SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

 

LECTURAS 

1ª: Dt 26. 16-19 

2ª: Mt 5. 43-48 =DOMINGO 07A


 

1.

La gracia y la benevolencia de Dios se realizan en la humanidad de forma histórica y concreta. Dios quiere manifestar su amor por los hombres, amando y siendo fiel a un pueblo, Israel; éste, a su vez, se compromete a ser obediente a su ley.

MISA DOMINICAL 1990/05


2. /Dt/LIBRO

Ultimo libro del Pentateuco, el Deuteronomio, es, a pesar de la extensa parte legislativa que contiene, uno de los menos jurídicos. Su finalidad es más homilética que legislativa y su agudizado sentido de la historia y de las relaciones personales con Dios hacen de él, ante todo, un libro religioso.

Este pasaje recuerda el contenido de la alianza y subraya su carácter espiritual. La alianza es una realidad siempre actual. El Deuteronomio ha insistido fuertemente sobre este valor ("hoy, en los vv. 16-18; cf. Dt 5, 3; 6, 10-13). No se trata, pues, de vivir dentro de una economía antigua; el pasado no sirve más que para definir mejor el presente y las maravillas pasadas no cesan de renovarse en la actualidad. En cada uno de los fieles vuelve a activarse el drama del desierto con sus beneficios y sus murmuraciones, sus bendiciones y sus alternativas. A cada uno le corresponde, por tanto, escoger entre el amor procedente de Dios y la tentación del olvido (cf. Dt 6, 12). La vida feliz y la gloria (v. 19) son la recompensa prometida por Dios a quienes le sirven y le obedecen (cf. v. 16).

Para subrayar el carácter religioso de esta alianza, el autor se refiere a la noción de contrato bilateral, única capaz a sus ojos de subrayar el compromiso mutuo de dos libertades (vv. 17-18). La ley no es, pues, una simple nomenclatura de preceptos impuestos al hombre, sino que compromete más bien una actitud religiosa: "Yo seré tu Dios (v. 17) y tú serás mi pueblo propio" (vv. 18-19).

Una parte del Deuteronomio fue escrita en una época en que Israel toma conciencia de haber abandonado a Yahvé y trata de recuperar en el acontecimiento original de la promesa y de la alianza el sentido de su fe y el sentido de su historia.

Esa es la razón por la que Israel presenta la alianza que le vincula a Dios no tanto como una decisión unilateral de Dios (un "testamento"), sino como un contrato bilateral. La finalidad de todo esto es propiamente religiosa; no se trata, sin embargo, de colocar al hombre en un plano de igualdad con Dios, el cual sigue siendo el primero y único contratante. Pero, a fuerza de repetirlo, se había olvidado la responsabilidad personal del pueblo y la necesidad en que se encontraba de tener un corazón de carne y no un corazón de piedra (Jer 31) para responder a la acción de Dios.

Esta presentación de la alianza como contrato bilateral presenta sus peligros y el fariseísmo comprometerá su importancia. Eso no obstante, sigue siendo cierto que, al solicitar la adhesión libre del hombre, Dios, que es el único contratante de la alianza, prepara ya su encarnación: no salvará al hombre sin el hombre y sin una fidelidad total a la condición humana.

El cristiano no puede, a su vez, dar razón de su fe sino poniendo de manifiesto en su comportamiento presente la referencia a un acontecimiento original que es la gratuidad de la elección de Dios en Jesucristo, lugar de la nueva alianza y cumplimiento de la promesa. En ese sentido tiene la Eucaristía un significado: llama a cada uno de los participantes a vivir los acontecimientos de su vida en actualización de Jesucristo, del que es memorial. Les exige la misma fidelidad a la voluntad de Dios, el mismo enfrentamiento con la muerte, la misma proclamación de la vocación gloriosa de la humanidad.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 57s


3. I/PUEBLO-DE-D:

Pueblo quiere significar, según el sentido literal, el pueblo de Israel. En sentido místico, que es el único que cuenta en la liturgia, significa el pueblo del nuevo Israel, el pueblo que contempla a Dios ("Israel" es interpretado por los Santos Padres como "el que ve a Dios"), el cuerpo místico de Cristo glorioso y resucitado, cuerpo compuesto de muchos miembros y que sigue en aumento a través de tiempos y lugares..., es la sociedad que forman los cristianos y su Cabeza, es la Iglesia. A ella se aplican las palabras que en otro tiempo fueron dichas a Israel: "Hoy has escogido al Señor para que sea tu Dios y tú camines por sus sendas... Y el Señor hoy te ha escogido para que seas su pueblo, tal como te lo había prometido, y guardes sus mandamientos. El hará que domines sobre todos los pueblos que ha creado para gloria de su nombre. Vas a ser el pueblo santo de Dios, como el te lo ha prometido".

La Iglesia, cuerpo místico del Señor, se nos muestra aquí bajo una imagen que ya conocemos del tiempo de Adviento y Epifanía y que vamos a encontrar a menudo en la liturgia de Cuaresma y Pascua e incluso después. Es el pueblo, el verdadero pueblo de Dios. Como pueblo tiene un Señor, el más poderoso que existe, Dios, al cual ha elegido, al igual que en el orden natural todos los pueblos eligen a su Señor. Pero en algo difiere la Iglesia de estos pueblos, y es que no podría de ningún modo ella escoger a Dios por Señor suyo de no haberla El escogido antes a ella. Con su amorosa mirada, que abarca todos los tiempos y espacios, el Señor ha contemplado todos los pueblos de la tierra y en ellos ha divisado los futuros ciudadanos de su futuro pueblo, es decir, todos aquellos que iban a creer en Cristo; los ha llamado, los ha reunido de todos los extremos de la tierra, con objeto de crear con ellos un nuevo y místico pueblo, su pueblo santo.

Debido a tal llamamiento, este pueblo se llama Iglesia; en efecto, el apóstol, atendiendo a esta elección, llama a la Iglesia Electa Domina, "Señora electa" (/2Jn/01). Más que el antiguo Israel, la Iglesia es la predestinada, el verdadero pueblo de Dios. Tal elección equivale a una creación, ya que este pueblo elegido no existe más que porque Dios lo ha escogido, y por tanto, lo ha creado, formándolo de elegidos.

Por esto, este pueblo no es bajo ningún concepto un pueblo a la manera de los pueblos de la tierra y no lo ha sido nunca. Su Señor tampoco lo es. No es un pueblo que se halle en la misma línea de los demás pueblos, como tampoco puede decirse que sea superior en comparación con los otros; es un pueblo esencialmente distinto, vive en el mundo divino y tiene la vida divina de su Señor. En consecuencia, nunca jamás va a poderse comparar con los demás pueblos de la tierra. Estos nada tienen que temer de él, porque no reclama derecho alguno sobre los territorios que ocupan ellos.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 258


4.

En el evangelio de hoy, Jesús nos repite que debemos amar a nuestros enemigos... y aun, en este asunto, ir mucho más allá de lo que ordinariamente es corriente y natural entre los hombres. «Si saludáis tan solo a los hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?» Ya el Deuteronomio recordaba a los Judíos que habían entrado en un sistema muy particular de relaciones con Dios, la Alianza, Fuente de una vida nueva.

-Hoy has elegido que el Señor sea tu Dios.

¿Es esto verdad? ¿Puedo decir, realmente, que lo he elegido? Este es todo el sentido del bautismo... Debería ser el sentido del bautismo. «Elegir a Dios».

Era yo muy pequeño, sin duda, cuando me bautizaron.

Pero, desde entonces, ¿he ratificado mi elección?

Repaso qué ocasiones, en mi vida actual, me empujan a volver a hacer esa elección: ¡elegir a Dios!

-Para seguir sus caminos, para observar sus preceptos.

Mira las «ocasiones».

Una multitud de pequeñas decisiones concretas. A lo largo del día. De la mañana a la noche. «Caminar por los caminos de Dios»... poner mis pisadas en las suyas... hacer lo que El haría si estuviese en mi lugar...

Jesús dirá: «si me amáis, cumpliréis mis mandamientos». Efectivamente, cuando amamos a alguien tratamos de hacer lo que le agrada.

-Y para escuchar su llamada..

No se trata solamente de la fidelidad material a unos preceptos, a un catálogo de cosas permitidas o prohibidas...

Es la respuesta a una llamada. y para ello «escuchar».

Moral abierta. Exigencia infinita, jamás acabada.

Ilumíname, Señor, sobre qué esperas de mi; y luego cuando lo haya percibido mejor, no me abandones, ayúdame también a cumplirlo.

-Porque el Señor también te ha elegido.

Para que seas especialmente su pueblo.

Esta es la expresión de la Alianza. Una reciprocidad de elecciones. Una reciprocidad de amor. Te he escogido. Me has escogido. Te amo. Me amas.

Detengámonos a considerar esas expresiones.

Fue la lenta y larga experiencia del pueblo judío, jalonada de crisis y de traiciones.

-Entre todos los pueblos, tú serás un pueblo consagrado al Señor.

La elección de Dios supone mucha responsabilidad. Confesarse cristiano significa que uno se ha comprometido con todo su ser. Es una exigencia absoluta, una consagración a Dios, un compromiso con el proyecto de Dios, con los designios de Dios, con sus maneras de ver.

Mi visión del mundo, ¿es también la visión de Dios?

Mi compromiso en el mundo ¿se corresponde con los designios de Dios?

¡Pueblo de Dios! ¡Pueblo consagrado a Dios!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL .Pág. 112 s.


5. ¡Amar... más! Como vuestro Padre.

-Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo y tendrás odio a tu enemigo..." Y yo os digo: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, Y orad por los que os persiguen y calumnian."

Esto debe de ser extremadamente importante para la humanidad.

Tú lo repites, Señor, Tú insistes, sin escapatoria posible.

¡Hay que romper las fronteras! ¡Hay que derribar los muros que nos separan! Para Jesús ya no hay extranjeros ni enemigos puesto que debemos amarles.

¿Es una ilusión, una ingenuidad, Jesús, un dulce y gentil soñador?

-Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial...

No, Jesús no es un ingenuo. Es de una lógica constante y absoluta. Lo ve todo desde un punto de vista distinto al nuestro habitualmente. Ve a la humanidad desde el punto de vista de Dios.

Las palabras son reveladoras: haced el bien, orad.

La fraternidad universal que El predica es la consecuencia de otra realidad esencial: la paternidad universal.

-El cual hace nacer su sol sobre buenos y malos; y llover sobre justos y pecadores.

Este amor sin fronteras que Dios nos pide, es el que El mismo vive. Dios ama a todos los hombres. Ama a los que no Le aman. Derrama sus beneficios, su sol hermoso, y su lluvia bienhechora, sobre todos...

Así Jesús nos dice, cuando yo dejo de amar a alguien, rehúso amar a "alguien a quien Dios ama". Mi enemigo es amado por Dios. Mi enemigo es un hijo para Dios.

No se trata pues de un principio sociológico o de un hermoso ideal humanista. Es DIOS la única referencia. Es menester que nuestra mentalidad sea conforme a la suya. Imitar a Dios. Llegar a parecernos a El, a fin de ser verdaderamente sus hijos.

-Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué tiene eso de particular? Por ventura, ¿no hacen también esto los publicanos... y los mismos paganos?

Amar a las personas que nos aman, que se parecen a nosotros, con las que ya se está espontáneamente de acuerdo... ¡es natural! Dios nos pide más. Dios nos pide ensanchar nuestro corazón más allá del círculo de nuestros amigos, de nuestros parientes, de nuestro ámbito.

Jesús, el primero, ha amado a sus enemigos... y ha rezado por ellos. A los que acababan de condenarle y de torturarle: "perdónaselo, oh Padre, no saben lo que hacen".

Nuestra época, que ve subir el ciclo infernal de la violencia, ¿verá también a los cristianos tomarse el evangelio al pie de la letra? ¿No sería la única buena suerte de la humanidad?

-Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto. Uno no acaba nunca de amar. El amor es absoluto. Como Dios.

Si uno estuviere abrasado de amor hasta morir, no amaría aún bastante. Nunca se ama lo suficiente. ¡El amor es todo, que es Dios mismo! He aquí una cuaresma más exigente que todos los ayunos y los sacrificios.

Señor, entra en mi corazón para hacerme amar a los que no amo, a los que me hacen mal. Amar a todos los que Tú amas Señor. Como Tú les amas.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES.Pág. 116 s.


6.

Con la oración del sábado volvemos al principio de la semana. El centro de esta oración es la palabra «Converte». Aparece así de nuevo el hilo conductor, el objetivo de la Cuaresma: la conversión. Todos los textos de la Cuaresma no son más que interpretaciones y aplicaciones de esta realidad, de la que todo depende en nuestra vida.

1. Como en la oración del lunes, también en este texto es la conversión un don, es gracia: le pedimos a Dios el don de la conversión. Hallamos un matiz nuevo en la invocación del principio: «Pater aeterne». La oración señala la dirección de la conversión: queremos volver a la casa del Padre; la conversión es un retorno. En la conversión buscamos al Padre, la casa del Padre, la patria. Con estas palabras, la oración alude a la descripción clásica del camino de la conversión, a la parábola del hijo pródigo. El joven de la parábola no se limita a emigrar solamente; su alma, y no sólo su cuerpo, vive en una «tierra lejana». Víctima de su arrogancia, perdida la verdad de su ser, se ha exiliado, ha salido fuera de la casa paterna. Olvidado de Dios y de sí mismo, vive lejos del Padre, en la «regio disimilitudinis», como dicen los Padres; en las tinieblas de la muerte. La vida fuera de la verdad es camino que conduce a la muerte. En consecuencia, también el retorno a la patria comienza por una peregrinación interior: el hijo encuentra de nuevo la verdad. «Semejante visión en la verdad constituye la auténtica humildad», dice la encíclica Dives in misericordia (IV, 6). Este viaje interior llega a su término en la confesión: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti». La conversión es un «obrar la verdad», afirma San Agustín, interpretando a San Juan: «El que obra la verdad viene a la luz» (Jn 3,21). El reconocimiento de la verdad se realiza en la confesión; en la confesión venimos a la luz; en la confesión, que ya se ha hecho realidad en tierra lejana, el hijo cubre la distancia, salva el abismo que le separa de la patria; en virtud de la confesión entra de nuevo en la verdad y, en consecuencia, en el amor del Padre, el cual ama la verdad, es la verdad: el amor del Padre abre definitivamente las puertas de la verdad.

Al meditar esta parábola, no debemos olvidar la figura del hijo mayor. En cierto sentido, no es menos importante que el hijo más joven, de suerte que se podría hablar también -y acaso fuera más acertado- de la parábola de los dos hermanos. Con la figura de los dos hermanos, el texto se sitúa en la estela de una larga historia bíblica, que se inicia con el relato de Caín y Abel, continúa con los hermanos Isaac e Ismael, Jacob y Esaú, y es interpretada de nuevo en diferentes parábolas de Jesús. En la predicación de Jesús, la figura de los dos hermanos refleja, ante todo, el problema de la relación Israel-paganos. En esta parábola, es fácil descubrir el mundo pagano en la figura del hijo más joven, que ha dilapidado su vida lejos de Dios. La carta a los Efesios, por ejemplo, dice a los paganos: «Vosotros, que estabais lejos» (2,17). La descripción de los pecados del mundo pagano en el primer capítulo de la carta a los Romanos parece evocar los vicios del hijo pródigo. Por otra parte, no es difícil ver en el hijo mayor al pueblo elegido, a Israel, que siempre ha permanecido fiel en la casa del Padre. Es Israel el que expresa su amargura en el momento de la vocación de los paganos, que están exentos de las obligaciones de la Ley: «Hace ya tantos años que te sirvo sin jamás haber traspasado tus mandatos» (Lc 15,29). Es Israel el que se indigna y se niega a participar en las bodas del hijo con la Iglesia. La misericordia de Dios invita a Israel, suplica a Israel que entre, con las palabras: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes tuyos son» (v.31).

Pero es todavía más amplio el significado de este hermano mayor. En cierto sentido, representa al hombre fiel; es decir, representa a aquellos que se han mantenido al lado del Padre y no han transgredido sus mandamientos. Con la vuelta del pecador se enciende la envidia, aparece el veneno hasta entonces oculto en el fondo de sus almas. ¿Por qué esta envidia? La envidia revela que muchos de estos «fieles» ocultan también en su corazón el deseo de la tierra lejana y de sus promesas. La envidia muestra que semejantes personas no han llegado a comprender realmente la belleza de la patria, la felicidad que se expresa en las palabras «todos mis bienes tuyos son», la libertad del que es hijo y propietario; así se hace patente que también ellos desean secretamente la felicidad de la tierra lejana; que, con el deseo, han salido ya hacia esa tierra, y no lo saben ni lo quieren reconocer. La pérdida de la verdad es en este caso muy peligrosa: no se percibe la urgencia de la conversión. Y, a lo último, no entran a la fiesta; al final se quedan fuera. Este es el sentido de estas palabras tremendas: «Y tú, Cafarnaúm, ¿te levantarás hasta el cielo? Hasta el infierno serás precipitada. Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros obrados en ti, hasta hoy subsistiría. Así, pues, os digo que el país de Sodoma será tratado con menos rigor que tú el día del juicio» (Mt 11,23-24).

La figura del hermano mayor nos obliga a hacer examen de conciencia; esta figura nos hace comprender la reinterpretación del Decálogo en el Sermón de la Montaña. No sólo nos aleja de Dios el adulterio exterior, sino también el interior; se puede permanecer en casa y, al mismo tiempo. salir de ella. De este modo comprendemos también la «abundancia», la estructura de la justicia cristiana, cuya piedra de toque es el «no» a la envidia, el «sí» a la misericordia de Dios, la presencia de esta misericordia en nuestra misericordia fraterna.

CV/D-ABSOLUTO:2. Con esta observación volvemos a la oración del día: «Ad te corda nostra, Pater aeterne, converte, ut nos tuo cultui praestes esse dicatos», o, como dice el texto originario del Sacramentarium Leonianum, «tuo cultui subjectos». El objetivo principal del retorno, de la conversión, es el culto. La conversión es el descubrimiento de la primacía de Dios. «Operi Dei nihil praeponatur»; este axioma de San Benito no se refiere únicamente a los monjes, sino que debe constituirse en regla de vida para todo hombre. Donde se reconoce a Dios con todo el corazón, donde se tributa a Dios el honor debido, también el hombre halla su centro. La definición, tanto del paraíso como de la ciudad nueva, es la presencia de Dios, el habitar con Dios, el vivir en la luz de la gloria de Dios, en la luz de la verdad. El texto originario expresa con toda claridad esta jerarquía de la vida humana: «Quia nullis necessariis indigebunt, quos tuo cultui praestiteris esse subiectos». En estas palabras de la liturgia se escucha el eco del mandato de Jesús: «Buscad primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura» (Mt 6,33). ATEISMO/HUMANIZACION: Es ésta una regla que me parece sumamente importante en la situación que vivimos hoy. Ante la miseria ingente que sufren tantos países del Tercer Mundo, muchos, incluso buenos cristianos, piensan que hoy ya no es posible atenerse a este mandato; piensan que ha de diferirse durante un cierto tiempo el anuncio de la fe, el culto y la adoración, y tratar primero de dar solución a los problemas humanos. Pero con semejante inversión crecen los problemas, se incrementa la miseria. Dios es y será siempre la necesidad primera del hombre, de suerte que allí donde se pone entre paréntesis la presencia de Dios, se despoja al hombre de su humanidad, se cae en la tentación del diablo en el desierto y, a la postre, no se salva al hombre, sino que se le destruye.

El nuevo texto de la oración pone de relieve esta verdad, con un matiz diferente: «Converte nos, ut unum necessarium semper quaerentes et opera caritatis exercentes tuo cultui praestes esse dicatos». Se subraya la primacía de Dios aludiendo al relato de Marta y María: «Porro unum est necessarium» (Lc 10,42). La principalidad de Dios, el estar con el Señor, la escucha de su palabra, el «buscad primero el reino de Dios», continúa siendo de este modo el núcleo y centro del texto. Pero, al añadir «opera caritatis exercentes», se aclara que el amor y el trabajo para la renovación del mundo brotan de la palabra, brotan de la adoración.

TEMPORAS/QUÉ-ES:3. Una última observación. Según la tradición de la Iglesia, la primera semana de Cuaresma es la semana de las Cuatro Témporas de primavera. Las Cuatro Témporas representan una tradición peculiar de la Iglesia de Roma; sus raíces se encuentran, por una parte, en el Antiguo Testamento -donde, por ejemplo, el profeta Zacarías habla de cuatro tiempos de ayuno a lo largo del año-, y por otra, en la tradición de la Roma pagana, cuyas fiestas de la siembra y de la recolección han dejado su huella en estos días. Se nos ofrece así una hermosa síntesis de creación y de historia bíblica, síntesis que es un signo de la verdadera catolicidad. Al celebrar estos días, recibimos el año de manos del Señor; recibimos nuestro tiempo del Creador y Redentor, y confiamos a su bondad siembras y cosechas, dándole gracias por el fruto de la tierra y de nuestro trabajo. La celebración de las Cuatro Témporas refleja el hecho de que «la expectación ansiosa de la creación está esperando la manifestación de los hijos de Dios» (Rom 8,19). A través de nuestra plegaria, la creación entra en la Eucaristía, contribuye a la glorificación de Dios.

Las Cuatro Témporas recibieron en el siglo V una nueva dimensión significativa; pasaron a ser fiestas de la recolección espiritual de la Iglesia, celebración de las ordenaciones sagradas. Tiene un sentido profundo el orden de las estaciones correspondientes a estos tres días: miércoles, Santa María la Mayor; viernes, Los doce Apóstoles; sábado, San Pedro. En el primer día, la Iglesia presenta los ordenandos a la Virgen, a la Iglesia en persona. Al meditar en este gesto, nos viene a la memoria la plegaria mariana del siglo III: «Sub tuum praesidium confugimus». La Iglesia confía sus ministros a la Madre: «He ahí a tu madre». Estas palabras del Crucificado nos animan a buscar refugio junto a la Madre. Bajo el manto de la Virgen estamos seguros. En todas nuestras dificultades podemos acudir siempre, con una confianza sin límites, a nuestra Madre. Este gesto del miércoles de las Cuatro Témporas se refiere a nosotros. Como ministros de la Iglesia, somoS «asumidos» en virtud de este ofrecimiento que representa el verdadero principio de nuestra ordenación. Confiando en la Madre, nos atrevemos a abrazar nuestro servicio.

El viernes es el día de los Apóstoles. En calidad de «conciudadanos de los santos y familiares de Dios» somos «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas» (Ef 2,19-20). Sólo hay verdadero sacerdocio, sólo podemos construir el templo vivo de Dios en el contexto de la sucesión apostólica, de la fe apostólica y de la estructura apostólica. Las ordenaciones mismas tienen lugar en la noche del sábado hasta la mañana del domingo en la basílica de San Pedro. Así expresa la Iglesia la unidad del sacerdocio en la unidad con Pedro, del mismo modo que Jesús, al principio de su vida pública, llama a Pedro y a sus «socios» (Lc 5,10), luego de haber predicado desde la barca de Simón. La primera semana de Cuaresma es la semana de la siembra. Confiamos a la bondad de Dios los frutos de la tierra y el trabajo de los hombres, para que todos reciban el pan cotidiano y la tierra se vea libre del azote del hambre. Confiamos también a la bondad de Dios la siembra de la palabra, para que reviva en nosotros el don de Dios, que hemos recibido por la imposición de las manos del obispo (2 Tim 1,6) en la sucesión de los Apóstoles, en la unidad con Pedro. Damos gracias a Dios porque nos ha protegido siempre en las tentaciones y dificultades, y le pedimos, con las palabras de la oración de la comunión, que nos otorgue su favor, es decir, su amor eterno, Él mismo, el don del Espíritu Santo, y que nos conceda también el consuelo temporal que nuestra frágil naturaleza necesita:

«Perpetuo, Domine, favore prosequere, quos reficis divino mysterio, et quos imbuisti caelestibus institutis, salutaribus comitare solaciis».

Oramos «por Cristo nuestro Señor». Oramos bajo el manto de la Madre. Oramos con la confianza de los hijos. Permanecen vigentes las palabras del Redentor: «Confiad; yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

JOSEPH RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL
BAC POPULAR
MADRID-1990
.Págs. 59-65


7.

1. «Te has comprometido con el Señor a ir por sus caminos». La idea del camino describe bien nuestra vida. Moisés se lo dice hoy a su pueblo. A nosotros, en la Cuaresma, se nos recuerda de un modo más explícito que los cristianos tenemos un camino propio, un estilo de vida, el que nos traza la palabra revelada de Dios, que escuchamos cada día.

Son las exigencias internas de la Alianza: nosotros tenemos que portarnos como el pueblo de Dios, siguiéndole sólo a él. Dios, por su parte, nos promete ser nuestro Dios, ayudarnos, hacer de nosotros el «pueblo consagrado», elegido, que da testimonio de su salvación en medio del mundo.

Es el único camino que lleva a la salvación. A la felicidad. A la Pascua. Dios nos es siempre fiel. Nosotros también debemos serle fieles y cumplir su voluntad «con todo el corazón y con toda el alma».

2. El evangelio de hoy nos pone delante un ejemplo muy concreto de este estilo de vida que Dios quiere de nosotros. Jesús nos presenta su programa: amar incluso a nuestros enemigos.

El modelo, esta vez, es Dios mismo (otras veces se presenta Jesús como el que ha amado de veras; esta vez nos propone a su Padre). Dios ama a todos. Hace salir el sol sobre malos y buenos. Manda la lluvia a justos e injustos. Porque es Padre de todos. Así tenemos que amar nosotros. «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo».

3. Varias veces ha aparecido en la primera lectura la palabra «hoy». Es a nosotros a quienes interpela esta palabra, para que en esta Cuaresma, la de este año concreto, revisemos si el camino que llevamos es el que Dios quiere de nosotros o tenemos que reajustar nuestra dirección.

Si los del AT podían sentirse urgidos por esta llamada, mucho más nosotros, los que vivimos según la Nueva Alianza de Cristo: nuestro compromiso de caminar según Dios es mayor. De modo que pueda decirse también de nosotros, con el salmo de hoy: «dichoso el que camina en la voluntad del Señor... ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas».

Hoy tenemos que recoger, en concreto, la difícil consigna de Cristo: amar a los enemigos. Su lenguaje es muy claro y concreto (demasiado para nuestro gusto): «si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?... si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario?».

¿Somos de corazón ancho? ¿amamos a todos, o hacemos selección según nuestro gusto o nuestro interés? Según el termómetro que nos propone Jesús, ¿podemos decir que somos hijos de ese Padre que está en el cielo y que ama a todos?

Es arduo el programa. Pero la Pascua a la que nos preparamos es la celebración de un Cristo Jesús que se entregó totalmente por los demás: también a él le costó, pero murió perdonando a los que le habían llevado a la cruz, como perdonó a Pedro, que le había negado. Ser seguidores suyos es asumir su estilo de vida, que es exigente: incluye el ser misericordiosos entregados por los demás, y poner buena cara incluso a los que ni nos saludan.

«La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma» (entrada)

«Dichoso el que camina en la voluntad del Señor» (salmo)

«Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?» (evangelio)

«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (evangelio)

«A los que has iluminado con el don de tu palabra, acompáñales siempre con el consuelo de tu gracia» (poscomunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 39-41


8.

Jesús continúa analizando la ley antigua y remplazando cada mandamiento por otro que contenga mayor contenido de amor y de justicia, tal como quiere el Padre. Él sabe que lo único que puede salvar al ser humano es entender que si no se tiene el perdón como punto de partida, jamás se podrá alcanzar una convivencia digna entre seres humanos. De aquí su gran preocupación por la búsqueda de esos valores que quiere el Padre para la humanidad, valores que harán que el ser humano se acerque a la misma perfección de Dios.

Todos los mandamientos que hasta entonces han sido norma de vida para el pueblo y cuya interpretación está en manos de las instituciones oficiales, Jesús los discute y los cuestiona, para luego introducirles otra valoración ética y moral que de verdad sirva para la reconstrucción del mundo. Toda la ley judía empieza a ser reevaluada desde un solo principio: el amor fraterno que empieza a ser realidad, cuando se comprende que todos somos hijos del mismo Padre y por ende hermanos.

Cuando la comunidad cristiana primitiva llegó a comprender que Jesús quería la creación de una sociedad universal, unida a través del amor fraterno, fue capaz de romper todos los distanciamientos que histórica y culturalmente separaban a los seres humanos. Esta idea de la sociedad universal logró superar, inclusive, las exclusividades de los judíos, quienes tenían centrados todos sus principios en torno al círculo cerrado del judaísmo. Para Jesús no bastaba sólo el amor al hermano de carne, de etnia o de cultura. Era necesario extender ese amor a todos los seres humanos, porque de lo contrario el mundo no progresaría. Y se trataba, no de salvar a un grupito, sino de que todas las personas se humanizaran. Esto sería posible sólo en la medida en que todos los seres humanos llegasen a amarse y perdonarse. Sólo en esa misma medida se cumpliría con lo que Dios quería.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


9.

No solo aceptar... Amar. La propuesta de Jesús contrasta las actitudes muy radicalmente: amar, hacer el bien y orar antes que todo en relación a los enemigos, a quienes nos aborrecen y a quienes nos persiguen.

Y no tiene carácter de opcional este paso. Hay que hacerlo para distinguirse como seguidor de Jesús; de lo contrario no seremos más que otros del montón: publicanos, pecadores y paganos.

Este es un típico mensaje de Mateo a su comunidad judía. Había allí posiblemente un buen grupo de fariseos y cumplidores de la Ley a los cuales hay que proponerles un camino más perfecto que la Ley, ir más allá, dar el paso.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


10.

LA LEY DEL SEÑOR ES DESCANSO DEL ALMA

1. Dios promulgó en el Sinaí su voluntad a Israel. Allí mostró al pueblo, en razón de su camino incipiente de principiantes, el boceto de su divino querer. Como el bulbo de una azucena, que necesita desarrollo y madurez, para convertirse en una flor, así la ley del Señor estaba aún en embrión. Jesús va a actuar como un pintor que, aplicando los colores sobre un boceto hecho al carbón, (Teofilacto), no sólo no destruye el boceto, sino que lo completa, lo perfecciona, lo embellece, y le da mayor realismo.

2. Jesús rejuvenece la Ley Antigua, (Fillion) que, aparte de ser camino de principiantes, había sido deformada por un rabinismo leguleyo, y había degenerado en un formalismo rudimentario, que con frecuencia sólo exigía actos externos. Jesús nos ha enseñado el proyecto de Dios para el hombre, que ya promulgado en el Sinaí, necesitaba desarrollo, progreso y madurez. Necesitaba amor: "No he venido a abolir la ley, sino a perfeccionarla" (Mat 5,17). Lo que era semilla, lo desarrolló y se convirtió en árbol: lo que era flor, lo transformó en fruto. Jesús dirigió su mirada, más que a los actos, al corazón en sentido bíblico, que es todo el ser interior del hombre, porque "del corazón salen las malas ideas: los homicidios, adulterios, inmoralidades, robos, testimonios falsos, calumnias".

3. "Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo os digo: Amad a vuestros enemigos. Haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian" Mateo 5,45. Parece que Jesús nos señala un camino inalcanzable. Y es verdad si contamos con las fuerzas solas de la naturaleza humana, que sólo siente inclinación a amar a los que le aman y conceder favores a los amigos. Por eso Jesús dice que así todovía somos paganos. Aún no somos discípulos suyos. No nos hemos convertido. ¿Cómo poder hacer lo que nos propone? El derrama su Espíritu sobre nosotros para que poco a poco vayamos amando como El, con su fuerza y energía. En un mundo atacado por la peste de la guerra e inficionado de odio, orgullo y revancha, ¡cuánta falta hacen bautizados convertidos. Hombres del amor!.

4. En la adhesión del hombre a la voluntad de Dios, consiste su felicidad. Por eso el salmista canta: "Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor. Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes, y lo seguiré puntualmente; enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón" Salmo 118.

J. MARTI BALLESTER


11. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

No basta leerlo. Deberíamos conmovernos. Conmovernos ante las palabras y los gestos de Jesús, que nos sólo amó a los enemigos sino que dio la vida por ellos. Es lo más sublime del amor. Así se comporta también el Padre celestial que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. El amor que depende del amor de los otros será siempre precario, frágil, infecundo. No es todavía verdadero amor. El auténtico amor es capaz de amar aunque el prójimo le dé aparentemente el derecho de odiar. El amor de verdad tiene la raíz en el fondo primero de toda existencia, que es Dios. El amor pertenece al reino de Dios porque "Dios es amor" (1 Jn 4,8).

Por otra parte, ¿cómo tirar piedras contra nuestros enemigos si en el fondo nosotros nos parecemos a ellos? Ver al prójimo en su intimidad, llegar hasta el fondo de su alma es considerar que tantas veces no es tal vez verdadera maldad la suya, sino fatalidad, herencia, miseria humana. Vernos a nosotros por dentro es percibir que también lo nuestro es muchas veces maldad y miseria humana. Compartimos todos la culpa y miseria común de la humanidad. Es verdad que algunos asesinan con las manos, pero nosotros tal vez asesinamos con el corazón.

Hubo alguien que en la vida no devolvió mal por mal, injuria por injuria, insulto por insulto. Hubo alguien que de esta manera llenó el mundo de luminosidad y bondad. Volvamos los ojos a Él, fijemos nuestra mirada en Él. De seguro que algo comenzará a ser de otra manera en nuestra vida.

Vuestro amigo,

Patricio García Barriuso cmf. (cmfcscolmenar@ctv.es)


12. CLARETIANOS 2003

“Hoy te manda el Señor”.
“Hoy te has comprometido”.
“Hoy se compromete el Señor”

Es interesante releer todo el capítulo 26 del libro del Deuteronomio. Hacer memoria de quién es el Dios en quien creemos. Un Dios que escucha el clamor del que sufre y sale a su encuentro. Un Dios que proporciona suelo y tierra para vivir. Un Dios que insta a repartir con el extranjero, con el huérfano y la viuda....Casi nada!

Yo me pregunto: ¿Qué significa ese “hoy” para nosotros?
El Señor nos sigue sacando de nuestros “egiptos” pero, por dónde anda nuestra respuesta? Podemos decir que “hemos cumplido lo que nos mandó”?

Inmigrantes, pateras, escándalos, sufrimientos, muerte, violencia, guerra, ...... por dónde anda nuestra “perfección”, ésa de la que habla hoy Mateo? Comienza nada más y nada menos diciéndonos que hay que “amar a los enemigos”. Es precisamente en lo que está pensando Bush. Es mucho pedir. Y es irse muy lejos; claro, es más fácil. Pero podemos rebajar esas grandes palabras a dialogar, a buscar puntos de encuentro, a saber escuchar lo que no nos gusta...

¡¡No al rencor, no al odio, no a la guerra!!

Para los cristianos, la liturgia de hoy es exigente.

Nuestra vida intachable (Salmo 118) por quién se juega el tipo?

Felicidades a todas las Hijas de la Caridad. Hoy recordamos a Santa Luisa de Marillac, una mujer que, hace cinco siglos, decía a sus hijas en el reglamento: “por monasterio tendrán las casas de los enfermos. Por habitación una pieza arrendada. Por claustro tendrán las calles donde hay pobres que socorrer...”.

Mila (saneugenio@infonegocio.com)


13. 2001

COMENTARIO 1

vv. 43-48. Ultimo y supremo ejemplo de la limpieza de corazón: el amor a los enemigos. En la frase citada por Jesús al principio, el primer miembro: «amarás a tu prójimo» es cita de Lv 19,18; el segundo: «odiarás a tu enemigo» pertenece a los principios ese­nios (cf. Sal 139,19-22). Para los discípulos no hay lugar a distin­ciones. Ellos, que sufren la persecución (5,10-12), no pueden de­jarse llevar del odio. Sigue la propuesta de las nuevas relaciones humanas, que excluyen en absoluto la violencia. En lugar del odio, el deseo del bien (amor, oración). «Ser hijo de Dios» significa parecerse a él en el modo de obrar (cf. 5,9). Los discípulos tienen por distintivo el amor universal, no pueden conformarse al uso de la sociedad (recaudadores, paganos), que discrimina entre amigos y enemigos.

Con la frase final (48) Jesús descalifica la «perfección» pro­puesta por los letrados, que consistía en la observancia de la Ley. Lo que hace al hombre perfecto (bueno del todo) y semejante al Padre es el amor que no conoce excepciones.


COMENTARIO 2

Jesús continúa analizando la ley antigua y reemplazando cada mandamiento por otro que contenga mayor contenido de amor y de justicia, tal como quiere el Padre. Él sabe que lo único que puede salvar al ser humano es entender que si no se tiene el perdón como punto de partida, jamás se podrá alcanzar una convivencia digna entre seres humanos. De aquí su gran preocupación por la búsqueda de esos valores que quiere el Padre para la humanidad, valores que harán que el ser humano se acerque a la misma perfección de Dios.

Todos los mandamientos que hasta entonces han sido norma de vida para el pueblo y cuya interpretación está en manos de las instituciones oficiales, Jesús los discute y los cuestiona, para luego introducirles otra valoración ética y moral que de verdad sirva para la reconstrucción del mundo. Toda la ley judía empieza a ser reevaluada desde un solo principio: el amor fraterno que empieza a ser realidad, cuando se comprende que todos somos hijos del mismo Padre y por ende hermanos.

Cuando la comunidad cristiana primitiva llegó a comprender que Jesús quería la creación de una sociedad universal, unida a través del amor fraterno, fue capaz de romper todos los distanciamientos que histórica y culturalmente separaban a los seres humanos. Esta idea de la sociedad universal logró superar, inclusive, las exclusividades de los judíos, quienes tenían centrados todos sus principios en torno al círculo cerrado del judaísmo. Para Jesús no bastaba sólo el amor al hermano de carne, de etnia o de cultura. Era necesario extender ese amor a todos los seres humanos, porque de lo contrario el mundo no progresaría. Y se trataba, no de salvar a un grupito, sino de que todas las personas se humanizaran. Esto sería posible sólo en la medida en que todos los seres humanos llegasen a amarse y perdonarse. Sólo en esa misma medida se cumpliría con lo que Dios quería.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


14. 2002

Las sociedades humanas a lo largo de la historia se han construido a partir del principio de intereses de grupos determinados que excluyen todos aquellos que son vistos como amenaza a la existencia propia de dichos grupos. Esta realidad de exclusión puede ser verificada en la actuación de “publicanos” y de “paganos” del pasaje evangélico asignado al día de hoy. Los primeros extienden su acción benéfica a aquellos de quienes reciben beneficios, los segundos expresan su saludo a los de su propia naturaleza.

La antigua legislación israelita no va más allá de este tipo de comportamiento. A los antiguos se ha exigido “amar al prójimo y odiar a los enemigos”.

En realidad sólo la primera parte de la formulación está consignada en la legislación israelita (cf Lv 19,18).

a motivación del texto del Antiguo Testamento indica el sentido de esa ley: “Yo soy el Señor” exige la creación de un espacio de santidad para cada uno de los integrantes del pueblo en orden a realizar una íntima comunión con todos los implicados en la realidad de la Alianza sinaítica. De allí la necesidad de amar al prójimo, entendido como todo integrante del pueblo, beneficiario de la acción salvífica.

Esta comunidad de intereses de los miembros del pueblo permitió interpretar la afirmación como posibilidad y, aún más, como exigencia de animadversión frente a todo aquel que no perteneciera al propio ámbito en cuanto pudiera representar un peligro para el desarrollo de la continuación de la historia de salvación. El “puedes odiar a tu enemigo” se vio así como equivalente a “odiarás a tu enemigo”. Bajo ese título podían entrar los imperios causantes de las dificultades de Israel, los pueblos vecinos e incluso “los impíos” que amenazaban la vida del fiel israelita.

La comunidad cristiana se encuentra también a cada paso con personas que amenazan su existencia. El enemigo está en el horizonte de su existencia y, frecuentemente, ese enemigo puede ser calificado de perseguidor. Sin embargo, para ella Jesús propone una nueva ley que es la culminación de todas las contraposiciones mencionadas previamente. El “mandamiento de amar” a todos debe convertirse en rasgo distintivo de la comunidad de seguidores de Jesús, capaz de expresar su originalidad en la historia humana.

Con ese mandamiento se encierran acciones benéficas que llegan incluso a tener presente al enemigo y perseguidor en la oración, en la súplica de realización de la bendición divina.

La universalización del amor distingue al cristiano del gentil y publicano, primeramente, pero también del integrante del antiguo Israel.

La extensión ilimitada del precepto nace de un descubrimiento de la actuación del Padre de Jesús que es padre de la comunidad (“padre de ustedes”v.45.48) y es padre de cada uno de sus integrantes como se señala a continuación del sermón de la montaña (cf. 6,4.618).

Esta actuación extiende sus beneficios a todos. Como explicitación de esos beneficios aparecen la salida del sol y la lluvia y ellos se hacen en favor no sólo de buenos y justos sino también de malos e injustos. La capacidad de llevar a la perfección sus acciones de modo que no se puedan señalar sus límites hace que la naturaleza “perfecta” o “completa” de ese comportamiento pueda extenderse también al sujeto que realiza esa actuación. Por ello Mateo define al Padre como “perfecto”.

Y esa cualidad divina fundamenta la actuación de cada uno de los integrantes de la comunidad. El nuevo comportamiento brota de un descubrimiento de Dios que en Jesús se ha revelado como Padre. La exigencia del amor a los enemigos brota de la fidelidad a la actuación divina que exige ser “operante de paz” (Mt 5,9) y hacer brillar buenas obras (Mt 5,13) a todo el que quiere ingresar y permanecer en el ámbito de la filiación divina.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


15. DOMINICOS 2003

Conciencia cristiana, conciencia de hijos

Hoy, sábado, concluimos los comentarios litúrgicos semanales en torno a la Palabra  rumiando algunos pensamientos, emociones y compromisos que brotan de una conciencia pobre y enferma en su fidelidad, pero que quiere alcanzar cotas altas en la perfección del amor.

¿Cómo? Haciendo realidad en la oración, en la caridad, en el servicio, en la solidaridad, en la convivencia, en el gozo de la fe, la vivencia de un hecho sublime que nos dignifica y diviniza: somos hijos de Dios.

En nuestra conciencia humana, moral, social, responsable, no cabe título más grande de gloria y dignidad que lo que somos por gracia de Dios: hijos de Dios al lado de Cristo, Hijo del Padre.

Esta conciencia no es conquista de nuestro esfuerzo, herencia de sangre, logro científico, premio al trabajo. Es Don, otorgado en la fe, esperanza y caridad  que nos elevan a formar parte  de la familia de los hijos de Dios.

Cierta prudencia humana se va logrando con experiencias que nos curten.

Sensibilidad de hermanos se puede ir creando en contacto con los sufrimientos, gozos, necesidades de nuestros allegados o semejantes.

Pero conciencia de que somos hijos de Dios, siendo Dios un Padre que nos ama, un Hijo que nos busca y redime, un Espíritu que nos anima, esto no está al alcance de ningún esfuerzo. Es una indescriptible realidad divinizadora la que nos eleva, por gracia,  a esas alturas. Sepamos, pues, cada día, en calidad de hijos, adorar con más fervor, servir con más caridad, multiplicar gestos de misericordia y desprendimiento.

ORACIÓN:

Hoy nos recuerdas, Señor, Dios nuestro, que estamos comprometidos contigo por fidelidad de conciencia. A pesar de nuestras debilidades y miserias, vuelve hacia nosotros una y otra vez tu rostro misericordioso, y haz que los cristianos nos mostremos siempre al mundo como hijos tuyos. Amén.

 

Amar es la ley de los hijos

Libro del Deuteronomio 26, 16-19:

“Moisés habló al pueblo diciendo:

Hoy el Señor tu Dios te manda que cumplas estas leyes y decretos. Guárdalos y cúmplelos con todo el corazón y con toda el alma.

Hoy te has comprometido con el Señor a que Él sea tu Dios; a ir por sus caminos; a observar sus leyes...; y a escuchar su voz.

Y hoy el Señor te compromete a que seas su pueblo propio, como te lo había prometido... Él te elevará por encima de todas las naciones que ha hecho, en gloria, renombre y esplendor...”

El texto del Deuteronomio utiliza un lenguaje clásico en el Antiguo Testamento, con palabras de amistad entre Yhavé y su pueblo elegido, aunque con poca apertura a la paternidad universal de Dios. En su contexto, sus  expresiones de intimidad y mutuo compromiso son admirables, tiernísimas. Retengámoslas y hagámoslas nuestras.

Evangelio según san Mateo 5, 43-48:

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo’. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a loa que os aborrecen, y rezad por los que os persiguen y calumnian.

Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?...Vosotros, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Comparando este texto con el anterior, queda de manifiesto la apertura y la finura de la ley del amor, como ley de vida, que preside toda la doctrina y mensajes de Jesús. Hemos de poseer una conciencia clara de que el amor no tiene límites ni medidas. Porque Dios es amor.

 

Momento de reflexión

Dulce compromiso con el Señor.  

Reparemos en lo que dice el Deuteronomio: el hombre, los israelitas,  se comprometen con el Señor a tenerle por su Dios y a seguir sus caminos, y, en contrapartida, el Señor compromete a ese pueblo elegido a que sea su pueblo en propiedad.

Lenguaje y sello de amistad y fidelidad verdaderamente admirables. Dios mira al pueblo y el pueblo mira a Dios, y ambos se entienden y se aman.

Hoy ¿quién es ese pueblo y quién es ese Dios? Cuanto se dijo en la Escritura es vida en nosotros, personas de fe que vivimos a la escucha de la Palabra y gozamos del encuentro con Jesús.

¿Soy yo mismo vivencialmente quien hoy en la celebración eucarística rubrico mi compromiso con un Dios que me ama y espera? Sea ésa  mi vida y mi gloria.

Compromiso de amor, de puro amor.

Asumido el pensamiento precedente, meditemos ahora cada uno: Dios, Padre celestial, es quien a mí, a cada uno, revela los amplios límites del pacto de amor:

tengo que amar a cuanto Dios ama;

tengo que perdonar como Dios perdona;

tengo que abrir mi corazón incluso a los que me odian, porque el amor de Dios es más grande y fuerte que la misma muerte


16. ACI DIGITAL 2003

43. Odiarás a tu enemigo: Importa mucho aclarar que esto jamás fue precepto de Moisés, sino deducción teológica de los rabinos que "a causa de sus tradiciones habían quebrantado los mandamientos de Dios" (15, 9 ss.; Marc. 7, 7 ss.) y a quienes Jesús recuerda la misericordia con palabras del A. T. (9, 3; 12, 7). El mismo Jesús nos enseña que Yahvé - el gran "Yo soy" - cuya voluntad se expresa en el Antiguo Testamento, es su Padre (Juan 8, 54) y no ciertamente menos santo que El, puesto que todo lo que El tiene lo recibe del Padre (11, 27), al cual nos da precisamente por Modelo de la caridad evangélica, revelándonos que en la misericordia está la suma perfección del Padre (5, 48 y Luc. 6, 35). Esta misericordia abunda en cada página del A. T. y se le prescribe a Israel, no sólo para con el prójimo (Ex. 20, 16; 22, 26; Lev. 19, 18; Deut. 15, 12; 27, 17; Prov. 3, 28, etc.), sino también con el extranjero (Ex. 22, 21; 23, 9; Lev. 19, 33; Deut. 1, 16; 10, 18; 23, 7; 24, 14; Mal. 3, 5, etc.). Véase la doctrina de David en S. 57, 5.

Lo que hay es que Israel era un pueblo privilegiado, cosa que hoy nos cuesta imaginar, y los extranjeros estaban naturalmente excluidos de su comunidad mientras no se circuncidaban (Ex. 12, 43; Lev. 22, 10; Núm. 1, 51; Ez. 44, 9), y no podían llegar a ser sacerdote, ni rey (Núm. 18, 7; Deut. 17, 15), ni casarse con los hijos de Israel (Ex. 34, 16; Deut. 7, 3; 25, 5; Esdr. 10, 2; Neh. 13, 27). Todo esto era ordenado por el mismo Dios para preservar de la idolatría y mantener los privilegios del pueblo escogido y teocrático (cf. Deut. 23, 1 ss.), lo cual desaparecería desde que Jesús aboliese la teocracia, separando lo del César y lo de Dios. Los extranjeros residentes eran asimilados a los israelitas en cuanto a su sujeción a las leyes (Lev. 17, 10; 24, 16; Núm. 19, 10; 35, 15; Deut. 31, 12; Jos. 8, 33); pero a los pueblos perversos como los amalecitas (Ex. 17, 14; Deut. 25, 19), Dios mandaba destruirlos por ser enemigos del pueblo Suyo (cf. S. 104, 14 ss. y nota). ¡Ay de nosotros si pensamos mal de Dios (Sab. 1, 1) y nos atrevemos a juzgarlo en su libertad soberana! (cf. S. 147, 9 y nota). Aspiremos a la bienaventuranza de no escandalizarnos del Hijo (11, 6 y nota) ni del Padre (Juec. 1, 28; 3, 22; I Rey. 15, 2 ss). "Cuidado con querer ser más bueno que Dios y tener tanta caridad con los hombres, que condenemos a Aquel que entregó su Hijo por nosotros

44. Como se ve, el perdón y el amor a los enemigos es la nota característica del cristianismo. Da a la caridad fraterna su verdadera fisonomía, que es la misericordia, la cual, como lo confirmó Jesús en su Mandamiento Nuevo (Juan 13, 34 y 15, 12), consiste en la imitación de su amor misericordioso. El cristiano, nacido de Dios por la fe, se hace coheredero de Cristo por la caridad (Lev. 19, 18; Luc. 6, 27; 23, 34; Hech. 7, 59; Rom. 12, 20).

48. Debe notarse que este pasaje se complementa con el de Luc. 6, 36. Aquí Jesús nos ofrece como modelo de perfección al Padre Celestial, que es bueno también con los que obran como enemigos suyos, y allí se aclara y confirma que, en el concepto de Jesús, esa perfección que hemos de imitar en el divino Padre, consiste en la misericordia (Ef. 2, 4; 4, 32; Col. 3, 13). Y ¿por qué no dice aquí imitar al Hijo? Porque el Hijo como hombre es constante imitador del Padre, como nos repite tantas veces Jesús (Juan, 5, 19 s. y 30; 12, 44 s. y 49; etc.), y adora al Padre, a quien todo lo debe. Sólo el Padre no debe a nadie, porque todo y todos proceden de El (Juan 14, 28.).


17.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «La Ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante» (Sal 18,8).

Colecta (Veronense): «Dios, Padre eterno, vuelve hacia Ti nuestros corazones, para que, consagrados a tu servicio, no busquemos sino a Ti, lo único necesario, y nos entreguemos a la práctica de las obras de misericordia».

Comunión: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48).

Postcomunión: «Asiste, Señor, con tu ayuda continua, a los que alimentas con la Eucaristía; y a cuantos has iluminado con el don de tu palabra, acompáñales siempre con el consuelo de tu gracia».

Deuteronomio 26,16-19: Serás un pueblo consagrado al Señor tu Dios. Para esto es necesario cumplir en todo momento la ley del Señor, su voluntad. Dios exigió a su pueblo elegido, por la alianza, la fidelidad, la adhesión total cuyo signo es la obediencia a sus mandatos. La recompensa a esa fidelidad era precisamente ser el pueblo santo del Señor.

La alianza es una realidad siempre actual. No se trata de vivir dentro de la economía antigua; pero el pasado nos sirve para definir mejor el presente, puesto que las maravillas pasadas no cesan de renovarse en la actualidad.

En cada uno de los fieles vuelve a activarse el drama del desierto, con sus beneficios y sus murmuraciones, sus bendiciones y sus alternativas; a cada uno le corresponde, por tanto escoger entre amar a Dios y obedecerle o  desobedecerle y olvidarle. La recompensa prometida por Dios a quienes le sirven y le obedecen es la vida feliz y la gloria. Así pues, la ley no es tanto una serie de preceptos cuanto una actitud religiosa: «Yo seré para ti tu Dios y tú serás para Mí mi pueblo».

 El cristiano no puede dar razón de su fe sino poniendo de manifiesto en su comportamiento presente la referencia a un acontecimiento original, que es la gratuidad de la elección de Dios en Jesucristo, lugar de la nueva alianza y cumplimiento de la promesa. San Ireneo dice:

«Quienes se hallan en la luz no son los que iluminan a la luz, sino que es ésta la que los ilumina a ellos; ellos no dan nada a la luz sino que reciben su beneficio, pues se ven iluminados por ella. Así sucede con el servir a Dios, que a Dios no  le da nada, ya que Dios no tiene necesidad de los servicios humanos; Él, en cambio, otorga la vida, la incorrupción, la gloria eterna a los que le siguen y le sirven» (Contra las herejías 4,14,1).

–Dios nos pide que guardemos sus preceptos, que sigamos sus caminos, pues ello redunda en bien nuestro. Así nos lo confirma el Salmo 118: «Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón. Tú promulgas tus decretos, para que se observen exactamente;  ojalá esté firme mi camino, para cumplir tus consignas. Te alabaré con sincero corazón, cuando aprenda tus justos mandamientos; quiero guardar tus leyes exactamente, Tú no me abandones».

San Ireneo continúa diciendo:  

«Ni nos mandó que lo siguiéramos porque necesitase de nuestro servicio, sino para salvarnos a nosotros mismos. Porque seguir al Salvador equivale  a participar de la salvación y seguir a la luz es lo mismo que quedar iluminado... Por eso Él requiere de los hombres que lo sirvan, para beneficiar a los que perseveran en su servicio, ya que Dios es bueno y misericordioso. Pues en la misma medida en que Dios no carece de nada, el hombre se halla indigente de la comunión con Dios.» (Ibid.)

Mateo 5,43-48: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. La ley suprema de Dios, que ya vimos se encuentra en el Antiguo Testamento: «sed santos como santo soy yo» se confirma aún más en el Nuevo Testamento, con Jesucristo, que nos dice que imitemos a nuestro Padre celestial, que es perfecto. La perfección de la caridad se manifiesta ante todo en el amor a los enemigos. Comenta San Agustín:

«Comprende las circunstancias y sé prudente. ¿Cuántos blasfeman contra tu Dios? Oyéndolo tú, ¿no lo oye Él? Lo sabes tú, y ¿lo ignora Él? Y con todo hace salir el sol sobre los buenos y los malos, y hace llover sobre los justos e injustos (Mt 5,45). Muestra su paciencia, difiriendo el ejercicio de su poder. Reconoce tú también las circunstancias y no dejes que los ojos se enciendan enojados... Tienes algo que hacer. Evita los altercados y dedícate a la oración. No devuelvas insulto por insulto, antes bien ora por quien te insulta. Ya que le quieres, habla a Dios por él... Abre tú los ojos a la luz; tú, envuelto en tinieblas, reconoce al hermano que está fuera de ellas... Ante el Padre tenemos una sola voz: “Padre nuestro que estás en los cielos...” ¿Por qué no tener también una misma paz?» (Sermón 357,4).


18. DOMINICOS 2004

"Amad a vuestros enemigos"

La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Deuteronomio 26,16-19
Hoy te manda el Señor, tu Dios, poner por obra estos preceptos y mandatos. Guárdalos y ponlos en práctica con todo tu corazón y toda tu alma. Hoy has comprometido al Señor para que sea tu Dios, a condición de seguir sus caminos, guardar sus mandamientos, leyes y preceptos y obedecer su voz. Y el Señor te ha comprometido a ti para que seas su pueblo propio, como te ha dicho, a condición de que observes sus mandamientos.

Él te elevará sobre todas las naciones -como ya lo ha hecho- en gloria, fama y honor, y serás un pueblo consagrado al Señor, tu Dios, como él te lo ha dicho».

Evangelio: Mateo 5,43-48
«Sabéis que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.

Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos.

Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de especial? ¿No hacen eso también los paganos? Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».


Reflexión para este día
“Te has comprometido con el Señor a que Él sea tu Dios y a ir por sus caminos”.
El pueblo de Dios no acababa de afianzarse en lo que Dios le exigía y esperaba de él. Los israelitas no acababan de decidirse por la fidelidad al Dios de la Alianza. Moisés, portavoz de Dios, se siente preocupado e insiste a todos los creyentes para que se vuelvan a Dios y vivan conforme a sus preceptos: “Moisés habló al pueblo diciendo: Hoy te manda el Señor que cumplas estas leyes y decretos; guárdalos y cúmplelos de todo corazón. Ese es tu compromiso con el Señor”. Si el creyente acepta y vive ese camino indicado por Dios, está enraizado y viviendo en el corazón de la Alianza divina, en el Pacto de amor que Dios ha establecido con la humanidad.

Jesucristo nos sugiere un paso más en el amor. Quiere llevarnos a la plenitud de la Ley, de su Mandato nuevo y definitivo. Jesús nos revela que la Ley suprema de Dios es acoger y vivir en armonía con nuestro Padre del cielo, que “es Perfecto, que es Amor”. Ama a todas las personas, porque son personas. Es una de las revelaciones más significativas y distintivas del Mensaje de Jesús: “Yo, en cambio os digo: Amad a vuestro enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo”.

Este mensaje de Jesús desautoriza todos los fundamentalismos excluyentes, partidistas y las discriminaciones. Nos ilumina para no confundir los desacuerdos ideológicos, las diferencias religiosas, culturales..., con la dignidad de cada persona. San Agustín lo resumía con estas palabras: “Odio, rechazo al pecado, a los errores, pero amor al pecador, al equivocado”. Jesús apela a la sabiduría y bondad del Padre común: “Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Para los cristianos, estas palabras de Jesús son el camino a recorrer cada día.


19. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Hace pocos días celebré la eucaristía con una pequeña comunidad cristiana de Santiago de Cuba. El evangelio era precisamente el mismo de hoy. El responsable de la comunidad me dijo: “Insiste mucho en el perdón. Aquí hay mucho resentimiento”. Hablando con unos y otros, me di cuenta de que el odio más peligroso es el que nunca se expresa, el que parece haberse diluido en la bodega de nuestro inconsciente. Pero está ahí, pronto a devorar a otros y a devorarnos a nosotros mismos. El “odio” es siempre una finca pendiente de evangelización en el amplio terreno de nuestra personalidad.

El evangelio de Jesús llega hasta esa finca recóndita. A los musulmanes, el amor a los enemigos les parece un precepto ético excesivo, reservado a unos pocos santos. A Gandhi, por el contrario, era lo que más le agradaba de Jesús. ¿Y a nosotros?

No merece la pena insistir sobre la obligación cristiana de amar a los enemigos. Presentada así, como una obligación, resulta incomprensible y casi despreciable. El itinerario que Jesús propone es partir de la propia experiencia en relación con Dios. Nosotros somos amados por el Padre, incluso cuando hemos actuado como enemigos. Sobre nosotros ha salido cada día de nuestra vida el sol de un amor inmarcesible. ¿Quién se atreve a no amar a los enemigos cuando ha sido inundado por un amor que de ninguna manera merece? Jesús lo dice de otras muchas maneras: “A quien mucho se le perdona, mucha ama”.

Vuestro hermano en la fe:

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


20.

 Comentario: Rev. D. Mn. Joan Costa i Bou (Barcelona, España)

«Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan»

Hoy, el Evangelio nos exhorta al amor más perfecto. Amar es querer el bien del otro y en esto se basa nuestra realización personal. No amamos para buscar nuestro bien, sino por el bien del amado, y haciéndolo así crecemos como personas. El ser humano, afirmó el Concilio Vaticano II, «no puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás». A esto se refería santa Teresa del Niño Jesús cuando pedía hacer de nuestra vida un holocausto. El amor es la vocación humana. Todo nuestro comportamiento, para ser verdaderamente humano, debe manifestar la realidad de nuestro ser, realizando la vocación al amor. Como ha escrito Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente».

El amor tiene su fundamento y su plenitud en el amor de Dios en Cristo. La persona es invitada a un diálogo con Dios. Uno existe por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva, «y sólo puede decirse que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente este amor y se confía totalmente a su Creador» (Concilio Vaticano II): ésta es la razón más alta de su dignidad. El amor humano debe, por tanto, ser custodiado por el Amor divino, que es su fuente, en él encuentra su modelo y lo lleva a plenitud. Por todo esto, el amor, cuando es verdaderamente humano, ama con el corazón de Dios y abraza incluso a los enemigos. Si no es así, uno no ama de verdad. De aquí que la exigencia del don sincero de uno mismo devenga un precepto divino: «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).


21. Llamados a la santidad

La santidad, amor creciente a Dios y a los demás por Dios, podemos y debemos adquirirla en las cosas de todos los días, que se repiten muchas veces, con aparente monotonía. “Para la gran mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el trabajo, santificarse en su trabajo y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el camino de sus vidas"

I. Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5, 48), nos dice el Evangelio de la Misa. El Señor no sólo se dirige a los Apóstoles sino a todos los que quieren ser de verdad sus discípulos. Para todos, cada uno según sus propias circunstancias, tiene el Señor grandes exigencias. El Maestro llama a la santidad sin distinción de edad, profesión, raza o condición social. Esta doctrina del llamamiento universal a la santidad, es, desde 1928, por inspiración divina, uno de los puntos centrales de la predicación de San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, quien ha vuelto a recordar que el cristiano, por su Bautismo, está llamado a la plenitud de la vida cristiana, a la santidad. Más tarde, el Concilio Vaticano II ha ratificado para toda la Iglesia esta vieja doctrina evangélica: el cristiano está llamado a la santidad, desde el lugar que ocupa en la sociedad. Hoy podemos preguntarnos si nos basta solamente con querer ser buenos, sin esforzarnos decididamente en ser santos.

II. La santidad, amor creciente a Dios y a los demás por Dios, podemos y debemos adquirirla en las cosas de todos los días, que se repiten muchas veces, con aparente monotonía. “Para la gran mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el trabajo, santificarse en su trabajo y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el camino de sus vidas” (Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 55) Santificar el trabajo: bien hecho, cumpliendo en forma fidelísima la virtud de la justicia y afán constante por mejorar profesionalmente. Santificarnos en el trabajo: Nos llevará a convertirlo en ocasión y lugar de trato con Dios, ofreciéndolo a Él, y viviendo las virtudes humanas y sobrenaturales. Santificar a los demás con el trabajo: El trabajo puede y debe ser medio para dar a conocer a Cristo a muchas personas si somos ejemplares en la manera cristiana de actuar, llena de naturalidad y de firmeza.

III. La Iglesia nos recuerda la tarea urgente de estar presentes en medio del mundo, para conducir a Dios todas las realidades terrenas. Así lo hicieron los primeros cristianos. Esto sólo será posible si nos mantenemos unidos a Cristo mediante la oración y los sacramentos. El Señor pasó su vida en la tierra haciendo el bien (Hechos 10, 38). El cristiano ha de ser “otro Cristo”. Esta es la gran fuerza del testimonio cristiano. Pidamos a Nuestra Madre que nos ayude ser testigos de su Hijo, mientras nos esforzamos en buscar la santidad en nuestras circunstancias personales.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


22. Generosidad

La generosidad es una de las virtudes fundamentales del cristiano. La generosidad es la virtud que nos caracteriza en nuestra imitación de Cristo, en nuestro camino de identificación con Él. Esto es porque la generosidad no es simplemente una virtud que nace del corazón que quiere dar a los demás, sino la auténtica generosidad nace de un corazón que quiere amar a los demás. No puede haber generosidad sin amor, como tampoco puede haber amor sin generosidad. Es imposible deslindar, es imposible separar estas dos virtudes.

Autor: P. Cipriano Sánchez
2 Co 8, 1-9
Mt 5, 43-48

La generosidad es una de las virtudes fundamentales del cristiano. La generosidad es la virtud que nos caracteriza en nuestra imitación de Cristo, en nuestro camino de identificación con Él. Esto es porque la generosidad no es simplemente una virtud que nace del corazón que quiere dar a los demás, sino la auténtica generosidad nace de un corazón que quiere amar a los demás. No puede haber generosidad sin amor, como tampoco puede haber amor sin generosidad. Es imposible deslindar, es imposible separar estas dos virtudes.

¿Qué amor puede existir en quien no quiera darse? ¿Y qué don auténtico puede existir sin amor? Esta unión, esta intimidad tan estrecha entre la generosidad y la misericordia, entre la generosidad y el amor, la vemos clarísimamente reflejada en el corazón de nuestro Señor, en el amor que Dios tiene para cada uno de nosotros, y en la forma en que Jesucristo se vuelca sobre cada una de nuestras vidas dándonos a cada uno todo lo que necesitamos, todo lo que nos es conveniente para nuestro crecimiento espiritual.

Este darse de Cristo lo hace nuestro Señor a costa de Él mismo. Como diría San Pablo: “Bien saben lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hiciesen ricos con su pobreza”. Ésta es la clave verdadera del auténtico amor y de la auténtica generosidad: el hacerlo a costa de uno.

En el fondo, podríamos pensar que esto es algo negativo o que es algo que no nos conviene. ¡Cómo voy yo a entregarme a costa mía! ¡Cómo voy yo a darme o a amar a costa mía! Sin embargo, es imposible amar si no es a costa de uno, porque el auténtico amor es el amor que es capaz de ir quebrando los propios egoísmos, de ir rompiendo la búsqueda de sí mismo, de ir disgregando aquellas estructuras que únicamente se preocupan por uno mismo. ¡Qué diferente es la vida, qué diferente se ve todo cuando en nuestra existencia no nos buscamos a nosotros y cuando buscamos verdadera y únicamente a Dios nuestro Señor! ¡Cómo cambian las prioridades, cómo cambia el entendimiento que tenemos de toda la realidad y, sobre todo, cómo aprendemos a no conformarnos con amar poquito!

Esto es lo que nuestro Señor nos dice en el Evangelio: “Antiguamente se decía: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo”. Esto es amar poquito, amar con medida, amar sin darse totalmente a todos los demás. Podríamos nosotros también ser así: personas que aman no según el amor, sino según sus conveniencias; no según la entrega, sino según los propios intereses. Cuando Cristo dice: “Si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso también los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso también los paganos?”, lo que nos está diciendo: ¿no hacen eso también aquellos a los que solamente les interesa la conveniencia o el dinero? Te doy, porque me diste; te amo porque me amaste.

El cristiano tiene que aprender a abrir su corazón verdaderamente a todos los que lo rodean, y entonces, las prioridades cambian: ya no me preocupo si esto me interesa o no; la única preocupación que acabo por tener es si me estoy entregando totalmente o me estoy entregando a medias; si estoy dándome, incluso a costa de mí mismo, o estoy dándome calculándome a mí mismo. En el fondo, estos dos modelos que aparecen son aquellos que, o siguen a Cristo, o se siguen a sí mismos.

Ser perfectos no es, necesariamente, ser perfeccionistas. Ser perfectos significa ser capaces de llevar hasta el final, hasta todas las consecuencias el amor que Dios ha depositado en nuestro corazón. Ser perfecto no es terminar todas las cosas hasta el último detalle; ser perfecto es amar sin ninguna medida, sin ningún límite, llegar hasta el final consigo mismo en el amor.

Para todos nosotros, que tenemos una vocación cristiana dentro de la Iglesia, se nos presenta el interrogante de si estamos siendo perfeccionistas o perfectos; si estamos llegando hasta el final o estamos calculando; si estamos amando a los que nos aman o estamos entregándonos a costa de nosotros mismos.

Estas preguntas, que en nuestro corazón tenemos que atrevernos a hacer, son las preguntas que nos llevan a la felicidad y a corresponder a Dios como Padre nuestro, y, por el contrario, son preguntas que, si no las respondemos adecuadamente, nos llevan a la frustración interior, a la amargura interior; nos llevan a un amor partido y, por lo tanto, a un amor que no satisface el alma.

Pidámosle a Jesucristo que nos ayude a no fragmentar nuestro corazón, que nos ayude a no calcular nuestra entrega, que nos ayude a no ponernos a nosotros mismos como prioridad fundamental de nuestro don a los demás. Que nuestra única meta sea la de ser perfectos, es decir, la de amar como Cristo nos ama a nosotros


23. 2004

LECTURAS: DEUT 26, 16-19; SAL 118; MT 5, 43-48

Deut. 26, 16-19. Dios, por medio de su Hijo, nos ha consagrado como pueblo suyo. Esto se ha hecho realidad en cada uno de nosotros por medio del Bautismo. En Cristo nosotros hemos sido elevados en gloria, renombre y esplendor no sólo por encima de todas las naciones que ha hecho el Señor, sino por encima incluso de los mismos ángeles. Pero no basta con haber sido hechos hijos de Dios; es necesario permanecerle fieles al Señor escuchando su Palabra y poniéndola en práctica. Sólo así podremos decir que tenemos a Dios por Padre. Pero, puesto que somos frágiles y fácilmente inclinados al pecado, el Señor ha enviado a nuestros corazones su Espíritu Santo, que nos ayude a permanecerle fieles y a dar testimonio de su amor y de su misericordia ante todas las naciones. Por eso, en el camino de nuestra fidelidad a Dios, no confiamos en nuestras débiles fuerzas, sino en Dios que fortalece y nos hace salir más que victoriosos sobre nuestros enemigos. En esta Cuaresma renovemos nuestra fe y confianza en Dios, poniendo en Él toda nuestra vida y nuestro camino hacia la salvación eterna.

Sal. 118. Dios nos ha revelado su voluntad para que, al cumplirla con amor, le manifestemos nuestro amor siempre fiel. Dios quiere conducirnos conforme a sus mandatos para que lleguemos a la posesión de los bienes definitivos. Cómo quisiéramos que nuestros pasos jamás se desviaran del camino recto. Pero, dada nuestra fragilidad, acudimos al Señor para pedirle que no nos abandone, que no nos deje caminar solos, sino que nos fortalezca con su gracia para que podamos permanecer firmes en el camino del bien. Entonces no seremos nosotros solos, sino la gracia de Dios con nosotros lo que hará que el Reino de Dios llegue en nosotros a su plenitud.

Mt. 5, 43-48. Jamás podremos decir que hemos hecho bastante en el camino de perfección. Jamás podemos sentarnos a contemplar lo que hemos avanzado y pensar que ya es suficiente. Cuando lleguemos a la misma perfección de Dios, cuando no sea posible ir más allá y el retroceder sea imperfección, entonces podremos entrar en el descanso eterno, el descanso del mismo Dios. Cristo nos pone en el horizonte final de nuestras esperanzas el llegar a ser perfectos como el Padre Dios es perfecto. Mientras caminamos y nos llenamos cada vez más de Dios debemos amar y perdonar como Dios nos ha amado y perdonado. Debemos trabajar por la conversión, incluso, de aquellos que nos ofendieron. No podemos vivir al margen del camino de Cristo en quien Dios se manifestó como un Padre amoroso, misericordioso y lleno de ternura para con nosotros, sus hijos. Efectivamente san Pablo nos dice: El amor de Dios por nosotros se manifestó en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros. Quien ame a su prójimo como Dios nos ha amado, habrá llegado a la perfección en el amor. Dios nos conceda, por lo menos, avanzar un poco más en este camino que Dios quiere que sigamos tras las huellas de Cristo en esta Cuaresma que nos conduce a la Pascua.

Cristo nos ganó para sí porque nos perdonó. Si quieres ganar a tu enemigo no puedes vivir odiándolo. La salvación Dios la ha escrito en clave de perdón. Si tú amas a tu enemigo podrás levantarte victorioso sobre él porque con el amor vencerás al odio y conquistarás a aquel que se había levantado en contra tuya. Esto es lo que Dios hizo con nosotros. La Eucaristía que estamos celebrando celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, porque nos amó, a nosotros pecadores; y nos amó hasta el extremo. Quienes participamos de la Eucaristía no sólo venimos a rendirle culto a Dios; venimos para dejarnos amar y salvar por Él. Dios nos ofrece su amor, ojalá y lo aceptemos en nuestra vida.

Habiendo sido amados y perdonados por Dios y teniéndolo con nosotros, Él nos envía para que vayamos y hagamos nosotros lo mismo con los demás. Si queremos un mundo más fraterno y más en paz no podemos amar sólo a los que nos aman. Si queremos que desaparezcan los odios en el mundo, nosotros hemos de ser los primeros en salir al encuentro de quienes nos ofendieron y ofrecerles el perdón. Pero puesto que la conversión del corazón no es obra del hombre, sino la obra de Dios en el hombre, debemos orar unos por otros para que Dios lleve a buen término esa su obra salvadora en nosotros. Si así lo hacemos estaremos dando testimonio de que en verdad el amor de Dios habita en nosotros. Aprovechemos este tiempo de preparación para celebrar la Pascua para volver al Señor; para pedirle que nos ayude a renunciar a todo aquello que nos divide o nos levanta con gesto amenazador contra nuestro prójimo. Seamos constructores de la paz y de la unidad en el mundo. Trabajemos para que todos lleguemos a ser hijos de Dios, caminando constantemente hacia nuestra perfección en el Señor. Sólo entonces, cuando vivamos fraternalmente unidos en Cristo, el mundo creerá realmente que Dios es nuestro Padre, pues viviremos como hermanos, libres de todo aquello que nos impide caminar en el auténtico amor.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vernos y amarnos como hermanos, libres de odios y luchando por conservar en nosotros la paz, fortalecidos por el Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones. Amén.

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24. ARCHIMADRID 2004

LOS QUE MANDAN… Y LOS QUE OBEDECEN

“Hoy te manda el Señor, tu Dios, que cumplas estos mandatos y decretos. Guárdalos y cúmplelos con todo el corazón v con toda el alma.” Parece que uno de los signos más relevantes de la libertad, en nuestros días, es el desacato ante cualquier viso de autoridad. Lo que ocurre es que hemos confundido la antigua distinción entre “potestas” y “autoritas”. Mientras que la primera hace referencia al “ordeno y mando, porque lo digo yo”; la segunda alude a la confianza y respeto que emanaba del maestro, y que los educandos depositaban sin más en su preceptor por la fuerza y seguridad que salían de sus palabras. Da la impresión, por tanto, de que son pocos los que hoy día pueden enseñar con semejantes requisitos, ya que parece imperar con más facilidad el hacer “razonar” con la fuerza, que no con el magisterio del legislador.

También recordamos algunos pasajes del Evangelio, en los que se nos dice que se reconocía en Jesús la autoridad que procedía de sus palabras. La gente se admiraba de su enseñanza porque: “nadie antes había hablado como Él”. Quizás, tendríamos que retrotraernos hasta el mismo Deuteronomio, que nos presenta la primera lectura de hoy, para descubrir tal semejanza. En Cristo se revela el misterio de Dios para que, tú y yo, sepamos, con verdadera certeza, a quién hay que hacer caso. Por eso, la obediencia a Jesús no es un mero sometimiento servil, sino que significa participar del mismo querer divino. Si Dios nos ha dado la existencia, la esclavitud aparece cuando rompemos nuestra alianza y compromiso con Él.

En el orden político y social observamos, en muchas ocasiones, esas actitudes de opresión, manipulación y tiranía que se ejerce sobre las personas. ¡Qué difícil resulta mostrar los acontecimientos, promesas y ofrecimientos desde la verdad!… Es más, parece que la mentira se convierte en aliada de esos mecanismos de conducta que pretenden dirigirlo todo. Se miente a conciencia para obtener resultados, independientemente de las consecuencias. Además, resulta, no sólo tentador, sino eficaz, hacerlo de esta manera. ¿Por qué, entonces, hay tantos que “comulgan” con semejantes “ruedas de molino”?

“Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón”. El Salmo vuelve a repetirnos lo mismo. Por tanto, ya se ve que no se trata de un mero capricho, sino que ponemos en juego nuestra propia vida y el sentido de nuestra existencia. ¡No tengamos vergüenza de abandonarnos en manos Dios, y que otros lo vean!… sólo de esta manera estaremos dando un verdadero testimonio de que Cristo es el camino, la verdad y la vida.

“Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. La perfección de la que nos habla Jesús en el Evangelio de hoy, no tiene nada que ver con el “perfeccionismo” que a veces observamos en algunos y, más que ser una virtud, llega a convertirse en una cierta obsesión enfermiza. A lo que nos invita el Señor es a la perfección en el Amor; y de esto, estate seguro, Dios entiende mucho. Si no, ¿quién es capaz de decirnos que amemos a nuestros enemigos y, más tarde, pedir a su Padre, desde la Cruz, que perdone a aquellos que lo han crucificado?… De esta manera obedeció Cristo a su Padre (muriendo por amor); y, de esta forma, hemos de obedecer tú y yo (haciendo morir a nuestra soberbia, para que sólo Cristo viva).


25.

Comentario: Rev. D. Joan Carles Montserrat i Pulido (Sabadell-Barcelona, España)

«No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores»

Hoy vemos cómo avanza la Cuaresma y la intensidad de la conversión a la que el Señor nos llama. La figura del apóstol y evangelista Mateo es muy representativa de quienes podemos llegar a pensar que, por causa de nuestro historial, o por los pecados personales o situaciones complicadas, es difícil que el Señor se fije en nosotros para colaborar con Él.

Pues bien, Jesucristo, para sacarnos toda duda nos pone como primer evangelista el cobrador de impuestos Leví, a quien le dice sin más: «Sígueme» (Lc 5,27) Con él hace exactamente lo contrario de lo que una mentalidad “prudente” pudiera considerar. Si hoy queremos aparentar ser “políticamente correctos”, Leví —en cambio— venía de un mundo donde padecía el rechazo de todos sus compatriotas, ya que se le consideraba, sólo por el hecho de ser publicano, colaboracionista de los romanos y, posiblemente, defraudador por las “comisiones”, el que ahogaba a los pobres para cobrarles los impuestos, en fin, un pecador público.

A los que se consideraban perfectos no se les podía pasar por la cabeza que Jesús no solamente no los llamara a seguirlo, sino ni tan sólo a sentarse en la misma mesa.

Pero con esta actitud de escogerlo, Nuestro Señor Jesucristo nos dice que más bien es este tipo de gente de quien le gusta servirse para extender su Reino; ha escogido a los malvados, a los pecadores, a los que no se creen justos: «Para confundir a los fuertes, ha escogido a los que son débiles a los ojos del mundo» (1Cor 1,27). Son éstos los que necesitan al médico, y sobre todo, ellos son los que entenderán que los otros lo necesiten.

Hemos de huir, pues, de pensar que Dios quiere expedientes limpios e inmaculados para servirle. Este expediente sólo lo preparó para Nuestra Madre. Pero para nosotros, sujetos de la salvación de Dios y protagonistas de la Cuaresma, Dios quiere un corazón contrito y humillado. Precisamente, «Dios te ha escogido débil para darte su propio poder» (San Agustín). Éste es el tipo de gente que, como dice el salmista, Dios no menosprecia.


26. Fray Nelson Sábado 19 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Serás un pueblo consagrado al Señor, tu Dios * Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto.

1. Dios quiere ser tu Dios
1.1 "Hoy has oído al Señor declarar que él será tu Dios" nos dice el Deuteronomio. ¡Qué cosa admirable! ¡Cuánto pasma ver a Dios buscando alianza con el hombre!

1.2 Es bueno y santo ejercicio preguntarse por qué nos ama Dios. Supe de un sacerdote que transformó su vida a partir de una hermosa reflexión: "hay un hombre en una cruz...". El hombre en busca de Dios es un despliegue de sinceridad y una aventura de audacia y grandeza. Dios en busca del hombre es un espectáculo de piedad y un camino de gracia y misericordia sin límites.

1.3 Los términos de la invitación que hace Dios al hombre llevan un tono que nos puede parecer extraño: son los mandamientos. Hay dos modos de entender esto: primero, pensar que Dios es un ser fastidioso que pone demasiadas condiciones para dar su amistad; segundo, Dios ha pensado en nuestro bien antes que nosotros mismos lo hayamos hecho, y esos mismos mandamientos son señal de su búsqueda de nuestro bien.

1.4 Ahora bien, lo primero es imposible porque Dios no tiene ninguna necesidad de poner condiciones sencillamente porque no necesita de nosotros. No le agregamos nada. Nos ha creado, como dice hermosamente la liturgia, "para tener en quien depositar sus bendiciones", así que no tiene necesidad de poner condiciones a quienes no le hacen falta. Sólo su amor por nosotros hace que le hagamos falta y que se interese por nosotros, y eso, con otro lenguaje significa: nos manda lo que nos manda porque nos ama, sólo porque nos ama y piensa en nuestro bien.

2. "Amen a sus enemigos"
2.1 Ama a tu enemigo: es el único modo de mostrar que no padeces su misma enfermedad.

2.2 Ama a tu enemigo: así separarás a tu enemigo de su enemigo, que es también tu enemigo, y se llama pecado.

2.3 Ama a tu enemigo: construye con él una historia que les permita mirar en la misma dirección y decir un día: "eso" pretendía destruirnos, pero "nosotros" vencimos.

2.4 Ama a tu enemigo: es muy feo que las garras peludas del demonio te muevan como se mueve un peón en el ajedrez. No des espacio al odio.

2.5 Ama a tu enemigo: muestra que eres mayor y mejor que lo que se dice de ti. Y luego, guarda silencio para que la Verdad grite la verdad.


27. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

La quinta como la sexta antítesis no buscan modificar dejando intacto lo esencial de la ley mosaica. Simplemente, se deroga y se sustituye por una actitud opuesta que abre otro horizonte ético del ser humano, el horizonte del reino de Dios. No se trata pues, de “culminar” la Ley como en las cuatro primeras antítesis sino de derogarla.

El nuevo horizonte ético del reino de Dios tiene su principio en Dios mismo “que hace salir su sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos”, planteando de esta manera una ruptura con el “trato” diferenciado y discriminador. Ahora se trata de ir más allá. Los dos ejemplos siguientes lo muestran claramente. No hay ninguna novedad si reaccionamos según sea el tratamiento que recibimos. Así lo enseñaban los rabinos judíos. Tal enseñanza se negaba a ver en la ley la obligación de ir más allá. Amar a los enemigos no está dicho en ninguna ley mosaica. La crítica de Mateo a la ética judía dominante es evidente y no deja de ser un “atrevimiento” para alguien que como Mateo se haya en la más genuina tradición de Israel. ¿Nos encontramos ante una novedad ética en la comunidad judía-cristiana frente a la ética de los rabinos judíos de su tiempo? ¿Qué implicaciones tiene esta diferencia para las relaciones posteriores entre judaísmo y cristianismo? Son preguntas que nos llevan a la originalidad misma del mensaje y de la práctica de Jesús de Nazaret, que si bien es cierto, se halla dentro de Israel, la comunidad discipular que se derivó de él, sí se dirigió al mundo “pagano”, lo que no podía hacerse si introducir cambios a la vez profundos y sutiles. Quizá las seis antítesis de Mateo, y particularmente las dos últimas, se encuentran en esta dirección.

Amar a los enemigos, pertenece ya a la “ley” de Jesús. Indica una contradicción a la ley mosaica, o por lo menos la desafía de una manera ostensible que hace muy difícil, si no imposible, tomarla como culminación de aquella. Estamos entonces en el ámbito de la “justicia más abundante que la de los escribas y fariseos” (Mt 5,20). Enseñar y resaltar “cuidadosamente” la diferencia es también propósito de un catequeta a carta cabal como lo es Mateo. Sustituir una normatividad, entendida hasta el momento como Ley de Dios, por una nueva, no deja de tener sus riesgos, sus crisis y sus conflictos.

Nos encontramos no ya ante un añadido o culminación, sino de un “no” dirigido a lo mandado previamente por la interpretación rabínica de la Ley. Jesús enseña a la comunidad discipular a rechazar el odio al enemigo sustituyéndolo por su contrario: el amor.

¿Puede ser el amor una “ley”? Aquí hay un impasse, no tanto porque se trate de una “ley” que la sociedad actual admita en teoría pero no cumpla en la práctica, sino porque se trata de una “ley” que no reconocemos como tal, ni en la ley de Moisés, ni en la de Jesús. ¿Será “ley” propiamente dicha amar al enemigo, presentar la otra mejilla, darle el manto al que me roba la túnica? Obvio que este tipo de legislación no se encuentra en ningún código civil. Entonces, ¿para qué este mandato de Jesús? Si hubiera que tomarlo como precepto, la “ley” que comprendiera tal precepto sería de una radicalidad desconcertante. Definitivamente, percibimos una enorme distancia entre Moisés y Jesús. Nos hallamos frente a la nueva ética del reino de Dios en oposición a la ética establecida. Lo “establecido” significa que la ley del amor al prójimo (Lv 19) no es suficiente ni definitiva para que los seres humanos vivan en paz.

Amar a los enemigos trastoca la ética establecida, “desequilibra” las relaciones entre los seres humanos de cualquier sociedad. Ciertamente Jesús no quiere hacer de sus enseñanzas una “Ley”, al estilo de la de Moisés. Al introducir el desequilibrio produce una crisis. Pone la ética hegemónica en cuestión. Suscita su replanteamiento al oponer una conducta distinta y aun opuesta a la que marca la Ley de Moisés. El objetivo no es “imponer” el amor a los enemigos como ley a una sociedad. El objetivo es plantear un “inédito viable” que en términos éticos vislumbre una relación entre los seres humanos en donde, si bien es cierto, el prójimo puede transformarse en enemigo, a ese enemigo no se le asesina, se le ama. Lo que puede sugerir una perspectiva de reconciliación y de restauración de la “proximidad”. Este es el horizonte ética del reino de Dios que Jesús recomienda a su comunidad discipular.