TIEMPO DE ADVIENTO

 

MARTES DE LA PRIMERA SEMANA

 

1.- Is 11, 1-10

1-1.

VER ADVIENTO 02A


2.- Lc 10, 21-24

2-1.

-Jesús manifestó un extraordinario gozo al impulso del Espíritu Santo y dijo:...

Esto sucedió en presencia de sus discípulos que regresaban de una misión apostólica y querían hablarle sobre el trabajo que habían hecho.

Trato de imaginar a Jesús "en un gozo exultante"... a Jesús dichoso, radiante.

Todo ello aparece en su rostro, en sus gestos, en el tono de su voz.

Proviene del interior, es profundo... procede del Espíritu Santo que habita en El. Ese Espíritu que nos ha sido dado también a nosotros, que Jesús nos ha dado.

-Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra.

Hubiera sido mejor traducirlo por "yo te bendigo, Padre...

De hecho Jesús ha utilizado una formula de "bendición" que es familiar a los judíos. A lo largo de la jornada se invitaba a los judíos piadosos a dar gracias a Dios por todo diciéndole: "Bendito eres Tú por... Bendito Tú eres por..." Tenemos pues ahí un tipo de plegaria que Jesús hacía a menudo.

Habla a su Padre. Le da gracias. Era el sentimiento dominante de su alma.

Danos, Señor, el sentido de la acción de gracias, de la alegría de decir "gracias Señor por... y gracias de nuevo por..." Recoger cada día las alegrías recibidas para agradecérselas al Señor.

-Lo que has encubierto a los sabios y prudentes, lo has revelado a los pequeñuelos.

La acción de gracias, la plegaria de Jesús surge de la contemplación del trabajo que el Padre está haciendo en el corazón de los hombres.

Los apóstoles habían predicado, habían trabajado con denuedo: tal era la apariencia, la cara visible de las cosas.

Y Jesús, El, ve el trabajo del Padre en el interior: "Tú has encubierto... Tú has revelado..."

Dios trabaja en el corazón de cada hombre, incluso en el de los paganos.

He de aprender a contemplar este trabajo de Dios: a descubrir lo que está haciendo, actualmente, en los que me rodean, y en mí... para corresponder, para facilitarle, para cooperar.

Cada vez que una persona se supera, hace el bien, sigue la llamada de su conciencia... debemos pensar que Dios está allí.

Ayudar a esta persona a dar "este paso" adelante es trabajar con Dios, acompañarle.

-Los sabios, los prudentes... los pequeñuelos...

Ahí hay una clara oposición. Jesús se pone de parte de los pequeños, de los pobres, de los ignorantes... frente al desprecio de los doctores de la ley.

Conocer a Dios no es primordialmente una operación intelectual, reservada a una elite: los "pequeños" pueden descubrir cosas sobre Dios que los sabios no alcanzan a comprender.

-Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiere revelarlo.

Es el misterio de la vida cristiana que está entreabierto; la vida del bautizado es la extensión, a personas humanas, de la vida de relación, de amor y de conocimiento recíproco que existe entre las Personas divinas.

-Todo me ha sido confiado por mi Padre...

Esto evoca la transparencia de dos personas que no se ocultan nada la una a la otra: es el "modelo" de todas nuestras relaciones humanas, y de nuestras relaciones con Dios.

¿Qué llamada hay aquí, para mí, para mis equipos de trabajo o de apostolado?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 10 s.


2-2. Is 11, 1-10

1. La hermosa imagen del tronco y del renuevo le sirve a Isaias, el profeta de la esperanza, para anunciar que, a pesar de que el pueblo de Israel parece un tronco seco y sin futuro (en tiempos del rey Acaz), Dios le va a infundir vida y de él va a brotar un retoño que traerá a todos la salvación.

Jesé era el padre del rey David. Por tanto el «tronco de Jesé» hace referencia a la familia y descendencia de David, que será la que va a alegrarse de este nuevo brote, empezando por las esperanzas puestas en el rey Ezequías. La «raíz de Jesé» se erguirá como enseña y bandera para todos los pueblos.

Esta página del profeta fue siempre interpretada, por los mismos judíos -y mucho más por nosotros, que la escuchamos dos mil años después de la venida de Cristo Jesús- como un anuncio de los planes salvadores de Dios para los tiempos mesiánicos.

El cuadro no puede ser más optimista. El Espíritu de Dios reposará sobre el Mesías y 1e llenará de sus dones. Por eso será siempre justo su juicio, y trabajará en favor de la justicia, y doblegará a los violentos. En su tiempo reinará la paz. Las comparaciones, tomadas del mundo de los animales, son poéticas y expresivas. Los que parecen más irreconciliables, estarán en paz: el lobo y el cordero.

Son motivos muy válidos para mirar al futuro con ánimos y con esperanza. El Salmo 71 hace eco a este anuncio alabando el programa de justicia y de paz de un rey bueno, destacando sobre todo que en sus intenciones entra la atención y la defensa del pobre y del afligido.

2. En Cristo Jesús se cumplieron estas esperanzas.

Así como en la escena de su bautismo en el Jordán apareció el Espíritu, en forma de paloma, que se posaba sobre él, proclamando su mesianidad, del mismo modo en la página que hemos escuchado el Espíritu le llena de alegría. Jesús se deja contagiar del buen humor de los suyos, que vuelven de un viaje apostólico y cuentan lo que han hecho en su nombre.

Y lleno de esta alegría y de esta sabiduría del Espíritu, pronuncia una de sus frases llenas de paradoja e ironía: sólo a los sencillos de corazón les revela Dios los secretos del Reino. Los que se creen sabios, resulta que no entienden nada. En Jerusalén había doctores de la ley, pero Jesús, un buen día, alabó el gesto de aquella mujer anónima, pobre, que echaba unos céntimos en el cepillo del Templo. Los sencillos de corazón son en verdad los sabios a los ojos de Dios. Es lo que también dirá María de Nazaret en su canto del Magníficat: a ella la ha mirado Dios con predilección porque es humilde y es la sierva del Señor, del mismo modo que llenará de sus bienes a los pobres, y a los ricos los despedirá vacíos.

3. a) También ahora, en un mundo autosuficiente, orgulloso de los progresos de la ciencia y la técnica, sólo entran de veras en el espíritu del Adviento los sencillos de corazón. No se trata de gestos solemnes o de discursos muy preparados. Sino de abrirse al don de Dios y alegrarse de su salvación. Y esto no lo hacen los que ya están llenos de sí mismos.

La alegría profunda de la Navidad la vivirán los humildes, los que saben apreciar el amor que Dios nos tiene. Ellos serán los que llegarán a conocer en profundidad al Hijo, porque se lo concederá el Padre. No se contentarán de una alegría exterior y superficial: sabrán reconocer la venida de Dios a nuestra historia. Mientras que habrá muchos «sabios» para los que pasará el Adviento y la Navidad y no habrán visto nada, saturados de su propia riqueza riqueza que no conduce a la salvación. O le seguirán buscando en los libros o en los hechos milagrosos.

b) ¿Seremos nosotros de esas personas sencillas que saben descubrir la presencia de Dios y salirle al encuentro? ¿mereceremos la bienaventuranza de Jesús: «dichosos los ojos que ven lo que véis?». Cristo Jesús quiere seguir «viniendo» este año, a nuestra vida personal y a la sociedad, para seguir cumpliendo el programa mesiánico de paz y justicia que está en marcha desde su venida primera, pero que todavía tiene mucho por recorrer, hasta el final de los tiempos. Porque la salvación «ya» está entre nosotros, pero a la vez se puede decir que «todavía no» está del todo.

c) En el mundo de hoy hay muchas personas que esperan, muchos corazones que sufren y buscan: ¿cómo notarán que el Salvador ya ha venido, y que es Cristo Jesús? ¿quién se lo dirá? ¿qué profeta Isaías les abrirá el corazón a la esperanza verdadera?

También hoy, como en el panorama que dibuja el profeta, el mejor signo de la venida del Mesías será si se ve más paz, más reconciliación y más justicia, en el nivel internacional y también en el doméstico, en cada familia, en cada comunidad religiosa, en la parroquia, en nuestro trato con las demás personas, aunque sean de diferente carácter y gusto. Así podremos anunciar que el Salvador ya está en medio de nosotros, que es Adviento y Navidad. Y del tronco que parecía seco brotará un renuevo, y dará fruto, y nos invitará a la esperanza.

d) En cada Eucaristía, además de hacer memoria de la Pascua del Señor, y de dejarnos llenar de su gracia y su alimento, también lanzamos una mirada hacia el futuro: «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». El «ven, Señor Jesús» lo cantamos muchas veces después del relato de la institución eucarística. Como dijo Pablo, «cada vez que comáis y bebáis, proclamáis la muerte del Señor hasta que venga».

La esperanza nos hace mirar lejos. No sólo a la Navidad cercana, sino a la venida gloriosa y definitiva del Señor, cuando su Reino haya madurado en todo su programa.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 19-22


2-3.

Isaías 11,1-10: El conocimiento del Señor transforma el mundo en el paraíso ambicionado.

Sal 71: El Señor librará al pobre que suplica, al humilde que no tiene defensor.

Lc 10, 21-24: Dios reveló las cosas de su Reino a los sencillos.

La lectura del profeta Isaías que nos trae la liturgia de hoy, nos mueve a prepararnos con entusiasmo para la próxima venida de Jesús. En un mundo convulsionado como el nuestro, la gran esperanza está en la salvación que Jesús viene a traernos. En él se recuperará el orden querido por Dios en la creación, en donde ni los animales, ni los hombres se causarán daño entre sí. Esa paz será garantizada por la justicia con los pobres y por la experiencia de Dios. Necesitamos desesperadamente una justicia que proteja a los débiles y actúe con rectitud; necesitamos vivir la experiencia del Dios que hace la historia con el ser humano, del Dios que muestra su predilección por el desvalido, del Dios amor.

El evangelio explica cómo Jesús, con su palabra y sus obras nos ha entregado el misterio del Reino, pero sólo los sencillos y los humildes que confían plenamente en Dios, pueden comprenderlo, ya que los sabios y prudentes no aceptan su palabra porque se consideran autosuficientes. La predilección del Padre por los pobres y los pequeños es una constante en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Para ellos es el Reino de Dios, nos dicen los evangelistas.

La afirmación de Jesús que hemos leído hoy, es un reto para los poderosos que creen saberlo todo, tenerlo todo y disponer de todo, sin comprender que Dios desbarata los planes de los arrogantes y se compromete con los humildes y con los pobres, tiene piedad del desvalido y "los libra de la violencia y presión porque sus vidas valen mucho para él", como dice el salmista.

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2-4.

Is 11, 1-10: El origen del Mesías

Lc 10, 21-24: Por el Hijo se conoce al Padre

Ocasionalmente encontramos formas de cristianismo que se pasan a Jesús por la faja. El centro de su devoción no es el Jesús de los evangelios, sino un conjunto aficiones por imágenes, santos y otras figuras interesantes de la fe cristiana. Pero, muchas veces, sin querer, ignoran a quien es el centro de nuestra fe.

Lo que nos enseñan los evangelios en su extensa catequesis es esto precisamente: para la cabal comprensión y asimilación del cristianismo es insustituible conocer y comprender al hombre Jesús de Nazaret. El pasaje que hoy leemos nos enfatiza precisamente este asunto.

En boca de Jesús el evangelista nos propone una reflexión sumamente interesante. Para nosotros los cristianos, la relación con Dios está mediada por la historia concreta de una persona concreta que es indispensable para nuestra fe. Y esta persona no es otra que Jesús, el que venía de Galilea y murió en Jerusalén. El evangelista es enfático en decirnos "Nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo". Jesús y su historia son de este modo insustituibles para la fe. Quien pretenda ser cristiano ignorando el significado de Jesús para la fe, pierde el tiempo y se equivoca de camino.

Hoy asistimos al nacimiento de muchos movimientos religiosos que se saltan olímpicamente la relevancia de Jesús y lo reemplazan por espiritualismo de poco vuelo. Cambian el núcleo de la fe por cualquier ideología, ilusión o engañifa creyendo que con hacer más fácil la religión y ponerle estrategias publicitarias hacen un gran aporte al cristianismo. El evangelio, por el contrario, nos invita a tomarnos a Jesús en serio y a valorarlo como el tesoro hallado en el campo: por el damos todo y vibramos de alegría.

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2-5.

Is 11,1-10: "Una rama saldrá del tronco de Jesé".

Lc 10,21-24: "Te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeñitos".

La profecía de Isaías sigue siendo hoy el sueño de todo el pueblo de Dios, de todo el que espera que Dios reine, por fin, con su Reino de Paz y de Justicia.

Isaías, un profeta de la corte y amante de la dinastía davídica, esperaba al rey Mesías del linaje de David. Y esperaba que el reinado de éste descendiente sea en verdad un reinado de fidelidad a la Ley de Dios.

Aquí Isaías no predica nada más que lo que le correspondía hacer al rey como tal: gobernar al pueblo según los preceptos de Dios. Si solamente hace eso, ya no habrá pobreza, ya no habrá injusticia, ya no habrá abuso del derecho, ya no habrá opresión.

Es interesante ver cómo la profecía no se dispara hacia un "más allá" celestial. El profeta espera que en verdad un rey reine de esta manera.

Y el modo de reinar y de impartir la justicia ha de ser a favor de los pobres. ¡Hace tanto que vienen padeciendo que Dios vendrá a hacerles justicia cuando llegue este Rey!

Y será tan eficaz y tan justo, que no necesitará la violencia para imponerse: "su palabra derribará al opresor", dice el profeta. Es la promesa más esperada, y aún no cumplida totalmente.

Pero esto no puede ser comprendido por todos. Es necesario un corazón pobre para comprender la necesidad de se haga justicia por los pobres. Solo quien está padeciendo puede comprender la salvación. Solo quien está oprimido puede comprender la grandeza de la liberación. Por eso la esperanza de que se cumpla esta profecía es propiedad de los pobres.

Son los pobres los que esperan que por fin el opresor sea derribado, que la justicia algún día falle en favor de ellos.

Y por eso son los pobres los que, a la vez, con sus palabras y sus vidas van derribando los argumentos y las estructuras de los opresores.

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2-6. CLARETIANOS 2002

"Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla". ¡Qué bien entendió estas palabras de Jesús nuestro gran santo, Francisco Javier, cuyo recuerdo hoy celebramos!. Hace 450 años que murió a las puertas de la inmensa China. ¿Quién no ha visto alguna vez representada la obra de Pemán "El divino impaciente"? Recordemos aquellos versos del final:

"¡Morirse viendo las costas
de China que eran mi anhelo,
sin entrar en ella, como
Moisés murió en el desierto,
con la tierra prometida,
que era todo su deseo,
tan cerca de sus miradas
y de sus manos tan lejos!".

Hace poco el P. General de los jesuitas les escribía: "una cultura sin héroes olvida, con perjuicio propio, la deuda que cada generación contrae con los que encarnaron lo mejor de las etapas precedentes y nos sirven de inspiración para afrontar nuevos desafíos y de modelos para imitar". Estas fiestas nos ayudan a no olvidar, a recuperar lo mejor de nosotros mismos en aquellos hombres que, siendo sencillos, habían recibido la revelación de Dios y eran capaces de ver siempre más allá de ellos mismos. Y no sólo de ver sino de tocar, hasta llegar a conseguir que sus deseos fueran más allá de sus mismas posibilidades: "tan cerca de sus miradas / y de sus manos tan lejos".

Rafael Briega, un mártir claretiano de Barbastro, tuvo también el mismo sueño, misionar en China. A la hora de morir esa fue su única pena. Había puesto la mirada en China, pero sus manos estaban ya tocando la eternidad. No era el momento de mirar atrás. "Gracias, Señor, por haberte revelado a la gente sencilla". Gracias Señor por permitirnos soñar e invitarnos a construir un mundo en el que al final "habitará el lobo con el cordero... y un muchacho pequeño los pastoreará".

Vuestro hermano en la fe, Vicente.


2-7. 2001

COMENTARIO 1

JESUS PRORRUMPE EN UN CANTICO DE ALABANZA

«En aquel preciso momento, con la alegría del Espíritu Santo, Jesús exclamó...» (10,21a). A pesar de ser Jesús un hombre alegre y feliz, que comía y bebía con todos, y no un asceta por el estilo de Juan Bautista, solamente aquí se transparenta su alegría. Se trata de uno de los procedimientos literarios más bellos e inten­cionados: el autor quiere dar el máximo relieve posible a los hechos que han ocurrido por primera vez. Finalmente, hay un grupo de discípulos que ha sido capaz de expulsar las falsas ideologías que encadenaban a la gente. Jesús está en sintonía con los Setenta. A través de la misión bien hecha, llevada a cabo por estos personajes anónimos, y de la reacción exultante de Jesús, Lucas anticipa cómo será la misión ideal: abierta, universal, liberadora. «Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra» (10,21b). Jesús deja transparentar su experiencia de Dios, «Pa­dre», y prorrumpe en un canto de alabanza porque ya no hay dicotomía entre el plan de Dios («cielo») y su realización concreta («tierra»). Este plan se ha ocultado a los «sabios y entendidos», los letrados o maestros de la Ley (cf. 5.17.21.30; 7,30), y a los que se tienen por «justos» (cf. 5,32), pues sus intereses mezquinos hacen que sus conocimientos científicos no sean útiles a la comu­nidad -su influencia se deja sentir incluso en los discípulos israelitas, los Doce, seguros de sí mismos y de sus instituciones religiosas-, y se ha revelado a los «pequeños», a los Setenta, despreciados por su origen étnico y religioso, pero con capacidad para comprender las líneas maestras del designio de Dios. Son hombres sin fachada.

Jesús cierra la acción de gracias como la había iniciado: «Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien» (10,21c). Estamos cansados de repetir que los planes de Dios no van parejos con los nuestros, pero lo decimos en otro sentido. Los «nuestros» son los planes de la sociedad en la que nos encontra­mos inmersos: pretendemos eficacia, salud, pesetas (más bien marcos o yenes, ¿no es así?), quisiéramos figurar como la única religión verdadera, ser respetados por los poderosos, aparecer en los medios de comunicación... Jesús tiene otros valores, valo­res que han comprendido los sencillos, los pequeños, los que ya están al servicio de los demás, los que no tienen aspiraciones y están abiertos a todos.

De la acción de gracias Jesús pasa a una revelación que habría firmado el propio evangelista Juan: «Mi Padre me lo ha entrega­do todo, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (10,22). Jesús tiene conciencia de conocer a fondo el plan de Dios. Ha tomado conciencia de ello en el Jordán, cuando se abrió el cielo de par en par, bajó el Espíritu Santo sobre él y la voz del Padre lo manifestó como su Hijo amado: «Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado» (cf. 3,21-22). La comunidad de Espíritu entre el Padre y el Hijo explica esta relación de intimidad, que, por primera vez, Jesús revela a sus íntimos. Sólo conoce al Padre aquel que recibe el Espíritu de Jesús y experi­menta así el amor del Padre. El conocimiento que el estudio de la Ley, la Escritura, procuraba a los «sabios y entendidos» no es verdadero conocimiento. Estaba falto del conocimiento por experiencia que sólo puede procurar el Espíritu de Jesús.



JESUS PROPONE A LOS DOCE EL MODELO YA ALCANZADO POR LOS SETENTA

A continuación Jesús muestra a los Doce, los discípulos pro­cedentes del judaísmo, este plan ya inicialmente realizado por los Setenta: «Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis"» (10,23). «Volverse» constituye una marca típica del evangelista para indicar un cambio de ciento ochenta grados en la actitud de Jesús respec­to a un determinado personaje o colectividad, motivado por un hecho nuevo que se acaba de producir (cf. 7,9.44; 9,55; 10,23; 14,25; 22,61; 23,28); «tomar aparte» indica, además, que un grupo determinado tiene necesidad de una lección particular, en vista de la resistencia que ofrece a su proyecto (cf 9,10b; 10,23). Jesús muestra a los Doce cuáles son los frutos de una misión bien ejecutada. También ellos deben alegrarse, sin reser­vas, porque la utopía del reino es viable.

Si nos planteamos realizar el reino de Dios sin contar con los medios humanos y con toda sencillez, comprobaremos que funciona. Hacía años y más años que se esperaba este momento. «Profetas», hombres que intuyeron cuál era el plan de Dios sobre el hombre, y «reyes», los principales responsables del pueblo de Israel, «desearon ver lo que vosotros veis», a saber: lo que los Setenta ya han llevado a cabo, «y no lo vieron», puesto que el plan de Dios no se había aún encarnado en un hombre de carne y hueso; «y oír lo que oís vosotros», ese estallido de gozo y alegría, «y no lo oyeron», pues no había nadie que se lo procla­mase. El éxito del reino en Samaría, la región semipagana, es prenda de universalidad. Se está cumpliendo la promesa del reino mesiánico (Sal 2,8; 72,10-11; Dn 4,44; 7,27). Es la respuesta de Jesús a la segunda tentación (cf Lc 4,6-7): la universalidad del reino mesiánico no se logrará mediante el dominio ni por la ostentación de poder y de gloria, sino liberando a los hombres del yugo que los agobia.



COMENTARIO 2

Como un eco gozoso a la 1ª lectura, escuchamos en el evangelio de Lucas a Cristo que alaba a Dios, henchido de la alegría del Espíritu Santo. Lo alaba porque en su misericordia y su bondad ha revelado los misterios del Reino y de la salvación, no a los grandes y poderosos de la tierra, los que la han mancillado con sus violencias y codicias, sino a los sencillos, a los pobres y humildes. Desde la época del concilio Vaticano II, siguiendo por las grandes conferencias del episcopado latinoamericano en Medellín, Puebla y Santo Domingo, se habla de la opción preferencial por los pobres que la iglesia se compromete a asumir. Pero esa opción la había hecho primero el mismo Dios, como nos dice Jesús en la lectura del Evangelio que escuchamos hoy, y sin añadirle aquello de "preferencial" que nosotros en nuestro tiempo he hemos puesto púdicamente para no herir las susceptibilidad de los poderosos. Los pobres y marginados son los favoritos absolutos de Dios: los humildes, los sencillos, los débiles, aquellos que no tienen quien los proteja. Dios Padre le ha entregado todo al Hijo, el poder y el juicio. Nadie conoce al Padre sino el Hijo. Pero el Hijo obediente acoge a los favoritos del Padre, les revela su amor, y les muestra su rostro amoroso.

Es lo que nos aprestamos a celebrar en esta Navidad. Sólo que las palabras escuchadas en la liturgia pueden parecernos, con toda razón, una bella utopía, una hermosa ilusión. ¿Cómo las haremos realidad en el nuevo milenio? ¿O tendremos que resignarnos a que la historia siga siendo un caos de dolor y sufrimiento, de humillaciones y pobreza para la mayoría de los hijos de Dios? Es que la celebración del nacimiento de Jesús, aparte del ruido de la publicidad y los fuegos fatuos del mercado, nos deben comprometer a los cristianos a hacer realidad lo que leemos. A construir un mundo justo y verdaderamente humano. En donde de verdad reine Dios.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-8. 2002

Otro grupo que esperaba con ilusión al Mesías que había de venir era el de la gente sencilla. Los sencillos -como su nombre lo indica- eran los diáfanos y trasparentes, los que no ocultan nada y no tienen doble fondo o doble tapadera... Cuando Jesús los tuvo cerca, su corazón se llenó de la alegría del Espíritu Santo. Si Lucas señaló esta clase de alegría, era porque no quería confundirla con otros tipos de alegría. El Espíritu en Lucas está ligado, de manera especial, con la vida y con la presencia de la salvación en la tierra, por medio de la llegada del Mesías. Alegrarse con la alegría del Espíritu era sentirse pleno porque la vida florecía y porque había garantía de que ya estaba presente la tan esperada salvación y liberación. Jesús se alegró con esta extraña alegría del Espíritu, después que sus discípulos regresaron de anunciar el Reino, cuando ellos narraban que no había habido espíritu maligno que se les hubiese resistido.

En una sociedad, hija del poder y de la sabiduría de los grandes, no era normal que los sencillos (los ignorantes, los sin poder, que son una forma de ser pobre), tuvieran una participación activa. La sociedad de los fuertes les quitaba todo protagonismo, los anulaba y los convertía en vasallos pasivos. Sin embargo, lo más peligroso para esta sociedad de los fuertes era que los pobres y sencillos tuvieran iniciativa o participación en las decisiones. Esto se traduciría, tarde o temprano, en protagonismo, en ojos abiertos, en conciencia crítica, en autonomía, en reivindicación de derechos, en una palabra, en revolución. Por eso, cuando Jesús vio actuar a los sencillos, a los que hasta ese momento habían sido excluidos, su corazón rompió en alegría incontenible. Si a partir de ese momento, a partir de su llegada a la tierra, la timidez se transformaba en osadía, el miedo en valentía, la exclusión en inclusión, la marginación en participación activa, había esperanzas para que la sociedad cambiara.

Jesús supo ligar la actividad y creatividad de sus discípulos y su valentía y decisión de anunciar el Reino, a la revelación o iniciativa del mismo Dios. De esta forma nos abrió un camino nuevo para la comprensión de Dios. Ya no se trataba de caminos de ciencia o de sabiduría humana, de caminos de fuerza o de poder humano, sino de caminos de transformación del propio ser. Conocer a Dios era sentirlo vivo y actuante en la propia vida, por sencilla que esta fuera. Conocer a Dios era anunciar su justicia que quería un mundo igualitario, solidario y fraterno. De esta forma el conocimiento de Dios no quedaba reducido a principios teóricos, sino a una práctica de entrega, de comunicación, de comunión con otros, y de destronamiento del Maligno y de sus egoísmos que han dominado la Creación. No se trataba de saber cosas difíciles, o doctrinas profundas, o principios brillantes sobre Dios, no. Dios se revelaba al ser humano (hombres y mujeres) desde el momento en que éstos se pusieran en marcha en una práctica de justicia, según el Evangelio.

Los sencillos que Jesús descubre y alaba con su venida a la tierra, se convierten así en norma de juicio para la Iglesia. Son los humildes, los sencillos, los pobres, los excluidos -los injusticiados, en definitiva- los encargados, a partir de Jesús, de juzgar a cada una de nuestras Iglesias. Éstas estarán conformes o no al Evangelio, según tengan presencia en ella aquéllos a los que Jesús llamó "los sencillos". En una palabra, la genuinidad y vitalidad de una Iglesia dependerán de la participación activa que en ella tengan los "pobres"...

Que no pase desapercibida, por otra parte, esa primera lectura, de Isaías, que nos habla del Reino sin utilizar la palabra. Porque esa utopía en la que el cordero habitará con el lobo, es la utopía de un mundo reconciliado y amorizado, con la que tantos hombres y mujeres, tantos pueblos, desde que la Humanidad es Humanidad, han soñado, no importa con que nombre. Jesús entrará en esa corriente utópica de la historia, sumándose a esa inmensa procesión, dándonos con ello a los cristianos la confirmación de que Dios está de parte de la Utopía, como no podía ser de otra manera… Debemos estar atentos a todas las presencias y signos del Reino, sin pensar que sólo podemos detectarlo allá donde se pronuncia Su nombre, el del Reino o el de Jesús…

En realidad, el Adviento… más que un tiempo litúrgico es un estado del mundo… el estado de buena esperanza, en la visión de todos los hombres y mujeres que, por un camino u otro han llegado a intuir que el cosmos y la vida y la Humanidad tienen un sentido… Siempre es Adviento. La Fe se llama Esperanza…

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-9. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Martes 2 de diciembre de 2003 Bibiana, Paulina

Isaías 11, 1-10: Sobre él reposará el Espíritu del Señor
Salmo responsorial: 71, 2.7-8.12-13.17
Lc 10, 21-24: Jesús se estremeció de alegría

Los versículos de la primera lectura están tomados del primer Isaías y se refieren al futuro Rey de Israel. La esperanza estaba depositada en el joven rey Ezequías, quien después defraudó; pero el texto debe ser interpretado con un claro sentido mesiánico. Es en el Mesías en quien alcanzará cumplimiento el deseo de paz entre los seres humanos. Por tanto, su venida equivale a una nueva forma de convivir entre los humanos, nivelando las desigualdades y haciendo desaparecer la enemistad.

La acción del Espíritu ocupa el centro de la liturgia hoy. El Espíritu que llenó totalmente a Jesús desde el momento del Bautismo, le hace desbordar de alegría, como antes hiciera con María en el Magníficat, al percibir cuál es el modo de actuar de Dios y qué tipo de personas son las que se abren a la acción transformadora del Evangelio. Frente a los sabios, frente a los técnicos de la humana convivencia, descubre otra clase de ciencia que no está en función del esfuerzo humano, sino de la sencillez y humildad de corazón. Quienes aceptan sinceramente al Mesías y su mensaje, verán las cosas de otro modo y podrán construir una convivencia humana basada en la equidad.

Celebrar el Adviento no es otra cosa que dejarnos modelar interiormente por la presencia del Espíritu, crear espacio en nuestras vidas para que podamos recibir sus dones de sabiduría, de discernimiento y fortaleza... todos ellos necesarios para descubrir los senderos por donde Él quiere que camine nuestra Iglesia en este nuevo milenio.

De otro lado, la celebración litúrgica nos invita a la alegría y a la esperanza. No podemos caer en el desánimo o en la frustración que no son dones del Espíritu. Hay que tener la mirada profunda de Jesús para descubrir cómo el Reino se abre paso entre los sencillos y los humildes; y por eso, lleno de gozo, bendice al Padre. Nosotros también debemos sabernos alegrar por ello y alimentar nuestra esperanza y nuestro deseo de seguir comprometidos en la causa de Jesús. Únicamente a costa de esta sencillez y de esta humildad de corazón podrán aplicarse a nosotros las palabras del Evangelio de hoy: “¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Pues os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver los que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oísteis y no lo oyeron” (10,24).


2-10. Revelación del Padre a los pequeños

Fuente:
Autor: José Rodrigo Escorza

Lucas 10, 21-24

En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Reflexión

La euforia reina en los comentarios, en los rostros de los discípulos tras su exitosa misión. Jesús los recibe y parece también Él contagiarse de la alegría con que lo celebran. No es solamente un triunfo humano. Es ante todo el reconocimiento del don de Dios que en aquellos hombres sencillos se ha prodigado abundantemente para transformarles en heraldos, en testigos y anunciadores de su mensaje. Y son ellos, gentes sin formación, los que llegan a conocer tal misterio, pues como dijo san Pablo: “Hablamos de una sabiduría de Dios misteriosa, escondida (...) desconocida de todos los príncipes de este mundo.(...) Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio (...) pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios” (1Cor 3, 18-9).

Da que pensar el hecho de que a lo largo de más de 4000 años de historia Sagrada, los personajes que Dios ha escogido para anunciar a los hombres sus mensajes, hayan sido, por lo general, gentes sencillas y sin instrucción. En muchos casos eran apocados o tímidos, también mujeres virtuosas aunque a simple vista débiles. La historia de los pastores como José, el hijo pequeño de Jacob, y el mismo David, el rey, parece repetirse cuando la Sma. Virgen María escoge a las personas más sencillas para revelar sus mensajes. La historia de san Juan Diego y la Virgen Guadalupana, las de los pastorcillos de Fátima, o la de Bernardette en Lourdes son sólo algunos casos. Y esto no es por pura coincidencia, sino testimonio de la coherencia de los planes de Dios. La sencillez conquista y “subyuga” a Dios. Él se enamora de las almas humildes y simples. Él desvela sus secretos y su misterio sólo a los sencillos de corazón. Como lo hizo en María y como lo ha hecho a lo largo de todos los siglos. También quisiera hacerlo en nuestra oración de hoy y de cada día, contando con nuestra colaboración.


2-11. Reconocer a Dios como el Señor de mi vida

Fuente:
Autor: P. Cipriano Sánchez

El Adviento, que es la época del año en la que nos preparamos para recibir a Jesucristo, Nuestro Salvador, nos recuerda que el Señor viene, y viene en la pequeñez, en la sencillez y en la humildad. Sin embargo, el evento de Belén, la pequeñez de Jesús, el hecho de que todo se manifieste en un ambiente sencillo, escondido, oscuro, nos podría hacer perder de vista la realidad de que el que viene es el Señor. El Adviento para todos los cristianos debería tener una muy especial dimensión, porque cada uno de nosotros se tendría que atrever a preguntarse si Dios es el Señor y el dueño de su vida.

En teoría podríamos decir que sí, pero ¿realmente creo que el Señor es el dueño de mi vida? Cuántas veces no somos capaces de encontrar a Nuestro Señor porque no tenemos un corazón sencillo, abierto, transparente, sino que tenemos un corazón enredado, tergiversado por dentro; y damos vueltas a las cosas, y permitimos que el egoísmo vaya por mil vericuetos dentro de nuestra vida, y aceptamos que nuestra soberbia o nuestra pereza se conviertan en los verdaderos reyes y señores de nuestra existencia.

Muchas veces la cultura en la que vivimos nos impide reconocer a Dios como Señor, porque nos presenta otras muchas cosas que aparentemente son señores de la vida. Cuántas veces se nos puede presentar la riqueza como el señor de la vida, y parecería que con los bienes materiales puedes lograr todo; pero la riqueza lo que no te da es vida. O cuántas veces ponemos como señor de la vida el poder; sin embargo, nos engañamos, porque el poder no te realiza como persona, sino que te hace usar a las personas, con lo que tú mismo acabas perdiendo la dignidad. Y lo que en teoría te serviría para ser más libre, en el fondo te hace más esclavo.

¿Cómo podemos saber si nuestra vida está llena de la ciencia del Señor, si Dios es realmente el dueño, el Señor de nuestra vida? El Evangelio es muy claro, nos habla de dos dimensiones fundamentales. Por un lado, nos dice que tenemos que tener sencillez interior para poder recibir al Señor. Y por otro lado, nos habla de cómo Cristo es el Señor. "Te doy gracias porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los sencillos".

Cristo nos habla de la sencillez de corazón. Es decir, un corazón abierto, de una forma muy especial, de cara al Señor: a reconocer a Dios y pedirle que se haga su voluntad. Un corazón sencillo es el que acepta la voluntad de Dios, es el que no se busca a sí mismo, sino que se entrega de una forma generosa, sin esperar nada a cambio. Es el corazón que es capaz de saber quién es el Padre y quién es el hijo; es el corazón que es capaz de reconocer a Dios como Señor; es el que permite que Dios sea el que diga cómo quiere la propia vida.

Para lograr tener un corazón sencillo es necesario permitir que Dios vaya «invadiendo» todas los ámbitos de nuestra vida. Que Él sea el que va normando y señalando el camino concreto de nuestra existencia. Reconocer a Dios como Señor es permitirle que ilumine mi pensamiento, que fortalezca mi voluntad, que oriente mis sentimientos, que norme y marque el criterio de mi comportamiento.

Si yo acepto esto sobre cualquier circunstancia de mi vida, estoy reconociendo a Dios como el Señor de mi vida. Pero si no lo hago, no puedo decir que Dios es mi Señor. Cada uno tendría que entrar en su corazón y preguntarse de forma muy sincera y profunda: ¿Señor, dónde todavía no eres mi Señor? Y después, atreverse a bajar a aspectos muy concretos para descubrir en qué lugar mi egoísmo, mi modo de ser, mis conveniencias, mi historia o mi educación me impiden reconocer al Señor como mi Señor.

Sigamos este camino de Adviento buscando cultivar en nuestra alma el señorío de Cristo sobre nuestras vidas, porque entonces tendremos el gozo y la alegría. "¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron”. Nosotros veremos y oiremos sólo si permitimos que Cristo sea Señor de nuestra vida. Nosotros veremos, oiremos y nos alegraremos el día en que la ciencia del Señor llegue a nuestra existencia.


2-12.

Reflexión
Estas palabras de Jesús nos las podemos aplicar todos los cristianos, ya que nuestros ojos ven y nuestros oídos pueden oír la realidad del Reino presente entre nosotros. Dios nos ha revelado en su hijo el gran amor que nos tiene y es ahora el hijo quien nos revela al padre y con el somos capaces de experimentar el amor de Dios en nuestras vidas. Sin embargo este conocimiento y esta vida de Dios en nosotros, la experiencia del Reino no es aun completa y definitiva: aun puede y debe crecer. Crecerá en la medida que seamos como los niños, teniendo una mirada inocente y transparente para mirar al mundo. ¿Porque debemos pensar siempre mal de los demás…? Dejemos el juicio a Dios y veamos mejor las cosas buenas y positivas de los demás (que generalmente son muchas más que las negativas).

Pbro. Ernesto María Caro


2-13. DOMINICOS 2003

Sobre el Mesías, el Espíritu del Señor

Que en los días del Señor florezca la justicia y la paz abunde eternamente.
Que el Señor gobierne a su pueblo con justicia, y a sus humildes con rectitud.
Que el Señor domine de mar a mar, del Gran río al confín de la tierra.
Que Él libre al pobre que clama, al afligido que no tiene protector.
Que  se apiade del pobre y del indigente, y salve las vidas de los pobres.
Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el sol.
Que él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las
razas de la tierra (Sal 71)

En la lectura de Isaías, capítulo 11, 1-10, vemos cómo el profeta se enfrenta al rey Acaz (735-719 antes de Cristo). Le recrimina que, como cabeza del pueblo, confía poco en Dios y demasiado en el sistema defensivo de la ciudad y en las alianzas guerreras con otros pueblos y reyes. Ese camino de pactos, espadas, contubernios humanos, ¿es el camino de salvación para un pueblo que ha de estar siempre guiado por el vástago de Jesé, colmado de dones del Espíritu?  

Por su parte, en el Evangelio según san Lucas, Jesús nos enseñará a dar gracias al Padre –como él- por su cercanía a los humildes.

La Luz en la Palabra De Dios

Isaías 11, 1-10:

“En aquel día {mesiánico} un renuevo del tronco de Jesé, un vástago, florecerá de su raíz. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor; y lo llenará el espíritu de temor del Señor.

No juzgará por apariencias..., defenderá con justicia al desamparado, con equidad dará sentencia al pobre... Aquel día habitará el lobo con el cordero... y el niño jugará con la hura del áspid...”

Evangelio según san Lucas 10, 21-24:

“En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.

Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiere revelar”.

Reflexión para este día

Queramos, pidamos, fomentemos el Reinado de nuestro Mesías.

En el texto profético de Isaías advirtamos que se nos ofrece una anticipación de lo que será el reinado de Jesucristo sobre los hombres, si estos quieren incorporarse libremente a su jurisdicción espiritual. Los vaticinios proféticos, como los consejos y promesas de cambio de corazón, están condicionados a la libre voluntad de los hombres. Dios no avasalla y se introduce violentamente en la que fue y es obra de sus manos.

Cuando en su día Jesús nos diga que Él, mesías en acción, es camino, verdad y vida, no estará diciendo una novedad radical, ni estará imponiendo su voluntad. Estará repitiendo, con lenguaje nuevo, que su reinado espiritual se nos ofrece como luz, calor, intimidad, amistad, justicia, cercanía...

Esa cercanía la tenemos hoy descrita amorosamente en el Evangelio cuando se nos dice que Jesús camino, verdad y vida, se complace, con el Padre, en la predilección por los humildes y sencillos (débiles, pobres, marginales, pacíficos, silenciosos, caritativos, justos) , es decir, por cuantos tienen abierta la puerta de su morada interior para experimentar la felicidad del Reino.

¡Señor!, concédenos la gracia de buscar y encontrar momentos de olvido de nosotros mismos para amar y servir a los demás, comenzando por los humildes, y en ellos a Ti.


2-14. 2003

LECTURAS: IS 11, 1-10; SAL 71; LC 10, 21-24

Is. 11, 1-10. ¿Quién de nosotros no tiene ansias de una felicidad, donde haya armonía entre todos los humanos y en el universo completo? Cuántos esfuerzos se realizan para construir un paraíso que podamos disfrutar en esta tierra. Muchas veces se piensa que uno podrá realmente ser feliz por poseer la infinidad de artículos que nos vende esta sociedad de consumo. Pero cuando se posee todo, contempla uno sus manos y su corazón y se siguen viendo vacíos. Los bienes materiales podrán embotar nuestro espíritu y nuestro corazón, pero jamás llegarán a saciar nuestras ansias de felicidad. Hoy la escritura nos habla de un descendiente de David que, lleno del Espíritu de Dios, hará que en verdad llegue la felicidad al hombre. Reintegrarnos a la paz con el Creador y con el prójimo, vivir amando y siendo realmente amados, es lo que nos hará felices. Pero esto no será posible mientras haya luchas fratricidas y egoísmos que nos impidan tender la mano fraternalmente a nuestro prójimo. La felicidad brota del amor que se hace realidad en nosotros. Y el Mesías nos ha traído el perdón y la reconciliación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos. Quien crea en Él y acepte ese don de lo alto estará encontrando el verdadero sentido de la existencia. Y no importa que nuestra vida parezca un tronco casi seco; de Él puede hacer el Señor que brote un renuevo que, lleno de su Espíritu, colme nuestras esperanzas de felicidad por habernos renovado en el amor, en la verdad, en la justicia y en la paz. La Iglesia de Cristo debe propiciar la defensa con justicia del desamparado, y la repartición equitativa de los bienes para que los pobres lleven una vida digna. Los que pertenezcamos a ella no podemos hacer daño a nadie, pues el amor debe ser el motor que impulse el actuar del hombre de fe. A la luz de Cristo, aún los más violentos sabrán no sólo convivir con los demás como hermanos, sino que, a imagen de Cristo, pasarán haciendo el bien a todos.

Sal. 71. Quien ha recibido el Espíritu de Dios no puede pasar haciendo el mal a los demás. Si el Señor nos ha comunicado su juicio y su justicia es para que salgamos en defensa de los pobres y actuemos justamente a favor de todos los pueblos. La Iglesia, llena del Espíritu de Dios, ha de trabajar para que florezca la justicia y reine la paz en la tierra era tras era. Quienes somos miembros de la Iglesia del Señor debemos examinar con lealtad nuestra vida para darnos cuenta si en verdad buscamos el bien de los demás, especialmente de los más frágiles y pobres, o si en lugar de ser una bendición para ellos nos hemos convertido en motivo de dolor, sufrimiento y muerte. Por eso debemos preguntarnos: ¿De qué espíritu estamos llenos? Ojalá y del Espíritu de Dios. Pero esa respuesta no puede darse sólo con los labios, sino de un modo vital: con el corazón que, lleno de Dios, nos lleva a realizar obras buenas y toda una vida entregada para el bien y la salvación de todos los que buscan, tal vez a tientas, al Señor.

Lc. 10, 21, 24. En Jesús se han cumplido las esperanzas de los reyes, de los profetas y de los antiguos padres. A nosotros nos ha tocado disfrutar de toda la obra de salvación que Dios ofrece al hombre. El reino del mal ha sido derrumbado, y el demonio ha caído como un rayo sobre la tierra. Quienes son de Cristo lucharán constantemente con la fuerza del Espíritu de Dios en ellos para que, en su paso por este mundo, ningún mal les haga daño. Quien ha aceptado la revelación de Dios, manifestado a nosotros como el Amor que se hace cercanía nuestra, posee la fuerza de Dios y, por su unión con Él podrá actuar no con el poder de los hombres, sino con el poder del mismo Dios. Porque el Reino de Dios ya está dentro de nosotros; porque las fuerzas del mal han sido derrotadas; porque el hombre de fe convertido en comunidad de creyentes, asegura el paso del Señor en la historia como salvación para todos, demos gracias a nuestro Padre, Señor del cielo y de la tierra. Pero no sólo le hemos de dar gracias con los labios, sino con una vida intachable que manifieste que, desde nosotros, el Señor continúa ofreciendo a todos su amor, su salvación y su llamada a ser sus hijos por nuestra unión a Aquel que, enviado por Él y hecho uno de nosotros, se ha convertido en el único camino que nos conduce al Padre.

Ante el Señor nos presentamos a celebrar esta Eucaristía, no con un corazón altanero, sino con la sencillez de quien se siente amado por Dios. Él nos comunica su Vida y su Espíritu para que, uniéndonos como hijos de un mismo Dios y Padre, vivamos la unidad querida por Cristo, para que el mundo crea. Dios ha salido al encuentro de todo hombre de buena voluntad, para ayudar al que se encuentra sin amparo y salvar la vida al desdichado. Su Misterio Pascual, que estamos celebrando, no sólo nos recuerda el amor que Dios nos tiene, sino que también nos trae a la memoria el compromiso que tenemos de proclamar su amor a todos los pueblos. Esa proclamación que nace de sabernos amados por Dios, reconciliados y salvados por Él. Con la sencillez de los niños vengamos a Él, no para hacer alarde de lo que tenemos, sino para reconocer que sin Él nosotros nada podemos hacer. Al entrar en comunión de vida con el Señor, dejémonos transformar por Él continuamente en hijos de Dios hasta lograr la perfección que en Cristo tenemos como nuestro destino. Entonces no sólo nos llamaremos hijos de Dios, sino que los demás sabrán que el Señor continúa en medio de ellos, con toda su sencillez, con todo su amor, con toda su bondad y misericordia mediante la Iglesia, comunidad de creyentes fieles en Cristo.

Dios nos ha comunicado su Espíritu, que nos llena de sus dones para que seamos constructores de un mundo que se renueve constantemente en el amor. Dios nos ha manifestado su amor y su misericordia, no sólo para que lo contemplemos cercano a nosotros, sino para que, participando de su misma vida, vayamos con la fuerza de su Espíritu de amor en nosotros, a trabajar, especialmente con nuestro testimonio, para que la vida del hombre tome un nuevo rumbo. Desde que el Hijo de Dios tomó nuestra naturaleza, quienes lo aceptamos en nuestra vida no podemos continuar viviendo sujetos al pecado, a la destrucción, a la muerte, al egoísmo, a las injusticias. Dios vino como Salvador. Y esa es la misión que hemos de continuar cumpliendo en la vida. Así, la Iglesia, unida a Cristo, será la forma mediante la cual Dios siga revelándose como Padre amoroso y misericordioso a quienes quieran recibirlo con la sencillez de los niños y de los pobres. Que nuestra Iglesia sea un lugar de paz, de armonía, de convivencia en amor fraterno. Que no hagamos daño a nadie, sino que pasemos haciendo el bien a todos como Cristo nos ha enseñado.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de prepararnos para la venida de nuestro Señor Jesucristo, con una vida intachable, humilde, sencilla; pero también con un amor fiel traducido en buenas obras y en la proclamación del Evangelio desde nuestra propia vida. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-15. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

¿A quiénes revela Dios su secreto? ¿Quiénes son capaces de conocer y re-conocer los misterios de Dios en nuestro mundo? Es ésta una buena pregunta… Ella nos encamina hacia aquellas personas que poseen el secreto de la vida.
A todos nos interesan, de una manera u otra, aquellas personas que se nos presentan como videntes, que saben leer o presumen saber leer lo que nos pasa o lo que nos va a pasar.

En un grado diferente, nos interesan también las personas que siempre tienen algo interesante que decir. Así leemos sus columnas periodísticas, o las escuchamos en la radio, o en televisión. En el evangelio de este día nos concretamos con una clave diferente.

Jesús, siente en sí mismo la inspiración. El Espíritu Santo lo invade con su alegría. Jesús suspira y exclama, lleno de gozo: ¡Abbá!, y lo define como “Señor de cielo y tierra”. Lo bendice y le muestra su agradecimiento.

La primera parte de la bendición es desconcertante: “porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos”. De un plumazo Jesús excluye del ámbito de la revelación a quienes presumen de conocimientos, a los intelectuales. Y es que un intelectual sin humildad de corazón, sin sencillez, está encerrado en su propia vanidad y no es capaz de abrirse a la verdadera revelación.

La segunda parte de la bendición-acción de gracias habla de los destinatarios de la revelación: ¡la gente sencilla, sin instrucción, la gente abierta; la gente capaz de admirarse con lo que viene de otros y no sólo con sus propios hallazgos. El Abbá hace destinatarias de su revelación a esas personas sencillas. El Abbá, sin embargo, en su discreción y ocultamiento, se revela a través de Jesús, su Hijo: “aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”

Jesús se vuelve a su comunidad de discípulas y discípulos. Él bien sabe que ellas y ellos sí que son gente sencilla, como lo era su madre Maria; son mujeres y hombres que se han fiado y lo siguen. Ellas y ellos son los destinatarios de la más bella revelación, del secreto más sensacional: quién es el Abbá, quién es el Hijo, cuál es el proyecto que ambos llevan adelante, el “misterio de su voluntad”, el “misterio del Reino de Dios”.

Si somos comunidad de Jesús, si escuchamos en la intimidad y en grupo comunitario su palabra, también nosotros recibiremos la revelación y el Maestro nos instruirá.

Conclusión: Jesús se sintió lleno de gozo en el Espíritu

Jesús explosiona de alegría al ver que los más pequeños y sencillos son los destinatarios del secreto del Reino de Dios. Descubre cómo su Palabra arraiga en los corazones simples. Cómo los hijos de la sabiduría de Dios son muy distintos de los sabios humanos. Aparece el mundo nuevo, por donde uno menos se espera.

Vuestro hermano en la fe.

José Cristo Rey García Paredes (cmfxr@hotmail.com)


2-16.

EL MUNDO DE LOS CARAMELOS.

He escuchado que un gran centro comercial ha puesto para adornar su fachada para las fiestas de Navidad unos muñecos que representan “El mundo de los caramelos”. Un mundo dulce, animado por cancioncillas también dulces que hará la delicia de los niños y el infierno de los diabéticos.

Podría ser el marco ideal para imaginarse la lectura del profeta Isaías de hoy, pero prefiero ponerle el marco de la exposición de “Las edades del hombre” de este año en Segovia. Así, así, bien colocaditos ante esa cantidad de imágenes de Cristo crucificado y poniendo en los ojos de nuestra mente la pasión de Cristo es como creo yo que habría que leer el Evangelio de hoy.

¡Pero hombre, que nos estamos preparando para la Navidad!. ¿No se da cuenta de que lo que pega son los corderitos, pastorcitos, lucecitas, regalitos…? Sí, claro, y toda esa serie de palabras que sonrojarían a Ned Flanders, el de los Simpson. Tiempo de paz y de amor, de buenos deseos y buenas comidas de empresa.

“¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!” Y vemos a Cristo en la cruz. “Todo me lo ha entregado mi Padre”. Y vemos a Cristo desnudo. Pero si afinamos el oído oiremos “Todo está cumplido”. Ese “Todo” es realmente “Todo”. El cántico de Isaías que escuchamos en la primera lectura como un nuevo Edén tiene que abrirse con la entrega total del niño que nació en Belén. Sólo la entrega total de ese niño- Dios hecho hombre- lleva a la “alegría del Espíritu Santo” y es capaz de hacer que el ángel que guarda el paraíso levante su espada llameante para que pueda volver a gozarse en la paz de Dios.

Dichosos pues, porque no tapamos la vida entera de Jesús con un mundo de caramelos, ni falsas alegrías, ni brindis forzados. La alegría completa de estos días viene de la sencillez, ver en el bebé de Belén al Redentor muerto y resucitado, que se entrega totalmente, sin reservarse nada, cumpliendo todo lo que el Padre le pide. Saber que esa “enseña de los pueblos que buscarán los gentiles y será gloriosa su morada” es la Cruz de Cristo. Procura ser sencillo y descubrirás que la cruz no es tan amarga ni la navidad tan dulce. La alegría no es patrimonio de los Teletubbies, sino de los santos. Acompaña estas semanas de Adviento a María, tu madre, desde la Anunciación a Belén; de Belén a la vida pública; de allí a la Cruz, de la cruz a el glorioso día de la Resurrección hasta hoy, en cuerpo y alma junto a su Hijo en el cielo. Junto a ella dirás- si eres sincero- yo también me quiero entregar del todo, no al mundo de los caramelos sino al Reino de Dios.. Inspirado por el temor del Señor dirás: "Ven, Señor Jesús".

ARCHIMADRID


2-17. Fray Nelson Martes 30 de Noviembre de 2004

Temas de las lecturas: La fe viene de la predicación y la predicación consiste en anunciar la palabra de Cristo * Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron .

1. Punto y Aparte
1.1 En la escuela, cuando íbamos a iniciar un nuevo párrafo o un nuevo capítulo siempre oíamos esa expresión del dictado: "punto y aparte". Algo que se cierra y algo nuevo que empieza. Eso es lo que Jesús trae a nuestra vida: punto y aparte. Como sucedió a aquellos primeros llamados por Él: dejaron una vida y empezaron una historia nueva.

1.2 Cristo viene, pues, a romper algo en el hilo de nuestra vida; o mejor: viene a revelar la continuidad profunda de nuestro hoy incierto con su mañana glorioso. No es igual pescar peces que pescar hombres, pero hay una continuidad: pescar. Nuestro hoy y nuestro mañana en Cristo tienen una continuidad; algo que no hemos podido encontrar y que sólo encontraremos al ritmo de su voz.

2. Un evangelizador precoz
2.1 Andrés es el evangelizador precoz por excelencia. La idea viene del Oficio de Lectura de hoy, y la expresa bellamente San Juan Crisóstomo: Andrés manifiesta pronto lo que había aprendido, pero deja a Jesús el campo libre para que explique lo que le supera.

2.2 Dos son las cualidades de un evangelizador, según esto: ser pronto en dar la buena nueva, y saber detenerse a tiempo, dando espacio para que Dios obre. O dicho de otro modo: hablar a tiempo y callar a tiempo. Sí: también el silencio evangeliza. Y la gente necesita no sólo ver que hablamos de lo que entendemos sino que callamos ante lo que no entendemos. No sólo predicamos con ardor; también callamos y adoramos con fervor.


2-18.

Reflexión

Estas palabras de Jesús nos las podemos aplicar todos los cristianos, ya que nuestros ojos ven y nuestros oídos pueden oír la realidad del Reino presente entre nosotros. Dios nos ha revelado en su hijo el gran amor que nos tiene y es ahora el hijo quien nos revela al padre y con él somos capaces de experimentar el amor de Dios en nuestras vidas. Sin embargo este conocimiento y esta vida de Dios en nosotros; la experiencia del Reino no es aún completa y definitiva: aun puede y debe crecer. Crecerá en la medida que seamos como los niños, teniendo una mirada inocente y transparente para mirar al mundo. ¿Por qué debemos pensar siempre mal de los demás…? Dejemos el juicio a Dios y veamos mejor las cosas buenas y positivas de los demás (que generalmente son muchas más que las negativas).

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-19. 30 de Noviembre

208. El mesías, “Príncipe de la Paz”

Martes de la Primera Semana de Adviento

I. La paz es uno de los grandes bienes constantemente implorados en el Antiguo Testamento. Sin embargo, la verdadera paz llegará a la tierra con la venida del Mesías. Por eso los ángeles anuncian cantando: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Lucas 2, 14). El Adviento y la Navidad son tiempos especialmente oportunos para aumentar la paz en nuestros corazones; son tiempos también para pedir la paz de este mundo lleno de conflictos y de insatisfacciones. El Señor es el Príncipe de la paz (Isaías 9, 6), y desde el mismo momento en que nace nos trae un mensaje de paz y alegría, de la única paz verdadera y de la única alegría cierta. Nosotros perdemos la paz por el pecado, y por la soberbia y la falta de sinceridad con nosotros mismos y con Dios. También se pierde la paz por la impaciencia: cuando no se ve la mano de Dios providente en las dificultades y contrariedades. Recobramos la paz con una confesión sincera de nuestros pecados. Es una de las mejores muestras de caridad para quienes están a nuestro alrededor, y la primera tarea para preparar en nuestro corazón la llegada del Niño Jesús.

II. El cristiano es un hombre abierto a la paz y su presencia debe dar serenidad y alegría. Para poder realizar este cometido hemos de ser humildes y afables, pues la soberbia sólo ocasiona disensiones (Proverbios 13, 10). El hombre que tiene paz en su corazón la sabe comunicar casi sin proponérselo: es una gran ayuda para el apostolado. El apostolado de la Confesión, que nos mueve a llevar a nuestros amigos a este sacramento, tiene un especial premio en el Cielo, pues este sacramento es verdaderamente la mayor fuente de paz y alegría en el mundo. Quienes tienen la paz del Señor y la promueven a su alrededor se llamarán hijos de Dios (Mateo 5, 9)

III. La filiación divina es el fundamento de la paz y de la alegría del cristiano. En ella encontramos la protección que necesitamos, el calor paternal y la confianza ante el futuro. Vivimos confiados en que detrás de todos los azares de la vida hay siempre una razón de bien: todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios (Romanos 8, 28), decía San Pablo a los primeros cristianos de Roma. Santa María, Reina de la paz. Nos ayudará a tener paz en nuestros corazones, a recuperarla si la hemos perdido, y a comunicarla a quienes nos rodean.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-20. 1ª Semana de Adviento. Martes

En aquel mismo momento se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, pues así fue tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.

Y volviéndose hacia los discípulos les dijo aparte: Bienaventurados los ojos que ven lo que veis. Pues os aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron. (Lc 10, 21-24)

I. Jesús, hoy me das una pista para conocerte mejor y para quererte más: hay que hacerse pequeño para entender tus cosas; hay que hacerse niño. Lo has dicho más veces: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos [6]. ¿Por qué? ¿Qué tienen los niños que no tenga yo?

Veo que tienen dos características muy propias de la infancia: fe inconmovible en sus padres, y perseverancia en la petición.

Para el niño pequeño, sus padres lo son todo: todo lo saben, todo lo pueden, todo lo arreglan. Si hay algún problema, no hay más que decírselo a papá o a mamá. Si se desea alguna cosa, hay que pedírsela a papá o a mamá. Y cómo piden los niños: una y otra vez, sin cansarse, sin analizar las dificultades que supone conseguir lo que quieren.

Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración.... y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir.. ¿Qué puede El, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos? [7].

II. Hacerse niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia, reconocer que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños [8].

Jesús, en la vida sobrenatural yo soy como un niño pequeño. No puedo nada, no valgo nada, no soy nada. Pero mi Padre es Dios. Y Él lo es todo, lo vale todo y lo puede todo. Yo sólo no puedo nada: sin Mí no podéis hacer nada [9], me has advertido. Necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios.

Ayúdame a darme cuenta de que te necesito. A veces pienso que yo ya puedo solo, que es cuestión de esforzarme más. Pero en la vida cristiana hay siempre dos elementos: la gracia de Dios y mi correspondencia. Para corresponder mejor, debo esforzarme más. Pero si no busco tu ayuda, tu gracia, si no voy con fe a los sacramentos a pedírtela, no podré.

Jesús, enséñame a confiar en mi Padre Dios como Tú lo hiciste. Tú no buscabas a tu Padre interesadamente: para que te sacara de los apuros, para vivir una vida más cómoda o sin sufrimiento. Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra. Tú buscabas, sobre todo, darle gloria y hacer su voluntad. ¿Cómo te alabo yo? ¿Cómo te adoro, te pido perdón y te doy gracias? ¿Cómo estoy cumpliendo tu voluntad en mi trabajo, en mi vida ordinaria? Cuando me comporte así, podré pedirte ayuda, con la sencillez, con la seguridad y con la perseverancia de un niño.

Jesús, me pides que me haga pequeño en mi vida espiritual. Y ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños. Ayúdame a tener esa fe rendida en Ti: que te pida todo lo que me preocupa, todo lo que me gustaría que ocurriera, pero sabiendo que Tú sabes más. Si no me concedes algo es porque no me conviene, aunque a mí me parezca algo necesario. Tú eres mi Padre, me quieres y me cuidas. En Ti me abandono, en Ti pongo mi esperanza.

[6] Mt 18, 3.
[7] San Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16.
[8] San Josemaría Escrivá de Balaguer; Es Cristo que pasa, 143. [9] Jn 15,5.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo Adviento y Navidad, EUNSA


21.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Al comienzo de esta celebración brilla ya la gran esperanza de que el Señor vendrá: «Vendrá el Señor y con Él todos sus Santos; aquel día brillará una gran luz» (Za 14,5-7).

Colecta (del «Rótulus de Rávena»): pedimos al Señor que acoja favorablemente nuestras súplicas y nos ayude con su amor en nuestro desvalimiento; que la presencia de su Hijo, ya cercano, nos renueve y nos libre de caer en la antigua servidumbre del pecado. Comunión: el Juez justo premiará con la corona merecida a todos los que tienen amor a su venida.

Isaías 11,1-10: Sobre él se posará el Espíritu del Señor. El tronco familiar de David parece ya seco. Pero Dios va a infundir en él nueva vida. Brota un retoño penetrado en plenitud del espíritu, germen de vida y salvación. Será un rey justo. Con Él se inaugura un orden nuevo, una nueva creación. Se renuevan la paz y la armonía del paraíso. El hombre recupera la ciencia del Señor que perdió al pretender ser como Dios. El Evangelio precisará que el conocimiento de Dios se concede de modo especial a los humildes. San Agustín comenta:

«Estas siete operaciones asocian al número siete el Espíritu Santo, quien al descender a nosotros empieza, en cierto modo, por la sabiduría y termina en el temor. Nosotros, en cambio, en nuestra ascensión comenzamos por el temor y alcanzamos la perfección con la sabiduría» (Sermón 248, 4, en Hipona, en la semana de Pascua).

Esta idea la repite el santo Doctor en varios Sermones.

«Por eso Isaías, para ejercitarnos en ciertos grados de doctrina, descendió desde la sabiduría hasta el temor, es decir, desde el lugar de la paz eterna hasta el valle del llanto temporal, para que, doliéndonos en la confesión de la penitencia, gimiendo y llorando, no permanezcamos en el dolor, el gemido y el llanto, sino que, ascendiendo desde este valle al monte espiritual, sobre el que está fundada la ciudad santa, Jerusalén, nuestra Madre, disfrutemos de la alegría inalterable… Así, pues, vayamos a la sabiduría desde el temor, dado que el principio de la sabiduría es el temor de Dios (cf. Sal 110,10), vayamos desde el valle del llanto hasta el monte de la paz» (Sermón 347).

–El Salmo 71 expresa hoy en la liturgia que el Rey que esperamos hará justicia a los pobres y librará al que no tiene protector. Así, pedimos anhelantes que venga ya ese reino y que se extienda por toda la tierra:

«Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente. Regirá a su pueblo con justicia y a los humildes con rectitud. En sus días florecerá la justicia y la paz, dominará de mar a mar; del gran río al confín de la tierra… Librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector, se apiadará del pobre y del indigente y salvará la vida de los pobres».

La liturgia exclama: «Perdona los pecado de tu pueblo y danos la salvación». Este ardiente anhelo de la venida del Señor nos obliga a desechar de nosotros todo lo que pueda desagradarle a Él cuando llegue, todo lo que se oponga a su Espíritu, que es amor a la pequeñez, a la humillación, a la pobreza, al sacrificio, a la cruz.

Lucas 10,21-24: Jesús se llena de alegría bajo la acción del Espíritu Santo. La misericordia del Señor le ha elegido para acercarse con él a los pequeños, a los pobres. Los caminos de los hombres no son los caminos de Dios. El único camino para encontrarnos con Dios es la humildad, el reconocimiento de la gran verdad de nuestra indigencia: «Ha escondidos estas cosas a los sabios y a los entendidos y las ha revelado a la gente sencilla». Comenta San Agustín:

«A los ridículos sabios y prudentes, a los arrogantes, en apariencia grandes y en realidad hinchados, opuso no los insipientes, no los imprudentes, sino los pequeños… ¡Oh, caminos del Señor! O no existía o estaba oculto para que se nos revelase a nosotros. ¿Y por qué exultaba el Señor? Porque el camino fue revelado a los pequeños. Debemos ser pequeños; pues si pretendemos ser grandes, como sabios y prudentes, no se nos revelará el camino» (Sermón 252; cf. 229, 248-250).

En el Adviento se nos repite muchas veces que preparemos el camino del Señor… Toda montaña y todo altozano serán allanados... Las sendas montañosas serán convertidas en ruta plana. Y toda carne contemplará la salvación de Dios (Cf. Lc 3,4ss).