.

Las preguntas que con bastante sabiduría le hacen a Jesús algunas personas del pueblo nos dan a entender que Dios siempre ha estado presente y trabajado en todos los pueblos, en sus culturas, en todos los tiempos, depositado siempre las semillas de su Reino. Y esas preguntas un día llegan a su plenitud, se encuentran con Jesús y quedan respondidas por él. Las leyes antiguas que utiliza Jesús para responder a la pregunta que le hacen, así lo ratifican. Jesús responde con libertad y confianza porque comprueba que está vivo el deseo por encontrar el camino correcto y de tener acceso a Dios.

La comunidad, a partir de la respuesta de Jesús, entiende que el amor a Dios no está puesto fuera de la esfera humana. Es decir, amar a Dios sólo es posible amando al prójimo; y el amor que se practique con Dios debe ser igual al practicado con las demás personas. Con esta forma de unir a Dios y al ser humano, Jesús abre un panorama nuevo: se sale de la práctica deshumanizada de la ley, para llegar a lo importante: la humanización, el crecimiento cualitativo del ser humano. Aquí está la gloria de Dios y su máximo mandamiento. Lo importante será el ser humano y no las leyes que matan a las personas para rendir culto a un falso dios. Ahora el hombre es reconocido en su verdadera dimensión y se le quita al poderoso la oportunidad de manipular la ley en su favor.

 1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


15. 2002

Se acerca a Jesús un letrado tal vez con buena voluntad. Desea resolver un problema teórico, un de­bate entre diferentes escuelas. De entre todos los man­damientos que aparecen en el AT, ¿cuál es el primero de todos, aquél que, si no se cumple, hace imposible una sana relación con Dios?

El letrado le pregunta a Jesús por el primero, por uno sólo, por el más importante; pero Jesús responde con dos, pues son dos e indisociables los mandamien­tos principales sin los cuales es imposible dar culto verdadero a Dios. Para Jesús el amor a Dios y al prójimo son las dos caras de una misma moneda. El culto verdadero a Dios pasa por el amor al prójimo. El letrado va más allá al añadir que cumplir estos dos man­damientos valen más que todos los holocaustos y sa­crificios. Entiende que el verdadero culto se da en la vida de cada día y que, por tanto, los holocaustos y sacrificios del templo con los que los judíos trataban de aplacar a un Dios airado por los pecados de los seres humanos no tienen sentido alguno sin la prácti­ca del amor. Jesús admira la inteligencia de aquel fa­riseo y reconoce que pensando así no está lejos del reino de Dios. Pero para entrar en el reino no basta con pensar así, hay que actuar de acuerdo con lo que se piensa. No se trata de conocer la teoría, sino de vivir en la práctica de cada día el amor a Dios amando al prójimo. Así de fácil. Tan difícil... ¿Estamos decidi­dos nosotros?

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


16. DOMINICOS 2003

Ama a los demás y te amarás mejor

En la liturgia de hoy se prodiga el tema del amor, se encarece la vida en el amor, se fijan algunas líneas y orden en el amor; todo queda iniciado y acaba perfeccionado en el amor.

Pero ¿de que amor hablamos? Del amor verdadero. No del amor ‘propio’ que envenena las cosas, ni del amor ‘pasional’ que entenebrece la mirada y la mente, ni del amor ‘al dinero’ o ‘al poder’  que para elevarse a sí mismo machaca a los demás, ni del amor ‘patrio’ que declara la guerra a los demás porque le hacen sombra. Hablamos del amor que florece en corazones nobles, honrados, caritativos, respetuosos de los demás, solidarios con los más débiles o necesitados, cumplidores de la justicia...

Démonos cuenta de que ese ‘amor’ quiere unir cielo y tierra, Dios y hombres, personas humanas, cosmos y espíritus. Se trata de un amor para el que siempre hay un lugar reservado en el corazón.

En la vida otras piezas pueden fallar, pero el amor verdadero no puede faltar.  Sin embargo, da la impresión de que entre muchos mortales escasea el amor verdadero, generoso, magnánimo... Nos lo hacen ver los profetas, pues casi siempre se dirigen a conciencias adormecidas, insensibles al reclamo de la verdad-amor...

Conviene que no nos engañemos con palabras. Para amar de verdad  hay que hacer caminos de fidelidad probada. Si no fuere así, todo serían palabras, palabras y palabras.  Escuchemos, pues, y aprovechémonos del mensaje salvífico contenido en las dos lecturas siguientes que hablan del amor verdadero.

 

En la Palabra hay amor

Profeta Oseas 14, 2-10:

“Esto dice el Señor Dios por boca del profeta: Israel, conviértete al Señor tu Dios, reconoce que has caído en el pecado. Israelitas, preparad vuestra palabra, volved a Dios y decidle: perdona, Señor, del todo nuestra iniquidad y recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios...; no volveremos a llamar dios a las obras de nuestras manos...

Pues, Yo, dice el Señor, si os convertís, curaré vuestros extravíos, os amaré aunque no lo merezcáis, y mi cólera no cargará sobre vosotros...”

Dios y su pueblo se aman, se necesitan, se reclaman, según el espíritu de la Alianza. Pero la desigualdad es tan grande que en Dios brilla la ‘fidelidad’, con sus exigencias, y en el pueblo brilla la ‘infidelidad’,  con sus cargas de pecado.

Evangelio según san Marcos 12, 28-34:

 “Cierto día uno de los letrados se acercó a Jesús y le preguntó: ¿qué mandamiento es el primero de todos?

Jesús le respondió: el primero es éste: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Y el segundo es éste: “amarás a tu prójimo como a tí mismo”. No hay mandamiento mayor que estos...

Y viendo Jesús que el letrado asentía, le dijo: no estás lejos del Reino de los cielos”.

El amor brota, el mandamiento se impone. Pero tan profunda es la raíz del ‘amor’ que sólo a partir de ella podemos desarrollar el árbol de la existencia honrada, justa, solidaria, ante Dios y ante los hombres.

 

Momento de reflexión

Jesús, el letrado y el primer mandamiento.

Atendamos una vez más al diálogo de Jesús con el letrado.  En tantas ocasiones se enfrentó el Señor con letrados y fariseos para disputar sobre sus puntos de vista que hoy es novedad oírles hablar del orden del ‘amor’ hecho ‘mandamiento’.

Quien aplica en su vida y actuaciones simultáneamente el amor a Dios y al prójimo tiene conciencia de ser buen peregrino que pasa por el desierto o por las rutas de esta tierra con los pies sobre el polvo y la mente en el cielo.

Deseémonoslo mutuamente todos.

Caracterización del amor.

 Pero reparemos también una vez más en la caracterización e intensidad de ese amor, si queremos que en él se cumpla la voluntad de Dios.

El amor ha de ser:

Único: dirigido al único Dios y Señor. Si se divide, entre Dios y el diablo, no es válido.

De todo corazón: sin resquicio alguno, y poniendo en tensión todas las vísceras.

Con toda el alma: abrazando cuerpo y espíritu, exterioridad e interioridad profunda.

Con toda tu mente: que no consista en meros impulsos sino que goce de luz, de verdad, para que ideas engañosas, egoístas y manipuladoras, no turben la unidad y armonía.

Y esa misma intensidad del amor habría que aplicarla gradualmente a nuestra relación mutua entre los hombres: en solidaridad, justicia, gratuidad, sacrificio, desprendimiento, cercanía. Jesús nos ha puesto las cosas muy difíciles, pero por ahí va el camino de la perfección o santidad de vida.

Seamos perfectos en el amor, como nuestro Padre celestial es perfecto.


17.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «No tienes igual entre los dioses, Señor: Grande eres tú, y haces maravillas, tú eres el único Dios» (Sal 85,8.10).

Colecta (Veronense, Gregoriano y Gelasiano): «Infunde, Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que sepamos dominar nuestro egoismo y secundar las inspiraciones que nos vienen del Cielo».

Comunión: «Amar a Dios con todo corazón y al prójimo como a ti mismo vale más que todos los sacrificios» (cf. Mc 12,33).

Postcomunión: «Señor, que la acción de tu poder en nosotros penetre íntimamente nuestro ser, para que lleguemos un día a la plena posesión de lo que ahora recibimos en la Eucaristía».

Oseas 14,2-10: No volveremos a llamar Dios a las obras de nuestras manos. El profeta invita a Israel a la conversión: «Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios». Destruido por su iniquidad, Israel se convierte por fin con palabras sinceras y no hipócritas. Reconoce que no lo salvarán alianzas humanas, dioses falsificados ni holocaustos vacíos, sino la primacía del amor en la fidelidad a la alianza con su Dios. Se vislumbra entonces una felicidad paradisíaca.

Pero la misma conversión es obra del amor gratuito y generoso de Dios. Él sugiere las palabras, sana la infidelidad, es el rocío vivificador, el fruto procede de su gran compasión. En definitiva, triunfa su infinito Amor.

En efecto, Oseas ha transformado el sentimiento de culpabilidad de sus compatriotas. Para él, la falta no consiste en la violación de las tradiciones ancestrales y sacrales, de las que uno se libra por medio de ritos penitenciales, sino en la resistencia a encontrar a Dios en la vida ordinaria. El pecado es la negación a ver a Dios en la historia de cada día, de cada  momento. Por eso, la conversión a la que invita el profeta es un acto interior, por el que el hombre hace callar su orgullo aceptando que el acontecimiento en que vive es iniciativa de Dios con respecto a él y gracia de su benevolencia. La conversión ha de ser la actitud fundamental del cristiano. No hay momento más precioso para pedir a Dios la conversión que la Santa Misa.

–El Señor es el único Dios. Ni las obras de nuestras manos, ni nada fuera de Él puede ser Dios para nosotros. Todo pecado es fundamentalmente una idolatría y, por tanto, una defección de la alianza, una infidelidad.

Con el Salmo 80 lo proclamamos sinceramente: «Oigo un lenguaje desconocido: retiré los hombros de la carga, y sus manos dejaron la espuerta. Clamaste en la aflicción y te libré. Te respondí oculto entre los truenos, te puse a prueba junto a la fuente de Meribá. Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti, ojalá me escuchases, Israel. No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero. Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto. Ojalá me escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino: Te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre».

Marcos 12,28-34: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y lo amarás. Al Señor le agrada la misericordia y no los sacrificios: prefiere la sinceridad del corazón a las prácticas meramente externas. La Ley de Cristo es el amor a Dios y al prójimo. San Bernardo dice:

«El amor, basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre su fuente y sea una continua emanación de la misma» (Sermón 83).

Esa fuente no es otra que Dios. Constantemente encontramos en nuestra vida ocasiones para manifestar nuestro amor a Dios y al prójimo. No debemos esperar ocasiones extraordinarias para amar. Hemos de aprender a amar en nuestra vida ordinaria: a través del espíritu de servicio, con el trabajo bien hecho, con una conversación amable, con la serenidad en los momentos difíciles, agradeciendo los dones a Dios y al prójimo.


18.

El Amor de Dios

Dios nos hace saber de muchas maneras que nos ama, que nunca se olvida de nosotros, pues nos lleva escritos en su mano para tenernos siempre a la vista (Isaías 49, 15-17)

I. Dios nos hace saber de muchas maneras que nos ama, que nunca se olvida de nosotros, pues nos lleva escritos en su mano para tenernos siempre a la vista (Isaías 49, 15-17). Jamás podremos imaginar lo que Dios nos ama: nos redimió con su Muerte en la Cruz, habita en nuestra alma en gracia, se comunica con nosotros en lo más íntimo de nuestro corazón, durante estos ratos de oración y en cualquier momento del día. Cuando contemplamos al Señor en cada una de las escenas del Vía Crucis es fácil que desde el corazón se nos venga a los labios el decir: “¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y... no me he vuelto loco?”

II. Dios nos ama con amor personal e individual. Jamás ha dejado de amarnos, ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud por nuestra parte o cuando cometimos los pecados más graves. Su atención ha sido constante en todas las circunstancias y sucesos, y está siempre junto a nosotros: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mateo 28, 20), hasta el último instante de nuestra vida. ¡Tantas veces se ha hecho el encontradizo! En la alegría y en el dolor. Como muestra de amor nos dejó los sacramentos, “canales de la misericordia divina”. Nos perdona en la Confesión y se nos da en la Sagrada Eucaristía. Nos ha dado a su Madre por Madre nuestra. También nos ha dado un Ángel para que nos proteja. Y Él nos espera en el Cielo donde tendremos una felicidad sin límites y sin término. Pero amor con amor se paga. Y decimos con Francisca Javiera: “Mil vidas si las tuviera daría por poseerte, y mil... y mil... más yo diera... por amarte si pudiera... con ese amor puro y fuerte con que Tú siendo quien eres... nos amas continuamente” (Decenario al Espíritu Santo).

III. Dios espera de cada hombre una respuesta sin condiciones a su amor por nosotros. Nuestro amor a Dios se muestra en las mil incidencias de cada día: amamos a Dios a través del trabajo bien hecho, de la vida familiar, de las relaciones sociales, del descanso... Todo se puede convertir en obras de amor. Cuando correspondemos al amor a Dios los obstáculos se vencen; y al contrario, sin amor hasta las más pequeñas dificultades parecen insuperables. El amor a Dios ha de ser supremo y absoluto. Dentro de este amor caben todos los amores nobles y limpios de la tierra, según la peculiar vocación recibida, y cada uno en su orden. La señal externa de nuestra unión con Dios es el modo como vivimos la caridad con quienes están junto a nosotros. Pidámosle hoy a la Virgen que nos enseñe a corresponder al amor de su Hijo, y que sepamos también amar con obras a sus hijos, nuestros hermanos.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


19.

Autor: P. Cipriano Sánchez

Os 14, 2-10
Mc 12, 28-24

La Escritura habla constantemente de la presencia de Dios como el único, como el primero en el corazón del pueblo de Israel, y usa la imagen del escuchar, del oír para indicar precisamente esta relación entre Dios y su pueblo.

Cuando a Jesús le preguntan ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?, para responder Jesús emplea las palabras de una oración que los israelitas rezan todas las mañanas: “Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor, no tendrás otro Dios delante de ti”.

Dentro del camino de la Cuaresma —que es el camino de conversión del corazón—, la escucha, el llegar a oír, el ser capaces de recibir la Palabra de Dios en el corazón es un elemento fundamental que se mezcla en nuestro interior con el elemento central del juicio, que es nuestra conciencia.

El profeta Oseas decía: “Ya no tendré más ídolos en mí”. Es necesario aprender a no tener más ídolos en nosotros; hacer que nuestra conciencia se vea plena y solamente iluminada por Dios nuestro Señor, que ningún otro ídolo marque el camino de nuestra conciencia. Podría ser que en nuestra vida, en ese camino de aprendizaje personal, no tomásemos como criterio de comportamiento a Dios nuestro Señor, sino como dirá el Profeta Oseas: “a las obras de nuestras manos”. Y Dios dice: “No vuelvas a llamar Dios tuyo a las obras de tus manos; no vuelvas a hacer que tu Dios sean las obras de tus manos”. Abre tu conciencia, abre tu corazón a ese Dios que se convierte en tu alma en el único Señor.

Sin embargo, cada vez que entramos en nosotros mismos, cada vez que tenemos que tomar decisiones de tipo moral en nuestra vida, cada vez que tenemos que ilustrar nuestra existencia, nos encontramos como «dios nuestro» a la obras de nuestras manos: a nuestro juicio y a nuestro criterio. Cuántas veces no hacemos de nuestro criterio la única luz que ilumina nuestro comportamiento, y aunque sabemos que es posible que Dios piense de una forma diferente, continuamos actuando con las obras de nuestras manos como si fueran Dios, continuamos teniendo ídolos dentro de nuestro corazón.

La Cuaresma es este camino de preparación hacia el encuentro con Jesucristo nuestro Señor resucitado, que, vencedor del pecado y de la muerte, se nos presenta como el único Señor de nuestro corazón. La preparación cuaresmal nos tiene que llevar a hacer de nuestra conciencia un campo abierto, sometido, totalmente puesto a la luz de Dios.

A veces nuestras decisiones nos llevan por otros caminos, ¿qué podemos hacer para que nuestra conciencia realmente sea y se encuentre sólo con Dios en el propio interior? Recordemos el ejemplo tan sencillo de una cultura de tipo agrícola que nos da la Escritura: “Volverán a vivir bajo mi sombra”. Dios como la sombra que en los momentos de calor da serenidad, da paz, da sosiego al alma. Dios como el árbol a cuya sombra tenemos que vivir.

Tenemos que darnos cuenta de que esta ruptura interior, que se produce con todos los ídolos, con todas las obras de nuestras manos, con todos los criterios prefabricados, con todos los criterios que nosotros hemos construido para nuestra conveniencia personal, acaban chocando con el salmo: “Yo soy tu Dios, escúchame”. Él es nuestro Dios, ¿escuchamos a nuestro Dios? ¿Hasta qué punto realmente somos capaces de escuchar y no simplemente de oír? ¿Hasta qué punto hacemos de la palabra de Dios algo que se acoge en nuestro corazón, algo que se recibe en nuestro corazón? Nunca olvidemos que de la escucha se pasa al amor y de la acogida se pasa a la identificación.

Éste es el camino que tenemos que llevar si queremos estar viviendo según el primero de los mandamientos y si queremos escuchar de los labios de Jesús las palabras que le dice al escriba: “No estás lejos del reino de Dios”. Solamente cuando el hombre y la mujer son capaces de hacer de la palabra de Dios en su corazón la única luz, y cuando hacer la única luz se concreta a una escucha, a un amor identificado con nuestro Señor, es cuando realmente nuestra vida empieza a encontrarse próxima al reino de Dios. Mientras nosotros sigamos teniendo los ídolos de nuestras manos dentro del corazón, estaremos encontrarnos alejados del reino de Dios, aunque nosotros pensemos que estamos cerca.

En nuestra conciencia la voz de Dios tiene que ser la luz auténtica que nos acerca a su Reino. Siempre que recibamos la Eucaristía, no nos quedemos simplemente con el hermoso sentimiento de: “¡qué cerca estás de mí, Señor!”. Busquemos, pidamos que la Eucaristía se convierta en nuestro corazón en la luz que va transformando, que va rompiendo, que va separando del alma los ídolos, y que va haciendo de Dios el único criterio de juicio de nuestros comportamientos.

Solamente así podremos escuchar en nuestro corazón esas palabras tan prometedoras del profeta Oseas “Seré para Israel como el rocío; mi pueblo florecerá como el lirio, hundirá profundamente sus raíces. Como el álamo y sus renuevos se propagarán; su esplendor será como el del olivo y tendrá la fragancia de los cedros del Líbano. Volverán a vivir bajo mi sombra.” Que la luz de Dios nuestro Señor sea la sombra a la cual toda nuestra vida crece, en la cual toda nuestra vida se realiza en plenitud.


20. 2004 Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis

Es lógico que en la fiesta de San José la liturgia presente un texto evangélico de Mateo. Sabemos que mientras Lucas construye su relato de la infancia en torno a la figura de María, Mateo la “mira” desde la persona de José.

El texto del v.16 constituye casi el final de la genealogía de Jesús (deja afuera la conclusión). José es presentado como hijo de Jacob, con lo que inmediatamente recordamos al patriarca y a su hijo preferido de Génesis 37 en adelante. Como aquel José, éste también presenta como nota característica los sueños en los que Dios se le revela. Sin embargo, la genealogía rompe, en este punto, el esquema que venía siguiendo: hasta aquí se decía “X engendró (’egénnêsen) a Y”, pero en este caso cambia sin motivo aparente a “Jacob engendro a José el esposo (anêr) de María de la que fue engendrado (’egennêthê) Jesús, el llamado Cristo”. No es José el que engendra, con lo que la genealogía pierde sentido; además, no sabemos cómo -o más precisamente- de quién “engendra María” a Jesús. Eso lo aclarará enseguida el relato. Lo que sabemos hasta ahora es que José pertenece a la familia de David (y de Abraham), y esto será importante en lo que sigue.

Un elemento interesante del que no podemos ocuparnos aquí es la presencia de mujeres en la genealogía, de las cuales María es la última. Ciertamente las anteriores (Tamar, Rajab, Rut, y la mujer de Urías) son puestas en preparación a la última. Por otra parte, presenta una lista de seis grupos de siete, ¿para que sepamos que, como Iglesia, somos la última generación de esa lista? Pero detengámonos en José.

Narrativamente sabemos que José no es el padre de Jesús, hasta ahora por el cambio que nos presenta la genealogía. En v.18 retoma la idea que había dejado en suspenso: “la génesis de Jesús, el Cristo, fue así:...” La madre, María estaba casada con José pero todavía no estaban juntos. Es necesario recordar que el matrimonio entre los judíos tenía dos etapas muy marcadas: la primera, propiamente el casamiento, consistía en un contrato (“desde ahora yo soy tu esposo y tú eres mi mujer”, ver Tob 7,11). En este momento los novios ya estaban comprometidos, se intercambiaban los regalos (no existe propiamente lo que llamamos “dote”, pero sí un mohar, una suerte de compensación al padre de la novia por la pérdida), pero seguía cada uno viviendo en su casa. Este espacio de tiempo era aprovechado para preparar la casa (recordar que la edad solía ser muy baja: los rabinos habían fijado una edad mínima de 12 años para la mujer y 13 para el varón). Recién un año después (generalmente para otoño) se producía la segunda parte en la que la mujer era conducida a casa del esposo. En esto juega un papel de maestro de ceremonias el mejor amigo del esposo que es quien la presenta y entrega a su amigo. Por tanto, los esposos ya estaban casados pero no convivían durante aproximadamente un año, y no era bien visto que en ese tiempo tuvieran relaciones sexuales. María y José están casados pero todavía no viven juntos porque están en esta primera etapa del matrimonio (lo mismo nos dice Lc 1,27 y 34).

El evangelista nos cuenta enseguida del embarazo de María, y que esto ocurre por intervención del Espíritu Santo. Es a partir de este momento donde las opiniones de los comentaristas de dividen: ¿José duda de María o no? Ciertamente José sabe que él no es responsable del embarazo; en Dt 22 se hace referencia a los casos de pérdida de virginidad, sea difamación, sea violación o adulterio. La pérdida de virginidad de María no necesariamente podía deberse a adulterio sino también a una violación; en ese caso, al separarse José de ella, le da a María la posibilidad de que sea tomada por esposa del violador (no debemos mirar esto desde nuestra mentalidad más acostumbrada a la defensa de la mujer y los derechos humanos; la ley de Israel obligaba al varón, sea al que mintió con respecto a una mujer para desembarazarse de ella y dejarla sola (Dt 22,19), o también a quien la hubiera violado y dejado embarazada (ver 22,29) a hacerse cargo de la mujer sin jamás poder repudiarla; era una manera de garantizarle la vida y el sustento a la mujer que, caso contrario, quedaría sin ninguna protección). Es decir, José le estaría dando al padre de la criatura que María lleva en su seno la oportunidad de hacerse cargo. La revelación de Dios le hará ver que el Señor tiene otros planes...

Pero hay otra opinión que nos parece más atractiva: se nos dice que José era un “hombre justo”, esto quiere decir “celoso cumplidor de la ley”. Nada nos dice que pensara en una violación, por lo que la sospecha de adulterio parece más probable, y en ese caso, un “hombre justo” debería buscar que la mujer sea apedreada. Por otra parte, el ángel en sueños usa el conocido “no temas”, pero no es un temor producido por la aparición, como habitualmente. Es temor por el embarazo de María, pero sin embargo la terminología es religiosa. La propuesta es que José sabe -por boca de María, seguramente, y por eso el narrador nos lo ha adelantado- que el embarazo es obra del Espíritu Santo, y como “hombre justo” no quiere ser obstáculo en el plan de Dios sobre María (por eso “no temas”). En ese caso, José quiere apartarse para que Dios obre su plan y no ser él obstáculo, pero el ángel le informa que Dios también tiene un plan para José es este embarazo. En este caso, en lugar de “no temas porque lo engendrado es del Espíritu (y no de otro hombre)”, debe leerse “no temas porque (= a causa de que) lo engendrado es del Espíritu”.

Sea lo que fuere, José cambia de actitud a partir de la revelación en sueños: él tiene un lugar en el plan de Dios: poner el nombre al niño. “Poner el nombre” es dar un lugar, dar una función. Por eso el nombre dice lo que quiere decir (en este caso “Jesús”, que quiere decir “Dios salva”). Y al darle el nombre, José le da “el apellido” (por eso es “hijo de David”). Ahora se comprende la genealogía: José es hijo de David y al adoptar a Jesús lo hace también a él de su descendencia. Como hombre religioso que es, José pasa directamente a la acción: al despertarse “hizo” como el ángel le había mandado y tomó a su mujer. La segunda etapa del matrimonio está consumada y el niño que se está gestando tendrá una familia, tendrá un padre.

Comentario

No conocemos los planes de José, ni de María. Pero escuchamos los de Dios... Ya estaban casados, pero todavía no habían empezado a vivir juntos (lo que significa que estaban entre la primera y la segunda etapa que tenía el casamiento entre los judíos). Pero antes que intervengan los hombres, interviene Dios. Y María queda embarazada... ¿Y José? Parece que, como es “justo”. no quiere ser obstáculo del camino de Dios. Parece que en cuanto descubre lo que pasa en María, no quiere ser impedimento para que Dios realice en ella lo que ha previsto. Como hombre de Dios, cuando ve que Él quiere intervenir, da un paso al costado para no ser obstáculo. Lo que José no sabía hasta ahora es que Dios también lo cuenta a él en sus planes.

José tiene por tarea darle un nombre a su hijo. ¿Sólo eso? ¡Nada menos que eso! Hacerlo de la familia de David. "El Señor ha modificado el plan que sobre (el matrimonio) tenía; que él se digne también asegurar el porvenir de su elegida. José se retira, teniendo cuidado, en la delicadeza de su justicia para con Dios, de no «divulgar» el misterio divino de María... Al Señor le toca proveer, el hombre ha hecho ya cuanto podía. Dios entonces interviene, José obedece y asume la paternidad legal de Jesús" (X. Léon-Dufour).

Dios cuenta con José, y "José... hizo cuanto el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer". Así de simple, de profundo, de importante, y de fiel.

A veces, nosotros, no podemos pensar que nuestro lugar sea tan pequeño. Otras veces, en arranques de falsa humildad, nos queremos escapar por completo de la vida y los planes de Dios. Entre unos y otros está José, el justo, el religioso, el que es capaz de renunciar a sus planes, por más soñados que fueran, por más enamorado que estuviera, y se pone en marcha detrás de los planes de Dios. Se pone en marcha sabiendo que el plan de Dios, aunque parezca que su lugar es escaso, es plan de salvación, porque Dios salva (eso quiere decir "Jesús", el nombre que a José le toca poner). Quizá podamos aprender de la humildad de este hombre, que sabiendo que Dios viene a su vida, se decide a dejarlo intervenir, a dejarlo entrar para que actúe en él, renunciando a sus planes, y ocupando su lugar que es el de Dios.


21. DOMINICOS 2004

"Convertíos y seréis salvos"

La luz de la Palabra de Dios

1ª Lectura: Oseas 14,2-10

Israel, vuelve al Señor, tu Dios, porque por tu culpa te ha hecho caer. Buscad palabras y volved al Señor. Decidle: Perdona todas nuestras culpas para que recobremos la felicidad y te ofrezcamos en sacrificio palabras de alabanza. Asiria no nos puede salvar;

no montaremos ya en los caballos, y no diremos más «dios nuestro» a la obra de nuestras manos, pues en ti encuentra compasión el huérfano.

Yo los curaré de su apostasía, los amaré de todo corazón, pues mi ira se ha apartado ya de ellos. Seré como el rocío para Israel; él florecerá como el lirio y echará sus raíces como el olmo. Sus ramas se extenderán lejos, hermosas como el ramaje del olivo, y su fragancia será como la del Líbano. Volverán a sentarse en mi sombra; cultivarán el trigo, florecerán como la viña y su renombre será como el del vino del Líbano. Efraín..., ¿qué tengo yo que ver con los ídolos? Yo lo atenderé y lo protegeré. Yo soy como un pino siempre verde; de mí procede todo fruto. Que el sabio comprenda estas cosas, que el inteligente las entienda, porque los caminos del Señor son rectos; por ellos caminarán los justos, mas los injustos tropezarán en ellos.

Evangelio Marcos 12,28-34

Un maestro de la ley que había oído la discusión, viendo que les había contestado bien, se le acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?».

Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos».

El escriba le dijo: «Muy bien, maestro; con razón has dicho que él es uno solo y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios».

Jesús, al ver que había respondido tan sabiamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios».

Y ya nadie se atrevió a preguntarle más.

 

Reflexión para este día

“Esto dice el Señor: Conviértete al Señor Dios tuyo. Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan”.

            Al comenzar la Cuaresma, resonó con fuerza la  llamada a la conversión. En este viernes, se deja oír de nuevo.  El profeta Oseas dirige esa invitación al pueblo, para convencerle de que Dios es la fuente de la verdad y de la auténtica felicidad. Esta invitación también se dirige hoy a nosotros, buscadores de la verdad, de la paz y de la felicidad. Debemos convencernos de que, viviendo contra dios o al margen de Dios, nos alejaremos de la verdad y de la felicidad verdadera.

            Jesucristo concreta en qué consiste esta conversión: Volvernos a Dios, enraizar nuestra vida en Él y vivir según su propuesta.  Recordemos lo que Jesús respondió al letrado que se acercó a preguntarle “¿cuál es el mandamiento primero de todos?”. Jesús le dijo:

“El primero es: El Señor nuestro Dios es el único, y amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

            Como decíamos ayer, el corazón palpitante del Reino de Jesús es el amor. Es el dinamismo que nos comunica con Dios y nos impulsa a acercarnos a los hermanos. Es la terapia cristiana, que nos cura de todos los egoísmos que nos esclavizan: la codicia, la comodidad, la autosuficiencia excluyente, la agresividad destructora... Jesús nos invita hoy a que a que demos la vuelta a nuestra vida egoísta y volvamos a Dios la mirada de nuestra mente y el anhelo de nuestro corazón. Es la actitud adecuada para ver el rostro del Señor y en Él encontrar el rostro de nuestro prójimo, a quien Jesús nos presenta para que le amemos. ¡Es urgente convertirnos a este amor!


22. Fray Nelson Viernes 4 de Marzo de 2005
Temas de las lecturas: Nunca llamaremos ya “dios nuestro” a las obras de nuestras manos * El Señor tu Dios es el único Dios: ámalo.

1. Convertirse es aprender a confiar
1.1 Todo pecado es una falsa confianza. Es apoyarse en algo que no es firme, que nos va a engañar, que se va a quebrar, que no va a permanecer. Por lo mismo, convertirse es descubrir o redescubrir lo que significa apoyarse en el que es firme, que no se va a quebrar, que no nos va a traicionar. Convertirse es aprender a confiar.

1.2 Debería entonces ser muy sencillo convertirse; pero, como se ve, todo depende del momento en que uno empiece a darse cuenta de que está en el lugar equivocado. En cierto sentido a uno tiene que fallarle "Asiria" para poder decir como el profeta: "ya no nos salvará Asiria". Y por eso es difícil arrepentirse: no porque sea difícil acercarse al Dios de amor y salud, sino porque para acercarse a Él uno tiene que haber descubierto las grietas y caídas de los falsos cimientos.

2. El lenguaje de la gracia
2.1 El tema del arrepentimiento nos conduce al tema de la gracia. Bendito Dios. Siempre sucede así.

2.2 El arrepentimiento nos lleva a una verdad: somos más capaces de herir que de sanar. Tenemos más poder para destruir que para construir. Por eso los despojos de nuestra vida rota son a veces la única ofrenda que podemos presentar ante Dios. Y esa verdad nuestra le arranca de las entrañas su propia y maravillosa verdad: "Yo perdonaré sus infidelidades, dice el Señor; los amaré aunque no lo merezcan". He aquí el rostro vivo de la gracia.

2.3 Lo más grande que puede pasarle a uno en la vida es descubrir la palabra "gracia". Y para eso existe la cuaresma.

3. Directo a la esencia
3.1 Una pregunta directa provocó una respuesta directa: Uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?" Jesús le respondió: "El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos".

3.2 Es bueno recordar ese lenguaje escueto porque en un mundo plagado de fachadas y máscaras es fácil acostumbrarse a disculparlo todo o justificarlo todo o venderlo todo. El orden empieza siempre con un pensamiento claro en la mente; una idea llena de luz atrae a otras. Y hoy Jesús nos da esa clave fundamental, ese primer principio que iluminó su alma santa y que quiere iluminar también nuestras vidas.

3.3 La palabra fundamental en la respuesta de Jesucristo no la podemos perder: AMA. El resto de su respuesta es esencial también, porque todo depende de a quién ames y con qué amor. Tal fue el regalo que nos dio con su vida y su muerte. Bien podemos resumir la existencia de Cristo diciendo que fue una gran cátedra de amor en la que aprendimos que hemos de amar para vivir y hemos de aprender a amar para vencer a la muerte y alcanzar la vida que no muere.


23.

 Comentario: Rev. D. Pere Montagut i Piquet (Barcelona, España)

«No existe otro mandamiento mayor que éstos»

Hoy, la liturgia cuaresmal nos presenta el amor como la raíz más profunda de la autocomunicación de Dios: «El alma no puede vivir sin amor, siempre quiere amar alguna cosa, porque está hecha de amor, que yo por amor la creé» (Santa Catalina de Siena). Dios es amor todopoderoso, amor hasta el extremo, amor crucificado. Este Evangelio no es sólo una autorevelación de cómo Dios mismo —en su Hijo— quiere ser amado. Con un mandamiento del Deutoronomio: «Ama al Señor, tu Dios» (Dt 6,5) y otro del Levítico: «Ama a los otros» (Lev 19,18), Jesús lleva a término la plenitud de la Ley. Él ama al Padre como Dios verdadero nacido del Dios verdadero y, como Verbo hecho hombre, crea la nueva Humanidad de los hijos de Dios, hermanos que se aman con el amor del Hijo.

La llamada de Jesús a la comunión y a la misión pide una participación en su misma naturaleza, es una intimidad en la que hay que introducirse. Jesús no reivindica nunca ser la meta de nuestra oración y amor. Da gracias al Padre y vive continuamente en su presencia. El misterio de Cristo atrae hacia el amor a Dios —invisible e inaccesible— mientras que, a la vez, es camino para reconocer, verdad en el amor y vida para el hermano visible y presente. Lo más valioso no son las ofrendas quemadas en el altar, sino Cristo que quema como único sacrificio y ofrenda para que seamos en Él un solo altar, un solo amor.

Esta unificación de conocimiento y de amor tejida por el Espíritu Santo permite que Dios ame en nosotros y utilice todas nuestras capacidades, y a nosotros nos concede poder amar como Cristo, con su mismo amor filial y fraterno. Lo que Dios ha unido en el amor, el hombre no lo puede separar. Ésta es la grandeza de quien se somete al Reino de Dios: el amor a uno mismo ya no es obstáculo sino éxtasis para amar al único Dios y a una multitud de hermanos.