29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXIV
SOLEMNIDAD DE CRISTO REY
CICLO C
(23-29)

 

23.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo

Nexo entre las lecturas

"Rey de Israel, rey de los judíos, reino del Hijo" son las expresiones con que la liturgia nos recuerda solemnemente la gozosa realidad de Jesucristo, rey del universo. El título de la cruz sobre la que Jesús murió para redimir a los hombres era el siguiente: "Jesús nazareno, rey de los judíos" (Evangelio). Históricamente, este título se remontaba hasta David, rey de Israel, (primera lectura), de quien Jesús descendía según la carne. Recordando Pablo a los colosenses la obra redentora de Cristo les escribe: "El Padre nos trasladó al Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados" (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. David, rey de Israel. Los israelitas habían comenzado la conquista de la tierra prometida al final del siglo XIII a. C., bajo el caudillaje de Josué. La conquista fue progresiva y se prolongó por mucho tiempo. Por fin se pudo considerar acabada, al menos en términos generales, y se procedió a la distribución de la tierra por tribus. Por largos decenios y lustros, cada una de las tribus mantuvo su independencia y propia autonomía. Si alguna tribu se unía con otra, era fundamentalmente en plan de defensa o ataque de sus enemigos. Durante este período, se fue estableciendo casi espontáneamente una diferenciación entre las tribus del Norte y las del Sur. Cuando Samuel ungió rey a David, lo hizo sólo sobre las tribus del Sur (Judá, Benjamín y Efraín) y sobre ellas reinó siete años en Hebrón. La personalidad extraordinaria de David, su genio militar que logró conquistar la fortaleza de Jerusalén tenida por inexpugnable, y su capacidad innegable de caudillaje, indujo a los jefes de las tribus del Norte a proclamarle también su rey. "El rey David hizo un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de Yahvé, y ungieron a David como rey de Israel" (primera lectura). Fue un paso decisivo en la historia de Israel: por primera vez se consiguió la unificación de las doce tribus, se instauró un solo rey y por tanto un solo mando político-militar, y se eligió la ciudad de Jerusalén como capital del nuevo reino de Israel y Judá. El reino de Cristo, prolongación del reino de Israel, está compuesto igualmente de doce "tribus", unidas bajo el mando de un único rey, y que tiene su capital en Jerusalén, la capital del reino mesiánico, inaugurado por Jesucristo en la cruz.

2. Jesús, el rey de los judíos. Esta es la causa por la cual Jesús muere en una cruz elevada sobre el Gólgota. El texto está escrito en hebreo, en latín y en griego, para que lo entendiesen todos los habitantes que habían venido a Jerusalén para celebrar la Pascua en la primavera del año 30 d.C. ¿Un crucificado, rey de los judíos? Esta ignominia era insoportable para las autoridades de Jerusalén, por eso acudieron a Pilatos a pedirle que cambiase el título. Pilatos no cedió. "Lo escrito, escrito está". El título es ocasión de burla y sarcasmo de los soldados romanos: "Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!" (evangelio). Solamente uno de los ladrones intuyó que el reino de ese crucificado tenía que ser de otra índole que los reinos de la tierra, y así le dijo: "Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino" (evangelio). El título es, pues, verdadero, pero nos reenvía a un reino de otras características: un Reino de verdad y de vida, un Reino de santidad y de gracia, un Reino de justicia, de amor y de paz" (prefacio). En el sometimiento "impotente" y doloroso de un crucificado al reino de la fuerza dominante está la clave y el fundamento del reino del amor, de la misericordia y del perdón.

2. El Reino de su Hijo. El Padre, llamándonos a la fe cristiana, nos ha trasladado al Reino de su Hijo mediante el bautismo. Su Hijo es Jesús de Nazaret, el crucificado, ahora resucitado y glorioso. El reino del Hijo no es ya sólo un pueblo o una raza. No es sólo el reino interior en el corazón de los hombres. Es por añadidura el reino sobre el cosmos, sobre toda la creación. "En él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, tronos, dominaciones, principados, potestades: todo fue creado por él y para él" (segunda lectura). Para el Hijo, "rey" no es meramente un título, corresponde a su esencia. Nada está fuera de su reinado ni en el tiempo ni más allá del tiempo. El Hijo es el rey del universo en toda su grandeza y esplendor, con toda su potencia y energía. Es el rey de la historia, el que domina y dirige todos los acontecimientos humanos hacia su fin. Es el rey de los individuos, en quienes reina por la fe, la esperanza y la caridad, por la justicia, la paz y la solidariedad.


Sugerencias pastorales

1. "El condicional de la duda". "Si eres rey...": he ahí la eterna tentación del hombre hundido en su miseria e indigencia. "Si eres el Hijo de Dios...", así el tentador y así tantos hombres a lo largo de la historia. "Si eres bueno..., ¿porqué reina tanto mal a nuestro alrededor?". "Si me amas..., ¿porqué en lugar de que reine tu amor en mí, reina, al contrario, el desorden de las pasiones, el desenfreno del egoísmo?". "Si eres rey..., ¿cómo es posible que haya gobiernos descreídos y ateos, que persiguen, encarcelan y asesinan a tus súbditos?". "Si eres rey..., qué clase de reinado es el tuyo que tanto se oculta hasta el punto que se desvanece y llega casi a desaparecer?". "Si eres rey...". La duda nos atosiga y nos sacude interiormente. El condicional nos muerde el alma hasta la herida mortal. "Eso de Cristo Rey, ¿no será un cuento de hadas o una de tantas utopías que recorren la historia?". "Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera", canta la Iglesia. "¿Es esto verdad o más bien un exagerado triunfalismo?". ¡Seamos valientes! Quitemos de una vez por todas el "si" condicional de nuestras relaciones con Jesucristo Rey. En lugar de dudar, agradezcamos al Padre que no haya querido instaurar un reino como hubiésemos querido los hombres, a la medida de nuestros deseos y de nuestras mezquinas concepciones de las cosas. Cristo reina según su designio y su medida, no según la nuestra. El Reino de Cristo se recibe como un regalo, como una revelación del cielo; no es fruto de una mente humana privilegiada ni del acuerdo decisorio de los hombres. El Reino de Cristo se instala en la vida de los hombres, pero no es un árbol ya hecho, sino una planta que crece. Desde el momento que ponemos el reino de Cristo bajo la ley del condicional, estemos seguros de que estamos corriendo el riesgo de no entenderlo y de quedarnos fuera.

2. ¡Venga tu Reino!. Tertuliano en su comentario al padrenuestro escribe: "Que tu Reino venga lo antes posible es el deseo de los cristianos, es la confusión para las naciones. Nosotros sufrimos por esto, más aún nosotros rezamos por su llegada". Es un deseo que los cristianos venimos repitiendo desde hace 21 siglos. Venga a nuestra tierra tu reino de paz en los Balcanes, en la tierra de Israel, en Malasia, en el cuerno de África o de los grandes lagos, en todas las naciones. Venga a nuestra tierra tu reino de justicia frente a la corrupción invadente, frene a tantas diferencias sociales y económicas, frente a tanta degradación moral. Venga tu reino de amor entre los esposos, entre padres e hijos, entre miembros de diferentes razas o religiones; de amor hacia los niños y hacia los ancianos, hacia los pobres y enfermos, hacia todos los más necesitados de atención, cariño, ternura. Sabemos que el Reino de Cristo vive en una situación de tensión permanente, porque lo exige su mismo crecimiento, porque encuentra resistencias a su acción transformadora. Con todo, porque llegue este reino de paz, de justicia y de amor trabajamos, sufrimos, oramos los cristianos y todos los hombres de buena voluntad. ¡Venga tu Reino! Sea ese el grito con el que amanezcamos a un nuevo día y con que cerremos el duro bregar de la jornada. "Para que, digamos con san Cipriano, nosotros que lo hemos servido en esta vida, reinemos en la otra con Cristo Rey, como él mismo nos ha prometido".


24. DOMINICOS 2004

Este domingo, el último del Tiempo Ordinario, tiene como centralidad el Reino del “Hijo querido”, Jesucristo. Él se autoproclama “Rey”, palabra que desconcierta cuando le contemplamos en el trono de la cruz, destrozado físicamente, objeto de burlas y sintiendo el abandono del Padre, hasta una situación límite. Desde la óptica humana, se contempla una doble paradoja: la de un rey sin poder y la de un hijo querido, aparentemente abandonado.

Las personas que han escuchado su predicación y visto sus milagros, se sienten perplejas. Él, que ha salvado a otros, no puede salvarse así mismo (Lc 23, 35). No pueden entender que utilice el poder sólo en beneficio de los demás. Con frecuencia, tampoco nosotros lo entendemos. Pero, de pronto, el testimonio de Jesús irrumpe, como luz, en el alma de uno de los malhechores crucificados con él, haciéndole ver de qué Reino se trata (Lc 23, 40-43).

Miembro de un pueblo oprimido y despreciado, el “Rey de los judíos” convoca a la solidaridad con los empobrecidos. Al Reino del Amor. Desde el trono de la Cruz, proclama un reinado global, pues “Todo fue creado por él y para él” (Col 1,15). Su Reino no es de este mundo, pero tampoco se evade de él. En sus brazos abiertos y en su corazón herido, están el más allá y el más acá. La humanidad entera.

Esta fiesta, pues, nos invita a vivir otra forma de relación más inclusiva y fraterna, a cambiar la mirada, a soñar con una historia diferente, donde el servicio suplante al dominio y donde la justicia y la paz tengan un espacio a la medida del sueño de Dios.


Comentario Bíblico
Jesucristo Rey del Universo
Termina el año litúrgico, el ciclo del evangelio de Lucas, y la Iglesia lo dedica a Jesucristo, ya que en El convergen todas las causas justas del mundo. Es una fiesta en sí reciente, pero que poco a poco ha ido perfilándose como lo más adecuado para cerrar el tiempo litúrgico de la Iglesia. Por encima de las catástrofes y de la destrucción, aparece en el horizonte nuestro Señor Jesucristo, un rey sin poder, sin reino, entendido éste como espacio o nación donde reinar. Jesús, en este momento nuevo de nacionalismos, pretende que todos los hombres sean hermanos, que los pueblos no tengan fronteras. Su reinado solamente se puede celebrar y entender desde la solidaridad más universal.


Iª Lectura: 2º Samuel (5,1-3): Dios busca un rey para la paz
I.1. La lectura se ambienta en Hebrón, donde según la tradición, se conservan las tumbas de los Patriarcas del pueblo de la Alianza. Los del sur, a cuya tribu de Judá pertenecía David, ya lo había proclamado rey. Ahora vienen las tribus del norte, las de Israel, para pedirle que lo quieren también como rey. Es muy compleja la “historia” de David, su subida al trono, las razones por las cuales fue primeramente elegido por Judá y después vinieron a ofrecerle el reino del norte, Israel, que había tenido una historia distinta. Hay cosas seguras o bien aceptadas, desde luego, pero no podemos negar que la “leyenda” de cómo David fue “ungido” rey se convierte en una leyenda religiosa a medida de la concepción del soberano en Oriente, como representante de los dioses. El Dios de Israel, Yahvé, no tiene preferencias por un tipo de gobierno… pero la historia antigua no puede prescindir de lo religioso y de suponer una intervención de Dios en casi todo.

I.2. La historia en este caso es bien explícita: David tenía fama de buen defensor y sobre él se tejerá la leyenda sagrada de rey justo y capaz de alcanzar la unidad. Él conquista la paz; aunque, lógicamente, la paz de David es una paz efímera, lo mismo que la solidaridad entre las tribus, entre el norte y el sur, se resiente de muchos defectos. Pero es el primer apunte de una teología de pacificación y solidaridad que solamente se encontrará con Jesús de Nazaret. Aquí, a continuación de nuestro texto, se habla de los treinta años que tenía cuando comenzó a reinar sobre Hebrón y de los treinta y tres sobre Israel. Quizá Lucas haya podido tener esto en cuenta cuando en Lc 3,23 nos habla de la edad de Jesús para enlazar con la genealogía que justificaría que Jesús era, por José, descendiente de la línea de David.


IIª Lectura: Colosenses (1,12-20): Cristo, como hombre, es el relato de Dios
II.1. La carta a los Colosenses nos ofrece hoy un himno cristológico de resonancias inigualables: Cristo es la imagen de Dios, pero es criatura como nosotros también. Lo más profundo de Dios, lo más misterioso, se nos hace accesible por medio de Cristo. Y así, Él es el “primogénito de entre los muerto”, lo que significa que nos espera a nosotros lo que a Él. Si a él, criatura, Dios lo ha resucitado de entre los muertos, también a nosotros se nos dará la vida que él tiene.

II.2. Entre las afirmaciones o títulos sobre Cristo que podrían parecernos alejadas de nuestra cultura y de nuestra mentalidad, podemos escuchar y cantar este “himno” como una alabanza al “primado” de Cristo en todo: en su creaturalidad, en su papel salvífico, en su resurrección de entre los muertos. Para los cristianos ello no debe ser extraño, porque nuestra religión, nuestro acceso a Dios, está fundamentada en Cristo. Puede que en el trasfondo se sugiera alguna polémica para afirmar la “plenitud” de todas las cosas en Cristo. Pero es como un grito necesario este canto, porque hoy, más que nunca, podemos seguir afirmando que Cristo es el “salvador” del cosmos.

II.3. Cristo ha traído la salvación y la liberación, no solamente para un pueblo, sino para todos los pueblos, para todas las naciones. ¿Por qué? Porque Él es la imagen del Dios invisible. Este concepto, siempre discutido, se carga de contenido para mostrar la diferencia entre los reyes del pueblo del Antiguo Testamento y Cristo. Naturalmente que nos encontramos ante una confesión de fe, cantada y vivida por las comunidades primitivas y recogida en esta carta paulina. El primado de Jesús le viene de la creación y de su papel en el proyecto redentor y liberador de Dios. De la creación, porque ha vivido en profundidad la dignidad que Dios siempre ha querido para todo ser humano. De todas las afirmaciones que sobre el particular se nos presentan, lo más definitivo es que todo se sustenta en Él. En la redención porque se ha sometido siempre a la voluntad de Dios y así, además de ser el primero en la Iglesia, es el primogénito de entre los muertos: su resurrección, pues, es el prototipo de lo que nos espera a todos nosotros.


Evangelio: Lucas (23,35-43): El Salvador crucificado, ese es nuestro rey
III.1. El evangelio de Lucas forma parte del relato de la crucifixión, diríamos que es el momento culminante de un relato que encierra todo la teología lucana: Jesús salvador del hombre, y muy especialmente de aquellos más desvalidos. Lucas, con este relato nos quiere presentar algo más profundo y extraordinario que la simple crucifixión de un profeta. Por ello se llama la atención de cómo el pueblo “estaba mirando” y escuchando. Y comienza todo un diálogo y una polémica sobre la “salvación” y el “salvarse” que es uno de los conceptos claves de la obra de Lucas. Los adversarios se obstinan en que Jesús, el Mesías según el texto, no puede salvarse y no puede salvar a otros. Además está crucificado y ya ello es inconveniente excesivo para que el letrero de la cruz (“rey de los judíos”=Mesías) pierda todo su sentido jurídico y se convierta en sarcasmo. Está claro por qué ha sido condenado: por una razón política, acusado de ir contra Roma, en nombre de un mesianismo que ni pretendió, ni aceptó de sus seguidores.

III.2. Todo, en el relato, convoca a contemplar; emplaza al “pueblo” (testigo privilegiado de la pasión en Lucas) para que sea espectador del fracaso de este profeta que ha dedicado su vida al reinado de Dios, sin derecho alguno, y rompiendo las normas elementales de las tradiciones religiosas de su pueblo. Los profetas verdaderos no pueden acabar de otra manera para las religiones oficiales. Por lo mismo está en juego, según la teología de Lucas, toda la vida de Jesús que es una vida para la salvación de los hombres. La psicología del evangelista se percibe a grandes rasgos. El pueblo será “secretario” cualificado del fracaso de éste que se ha atrevido a hablar de Dios como nadie lo ha hecho; porque se ha osado recibir a los publicanos y pecadores, compartir su vida con hombres y mujeres que le seguían hasta Jerusalén. Este era el momento esperado… y, de pronto, un “diálogo” asombroso rompe, antes de la hora “tercia”, el “nudo gordiano” de la salvación. No va a ser como Alejandro Magno con su espada a tajo, en Godion de Frigia, para dominar el mundo por esa decisión drástica. Será con la oferta audaz y valiente de la salvación en nombre del Dios de su vida.

III.3. El diálogo con los malhechores (vv. 39-43), y especialmente con aquél que le pide el “paraíso”, es un episodio propio de Lucas que ha dado al relato de la crucifixión una fisonomía inigualable. La comparación que hemos mencionado con Alejandro Magno y el “nudo gordiano” sigue estando en pie a todos los efectos. Quien crucificado, la muerte más ignominiosa del imperio romano, pueda ofrecer la salvación al mundo, podrá dominar el mundo con el amor y la paz, no con un imperio grandioso fundamentado en la guerra, la conquista, la muerte y la injusticia. Lucas es consciente de esta tradición que ha recogido y que ha reinventado para este momento y en este “climax”. Cuando ya está dictada la sentencia de impotencia y de infamia… la petición de uno de los malhechores ofrece a Jesús la posibilidad de dar vida y salvación a quien irá a la muerte innoble como él. No es un libertador militar… está muriendo crucificado, porque ha sido condenado a muerte. Los valientes militares morían a espada; los esclavos y los parias, en la “mors turpissima crucis”.

III.4. El malhechor lo invoca con su nombre propio ¡Jesús!, no como el de Mesías o el de Rey o incluso el de Hijo de Dios. Esto es algo que ha llamado poderosamente la atención de los intérpretes. Es verdad que en la Biblia, en el nombre hay toda una significación que debe ser santo y seña de quien lo lleva. “Jesús” significa: “Dios salva” o “Dios es mi salvador”. Es una plegaria, pues, al crucificado, pero Lucas entiende que en todo aquello está Dios por medio. Es decir, que Dios no está al margen de lo que está aconteciendo en la cruz, en el sufrimiento de Jesús y de los mismos malhechores. La interpelación del buen ladrón como plegaria es para Lucas toda una enseñanza de que el crucificado es el verdadero salvador y de que por medio de su vida y de su muerte, Dios salva. Por tanto encontraremos salvación y salvación inmediata: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Esta es una fórmula bíblica cerrada para expresar la vida después de la muerte. No sabemos cómo ha llegado a Lucas este diálogo de la cruz, pero la verdad es que es lo más original de todos los evangelistas sobre esta escena de la pasión. Jesús es verdaderamente rey, aunque al margen de todas las expectativas políticas. El “nudo gordiano” se rompe, si queremos a tajo, por la palabra de vida que Jesús ofrece en nombre de Dios.

III.5. Este relato majestuoso tiene muy poco de deshonor. Lucas no entiende la muerte de Jesús como un fracaso. Y no lo es en verdad. Es el momento supremo de la entrega a una causa por la que merece dar la vida. Cuando todos los que están al lado de la cruz le han retado a que salve tal como ellos entienden la salvación, Jesús se niega a aceptarlo. Cuando alguien, destrozado, aunque haya sido un bandido o malhechor, le ruega, le pide, le suplica, ofrece todo lo que es y todo lo que tiene. Desde su impotencia de crucificado, pero de Señor verdadero, ofrece perdón, misericordia y salvación. Esta teología de la cruz es la clave para entender adecuadamente a Jesucristo como Rey del universo. Es un rey sin poder, es decir, el “sin-poder” del amor, de la verdad y del evangelio como buena nueva para todos los que necesitan su ayuda. “Hoy estarás conmigo en el paraíso” es la afirmación más rotunda de lo que este rey crucificado ofrece de verdad. No es la conquista del mundo, sino de nuestra propia vida más allá de este mundo.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org


Pautas para la homilía

El Reino del Hijo querido

Sólo con los ojos de la fe podemos adentrarnos en el misterio de este Reino. El horizonte del Calvario habla de despojo, abajamiento, abandono y muerte. El Rey que lo preside está en una Cruz, con la cabeza inclinada y el costado herido por una lanza. Habla de perdón (Lc 23, 34) y ofrece el Paraíso (Lc 23, 42) Esto es, la vida en plenitud.

Es un Reino de solidaridad, especialmente con los empobrecidos de la tierra. Una muerte al “yo” para que nazca el “nosotros”. Su mensaje es actual: en un mundo individualista, urge el cultivo de la alteridad. Poner los dones al servicio de los demás y exponer la vida a favor de un mundo más justo y fraterno.

Más allá del triunfalismo, el “Reino del Hijo querido” (Col 1, 13) invita a gestos de humildad y servicio concretos. A resistir en la adversidad (Lc 23, 35) Podemos recordar a los presos de Irak, a tantos hombres y mujeres torturados y heridos en su dignidad. La cultura de la muerte aumenta cada día, ¿qué aportes concretos hacemos a favor de la Paz? ¿a favor de la vida?


En él reside toda la plenitud

El Reino de Dios que anuncia Jesús es abarcador de una realidad cósmica, global. Pues “Todo fue creado por él y para él” (Col 1, 16). No se trata de una oposición entre lo espiritual y lo material, sino entre poder de dominación y poder de servicio. Traicionamos al Señor cuando utilizamos el poder que tenemos para imponer nuestras ideas o para conseguir privilegios en provecho propio.

Cristo es el “Primogénito de entre los muertos” (Col 1, 18). Él vence a la muerte y nos regala una vida en plenitud, pues, si él es el primero entre muchos, estamos llamados a correr su misma suerte. Su salvación se extiende más allá de calificativos religiosos, su amor alcanza a todos los pueblos de la tierra.

Y en él reside toda la plenitud porque es la “Imagen de Dios invisible” (Col 1, 15). Icono de la presencia creadora de Dios. Y desde la perspectiva humana, el mejor relato de Dios a la humanidad. Cristo Rey es el reconciliador cósmico que nos trae la Paz por la sangre de su cruz (Col 1, 20).


Servir a los demás

La fiesta de Cristo Rey es una llamada a servir y no a dominar. Es como un grito a los que ostentan el poder político, económico, intelectual y religioso, para que se preocupen de los demás, especialmente de los pobres y marginados. A trabajar por una sociedad más justa e inclusiva.

El poder, tener y placer, son ídolos de todos los tiempos, al que no escapa el nuestro. El Rey crucificado nos invita a una oferta contracultural haciendo del poder una vocación de servicio, del tener una convocatoria a la solidaridad, y del placer una llamada al amor gratuito, preferentemente a los más necesitados.

Si el Reino de Dios está dentro de nosotros y nos dejamos inspirar por él, sin lugar a duda, nuestros pies, nuestras manos, nuestro pensar y sentir, se sentirán atraídos por los gritos y silencios de la humanidad. Porque el Señor, con su muerte y resurrección, nos hace ver que otra historia diferente es posible. Y desde su vida entregada, nos invita a estar con él para siempre (Lc 23, 43).

María Teresa Sancho Pascua
dmsfpg@terra.es


25. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

La fiesta de Cristo Rey se estableció en la época del ocaso de las monarquías con objeto de oponerse a los nacientes regímenes republicanos. Sus orígenes son pues controvertidos. Sin embargo, los textos con que celebramos esta fiesta nos muestran de qué manera Cristo es “Rey”.

Conviene recordar en qué consistían las esperanzas mesiánicas del pueblo judío en el tiempo de Jesús: unos esperaban a un nuevo rey, al estilo de David, tal como se lo presenta en la primera lectura de hoy. Otros, un caudillo militar que fuera capaz de derrotar el poderío romano; otros como un nuevo Sumo Sacerdote, que purificaría el Templo. En los tres casos, se esperaba un Mesías triunfante, poderoso.

El salmo que leemos hoy, también proclama el modelo davídico de “rey”. Jerusalén, la “ciudad santa” es la ciudad del poder, la ciudad del poder.

Eso explica por qué, cuando Jesús anuncia la Pasión a sus seguidores, no logran entender por qué tiene que ir a la muerte.

- El evangelio de hoy nos presenta cómo reina Jesús el Cristo: no desde un trono imperial, sino desde la cruz de los rebeldes. La rebelión de Jesús es la más radical de todas: pretende no sólo eliminar un tipo de poder (el romano, o el sacerdotal) para sustituirlo por otro, con un nombre distinto, pero basado en la misma lógica de dominación y violencia (que era lo que correspondía a las expectativas judías).

Podríamos decir que Jesús es el anti-rey según los modelos de los sistemas opresores: no quiere dominar a las demás personas, sino por el contrario, promover, convocar, suscitar, el poder de cada ser humano, de modo que cada una y cada uno de nosotros asumamos responsablemente el peso y el gozo de nuestra libertad.

Uno de los grandes sicólogos del siglo XX, Erich Fromm, plantea, en su libro El miedo a la libertad, que ante la angustia que produce en el ser humano la conciencia de estar separados del resto de la creación, adoptamos dos actitudes igualmente patológicas: dominar a otros, y buscar de quién depender entregándole nuestra libertad. En ambos casos, las personas buscamos cómo, a través de estos mecanismos, disolver esa barrera que nos separa de las otras personas y del resto del universo. El pecado fundamental del ser humano es pues un pecado de poder mal administrado, mal asumido. Y esto es el origen de todos los otros pecados: la avaricia, que conduce a un orden económico injusto; la soberbia, que nos impide ver con claridad nuestros errores y pecados; la mentira, que nos lleva a manipular o a dejarnos manipular; la lujuria, el sexo utilizado como instrumento de poder para “poseer”, oprimir; el miedo, que nos impide levantarnos y caminar sobre nuestros propios pies.

Enmarañados en estas trampas del poder a que nos conduce nuestro “miedo a la libertad”, cuando un régimen opresor de cualquier signo que sea se nos hace insoportable, buscamos como derrocarlo... para sustituirlo por otro que sin embargo funciona sobre la misma lógica.

Esa es la lógica que Jesús desarticula de manera total y radical.
Cuando en Getsemaní acuden los soldados y las turbas “de parte de los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo” (Mt 26, 47) para prender a Jesús, y uno de los doce corta la oreja del criado del sumo sacerdote, Jesús lo reprende y le dice “¿Piensas que no puedo yo rogar a mi Padre que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? mas ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?” (Mt 26, 53). Jesús no recurre a la violencia, de ningún tipo, ni siquiera -y menos aún- a la violencia divina, pues eso serían perpetuar las reglas del juego del “príncipe de este mundo” (Jn 12, 31), el dueño de “todos los reinos de este mundo y su gloria” que por eso se lo da a quien quiere (Lc 4, 6). Jesús se niega a ser coronado rey al estilo del “mundo” luego de la multiplicación de los panes y los peces (Jn. 6, 15). La tentación del poder, entendido al estilo de los sistemas opresores persigue a Jesús desde el desierto hasta la cruz. Y desde el desierto hasta la cruz, Jesús rechaza este modelo, denuncia con toda claridad que procede del diablo, del “príncipe de este mundo”, no cae en sus trampas.

El costo de esta resistencia no sólo valiente sino lúcida de Jesús es la muerte.

En la cruz Jesús derrota total y radicalmente al demonio del poder concebido como violencia y opresión por una parte y como dependencia, sumisión y alienación por otra. De este modo que inaugura así un nuevo tipo de relaciones entre las personas y con el universo entero, basadas no en la dominación/dependencia, sino en el respeto mutuo, en la armonía, en la valentía para asumir el peso de la propia libertad responsable.

- En la carta a los Colosenses, Pablo señala cómo a través de Jesús el Cristo (primogénito de todas las criaturas, preexistente y co-creador del universo, cabeza de la iglesia, primicia de la plenitud de la Creación entera) se produce la reconciliación de todos los seres con Dios. Esta y otras expresiones paulinas han dado lugar a interpretaciones erróneas, que consideran que la muerte de Jesucristo en la cruz era el precio que había que pagar para que el Padre, enojado y rencoroso, perdonara a la humanidad pecadora.

Sin embargo, los evangelios nos muestran con claridad por qué y cómo es que Jesús nos reconcilia con el Padre: no por que ese Dios, padre y madre, sea un dios rencoroso, sino porque habíamos perdido el rumbo de la auténtica unidad con Dios y con el universo entero: esa que no se hace sucumbiendo a nuestro miedo existencia y escudándonos en posiciones de poder (dominante o dependiente) sino superando nuestros miedos, atreviéndonos a presentarnos tal como somos ante Dios, en total pobreza de espíritu, sin escudos protectores que nos impidan ver su rostro.

Los cristianos/as proclamamos que Cristo es el alfa y omega de los tiempos, Señor de la Historia. Pero -y sobre todo- que su señorío es el de quien libera de toda forma de opresión y sumisión, que nos da la libertad del Espíritu, que nos devuelve la filiación divina oscurecida por nuestros miedos, debilidades y pecados. Cristo Rey es pues el anti-rey a los ojos del “mundo”. Es el Cordero degollado (Ap. 5, 12) quien nos reconcilia con Dios y nos lleva, no de regreso al Paraíso Perdido, sino a la utopía de la Nueva Jerusalén, en la que no habrá rodilla que doblar sin ante Dios... ése que libera, y nos manda ponernos en pie!

- Desgraciadamente, ¡cuántas veces en nuestra vida eclesial reproducimos los modelos de “reinado” del mundo, y no los de Dios en Jesucristo! ¡Cuántas veces establecemos relaciones de poder autoritarias en vez de fraternas! ¡Cuántas veces entramos en contubernio con los poderes del sistema, ya sea por acción o por omisión!
El modelo de “reinado” que nos presenta el “Cordero degollado” nos interpela y llama a la conversión.

Para la revisión de vida
A la luz de la fiesta de “Cristo Rey” y del modelo de relaciones entre personas y con la Creación, reflexiones sobre nuestras actitudes en los diversos ámbitos en que nos movemos, y preguntémonos:
- ¿Cómo son las relaciones de poder en nuestra pareja? ¿Se basan en la dominación/dependencia o en la promoción de la mutua libertad responsable de ambos?
- ¿Cómo son las relaciones de poder en la familia? ¿Nos valemos de nuestra autoridad como personas adultas para imponernos de manera autoritaria? ¿Justificamos en nombre de la “autoridad” nuestros abusos de poder, maltrato físico, verbal, sicológico? ¿Excusamos los abusos sexuales con algún argumento de poder?
- Las relaciones entre los miembros de la Iglesia, siguen el modelo cristiano, o bien siguen el modelo autoritario, represivo, impositivo, excluyente, propio del “príncipe de este mundo?
- En el seno de nuestra sociedad, ¿luchamos por nuevas relaciones de poder, según el modelo de Jesucristo, el anti-rey, que nos presentan los evangelios? ¿O nos plegamos a los modelos autoritarios? ¿O nos declaramos impotentes o indiferentes y renunciamos a la lucha?

Para la reunión de grupo
- - En Gen. cap. 3 se nos presenta las desigualdades de género y la ruptura con la naturaleza como producto del pecado. ¿De qué manera el “reinado” de Cristo nos libera y nos marca una nueva lógica en las relaciones de poder?
- - ¿De qué manera se presenta el pecado del poder en Gen. 4? ¿Qué hacer para revertir esta lógica diabólica?
- - En los caps. 6 a 8 del Génesis se nos habla del diluvio que se produce como “castigo” de Dios. ¿Será realmente “castigo” de Dios, o producto de las relaciones de opresión que las personas establecemos sobre la naturaleza?
- - En la carta a los Colosenses ¿Cómo interpreta los versículos 19 y 20 a la luz del nuevo “reinado” de Cristo?
- - ¿Por qué era preciso que Jesús viviera la “derrota” de la cruz para que se iniciara el Reino de Dios en este mundo?
- - Los Evangelios sinópticos (y el texto que leímos hoy en particular) nos presentan a Jesús durante la pasión lleno de humillaciones, dolores, sufrimientos, burlas. El evangelio de Juan en cambio, presenta la cruz como la glorificación del Hijo y del Padre. (Jn 12,23. 28; 17, 1) ¿Cómo explica esta diferencia de enfoques?

Para la oración de los fieles
- - Por la Iglesia, para que seamos fieles al siempre nuevo modelo de relaciones entre las personas y con la creación que nos presente Jesús desde su reinado en la cruz redentora, sin autoritarismos ni exclusiones. Te rogamos, óyenos.
- - Para que en nuestras familias vivamos también la liberación de todo autoritarismo, opresión o sometimiento. Te rogamos, óyenos.
- - Para que luchemos por nuevas relaciones de género, basadas en el respeto, el aprecio recíprocos y la armonía. Te rogamos, óyenos.
- - Para que también en nuestras relaciones con la naturaleza seamos partícipes de modelo de respeto, reverencia y libertad responsable que nos enseña Jesús. Te rogamos, óyenos.
- - Para que construyamos “por Cristo, con él y en él” la nueva Jerusalén, en que ninguna rodilla se doble sino ante Dios y el Cordero. Te rogamos, óyenos.


26. FLUVIUM 2004

Cristo Rey con todo derecho

El último domingo del Tiempo Ordinario celebramos la solemnidad de Cristo, Rey del Universo. Nos ofrece hoy la Iglesia un pasaje, de san Lucas en este caso, en el que aparece Jesús despreciado y materialmente humillado por los judíos, por haber manifestado su condición real. Según nos narran los Evangelios, poco antes había reconocido ser el Rey de los judíos, respondiendo a la pregunta de Pilato. Pero el Señor no se había otorgado a sí mismo la realeza y mucho menos usurpaba indebidamente un título al considerarse Rey. Ya los Magos, por una revelación cuya naturaleza desconocemos, relacionaron la estrella que vieron en Oriente con el nacimiento del Rey de los judíos. Rey de Israel lo reconoció Natanael, cuando Jesús le dijo que lo había visto antes que Felipe bajo la higuera. Y asimismo la muchedumbre, saciada por los panes y los peces multiplicados milagrosamente por Jesús, quiere proclamarlo Rey. Pero en aquella ocasión se marchó al monte Él solo.
El domingo anterior a su muerte acoge, sin embargo, el Señor los clamores de la gente que lo proclaman hijo de David y Rey, y hasta reprende a los fariseos que se escandalizan: Os digo que si éstos callan gritarán las piedras, les dice. Se cumple con su paso por Jerusalén cabalgando un borrico lo que profetizó por Zacarías: No temas, hija de Sión. Mira a tu rey, que llega montado en un pollino de asna. Y al viernes siguiente, sabiendo que le esperaba la muerte, no teme proclamar ante Pilato su condición real, aunque dejando claro que no es un reino terreno el suyo.

A pesar de las burlas que se escucharon al pie de la Cruz era cierta la inscripción: «Este es el Rey de los judíos» referida a Cristo. Tan seguro estaba el Señor del poder que garantizaba su realeza, que no tenía necesidad de demostrarlo a los que le retaban: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Se hubiera comportado, de haberlo hecho, como tantos poderosos de este mundo que necesitan mostrar su fuerza para ser respetados por otros que también se consideran fuertes. Jesucristo, en cambio, siendo Dios y absolutamente poderoso; Señor y Rey de cuanto existe y de todo el poder que puede ser pensado, no siente esa necesidad: doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo poder para darla y tengo poder para tomarla de nuevo. Por esto, poco antes de morir, puede decir al buen ladrón que lo reconoce como Rey: hoy estarás conmigo en el Paraíso.

También en nuestro tiempo algunos son incapaces de entender otros reinados que los de la fuerza, las riquezas, las influencias... Con esos poderes se imponen algunos materialmente. Se trata en todo caso de reinados de aquí, que para unos y para otros duran, en el mejor de los casos, mientras están en el mundo. Conviene por ello recordar, como nos enseña el salmo segundo refiriéndose a Nuestro Señor, que por el contrario Su Reino es un Reino eterno y todos los reyes le servirán y obedecerán. ¡Qué seguridad, sentirse en un Reino así!, un Reino de justicia, de amor y de paz. Porque, siendo gobernado por la misma bondad, podemos sentirnos siempre seguros y además, su Reino no tendrá fin, como decimos al recitar el Credo.

El cristiano, consciente de seguir a Cristo, existiendo bajo Cristo, vive orgullosamente seguro. Aclama desde el fondo de su corazón, como en un permanente domingo de Ramos: Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel... ¡Hosanna al Hijo de David!... ¡Hosanna en las alturas! Y así van pasando para él sus días, ocupado ordinariamente en actividades semejantes a las de cualquiera –se diría que su vida no tiene nada de especial–, pero convencido, sin embargo, de ser, en cierto sentido, extraordinario: más próximo a Dios por voluntad del Creador que al resto de la Creación, al sentirse capaz de difundir a los otros hombres el talento incomparable de reconocerse hijo de Dios y destinado a ser uno con Él eternamente.

La gran solemnidad que hoy celebramos nos inunda, por tanto, de una alegría contagiosa. No nos conformamos con exultar interiormente, ni tampoco sólo con "los nuestros", al reconocernos junto a otros cristianos hijos aunque siervos de tan gran Rey. La misma Gracia que nos hace ser de la familia de Dios, ha puesto por así decir en cada uno, la necesidad imperiosa de comunicar a la humanidad entera esta gran verdad de nuestra gozosa condición: un tesoro demasiado grande para dejarlo encerrado sólo en cada uno; y parece más bien que su valor se acrecienta en nosotros cuanto más se comparte.

Es lo que debía sentir la Madre de Dios, que no puede contenerse y exulta: mi alma alaba al Señor y se llena de gozo mi espíritu en Dios mi Salvador.


27. Domingo 21 de Noviembre de 2004
Temas de las lecturas: Ungieron a David como rey de Israel * Dios nos ha trasladado al reino de su Hijo amado * Acuérdate de mí, Señor, cuando llegues a tu Reino .

Más información.

1. Riqueza de un Misterio
1.1 Las lecturas de hoy nos ofrecen como tres ángulos de mirada distintos a Cristo como Rey. En la primera lectura, él es el nuevo rey David; en la segunda, es el primero en la creación y cabeza de la Iglesia; en el evangelio, es el rey compasivo y poderoso a la vez, que padece la muerte y a la vez la vence.

1.2 Las lecturas de hoy son las propias de este año litúrgico, que para los domingos ha estado bajo la guía de San Lucas. Es interesante notar que para esta misma fiesta hay distintas lecturas en cada uno de los otros ciclos dominicales, lo cual significa que en la Iglesia Católica celebramos a Cristo como Rey con una singular abundancia de Palabra de Dios.

2. Un Nuevo Rey David
2.1 La primera lectura evoca la figura grande y fascinante del rey David. En efecto, fue durante el reinado de David cuando los hebreos experimentaron de manera más tangible a Dios en medio de su pueblo. Es decir: el reinado de David vino a ser como una imagen de qué significa reinar sin quitarle el reinado de Dios. David era el rey pero los bienes que el pueblo recibió en aquellos años hacían sentir a todos que Dios estaba guiando, defendiendo y fortaleciendo a los suyos.

2.2 El rey David es el "rey-pastor." Habiendo sido él mismo pastor de ovejas en su temprana juventud, David conoció que significa guiar al rebaño pero también qué quiere decir poner la vida por el rebaño o buscar los mejores pastos y las aguas más limpias. La enseñanza de esto es que hay dos maneras de gobernar: hay unos que gobiernan para sí mismos, preocupándose de su gloria, su fama, sus riquezas, su bienestar y nada más. Hay en cambio otros, como David, que tienen por norma gobernar cuidando de los que gobiernan. Y tal es el reinado de Cristo: nuestro rey de hecho ha dado su vida por nosotros.

3. Cristo, Primero entre Todos
3.1 También en la segunda lectura el reinado de Cristo queda caracterizado por su manera de entregarse por nosotros, pues "por su sangre recibimos la redención, el perdón de los pecados." Sin embargo, un tema nuevo aparece: Cristo, "el primero."

3.2 La idea es que Cristo no empieza a ser rey por su triunfo en la Cruz sino que de hecho por él y para él han sido creadas todas las cosas. Cómo llego Pablo a esta conclusión tan profunda y general es cosa que no sabemos al detalle pero es posible sugerir un camino que sirve para que también nosotros reconozcamos la amplitud del reinado del Señor.

3.3 Lo que nosotros conocemos más inmediatamente es la obra redentora de Cristo. Al encuentro con él descubrimos que nuestras vidas pueden ser levantadas, limpiadas, embellecidas y sanadas por el amor desbordante de Dios manifiesto en Cristo Jesús. Descubrimos también que esa belleza y salud que recobran nuestras almas no es otra cosa sino el plan original de Dios, y entonces entendemos que la vida en Cristo no es un plan subsidiario o de emergencia sino que así nos quiso Dios desde siempre: en él. Así pues, Cristo es el primero.

4. Vencido y Vencedor
4.1 La pregunta que le hacen los enemigos a Cristo nos ayuda también a penetrar el sentido de su reinado. No parece muy poderoso este rey que queda en manos de sus adversarios, que bien se ve cuánto lo odian. Y sin embargo, tal es su modo de reinar: poniendo su vida, como el pastor por sus ovejas. En la Cruz, eso de "dar la vida" deja de ser una metáfora bonita y se convierte en una viva y vivificante realidad.

4.2 La nota característica, pues, de este rey nuestro es que no puede salvarse a sí mismo, ocupado como está en salvarnos a nosotros. Un amor así tiene el poder suficiente para reventar las cadenas que nos amarraban al pecado y querían conducirnos a la muerte.


28. I.V.E.

Comentarios Generales

2 Samuel 5, 1-3:

Esta narración de la proclamación de David como Rey sobre todo Israel acentúa tres características que no debemos olvidar, ya que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es David el prototipo más relevante del Mesías:

- David-Rey; Rey-Pastor; David aclamado al grito: “Nosotros somos hueso y carne tuya” (1-2). David-Rey: Y todos los profetas posteriores esperan al Mesías según el modelo del gran Rey; como sucesor e hijo suyo; como restaurador, o mejor instaurador de un reino que será el Reino Mesiánico. El Ángel todo esto intenta expresar en el mensaje que comunica a María: “Sabe que vas a concebir un hijo al que pondrás por nombre Jesús. Éste será grande y se llamará Hijo del Altísimo. Y el Señor Dios le dará el trono de David su padre. Reinará por siempre. Ni tendrá fin su reinado” (Lc 1,31).

-David-Rey-Pastor: “Yahvé te dijo: ‘Apancentarás a mi pueblo Israel; serás Rey sobre Israel’” (2). Así lo aclaman en Hebrón. Pastor fue antes que Rey. Y en el ejercicio de su realeza debe más bien ser el pastor de su pueblo. El Rey Mesías será en su Reino el “Pastor”: “No tendrán ya más hambre, ni padecerán ya nunca más sed; ni nunca más les dañará sol o bochorno. Porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los conducirá a las fuentes de las aguas” (Ap 7, 16).

-David-Rey aclamado: “He aquí que nosotros somos huesos y carne tuya” (1). El Rey-Mesías será con tanta verdad hermano nuestro que “entroncará con nosotros en comunidad de naturaleza; en lazos de sangre; compartirá nuestra mortalidad; sufrirá en su propia persona todos nuestros dolores, para poder ser así misericordioso y prestar su auxilio a cuantos sufrimos” (Heb 2, 14-18). También al Rey-Mesías, Hijo del Altísimo, por ser Hijo de María Virgen, le podremos llamar confiadamente Hermano nuestro; y decirle: ¡Somos hueso y carne tuya!

Colosenses 1, 12-20:

San Pablo ilumina con radiante luz teológica la Persona del Rey Mesiánico y la naturaleza de su Reino:

- Entendemos mejor la riqueza y nobleza de este Reino Mesiánico si lo contraponemos al estado en que nos encontrábamos antes de ser redimidos por Cristo: Nos esclavizaba Satanás y nos tenía sujetos y encadenados al pecado, a las tinieblas, a la muerte. Ahora, “rescatados del poder de las tinieblas, hemos sido trasladados al Reino del Hijo” (13). El Hijo de Dios, Hijo del Amor del Padre, es ahora nuestro Rey ¿Puede haber gozo y libertad más dulce que vivir en el Reino del Hijo, en el Reino del Amor del Padre?

- La Epístola encarece la nobleza de Cristo, Hijo de Dios, Rey de toda la Creación: Imagen de Dios Invisible, engendrado en la eternidad, Hijo Unigénito (15). Razón de ser de todo el universo creado, su centro de cohesión. Todo existe y subsiste por El, que es el Verbo por el cual el Padre dice y crea y conserva todas las cosas. Todo viviente vive por El, que es la Vida. Como es asimismo la Luz que ilumina todas las inteligencias. Raíz y Corona, Alfa y Omega, Principio y Fin de todas las cosas. Estos atributos le pertenecen a Cristo como Verbo eterno y como Hijo de Dios Encarnado (15-17): En todo tiene la Primacía. En El reside toda plenitud (19).

- Pero de manera peculiar es Rey de su Iglesia. Esta Iglesia que El ha redimido con su sangre. Y la ha hecho su Cuerpo y su Esposa (20). Entre sus redimidos reina no sólo con dominio de poder como en el universo, sino con reinado de amor. A Cristo Rey aman con todo su corazón todos sus redimidos. Estos no pueden olvidar que han sido rescatados al precio de la sangre de su cruz (20). Rescatados a tanto precio siempre estamos en deuda de amor con nuestro rey-Redentor.

Lucas 23, 35-43:

Este relato de Lucas nos va a declarar el sentido Redentor que tiene siempre el título de Rey aplicado a Cristo. Y por tanto, sentido en nada semejante al de los reyes políticos.

- El título de la Cruz proclama la gran verdad del Rey y de su Reino. Es Rey-Redentor. La Cruz es su verdadero Trono. Por la sangre de su cruz ha vencido al pecado y ha redimido a todos los hombres. El título, redactado en griego, latín y hebreo, testifica también la universalidad de su Reino. Todos los hombres, sin discriminación alguna, van a entrar en el reino del Rey-Redentor. Y todos con igualdad de derechos (38).

- Inmediatamente se gana el Reino uno de los ladrones. La fe en el Mesías-Rey-Redentor le abre inmediatamente las puertas del Reino. La oración de este protoevangelista del Rey y del Reino muere invocando el nombre de Jesús. Es el primero que en aquel clima de cobardías, traiciones y apostasías se declara abiertamente por Cristo; y proclama paladinamente su inocencia (40). Es el primero que hace protestación de creer en el Rey- Mesías-Redentor. No se escandaliza en su cruz. Le pide le admita en su Reino (42).

- Jesús, en respuesta a tan valiente acto de fe y de amor, abre de par en par su Reino al ladrón. Por tanto, los que seguimos y amamos a este Rey-Redentor tomamos como norma y programa: “Ahora con El sufrimos para ser con El después glorificados” (Rom. 8, 17).

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona 1979.


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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

Injurias a Jesús crucificado

EL BUEN LADRÓN: Lc. 23, 39-43

Explicación. — Junto a la cruz en que pendía Jesús agolpáronse toda suerte de gentes, de los que llegaban a la ciudad y los que de ella salían: la solemnidad del día, la oportunidad la hora, lo concurrido del lugar, la misma fama de Jesús, fueron causa de que allí se congregaran la gente del pueblo, los sinedritas, los soldados, profiriendo contra Jesús terribles blasfemias; desde lo alto de su cruz se unían al infernal concierto los ladrones.

Primera palabrade Jesús: El Pueblo (Lc. 34.35). — El Evangelio de Lucas ha sido con razón llamado el Evangelio de la misericordia; en esta lección aparece dos veces la gran misericordia del corazón de Cristo: en la oración que hace al Padre por sus enemigos y en la gracia que del cielo hace al buen ladrón. Mas Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Probablemente fue dicha esta palabra, que sólo refiere Lucas, en el acto de la crucifixión y repetidas veces, pues el verbo «decir» tiene en el original griego forma iterativa. Toda ella respira piedad: piedad filial, llamando a Dios Padre, para que por el ruego de tal Hijo se mueva a perdonar a los criminales; piedad del perdón, queriendo no se les tenga en cuenta a sus enemigos el acto horrible a que sus pasiones le han conducido; piedad más profunda aún, atribuyendo el crimen no a la malicia, de que tantas pruebas habían dado sus adversarios, sino a su ignorancia del carácter de Mesías que no reconocían en él. A esta oración de Jesús atribuyen los intérpretes la rápida conversión de muchos miles, probablemente de los que allí estaban (Act. 6, 7; 15, 5).

Y el pueblo estaba mirando: es un trazo particular de Lucas, en que se revela la psicología de la masa popular; poco días ha le aclamaba rey de Israel; hoy mismo, arrastrado por los sinedritas, ha pedido la sangre de Jesús sobre sí y sobre sus hijos; ahora asiste curioso al espectáculo; dentro de poco se volverá a la ciudad, golpeando muchos sus pechos (v. 48). Algunos, no obstante, como se colige de la lectura total del versículo 35, acompañaban a los sinedritas en las blasfemias.

Injurias de los transeúntes (Mt. 39.40). — A los tormentos de la cruz añaden los circunstantes el aguijón de sus punzantes palabras. Son en primer lugar los que pasan por el camino junto al cual está la cruz: Y los que pasaban le blasfemaban, moviendo sus cabezas: a las palabras irreverentes añaden el gesto despectivo y de burla, como lo son ciertos movimientos de cabeza (cf. Iob 16, 5; Ps. 43, 15; 108, 25; Is. 37, 22; Ier. 18, 16). Cita el Evangelista una forma de las muchas con que sería Jesús injuriado: Y diciendo: ¡Ah! Tú, interjección del insulto, de burla por impotencia, el que destruyes el templo de Dios, y lo reedificas en tres días, sálvate a ti mismo: te gloriabas de aniquilar la fábrica inmensa de nuestro Templo, y reedificarla en pocos días; más fácil te sería desasirte de los clavos y bajar de la cruz: Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.

De los sinedritas (41- 43). — También los primates de la nación, que habían juzgado a Jesús la noche anterior, pertenecientes la mayor parte de ellos a la secta de los fariseos, acudieron ante la cruz o denostar al Señor y blasfemar de él, llevando al colmo su rebajamiento: Asimismo insultándole también los príncipes de los sacerdotes, con los escribas y ancianos, decían... Ya no increpan al Señor directamente como el populacho; salvan las apariencias, pero hablando entre sí profieren contra Jesús injurias no menos graves: A otros salvó, y a sí mismo no se puede salvar: tan claros y de todos conocidos eran los prodigios obrados por Jesús, que sus mismos enemigos deben confesarlos, mezclando su memoria con los insultos: ha hecho muchos milagros ; mas ahora no le vale su poder. Y vengándose de la resistencia de Pilato a cambiar el rótulo de la cruz, añadían irónicamente: Si es el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y le creamos: tampoco le hubiesen creído, como no le creyeron cuando salvaba a otros ; como no le creerán cuando haga lo que es más que bajar de la cruz: resucitarse en la sepultura. Dan, por fin, en medio de las burlas, elocuente testimonio de la piedad de Jesús y de su confesión de Hijo de Dios, aunque haciendo servir el recuerdo para mayor escarnio de la Víctima: Sálvese a sí mismo, si éste es Cristo elegido de Dios. Confió en Dios: líbrelo ahora, si le ama: pues dijo: Hijo soy de Dios. Todo cuando noble y grande dicho y hecho el Señor, se lo devuelven en la vuelto en gestos y frases de sangrienta ironía.

De los ladrones y soldados (Mt. 44; Lc. 36. 37). — Para colmo de los ultrajes que recibió Jesús en la cruz, hasta los mismos ladrones, mejor, bandidos o salteadores, que con él habían sido ajusticiados, le llenaban de denuestos: Y los ladrones que estaban crucificados con él le improperiaban. Lo mismo dice el segundo Evangelista. En cambio, Lucas, denostaba, mientras el otro le proclamaba inocente. Se concuerdan ambas narraciones diciendo que Mateo y Marcos generalizan, afirmando que hicieron ambos, lo que sólo hizo uno, como sucede cuando hablamos de categorías de cosas o de personas; o bien que empezarían ambos por injuriar al Señor, pero luego uno de ellos vino a mejores sentimientos con respecto a él.

Los mismos legionarios que daban guardia a Jesús crucificado juntáronse al coro general de improperios contra Jesús: Le escarnecían también los soldados, acercándose a él, y presentándole vinagre: quizá se refiere aquí Lucas al mismo hecho de Mt. 15, 36; aunque otros creen que estos soldados ofrecieron a Jesús un vaso con la bebida llamada «posca», compuesta de agua, vinagre y huevos, bebida ordinaria entonces de los soldados romanos. A imitación de los sinedritas, burlábanse los soldados de la aparente impotencia de Jesús, que contrastaba con su título de rey: Y diciendo: Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

El buen ladrón (Lc. 39- 43). — Este episodio, del que se rezuma la dulcísima piedad del Señor, es propio del tercer Evangelista. Como suelen los hombres desesperados que no pueden escapar al último suplicio, deshacíase uno de los ladrones en injurias contra Jesús: Y uno de aquellos ladrones que estaban colgados, le injuriaba. Injuria y burla sangrienta a la vez encierran sus palabras: Diciendo: Si tú eres el Cristo, o mejor, en forma interrogativa de irrisión: ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros: te decías Mesías, y ahora aparece tu impostura, pues no eres capaz de salvarnos.

Pero el otro ajusticiado no ha perdido la ecuanimidad, ni en medio de los atroces tormentos, y profiere una serie de admirables sentencias que le hacen digno de la misericordia de Jesús. Primero, increpa a su compañero por su dureza e irreligión en aquellos supremos momentos: Mas el otro, respondiendo, le reprendió, diciéndole: Ni aun tú temes a Dios, estando en el mismo suplicio: cuando vamos todos a morir, no hacen en ti mella ni el recuerdo de tus crímenes ni el pensamiento del juicio de Dios. En segundo lugar, proclama la justicia con que se les ha condenado a ellos por sus crímenes, y la injusticia de la condenación de Jesús inocente: Y nosotros, a la verdad, estamos en él justamente porque recibimos el pago de lo que hicimos. En medio de los generales anatemas contra Cristo, él solo tiene valor para proclamar su santidad: Mas éste ningún mal ha hecho; portóse siempre como hombre probo y santo.

Y, finalmente, preparada su alma por la confesión de sus culpas y la declaración de la santidad de Jesús, vuélvese a él rogándole, en humilde y confiadísima plegaria, le tenga presente cuando esté en su reino: Y decía a Jesús: Señor, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino: cuando disfrutes del real dominio, no te olvides de mí. Oyó el buen ladrón que se atribuía a Jesús la cualidad de rey y de Mesías; vio la paciencia y magnanimidad del Señor, y le creyó tal como de él se decía: quizás un rey glorioso que después de muerto volvería para fundar su reino, como creían los Apóstoles (Act. 1, 6); pero seguramente también un reino ultramundano, por cuanto sabía el ladrón que estaba próxima su muerte. Pero, sobre todo, era la gracia de Dios la que había venido a él para llevarle a la vida eterna.

Los dones de Dios rebasan siempre nuestras plegarias : Jesús, a quien el buen ladrón acaba de pedir tenga buena memoria de él, le promete con juramento la suma felicidad de la fruición de Dios para aquel mismo día: Y Jesús le dijo: En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso. Es la segunda palabra Jesús en la cruz. El paraíso es locución metafórica para expresar un lugar de dicha y reposo: bajó aquel día el buen ladrón al limbo, donde gozó ya de la divinidad de Jesús.

Lecciones morales. — A) Mt. v. 40. — Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. — Como si el estar clavado en cruz pudiera ser señal de no ser Hijo de Dios, dice el Crisóstomo. ¿Acaso los sufrimientos por que hicisteis pasar a los viejos santos y profetas fueron obstáculo a su santidad y a su gloria? ¿Cómo podrían serlo a la de Jesús los suplicios atroces a que le sometéis? Es que la persecución es muchas veces prueba de la santidad: Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia; y, ¿qué más justicia que la que buscaba Jesús, que no era otra que el sumo y universal equilibrio de las cosas humanas ante Dios? ¿Qué extraño que se desencadenara contra él el torbellino de todas las persecuciones? Y si esto da la bienaventuranza, ¿por qué debía precipitarse el Señor bajando de la cruz antes de tiempo? No bajará de la cruz vivo, dice San Jerónimo pero subirá del sepulcro donde estaba muerto: ahora debe permanecer en la cruz para vencer al diablo.

B) Lc. v. 40. — Ni aun tú temes a Dios, estando en el mismo suplicio. — En las horas tremendas inmediatas a la muerte acostumbra el hombre sentir la pena de los pasados extravíos y el temor de los castigos de Dios, cuyo juicio inminente. ¡Ay de los hombres de corazón endurecido, a quienes nada conmueve, orden moral y ultramundano, en la hora de la muerte! Han perdido la sensibilidad religiosa y moral; y ésta no suele perderse sino después de una vida llena de obstinación, de pensamiento y de corazón. Haga Dios conservemos, aun en medio de nuestras defecciones o negligencias, muy vivo el sentido de nuestras postrimerías: como es ello el gran remedio para no pecar, así es su olvido el medio de adormecernos en el mal, y llevar nuestra insensibilidad hasta la hora postrera de la vida.

C) v. 43. — Hoy estarás conmigo en el paraíso. — ¡Qué paz y qué serenidad la de Jesús! Está en su agonía, entre atroces dolores, ante la multitud de sus adversarios, que se burlan de su aparente impotencia, y tiene ante sus ojos las perspectivas de su reino de felicidad, que brinda y promete al buen ladrón. Nadie ha muerto jamás así: entre los muchos prodigios del mundo físico y moral realizados en las últimas horas de la vida del Señor, éste es uno de los que llegan más hondo al alma de quien sabe meditar. Porque todo es grande en esta palabra de Jesús: la paz, la generosidad, la piedad, la bondad; es en realidad palabra digna del Dios que la pronunció.

D) Mt. v. 44. — Los ladrones... le improperaban. — Para que veamos, dice San Hilario, que todos en el mundo, hasta los malvados, han sufrido escándalo de la Cruz de Cristo. Parece que la comunidad de desgracia debía hacer al ladrón a lo menos tolerante con Cristo, a quien tenía a su lado, muriendo como El; y en aquella hora suprema, los ladrones maldicen, y Cristo es maldecido. Después de este ejemplo, ¿por qué habría de extrañarnos que los malos nos insulten o nos molesten, en las mil formas que tiene la maldad para probar a los buenos, cuando nuestro Maestro y Redentor, en las horas más graves de su vida, de dolor, de afrenta, de abandono de todo el mundo, ve agravada su pena por los insultos de los que con él mueren ajusticiados?

E) Lc. v. 41. — Mas éste ningún mal ha hecho. — Confiesa el buen ladrón sus crímenes, y reconoce la inocencia del Justo: por esto se encara con el compañero de crímenes y condena su pro-ceder con Jesús. Como si dijera, dice el Crisóstomo: Mira una injuria nunca vista, que la santidad sea condenada junto con el crimen. Porque nosotros matamos a los vivos; y éste ha dado la vida a los muertos: nosotros hemos hurtado lo ajeno; éste manda dar hasta lo propio. Así se convertía en panegirista de Jesús ante las turbas circunstantes; y cuando vio que no le hacían caso, se volvió Jesús y le dirigió aquella sentida plegaria: «Señor, acuérdate de mí...» Estemos siempre prontos a vindicar la santidad, la grandeza, la divinidad de Jesús ante aquellos que le insultan, le blasfeman, le calumnian. Y no seamos difíciles en confesar nuestras miserias, con humilde sinceridad, cuando de ello ha de venir edificación al prójimo y el perdón por parte de Dios.

F) v. 43 — Hoy estarás conmigo en el paraíso. — Es el rey victorioso que vuelve de la batalla y da a aquel su nuevo amigo y súbdito las primicias del botín conquistado, que es la gloria, para sí y para sus seguidores: ¡Feliz ladrón, que hasta en la hora de la muerte sabe robar tan sabiamente el paraíso, cúmulo de todas las riquezas y de todo bienestar! En la facilidad con que ha logrado el perdón y la gloria, después de una vida de crímenes, hemos de cobrar santos alientos, confiando en que es el mismo Jesús que perdonó al ladrón aquel de quien esperamos la remisión de nuestros pecados.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II,Ed. Acervo, 6ª ed., 1967, p. 648-654)


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P. Leonardo Castellani

Cristo Rey

Ergo Rex es Tu? - Tu dixisti... Sed
Regnum meum non est de hoc mundo.
Joan. XVIII, 33-36.

El año 1925 accediendo a una solicitud firmada por más de ochocientos obispos, el papa (Pío XI instituyó para toda la Iglesia la festividad de Cristo Rey, fijada en el último domingo del mes de octubre. Esta nueva invocación de Cristo, nueva y sin embargo tan antigua como la Iglesia, tuvo muy pronto sus mártires, en la persecución que la masonería y el judaísmo desataron en Méjico, con la ayuda de un imperialismo extranjero: sacerdotes, soldados, jóvenes de Acción Católica y aun mujeres que murieron al grito de ¡Viva Cristo Rey!

Esta proclamación del poder de Cristo sobre las naciones se hacía contra el llamado liberalismo. El liberalismo es una peligrosa herejía moderna que proclama la libertad y toma su nombre de ella. La libertad es un gran bien que, como todos los grandes bienes, sólo Dios puede dar; y el liberalismo lo busca fuera de Dios; y de ese modo sólo llega a falsificaciones de la libertad. Liberales fueron los que en el pasado siglo, rompieron con la Iglesia, maltrataron al Papa y quisieron edificar naciones sin contar con Cristo. Son hombres que desconocen la perversidad profunda del corazón humano, la necesidad de una redención, y en el fondo, el dominio universal de Dios sobre todas las cosas, como Principio y como Fin de todas ellas, incluso las sociedades humanas. Ellos son los que dicen: Hay que dejar libres a todos, sin ver que el que deja libre a un malhechor es cómplice del malhechor; - Hay que respetar todas las opiniones, sin ver que el que respeta las opiniones falsas es un falsario; - La religión es un asunto privado, sin ver que, siendo el hombre naturalmente social, si la religión no tiene nada que ver con lo social, entonces no sirve para nada, ni siquiera para lo privado.

Contra este pernicioso error, la Iglesia arbola hoy la siguiente verdad de fe: Cristo es Rey, por tres títulos, cada uno de ellos de sobra suficiente para conferirle un verdadero poder sobre los hombres. Es Rey por título de nacimiento, por ser el Hijo Verdadero de Dios Omnipotente, Creador de todas las cosas; es Rey por título de mérito, por ser el Hombre más excelente que ha existido ni existirá, y es Rey por título de conquista, por haber salvado con su doctrina y su sangre a la Humanidad de la esclavitud del pecado y del infierno.

Me diréis vosotros: eso está muy bien, pero es un ideal y no una realidad. Eso será en la otra vida o en un tiempo muy remoto de los nuestros; pero hoy día... Los que mandan hoy día no son los mansos, como Cristo, sino los violentos; no son los pobres, sino los que tienen plata; no son los católicos, sino los masones. Nadie hace caso al Papa, ese anciano vestido de blanco que no hace más que mandarse proclamas llenas de sabiduría, pero que nadie obedece. Y el mar de sangre en el que se está revolviendo Europa, ¿concuerda acaso con algún reinado de Cristo?

La respuesta a esta duda está en la respuesta de Cristo a Pilatos, cuando le preguntó dos veces si realmente se tenía por Rey. Mi Reino no procede de este mundo. No es como los reinos temporales, que se ganan y sustentan con la mentira y la violencia; y en todo caso, aún cuando sean legítimos y rectos, tienen fines temporales y están mechados y limitados por la inevitable imperfección humana. Rey de verdad, de paz y de amor, mi Reino procedente de la Gracia reina invisiblemente en los corazones, y eso tiene más duración que los imperios. Mi Reino no surge de aquí abajo, sino que baja de allí arriba; pero eso no quiere decir que sea una mera alegoría, o un reino invisible de espíritus. Digo que no es de aquí; pero no digo que no está aquí. Digo que no es carnal, pero no digo que no es real. Digo que es reino de almas, pero no quiero decir reino de fantasmas, sino reino de hombres. No es indiferente aceptarlo o no, y es supremamente peligroso rebelarse contra él en estos últimos tiempos, Europa y con ella el mundo todo se halla hoy día en un desorden que parece no tener compostura, y que sin Mí no tiene compostura...

Mis hermanos: porque Europa rechazó la reyecía de Jesucristo, actualmente no puede parar en ella ni Rey ni Roque. Cuando Napoleón I, que fue uno de los varones (y el más grande de todos) que quisieron arreglar a Europa sin contar con Jesucristo, se ciñó en Milán la corona de hierro de Carlomagno, cuentan que dijo estas palabras: Dios me la dio, nadie me la quitará. Palabras que a nadie se aplican más que a Cristo. La corona de Cristo es más fuerte, es una corona de espinas. La púrpura real de Cristo no se destiñe, está bañada en sangre viva. Y la caña que le pusieron por burla en las manos, se convierte de tiempo en tiempo, cuando el mundo cree que puede volver a burlarse de Cristo, en un barrote de hierro. Et reges eos in virga férrea: Los regirás con vara de hierro.

Veamos la demostración de esta verdad de fe, que la Santa Madre Iglesia nos propone a creer y venerar en la fiesta del último domingo del mes de la primavera, llamando en nuestro auxilio a la Sagrada Escritura, a la Teología y a la Filosofía, y ante todo a la Santísima Virgen Nuestra Señora con un Ave María.

Los cuatro evangelistas ponen la pregunta de Pilatos y la respuesta afirmativa de Cristo:

- ¿Tú eres el Rey de los Judíos?

- Yo lo soy.

¿Qué clase de Rey será éste, sin ejércitos, sin palacios, atadas las manos, impotente y humillado? - debe de haber pensado Pilatos.

San Juan, en su capítulo XVIII, pone el diálogo completo con Pilatos, que responde a esta pregunta:

Entró en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo: ¿Tú eres el Rey de los Judíos?

Respondió Jesús: ¿Eso lo preguntas por ti mismo, o te lo dijeron otros?

Respondió Pilatos: ¿Acaso yo soy judío? Tu gente y los pontífices te han entregado. ¿Qué has hecho?

Respondió Jesús, ya satisfecho acerca del sentido de la pregunta gobernador romano, al cual maliciosamente los judíos le hacían temer que Jesús era uno de tantos intrigantes, ambiciosos del poder político:

Mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, Yo tendría ejércitos, mi gente lucharía por Mí para que no cayera en manos de mis enemigos. Pero es que mi Reino no es de aquí. Es decir, mi Reino tiene su principio en el cielo, es un Reino espiritual que no viene a derrocar al César, como tú temes, ni a pelear por fuerza de armas contra reinos vecinos, como desean los judíos. Yo no digo que este Reino mío, que han predicho los profetas, no esté en este mundo; no digo que sea un puro reino invisible de espíritus, es un reino de hombres; Yo digo que no proviene de este mundo, que su principio y su fin están más arriba y más abajo de las cosas inventadas por el hombre. El profeta Daniel, resumiendo los dichos de toda una serie de profetas, dijo que después de los cuatro grandes reinos que aparecerían en el Mediterráneo, el reino de la Leona, del Oso, del Leopardo y de la Bestia Poderosa, aparecería el Reino de los Santos, que duraría para siempre. Ése es mi Reino...

Esa clase de reinos espirituales no los entendía Pilatos, ni le daban cuidado. Sin embargo, preguntó de nuevo, quizá irónicamente:

-Entonces, ¿te afirmas en que eres Rey?

-Sí lo soy, - respondió Jesús tranquilamente; y añadió después mirándolo cara a cara: - Yo para eso nací y para eso vine al inundo, para dar testimonio de la Verdad. Todo el que es de la Verdad oye mi voz.

Dijo Pilatos:

-¿Qué es la Verdad?

Y sin esperar respuesta, salió a los judíos y les dijo:

-Yo no le veo culpa.

Pero ellos gritaron:

-Todo el que se hace Rey, es enemigo del César. Si lo sueltas vas en contra del César.

He aquí solemnemente afirmada por Cristo su reyecía, al fin de su carrera, delante de un tribunal, a riesgo y costa de su vida; y a esto le llama Él dar testimonio de la Verdad, y afirma que su Vida no tiene otro objeto que éste. Y le costó la vida, salieron con la suya los que dijeron: “No queremos a éste por Rey, no tenemos más Rey que el César”; pero en lo alto de la Cruz donde murió este Rey rechazado, había un letrero en tres lenguas, hebrea, griega y latina, que decía: “Jesús Nazareno Rey de los Judíos”; y hoy día, en todas las iglesias del mundo y en todas las lenguas conocidas, a 2000 años de distancia de aquella afirmación formidable: “Yo soy Rey”, miles y miles de seres humanos proclaman junto con nosotros su fe en el Reino de Cristo y la obediencia de sus corazones a su Corazón Divino.

Por encima del clamor de la batalla en que se destrozan los humanos, en medio de la confusión y de las nubes de mentiras y engaños en que vivimos, oprimidos los corazones por las tribulaciones del mundo y las tribulaciones propias, la Iglesia Católica, imperecedero Reino de Cristo, está de pie para dar, como su Divino Maestro, testimonio de Verdad y para defender esa Verdad por encima de todo. Por encima del tumulto y de la polvareda, con los ojos fijos en la Cruz, firme en su experiencia de veinte siglos, segura de su porvenir profetizado, lista para soportar la prueba y la lucha en la esperanza cierta del triunfo, la Iglesia, con su sola presencia y con su silencio mismo, está diciendo a todos los Caifás, Herodes y Pilatos del mundo que aquella palabra de su divino Fundador no ha sido vana.

En el primer libro de las Visiones de Daniel, cuenta el profeta que vio cuatro Bestias disformes y misteriosas que, saliendo del mar, se sucedían y destruían una a la otra; y después de eso vio a manera de un Hijo del Hombre que viniendo de sobre las nubes del cielo se llegaba al trono de Dios; y le presentaron a Dios, y Dios le dio el Poderío, el Honor y el Reinado, y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán, y su poder será poder eterno que no se quitará, y su reino no se acabará.

Entonces me llegué lleno de espanto - dice Daniel - a uno de los presentes, y le pregunté la verdad de todo eso. Y me dijo la interpretación de la figura: “Estas cuatro bestias magnas son cuatro Grandes Imperios que se levantarán en la tierra (a saber, Babilonia, Persia, Grecia y Roma, según estiman los intérpretes), y después recibirán el Reino los santos del Dios altísimo y obtendrán el reino por siglos y por siglos de siglos”.

Esta palabra misteriosa, pronunciada 500 años antes de Cristo, no fue olvidada por los judíos. Cuando Juan Bautista empieza a predicar en las riberas del Jordán: “Haced penitencia, que está cerca el Reino de Dios”, todo ese pequeño pueblo comprendido entre el Mediterráneo, el Líbano, el Tiberíades y el Sinaí resonaba con las palabras de Gran Rey, Hijo de David, Reino de Dios. Las setenta Semanas de años que Daniel había predicho entre el cautiverio de Babilonia y la llegada del Salvador del Mundo, se estaban acabando; y los profetas habían precisado de antemano, en una serie de recitados enigmáticos, una gran cantidad de rasgos de su vida y su persona, desde su nacimiento en Belén hasta su ignominiosa muerte en Jerusalén. Entonces aparece en medio de ellos ese joven Doctor impetuoso, que cura enfermos y resucita muertos, a quien el Bautista reconoce y los fariseos desconocen, el cual se pone a explicar metódicamente en qué consiste el Reino de Dios, a desengañar ilusos, a reprender poderosos, a juntar discípulos, a instituir entre ellos una autoridad, a formar una pequeña e insignificante sociedad, más pequeña que un grano de mostaza, y a prometer a esa Sociedad, por medio de hermosísimas parábolas y de profecías deslumbradoras, los más inesperados privilegios: - durará por todos los siglos, se difundirá por todas las naciones, abarcará todas las razas; el que entre en ella, estará salvado; el que la rechace, estará perdido; el que la combata, se estrellará contra ella; lo que ella ate en tierra, será atado en el cielo, y lo que ella desate en la tierra, será desatado en el cielo. Y un día, en las puertas de Cafarnaúm, aquel Varón extraordinario, el más modesto y el más pretencioso de cuantos han vivido en éste mundo, después de obtener de sus rudos discípulos el reconocimiento de que él era el Ungido, el Rey, y más aún, el mismo Hijo Verdadero de Dios vivo, se dirigió al discípulo que había hablado en nombre de todos y solemnemente le dijo: Y Yo a ti te digo que tú eres Kefá, que significa piedra, y sobre esta piedra Yo levantaré mi Iglesia, y los poderes infernales no prevalecerán contra ella; y te daré las llaves del Reino de los Cielos. Y yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos.

Y desde entonces, se vio algo único en el mundo: esa pequeña Sociedad fue creciendo y durando, y nada ha podido vencerla, nada ha podido hundirla, nadie ha podido matarla. Mataron a su Fundador, mataron a todos sus primeros jefes, mataron a miles de sus miembros durante las diez grandes persecuciones que la esperaban al salir mismo de su cuna; y muchísimas veces dijeron que la habían matado a ella, cantaron victoria sus enemigos, las fuerzas del mal, las Puertas del Infierno, la debilidad, la pasión, la malicia humana, los poderes tiránicos, las plebes idiotizadas y tumultuantes, los entendimientos corrompidos, todo lo que en el mundo tira hacia abajo, se arrastra y se revuelca - la corrupción de la carne y la soberbia del espíritu aguijoneados por los invisibles espíritus de las tinieblas -; todo ese peso de la mortalidad y la corrupción humana que obedece al Ángel Caído, cantó victoria muchas veces y dijo: “Se acabó la Iglesia”. El siglo pasado, no más, los hombres de Europa más brillantes, cuyos nombres andaban en boca de todos, decían: “Se acabó la Iglesia, murió el Catolicismo”. ¿Dónde están ellos ahora? Y la Iglesia, durante veinte siglos, con grandes altibajos y sacudones, por cierto, como la barquilla del Pescador Pedro, pero infalible irrefragablemente, ha ido creciendo en número y extendiéndose en el mundo; y todo cuanto hay de hermoso y de grande en el mundo actual se le debe a ella; y todas las personas más decentes, útiles y preclaras que ha conocido la tierra; han sido sus hijos; y cuando perdía un pueblo, conquistaba una Nación; y cuando perdía una Nación, Dios le daba un Imperio; y cuando se desgajaba de ella media Europa; Dios descubría para ella un Mundo Nuevo; y cuando sus hijos ingratos, creyéndose ricos y seguros, la repudiaban y abandonaban y la hacían llorar en su soledad y clamar inútilmente en su paciencia…, cuando decían: “Ya somos ricos y poderosos y sanos y fuertes y adultos, y no necesitamos nodriza”, entonces se oía en los aires la voz de una trompeta, y tres jinetes siniestros se abatían sobre la tierra :

uno en un caballo rojo, cuyo nombre es la Guerra;

otro en un caballo negro, cuyo nombre es El Hambre;

otro en un caballo bayo, cuyo nombre es La Persecución final;

y los tres no pueden ser vencidos sino por Aquel que va sobre el caballo blanco, al cual le ha sido dada la espada para que venza, y que tiene escrito en el pecho y en la orla de su vestido: Rey de Reyes y Señor de Dominantes.

El Mundo Moderno, que renegó la reyecía de su Rey Eterno y Señor Universal, como consecuencia directa y demostrable de ello se ve ahora empantanado en un atolladero y castigado por los tres primeros caballos del Apocalipsis; y entonces le echa la culpa a Cristo. Acabo de oír por Radio Excelsior (Sección Amena) una poesía de un tal Alejandro Flores, aunque mediocre, bastante vistosa, llamada Oración de este Siglo a Cristo, en que expresa justamente esto: se queja de la guerra, se espanta de la crisis (racionamiento de nafta), dice que Cristo es impotente, que su sueño de paz y de amor ha fracasado, y le pide que vuelva de nuevo al mundo, pero no a ser crucificado.

El pobre miope no ve que Cristo está volviendo en estos momentos al mundo, pero está volviendo como Rey (¿o qué se ha pensado él que es un Rey?); está volviendo de Ezrah, donde pisó el lagar Él solo con los vestidos salpicados de rojo, como lo pintaron los profetas, y tiene en la mano el bieldo y la segur para limpiar su heredad y para podar su viña. ¿O se ha pensado él que Jesucristo es una reina de juegos florales?

Y ésta es la respuesta a los que hoy día se escandalizan de la impotencia del Cristianismo y de la gran desolación espiritual y material que reina en la tierra. Creen que la guerra actual es una gran desobediencia a Cristo, y en consecuencia dudan de que Cristo sea realmente Rey, como dudó Pilatos, viéndole atado e impotente. Pero la guerra actual no es una gran desobediencia a Cristo: es la consecuencia de una gran desobediencia, es el castigo de una gran desobediencia y -consolémonos - es la preparación de una gran obediencia y de una gran restauración del Reino de Cristo. Porque se me subleven una parte de mis súbditos, Yo no dejo de ser Rey mientras conserve el poder de castigarlos, dice Cristo. En la última parábola que San Lucas cuenta, antes de la Pasión, está prenunciado eso: “Semejante es el Reino de los Cielos a un Rey que fue a hacerse cargo de un Reino que le tocaba por herencia. Y algunos de sus vasallos le mandaron embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Y cuando se hizo cargo del Reino, mandó que le trajeran aquellos sublevados y les dieran muerte en su presencia”. Eso contó N. S. Jesucristo hablando de sí mismo, y cuando lo contó, no se parecía mucho a esos Cristos melosos, de melena rubia, de sonrisita triste y de ojos acaramelados que algunos pintan. Es un Rey de paz, es un Rey de amor, de verdad, de mansedumbre, de dulzura para los que le quieren; pero es Rey verdadero para todos, aunque no le quieran, ¡y tanto peor para el que no le quiera! Los hombres y los pueblos podrán rechazar la llamada amorosa del Corazón de Cristo y escupir contra el cielo; pero no pueden cambiar la naturaleza de las cosas. El hombre es un ser dependiente, y si no depende de quien debe, dependerá de quien no debe; si no quiere por dueño a Cristo, tendrá el demonio por dueño. “No podéis servir a Dios y a las riquezas”, dijo Cristo, y el mundo moderno es el ejemplo lamentable: no quiso reconocer a Dios como dueño, y cayó bajo el dominio de Plutón, el demonio de las riquezas.

En su encíclica Quadragésimo, el papa Pío XI describe de este modo la condición del mundo de hoy, desde que el Protestantismo y el Liberalismo lo alejaron del regazo materno de la Iglesia, y decidme vosotros si el retrato es exagerado:

“La libre concurrencia se destruyó a sí misma; al libre cambio ha sucedido una dictadura económica. El hambre y sed de lucro ha suscitado una desenfrenada ambición de dominar. Toda la vida económica se ha vuelto horriblemente dura, implacable, cruel. Injusticia y miseria. De una parte, una inmensa cantidad de proletarios; de otra, un pequeño número de ricos provistos de inmensos recursos, lo cual prueba con evidencia que las riquezas creadas en tanta copia por el industrialismo moderno no se hallan bien repartidas”.

El mismo Carlos Marx, patriarca del socialismo moderno, pone el principio del moderno capitalismo en el Renacimiento, es decir, cuando comienza el gran movimiento de desobediencia a la Iglesia; y añora el judío ateo los tiempos de la Edad Media, en que el artesano era dueño de sus medios de producción, en que los gremios amparaban al obrero, en que el comercio tenía por objeto el cambio y la distribución de los productos, y no el lucro y el dividendo, y en que no estaba aún esclavizado al dinero para darle una fecundidad monstruosa. Añora aquel tiempo, que si no fue un Paraíso Terrenal, por lo menos no fue una Babel como ahora, porque los hombres no habían recusado la Reyecía de Jesucristo.

Los males que hoy sufrimos, tienen, pues, raíz vieja; pero consolémonos, porque ya está cerca el jardinero con el hacha. Estamos al fin de un proceso morboso que ha durado cuatro siglos. Vosotros sabéis que en el llamado Renacimiento había un veneno de paganismo, sensualismo y descreimiento que se desparramó por toda Europa, próspera entonces y cargada de bienestar como un cuerpo pletórico. Ese veneno fue el fermento del Protestantismo; rebelión de las ricos contra los pobres, como lo llamó Belloc, que rompió la unidad de la Iglesia, negó el Reino Visible de Cristo, dijo que Cristo fue un predicador y un moralista, y no un Rey; sometió la religión a los poderes civiles y arrebató a la obediencia del Sumo Pontífice casi la mitad de Europa. Las naciones católicas se replegaron sobre sí mismas en el movimiento que se llamó Contra-Reforma, y se ocuparon en evangelizar el Nuevo Mundo, mientras los poderes Protestantes inventaban el puritanismo, el capitalismo y el imperialismo. Entonces empezó a invadir las naciones católicas una a modo de niebla ponzoñosa proveniente de los protestantes, que al fin cuajó en lo que llamamos Liberalismo, el cual a su vez engendró por un lado el Modernismo y por otro el Comunismo. Entonces fue cuando sonó en el cielo la trompeta de la cólera divina, que nadie dejó de oír; y el Hombre Moderno, que había caído en cinco idolatrías y cinco desobediencias, está siendo probado y purificado ahora por cinco castigos y cinco penitencias:

Idolatría de la Ciencia, con la cual quiso hacer otra torre de Babel que llegase hasta el cielo; y la ciencia está, en estos momentos, toda ocupada en construir aviones, bombas y cañones para voltear casas y ciudades y fábricas;

Idolatría de la Libertad, con la cual quiso hacer de cada hombre un pequeño y caprichoso caudillejo; y éste es el momento en que el mundo está lleno de despotismo y los pueblos mismos piden puños fuertes para salir de la confusión que creó esa libertad demente;

Idolatría del Progreso, con el cual creyeron que harían en poco tiempo otro Paraíso Terrenal; y he aquí que el Progreso es el Becerro de Oro que sume a los hombres en la miseria, en la esclavitud, en el odio, en la mentira, en la muerte;

Idolatría de la Carne, a la cual se le pidió el cielo y las delicias del Edén; y la carne del hombre desvestida, exhibida, mimada y adorada, está siendo destrozada, desgarrada y amontonada como estiércol en los campos de batalla;

Idolatría del Placer, con el cual se quiere hacer del mundo un perpetuo Carnaval y convertir a los hombres en chiquilines agitados e irresponsables; y el placer ha creado un mundo de enfermedades, dolencias y torturas que hacen desesperar a todas las facultades de medicina.

Esto decía no hace mucho tiempo un gran obispo de Italia, el arzobispo de Cremona, a sus fieles. ¿Y nuestro país? ¿Está libre de contagio? ¿Está puro de mancha? ¿Está limpio de pecado? Hay muchos que parecen creerlo así, y viven de una manera enteramente inconsciente, pagana, incristiana, multiplicando los errores, los escándalos, las iniquidades, las injusticias. Es un país tan ancho, tan rico, tan generoso, que aquí no puede pasar nada; queremos estar en paz con todos, vender nuestras cosechas y ganar plata; tenemos gobernantes tan sabios, tan rectos y tan responsables; somos tan democráticos, subimos al gobierno solamente a aquel que lo merece; tenemos escuelas tan lindas; tenemos leyes tan liberales; hay libertad para todo; no hay pena de muerte; si un hombre agarra una criaturita en la calle, la viola, la mata y después la quema, ¡qué se va a hacer, paciencia!; tenemos la prensa más grande del mundo: por diez centavos nos dan doce sábanas de papel llenas de informaciones y de noticias; tenemos la educación artística del pueblo hecha por medio del cine y de la radiotelefonía; ¡qué pueblo más bien educado va a ir saliendo, un pueblo artístico! ¡Qué país, mi amigo, qué país más macanudo! — ¿Y reina Cristo en este país? — ¿Y cómo no va a reinar? Somos buenos todos. Y si no reina, ¿qué quiere que le hagamos?

Tengo miedo de los grandes castigos colectivos que amenazan nuestros crímenes colectivos. Este país está dormido, y no veo quién lo despierte. Este país está engañado, y no veo quién lo desengañe. Este país está postrado, y no se ve quién va a levantarlo.

Pero este país todavía no ha renegado de Cristo, y sabemos por tanto que hay alguien capaz de levantarlo. Preparémonos a su venida y apresuremos su venida. Podemos ser soldados de un gran Rey; nuestras pobres efímeras vidas pueden unirse a algo grande, algo triunfal, algo absoluto. Arranquemos de ellas el egoísmo, la molicie, la mezquindad de nuestros pequeños caprichos, ambiciones y fines particulares. El que pueda hacer caridad, que se sacrifique por su prójimo, o solo, o en su parroquia, o en las Sociedades Vicentinas... El que pueda hacer apostolado, que ayude a Nuestro Cristo Rey en la Acción Católica o en las Congregaciones. El que pueda enseñar, que enseñe, y el que pueda quebrantar la iniquidad, que la golpee y que la persiga, aunque sea con riesgo de la vida. Y para eso, purifiquemos cada uno de faltas y de errores nuestra vida. Acudamos a la Inmaculada Madre de Dios, Reina de los ángeles y de los hombres, para que se digne elegirnos para militar con Cristo, no solamente ofreciendo todas nuestras personas al trabajo, como decía el capitán Ignacio de Loyola, sino también para distinguirnos y señalarnos en esa misma campaña del Reino de Dios contra las fuerzas del Mal, campaña que es el eje de la historia del mundo — sabiendo que nuestro Rey es invencible, que su Reino no tendrá fin, que su triunfo y venida no está lejos y que su recompensa supera todas las vanidades de este mundo, y más todavía, todo cuanto el ojo vio, el oído oyó y la mente humana pudo soñar de hermoso y de glorioso.

(P. Leonardo Castellani, Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, Ed. Paucis Pango, Bs. As., 1951, p. 167- 178)


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Mons. Fulton J. Sheen

El Ofertorio

“En realidad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43)

En es el momento del Ofertorio de la Misa Nuestro Señor se está ofreciendo a su Padre Celestial. Pero para recordarnos que no se ofreció solo sino en unión con nosotros, juntó con su ofertorio el alma del ladrón de la derecha. En un golpe maestro de malicia, le crucificaron entre dos ladrones para que su ignominia fuese completa. Anduvo en medio de los pecadores durante su vida, y por eso ahora le cuelgan entre ellos a su muerte. Pero Él cambió el cuadro y convirtió a los dos ladrones en símbolo de las ovejas y de los cabritos que estarán a su derecha y a su izquierda, cuando Él venga en las nubes del cielo con su Cruz, entonces gloriosa, a juzgar a los vivos y a los muertos.

Al principio los ladrones le insultaban y blasfemaban; pero uno de ellos, que la tradición llama Dimas, volvió su cabeza para contemplar la mansedumbre y la dignidad del rostro del Salvador crucificado. Como un carbón arrojado en el fuego se transforma en ascua brillante y resplandeciente, así el alma negra de este ladrón, arrojada en los fuegos de la crucifixión, se inflamó en amor del Corazón Sagrado.

Cuando el ladrón de la izquierda decía: “Si eres el Cristo sálvate y sálvanos”, el ladrón arrepentido le increpó exclamando: “¿Ni tú temes a Dios viéndote bajo la misma condena?”. “Y nosotros ciertamente con justicia, porque recibimos la paga debida a nuestras obras; pero éste, ¿qué mal ha hecho?” Luego, el mismo ladrón le dirigió un ruego, no suplicando un lugar entre los asientos de los poderosos, sino solamente el favor de no ser olvidado: “Acuérdate de mí cuando estuvieres en tu Reino”.

Tal fe y tal arrepentimiento no van a quedar sin recompensa. Y en unas circunstancias en que el poder de Roma no logró hacerle hablar, cuando los amigos pensaron que todo estaba perdido y los enemigos que todo estaba ganado, Nuestro Señor rompió el silencio. El que era acusado se convirtió en Juez, y el crucificado se tornó en Divino Asesor de las almas, cuando contestó al ladrón penitente con estas palabras: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Este día, en que dices la primera y la última plegaria; hoy, tú estarás conmigo y donde yo estoy; esto es, en el paraíso. Con estas palabras, Nuestro Señor, que se estaba ofreciendo a su Padre Celestial como la Gran Hostia, une consigo en la patena de la Cruz la primera hostia pequeña ofrecida en la Misa -hostia de un ladrón arrepentido- un tizón sacado de la hoguera; una gavilla arrancada de la cosecha terrena; el trigo triturado en el molino de la crucifixión y hecho pan para la Eucaristía.

Nuestro Señor no sufre sólo en la Cruz, sufre con nosotros. Por eso unió el sacrificio del ladrón con el suyo propio. Esto es lo que significa San Pablo cuando dice que debemos completar aquello que falta en los sufrimientos de Cristo. No significa que Nuestro Señor en la Cruz no sufrió todo lo que pudo. Significa, más bien, que el Cristo histórico, físico, sufrió cuanto pudo sufrir en su naturaleza humana; pero que el Cristo Místico, que es Cristo y nosotros, no ha sufrido hasta nuestra plenitud de sufrimiento. No todos los demás buenos ladrones de la historia del mundo han reconocido ya su culpa y pedido su recuerdo. Nuestro Señor está ahora en el Cielo. Por tanto no puede sufrir más en su naturaleza humana, pero puede sufrir más en las nuestras. Así, se dirige a otras naturalezas humanas; a la tuya, a la mía, y nos pide que hagamos lo que hizo el buen ladrón, esto es, que nos incorporemos a Él en la Cruz, para que, participando en su crucifixión, podamos también participar en su Resurrección; para que hechos partícipes de su Cruz, podamos ser también partícipes de su Gloria en el Cielo. Como nuestro Divino Señor en aquel día escogió al ladrón como pequeña hostia de sacrificio, así hoy nos escoge a nosotros como otras pequeñas hostias, unidas con la suya en la patena del altar. Volved los ojos de vuestra mente a la Misa, a cualquier Misa de las que se celebraban en los primeros siglos de la Iglesia, antes de que la civilización se volviese totalmente financiera y económica. Si asistiéramos al Santo Sacrificio en la Iglesia primitiva, llevaríamos al altar cada mañana pan y vino. El sacerdote tomaría un trozo de aquel pan sin levadura y un poco de aquel vino para el Sacrificio de la Misa. El resto lo pondría aparte, lo bendeciría y lo distribuiría entre los pobres. Actualmente no llevamos el pan y el vino. Damos lo equivalente; aquello con que compramos el pan y el vino. Por eso la colecta en el Ofertorio.

¿Por qué llevamos a la Misa el pan, el vino o el equivalente? Llevamos el pan y el vino porque esas dos cosas, entre todas las de la naturaleza, son las que mejor representan la esencia de la vida. E1 trigo es como el meollo de la tierra y los racimos como su verdadera sangre; y ambos nos proporcionan a nosotros el cuerpo y la sangre de la vida. Llevando esas dos cosas, que nos dan la vida, que nos nutren, equivalentemente nos llevamos a nosotros mismos al Sacrificio de la Misa.

Nosotros, pues, estamos presentes en todas y en cada una de las Misas bajo las apariencias de pan y vino, que representan simbólicamente nuestro cuerpo y nuestra sangre. No somos espectadores pasivos, como podemos serlo en un teatro contemplando el espectáculo, sino que estamos ofreciendo nuestra Misa con Cristo. Si algún cuadro pinta adecuadamente nuestro papel en el drama es éste: Una gran cruz se alza ante nosotros en la cual está tendida la Gran Víctima, Cristo. Alrededor de la colina del Calvario están nuestras pequeñas cruces, en las cuales nosotros, las pequeñas hostias, vamos a ofrecernos. Cuando Nuestro Señor va a su Cruz, nosotros vamos a nuestras pequeñas cruces y nos ofrecemos a nosotros mismos en unión con Él, como una oblación pura, al Padre Celestial. En este momento nosotros cumplimos literalmente el mandato del Señor hasta en su mínimo detalle: "Toma tu cruz cada día y sígueme". Al hacerlo así no nos pide algo que El no haya hecho primero. Ni sirve de excusa el decir: "Yo soy una pobre hostia sin valor". Así era el ladrón.

Notad que hubo dos actitudes en el alma de aquel ladrón que le hicieron agradable a Nuestro Señor. Fue la primera el reconocimiento del hecho: él merecía lo que estaba sufriendo, no así Jesucristo, que, impecable, no merecía la Cruz. En otros términos, era un arrepentido. La segunda fue la fe en aquel que los hombres rechazaban, pero que el ladrón reconoció como el verdadero Rey de los Reyes.

Con qué condiciones seremos pequeñas hostias en la Misa? ¿Cómo nuestro sacrificio vendrá a ser uno con el de Cristo y tan aceptable como el del ladrón? Solamente reproduciendo en nuestras almas las dos actitudes del alma del ladrón: penitencia y fe. Ante todo, debemos ser penitentes con el ladrón y exclamar: “Yo merezco el castigo por mis pecados. Yo necesito sacrificio”. Algunos de nosotros no conocemos cuán malos e ingratos somos para con nuestro Dios. Si lo fuimos, no deberíamos quejamos de los golpes y penas de la vida. Nuestras conciencias se parecen a las habitaciones cerradas, largo tiempo sin luz. Descorremos las cortinas y ¡ay!, en todas partes donde pensábamos que estaba limpio ahora encontramos polvo.

Algunas conciencias están tan cegadas con excusas, que rezan como el Fariseo: “Te doy gracias, ¡oh Señor!, porque yo no soy como el resto de los hombres...” Otros blasfeman del Dios del cielo por sus penas y pecados; pero no se arrepienten. La Guerra Mundial, por ejemplo, estaba destinada a la purificación del mal; estaba destinada a enseñarnos que no podemos seguir sin Dios; pero el mundo rehusó la lección. Como el ladrón de la izquierda, rehúsa ser penitente; rehúsa ver la relación de justicia entre el pecado y el sacrificio, entre la rebelión y la cruz. Pero cuanto más penitentes somos menos tratamos de huir nuestra cruz. Cuanto más nos vemos como somos más decimos con el buen ladrón: “Yo merezco esta cruz”. No quiso excusarse, no quiso que se le declarase sin pecado, no quiso que se le eximiera del castigo, no pidió ser bajado. Sólo quiso ser perdonado. Estaba deseoso de ser siquiera pequeña hostia en su pequeña cruz; pero eso fue porque era penitente. No se nos ha concedido otro camino para ser pequeñas hostias con Cristo en la Misa que el de quebrantar nuestros corazones con el dolor, pues mientras no admitamos que estamos enfermos ¿cómo podremos sentir la necesidad de la curación?; mientras no nos duela nuestra parte en la crucifixión, ¿cómo podemos rogar que se nos perdonen nuestros pecados?

La segunda condición para convertirnos en hostias en el Ofertorio de la Misa es la fe. El ladrón miró por encima de la cabeza de nuestro Divino Señor y vio un letrero que decía REY. ¡Extraño Rey aquel! Por corona, espinas. Por púrpura real, su propia sangre. Por trono, la cruz. Por cortesanos, verdugos. Por coronación, crucifixión. Y a pesar de eso, en el fondo de toda aquella escoria el ladrón descubrió el oro; en medio de todas aquellas blasfemias, él rezó.

Fue su fe tan fuerte que quedó contento con permanecer en la cruz. El ladrón de la izquierda pidió ser bajado; el de la derecha no. ¿Por qué? Porque éste conoció que hay más grandes males que los de la crucifixión y otra vida más allá de la cruz. Tuvo fe en el hombre de la Cruz central que hubiera podido convertir las espinas en guirnaldas y los clavos en capullos si hubiera querido; pero tuvo fe en el Reino detrás de la Cruz, reconociendo que los sufrimientos de este mundo no pueden compararse con las alegrías que han de venir. Con el Salmista su alma clamó: “Aún cuando anduviese en las tinieblas y en las sombras de la muerte no temeré, porque tu estás conmigo”.

Fue su fe parecida a la de los tres jóvenes en el horno de fuego, a quien el Rey Nabucodonosor mandó adorar la estatua de oro. Su respuesta fue: “El Dios a quien adoramos nos puede salvar del horno del fuego abrasador y librarnos de tus manos ¡oh Rey! Pero si no quisiera, sábete, ¡oh Rey!, que nosotros no adoraremos tus dioses, no adoraremos la estatua de oro que tú has levantado”. Notad que no piden a Dios que los libre del horno del fuego, aún cuando reconocen que puede hacerlo: “porque Él puede salvarnos del horno del fuego abrasador”. Se arrojan totalmente en las manos de Dios, y, como Job, confían en Él.

De igual manera procedió el buen ladrón: Conoció que Nuestro Señor podía librarle. Pero no le rogó que lo bajara de la Cruz. Porque Nuestro Señor mismo no bajó aún cuando la turba le retase a ello. E1 ladrón sería una hostia pequeña hasta el final mismo de la Misa, si fuera necesario. No significó esto que el ladrón no amase la vida. La amaba tanto como nosotros. Quería la vida, una vida larga y la encontró; porque ¿qué vida es más larga que la Vida eterna? A todos y a cada uno de nosotros nos es dado en igual manera descubrir la vida eterna. Pero no hay otro camino para entrar en ella que el de la penitencia y el de la fe que nos unen a aquella Gran Hostia, Sacerdote y Víctima, Cristo. Así nos convertimos en ladrones espirituales de nuevo y, como el primero, arrebatamos el cielo.

(Fulton J. Sheen, El Calvario y la Misa, Parte Segunda)


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Santos Padres


San Juan Crisóstomo:
"Los beneficios recibidos son múltiples: además del propio don con el que nos gratifica, nos da también la virtud necesaria para recibirlo... Dios no solo nos ha honrado haciéndonos partícipes de la herencia, sino que nos ha hecho dignos de poseerla. Es doble, pues, el honor que recibimos de Dios: primero el puesto, y segundo el mérito de desempeñarlo bien" (Homilía sobre Colosenses 1 ,1 2)

San Agustín:
"Miremos la Cruz de Cristo. Allí estaba Cristo y allí estaban los ladrones. La pena era igual, pero diferente la causa. Un ladrón creyó, otro blasfemó. El Señor, como en un tribunal, hizo de juez para ambos; al que blasfemó lo mandó al infierno; al otro lo llevó consigo al Paraíso. Cristo en la Cruz es considerado Rey: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino". Cristo reinó desde la Cruz. La participación en la realeza de Cristo es consustancial a la vida cristiana, con tal que reconozcamos en medio de las tribulaciones, en su Cruz, como el buen ladrón." (Sermón 335,2)

Orígenes.
"Sin duda, cuando pedimos que el reino de Dios venga a nosotros, lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionado. Efectivamente, Dios reina en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo con las palabras del Evangelio: "vendremos a él y haremos morada en él"

"Este reino de Dios que está dentro de nosotros, llegará, con nuestra cooperación, a su plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez sometidos a Él todos sus enemigos, entregue a Dios Padre su reino, y así Dios lo será todo en todos. Por esto, rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino" ( Tratado sobre la oración 25)

El presente material está tomado de Bonaño Manuel Garrido, O.S.B. Año Litúrgico patrístico, Fundación Gratis Date, cuadernos 5, Navarra, España 2002, 94.


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Juan Pablo II

MISA DE CANONIZACIÓN DE CUATRO BEATOS EN LA SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Domingo 25 de noviembre de 2001

1. «Había encima de él una inscripción: “Este es el rey de los judíos"» (Lc 23, 38).

Esta inscripción, que Pilato había hecho poner sobre la cruz (cf. Jn 19, 19), contiene el motivo de la condena y, al mismo tiempo, la verdad sobre la persona de Cristo. Jesús es rey -él mismo lo afirmó-, pero su reino no es de este mundo (cf. Jn 18, 36-37). Ante él, la humanidad se divide: unos lo desprecian por su aparente fracaso, y otros lo reconocen como el Cristo, "imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura" (Col 1, 15), según la expresión del apóstol san Pablo en la carta a los Colosenses, que hemos escuchado.

Ante la cruz de Cristo se abre, en cierto sentido, el gran escenario del mundo y se realiza el drama de la historia personal y colectiva. Bajo la mirada de Dios, que en el Hijo unigénito inmolado por nosotros se ha convertido en medida de toda persona, de toda institución y de toda civilización, cada uno está llamado a decidirse.

2. Ante el divino Rey crucificado se han presentado también los que acaban de ser proclamados santos: José Marello, Paula Montal Fornés de San José de Calasanz, Leonia Francisca de Sales Aviat y María Crescencia Höss. Cada uno de ellos se encomendó a su misteriosa realeza, proclamando con toda su vida: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino" (Lc 23, 42). Y, de modo absolutamente personal, cada uno de ellos recibió del Rey inmortal la respuesta: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43).

¡Hoy! Este "hoy" pertenece al tiempo de Dios, al designio de salvación, del que habla san Pablo en la carta a los Romanos: “A los que de antemano [Dios] conoció, también los predestinó (...), los llamó (...), los justificó (...) y los glorificó" (Rm 8, 29-30). Este "hoy" encierra también el momento histórico de esta canonización, en la que estos cuatro testigos ejemplares de vida evangélica son elevados a la gloria de los altares.

3. (…).

4. "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43). (…).

5. (…).

6. (…).

7. "Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz" (Col 1, 12). En estos momentos, más que nunca, resuenan en nosotros estas palabras de san Pablo. Verdaderamente la comunión de los santos nos hace pregustar el Reino celestial y, al mismo tiempo, nos impulsa, con su ejemplo, a construirlo en el mundo y en la historia.

"Oportet illum regnare", "es necesario que él reine" (1 Co 15, 25), escribió el Apóstol refiriéndose a Cristo.

"Oportet illum regnare", nos repetís con vuestro testimonio vosotros, san José Marello, santa Paula Montal Fornés de San José de Calasanz, santa Leonia Francisca de Sales Aviat y santa María Crescencia Höss. Ojalá que vuestro ejemplo nos estimule a una contemplación más viva de Cristo Rey, crucificado y resucitado. Que vuestro apoyo nos ayude a caminar fielmente tras las huellas del Redentor, para compartir un día con vosotros, juntamente con María y todos los santos, su gloria eterna en el paraíso. Amén.


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Catecismo de la Iglesia Católica

Cristo Rey

58 La alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones, hasta la proclamación universal del Evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las "naciones", como "Abel el justo", el rey-sacerdote Melquisedec, figura de Cristo, o los justos "Noé, Danel y Job" (Ez 14,14). De esta manera, la Escritura expresa qué altura de santidad pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la espera de que Cristo "reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos" (Jn 11,52).

436 Cristo viene de la traducción griega del término hebreo "Mesías" que quiere decir "ungido". Pasa a ser nombre propio de Jesús porque El cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de El. Este era el caso de los reyes, de los sacerdotes y, excepcionalmente, de los profetas. Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino. El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor a la vez como rey y sacerdote, y también como profeta. Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.

671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21,27) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal, a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido, y "mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios". Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía, que se apresure el retorno de Cristo cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (1 Co 16,22; Ap 22,17-20).

769 La Iglesia "sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo", cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios" [San Agustín]. Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor, y aspira al advenimiento pleno del Reino, "y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria". La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, "todos los justos descendientes de Adán, «desde Abel el justo hasta el último de los elegidos» se reunirán con el Padre en la Iglesia universal".

783 Jesucristo es Aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas.

786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección. Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20,28). Para el cristiano, "servir es reinar", particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y sufriente". El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.

La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón? [San León Magno]

2579 David es, por excelencia, el rey "según el corazón de Dios", el pastor que ruega por su pueblo y en su nombre, aquel cuya sumisión a la voluntad de Dios, cuya alabanza y arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo. Ungido de Dios, su oración es adhesión fiel a la promesa divina, confianza cordial y gozosa en aquel que es el único Rey y Señor. En los Salmos, David, inspirado por el Espíritu Santo, es el primer profeta de la oración judía y cristiana. La oración de Cristo, verdadero Mesías e hijo de David, revelará y llevará a su plenitud el sentido de esta oración.

2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y graban en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...


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EJEMPLOS PREDICABLES

Carta de Francisco Campos, cristero de Santiago Bayacora (Durango).

"El 31 de julio de 1926, unos hombres hicieron que Dios nuestro Señor se ausentara de sus templos, de sus altares, de los hogares de los católicos, pero otros hombres hicieron por que volviera otra vez; esos hombres no vieron que el gobierno tenía muchísimos soldados, muchísimo armamento, muchísimo dinero pa´hacerles la guerra; eso no vieron ellos, lo que vieron fue defender a su Dios, a su Religión, a su madre que es la santa iglesia; eso es lo que vieron ellos. A esos hombres no les importó dejar sus casas, sus padres, sus hijos, sus esposas y lo que tenían; se fueron a los campos de batalla a buscar a Dios Nuestro Señor. Los arroyos, las montañas, los montes, las colinas, son testigos de que aquellos hombres le hablaron a Dios Nuestro Señor con el Santo Nombre de Viva Cristo Rey, Viva la Santísima Virgen de Guadalupe, Viva México. Los mismos lugares son testigos de que aquellos hombres regaron el suelo con su sangre, y no contentos con eso, dieron sus mismas vidas porque Dios Nuestro Señor volviera otra vez. Y viendo Dios Nuestro Señor que aquellos hombres de veras lo buscaban, se dignó venir otra vez a sus templos, a sus altares, a los hogares de los católicos, como lo estamos viendo ahorita, y encargó a los jóvenes de ahora que si en lo futuro se llega a ofrecer otra vez que no olviden el ejemplo que nos dejaron nuestros antepasados".

(Tomado de www.libreopinion.com)

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El padre Marcial Maciel recuerda el testimonio de José Sánchez del Río.

Martirio de un muchacho mexicano de catorce años

Setenta y seis años después sigue grabada en la memoria del padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, el martirio de su amigo José Sánchez del Río, a tan sólo catorce años, del que él fue testigo presencial.

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 22 junio 2004 (ZENIT.org) La Santa Sede promulgó este martes el decreto con el que reconoce el martirio de este adolescente mexicano, nacido el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo (Michoacán, México), asesinado «por odio a la fe» el 10 de febrero de 1928, según aclaró el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

Al narrar el origen de la Legión de Cristo, el padre Maciel explica en el libro «Mi vida es Cristo» el papel decisivo que tendría para su vocación el testimonio de José, a quien conocía pues vivían en pueblos cercanos.

La familia de Marcial Maciel, que entonces tenía siete años, había tenido que abandonar la casa de la localidad de Michoacán, Cotija, precisamente a causa de la persecución que se desencadenó en el país contra los católicos tras la promulgación de leyes que negaban el derecho fundamental a la libertad religiosa.

Maciel, que entonces tenía 7 años, recuerda que José le invitó a escaparse con él a la Sierra para unirse a los «cristeros», los católicos que se rebelaron a las imposiciones del Gobierno central que llevaron incluso a la suspensión del culto. «Pocos días después de su fuga fue capturado por las fuerzas del gobierno, que quisieron dar a la población civil que apoyaba a los cristeros un castigo ejemplar», recuerda el fundador.

«Le pidieron que renegara de su fe en Cristo, so pena de muerte. José no aceptó la apostasía. Su madre estaba traspasada por la pena y la angustia, pero animaba a su hijo», añade:

«Entonces le cortaron la piel de las plantas de los pies y le obligaron a caminar por el pueblo, rumbo al cementerio --recuerda--. Él lloraba y gemía de dolor, pero no cedía. De vez en cuando se detenían y decían: "Si gritas 'Muera Cristo Rey'" te perdonamos la vida. "Di 'Muera Cristo Rey'". Pero él respondía: "Viva Cristo Rey"».

«Ya en el cementerio, antes de disparar sobre él, le pidieron por última vez si quería renegar de su fe. No lo hizo y lo mataron ahí mismo. Murió gritando como muchos otros mártires mexicanos "¡Viva Cristo Rey!"».

«Estas son imágenes imborrables de mi memoria y de la memoria del pueblo mexicano, aunque no se hable muchas veces de ellas en la historia oficial», concluye el padre Maciel.


29.
La solemnidad de Cristo Rey, como institución, es bastante reciente. Fue establecida por el Papa Pío XI en 1925 en respuesta a los regímenes políticos ateos y totalitarios que negaban los derechos de Dios y de la Iglesia. El clima en que nació la fiesta es, por ejemplo, el de la revolución mexicana, cuando muchos cristianos se encaminaron a la muerte gritando hasta el último aliento: «¡Viva Cristo Rey!». Pero aunque la institución de la fiesta sea reciente, no lo es su contenido ni su idea central, que es antiquísima y nace, se puede decir, con el cristianismo. La frase: «Cristo reina» tiene su equivalente en la profesión de fe: «Jesús es el Señor», que ocupa un lugar central en la predicación de los apóstoles.

El pasaje evangélico es el de la muerte de Cristo, porque es en aquel momento que Cristo comienza a reinar sobre el mundo. La cruz es el trono de este rey: «Había encima de él una inscripción: “Este es el Rey de los judíos”». Lo que en las intenciones de los enemigos debía ser la justificación de su condena, era, a los ojos del Padre celestial, la proclamación de su soberanía universal. Para descubrir cómo nos toca esta fiesta de cerca, basta con pensar en una distinción sencillísima.

Existen dos universos, dos mundos o cosmos: el macrocosmos, que es el universo grande y exterior a nosotros, o el pequeño universo, que es cada hombre. La liturgia misma, en la reforma que siguió al Concilio ecuménico Vaticano II, sintió la necesidad de trasladar el énfasis, remarcando el aspecto humano y espiritual de la fiesta más que el, por así decirlo, político. La oración de la fiesta ya no pide, como lo hacía antes, «conceder a todas las familias de los pueblos someterse a la dulce autoridad de Cristo», sino hacer que «toda criatura, libre de la esclavitud del pecado, le sirva y le alabe sin fin». En el momento de su muerte, se lee en el pasaje evangélico, sobre la cabeza de Cristo pendía una inscripción: «Este es el Rey de los judíos»; los presentes le desafiaban a mostrar abiertamente su majestad y muchos, también entre los amigos, se esperaban una demostración espectacular de esta realeza. Pero él elige manifestarla preocupándose de un solo hombre, un malhechor por añadidura: «“Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. Le respondió: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”».

Desde esta óptica, la cuestión más importante que hay que plantearse en la fiesta de Cristo Rey no es si él reina o no en el mundo, sino si reina o no dentro de mí; no si su realeza es reconocida por los Estados y por los gobiernos, sino si es reconocida y vivida por mí. ¿Es Cristo Rey y Señor de mi vida? ¿Quién reina dentro de mí, quién fija los objetivos y establece las prioridades: Cristo u otro? Según San Pablo, existen dos modos posibles de vivir: «o para sí mismo o para el Señor»(Cf. Rm 14,7-9). Vivir «para sí mismo» significa vivir como quien tiene en sí mismo el propio principio y el propio fin; indica una existencia cerrada en sí misma, orientada sólo a la propia satisfacción y a la propia gloria, sin perspectiva alguna de eternidad. Vivir «para el Señor», al contrario, significa vivir en vista de él, por su gloria, por su reino.

Se trata verdaderamente de una nueva existencia frente a la cual la muerte misma ha perdido su carácter irreparable. La contradicción máxima que desde siempre experimenta el hombre –aquella entre la vida y la muerte— ha sido superada. La contradicción más radical ya no es entre «vivir» y «morir», sino entre vivir «para sí mismo» y vivir «para el Señor».

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]