COMENTARIOS
AL EVANGELIO
Mc 12, 28-34
Par.: Mt 22, 34-40
1.
El evangelio de este domingo deja entender que esta búsqueda del mandamiento máximo, apreciada por los cristianos, no era entonces monopolio de ellos. Judíos y escribas, que habían llegado a las mismas conclusiones, sabían dar al mandamiento del amor una prioridad casi exclusiva. En esto seguían el ejemplo del Deuteronomio, que había afirmado la sencillez de las exigencias contenidas en la palabra de Dios: "La Palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica" (30, 11-14). Esta preocupación tradicional se prolongaba en los cristianos; con mayor razón se explica el elogio hecho al escriba, de no encontrarse lejos del Reino.
Antes de insistir de nuevo en esta apreciación elogiosa formulada por Jesús, señalemos que el letrado la mereció por dos motivos; tiene un sentido muy exacto de la moral evangélica: primero es el mandamiento del amor, no hay nada mayor que él; y sitúa correctamente el precepto del amor respecto de las prácticas del culto.
Es muy digno de atención este judío; en puntos esenciales supo adoptar las mismas posiciones originales que parece haber adoptado y defendido Jesús. En varias ocasiones recordó Jesús que el precepto sabático era secundario con relación al del amor (Mc 3, 4 s.; Lc 13, 16), y su crítica del comportamiento de los judíos en el Templo, debió de inspirarse en la frase de Oseas, citada dos veces por Mateo (9, 13; 12, 7): "Misericordia quiero, que no sacrificio", parecida a la observación hecha por el letrado.
La anécdota finaliza, pues, con elogio a este judío fiel; por haber sabido dar al amor el primer lugar, Jesús le considera cercano al Reino. No se debe echar en saco rato este elogio, otorgado a uno de aquellos escribas a los que ordinariamente el Evangelio juzga con severidad. Esta alabanza invita a matizar el cuadro de los interlocutores de Jesús, que los autores nos han transmitido. Y sobre todo, recuerda a los discípulos de Jesús que no tienen ellos el monopolio del Reino. Por caminos inesperados, se acercan a él otros, de los que se había pensado que estaban lejos.
La anécdota muestra además que gente que no oyó la predicación evangélica, sin embargo sabe abrir su vida a un amor auténticamente evangélico. Elocuente elección para quienes, habiendo oído esta predicación, quizá no alcanzaron el mismo nivel.
LOUIS
MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MARCOS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 152
El monoteísmo es al mismo tiempo afirmación de libertad y de dependencia.
Ningún otro Señor fuera del único Dios: eso es la libertad. Pero existe un Señor y hay que amarlo por encima de todo, perteneciéndole por completo: esto es la dependencia. El hombre no tiene que hacerse esclavo de los hombres, pero tampoco tiene que erigirse a sí mismo en señor. La libertad consiste en la obediencia al único Señor verdadero. La primacía de Dios no anula el amor al prójimo, sino que lo libera. El prójimo no es nuestro Dios. Nos convertiríamos entonces en esclavos suyos y andaríamos mendigando su apoyo; ya no habría profetas, sino demagogos. Si adorásemos al hombre, acabaríamos traicionándolo: nuestro amor a él no sería ya libre, desinteresado, crítico, salvífico. El hombre se convertiría en nuestro ídolo, buscaríamos su aprobación y nos prostituiríamos en su presencia. Amar al prójimo por Dios no significa instrumentalizar al hombre con vistas a Dios; significa amarlo con la libertad de Dios, con su amor fuerte y crítico; significa ser capaces, si el amor así lo pide, de permanecer solos, rechazados y crucificados por los demás.
LOUIS
MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MARCOS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 176)
3.
A diferencia de lo que dice Mateo (22, 34-40), este letrado no se presenta con ánimo de disputa, sino para hacer a Jesús una auténtica pregunta. En las escuelas rabínicas se distinguía entre mandamiento "graves" (o de peso) y "leves". Por otra parte, se contaban hasta 248 preceptos positivos y 365 prohibiciones legales. Así que estaba perfectamente justificado que los rabinos investigaran cuál de todos estos mandamientos era realmente importante, cuál era el primero y principal y como el resumen de todos.
Jesús responde citando al pie de la letra el pasaje del Dt 6, 4s (cfr. primera lectura), pero añade inmediatamente el mandamiento del amor al prójimo, que en el A.T. se halla en otro contexto (Lv 19, 18). Para Jesús ambos mandamientos son como uno solo: "No hay mandamiento mayor que éstos". Y es que no se puede amar a Dios sin amar al prójimo (cfr. 1 Jn 4, 20). En este mandamiento del amor se funda la única piedad verdadera.
Así lo reconoce el letrado que le ha hecho la pregunta, por eso subraya que cumplir este mandamiento vale más que "todos los holocaustos y sacrificios". Los judíos no pretendían, claro está, una religión sin exigencias morales y veían que entre el mandamiento primero del amor a Dios y el precepto de amar al prójimo existía una conexión necesaria. Incluso entendían que el amor al prójimo fuera como un resumen de la Ley; así, por ejemplo, se atribuye al rabino Hillel esta sentencia: "No hagas al otro lo que no deseas para ti. Esto es toda la Ley. El resto es interpretación". Con todo, no estaba claro en las escuelas rabínicas quién debía ser tratado como prójimo (cfr. Lc 10, 29-37) y, en general, creían que el prójimo era solamente el paisano, pero no el extranjero. Por otra parte, la conexión entre los deberes religiosos para con Dios y las obligaciones morales para con el prójimo se entendía a veces de un modo muy extrínseco: la "justicia" consistía sobre todo en el cumplimiento de las prescripciones cultuales y el amor al prójimo quedaba reducido a la limosna, en caso de conflicto prevalecía el culto a la atención de las necesidades del prójimo (en la parábola del buen samaritano los sacerdotes y levitas pasan de largo porque temían contraer una impureza ritual, tocando al que pensaban cadáver, que les inhabilitaría para dar culto a Dios).
Jesús reúne ambos mandamientos en un solo mandamiento del amor, de suerte que el verdadero culto no puede separarse ya de la atención a las necesidades ajenas. Además enseña que el prójimo es cualquier necesitado que encontremos en nuestro camino. En esta misma línea, Santiago afirmará rotundamente que "la religión pura e intachable a los ojos de Dios" es cuidar del prójimo en sus necesidades (Sant 1, 27).
EUCARISTÍA 1976, 58
4.
Texto. Después de varios domingos de caminar hacia Jerusalén, el texto de hoy nos sitúa en Jerusalén y en el Templo, al que Marcos ha desposeído de su privacidad judía confiriéndole alcance universal (Mc. 11, 15-19). En este marco se suceden después conversaciones al más alto nivel. Hoy interviene un jurista, favorablemente impresionado por las respuestas precedentes de Jesús. A diferencia de Mateo, Marcos quita a su intervención cualquier segunda intención. Entre el jurista y Jesús existe coincidencia total de puntos de vista y reconocimiento recíproco de esa coincidencia. El jurista considera las palabras de Jesús ajustadas a verdad; Jesús, por su parte, considera sensatas las palabras del jurista. No se percibe entre ellos el más mínimo atisbo de tensión o de discrepancia. Las palabras finales de Jesús confirman el clima de entendimiento mutuo: no estás lejos del reino de Dios.
Comentario. Una recopilación de antiguas tradiciones judías relata la historia de un gentil que quería convertirse a la fe judía a condición de que la totalidad de esa fe le fuera explicada en el tiempo que él pudiera resistir parado sobre un sólo pie. El rabino-Hillel aceptó el reto y le dijo: "No hagas a tu prójimo aquello que odiarías que lo hicieran a ti mismo. Esta es la totalidad de la Torà (Ley). El resto no son sino comentarios. Ve y estudia". La historia ilustra la necesidad de encontrar un principio ordenador que de alguna manera articulara y diera vida a la múltiple variedad de las 613 prescripciones contabilizadas en la Torá.
A primera vista ésta parece ser también la intención del texto de hoy. El especialista judío en Torá (esto era un letrado o jurista) pregunta a Jesús por la quinta esencia de la voluntad de Dios. Sin embargo, en el contexto de toda la obra de Marcos, creo que el texto obedece a una problemática diferente. Hasta ahora el autor ha puesto de manifiesto que el Reino de Dios es una realidad abierta a todos, no sólo a los judíos, y que esta realidad pasa por la muerte-resurrección de Jesús. La estancia de Jesús en Jerusalén es para Marcos algo más que un hecho histórico: representa el momento culminante de la llegada del Reino de Dios, precisamente por ser en Jerusalén donde Jesús muere y resucita.
Las conversaciones al más alto nivel mantenidas con anterioridad a la de hoy han podido producir la impresión de que entre judíos y cristianos no hay posibilidad de entendimiento.
La conversación de hoy niega y contrarresta esa impresión. El especialista judío y Jesús hacen la misma lectura de la Escritura santa y sacan las mismas consecuencias: el descubrimiento de Dios provoca una reacción-respuesta de amor a ese Dios descubierto y de amor a los demás, a la vez que relativiza el sistema cultual y nacionalista del Templo.
En estas condiciones el especialista judío está preparado para comprender que el Reino de Dios pasa por la muerte-resurrección del Enviado de Dios, pero sobre todo está preparado para recorrer también él ese camino de muerte-resurrección. A este respecto es absolutamente imprescindible recordar que Reino de Dios y salvación son realidades diferentes, que no se deben intercambiar ni confundir. En el evangelio de Marcos Reino de Dios es el camino de muerte y resurrección recorrido por Jesús y que está abierto a todos. Para la delimitación de estos conceptos remite al comentario de Mc. 10, 17-30.
A.
BENITO
DABAR 1988, 54
5.
El texto se presenta como una discusión entre Jesús y el rabino, pero en el fondo supone el ambiente de la primitiva comunidad judeo-cristiana. La comunidad ha visto en esta discusión algo más que un ejemplo clásico de disputa doctrinal entre dos rabinos. Ha concebido el amor de Dios revelado en Jesús como la liberación de la ley con vistas a una vida inspirada en el amor desinteresado.
HORIZONTALISMO VERTICALISMO: La pregunta que el rabino dirige a Jesús no es extraña ni inútil. El judaísmo del tiempo de Jesús enumeraba 613 mandamientos, 365 negativos y 248 positivos. Los grandes rabinos se esforzaban por encontrar un principio que los unificara. El problema no era sólo intelectual. Quería establecer una jerarquía entre los diversos preceptos y simplificar la vida espiritual. La respuesta de Jesús combina dos textos de la Ley Dt 6, 4-5 y Lv 19, 18. Con ellos formula el primero y más fundamental de los mandamientos: amar a Dios y a los hombres. Así se superan todos los esquemas y oposiciones entre verticalismo y horizontalismo. Con la encarnación de Cristo, Dios se ha hecho el más pequeño de los hermanos. Ya no se puede establecer relación con Dios ignorando la relación que él ha establecido con el hombre. El amor no es horizontal ni vertical. Sólo conoce la dimensión de la profundidad y de la totalidad. El cristiano tiene que regirse por la ley del amor. El amor relativiza la ley y la eleva sobre sí misma. Pero surgen unos interrogantes. ¿Se puede amar a Dios y al hombre a la vez?; ¿se puede creer en el cielo? Quien no ha llegado a la síntesis propuesta por Jesús se entrega a ratos a Dios y a ratos a los hombres u opta por Dios o por los hombres. El evangelio dice que hay que integrar Dios y hombre.
PERE
FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 21
6.ESPIRITUALISMO TEMPORALISMO
Y ahora, tras la presentación de fariseos, herodianos y saduceos, aparece un escriba de buena voluntad. Jesús ha comprendido que su pregunta es sincera y por eso no tiene ninguna dificultad en responder directa y claramente.
La unión del primer mandamiento con el segundo había sido ya hecha en el seno del judaísmo; pero el sentido universal del "prójimo" no parece que fuera corriente en la teología hebrea: "prójimo" era el que pertenecía al pueblo elegido o al menos un prosélito que aceptaba las reglas del juego.
El escriba añade una cosa muy querida a nuestro evangelista: el culto no tiene valor en sí si no está estrechamente vinculado con el amor al prójimo. Jesús finalmente reconoce que también entre los escribas había algunos que no estaban lejos del reino de Dios.
A lo largo del cristianismo quedará siempre viva la polémica sobre la rivalidad entre el primero y el segundo mandamiento. Sobre todo, nosotros los occidentales no logramos captar toda la dialéctica que une inseparablemente ambos mandamientos.
Hablamos de verticalismo (hacia Dios) y de horizontalismo (hacia el prójimo), de antropocentrismo versus teocentrismo, sin comprender que lo más esencial del cristianismo es precisamente la combinación dialéctica entre Dios y el prójimo.
El verticalismo teocéntrico se muestra en un tipo de piedad introvertida, que huye del "mundo" y se refugia para siempre en lugares solitarios. La historia del cristianismo presenta ejemplos verdaderamente sorprendentes en su permanencia. Hemos de reconocer que el cristianismo ortodoxo es el que más ha sobresalido en este aspecto: un ejemplo insigne de ello lo tenemos en la "sagrada península" del Monte Atos, que todavía perdura después de mil años. Entre los católicos la vida monástica ha tenido muchos avatares y ha ido sufriendo los inevitables cambios de la sociedad en la que estaba inserta.
Sin embargo, la discusión sigue teniendo gran validez. Hoy ha sido muy frecuente que los hombres "religiosos" -o sea, practicadores de ciertos ritos venerables- sean los más alejados de una sensibilidad frente al prójimo de turno. En el mejor de los casos, conservan de "prójimo" una idea anacrónica, reduciéndolo al mendigo servil que circulaba por las viejas ciudades de tipo cuasifeudal.
Por otra parte, el horizontalismo antropocéntrico ha subrayado excesivamente la dimensión del hombre a costa de la búsqueda de algo mayor que el hombre. Y en un primer momento ha logrado algo positivo: la desaparición del "dios" opresor que impedía al hombre realizarse y plenificarse, pero, al confundir este "dios" con "Dios", ha sido causa de que por la parte trasera volvieran otros dioses "vestidos de paisano".
Actualmente en la crisis del mundo católico y protestante es fácil observar que el militante cristiano que descubre al hombre -a través de una lucha política de liberación- se cree obligado maniqueamente a abandonar su fe cristiana, dejando así libre el campo a los adversarios, que manipulan esta fe para sus fines egoístas y para ello financian suntuosamente el aspecto "vertical" del cristianismo, detrás del cual ocultan sus inconfesados intereses.
COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA
NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1192 ss.
7.
Estamos ya en Jerusalén, después del Domingo de Ramos, y durante tres domingos leeremos tres enseñanzas que marcan los últimos días de Jesús.
El texto de hoy es una síntesis importante del mensaje de Jesús. Ante la cuestión (muy discutida en el ambiente de los doctores de la Ley) sobre qué mandamiento es el primero de todos, Jesús recoge la afirmación de fe que todo israelita conocía y consideraba básica (la Shemá: cf. primera lectura). Pero a la vez añade otro precepto que se encuentra en Levítico 19,18, que une al amor a Dios, de manera inseparable, el amor a los demás. El texto del Levítico presupone que todo el mundo se ama a si mismo (y no lo critica), y a partir de ahí pide que todo lo bueno que uno desea para sí mismo lo desee y promueva también para los demás; originariamente éste era un texto que se refería sólo al amor a los miembros del propio pueblo, pero con el tiempo se extendió al menos a los extranjeros que vivían en Israel.
Es notable en la escena de hoy la buena sintonía entre Jesús y el escriba. La respuesta "Muy bien, Maestro", y la repetición y reafirmación que a continuación el mismo escriba hace de lo que ha dicho Jesús, denotan que aquel hombre había asumido personalmente los mismos criterios de Jesús: no es sólo considerar acertado lo que dice Jesús, es asumirlo personalmente.
Y en eso consiste, al fin y al cabo, la fe y el seguimiento de Jesús.
J.
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 14