29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXIV
SOLEMNIDAD DE CRISTO REY
CICLO C
(13-22)

 

13.

2 Sam 5, 1-3: Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel. Ungieron a David como rey Esta primera lectura nos presenta un pueblo adicto a David que lo busca para aclamarlo y coronarlo rey. El evangelio nos muestra un pueblo hostil que se burla de Jesús y lo reta a salvarse en el calvario. David tiene ya fama de buen guerrero y cifra su poder en sus bandas guerrilleras y en sus armas. Jesús aparece inerme y desvalido, sin ejercito y sin fuerzas; son sus enemigos quienes tienen las armas. A David le espera un trono, una vestidura regia, un cetro y una corona. Jesús está elevado en un patíbulo y tiene un letrero de escarnio: "Jesús rey de los judíos".

Col 1, 12-20: Nos ha sacado de las tinieblas. Por él quiso reconciliar consigo todos los seres.

Algunas Biblias colocan estos versículos de Pablo en forma de poesía. En realidad es un himno dedicado a Cristo como principio y fin de todas las cosas. Pablo nos aclara aquí que toda la historia de la raza humana y toda la historia personal tienen su razón de ser y su fin en alcanzar y lograr la persona íntegra y plena, y esa persona es Cristo.

Él es "la imagen de Dios" es decir: realiza plenitud el plan de Dios sobre el ser humano "porque así quiso Dios que la plenitud permaneciera en Él". En este sentido Jesucristo se convierte en Señor y rey del universo y de cada ser humano. Él define nuestra existencia; no hay alternativa: o con "Él contra Él"(Lc 11, 23).

Lc 23, 35-43: Este es el rey de los judíos. Hoy estarás conmigo en el paraíso

Aquí, en este escenario del Gólgota, no hay ningún signo de poder regio. Hasta el letrero: "Rey de los judíos" es una burla. ¿Qué nos quiere decir este rey fracasado, sin ejercito, sin poder, desnudo y abandonado?

El título de "Rey", aplicado a Jesús, no deja de tener algún problema, según cómo sea entendido.

En primer lugar -aun no siendo esto ciertamente lo más importante- hay que recordar que estamos en una época de la historia del mundo en la que el sistema monárquico (al que aluden directamente las palabras "rey" y "reinado") no es el sistema más común ni el más moderno. Hay países jóvenes -que nunca vivieron el sistema monárquico- en los que los cristianos expresan su insatisfacción con esta palabra, pareciéndoles que es un "europeísmo" o en todo caso un "anacronismo".

Por otra parte, en algunos idiomas la palabra suscita también reparos "antimachistas"; así, en inglés, muchos rechazan la palabra "kingdom" para Reino, prefiriendo "reign", que no tiene connotaciones masculinas (king).

Pero las principales dificultades no vienen de la palabra misma "Reino", sino del contenido que se quiera expresar con ella.

Jesús, en efecto, afirmó su realeza en un momento bien curioso: ante Poncio Pilato. La reacción de éste debió ser de absoluta sorpresa. Para Pilato, ser rey era ser poderoso, omnipotente, temido; era tener a disposición personas e instituciones, actuar por encima de las leyes y del bien y del mal... Para Pilato, ser rey era debía ser la antítesis misma de lo que representaba aquel hombre que tenía delante: Jesús, desgarrado, abandonado, abucheado...

Pues bien, como todos sabemos, la fiesta de Cristo Rey -en el pasado más que en la actualidad-, ha sido entendida en algún sentido "al estilo de Pilatos": hemos vestido a Jesús con traje real, con cetro, corona, fulgores, trono y lo hemos imaginado como rey todopoderoso... tal como nunca él fue. La fiesta ha servido para entronizar a Jesús con nuestra imaginación asimilándolo a la posición de los "señores de este mundo" (Mt 20, 25), de los qué él siempre quiso diferenciarse. La rica imaginería medieval y moderna de los "Cristo-Rey" así lo muestra.

En algunos países de tradición católica todavía recuerdan los cristianos más adultos la celebración de esta fiesta en países nacionalcatólicos con fiestas multitudinarias, cantando himnos y ondeando banderas que proclamaban a Cristo como Rey, lo entronizaban y le "consagraban oficialmente" el país, a veces incluso por medio de la participación explícita de gobernantes que, por otra parte, no respetaban los derechos humanos pero sí daban privilegios a la Iglesia...

¿Qué significaba aquella solemne proclamación de Cristo como "rey"? ¿Qué significaban aquellas consagraciones? ¿Está consagrado a Cristo (o al Corazón de María) un país, por el hecho de que se haga un acto público y solemne de consagración oficial del país? ¿Quiere el Señor consagraciones "oficiales"? ¿Quiere él ser rey así? ¿Qué es realmente "consagrar"?

Jesús habló de un reino, ciertamente. Más aún, el tema "reinado de Dios" fue "el tema" central y casi obsesivo de la predicación de Jesús. El vivió enteramente "consagrado" a ese Reino. Soñaba con el Reino, y sólo quería que creciera en este mundo. Pero nunca buscó "consagraciones" públicas, ni la participación en ellas del poder político. Más bien Jesús "pasó por uno de tantos" (Fil 2,7) y pasó la mayor parte de su vida consagrado a ese reino desde el silencio de su vida anónima y pobre de Nazaret. Y aun cuando después se lanzó por los caminos polvorientos de Palestina a anunciar incansablemente ese reinado, nunca pensó en pedir la colaboración de Pilato, ni soñó con que un día llegara a izarse una bandera suya junto al águila romana.

Fue después, tres siglos más tarde, en el momento del llamado "constantinismo", cuando la Iglesia cristiana se casó con el poder político y ambicionó -tanto para Dios como para sus jerarcas- el trono, los títulos, los honores oficiales, y también, con frecuencia, el poder mismo, la coerción sobre los súbditos, la persecución de los disidentes, la consecución de una "sociedad cristiana"...

Hoy día la mayor parte de los cristianos comprendemos que Jesús no quiere que las sociedades san cristianas "oficial o confesionalmente" (por una proclamación pública y oficial y con la participación del poder político), sino que lo sean "realmente" (por la vivencia de los valores del Reino, entre los que se incluyen siempre el respeto a las minorías y también concretamente a los no cristianos).

Jesús, más que Rey fue históricamente mensajero y luchador del Reino. El evitó expresamente que lo proclamaran rey, como efectivamente intentaron hacer en algún momento. Lo que él buscaba no era gentes que le aclamaran a él como rey, sino gentes que se decidieran a construir el Reinado de Dios. Y esa voluntad de Jesús sigue vigente hoy.

Por eso, para nosotros, proclamar a Cristo como Rey es vivir diariamente los valores de su Reinado. El quiere ser proclamado con la humildad de nuestro servicio a la vida, con la efectividad de nuestro compromiso, con la confesión de nuestro testimonio personal y comunitario.

El prefacio de esta celebración nos presenta algunos rasgos precisos de este Reino: Reino de verdad y de vida, Reino de justicia y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz.

 

Para la conversión personal

¿Confiesa mi vida que Jesús es para mí el modelo, la clave, el Señor, y en ese sentido, "el Rey"?

Para la reunión de comunidad o grupo bíblico

-¿Qué ideas tenemos acerca de la función de Cristo como rey del universo?

-¿El común del pueblo entiende a Jesús como un rey que vino a gobernar mediante el servicio y el amor?

-¿Qué podemos hacer para que nuestra catequesis ofrezca una catequesis sobre Cristo más ajustada a lo que nos dice el evangelio?

Para la oración de los fieles

-Por los que gobiernan las naciones, especialmente por los gobernantes cristianos: para que Dios les dé a entender que lo que él quiere es que su pueblo viva en paz y justicia, roguemos al Señor.

-Por todos los cristianos, para que proclamen con su vida que Jesús es realmente el Señor de sus vidas...

-Para que en la catequesis y en la evangelización purifiquemos la imagen de un Cristo que es "rey al estilo y la manera de los reyes de este mundo"...

-Para que luchemos cada día por construir el Reino de Dios que Jesús anunció y nos invita también a construir: un reino que es vida y verdad, justicia y paz, gracia y amor...

Oración comunitaria

Dios Padre Nuestro que enviaste a Jesús para que anunciara a todos tu deseo de renovar totalmente el mundo, contaminado por el pecado; te pedimos que el proclamarlo Rey no nos impida ver que lo verdaderamente importante es construir -como él y con él, siguiendo sus huellas- tu Reino. Por el mismo J.N.S.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


14.

Terminamos el Año cristiano con una mirada de asombro y de gratitud dirigida a Cristo Jesús, Rey del Universo. Un Rey muy especial, paradójico, que "reina desde la Cruz", y cuyo misterio nos ayudan a entender las tres lecturas de hoy.

La proclamación más solemne de las oraciones y las lecturas, es, junto con los cantos, una ayuda fundamental para que la comunidad sintonice con lo específico de la solemnidad de hoy y se deje sumergir en ella. Con la perspectiva de un Reino que todavía no se manifiesta, sino que se está gestando y madurando hasta el final de los tiempos.

DE DAVID REY A CRISTO REY

En la 1ª lectura se nos presenta a David, que ya era rey de las tribus del Sur (la tribu de Judá, que era la suya) y que ahora es reconocido también por las del Norte (Israel), dando inicio al reinado más recordado de la historia del pueblo elegido, cuya capital muy pronto establecerá en Jerusalén.

David se nos presenta hoy, por tanto, como una figura entrañable del futuro Mesías. Si ya de él se puede decir: "tú serás el pastor de mi pueblo, Israel", nosotros sabemos que esta realeza se cumple de un modo mucho más pleno y profundo en Cristo Jesús. Nos lo ha explicado con entusiasmo san Pablo, en el himno cristológico de la carta a los de Colosas (¡que habrá que encomendar a una persona que sepa proclamar con voz de pregonero convencido!). Cristo es imagen de Dios, primogénito de todo el cosmos, cabeza de la nueva humanidad, el primero en todo, en el que reside la plenitud de la vida. Y nosotros nos gozamos en esta primacía de Cristo, porque sabemos que Dios "nos ha trasladado al reino de su Hijo querido" y nos hace compartir con él las riquezas de su luz y su libertad.

Cuando se aproxima ya el año 2000, en que celebraremos jubilarmente los veinte siglos del nacimiento de Cristo, el pasaje de Pablo y la fiesta de hoy nos invitan a mirar con el mismo entusiasmo hacia nuestro Salvador, el Rey escatológico del Universo: o sea, el que está destinado a manifestarse en el futuro como centro y meta de todo lo que existe.

MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO

La paradoja de un Rey clavado en la cruz nos recuerda lo que Jesús había dicho a Pilato: "Mi reino no es de este mundo". Él tuvo que ir corrigiendo la idea de realeza y de mesianismo que tenían sus discípulos. Cuando le quisieron nombrar rey, después de la multiplicación de los panes, se escapó. Él no había venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida por todos. Ahora está, por tanto, en la plenitud de su realeza, porque está en la plenitud de su entrega. Ya toda su vida había sido entrega generosa. De él se dijo que "pasó haciendo el bien": consolando, perdonando, curando, atendiendo, comunicando esperanza, dando testimonio de la verdad.

Esa es su realeza. Esas son sus riquezas, que proclamaremos en el prefacio. El evangelio de hoy nos lo presenta en su punto cero: ahí sí que no hay peligro que se entienda en clave de privilegios humanos la realeza de Jesús.

Sus seguidores -la comunidad eclesial y cada uno de nosotros- tendremos que aprender esta lección. Nuestra actitud, en nombre de Cristo, no deberá ser la del dominio, sino la del servicio. No la del prestigio político o económico, sino la del diálogo humilde y comunicador de esperanza. Evangelizamos más a este mundo con nuestra entrega generosa que con nuestros discursos. En nosotros también debe cumplirse lo de que "servir es reinar".

EL LADRÓN, UN BUEN MAESTRO

Ante ese Rey que muere en la Cruz, las reacciones de la gente son diversas: unos le miran desde lejos, otros han escapado por miedo, otros se burlan.

Pero hay una persona que sí cree en él: el buen ladrón. No sabrá de teologías, pero intuye que ése que muere a su lado es algo especial: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Ha creído en Jesús como Rey, a pesar de que le está viendo en un momento de mínima credibilidad, a punto de morir, como él, ajusticiado en la cruz. Allí mismo está también la Madre, María, y unos pocos discípulos. Pero lo sorprendente es que el ladrón exprese así su fe. Por lo que escucha la respuesta que quisiéramos todos escuchar un día: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso".

El ladrón es un buen modelo en la fiesta de hoy. Nos enseña a mirar hacia ese Cristo con ojos profundos, inspirados por el Espíritu de Dios. Con la convicción de que ese Cristo Jesús nos está abriendo el camino del Reino y todos los que nos incorporemos a él estamos llamados a su mismo destino de vida y de realeza.

En el Padrenuestro podemos decir hoy con mayor expresividad las palabras que tantas veces repetimos: "Venga a nosotros tu reino". Porque nunca acabamos de dejarnos animar y conducir por ese Rey que Dios nos ha enviado y que quiere construir en nosotros y por medio de nosotros unos cielos nuevos y una tierra nueva: "el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz".

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998/15 7-8


15.

Hoy, en este domingo, mirando a Jesús clavado en la cruz, escuchando las burlas de quienes le han llevado hasta la muerte, y escuchando sobre todo sus palabras, estas palabras amorosas y compasivas dirigidas al pobre desgraciado que moría también a su lado, podemos hacernos una pregunta muy importante, muy decisiva: ¿quién es Jesús para nosotros? ¿por qué creemos en él? ¿qué esperamos de él?

-Nuestros ojos en Jesús, Señor y Salvador

Hoy es el último domingo del año litúrgico. Desde el 30 de noviembre pasado, cuando iniciamos el tiempo de Adviento, hemos ido reviviendo semana tras semana, paso a paso, la historia de nuestra salvación, el camino de Jesús que nos da vida. El próximo domingo iniciaremos de nuevo este camino. Y hoy, acabando el ciclo, ponemos, una vez más, nuestros ojos en aquel en quien creemos, aquel que da sentido a todo lo que somos, aquel que queremos seguir con toda nuestra fe y con todo nuestro amor.

Hoy ponemos nuestros ojos en Jesús, y renovamos una vez más nuestra adhesión a él. En la segunda lectura, san Pablo nos ha recordado, con palabras solemnes, quien es este Jesús.

Nos ha dicho que Dios "nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados". Y ha continuado, con gran entusiasmo: "Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura... Todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él." Y aun: "Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia... En él quiso Dios que residiera toda la plenitud." Palabras solemnes, palabras que nos quieren comunicar la gran verdad, la gran alegría de la fe cristiana: que cada hombre y cada mujer, toda la humanidad, estamos llamados a vivir una vida de paz, de perdón, de confianza, de novedad, unidos a Jesús. Una vida que supera el dolor, la división, el mal, la muerte. Una vida verdaderamente humana.

-Jesús nos salva con su entrega total

Pero lo que pasa es que unas palabras tan entusiastas y solemnes quizás podrían hacernos pensar que todo esto es como una gran fiesta fastuosa, organizada por Dios para ayudarnos a nosotros, pobres desgraciados. Algo así como estos bailes de beneficiencia que se organizan en algunos lugares, donde los ricos parece como si hicieran favores a los pobres, pero en realidad lo que hacen es exhibirse ellos.

Y no es así. La vida que Jesús ha conseguido no tiene nada que ver con esto. Y para que quede claro, san Pablo termina su himno entusiasta con unas palabras que de golpe nos encaran con la realidad: Dios-dice Pablo- ha querido por Jesucristo "reconciliar consigo todos los seres, los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz". La sangre de su cruz.

No, no es una fiesta deslumbrante, lo que Dios ha organizado para llevarnos hacia él. Lo que Dios ha hecho ha sido venir a vivir nuestra vida por medio de su Hijo, entrar en nuestro mundo de pecado y de mal, caminar a nuestro lado sin avergonzarse de nosotros, y recibir todas sus consecuencias: su amor le ha llevado a la cruz. Y su entrega, su sangre derramada, ha inaugurado algo nuevo: un hombre, uno de los nuestros, ha vivido la vida humana con un amor total, sin rastro de pecado, y así ha podido romper las cadenas del mal y de la muerte; y ahora, todos nosotros, infieles y débiles, podemos unirnos a él, engancharnos a él, y entrar con él en su vida nueva.

-Jesús nos mira amorosamente a cada uno de nosotros

Por eso hoy, en este último domingo del año litúrgico, nuestra mirada se dirige hacia la cruz de Jesús. Mirando a la cruz entendemos lo que quiere decir que él va delante de nosotros, que él es nuestro camino y nuestra vida, nuestro rey. Y allí, sintiendo como se acerca amorosamente a aquel otro pobre crucificado que le pide ayuda, entendemos que su entrega es también un acto de amor hacia cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros tenemos momentos, o épocas largas, o quizás toda la vida, en que nos sentimos mal, poca cosa, pecadores y débiles, incapaces de tirar adelante. Pues Jesús, siempre, y en estos momentos en especial, nos mira con el mismo interés y con el mismo amor con que miró a su compañero de suplicio, y nos invita a continuar, a confiar, a creer en él, a caminar a su lado. Porque todos estamos llamados a la vida, a la vida de su Reino.

Ahora celebramos la Eucaristía. Es esto: unirnos a Jesús, y consolidar nuestra fe en su Reino, que es vida nueva para cada uno de nosotros y para todos los hombres, más allá de cualquier división, injusticia, dolor, debilidad, desesperación.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1998/15 11-12


16.

Diálogo de moribundos

El hombre cierra pocas veces los ojos. Pero, cuando situaciones extremas le obligan a cerrarlos, percibe dentro de sí la densa sombra que envuelve su vida. Y se pregunta: ¿Por qué se da en la vida este revuelto mar de deseos, insatisfacciones y sufrimientos? Deseoso de seguridades y realidades palpables, siente como una losa el silencio del mundo, de los hombres que le acompañan en su camino y de Dios. Porque para él también Dios calla. Y, como el ladrón crucificado, grita: Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros. Quiere una prueba concluyente, tangible de lo divino. Es el eterno desafío del hombre, acorralado por el temor y la muerte. Y la confesión de su desesperado deseo de salvación.

Pero la luz irrumpe también misteriosamente. Al lado del que exige esa prueba escuchamos otro grito, radicalmente distinto: Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu reino. Tardíamente, pero al fin aquel hombre ha encontrado la dimensión exacta de su ser y vida. No es la salvación que pide su compañero, no es la manifestación visible de un poder que le devuelva la vida, que se le escapa irremediablemente, lo que pide. Es algo que sólo atisba, pero le hace presentir que el ser del hombre trasciende a su limitación física. Luz, atisbo, gracia que le lleva a ver en Jesús, que sufre a su lado, un nuevo modo de ver el sufrimiento de los inocentes. Y descubrir su valor salvador. Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino.

Diálogo extraño entre dos moribundos. Hoy estarás conmigo en el paraíso. Aquel hombre recibe como respuesta a su petición la revelación de su verdadero ser: su descanso en Dios y en la Verdad, o sea, el paraíso. La revelación de que la muerte no es el mal supremo. El que cree en Mí no muere para siempre, había dicho Jesús. El paraíso para el hombre es el encuentro con la verdad de su ser. Se entra en él, cuando el hombre descubre quién es y para qué vive. Cuando conoce a qué idea responde su existencia en la sinfonía maravillosa del mundo creado. Cuando responde con Agustín: Nos hiciste, Señor, para ti.

La burla, el sarcasmo, la befa del entorno de la muerte de Jesús sigue en nuestros días. El creyente, pese a todo, sigue aceptando en su vida la respuesta de Jesús. Hoy -cuando descubras y aceptes la verdad de tu ser- estarás conmigo en el paraíso.

Ángel R Garrido


17.

"Rey cuyo reino no está armado de palillos, pues no tiene fin" (Santa Teresa)

Descendiente del Rey David humanamente constituído, Rey del universo por Dios, su Padre. Rey, pero sin palacios fastuosos, sin cortesanos ni servidumbre, sin guerras ni victorias, sin tributos ni privilegios. Rey que ha venido a servir y no a ser servido, no a robarles imagen a los hombres, sino a derramar su sangre para introducirles en su Reino, de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.

1. Con la solemnidad de Jesucristo Rey culmina cada año la Iglesia el curso litúrgico seguido en torno a Jesús, para significar que él es el centro y la vida, "el alfa y la omega, el principio y el fin" (Ap 21,6), el revelador del Padre, por ser la imagen visible de Dios invisible, el primogénito de entre los muertos, la Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia, el primero en todo, el receptáculo de toda la plenitud y el reconciliador y pacificador de todo, por la sangre de su cruz (Colosenses 1,12). Pero conviene aclarar que es Rey no como los de este mundo, ni de este mundo (Jn 18,36), por tanto no viene a competir con ningún rey o primer mandatario de la tierra.

2. Cuando el Señor rechazó a Saúl como rey de Israel, mandó a Samuel a buscar a David para ungirle rey en Belén (1 Sam 16,1): "Tomó Samuel el cuerno del aceite y ungió a David. El Espíritu del Señor se apoderó de él" (1 Sam 16,13). Por segunda vez, "Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón en presencia del Señor, ellos ungieron a David como rey de Israel" 2 Samuel 5,3. Jesús, que por genealogía humana es rey por ser descendiente del rey David, como lo atestigua San Mateo (1,1), fue ungido=Cristo en griego, y Mesías, en hebreo y arameo, por el Espíritu Santo, no por Samuel, como su padre David. Sobre Jesús, el Hijo de David, descendió en el Bautismo el Espíritu Santo(Lc 3,21), como lo testificó Pedro en casa de Cornelio (He 10,34). David, el Ungido del Señor, convertido en Pastor-Rey de pueblos el que era pastor de ovejas, es el tipo de Jesucristo Hijo de David, que hereda su reino, y por eso es profetizado Pastor-Rey por Ezequiel (Ez 34,23).Los enfermos le gritaban: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí" (Mc 10,47). Las multitudes le aclamaban: "¡Hosanna al Hijo de David!" (Mt 21,9). Y San Pablo le exhortará a Timoteo, en su testamento: "Acuérdate de Jesucristo resucitado de entre los muertos, del linaje de David" (2 Tim 2,8).

3. El mismo Jesús se proclamó Pastor Rey, pues los reyes se consideraban Pastores y guias del pueblo: "Yo soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas" (Jn 10,11). El pueblo comprendía perfectamente que en el pastor que caminaba delante de su rebaño, tenía la seguridad de ser apacentado, dirigido, defendido, conducido y protegido por una sabiduría y un poder superiores. En una palabra, veían a Dios su Creador y su Señor, conductor y guía de su pueblo, con su providencia a su servicio y su amor fiel e incondicional que lo dirigía con poder.

4 Por eso, la proclamación de Jesús como Rey "nos llena de alegría sabiendo que vamos a la casa del Señor", que es su reino, donde celebraremos su nombre y su victoria Salmo 121.

5. Al degenerar la imagen del rey por el contagio de Israel con otros pueblos gobernados por reyes casi siempre tiranos, y en el mismo Israel por la mala conducta de algunos de sus reyes, era necesaria una larga evolución en su teología para pasar de una visión terrena y humana de mesianismo triunfalista, a la visión del Reino de Dios, que culminará en la cruz, en el más rotundo y clamoroso fracaso. Y lo mismo ha ocurrido en otros países más occidentales y habremos de atenernos al mandato de Jesús: "Los reyes de las naciones las tiranizan. Pero entre vosotros no ha de ser así, sino que el mayor entre vosotros sea vuestro servidor" (Lc 22,25). Así lo ha hecho El, que ha querido caminar entre valles de tinieblas por donde caminamos nosotros, los hombres, y ha subido el camino del Calvario. Extenuado, le quedan pocos momentos de vida, ya no es un peligro para sus adversarios. Le piden que baje de la cruz, como el diablo en el desierto le pidió que se tirara del pináculo del Templo (Mt 4,5). Jesús no accede. Acepta el plan del Padre: el mesianismo doliente y crucificado; a los insultos responde con el silencio (Mt 27,14). Le provocan furiosos los ladrones (Mt 27,4). Pero hay un ladrón que increpa a su compañero, "lo nuestro es justo, pero éste no ha hecho ningún mal"...Su compasión y sentido de la justicia le hacen lanzar un grito de confianza: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Jesús, reuniendo sus fuerzas en medio de los tormentos, le responde y le garantiza: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso" Lucas 23,35. Jesús, que ha afirmado solemnemente ante Pilato: "Tú lo dices: Yo soy Rey" (Jn 18,37), promete recibir en su reino hoy mismo, al ladrón que viéndole en la cruz, le confiesa rey.

6. Las amenazas y los sarcasmos no han obtenido su respuesta. La oración emocionada de aquel ladrón ajusticiado, sí, y qué respuesta. Yo quiero penetrar en el corazón de cada uno de los dos: del ladrón, reconciliado, aceptando su muerte, pacificado, lleno de esperanza, transfigurado su rostro, antes alterado. Había observado a Jesús, y le había convencido y convertido su paciencia, su bondad, su amor. Y quiero entrar en el Corazón de Jesús que en medio de los tormentos, ve a su lado recién brotada una espiga de la cosecha. Ha comenzado a manifestarse la eficacia de la Sangre derramada. Jesús ya ha comenzado a reinar: Es rey en el corazón de un ladrón bueno, que se dejó seducir por el gesto de Cristo, por sus palabras de amor, de verdad y de perdón. He ahí dos crucificados en la paz de Dios. Son amigos. Los dos van a morir en el amor. Los dos van a ser recibidos por los brazos del Padre. El buen ladrón ha descubierto el mundo de la gracia. En medio de la justicia y de la injusticia, la de Jesús y la suya, ha sabido reconocer en la muerte de Jesús el camino de la vida y ha pasado de la muerte a la vida, del pecado a la santidad.

7. Pasó en el rodaje de la película "JESUS DE NAZARET" que dirigió hace algunos años Franco Zeffirelli. Yo guardo un recorte de prensa con unas declaraciones de Robert Powell, que interpretó en esa película a Jesús. Tenía 31 años y no era católico. Su vida cambió radicalmente tras el rodaje de la película. Y reveló que durante el rodaje ocurrieron cosas emocionantes, y conversiones, ente ellas la del que representaba a Judas, que era ateo. Todos los actores sufrieron una crisis religiosa que a muchos les transformó. Jesús Rey no deja indiferentes. El amor engendra vida: "Donde no hay amor, ponga amor y cosechará amor" (San Juan de la Cruz).

8. Dejémonos nosotros invadir por el amor de Jesús para pasar también de nuestra muerte a la vida, por la Eucaristía. Porque El no sólo es el rey del cosmos, pues "todo fue creado por El y para él", sino que es rey porque nos ha redimido, y porque es la "cabeza del cuerpo, de la Iglesia". Y como "primogénito de todos los muertos en el que reside toda la plenitud", quiere "reconciliar consigo todos los seres por la sangre de su cruz"; y reinar dentro de nosotros. "El reino de Dios está dentro de vosotros". No ha temido que los hombres le robemos imagen, sino que nos ha constituido, por el Bautismo, reyes y sacerdotes para su Padre, para que le ayudemos a instaurar en el mundo su Reino, de la verdad y de la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.

9. El reino de la verdad. En el mundo no hay verdad, el relativismo la manipula. Por eso dice Jesús que su Reino no es de este mundo. Porque en el mundo todo es falso. Los reyes de este mundo, los que tienen el poder, son hombres sujetos a pasiones y mueren: A veces el que menos manda es el rey. Los validos, los cortesanos que les auparon, usurpan el poder. Y por tanto no es verdad que el rey sea el rey.

10. El Reino de la vida. Más pronto o más tarde llega la muerte: ¿Cuántos reyes célebres podríamos ahora recordar? Carlos V, Felipe II... El reino de este mundo es el reino de la muerte. El reino de Cristo es el Reino de la Vida y si murió, fue por amor, pero venció la muerte. Es el primogénito de los muertos, el primer resucitado.

11. El Reino de santidad y de gracia. La santidad es el triunfo de las virtudes. La santidad es la vida de Dios, espíritu de Dios, intenciones en el actuar según las intenciones de Dios.

12. El Reino de la justicia. Reino donde se trabaja, donde se mira al hermano como hermano, sin diferencia de clases, donde el que tiene da al que no tiene, donde el que sabe enseña al que no sabe.

13. El Reino del amor. El cimiento del Reino es el amor porque Dios, que es Amor, ha querido, por amor, que participáramos del clima de su Reino en el Amor. Y su Legislador propone como máximo mandamiento, el mandamiento del amor: a Dios y a los hermanos. En el reino del amor no cabe el odio, pero tampoco la mala voluntad, ni la envidia ni el egoismo. Jesús Rey de Amor, excluye de su reino los partidos y las banderías, las murmuraciones y calumnias, las palabras que ataquen de alguna manera la caridad fraterna. Pero no sólo es negativo el mandato del amor. Cristo Rey quiere positivamente que en su Reino viva la bondad de unos con otros, la comprensión e indulgencia, la tolerancia y la afabilidad sincera y sencilla, sin reticencias; la cordial servicialidad que ve en los hermanos a Dios, que acepta como hecho a el lo que se ha hecho con sus pequeños.

14. El Reino de la Paz. Es natural. ¿A dónde, si no, llegaremos por el camino de la santidad y de la gracia y de la justicia y del amor, sino a la paz, entera y total, a la tranquilidad del orden, al mar en calma de la paz conseguida a costa de superar las embravecidas olas del egoísmo y desamor, del odio y del pecado?

15 "In Pace", rezaban los epitafios de los primeros mártires cristianos en las catacumbas. "En la Paz". El mundo con todo su dinero,placer y poder, no puede dar la paz de Dios.

16. "Hemos sido trasladados al Reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados Colosenses 1,12

17. Cristo Rey de Amor, has querido comprarnos con tu agonía y con tu sangre, con tu amor. No has temido que los hombres te hagan sombra, sino que les acompañas para que alcancen su plenitud en tu Reino: "Que eres Dios, y no hombre, y no te gusta destruir"(Os 11,9). Y "el hombre viviente es tu gloria" (San Ireneo). Déjanos que te digamos que te queremos amar; que no queremos separarnos de Tí, que queremos seguir siempre siendo ovejas de tu rebaño. Con tu gracia y ayuda, lucharemos para dar a conocer al mundo cuánto nos amas. Nos asaltan los enemigos, ¿cuáles? Mundo, demonio y carne. El egoísmo nos quiere dominar. La sensualidad y la vida de sentidos nos quieren acaparar... Por eso nos agarraremos con fuerza y perseverancia a tus sacramentos, a la oración, a la atención a tu presencia y al sacrificio, para que reines en nuestra vida y en nuestro entorno, con la ayuda indispensable de la intercesión segura de la Virgen Madre del Rey. Amen.

J. MARTI BALLESTER


18.

Frase evangélica: «Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino»

Tema de predicación: EL LADRÓN ARREPENTIDO

1. El ministerio de Jesús está en función del reino de Dios desde el comienzo («el reino de Dios se acerca») hasta el final («hoy mismo estarás conmigo en el paraíso», le dice al «buen ladrón» tras pedirle éste: «Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu reino»). El diálogo de Jesús en la cruz con los dos ladrones, referido por Lucas, muestra que el arrepentimiento humano y el perdón de Dios son condiciones fundamentales del reino de Dios. Jesús estuvo cerca de pobres, marginados, malhechores y ladrones. El buen ladrón fue el último en reconocer el señorío de Jesús y el primero en tomar posesión del paraíso o entrar en el reino.

2. Las actitudes respectivas de los dos ladrones son diametralmente opuestas. La del mal ladrón es de irritación y de desprecio; es la actitud de quien rechaza el reino de Dios y su justicia. La del buen ladrón, en cambio, refleja una gran disposición de ánimo y una fe sorprendente: su reconocimiento de la condición mesiánica de Jesús es una auténtica profesión de fe. En primer lugar, manifiesta «temor de Dios» -que no es miedo, sino virtud religiosa- al reconocerse con Cristo «en el mismo suplicio». En segundo lugar, el buen ladrón reconoce lo merecido de su castigo; se considera culpable. Finalmente, expresa que Cristo «no ha hecho nada malo» o,lo que es lo mismo, que todo lo hizo bien. No basta, pues, con afirmar de palabra que Jesús es Señor, es preciso, además, confesar delante de Dios y de los hermanos nuestra conducta frecuentemente depravada. Con esta confesión empieza a crecer en nosotros el «temor de Dios».

3 . Para alcanzar el reino de Dios son necesarias la conversión y la fe en la buena noticia, que es el evangelio vivido y realizado, es decir, el reino de justicia y de amor. Creer no consiste únicamente en afirmar que Dios existe: es seguir a Jesús como Señor, comunicar y edificar su reino, acompañarle en los sufrimientos, reconocerle como crucificado entre malhechores y resucitado en el paraíso definitivo.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Identificamos «cielo» con «reino de Dios»?

¿Nos tomamos en serio la edificación del reino?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 312


19. COMENTARIO 1

EL TRONO DEL REY

Acostumbrados a reyes déspotas y tiranos, los contempo­ráneos de Jesús habían olvidado los orígenes de la realeza y la razón de ser del rey. La práctica política de los reyes y gober­nadores de la época tenía muy poco que ver con las esperanzas que el pueblo hebreo había depositado desde los orígenes en la figura del rey, mesías, el ungido de Dios.

Al pie de la cruz, «los jefes del pueblo comentaban con sorna: -A otros ha salvado; que se salve él si es el Mesías de Dios, el Elegido.

Jesús no se bajó de la cruz y, sin embargo, era rey, pero no como lo entendían quienes se mofaban de él. Toda su vida había ejercido la realeza, sin pertenecer, por ello, a la jerarquía política del país o a la aristocracia sacerdotal.

La monarquía había surgido en Israel para que el rey hi­ciera de valedor y administrador de justicia. El libro primero de Samuel cuenta cómo se acercó la gente al profeta para de­cirle: «Mira, tú te has hecho viejo y tus hijos no siguen tu camino. Danos, pues, un rey para que nos juzgue, como todos los pueblos » (1 Sm 8,5). Juzgar y gobernar eran palabras sinó­nimas entre los hebreos. La función principal del rey era admi­nistrar una verdadera justicia en favor de los más indefensos, socialmente hablando, único medio para asegurar el bienestar de todos dentro de la comunidad: «El rey justo hace estable el país; el que lo carga de impuestos, lo arruina» (Prov 29,4).

Pero esta preocupación del rey por la justicia no era una actividad estrictamente forense. Debía ser, ante todo, un es­fuerzo de ayuda en favor del débil, un volcarse en bien de los más necesitados. El salmista, hablando del rey ideal, dice así: «Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador» (Sal 72,4). La sensibili­dad o preocupación por la justicia social constituía, para los hebreos, la piedra de toque del verdadero rey.

Por ser fiel a este modelo de realeza, terminó en la cruz, tras pasar la vida defendiendo la causa de los indefensos, de los socialmente tachados, de los oficialmente pecadores, de los habitantes de la periferia de la vida. Uno de éstos, crucificado junto a él, reconoció su realeza: «Acuérdate de mí cuando vengas como rey. Jesús le respondió: -Hoy estarás conmigo en el paraíso.»

El paraíso comienza cuando el rey, gobernador del país, se dedica por entero a atender la causa de los pobres, los parados, los marginados, convirtiéndose en su más decidido defensor, en su más firme valedor. Un rey así no tiene otro trono que la cruz, símbolo de la entrega por amor a la causa de los po­bres; suele morir, con frecuencia, víctima de la injusticia es­tructural contra la que lucha.

Poco habían entendido de la realeza quienes decían a Je­sús con sorna: «-Que se salve, si es el Mesías de Dios... Si eres tú el rey de los judíos, sálvate.» El rey no está para sal­varse, sino para salvar a los que la injusticia del sistema con­dena a muerte a diario. Sólo en este sentido podemos hablar de Cristo Rey.


20. COMENTARIO 2

ESTE ES EL REY

Desnudo, sirviendo de espectáculo para los desocupados y objeto de burla para los jefes; amargo el paladar por el vinagre y la traición, inmovilizado y colgado de una madero, sometido a las más crueles de las torturas, agonizante...

ESTE ES EL REY. No hay, pues, lugar para el triunfalismo.



«CRISTO REY»

A veces, cuando hemos querido expresar qué significa que Jesús Mesías es rey, en lugar de leer el evangelio, nos hemos dado una vuelta por los palacios de la tierra y, sin demasiado espíritu crítico, hemos ido colgando de Jesús toda la autoridad y la gloria que nos hemos encontrado en ellos: tronos majestuosos, coronas de oro, mantos de púrpura, cen­tros de plata y piedras preciosas... y leyes, muchas leyes con sus correspondientes castigos...

Otras veces, con el pretexto de que Jesús es el rey del universo, hemos intentado someter, si no el universo entero, al menos una buena parte de él a nuestros caprichos, a nues­tros intereses o a nuestros dogmas, y hemos usado para ello incluso la violencia, la tortura... y hasta la muerte. Y así, el nombre de Jesús, su mensaje sobre el reinado de Dios, se han presentado muchas veces de una manera que nada tiene que ver con lo que él pretendía: ni con su manera de ser Mesías, ni con el proyecto de nueva humanidad contenido en el anun­cio de que Dios quiere reinar en el mundo de los hombres.



ACUSADO DE SER UN REY MAS

En el evangelio de Lucas, de todas las veces que alguien se dirige a Jesús para llamarle «rey», sólo en dos de ellas los que lo hacen tienen buena intención. La primera vez, en la entrada de Jesús en Jerusalén; allí, los discípulos aclaman a Jesús con estas palabras: «¡Bendito el que viene como rey en nombre del Señor!» Entendieran lo que entendieran los que decían esto, una cosa es clara: Jesús se presenta como un rey distinto de los reyes de este mundo. El es rey pacífico, que no utilizará la violencia para reinar, y rey humilde (Zac 9,9): no usa una cabalgadura propia de reyes (la mula, véase 1 Re 1,33), sino la de los campesinos (el asno).

En el resto de las ocasiones en que alguien llama a Jesús rey (Lc 23,2.3.37.38) es para acusarlo -y condenarlo- de meterse en política, de tener ambiciones de poder, de querer ser un rey más. Jamás, en el evangelio de Lucas, se dice que Jesús afirmara que él era o pretendía ser rey; pero ésta es la acusación que los dirigentes de su nación presentan ante el gobernador romano: «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, impidiendo que se paguen im­puestos al César y afirmando que él es Mesías y rey» (Lc 23,2). Y consiguen la condena a muerte, y la ejecución. Y es entonces, mientras la muerte se va acercando con una cruel lentitud, cuando todos pueden ver escrito quién es aquel condenado: «ESTE ES EL REY DE LOS JUDíOS».



¡Y QUE CLASE DE REY!

Allí está. En aquel majestuoso trono: un patíbulo, un lugar de tormento; y la corona... de espinas; y sin otro manto que su propia piel; y en las manos el hierro frío y penetrante de los clavos; y sus leyes y sus amenazantes castigos... «Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

Y su poder... Los que están allí presentes, los que lo habían llevado a aquella situación y a aquel estado, le propo­nen que haga uso de su poder para demostrarles que es ver­daderamente rey. Para ellos, un rey lo primero que debe hacer es salvarse a sí mismo, y ésa es la prueba que piden a Jesús de su realeza: «A otros ha salvado; que se salve él, si es el Mesías de Dios, el Elegido». Tenían la prueba, «a otros ha salvado», pero no podían aceptarla de ninguna manera. Ni los que se estaban sirviendo del pueblo -habían convertido la religión en un negocio-, ni el pueblo, víctima de ellos, podían comprender que Jesús no es rey para servirse de su realeza, sino para ponerse al servicio de los hombres y darles la oportunidad de convertirse en un pueblo de hombres libres, en un «linaje real» (Ap 1,6; 5,10).

Sólo uno de los presentes sabe reconocer a un rey en aquel cuerpo magullado: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey» (la segunda vez que alguien llama «rey» a Jesús con buena intención). Por eso, «el buen ladrón» será el prime­ro en experimentar lo radicalmente verdadera que es la libe­ración que ofrece Jesús: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Este es Cristo Rey: el que perdona a los que le asesinan, el que no usa la violencia ni otra fuerza cualquiera en beneficio propio, el que se ha jugado la vida enfrentándose a los po­derosos para que reine en el mundo un Dios que, porque es Padre, no quiere súbditos, sino hijos que vivan como her­manos.


21. COMENTARIO 3

CUATRO REACCIONES NEGATIVAS ANTE EL ESPECTACULO DE LA CRUCIFIXIÓN



a) «El pueblo» (distinto de la «gran muchedumbre del pue­blo» del v. 27) es figura de Israel; curiosidad burlona (como los mirones de 14,29): «lo presenciaba» (23,35a).

b) «Los jefes, a su vez, comentaban con sorna: "A otros ha salvado; que se salve él, si él es el Mesías de Dios, el Elegido"» (23,35b). No pueden concebir un Mesías que muera (será otro Mesías impostor, como tantos había habido), pues 'el Mesías de Dios' ha de salvar al pueblo, ni un Elegido (cf. Is 42,1) abandonado por Dios; fomentan la idea de un mesianismo triun­fante.

c) «También los soldados se acercaban para burlarse de él y le ofrecían vinagre, diciendo: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate"» (23,36-37): los ejecutores del poder despótico romano no pueden comprender a un rey que no hace nada para defen­derse y le manifiestan su odio, simbolizado por el 'vinagre'.

d) «Además, tenía puesto encima un letrero: "ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS"» (23,38). De forma despectiva (lit. «El rey de los judíos es éste»), el letrero corrobora la irrisión de que es objeto por parte de Israel, de sus dirigentes y de las tropas de ocupación.



REACCIONES ANTAGONICAS DE LOS MALHECHORES

Uno de los malhechores sigue el ejemplo de los dirigentes y de los soldados (23,39; cf. vv. 35-36); según ellos, la incapacidad de Jesús para salvarlos muestra la falsedad de su pretensión mesiánica. En todas las burlas, la idea de 'salvación' es la de escapar de la muerte fisica. El otro, en cambio, reconoce la inocencia de Jesús, mientras que él se reconoce culpable. La muerte de Jesús empieza a dar frutos: las puertas del paraíso quedarán abiertas desde ahora de par en par para todos los que lo reconozcan 'como rey', sea cual fuere su pasado (23,40-43). El mundo futuro («el paraíso»), no relegado al fin de la historia, se inaugura con la muerte de Jesús («hoy»).



22. COMENTARIO 4

El tema de Cristo Rey es una de las tradiciones más desconcertantes en la tradición bíblica y cristiana. Cristo es rey, pero reina desde la cruz. En el AT, la tradición profética es mayoritariamente crítica de la monarquía, tanto davídica como posterior. Cuando se habla positivamente de David y de su descendencia, se habla de un Rey futuro utópico, que nunca realmente existió. El NT asume la tradición davídica, pero con un sentido paradójico: Jesús es hijo de David, pero reina radicalmente desde el no-poder, se identifica con el pobre, con el siervo sufriente, con el niño, como símbolo de quien no tiene poder. Toda la vida de Jesús es una negación radical de la monarquía, como estructura de poder.

Según el Evangelio de hoy, había en la parte superior de la cruz de Jesús una inscripción que decía: "Este es el rey de los judíos". Los soldados se burlaban de Jesús diciendo: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate". En el evangelio de Juan, Pilatos pregunta directamente a Jesús si él es rey. Jesús responde: "Mi reino no es de este mundo". Es la mejor síntesis del sentido de la realeza de Jesús. En el Apocalipsis Jesús es llamado "Rey de Reyes y Señor de Señores" (19, 16), pero Jesús reina como Cordero degollado, con la fuerza de su Palabra. Nunca aparece ejerciendo el poder político, el poder monárquico, el poder de dominación.

En toda la tradición sinóptica, Jesús es Rey porque predica e inaugura el Reino de Dios. En tiempos de Jesús había muchas concepciones de Reino de Dios. Los grupos nacionalistas identificaban el Reino de Dios con la restauración de la monarquía davídica, lo que significaba un enfrentamiento violento con los romanos. Jesús no asume nunca esta posición. Los sacerdotes identificaban el Reino con la restauración del Templo. Jesús deslegitimó el templo como cueva de bandidos y como casa de mercado y lo sustituyó por el templo de su cuerpo. Los fariseos, finalmente, identificaban el Reino con el imperio de la ley; el Mesías enseñaría a todo el pueblo a cumplir perfectamente la ley y así construiría el Reino de Dios. Claramente ésta no es la posición de Jesús, que transgredió continuamente la ley para ponerla al servicio de la vida humana. Jesús identificó positivamente el Reino de Dios con la vida del pueblo pobre y oprimido. Jesús es Rey, porque sana a los enfermos y da vida a los muertos. Jesús es Rey, porque ha venido a traer vida y vida en abundancia (Jn 10, 10).

El texto de Colosenses hace una reflexión teológica muy profunda sobre la realeza de Cristo. "Dios nos liberó del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor" (v.139. Cristo está por encima de los tronos, dominaciones, principados y potestades. El es cabeza, pero de su cuerpo que es la Iglesia. Por su resurrección, triunfó de la vida sobre la muerte, es el primero en todo y en él reside toda la plenitud.

  1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba
  2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
  3. J. Rius-Camps, El Exodo del hombre libre. Catequesis sobre el evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro Córdoba.
  4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).